_- Por Gabriel Rockhill | 10/08/2022 | Opinión
La teoría crítica de La Escuela de Frankfurt ha sido—junto a la teoría Francesa—una de las mercancías más codiciadas de la industria teórica global.
Juntas, sirven como una fuente común para muchas de las modas intelectuales que influencian los tipos de teoría crítica que actualmente dominan el mercado académico en el mundo capitalista, desde la teoría postcolonial y decolonial a la teoría queer, el afro-pesimismo y más allá. La orientación política de La Escuela de Frankfurt ha tenido como consecuencia un efecto fundacional en la intelligentsia globalizada del mundo occidental.
Las luminarias de la primera generación del Instituto de Estudios Sociales—particularmente Theodoro Adorno y Max Horkheimer, quienes serán el foco de este corto ensayo—son figuras fundamentales en lo que se conoce como marxismo occidental, o cultural. Para aquellos familiarizados con la reorientación de Jürgen Habermas que se aleja del materialismo histórico en la segunda y tercera generaciones de La Escuela de Frankfurt, este trabajo temprano frecuentemente representa una indiscutible era dorada de la teoría crítica, cuando aún estaba—aunque quizás de forma pasiva o pesimista—dedicada de alguna manera a una forma de política radical. Si hay un grano de verdad en esta presunción, solo existe en la medida en que la Escuela de Frankfurt temprana se compara a generaciones posteriores que reinventaron la teoría crítica como ideología radical liberal—o incluso, simplemente y sin tapujos, como ideología liberal. En todo caso, este punto de comparación pone la vara muy baja, algo que ocurre cuando uno reduce lo político a la política del mundo académico. Después de todo, la primera generación de la Escuela de Frankfurt vivió algunos de los enfrentamientos más cataclísmicos en la lucha de clases global del siglo 20, un periodo en el cual una verdadera guerra mundial intelectual estaba siendo peleada sobre el significado y el valor del comunismo.
Para evitar convertirnos en los tontos útiles de la historia, o caer en el provincialismo de la academia occidental, es por lo tanto importante re-contextualizar el trabajo del Instituto de Estudios Sociales en relación con la lucha de clases internacional. Una de las características más significativas en este contexto fue el intento desesperado, de parte de la clase capitalista dominante, sus administradores estatales e ideólogos, de redefinir la Izquierda—en las palabras de Thomas Braden, agente de la CIA y soldado de la Guerra Fría—como “compatible,” entendida como la izquierda no-comunista. Como Braden y otros involucrados han explicado en detalle, una faceta importante de esta lucha consistió en el uso de dineros de fundaciones y organizaciones-frente vinculadas a la Agencia como el Congreso para la Libertad Cultural (CCF) para promover el anticomunismo y atraer a izquierdistas a tomar posturas en contra de los socialismos existentes en el mundo.
Horkheimer participó por lo menos en uno de los eventos organizados por el CCF en Hamburgo. Adorno publicó en un diario financiado por la CIA, Der Monat, la revista más grande de su tipo en Europa y un modelo para muchas otras publicaciones de la Agencia. Sus artículos aparecieron también en otras dos revistas de la CIA: Encounter y Tempo presente. El también invitó a su casa, tuvo correspondencia y colaboró con el operador de la CIA que se podría considerar la figura principal en el movimiento alemán anticomunista Kulturkampf: Melvin Lasky. Fundador y editor en jefe de Der Monat, así como también miembro del comité original de dirección del CCF de la CIA, Lasky le dijo a Adorno que él estaba abierto a cualquier forma de colaboración con el Instituto de Investigación Social, incluyendo a la publicación de sus artículos y cualquiera otra declaración lo antes posible en sus páginas. Adorno aceptó su oferta y le mandó cuatro manuscritos que no habían sido publicados, incluyendo Eclipse of Reason (Eclipse de la razón) de Horkheimer, en 1949.
El colaborador de toda la vida de Horkheimer estaba de esa manera conectado a las redes del CCF en Alemania Occidental, y su nombre aparece en un documento, probablemente de 1958/59, que delinea planes para un comité exclusivamente alemán del CCF. Más aún, incluso después de que fue revelado en 1966 que esta organización de propaganda internacional era un frente de la CIA, Adorno continuó siendo “incluido en los planes de expansión del cuartel general [del CCF] en Paris,” lo cual era “lo usual en materia de negocios” de parte de Alemania bajo la vigilancia de Estados Unidos. Esta es apenas la punta del iceberg, como veremos, pero de ninguna manera sorprendente ya que Adorno y Horkheimer se elevaron y adquirieron prestigio a nivel global dentro de las redes privilegiadas de la izquierda anticomunista.
Un análisis dialéctico de la producción teórica
El análisis a continuación está basado en una explicación dialéctica de la totalidad social que sitúa las prácticas teóricas subjetivas de estos dos padres fundadores de la teoría crítica dentro del mundo objetivo de la lucha de clases internacional. Este análisis no acepta la línea de división arbitraria que muchos académicos pequeñoburgueses desesperadamente intentan erigir entre la producción intelectual y el amplio mundo socioeconómico, como si los “pensamientos” de alguien pudieran- y debieran-ser separados de sus “vidas,” o del sistema material de producción, circulación y recepción teórica, al que me referiré aquí como el aparato intelectual. Este tipo de suposición no-dialéctica, después de todo, no es mucho más que el síntoma de una aproximación idealista al trabajo teórico que presume la existencia de un reino espiritual y conceptual que funciona completamente independiente de la realidad material y de la política económica del conocimiento.
Esta presuposición perpetúa el fetichismo intelectual de las mercancías, entendido como la idolatría de los productos sagrados de la industria teórica que nos impide situarlos dentro del más amplio espacio de las relaciones sociales de producción y lucha de clases. También sirve los intereses de aquellos que tienen o aspiran a ser parte de alguna franquicia particular dentro de la industria teórica global, sea esta la “teoría critica de la Escuela de Frankfurt” o cualquier otra, porque protege la imagen de la franquicia misma (la cual se mantiene inmaculada de las existentes relaciones sociales de producción). Si bien el fetichismo intelectual de las mercancías es una característica principal del consumo dentro de la industria teórica, el manejo de la imagen de marca es el sello de la producción.
Para este tipo de análisis dialéctico, es importante reconocer que Adorno y Horkheimer en efecto sí movilizaron su actividad subjetiva en la formulación de críticas significativas del capitalismo, la sociedad de consumo y la industria de la cultura. Lejos de negar esto, yo simplemente quisiera situar estas críticas dentro del mundo social objetivo, lo cual requiere hacer una pregunta muy simple y práctica que raramente es escuchada dentro de los círculos académicos: ¿si reconocemos que el capitalismo tiene efectos negativos, que debemos hacer al respecto? Mientras más profundamente nos adentramos en sus vidas y su trabajo, filtrando el deliberado oscurantismo de su discurso, sus respuestas se vuelven más obvias, y se hace más fácil entender la función social primaria de su proyecto intelectual colectivo. Por más críticos que sean a veces del capitalismo, ellos regularmente afirman que no existen alternativas, y nada puede o en última instancia debe ser hecho al respecto. Más aun, como veremos, su crítica del capitalismo palidece en comparación a su categórica condena del socialismo. Su marca de teoría critica lleva en última instancia a una aceptación del orden capitalista ya que a su juicio el socialismo es mucho peor. Similar a la mayoría de los discursos académicos de moda en la academia capitalista, ellos proponen una teoría crítica que podríamos llamar Teoría ABS (Anything But Socialism): Cualquier Cosa Menos Socialismo.
Con respecto a esto, no es en lo más mínimo sorprendente que Adorno y Horkheimer hayan sido apoyados y promovidos tan extensamente dentro del mundo capitalista. Para apuntalar a la Izquierda no-comunista compatible por sobre y en contra del peligro de los socialismos realmente existentes, ¿qué mejor táctica que alabar académicos de este tipo como si fuesen los más importantes, o incluso los más radicales pensadores Marxistas del siglo 20? “El marxismo,” de esta manera, puede ser redefinido como una especie de teoría critica anticomunista que no está directamente conectada a la lucha de clases desde abajo sino más bien a un tipo de teoría que libremente critica todas las formas de “dominación,” y que en última instancia se pone del lado del control capitalista de las sociedades por sobre y en contra de los supuestos horrores “fascistas” de poderosos estados socialistas.
A raíz del hecho de que esta forma ignorante de anticomunismo ha sido promovida ampliamente dentro de la cultura capitalista, este intento de redefinición del marxismo tal vez no sea inmediatamente reconocible para algunos lectores como reaccionaria y socialmente chauvinista (en el sentido de que en última instancia eleva la sociedad burguesa por sobre cualquier alternativa). Desafortunadamente, grandes segmentos de la población en el mundo capitalista han sido indoctrinados por esta forma de respuesta mecánica basada en calumnias desinformadas, en vez de un análisis riguroso, cuando se trata de los socialismos realmente existentes. Ya que la historia material de estos proyectos-en vez de las historias de horror mitológico construidas propagandísticamente alrededor del cuco comunista- serán esenciales para entender el argumento que sigue, me he tomado la libertad de referir al lector al profundo y fructífero trabajo de historiadores como Annie Lacroix-Riz, Domenico Losurdo, Carlos Martinez, Michael Parenti, Albert Szymanski, Jacques Pauwels, y Walter Rodney, entre otros. También invito al lector a examinar las importantes comparaciones cuantitativas entre capitalismo y socialismo llevadas a cabo por exigentes analistas como Minqi Li, Vicente Navarro, y Tricontinental: (Institute for Social Research) Instituto de Estudios Sociales. Este tipo de trabajo es anatema a la ideología dominante, y con buena razón: examina científicamente la evidencia, en vez de basarse en caricaturas gastadas y reflejos ideológicos desinformados. Es el tipo de trabajo histórico y materialista, además, que ha sido en su mayoría oscurecido por las formas especulativas de teoría critica promovidas por la industria teórica global.
Los intelectuales en la era de la revolución y la lucha de clases global
A pesar de que sus vidas tempranas estuvieron marcadas por los eventos histórico-mundiales de la Revolución Rusa y el intento de revolución en Alemania, Adorno y Horkheimer eran estetas que desconfiaban del supuesto caos de la política de masas. Si bien su interés en el marxismo fue avivado por estos incidentes, era primariamente un interés de naturaleza intelectual. Horkheimer se involucró marginalmente en actividades relacionadas con el consejo de la república de Múnich después de la segunda guerra mundial, particularmente a través del apoyo a algunos participantes después de que el consejo fuera brutalmente reprimido. En todo caso, él-lo mismo es cierto a fortiori de Adorno- “continuó manteniendo su distancia de los explosivos eventos sociales de su tiempo y a dedicarse principalmente a sus preocupaciones personales.”
Su condición de clase está lejos de ser insignificante en este respecto ya que los posiciona, a ellos y a su visión política, dentro del más amplio mundo objetivo de las relaciones sociales de producción. Ambos teóricos de la Escuela de Frankfurt provenían de familias acomodadas. El padre de Adorno era un “rico mercader del vino” y el de Horkheimer era un “millonario” que “era propietario de varias fábricas textiles.” Adorno “no tenía ningún tipo de relación con la vida política socialista” y mantuvo toda su vida “una profunda aversión a la militancia formal de cualquier partido de la clase trabajadora.” Similarmente, Horkheimer no fue nunca “abiertamente miembro de ningún partido de la clase trabajadora.” Lo mismo es en general cierto de las otras figuras involucradas en los primeros años de la Escuela de Frankfurt: “ninguno de los que pertenecían al círculo de Horkheimer era políticamente activo; ninguno de ellos tuvo su origen en el movimiento obrero o en el marxismo.”
