El 24 de diciembre de 1914, los soldados alemanes desplegados en Ypres (Bélgica), empezaron a decorar sus trincheras y cantar el más célebre de sus villancicos, Noche de paz. Los soldados británicos desplegados en la frontera no respondieron con balas, sino entonando sus propias canciones navideñas. Aquella noche empezó una tregua singular e histórica que durante unos días haría que más de 100.000 soldados, sobre todo alemanes y británicos, pero también franceses, confraternizaran para celebrar la Navidad en medio de un conflicto que todos esperaban que fuera corto y definitivo, pero que resultó un larguísimo y amargo aperitivo de otra guerra.
La tregua se extendió por numerosas trincheras del frente occidental en aquellas primeras Navidades de la I Guerra Mundial. Al año siguiente se repitieron las escenas de confraternización, pero a una escala mucho más pequeña. En 1916 ya casi no hubo tregua: las batallas del Somme y de Verdún, en las que murieron más de un millón y medio de soldados, habían dejado ya claro que aquella era una guerra cruel y larga.
Esa tregua espontánea, materializada para sorpresa y malestar de los altos mandos, ha pasado a la historia “como un momento en el que soldados comunes y corrientes reaccionaron contra sus líderes y la locura monstruosa de la I Guerra Mundial”, ha recordado estos días en un artículo en el Financial Times la historiadora Margaret MacMillan, que acaba de publicar 1914. De la paz a la guerra.
Hay una imagen que ha representado por encima de todas la confraternización navideña entre ambos bandos: la de soldados enemigos jugando al fútbol. Quizás el primer partido fue el que enfrentó a británicos y alemanes en tierra de nadie junto a Ypres. En su recuerdo, equipos infantiles de Reino Unido, Alemania, Francia y Bélgica juegan desde 2011 un torneo amistoso en esa población belga. Desde el año que viene, coincidiendo con el primer centenario de la I Guerra Mundial, la Premier League inglesa se ha comprometido a construir en Ypres un campo de hierba artificial.
En los próximos meses van a empezar los actos de conmemoración de aquella guerra terrible. Una catarata de libros, reportajes y por supuesto actos institucionales acompañarán un centenario que se promete largo de una guerra que empezó el 28 de julio de 1914 y no acabó hasta el 11 de noviembre de 1918. La historiadora de Oxford subraya que el centenario debería servir no solo para recordar aquella guerra, sino para intentar comprenderla.
Porque es un conflicto que los europeos tienden a reducir a las trincheras embarradas del frente occidental, olvidando que hubo también un frente oriental en Europa y que se extendió a zonas de África, Oriente Próximo y Asia. Una guerra que cada cual recuerda según le fue en ella. Los australianos y los neozelandeses piensan en Galípoli, los canadienses en la batalla de Vimy, los británicos la han reducido a la batalla del Somme, los rusos prefieren acordarse de la II Guerra Mundial, el Gobierno belga cada vez la ignora más al tiempo que los flamencos la han hecho casi suya y los alemanes prefieren conmemoraciones discretas.
“Deberíamos darnos cuenta de que la visión que tenemos de la guerra ha cambiado radicalmente con el paso del tiempo y aquellos que la padecieron directamente la veían a menudo de forma que nos parecería asombrosa”, escribe MacMillan.
Y recuerda que los británicos primero honraron a sus soldados como héroes para darse cuenta 10 años después de que no había sido más que la antesala de otra guerra.
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lunes, 23 de diciembre de 2013
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