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martes, 11 de enero de 2022

Las vacas no dan leche

Es propio de los niños protestar porque la tarta que se han comido ya no siga allí. Los adolescentes creen que alguien les pondrá la tarta delante sin hacer el menor esfuerzo para conseguirla. No solo esperan que aparezca como por arte de magia, sino que lo exigen con vehemencia, como si fuera un derecho. El adulto sabe que tiene que trabajar por conseguir la tarta y que, si la come, desaparecerá de su mesa.

Me preocupa la actitud de algunos jóvenes que han convertido su vida en una plataforma de exigencia y de demandas apremiantes. Quiero esto y lo quiero ya. La frase se repite con machacona insistentica: tengo derecho, tengo derecho, tengo derecho… Claro que tenemos derechos. Y hay que exigirlos.

Pero hay quien vive como si no hubiera obligaciones, como si no hubiera que hacer esfuerzos para conseguir las cosas, como si por “la cara bonita”, todo lo que se necesita debería entregárselo la vida de forma gratuita y sin demora alguna.

Hace poco he leído, en uno de los whatsapps anónimos que te llegan en aluvión, una sencilla y simpática anécdota que me llamó la atención por el título: Las vacas no dan leche. Esta es la historia.

Un campesino, que tenía una importante vaquería, acostumbraba a decirles a sus hijos cuando eran pequeños:

– Al cumplir los 12 años os contaré el secreto de la vida.

Los niños estaban intrigados. ¿Cuál será ese gran secreto? ¿Por qué no lo podemos conocer ya si es tan importante? ¿Quién más lo conoce? ¿Y qué pasa cuando no se sabe ese secreto?

Cuando el mayor cumplió los 12 años, le preguntó ansiosamente a su padre cuál era el secreto de la vida. El padre le respondió que se lo iba a decir, pero que no debía revelárselo a sus hermanos.

– El secreto de la vida es este: Las vacas no dan leche.

– ¿Qué dices, padre?, preguntó incrédulo el muchacho. ¿Cómo que no dan leche? Pues entonces, ¿Qué dan?

– Tal cual lo escuchas, hijo: Las vacas no dan leche, hay que ordeñarlas. Tienes que levantarte a las 4 de la mañana, ir al campo, caminar por el corral lleno de excrementos, ponerles un brazado de cebada y de millo, coger el sacho y raspar el estiércol hasta dejar limpio el alpende, luego atar la cola y la pata de las vacas, sentarte en el banquito, colocar el balde y hacer los movimientos adecuados para ordeñar al animal hasta sacarle toda la leche, si no, no hay leche. Ese es el secreto de la vida, las vacas no dan leche. O las ordeñas o no tienes leche.

Hay una generación que piensa que las vacas DAN leche a todas horas y que esta cae en el cartón que sale del supermercado. Que las cosas son automáticas y gratis: deseo, pido, y obtengo. O ni siquiera pido. Hay quien piensa que las vacas dan la leche. Que las cosas son automáticas y gratuitas. No, la vida no es cuestión de desear, pedir y obtener. Las cosas que uno recibe son el resultado del esfuerzo que uno hace. La felicidad es el resultado del esfuerzo. La ausencia de esfuerzo genera frustración. Es bueno compartir con los hijos, desde pequeños, este secreto de la vida. Para que no crean que el gobierno, o sus padres, o los dioses, por sus lindas caritas van a darles todo cual vaca lechera. No. Las vacas no dan leche. Hay que trabajar por ella.

Además de lo dicho, es preciso alimentar a las vacas, cuidarlas, protegerlas de las inclemencias del tiempo, curarlas cuando están enfermas, cepillarlas para que estén limpias…

A mediados del siglo XX, el compositor español Fernando García Morcillo compuso una canción que todos conocemos y que se titula “Tengo una vaca lechera”. El estribillo se ha hecho muy popular: “Tengo una vaca lechera, no es una vaca cualquiera, me da leche merengada, ay que vaca tan salada, tolón, tolón”. Aquí añadimos al regalo gratuito, un complemento singular: no es que la vaca de leche, es que, además, da leche merengada. Nos encontramos con un error un error más grave. Porque para tener leche merengada hay que hervir la leche con azúcar, canela y corteza de limón y, una vez enfriado en el congelador, hay que añadir claras de huevo batidas a punto de nieve. Así que la vaca no da leche y, menos, leche merengada. Hay que currárselo.