En las palabras de John Abromeit, Horkheimer buscaba preservar la supuesta independencia de la teoría y “rechazaba la posición de Lenin, Lukács, y los Bolcheviques que propone que la teoría critica debe estar ‘arraigada’” en la clase trabajadora, o más específicamente en los partidos de la clase trabajadora. El promovía a los teóricos críticos a operar como agentes libres intelectuales en vez de aterrizar su investigación en el proletariado, al cual veía como un tipo de trabajo al que denigraba como “propaganda totalitaria.” En su conjunto, la posición de Adorno, como la de Herbert Marcuse, fue resumida por Marie-Josée Levallée de la siguiente manera: “el partido Bolchevique, al cual Lenin transformó en la vanguardia de la Revolución de Octubre, era una institución represiva y centralizada que le daría forma a la Unión Soviética en su propia imagen transformando la dictadura del proletariado en su propia dictadura.”
Cuando Horkheimer tomó las riendas del directorio del Instituto de Estudios Sociales en 1930, su mandato estuvo caracterizado por preocupaciones especulativas sobre la cultura y la autoridad en vez de un análisis histórico materialista riguroso del capitalismo, la lucha de clases y el imperialismo. En las palabras de Gillian Rose, “en vez de politizar la academia,” el Instituto bajo Horkheimer “academizo la política.” Esto se vio quizás en ningún otro lugar más claramente que “en la política constante del Instituto bajo la dirección de Horkheimer,” la cual “continuó promoviendo la abstinencia, no solo de cualquier actividad que se considerara remotamente política, sino también de cualquier esfuerzo organizado o colectivo de hacer pública la situación en Alemania o de apoyar a los emigrantes.” Con la emergencia del Nazismo, Adorno intentó entrar en una etapa de hibernación, asumiendo que el régimen solo perseguiría a “los Bolcheviques ortodoxos pro-Soviéticos y a los comunistas que hubiesen llamado la atención hacia si mismos políticamente” (ciertamente serian ellos los primeros en ser encerrados en los campos de concentración).” El “evito hacer cualquier tipo de critica pública sobre los Nazis y sus políticas del ‘gran poder’.”
Teoría crítica al estilo estadounidense
Esta negación de participar abiertamente en formas de política progresista se intensificó cuando los lideres del Instituto viajaron a los Estados Unidos a principios de la década de 1930. La Escuela de Frankfurt se adaptó “al orden local burgués, censurando su propio trabajo, pasado y presente, para complacer las susceptibilidades académicas o corporativas locales.” Horkheimer expugnó palabras como marxismo, revolución y comunismo de sus publicaciones para evita ofender a sus auspiciadores en EE.UU. Más aun, cualquier tipo de actividad política estaba estrictamente prohibida, como lo explicaría más tarde Herbert Marcuse. Horkheimer puso su energía en asegurar financiamiento estatal y corporativo para el Instituto, e incluso contrató a una agencia de relaciones públicas para promover su trabajo en los Estados Unidos. Otro emigrante de Alemania, Bertolt Brecht, no estaba completamente injustificado cuando describió críticamente a los académicos de Frankfurt como- en las palabras de Stuart Jeffries- “prostitutas en busca de apoyo de fundaciones durante su exilio estadounidense, vendiendo sus habilidades y opiniones como mercancías para apoyar la ideología dominante de la sociedad opresiva estadounidense.” Ellos eran efectivamente agentes intelectuales libres, sin restricciones de ninguna organización ligada a la clase trabajadora; libres en su búsqueda de patrocinios corporativos o estatales para su marca registrada de teoría critica al gusto del mercado.
El amigo cercano de Brecht, Walter Benjamin, fue uno de los pensadores marxistas más importantes de la Escuela de Frankfurt de esa era. Él no pudo unirse al resto de los académicos en los Estados Unidos porque se suicidó trágicamente en 1940 en la frontera entre Francia y España, la noche antes de tener que enfrentarse a lo que sería su casi asegurada captura por los nazis. De acuerdo con Adorno, él “se mató después de haber sido salvado” porque ya “había sido nombrado miembro permanente del Instituto y él lo sabía.” Él tenía “más que suficientes fondos” para su viaje, en las palabras del famoso filosofo, y sabía “que él podía contar completamente con nosotros con respecto a lo material.” Esta versión de la historia, que presenta el suicidio de Benjamin como una decisión incomprensible dadas las circunstancias, era un ejercicio en mendacidad con el objetivo de lograr la exoneración personal e institucional, de acuerdo con un análisis detallado recientemente publicado por Ulrich Fries. Las figuras principales de la Escuela de Frankfurt no solo no estaban dispuestas a asistir a Benjamin financieramente en su lucha contra los nazis, argumenta Fries, sino que también hipócritamente llevaron a cabo extensas campañas de encubrimiento para presentarse a si mismos como sus benefactores benevolentes.
Benjamin dependía financieramente de un estipendio mensual del Instituto. Sin embargo, los académicos de Frankfurt aborrecían la influencia de Brecht y el marxismo revolucionario en su trabajo. Adorno no tenía compunción en describir a Brecht con el epíteto anticomunista de “salvaje” cuando le explicaba a Horkheimer que Benjamin debía ser “definitivamente” liberado de su influencia. No es sorprendente, por lo tanto, que Benjamin tuviera temor de perder su mensualidad a raíz, en parte, de las críticas de Adorno a su trabajo y de su rechazo a la publicación de una sección de su estudio sobre Baudelaire en 1938. Horkheimer le dijo explícitamente a Benjamin alrededor de esa misma época, mientras las fuerzas fascistas cerraban su cerco alrededor de él, que debía prepararse para la descontinuación de la única fuente de ingresos que había tenido desde 1934. Mas aún, argüía, que sus manos estaban “desafortunadamente atadas” cuando había rehusado financiar el viaje de Benjamin hacia territorio seguro a través de la compra de un pasaje en un buque a vapor hacia los Estados Unidos que hubiera costado menos de $200. Esto ocurrió literalmente “un mes después de haber transferido $50,000 extra a una cuenta bajo su exclusiva disposición,” lo cual representaba la “segunda vez en ocho meses” que él había asegurado $50,000 adicionales (el equivalente a un poco más de 1 millón de dólares en 2022). En Julio de 1939, Friedrich Pollock también obtuvo $130,000 adicionales para el Instituto de parte de Felix Weil, el hijo acaudalado de un capitalista millonario cuyas ganancias provenientes de la especulación inmobiliaria, el mercado de la carne y una empresa de granos en Argentina financiaron la Escuela de Frankfurt.
Era voluntad política, no dinero, lo que faltaba. Efectivamente, Fries concuerda con Rolf Wiggerhaus en que la cruel decisión de Horkheimer de abandonar a Benjamin era parte de un patrón más amplio en el cual los directores “pusieron sistemáticamente la realización de los objetivos de sus vidas privadas por sobre los intereses de todos los demás,” al mismo tiempo que propagaban la falsa apariencia de tener un “compromiso intachable con aquellos que eran perseguidos por el régimen Nazi.” Como si estuvieran poniendo el último clavo en el ataúd de Benjamin, los elementos Marxistas más explícitos fueron removidos de su patrimonio literario. Según Helmut Heißenbüttel: “En todo lo que Adorno hizo por el trabajo de Benjamin, el lado Marxista-materialista continúa borrado. […] El trabajo aparece en una reinterpretación en la cual el controversial correspondiente que sobrevive impone su visión.”
Todd Cronan sostiene que hubo un cambio palpable en la totalidad de la orientación política de la Escuela de Frankfurt alrededor de 1940-el año en que Pollock escribió “Capitalismo de Estado”- a medida que fue dándole la espalda al análisis de clase en favor de privilegiar lo racial, la cultura y la identidad. “Frecuentemente me parece,” le escribió Adorno a Horkheimer ese año, “que todo lo que solíamos ver desde el punto de vista del proletariado ha sido concentrado hoy en día con fuerza tenebrosa sobre los Judíos.” De acuerdo con Cronan, Adorno y Horkheimer “abrieron la posibilidad desde adentro del marxismo de ver el problema de clase como un asunto de poder, de dominación, en vez de verlo como un problema económico (los Judíos no eran una categoría definida por la explotación económica). Y una vez que esa posibilidad emergió, se convirtió en el modo dominante de análisis de la izquierda en general. En otras palabras, los teóricos de Frankfurt ayudaron a preparar el escenario para un giro más universal que se aleja del análisis materialista histórico arraigado en la economía política hacia el culturalismo y las políticas identitarias, lo cual se consolidaría en la era neoliberal.
Es profundamente revelador en este sentido que el Instituto se haya embarcado en un estudio masivo del “Antisemitismo en los Sindicatos Estadunidenses” en 1944-45, bajo la tutela de Pollock. El fascismo había llegado al poder con extenso apoyo financiero de la clase capitalista gobernante, y continuaba en la senda de la guerra alrededor del mundo. Aun así, los académicos de Frankfurt fueron contratados para enfocarse en el supuesto antisemitismo de los trabajadores de EE.UU. en vez de concentrarse en los fundadores capitalistas del fascismo o en los Nazis existentes que estaban peleando una guerra en contra de los Soviéticos. Llegaron así a la extraordinaria conclusión de que “los sindicatos manejados por los comunistas eran los peores de todos, y que estos, en consecuencia, tenían tendencias “fascistas”: “Los miembros de estos sindicatos tienen una mentalidad más fascista que comunista.” El estudio en mención fue comisionado por el Comité Judío Laboral (JLC). Uno de los lideres del JLC, David Dubinsky, tenía varias conexiones con la Agencia Central de Inteligencia y estaba involucrado, con personajes como los operadores de la CIA Irving Brown y Jay Lovestone, en la campaña extensa de La Compañía para apropiarse de los sindicatos organizados y expulsar a los comunistas. Al identificar a los sindicatos comunistas como los más antisemitas, o incluso “fascistas,” la Escuela de Frankfurt aparentemente suministró parte de la justificación ideológica para destruir el movimiento obrero comunista.
Algunos podrían considerar la colaboración del Instituto de Estudios Sociales con las autoridades de EE.UU. y la autocensura justificable dadas las actitudes anticomunistas, y en ocasiones proto- fascistas, de la elite en el poder en Estados Unidos, sin mencionar los ‘decretos y leyes del enemigo externo’ (alien enemy act). Ciertamente, basado en una mirada detallada de la historia y de las actividades del Instituto en Enero 21 de 1944, el Buró Federal de Investigaciones (FBI) movilizó numerosos soplones para espiar a los académicos por alrededor de diez años a raíz de la preocupación de que el Instituto pudiera estar funcionando como un frente comunista. Los informantes incluían asociados cercanos al Instituto como Karl Wittfogel, otros colegas profesionales e incluso vecinos. El FBI encontró poco y nada de evidencia de comportamiento sospechoso, en todo caso, y sus oficiales aparentemente se sintieron confiados cuando algunos de sus espías, que estaban cercanos personalmente a los académicos de Frankfurt, les explicaron que los teóricos críticos “creían que no había diferencia entre Hitler y Stalin en términos de propósito y táctica.” Ciertamente, como veremos mas adelante, ellos harían declaraciones similares en algunos de sus escritos, incluyendo al asentarse permanentemente en Alemania Occidental cuando ya no estaban bajo la amenaza directa de la vigilancia del FBI o de una potencial detención o deportación.
Difamar al Este, defender al Oeste (y recibir su dinero)
En 1949-50, los intelectuales al frente de la Escuela de Frankfurt trasladaron el Instituto de vuelta a Alemania Occidental, uno de los epicentros de la guerra mundial intelectual en contra del comunismo. “En este ambiente,” escribe Perry Anderson, “en el que el KPD [Partido Comunista de Alemania] debía ser proscrito y el SPD [Partido Social Demócrata de Alemania] abandonó formalmente cualquier conexión con el marxismo, la despolitización del Instituto fue completada.” Nada menos que Jürgen Habermas-que ocasionalmente se situaba a la izquierda de Adorno y Horkheimer en los primeros años-acusó a este último de “conformismo oportunista en contradicción con la tradición crítica.” Efectivamente, Horkheimer había continuado censurando el trabajo del Instituto, rehusándose a publicar dos artículos de Habermas que criticaban a la democracia liberal y hablaban de “revolución,” osando sugerir la posibilidad de una emancipación de “las cadenas de la sociedad burguesa.” En su correspondencia privada, Horkheimer le comentaba abiertamente a Adorno que “simplemente no es posible admitir artículos de este tipo en el reporte de investigaciones de un Instituto que existe gracias a los fondos públicos de esta sociedad encadenadora.” Esta es, al parecer, una confesión directa de que la base económica de la Escuela de Frankfurt era la fuerza dominante detrás de su ideología, o al menos de su discurso público.
Con respecto a esto, es importante recordar que cinco de los ocho miembros del círculo de Horkheimer habían trabajado como analistas y propagandistas para el gobierno de Estados Unidos y su estado de seguridad nacional, el cual “tenía un interés establecido en la continua lealtad de la Escuela de Frankfurt ya que varios de sus miembros estaban trabajando en proyectos de investigación sensibles del gobierno.” Si bien Horkheimer y Adorno no estaban entre ellos, ya que recibían más apoyo a través del Instituto, el último de los dos había emigrado originalmente a los Estados Unidos a trabajar para la Oficina de Investigaciones Radiales de Paul Lazarsfeld, uno de los “anexos de facto de los programas gubernamentales de guerra psicológica.” Este centro de estudios de comunicación recibió una dotación substancial de $67,000 de la Fundación Rockefeller y trabajó muy de cerca con el estado de seguridad nacional (el dinero del gobierno constituía más del 75 porciento de su presupuesto anual). La Fundación Rockefeller también financió el primer regreso de Horkheimer a Alemania en Abril de 1948, cuando él aceptó una catedra de invitado en la Universidad de Frankfurt.
Es importante recordar que los Rockefeller son una de las más grandes familias de gánsteres en la historia del capitalismo de EE. UU., y que ellos usan su fundación como un paraíso fiscal que les permite movilizar una porción de su riqueza malversada “en la corrupción de la actividad intelectual y cultural.” Es más, ellos estuvieron involucrados directamente en el estado de seguridad nacional durante el tiempo en el que patrocinaban a la Escuela de Frankfurt. Después de trabajar como director de la Oficina del Coordinador de Asuntos Inter-Americanos (una agencia de propaganda federal cuyo trabajo era similar al de la Oficina de Servicios Estratégicos y al de la CIA), Nelson Rockefeller se convirtió, en 1954, en el “super-coordinador’ de operaciones de inteligencia clandestina, con el título de Asistente Especial del Presidente para Estrategia de la Guerra Fría.” Él también permitió que el Fondo Rockefeller fuera usado como conducto para dineros de la CIA, de manera muy similar a lo que hacían un gran número de fundaciones capitalistas que tienen una historia extensa de trabajar mano a mano con La Compañía (como fue revelado por el Comité Church y otras fuentes).
Con todos estos vínculos a la clase dominante capitalista y al imperio de EE.UU., no es de ningún modo sorprendente que el gobierno de Estados Unidos haya apoyado el regreso del Instituto a Alemania Occidental en 1950 con una significativa contribución de 435,000 DM ($103,695, o el equivalente a $1,195,926 dólares en 2022). Estos fondos fueron administrados por John McCloy, el Alto Comisionado de EE.UU. en Alemania. McCloy era un miembro central de la elite de poder de EE.UU., que había trabajado como jurista y banquero para IG Farben y las grandes petroleras, y había otorgado amplios perdones y conmutaciones a criminales de guerra Nazis. Él continuó y se convirtió no solo en el presidente del Banco Chase Manhattan, del Consejo de Relaciones Exteriores, y la Fundación Ford, sino también- en una jugada profesional que muestra la relación íntima entre la clase dominante capitalista y el estado de seguridad nacional- en el Director de la CIA. Además de los fondos provistos por McCloy, el Instituto también recibió apoyo de donantes privados, la Sociedad de Investigaciones Sociales, y la ciudad de Frankfurt. En 1954, incluso firmó un contrato de investigación con la corporación Mannesmann, que “había sido miembro fundador de la Liga Anti-Bolchevique y que había financiado al Partido Nazi.” Durante la Segunda Guerra Mundial, Mannesmann utilizó mano de obra de esclavos, y el Presidente de la Junta era el Nazi Wilhem Zangen, Líder Económico de Guerra del Tercer Reich. El contrato de posguerra de la Escuela de Frankfurt con esta compañía era para un estudio sociológico sobre las opiniones de los trabajadores, con la implicación explicita de que dicho estudio ayudaría a los administradores a prevenir o demorar actividades de organización socialista.
Tal vez la explicación más clara de porque los gobiernos capitalistas y la corporatocracia estarían dispuestas a apoyar al Instituto de Estudios Sociales se encuentra en las palabras de Shepard Stone. Este último, tenemos que señalar, tenía un historial en periodismo e inteligencia militar antes de pasar a trabajar como Director de Asuntos Internacionales en la Fundación Ford, en donde interactuó muy de cerca con la CIA en el financiamiento de proyectos culturales alrededor del mundo (Stone incluso fue el Presidente de la Asociación Internacional por la Libertad Cultural, el nuevo nombre que le dieron al Congreso por la Libertad Cultural (CCF) en un esfuerzo de cambiar la marca después que sus orígenes ligados a la CIA fueran revelados). Cuando Stone era el director de asuntos públicos para la Alta Comisión de la Alemania Ocupada en los años 1940s, él mandó una nota personal al Departamento de Estado de Estados Unidos para exhortarlo a extender el pasaporte de Adorno: “El Instituto de Frankfurt está ayudando a entrenar lideres Alemanes que sabrán sobre técnicas democráticas. Creo que es importante en relación con nuestros objetivos democráticos generales en Alemania que hombres como el Profesor Adorno tengan una oportunidad de trabajar en ese país.” El Instituto estaba llevando a cabo el tipo de trabajo ideológico que el estado estadunidense y la clase capitalista dominante querían apoyar, y apoyaron.
Habiendo logrado, e incluso sobrepasado, los dictados ideológicos de conformidad de “la sociedad encadenadora” que financiaba al Instituto, Horkheimer expresó abiertamente su irrestricto apoyo por el gobierno anticomunista títere de Alemania Occidental, controlado por los Estados Unidos, cuyos servicios de inteligencia habían sido aprovisionados con antiguos Nazis, así como también por el proyecto imperial de EE.UU. en Vietnam (el cual él juzgaba necesario para detener a los Chinos). Hablando en uno de los Amerika-Häuser en Alemania, que eran centros de avanzada anticomunista del Kulturkampf, él declaró solemnemente en Mayo de 1967 que “en Estados Unidos, cuando es necesario llevar a cabo una guerra, -y escúchenme bien […] esto no es tanto un problema relacionado a la defensa de la patria, sino que es esencialmente un asunto de la defensa de la constitución, de la defensa de los derechos del hombre.” El gran sacerdote de la teoría crítica describe aquí un país que fue fundado como un asentamiento de colonos, cuya eliminación genocida de la población indígena se fusionó perfectamente con un proyecto de expansión imperialista que, podría ser argumentado, ha dejado la huella mas sangrienta- como planteó MLK Jr. en Abril de 1967- en la historia del mundo moderno (incluyendo 37 intervenciones militares y de la CIA entre el final de la Segunda Guerra Mundial y 1967, cuando Horkheimer publicó este anuncio ignominioso a través de una plataforma de propaganda de EE.UU.).
Aunque Adorno frecuentemente se complacía en practicar la política pequeñoburguesa de la pasividad, evitando pronunciamientos públicos sobre eventos políticos mayores, las pocas declaraciones que si hizo fueron extraordinariamente reaccionarias. Por ejemplo, en1956, él escribió junto a Horkheimer un artículo en defensa de la invasión imperialista de Egipto por Israel, Gran Bretaña y Francia, cuyo objetivo era apoderarse del canal de Suez y derrocar a Nasser (una acción condenada por las Naciones Unidas). Refiriéndose a Nasser, uno de los lideres anticoloniales prominentes del movimiento de los no-alineados, como “un jefecillo fascista […] que conspira con Moscú,” exclamando que: “Nadie se atreve a señalar que estos estados Árabes ladrones han estado buscando por años una oportunidad para atacar a Israel y para masacrar a los Judíos que han encontrado refugio ahí.” Según esta inversión pseudo-dialéctica, son los estados Árabes los que son “ladrones,” no los asentamientos de colonos trabajando junto a países del eje del imperialismo para infringir la auto-determinación de los Árabes. Convendría recordar el rechazo severo de Lenin a este tipo de sofistería, característica de mucho de lo que pasa por “dialéctica” en la industria global de la teoría: “A menudo la dialéctica ha servido […] como un puente hacia la sofistería. Pero nosotros permanecemos siendo dialécticos y combatimos la sofistería no al negar la posibilidad de todas las transformaciones en general, sino a través del análisis del fenómeno dado en su contexto y desarrollo concreto.” Este modo concreto de análisis materialista es precisamente lo que está ausente en las inversiones idealistas à la Adorno y Horkheimer.
Los lideres oficiales de la Escuela de Frankfurt publicaron uno de sus textos más abiertamente políticos ese miso año. En vez de apoyar el movimiento global por la liberación anticolonial y a favor de la construcción de un mundo socialista, ellos celebran-con tan solo un par de excepciones menores- la superioridad de Occidente, mientras desacreditan repetidamente a la Unión Soviética y China. Invocando descripciones racistas estándar de “los barbaros” en el Oeste, a quienes describen usando abiertamente el vocabulario de sub-humanización de “bestias” y “hordas,” los llaman sin tapujos “fascistas” que han elegido “la esclavitud.” Adorno incluso reprimenda a los Alemanes que erróneamente piensan que “los Rusos defienden el socialismo,” recordándoles que los Rusos son en efecto “fascistas,” agregando que los “industrialistas y banqueros” – con los cuales aquí él se identifica- ya saben esto.
“Todo lo que escriben los Rusos se convierte en ideología, en desnuda, estúpida payasada,” asevera Adorno desvergonzadamente en su texto, como si hubiese leído todo lo que escribieron, a pesar de que, como de costumbre, no cita ni una sola fuente (por lo que sé, tampoco leía Ruso). Afirmando que “hay un elemento de re-barbarización” en su pensamiento, que se encuentra según él también en Marx y Engels, descaradamente acierta que “está más reificado que en las formas más avanzadas de pensamiento burgués.” Como si esto no fuese suficiente falsa grandilocuencia, Adorno tiene la osadía de describir este proyecto de escritura conjunta con Horkheimer como un “manifiesto estrictamente Leninista.” Esta es una discusión en la cual afirman que “no están llamando a nadie a actuar,” y Adorno explícitamente eleva el pensamiento burgués y a lo que él se refiere como “la cultura en su estado mas avanzado” por sobre el supuesto barbarismo del pensamiento socialista. Más aún, es en este contexto que Horkheimer dobla su apuesta por el chovinismo social declarando, en una conclusión de carácter histórico-global que no fue refutada por su colaborador “Leninista”: “Creo que Europa y Estados Unidos son probablemente las mejores civilizaciones que ha producido la historia hasta ahora en cuanto a prosperidad y justicia. El punto central ahora es asegurar la preservación de estos logros.” Esto fue en 1956, cuando EE.UU. estaba todavía en su mayoría segregado, envuelto en cazas de bruja anticomunistas y campañas de desestabilización alrededor del mundo, y cuando había recientemente extendido su dominio imperial derrocando a gobiernos elegidos democráticamente en Irán (1953) y Guatemala (1954), mientras los poderes Europeos llevaban a cabo campañas violentas para aferrarse a sus colonias o convertirlas en neocolonias.
“El fascismo y el comunismo son lo mismo”
Uno de los reclamos políticos más consistentes presentados por Adorno y Horkheimer es el de la existencia de una equivalencia “totalitaria” entre fascismo y comunismo, que se manifiesta en proyectos de construcción estatal socialista, movimientos anticoloniales en el “Tercer Mundo,” o incluso en movilizaciones de la Nueva Izquierda (New Left) en el mundo occidental. En estos tres casos, aquellos que piensan que están escapando de la “sociedad encadenadora,” solo están contribuyendo a empeorar las cosas. El hecho comprobable de que los países capitalistas Occidentales no hayan ofrecido una resistencia significativa en contra del fascismo, el cual emergió desde adentro del mundo capitalista, y de que fuera precisamente la Unión Soviética la que en última instancia lo derroto, parece no haberles causado el deseo de reflexionar sobre la viabilidad de esta tesis simplista e ignorante (sin mencionar la importancia del socialismo para los movimientos anticoloniales y los levantamientos de los 1960s). De hecho, no obstante sus opiniones moralizantes sobre los horrores de Auschwitz, Adorno parece haber olvidado quien liberó en el mundo real el infame campo de concentración (el Ejército Rojo).