La canción “Señora vaca” enuncia más donativos generosos de la vaca, pero silenciando todo lo que tenemos que hacer para disponer de ellos: “Señora vaca, señora vaca/ yo le doy gracias por todo lo que nos da/ nos da la leche, el dulce de leche/ y la manteca que siempre le pongo al pan./ También el queso que es tan sano, y un yogour para mi hermano/ señora vaca, usted sabe trabajar”.

Tenemos que esforzarnos para conseguir lo que queremos. Lo mismo digo de los logros sociales. Los trabajadores estamos forzados a defender nuestros derechos laborales, de lo contrario nos quedaremos sin ellos. Y no basta que uno los pida o los defienda. Es preciso que haya unidad y perseverancia para alcanzar lo que se pretende. Un héroe no consigue o mantiene los derechos de forma aislada, aunque arriesgue la vida. Solo la suma de los esfuerzos de todos es eficaz. Recuerdo la película “La ley del silencio”, de Elia Kazan. En un duro conflicto de los trabajadores del puerto de Nueva York soluciona el problema la actitud heroica de un héroe, que interpreta el actor Marlon Brando. Elia Kazan era un director que denunciaba a sus compañeros en la caza de brujas. No iba a filmar una película rica en contenidos sociales. Hace una película tramposa. Presenta a los trabajadores como personas insolidarias, cobardes, miedosas. Nos ofrece una solución falsa.

Nuestros jóvenes no saben valorar algunas veces el esfuerzo que tienen que realizar sus padres para que ellos puedan vivir mientas estudian e, incluso, después de estudiar, ya que no es fácil encontrar trabajo. El porcentaje de paro juvenil en España, roza el cuarenta por ciento, un porcentaje insoportable y vergonzoso.

Decía Sófocles que el éxito depende del esfuerzo. Y el esfuerzo está en nuestras manos, no en las manos de los demás. “Las personas se hacen más fuertes, dice Sidney J. Phillips, al darse cuenta de que la mano ayudante que necesitan está al final de su propio brazo”.

Se necesita esfuerzo perseverante para tener éxito en el estudio, para encontrar un trabajo, para hacer próspero un negocio, para mantener el cuerpo sano, para cultivar las amistades, para superar un fracaso, para alcanzar las metas. No suele llegar el éxito con solo pedirlo, envuelto en papel de regalo. La naturaleza ofrece comida a los pájaros para que alimenten a sus crías, pero no se la echa en el nido.

No se trata de esforzarse por esforzarse. Se trata, a mi juicio, de que el esfuerzo esté bien orientado hacia fines saludables, hacia la consecución de objetivos posibles y exigentes. Quiero decir que no es igual estar motivado para hacer el esfuerzo que ser obligado de manera violenta e irracional a realizarlo. En el interesante libro de Daniel Kahneman “Pensar rápido, pensar despacio acabo de leer: “El placer que encontrábamos en trabajar juntos nos hizo excepcionalmente pacientes; es mucho más fácil esforzarse por encontrar la perfección cuando nunca se está aburrido”.

El presidente norteamericano Franklin D. Roosevelt pronunció esta frase lapidaria: “¡Suda y te salvarás!”. Te salvarás de la molicie, de la pereza, del aburrimiento, de la inacción, de la abulia, de la irresponsabilidad y del fracaso. Porque, como decía Gandhi: “Nuestra recompensa se encuentra en el esfuerzo y no en el resultado; un esfuerzo total es una victoria completa”.

miércoles, 13 de junio de 2018

Las vacas juegan al escondite. Una granjera británica describe en un libro su relación de años con las reses y sus peculiares comportamientos.