Horkheimer había formulado su versión de la teoría de la herradura con claridad particular en un panfleto de circulación limitada publicado en 1942, el cual rompió con el estilo de lenguaje de fábula de Esopo que caracterizaba muchas de las otras publicaciones del Instituto. Directamente acusando a Friedrich Engels de utopismo, él profesó que la socialización de los medios de producción había conducido a un incremento en la represión, y en última instancia a la formación de un estado autoritario. “La burguesía al principio mantenía al gobierno bajo control a través de su propiedad,” de acuerdo con este hijo de millonario, mientras en sociedades nuevas el socialismo simplemente “no funcionaba,” excepto para producir la errada creencia de que uno estaba – a través del partido, el líder honorable, o la supuesta marcha de la historia- “actuando en nombre de algo más grande que uno mismo.” La posición de Horkheimer en este artículo se alinea perfectamente con el anarco-anticomunismo, una ideología altamente diseminada dentro de la izquierda occidental: una “democracia sin clases” supuestamente va a emerger espontáneamente desde las personas a través de “acuerdos libres,” sin la supuesta influencia perniciosa de los partidos o los estados. Como Doménico Losurdo ha señalado perspicazmente, la máquina de guerra Nazi estaba devastando la Unión Soviética durante los primeros años de los 1940’s, y la llamada de Horkheimer a los socialistas a abandonar el estado y la centralización del partido, en consecuencia, era equivalente a nada menos que una demanda de capitulación frente al genocidio rampante de los Nazis.
Si bien hay vagas sugerencias al final del panfleto de Horkheimer de 1942 insinuando que podría haber algo deseable en el socialismo, textos posteriores ponen en pleno relieve su inequívoco rechazo de este. Por ejemplo, cuando Adorno y Horkheimer estaban considerando hacer una declaración pública sobre su relación con la Unión Soviética, Adorno le mandó el siguiente borrador de un artículo planeado de coautoría a Horkheimer: “Nuestra filosofía, como una crítica dialéctica de la tendencia social generalizada de la época, se constituye en la más aguda oposición a las políticas y doctrina que emanan de la Unión Soviética. Nosotros no somos capaces de ver en la práctica de las dictaduras militares disfrazadas como democracias del pueblo nada más que una nueva forma de represión.” Vale la pena señalar con respecto a esto, tomando en cuenta la abrumadora falta de análisis materialista de socialismos existentes en la práctica de parte de Adorno y Horkheimer, que incluso la CIA reconoció que la Unión Soviética no era una dictadura.
En un reporte fechado el 2 de Marzo de 1955, la Agencia claramente declara: “Incluso durante la era de Stalin había un liderazgo colectivo. La idea occidental de un dictador dentro de la infraestructura comunista es exagerada. Los malentendidos a este respecto son causados por una falta de entendimiento sobre la verdadera naturaleza y organización de la estructura de poder Comunista.”
En 1959, Adorno publicó un texto titulado “El Significado de Trabajar A Través del Pasado” en el cual recicló la “vergonzosa verdad” de “sabiduría filistea” referida en este primer borrador, a saber, que -en completa conformidad con la ideología dominante de la Guerra Fría en Occidente- el fascismo y el comunismo son lo mismo porque son dos formas de “totalitarismo.” Abiertamente descartando la ventaja del punto de vista de la “ideología político-económica,” que obviamente distingue estas dos facciones en conflicto, Adorno declaraba tener acceso privilegiado a una dinámica sociopsicológica más profunda que une a ambas. Como “personalidades autoritarias,” acertaba él ex catedra, los fascistas y los comunistas “poseen egos débiles” y compensan identificándose a sí mismos con “el poder realmente existente” y “los grandes colectivos.” La mera noción de una “personalidad autoritaria” es de esta manera un anzuelo engañoso orientado a sintetizar fuerzas opuestas a través de una pseudo-dialéctica psicologizada. Además, trae a la mano la pregunta de por qué la psicología, y ciertas formas particulares de pensamiento parecen tener, por lo menos aquí, un rol más central en términos de la explicación histórica que las fuerzas materiales y la lucha de clases.
A pesar de este intento de identificar fascistas y comunistas psicológicamente, Adorno va más allá y sugiere, en el mismo texto, que el asalto Nazi a la Unión Soviética podría ser retrospectivamente justificado dado el hecho de que los Bolcheviques eran- como el mismo Hitler había aseverado- una amenaza a la civilización occidental. “La amenaza del Este rodeando las colinas de Europa occidental es obvia,” acertaba Adorno, “y quien sea que flaquee en resistirla es literalmente culpable de repetir el apaciguamiento (appeasement) de Chamberlain.” La analogía es reveladora porque, en este caso, no pelear contra ellos significaría apaciguar a los comunistas “fascistas.” En otras palabras, a pesar de la retorcida obscuridad de su fraseología, este parece ser un toque de diana que invita a oponer militarmente el avance del comunismo (lo cual coincide perfectamente con el apoyo de Horkheimer a la guerra imperialista de los Estados Unidos en Vietnam).
El feroz rechazo de Adorno hacia los socialismos existentes en el mundo real está a plena vista en su intercambio con Alfred Sohn-Rethel. Este último le pregunto si La Dialéctica Negativa tenía algo que decir sobre cambiar el mundo, y si la Revolución Cultural China era parte de la ‘tradición afirmativa que él condenaba. Adorno respondió que él condenaba la “presión moral” del “marxismo oficial” de poner la filosofía en práctica. “Nada sino la desesperanza puede salvarnos,” proclamaba él con su marca registrada de melancolía pequeñoburguesa. Agregando, para enfatizar el punto, que los eventos en la China comunista no eran motivo de esperanza, explicó con memorable insistencia que su vida entera como pensador había estado dedicada a rechazar esta forma-y presumiblemente otras- de socialismo: “Tendría que negar todo lo que he pensado mi vida entera si admitiera sentir nada sino horror frente a su presencia.” La indulgencia abierta de Adorno en la desesperanza y su simultaneo desprecio por los socialismos existentes en el mundo real no son simplemente reacciones idiosincráticas y personales sino afectaciones que emergen desde una posición de clase. “Los representantes del movimiento obrero moderno,” escribió Lenin en 1910, “se dan cuenta que tienen mucho en contra de lo cual luchar, pero nada por lo cual sentir desesperanza.” En una descripción que anticipaba el pesimismo pequeñoburgués de Adorno, el líder de la primera revolución socialista exitosa del mundo procedía a explicar que “la desesperanza es típica de aquellos que no entienden las causas del mal, no ven salida, y son incapaces de luchar.”
Adorno también seguía esta línea de pensamiento, o más bien sentimiento, en sus críticas del activismo estudiantil anticapitalista y antimperialista en contra de la guerra de los 1960s. Estuvo de acuerdo con Habermas- quien había sido miembro de la Juventud Hitleriana y estudió por cuatro años bajo el “filosofo Nazi” (su propia descripción de Heidegger)- en la idea de que este tipo de activismo era una forma de “fascismo de Izquierda.” Él defendió Alemania Occidental llamándola una democracia en funcionamiento en vez de un estado “fascista,” como argumentaban algunos de los estudiantes. Al mismo tiempo, se peleó con Marcuse sobre lo que él consideraba el apoyo equivocado de este último hacia los estudiantes y el movimiento contra la guerra, explícitamente argumentando que la respuesta a la pregunta ‘¿Qué se debe hacer?’, para un buen practicante de la dialéctica, es nada en absoluto: “el objetivo de una praxis real debiera ser su propia abolición.” De esa manera él invirtió, a través de la sofistería dialéctica, uno de los fundamentos centrales del marxismo, a saber, la primacía de la práctica. Es en este contexto de poner a Marx patas arriba que él repitió, una vez más, el mantra ideológico del mundo capitalista: “el fascismo y el comunismo son lo mismo.” A pesar de que hacía alusión a este eslogan como “una perogrullada pequeñoburguesa,” aparentemente reconociendo su estatus ideológico, él lo acogió sin vergüenza.
El idealismo es la marca registrada de las reflexiones de Adorno y Horkheimer sobre los socialismos existentes en el mundo real y, más generalizadamente, sobre los movimientos sociales progresistas. En vez de estudiar los proyectos que ellos denigran con el mismo nivel de rigor y seriedad con el cual a veces abordan otros temas, ellos se refugian en representaciones caricaturescas y calumnias anticomunistas ausentes de un análisis concreto (aunque ocasionalmente hacen referencia a publicaciones anticomunistas, como las del rabioso soldado de la guerra fría Arthur Koestler, que fueron generosamente financiadas y apoyadas por estados imperialistas y sus servicios de inteligencia). Esto es en particular cierto en el caso de su demonización de proyectos de construcción de estados socialistas. Sus escritos sobre el tema no están solo notablemente vacíos de referencias a cualquier estudio académico sobre la materia, sino que operan como si ese tipo de investigación seria no fuese siquiera necesaria. Estos textos llevan a cabo una genuflexión frente a la ideología dominante, tercamente insistiendo en los bona fides anti-Stalinistas de sus autores, sin preocuparse por ninguno de los detalles, matices o complejidades.
Uno no puede sino preguntarse, entonces, si los estudiantes no tenían razón cuando, a finales de los 1960s, circulaban panfletos aseverando que estos académicos de Frankfurt eran “idiotas de izquierda del estado autoritario” que eran “críticos en teoría, conformistas en la práctica.” Hans-Jürgen Krahl, uno de los estudiantes de doctorado de Teodoro Adorno, llegó incluso a afrentar públicamente a su mentor y al resto de los profesores de Frankfurt como “Scheißkritische Theoretiker [críticos teóricos de mierda].” Él le dio voz a esta crítica lapidaria de estos leales defensores de la Teoría ABS [Cualquier Cosa Menos Socialismo] mientras estaba siendo arrestado, a pedido de Adorno, por una ocupación de la universidad relacionada con su participación en la Liga Alemana de Estudiantes Socialistas. El hecho de que el autor de La Dialéctica Negativa llamara a la policía para arrestar a sus propios estudiantes es un punto de referencia estándar para sus detractores políticos. Como hemos visto, en todo caso, esto es tan solo la punta del iceberg. No solo no es una anomalía aberrante, sino que es consistente con sus políticas, su función social dentro del aparato intelectual, su estatus de clase, y su orientación generalizada dentro de la lucha de clases global.
El tuis del “marxismo” occidental
Brecht propuso el neologismo “Tuis” para referirse a los intelectuales (Intellektuellen) que, como sujetos de una cultura mercantilizada, entienden todo al revés (por esa razón Tellekt-uellen-in). Él había compartido sus ideas para una Novela-Tui con Benjamin en los 1930s, y más adelante escribió una obra de teatro que emergió de sus notas originales, titulada Turandot o El Congreso de los Blanqueadores. Después de haber regresado a la Republica Democrática Alemana luego de la Segunda Guerra Mundial para contribuir con el proyecto de construcción del estado socialista, al contrario de los académicos de Frankfurt que se asentaron en Alemania Occidental con financiamiento de la clase capitalista dominante, Turandot fue escrita en parte como una critica satírica de estos “marxistas” occidentales.
En la obra, los Tuis son presentados como blanqueadores profesionales que reciben un generoso salario por hacer que las cosas aparezcan ser lo contrario de lo que en verdad son. “El país entero está gobernado por la injusticia,” dice Sen en Turandot, antes de proveer un resumen conciso de la Teoría ABS: “y en la Academia Tui todo lo que uno aprende es porque tiene que ser de esta manera.” El entrenamiento Tui, como el trabajo del Instituto de Estudios Sociales, nos enseña que no hay alternativa al orden dominante, y de esta manera cierra la posibilidad de un cambio sistémico. En una de las escenas más impactantes, se muestra a los Tuis preparándose para el congreso de los blanqueadores. Nu Shan, uno de los maestros de la Academia, opera un sistema de poleas que puede bajar o subir una canasta con pan frente a la cara del presentador. En el proceso de entrenar a un joven llamado Shi Me para convertirse en un Tui, le dice que hable sobre el tema “Porque la posición de Kai Ho es falsa” (Kai Ho es un revolucionario que se asemeja a Mao Zedong). Nu Shan explica que él levantará la canasta con pan sobre su cabeza si Shi Me dice algo incorrecto y que la bajará frente a su cara si lo que dice es correcto. Después de mucho subir y bajar la canasta en relación con la habilidad de Shi Me de conformarse con la ideología dominante, sus argumentos van in crescendo hasta el punto de convertirse en un chillido difamatorio anticomunista ausente de cualquier argumentación racional: “Kai Ho no es ningún filosofo, sino un simple palabrero- la canasta baja- un insubordinado, un avaro por el poder bueno-para-nada, un apostador irresponsable, un calumniador, un violador, un ateo, un bandido y un criminal. La canasta flota ahora justo en frente de la boca del presentador. ¡Un tirano!” Esta escena presenta, en un microcosmos, la relación entre los intelectuales profesionales y sus auspiciadores financieros dentro de las sociedades de clase: los primeros ganan su pan como agentes libres académicos abasteciendo la mejor ideología posible para estos últimos. Pensamientos para alimentar la mente.
Lo que la Escuela de Frankfurt podía ofrecerles a los abastecedores del pan de “la sociedad encadenadora” no es de ninguna manera insignificante. Movilizando la sofistería pseudo-dialéctica, ellos defendieron en lenguaje académico pretensioso la idea del Departamento de Estado de que el comunismo es indistinguible del fascismo, a pesar de que 27 millones de Soviéticos habían dado sus vidas para derrotar la máquina bélica Nazi en la Segunda Guerra Mundial (por mencionar tan solo una de las formas más evidentes de oposición entre comunismo y fascismo, aunque por supuesto existen muchas otras dado el hecho de que son enemigos mortales). Mas allá aun, al desplazar la lucha de clases en favor de una teoría critica idealista amputada de cualquier participación política práctica, ellos alejaron los fundamentos mismos del análisis trasladándolos del materialismo dialéctico hacia una teoría generalizada de la dominación, el poder, y el pensamiento identitario.
De esta manera, en última instancia, Adorno y Horkheimer jugaron el rol de recuperadores radicales. Cultivando una apariencia de radicalidad, recuperaron la actividad misma de la crítica utilizando una ideología pro-Occidental, anticomunista. Como otros miembros de la intelligentsia pequeñoburguesa en Europa y Estados Unidos, que formaron la base del marxismo occidental, expresaron públicamente su repudio chauvinista-social con lo que ellos describían como los barbaros salvajes del Este, que osaron tomar en sus manos el arma de la teoría Marxista à la Lenin y utilizarla para actuar bajo el principio de autodeterminación de los pueblos. Desde la comodidad relativa de su ciudadela académica en Occidente financiada por el capitalismo, defendieron la superioridad del mundo Euro-Estadunidense al cual promovían contrastándolo con lo que ellos designaban como el proyecto aplanador de los barbaros bolchevizados en la periferia incivilizada.
Más aún, su teoría generalizada de la dominación es parte de una adopción más amplia de la ideología antipartido y anti-Estado, que en última instancia deja a la Izquierda huérfana de las herramientas de organización disciplinada que es necesaria para llevar a cabo luchas exitosas en contra del ampliamente financiado aparato político, militar y cultural de la clase capitalista dominante. Esto coincide perfectamente con su política generalizada de la derrota, la cual Adorno adopto explícitamente a través de su defensa antimarxista de la inacción como la forma más elevada de la praxis. Los lideres de la Academia Tui en Frankfurt, generosamente financiados y apoyados por la clase capitalista dominante y los estados imperialistas, incluyendo el estado de seguridad nacional de EE.UU., fueron de esta manera los promotores de las políticas anticomunistas de acomodación al capitalismo. Retorciendo sus manos ante las miserias de la sociedad de consumo, a la cual en ocasiones describieron con impresionante detalle, no obstante, se rehusaron a hacer cualquier cosa practica sobre ella debido a su entendimiento primordial de que la cura socialista a estas desgracias es peor que la enfermedad misma.
Traducido del inglés por Emiliano Silva Izquierdo.
Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.
https://rebelion.org/la-cia-y-el-anticomunismo-de-la-escuela-de-frankfurt/
domingo, 28 de agosto de 2022
sábado, 27 de agosto de 2022
_- Discurso completo de Gustavo Petro, presidente de Colombia
_- Llegar aquí indudablemente implica recorrer una vida. La vida inmensa que nunca se recorre sola. Aquí está mi madre, Clara, nada existiría en mi mente en este momento sin ella. Aquí está mi padre, Gustavo, caribeño, aquí están mis hermanos Adriana y Juan que me aguantan. Aquí están mis hijos, Nicolás Petro, Nicolás Alcocer, Andrea y Andrés, Sofía y Antonella, mis pequeñas que florecen de corazón y alma. Aquí está Verónica Alcocer, quien me ha acompañado, quien me ha dado descendencia, la vida misma. Quien el amor ha hecho todo posible. Aquí no estará para acompañarme solamente sino para acompañar a las mujeres de Colombia en su esfuerzo para salir adelante, para crear, para luchar, para ser. Para superar la violencia dentro y fuera de las familias, para construir la política del amor.
Aquí está como en el recorrido de mi existencia, el pueblo. Las manos humildes del obrero, aquí están las campesinas y las que barren las calles. Aquí están los corazones del trabajo, las ilusiones de quien sufre, aquí están las mujeres trabajadoras que me han abrazado cuando decaigo, cuando me siento débil, el amor al pueblo, a la gente que sufre excluida, es el que me tiene aquí para unir y construir una nación.
Así acaba Cien Años de Soledad de nuestro querido Gabriel García Márquez, «Todo lo escrito en ellos era irrepetible desde siempre y para siempre, porque las estirpes condenadas a cien años de soledad no tenían una segunda oportunidad sobre la tierra». Los colombianos y las colombianas hemos sido muchas veces en nuestra historia enviados a la condena de lo imposible, a la falta de oportunidades, a los NO rotundos. Quiero decirles a todos los colombianos y todas las colombianas que me están escuchando en esta Plaza Bolívar, en los alrededores, en toda Colombia y en el exterior que hoy empieza nuestra segunda oportunidad.
Nos la hemos ganado. Se la han ganado. Su esfuerzo valió y valdrá la pena. Es la hora del cambio. Nuestro futuro no está escrito. Somos dueños del esfero y podemos escribirlo juntos, en paz y en unión.
Hoy empieza la Colombia de lo posible. Estamos acá contra todo pronóstico, contra una historia que decía que nunca íbamos a gobernar, contra los de siempre, contra los que no querían soltar el poder. Pero lo logramos. Hicimos posible lo imposible. Con trabajo, recorriendo y escuchando, con ideas, con amor, con esfuerzo. Desde hoy empezamos a trabajar para que más imposibles sean posibles en Colombia. Si pudimos, podremos.
Que la paz sea posible. Tenemos que terminar, de una vez y para siempre, con seis décadas de violencia y conflicto armado. Se puede.
Cumpliremos el Acuerdo de Paz, seguiremos a rajatabla las recomendaciones del informe de la Comisión de la Verdad y trabajaremos de manera incansable para llevar paz y tranquilidad a cada rincón de Colombia. Este es el Gobierno de la vida, de la Paz, y así será recordado.
La paz es posible si desatamos en todas las regiones de Colombia el diálogo social, para encontrarnos en medio de las diferencias, para expresarnos y ser escuchados, para buscar a través de la razón, los caminos comunes de la convivencia. Es la sociedad toda la que debe dialogar sobre cómo no matarnos y sobre cómo progresar. En los diálogos regionales vinculantes convocamos a todas las personas desarmadas, para encontrar los caminos del territorio que permitan la convivencia. No importa los conflictos que allí allá, se trata precisamente de evidenciarlos a través de la palabra, de intentar sus soluciones a través de la razón. Es más democracia, más participación lo que propongo para terminar con la violencia.
Pero convocamos, también, a todos los armados a dejar las armas en las nebulosas del pasado. A aceptar beneficios jurídicos a cambio de la paz, a cambio de la no repetición definitiva de la violencia, a trabajar como dueños de una economía próspera pero legal que acabe con el atraso de las regiones.
Para que la paz sea posible en Colombia, necesitamos dialogar, dialogar mucho, entendernos, buscar los caminos comunes, producir cambios.
Claro que la paz es posible si se cambia, por ejemplo, la política contra las drogas, por ejemplo, vista como una guerra por una política de prevención fuerte del consumo en las sociedades desarrolladas.
Es hora de una nueva Convención Internacional que acepte que la guerra contra las drogas ha fracasado, que, ha dejado un millón de latinoamericanos asesinados, durante estos 40 años, y que deja 70.000 norteamericanos muertos por sobredosis cada año. Que la guerra contra las drogas fortaleció las mafias y debilitó los Estados.
Que la guerra contra las drogas ha llevado a los Estados a cometer crímenes y ha evaporado el horizonte de la democracia. ¿Vamos a esperar que otro millón de latinoamericanos caigan asesinados y que se eleven a 200.000 los muertos por sobredosis en Estados Unidos cada año? O más bien, cambiamos el fracaso por un éxito que permita que Colombia y Latinoamérica puedan vivir en paz.
Que la igualdad sea posible. El 10 % de la población colombiana tiene el 70 % de la riqueza. Es un despropósito y una amoralidad. No naturalicemos la desigualdad y la pobreza. No miremos para otro lado, no seamos cómplices. Con voluntad, políticas de redistribución y un programa de justicia vamos a hacer una Colombia más igualitaria y con más oportunidades para todos y todas.
La igualdad es posible si somos capaces de crear riqueza para todos y todas, y si somos capaces de distribuirla más justamente. Por eso proponemos una economía basada en la producción, el trabajo y el conocimiento. Y es por ello por lo que proponemos una reforma tributaria que genere justicia. El llevar una parte de la riqueza de las personas que más tienen y más ganan, para abrirle las puertas de la educación a toda la niñez y la juventud., no debe ser mirado como un castigo o un sacrificio. Es simplemente el pago solidario que alguien afortunado hace a una sociedad que le permite y le garantiza la fortuna. Si somos capaces de llevar una parte de la riqueza que se crea, a los niños y niñas desnutridas a través de algo tan simple como pagar los impuestos de ley, seremos más justos y estaremos más en paz. No es un asunto solo de caridad, es un asunto de solidaridad humana. La solidaridad es lo que ha permitido que los pueblos sobrevivan y logren las máximas conquistas de la cultura y de la civilización.
No hemos avanzado como humanidad compitiendo, lo hemos hecho ayudándonos. Por eso estamos vivos en este planeta. Seremos iguales cuando el que más tiene al pagar sus impuestos lo haga con gusto, con orgullo, sabedor que ayudará a su prójimo niño, niña, bebé, joven, mujer, a crecer sano, a pensar, a vivir con la plenitud que da la nutrición y la educación del cerebro y del alma.
La solidaridad está en el impuesto que paga el que puede pagarlo y en el gasto del estado que va a quienes lo necesitan por su infancia, por su juventud, por su vejez.
Por eso hemos planteado una reforma tributaria, una reforma de la salud y de las pensiones, una reforma del contrato laboral, una reforma de la educación. Por eso hemos priorizado en el presupuesto la infraestructura de la educación, de la salud, del agua potable, de los distritos de riego y de los caminos vecinales.
Los impuestos no serán confiscatorios, simplemente serán justos, en un país que debe reconocer como aberración la enorme desigualdad social en la que vivimos, en un Estado que debe proteger la transparencia del gasto, y en una sociedad que se merece vivir en paz.