Cuando usted ve un campo lleno de plácidas vacas pastando o mirando a las nubes puede que no distinga una de otra, que le parezcan todas iguales, simples rumiantes que espantan moscas con la cola. La británica Rosamund Young, de 68 años, ve en cada vaca un individuo con su propia personalidad, nombre, manías, líos familiares y hasta su juego favorito.

La familia de Young fundó en 1953, en Worcestershire (Reino Unido), una granja de agricultura orgánica (cuando ni siquiera se usaba tal término) llamada Kite’s Nest. Allí la vegetación crece silvestre y los bóvidos viven con libertad cuidados por personas convencidas de que las vacas también sienten y desean y se enfadan y se ofenden y hacen amigas y juegan al escondite y hasta se automedican con hierbas.

Las vacas, ha observado Young, pueden ser tremendamente inteligentes o terriblemente estúpidas. Como los humanos.

De tanto mirarlas y cuidarlas y comunicarse con ellas, Young reunió cientos de anécdotas que ahora ha recopilado con humor y ternura en un libro, La vida secreta de las vacas (Ariel). ¿Cómo se comunica con ellas? “Les hablo”, dice Young, “siempre he sentido que reconocen mi voz, pero cada vez noto más que saben quien soy cuando no digo nada”. En compensación, ella sabe diferenciar diferentes tipos de mugido: no es lo mismo el enfado de perder de vista a un ternero (como le sucedió a la vaca Araminta) que el aburrimiento, el hambre o el dolor.

En su relato, Young cuenta sus aventuras con algunos de sus animales, bautizados como Fat Hat, Bonnet, Bombón, Arzobispo de Durham o Popette: hasta ha realizado un árbol genealógico de sus vacas. “Pero no sabría decir cuál es mi favorita, yo solo trato de hacerlas felices y de que entablen relaciones entre ellas. Esto no es como tener un perro: si yo me muriera de repente no me echarían en falta… y eso estaría bien”.

Estas vacas viven un sinfín de aventuras, al menos para su vida vacuna: comen, tienen crías, se pierden por el campo o se pelean. Pasan duelos por sus seres queridos (sufren más cuando muere una hija que una madre) que superan comunicándose con otros miembros de la familia y comiendo de forma suculenta. Al toro Jake, por ejemplo, le encanta oler el monóxido de carbono de los tubos de escape. La vaca Amelia tenía la capacidad de reconocer el coche rojo del hermano de Young y salía siempre a recibirlo, muy educadamente.

A la vaca Alice le gustaba jugar al escondite: a veces, se ponía a trotar hasta perderse de la vista de Young. Cuando la granjera la encontraba, Alice estaba tratando de esconderse detrás de un nogal que, pobrecita, apenas la cubría. Cuando era descubierta corría a esconderse tras otro, con el mismo cómico resultado: una vaca es mucho para un árbol.

Young también ha observado cómo buscan sus propios fármacos: zarzamoras, brotes y hojas de espino blanco, fresno y sauce. Tomillo o acedera silvestre. Aunque el asunto de la automedicación en animales es controversia entre la comunidad científica, Young asegura, en base a sus observaciones, que ocurre con frecuencia.

El testimonio de esta granjera es, además, un alegato en favor de este tipo de ganadería. “La ganadería intensiva o industrial trabaja a corto plazo, trata de vencer a la naturaleza en vez de observar y trabajar con la naturaleza”, dice la granjera. “No se trata de elegir entre producción de comida y biodiversidad: tienen que ser ambas opciones al mismo tiempo”.

En Kite’s Next producen carne de ternera y de cordero de sus animales, los sacrifican y venden en la propia granja. Porque Young no es vegetariana. “Creo que lo más saludable para mí es incluir carne en mi dieta”, explica, “eso sí, los Gobiernos y los productores tienen que asegurar productos sanos, sin grandes cantidades de productos químicos. El gran reto es minimizar el sufrimiento de los animales”.

¿Qué ha aprendido después de tantos años conviviendo con las vacas? “He aprendido que cada vaca de un rebaño es un individuo y que, por extensión, cada criatura en este planeta es también un individuo”.

https://elpais.com/internacional/2018/04/30/mundo_global/1525095202_256918.html