Ser una sociedad del conocimiento, es decir una sociedad donde todos sus integrantes tengan el máximo de escolaridad y cultura, no es una utopía. Pueblos más pobres que nosotros hace décadas son ahora sociedades del conocimiento solo porque invirtieron durante décadas y con prioridad en la educación pública.
Llego el momento de devolverle la deuda a nuestra educación pública para que alcance a todos y todas y sea de calidad.
Llego el momento de ser conscientes que el hambre avanza. Que avanza por todo el mundo porque se derrumbó una idea de seguridad alimentaria basada exclusivamente en el comercio internacional. El comercio internacional en sí mismo no es ni positivo ni negativo, pero si no se maneja con inteligencia y se planifica puede destruir economías y vidas. El mundo hoy aprende la importancia de la soberanía alimentaria. La soberanía alimentaria es la garantía que toda sociedad debe tener para consumir sus nutrientes indispensables. Colombia es un país que debe y puede gozar de soberanía alimentaria para lograr el hambre cero. Una misión del
Estado con todo el sector privado que quiera unirse debe garantizar la plena alimentación sana de toda la sociedad colombiana y lograr excedentes de exportación. En la tierra en donde el ser humano descubrió el maíz debemos producir de nuevo maíz. El Estado tendrá que brindar riegos, créditos, técnicas, semillas mejoradas, protección, el campesinado y la empresa privada puede brindar el trabajo y el empeño cotidiano para lograr que nuestros campos vuelvan a producir los alimentos que necesita nuestro pueblo.
Volveremos a construir distritos de riego con el Ejército y casas campesinas y caminos vecinales con los soldados de la Patria.
Ejército, sociedad y producción pueden unirse en una nueva ética social indestructible. Los helicópteros y los aviones, las fragatas, no solo sirven para bombardear o disparar, también sirven para crear la primera infraestructura de la salud preventiva del pueblo colombiano.
Solo si producimos seremos ricos y prósperos como sociedad. La riqueza está en el trabajo y el trabajo es cada vez más, de la inteligencia.
Por eso, a partir de hoy, todos los bienes en extinción de dominio de la SAE pasarán a ser la base de una nueva economía productiva administrada por las organizaciones campesinas, por las cooperativas urbanas de jóvenes productivos, y por las asociaciones populares femeninas.
Que la igualdad de género sea posible. No podemos seguir permitiendo que las mujeres tengan menos oportunidades laborales y que ganen menos que los hombres, que tengan que dedicar el triple o cuádruple de horas a las tareas de cuidado, que estén menos representadas en nuestras instituciones. Ya es hora de combatir todas esas desigualdades y equilibrar la balanza.
Que el futuro verde sea posible. El cambio climático es una realidad.
Y es urgente. No lo dicen las izquierdas ni las derechas, lo dice la ciencia. Tenemos y podemos encontrar un modelo que sea sostenible económica, social y ambientalmente.
Solo habrá un futuro si equilibramos nuestras vidas y la economía de todo el mundo con la naturaleza. La ciencia ha anunciado la extinción posible de la especie humana en apenas uno o dos siglos por los efectos en la salud que traería la crisis climática. El virus del Covid le mostró a toda la humanidad la alerta viva y real de esta posibilidad.
La ciencia no parece equivocarse. Por eso desde esta Colombia le pedimos al mundo acción y no hipocresía.
Nosotros estamos dispuestos a transitar a una economía sin carbón y sin petróleo, pero poco ayudamos a la humanidad con ello. No somos nosotros los que emitimos los gases efecto invernadero. Son los ricos del mundo quienes lo hacen, acercando al ser humano a su extinción, pero nosotros si tenemos la mayor esponja de absorción de estos gases después de los océanos: La selva amazónica.
Uno de los pilares del equilibrio climático y de la vida en el planeta es la selva amazónica. ¿Vamos a dejar que se destruya esa selva para llegar al punto de no retorno en la extinción de la humanidad? O, ¿amos a salvarla con la humanidad misma que quiere seguir viviendo en esta tierra?
¿Dónde está el fondo mundial para salvar la selva Amazónica? Los discursos no la salvarán. Podemos convertir a toda la población que hoy habita la amazonia colombiana en una población cuidadora de la selva, pero necesitamos los fondos del mundo para hacerlo. Si es tan difícil conseguir esos dineros que las tasas carbón y los fondos del clima pactados deberían otorgar para salvar algo tan esencial, entonces, le propongo a la humanidad cambiar deuda externa por gastos internos para salvar y recuperar nuestras selvas, bosques y humedales. Disminuyan la deuda externa y gastaremos el excedente en salvar la vida humana.
Si el FMI ayuda a cambiar deuda por acción concreta contra la crisis climática, tendremos una nueva economía próspera y una nueva vida para la humanidad.
Se acabaron los «no se puede» y los «siempre fue así». Hoy empieza la Colombia de lo posible. Hoy empieza nuestra segunda oportunidad.
Desde hoy, soy el presidente de toda Colombia y de todos los colombianos y colombianas. Es mi deber y mi deseo.
Colombia no es solo Bogotá. El Gobierno del Cambio será descentralizado. Les prometo que vamos a estar y trabajar en todo el país, desde Leticia hasta Punta Gallinas, desde Cabo Manglares hasta Isla San José. Duele mucho la ausencia del Estado en muchos puntos del país. Ya no más. Voy a trabajar para que el lugar de nacimiento no condicione tu futuro y para que el Estado diga presente en cada rincón de Colombia.
Agradezco la presencia de presidentes, presidentas y otros representantes de los pueblos hermanos de Latinoamérica y del mundo. En tiempos en los que vemos a naciones hermanas bombardeándose, aquí, en el corazón de Colombia, en el corazón de Latinoamérica, hay una decena de presidentes y presidentas de la región, con diversidad ideológica y diferentes trayectorias, pero todos unidos y unidas compartiendo esta verdadera fiesta de la democracia.
Ya es hora de dejar atrás los bloques, los grupos y las diferencias ideológicas para trabajar juntos. Entendamos de una vez y para siempre que es mucho más lo que nos une que lo que nos separa. Y que juntos somos más fuertes. Hagamos realidad esa unidad con la que soñaron nuestros héroes, como Bolívar, San Martín, Artigas, Sucre y O’Higgins. No es una utopía ni es romanticismo. Es el camino para hacernos fuertes en este mundo complejo.
Hoy necesitamos estar más juntos y unidos que nunca. Como dijo alguna vez Simón Bolívar: «La unión debe salvarnos, como nos destruirá la división si llega a introducirse entre nosotros». Pero la unidad latinoamericana no puede ser una retórica, un mero discurso.
Acabamos de vivir quizás lo peor de la pandemia del covid, y América Latina no fue capaz de juntarse, de coordinarse, para comprar las vacunas más baratas, prácticamente fue usada sin capacidad de negociación, dispersa en sus gobiernos. ¿Vamos a tener una Latinoamérica sin capacidad de investigación científica? ¿Una Latinoamérica sin capacidad de coordinar sus servicios de salud, sin capacidad de coordinar las compras de medicamentos de manera unificada?
Latinoamérica se junta en algunas instituciones, pero no en proyectos concretos. ¿Hemos acaso logrado la conexión de todas nuestras redes de energía eléctrica? ¿Hay una red de energía eléctrica que cubra a toda América? ¿Hemos logrado que las fuentes de nuestras energías sean limpias? ¿No es acaso hora de impulsar las petroleras públicas y nuestras empresas de transmisión eléctrica a construir el instrumento empresarial y financiero latinoamericano que avoque las inversiones en la generación de las energías limpias y en la transmisión de esa energía a escala continental?
Colombia hará su énfasis internacional en alcanzar los acuerdos más ambiciosos posibles para frenar el cambio climático y defender la Paz mundial. No estamos con la guerra. Estamos con la Vida.
Buscaremos mayores alianzas con África de donde provenimos, buscaremos una alianza de pueblos afros en américa, buscaremos que San Andrés sea un centro de salud, cultural y educativo del Caribe antillano; de allí saldrán todos los embajadores y embajadoras de Colombia para las Antillas.
Buscaremos una alianza con el mundo árabe en el camino de transitar hacia las nuevas economías descarbonizadas. Buscaremos juntar nuestra Buenaventura y nuestro Tumaco con el este asiático rico y productivo.
Nuestro himno, que es uno de los más lindos del mundo, dice «sentir o padecer». Colombia acumula siglos de padecimiento. Una madre que no puede darle de comer a su hijo, la padece. Un joven que emigra porque no encuentra oportunidades, la padece. Una abuela o un abuelo que no tiene una pensión digna, la padece. La Colombia que soñamos, la Colombia que queremos, la Colombia que nos merecemos es la Colombia que queremos sentir. La Colombia que vibra, que se esfuerza, que añora y trabaja para alcanzar la paz. Que quiere una tierra próspera, con igualdad de posibilidades indistintamente del lugar donde nació, independientemente de cómo se apellidan sus padres o de cuál sea su color de piel. Esa es la
Colombia que queremos sentir y por la que trabajaremos hasta el último día de nuestro mandato.
En este primer discurso como presidente de Colombia, frente al poder legislativo, y frente a mi pueblo, quiero compartir mi decálogo de gobierno y mis compromisos.
Trabajaré para conseguir la paz verdadera y definitiva. Como nadie, como nunca. Vamos a cumplir el Acuerdo de Paz y a seguir las recomendaciones del informe de la Comisión de la Verdad. El «Gobierno de la Vida» es el «Gobierno de la Paz».
La paz es el sentido de mi vida, es la esperanza de Colombia.
No podemos fallarle a la sociedad colombiana. Los muertos se lo merecen. Los vivos lo necesitan. La vida debe ser la base de la paz. Una vida justa y segura. Una vida para vivir sabroso, para vivir feliz, para que la dicha y el progreso sean nuestra identidad.
Cuidaré de nuestros abuelos y abuelas, de nuestros niños y niñas, de las personas con discapacidad, de las personas a las que la historia o la sociedad ha marginado. Haremos una «política de cuidados» para que NADIE se quede atrás. Somos una sociedad solidaria, que se preocupa y ocupa del prójimo.
Que su Gobierno también lo sea. Haremos una política sensible al sufrimiento y dolor ajeno, con herramientas y soluciones para crear igualdad.
Gobernaré con y para las mujeres de Colombia. Hoy, aquí, empieza un gobierno paritario y con un Ministerio de Igualdad.
¡Al fin! Con nuestra vicepresidenta y ministra Francia Márquez vamos a trabajar para que el género no determine cuánto ganas ni cómo vives. Queremos igualdad real y seguridad para las colombianas puedan caminar tranquilas y no temer por sus vidas.
Dialogaré con todos y todas, sin excepciones ni exclusiones.
Este será un gobierno de puertas abiertas para todo aquel que quiera dialogar sobre los problemas de Colombia. Se llame como se llame, venga de donde venga. Lo importante no es de dónde venimos, si no a dónde vamos. Nos une la voluntad de futuro, no el peso del pasado. Vamos a construir un Gran Acuerdo Nacional para fijar la hoja de ruta de la Colombia de los próximos años. El diálogo será mi método, los acuerdos mi objetivo.
Escucharé a los colombianas y colombianos como he venido haciendo en todos estos años. NO se gobierna a distancia, del pueblo y desconectado de sus realidades. Todo lo contrario: se gobierna escuchando. Vamos a diseñar mecanismos y dinámicas para que todo colombiano se sienta escuchado en este Gobierno. No quedaré atrapado entre las cortinas de la burocracia. Estaré cerca de los problemas.
Caminaré al lado y junto a los colombianos de todos los rincones. Solo quien está cerca puede entender y ponerse en el lugar del otro.
Defenderé a los colombianos y colombianas de las violencias y trabajaré para que las familias se sientan seguras y tranquilas. Lo haremos con una estrategia integral de seguridad. Colombia necesita una estrategia que vaya desde los programas de prevención hasta la persecución de las estructuras criminales y la modernización de las fuerzas de seguridad. Las vidas salvadas será nuestro principal indicador de éxito. El crimen se combate de muchas maneras. Todas imprescindibles. Quiero defender a las familias colombianas de la inseguridad diaria y cotidiana: sea de la violencia machista o de cualquier otra violencia.
Lucharé contra la corrupción con mano firme y sin miramientos. Un Gobierno de «cero tolerancia». Vamos a recuperar lo que se robaron, vigilar para que no se vuelva a hacer y transformar el sistema para desincentivar este tipo de prácticas. Ni familia, ni amigos, ni compañeros, ni colaboradores… nadie queda excluido del peso de la Ley, del compromiso contra la corrupción y de mi determinación para luchar contra ella.
Protegeré nuestro suelo y subsuelo, nuestros mares y ríos.
Nuestro aire y cielo. Nuestros paisajes nos definen y nos llenan de orgullo. Y, por eso, no voy a permitir que la avaricia de unos pocos ponga en riesgo nuestra biodiversidad. Vamos a enfrentar la deforestación descontrolada de nuestros bosques e impulsar el desarrollo de energías renovables. Colombia será potencia mundial de la vida. El Plantea Tierra es la «casa común» de los seres humanos. Y Colombia, desde su enorme riqueza natural, va a liderar esta lucha por la vida planetaria.
Desarrollaré la industria nacional, la economía popular y el campo colombiano. Sin distinciones ni preferencias. Vamos a acompañar y apoyar a todo aquel se esfuerza por Colombia: el campesino/a que se levanta al alba, el artesano/a que mantiene viva nuestra cultura, el empresario/a que crea trabajo. Necesitamos de todos y todas para crecer y redistribuir riqueza. La ciencia, la cultura y el conocimiento es el combustible del siglo XXI. Vamos a desarrollar la sociedad del conocimiento y la tecnología.
Cumpliré haré cumplir nuestra Constitución. La que dice en su artículo 1: “Colombia es un Estado social de derecho, organizado en forma de República unitaria, descentralizada, con autonomía de sus entidades territoriales, democrática, participativa y pluralista, fundada en el respeto de la dignidad humana, en el trabajo y la solidaridad de las personas que la integran y en la prevalencia del interés general”.
Desarrollaremos, también, una nueva cobertura legal para hacer sostenible, justo e igualitario nuestro desarrollo. La ley como dice Paolo Flores d’Arcais, es el poder de los que no tienen poder. Necesitamos mejores leyes, nuevas leyes al servicio de las grandes mayorías y garantizar su cumplimiento.
Confío mucho en que los debates en nuestras asambleas legislativas sean fructíferos y ofrezcan resultados para la sociedad colombiana. Hay mucha tarea y confío plenamente en nuestros representantes.
Y finalmente, uniré a Colombia. Uniremos, entre todos y todas, a nuestra querida Colombia. Tenemos que decirle basta a la división que nos enfrenta como pueblo. Yo no quiero dos países, como no quiero dos sociedades. Quiero una Colombia fuerte, justa y unida.
Los retos y desafíos que tenemos como nación exigen una etapa de unidad y consensos básicos. Es nuestra responsabilidad.
Termino aquí con lo que me dijo una niña arhuaca en la ceremonia de posesión ancestral que hicimos el viernes en la Sierra Nevada «Para armonizar la vida, para unificar los pueblos, para sanar la humanidad, sintiendo el dolor de mi pueblo, de mi gente aquí, este mensaje de luz y verdad, esparza por tus venas, por tu corazón y se conviertan en actos de perdón y reconciliación mundial, pero primero, en nuestros corazón y mi corazón, gracias».
Esta segunda oportunidad es para ella, y para todos los niños y niñas de Colombia.
viernes, 26 de agosto de 2022
_- Max Born, el físico cuántico que alertó al mundo sobre “la causa de todos los males”
_- Max Born 1882-1970
"Cuando era una adolescente, mi mamá me decía: 'Tienes que ir a conocer a tu abuelo porque se está volviendo anciano' y yo contestaba: 'Estoy ocupada', y me arrepiento de eso", añadió la estrella británico-australiana que protagonizó "Grease" y que acaba de fallecer a los 73 años.
Ese abuelo que no conoció era el físico y matemático Max Born, uno de los científicos más importantes del siglo XX.
Si no logras precisar qué hizo, es quizás porque, a pesar de sus muchos logros, gran parte del trabajo de Born fue muy complejo.
Pero si su nombre en todo caso te suena familiar, tal vez sea porque está muy presente en la física, y además porque fue un gran amigo de Albert Einstein.
De esa amistad nos quedó como legado una fascinante colección de cartas que abarcan cuatro décadas y dos guerras mundiales.
"Mi madre (Irene) las tradujo (del alemán al inglés)", resaltó la cantante y actriz.
La cantante y actriz Olivia Newton-John era una de las nietas de Born, así como la música y académica Georgina Born y el actor Max Born (Fellini "Satiricón").
En su extensa correspondencia, discutieron desde la teoría cuántica y el papel de los científicos en un mundo tumultuoso hasta sus familias y la música que interpretarían juntos cuando se encontraran.
De hecho, fue en una de esas cartas -fechada 4 de diciembre de 1926- en las que Einstein escribió una de las frases más famosas de la historia de la ciencia:
"La mecánica cuántica es ciertamente imponente. Pero una voz interior me dice que aún no es real. La teoría dice mucho, pero en realidad no nos acerca al secreto del 'viejo'. Yo, en todo caso, estoy convencido de que dios no está jugando a los dados".
Einstein se rehusaba a aceptar la visión probabilística que favorecía esa teoría que describe cómo se comporta la materia que forma el pequeño universo de las partículas atómicas y subatómicas.
La incertidumbre que postulaba esa rama de la física -pensaba- en realidad revelaba la incapacidad de encontrar las variables con las que construir una teoría completa.
Su amigo Born, no obstante, era uno de los impulsores clave de la probabilística.
Para él, dios sí jugaba a los dados.
Los 29 asistentes a la famosa conferencia sobre electrones y fotones de los Institutos Internacionales Solvay de Física y Química de Bruselas en 1927. 17 eran actuales o futuros ganadores del Premio Nobel, entre ellos, Marie Curie, Albert Einstein y Max Born,. FUENTE DE LA IMAGEN,SCIENCE PHOTO LIBRARY
Convencido, siguió explorando el mundo infinitamente pequeño que esa revolucionaria y recién nacida ciencia buscaba comprender.
Así, sentó muchas de las bases de la física nuclear moderna.
A pesar de ello, e injustamente, subrayan los expertos, quedó opacado por luminarias como Werner Heisenberg, Paul Dirac, Erwin Schrodinger, Wolfgang Pauli y Niels Bohr.
Tanto así que la Fundación Nobel tardó en otorgarle el premio hasta 1954, 28 años después de que completó el trabajo por el que se lo concedieron.
Hay incluso quienes reclaman que aunque la razón por la finalmente lo reconocieron fue justa -una nueva forma de describir los fenómenos atómicos-, eso no era suficiente, pues consideran que Born debía compartir el título de padre de la mecánica cuántica con Niels Bohr.
Un puente
La vida de Born lo tornó en un puente entre tres siglos.
Nació en el seno de una familia judía en Breslau, reino de Prusia en ese entonces y hoy Breslavia en Polonia, en 1882, así que se formó en las tradiciones clásicas de la ciencia del siglo XIX.
A pesar de que, como tantos otros científicos judíos, tuvo que huir de los nazis, lo que lo privó de su doctorado y hasta su ciudadanía, en su hogar de adopción, Reino Unido, contribuyó al desarrollo de la ciencia del siglo XX.
Pero lo que preocupaba su mente eran las consecuencias de la ciencia moderna para el siglo XXI.
Born conversando con el rey Gustav Adolf VI., de Suecia en la ceremonia del Premio Nobel 1954.
Pensaba que ningún científico podía permanecer moralmente neutral frente a las consecuencias de su trabajo, sin importar cuán marfilada fuera su torre, por lo que le horrorizaban la gran cantidad de aplicaciones militares de la ciencia que había ayudado a desarrollar.
"La ciencia en nuestra época", escribió, "tiene funciones sociales, económicas y políticas, y por muy alejado que esté el propio trabajo de la aplicación técnica, es un eslabón en la cadena de acciones y decisiones que determinan el destino de la raza humana".
Ese destino, dijo, se encamina hacia una pesadilla porque "el intelecto distingue entre lo posible y lo imposible; la razón distingue entre lo sensato y lo insensato. Hasta lo posible puede carecer de sentido".
Que el científico que postuló que sólo se podía determinar la probabilidad de la posición de un electrón en el átomo en momento dado -arrojando las leyes de Newton por la borda y abriendo la puerta a la física atómica- se preocupara por esas cuestiones, no era extraño.
Born había seguido durante toda su vida un consejo que le dio su padre cuando joven: nunca te especialices.
Así que jamás dejó de estudiar música, arte, filosofía y literatura.
Todo eso alimentaba su pensamiento ético.
Así, sentó muchas de las bases de la física nuclear moderna.
A pesar de ello, e injustamente, subrayan los expertos, quedó opacado por luminarias como Werner Heisenberg, Paul Dirac, Erwin Schrodinger, Wolfgang Pauli y Niels Bohr.
Tanto así que la Fundación Nobel tardó en otorgarle el premio hasta 1954, 28 años después de que completó el trabajo por el que se lo concedieron.
Hay incluso quienes reclaman que aunque la razón por la finalmente lo reconocieron fue justa -una nueva forma de describir los fenómenos atómicos-, eso no era suficiente, pues consideran que Born debía compartir el título de padre de la mecánica cuántica con Niels Bohr.
Un puente
La vida de Born lo tornó en un puente entre tres siglos.
Nació en el seno de una familia judía en Breslau, reino de Prusia en ese entonces y hoy Breslavia en Polonia, en 1882, así que se formó en las tradiciones clásicas de la ciencia del siglo XIX.
A pesar de que, como tantos otros científicos judíos, tuvo que huir de los nazis, lo que lo privó de su doctorado y hasta su ciudadanía, en su hogar de adopción, Reino Unido, contribuyó al desarrollo de la ciencia del siglo XX.
Pero lo que preocupaba su mente eran las consecuencias de la ciencia moderna para el siglo XXI.
Born conversando con el rey Gustav Adolf VI., de Suecia en la ceremonia del Premio Nobel 1954.
Pensaba que ningún científico podía permanecer moralmente neutral frente a las consecuencias de su trabajo, sin importar cuán marfilada fuera su torre, por lo que le horrorizaban la gran cantidad de aplicaciones militares de la ciencia que había ayudado a desarrollar.
"La ciencia en nuestra época", escribió, "tiene funciones sociales, económicas y políticas, y por muy alejado que esté el propio trabajo de la aplicación técnica, es un eslabón en la cadena de acciones y decisiones que determinan el destino de la raza humana".
Ese destino, dijo, se encamina hacia una pesadilla porque "el intelecto distingue entre lo posible y lo imposible; la razón distingue entre lo sensato y lo insensato. Hasta lo posible puede carecer de sentido".
Que el científico que postuló que sólo se podía determinar la probabilidad de la posición de un electrón en el átomo en momento dado -arrojando las leyes de Newton por la borda y abriendo la puerta a la física atómica- se preocupara por esas cuestiones, no era extraño.
Born había seguido durante toda su vida un consejo que le dio su padre cuando joven: nunca te especialices.
Así que jamás dejó de estudiar música, arte, filosofía y literatura.
Todo eso alimentaba su pensamiento ético.
Born con su esposa Hedwig
FUENTE DE LA IMAGEN,GETTY IMAGES
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Hedwig, quien también se escribía con Einstein.
En uno de sus ensayos finales, escribió sobre lo que consideraba la única esperanza para la supervivencia de la humanidad. "Nuestra esperanza", dijo, "se basa en la unión de dos poderes espirituales: la conciencia moral de la inaceptabilidad de una guerra degenerada en el asesinato en masa de los indefensos y el conocimiento racional de la incompatibilidad de la guerra tecnológica con la supervivencia de los raza humana. "Si el hombre quería sobrevivir, debía renunciar a la agresión.
La incertitud necesaria
En 1944 Einstein le escribió en otra carta a Born:
"Nos hemos convertido en antípodas en relación a nuestras expectativas científicas. Tú crees en un Dios que juega a los dados, y yo, en la ley y el orden absolutos en un mundo que existe objetivamente, y el cual, de forma insensatamente especulativa, estoy tratando de comprender […].
"Ni siquiera el gran éxito inicial de la teoría cuántica me hace creer en un juego de dados fundamental, aunque soy consciente de que nuestros jóvenes colegas interpretan esto como un síntoma de vejez.
"Sin duda llegará el día en que veremos de quién fue la actitud instintiva correcta".
Pocos meses antes de que Einstein muriera, Born escribió: "Nos entendemos en asuntos personales. Nuestra diferencia de opinión sobre la mecánica cuántica es muy insignificante en comparación".
Además de dejar su huella en varios campos de la física, desde la relatividad hasta la física química, la óptica y la elasticidad, Born fue maestro de 9 físicos ganadores del Nobel, durante la "edad de oro de la física".
Al final, parece que Einstein fue el equivocado.
Ese juego de dados que conlleva una incertidumbre constante sigue pareciendo necesaria para comprender el mundo infinitamente pequeño.
Y, para Born, la incertidumbre era también clave para la vida en el mundo infinitamente más grande que el que exploró.
"Creo que ideas como certeza absoluta, exactitud absoluta, verdad final, etc. son productos de la imaginación que no deberían ser admisibles en ningún campo de la ciencia", declaró.
"Por otro lado, cualquier afirmación de probabilidad es correcta o incorrecta desde el punto de vista de la teoría en la que se basa.
"Este relajamiento del pensamiento me parece la mayor bendición que nos ha dado la ciencia moderna.
"Porque la creencia de que sólo hay una verdad, y que uno mismo está en posesión de la misma, es la raíz de todos los males del mundo".
En uno de sus ensayos finales, escribió sobre lo que consideraba la única esperanza para la supervivencia de la humanidad. "Nuestra esperanza", dijo, "se basa en la unión de dos poderes espirituales: la conciencia moral de la inaceptabilidad de una guerra degenerada en el asesinato en masa de los indefensos y el conocimiento racional de la incompatibilidad de la guerra tecnológica con la supervivencia de los raza humana. "Si el hombre quería sobrevivir, debía renunciar a la agresión.
La incertitud necesaria
En 1944 Einstein le escribió en otra carta a Born:
"Nos hemos convertido en antípodas en relación a nuestras expectativas científicas. Tú crees en un Dios que juega a los dados, y yo, en la ley y el orden absolutos en un mundo que existe objetivamente, y el cual, de forma insensatamente especulativa, estoy tratando de comprender […].
"Ni siquiera el gran éxito inicial de la teoría cuántica me hace creer en un juego de dados fundamental, aunque soy consciente de que nuestros jóvenes colegas interpretan esto como un síntoma de vejez.
"Sin duda llegará el día en que veremos de quién fue la actitud instintiva correcta".
Pocos meses antes de que Einstein muriera, Born escribió: "Nos entendemos en asuntos personales. Nuestra diferencia de opinión sobre la mecánica cuántica es muy insignificante en comparación".
Además de dejar su huella en varios campos de la física, desde la relatividad hasta la física química, la óptica y la elasticidad, Born fue maestro de 9 físicos ganadores del Nobel, durante la "edad de oro de la física".
Al final, parece que Einstein fue el equivocado.
Ese juego de dados que conlleva una incertidumbre constante sigue pareciendo necesaria para comprender el mundo infinitamente pequeño.
Y, para Born, la incertidumbre era también clave para la vida en el mundo infinitamente más grande que el que exploró.
"Creo que ideas como certeza absoluta, exactitud absoluta, verdad final, etc. son productos de la imaginación que no deberían ser admisibles en ningún campo de la ciencia", declaró.
"Por otro lado, cualquier afirmación de probabilidad es correcta o incorrecta desde el punto de vista de la teoría en la que se basa.
"Este relajamiento del pensamiento me parece la mayor bendición que nos ha dado la ciencia moderna.
"Porque la creencia de que sólo hay una verdad, y que uno mismo está en posesión de la misma, es la raíz de todos los males del mundo".
jueves, 25 de agosto de 2022
"Tiempo de magos": la década que obligó a preguntarse qué es ser humano (y las respuestas de 4 genios de la filosofía)
El libro
Es cierto que no se debe juzgar un libro por su portada, pero en ocasiones hay títulos que te cautivan por alguna de varias razones.
En este caso, fue la intriga.
"Tiempo de magos" define inmediatamente en su subtítulo cuál es el período al que se refiere.
1919 - 1929, un fascinante paréntesis en la historia que empieza con muchos finales y termina con muchos principios.
Pero, ¿Cuál fue su magia?
1919
El más obvio de esos finales es el de una guerra que, a pesar de no ser de lejos la primera que había vivido Europa, provocó un horror singular que marcó un antes y un después.
La Primera Guerra Mundial fue uno de los conflictos más grandes y mortíferos de la historia.
"La llaman 'la Gran Guerra' con razón", señala, en conversación con BBC Mundo, el autor de la obra, el filósofo Wolfram Eilenberger.
"Fue la primera guerra completamente industrializada", apunta Eilenberger, al reflexionar sobre el enfrentamiento que finalizó el 11 de noviembre de 1918 tras cobrar la vida de unos 9 millones de combatientes y 7 millones de civiles, uno de los conflictos más mortíferos de la historia.
"Fue anónima. La idea de lo que significaba el heroísmo fue totalmente destruida por la manera en la que se tuvo que pelear y la forma de matar".
La gran pérdida
Para el derrotado mundo germanohablante, el cual habitaban los cuatro protagonistas de "Tiempo de magos", fue una catástrofe en más de un sentido.
Los tiempos de crisis son momentos para la filosofía. ("El filósofo", obra de Lyubov Sergeyevna Popova 1889-1924)
"Llevó a una crisis política, a una crisis económica, pero más que todo, a una crisis cultural, que puede ser descrita como el colapso de la narrativa predominante, aquella de la Ilustración, que aspiraba a la civilización del ser humano por medio de la cultura, la ciencia y la tecnología.
"En la matanza masiva de la Primera Guerra Mundial, ese ideal perdió credibilidad... era totalmente inverosímil.
"Cuando la gente regresó, no sólo había perdido la guerra sino también su visión del mundo", subraya el filósofo.
La magia
Ese final del concepto que se tenía de la realidad fue el principio de una gran década para la filosofía, pues el desmoronamiento de fundamentos que se creían sólidos suele dejar un vacío que se empieza a llenar de interrogantes en busca de una nueva verdad.
"Hay momentos en la vida en los que nos vemos obligados a hacernos las preguntas básicas y fundamentales y 1919, históricamente hablando, fue uno de esos momentos. Había una gran crisis política y cultural, y ese es un momento para la filosofía".
Pero, ¿hay espacio en la profundidad de ese abismo para la magia que conjura Eilenberger?
¿Cuál es el truco mágico de la filosofía?
"En cierto sentido, la magia no debería tener nada que ver con la filosofía, pues trata de engañar a la gente con trucos y los filósofos deben hacer lo contrario.
"Pero hay un tipo de magia cotidiana en la filosofía pues los filósofos describen el mundo que conocemos -o creemos conocer- de formas nuevas, así que hacen magia con palabras.
"Los filósofos que son los héroes en mi libro tienen la capacidad de hacer que nuestro mundo vuelva a ser extraño de maneras muy productivas. Ese es el tipo de magia que me parece buena cuando se trata de filosofía y literatura".
Los magos
Un sinónimo de mago es taumaturgo, que viene del griego thaumatourgós y significa 'que hace maravillas' o 'cosas asombrosas'.
Los taumaturgos que actuaron en ese escenario de entreguerras fueron Ludwig Wittgenstein, Walter Benjamin, Ernst Cassirer y Martin Heidegger, y son dignos de ese título pues "una vez que lees a cualquiera de los cuatro verás el mundo de otra manera".
Los magos. De izquierda a derecha: Martin Heidegger, Ernst Cassirer, Ludwig Wittgenstein y Walter Benjamin.
FUENTE DE LA IMAGEN,GETTY IMAGES
Los magos. De izquierda a derecha: Martin Heidegger, Ernst Cassirer, Ludwig Wittgenstein y Walter Benjamin.
"Ellos lo transforman, lo convierten en algo distinto y hasta asombroso", asegura el escritor.
Y en ese momento era urgente que lo hicieran pues el mundo mismo estaba cambiando de una manera desconcertante, aunque también fascinante, y no sólo por los estragos de la guerra en el alma y la mente de la gente.
Sigmund Freud había expuesto una nueva teoría sobre lo que es la mente humana y hasta qué punto nuestros propios nos son asequibles; Albert Einstein había revolucionado el tiempo y el espacio, y los había descrito de una nueva forma; Friedrich Nietzsche había contado una historia totalmente distinta sobre lo que significaba ser un ser humano moral.
"Todo eso sacudió el sistema y dejó en evidencia que las cosas no podían continuar como antes, que había que buscar y encontrar un nuevo marco de referencia.
"Estos cuatro pensadores asumieron el reto de enfrentarse a esa la pregunta más básica y fundamental que un ser humano puede hacerse: qué es el hombre" (traducción al siglo XXI, por si te hace ruido: "qué es el ser humano").
Era la misma pregunta que se había hecho el influyente filósofo Immanuel Kant más de un siglo atrás, y su respuesta se había convertido en ese fundamento cosmovisivo que en 1919 estaba tambaleando.
Immanuel Kant
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Para Kant, el hombre es un ser que se hace preguntas que en última instancia no puede responder.
"Es un interrogante que usualmente surge ante la sensación de que nada tiene sentido, y Wittgenstein, Benjamin, Heidegger y Cassirer tuvieron que hacer acopio de todo su valor para asomarse a ese abismo de sinsentido absoluto y ver que no había nada.
"Las respuestas que usualmente se le daban a esa pregunta se habían vuelto vanas, así que tuvieron que reinventar un sentido, y se convirtieron en los padres fundadores de la filosofía contemporánea", explica Eilenberger.
1929
Davos, esa "La montaña mágica" en los Alpes suizos que inspiró al escritor alemán Thomas Mann, fue, en 1929, la sede de un encuentro que pasaría a la historia entre Heidegger y Cassirer. El tema fue precisamente esa tremenda pregunta: "Qué es el hombre".
El final de esa década de crisis, creatividad y cuestionamiento estaba próximo y durante ella "se habían podido ver, oler, palpar las tensiones y los peligros que se materializarían en la década siguiente".
Sin embargo, afirma Eilenberger, no era necesario que eso sucediera.
No tenía que ser así.
"Es muy importante que sepamos que no existe la necesidad histórica (aquello que naturalmente se deriva de la conexión interna del fenómeno social y, por lo tanto, obligatoriamente tiene lugar). Se tomaron malas decisiones pero la historia podría haber sido completamente distinta.
"La belleza de los años 20 es que fue una época tan rica culturalmente que no se puede reducir a preludio de una catástrofe: tenía la posibilidad de haber sido el preludio de algo absolutamente maravilloso".
Pero ni los filósofos ni los pensamientos son suficientes para evitar catástrofes.
"No es una casualidad que tres de estos cuatro filósofos -Wittgenstein, Benjamin y Cassirer fueran judíos. Y Heidegger (asociado al nazismo), cuya filosofía era muy amplia y rica, aunque peligrosa, es una muestra de que se puede ser un pensador grande, siendo un ser humano pequeño".
Esa pregunta, años después
Al final, pasó lo que pasó.
La Segunda Guerra Mundial trajo sus propios horrores y volvió a sacudir nuestra comprensión de qué es ser humano.
"Mi cultura -la cultura alemana- nunca se recuperó de la pérdida que significó la expulsión y el exterminio de los judíos", declara Eilenberger.
Entre 1941 y 1945, en toda la Europa ocupada, la Alemania nazi y sus colaboradores asesinaron sistemáticamente a unos seis millones de judíos, alrededor de dos tercios de la población judía de Europa.
En 1945, el italiano Primo Levi, un sobreviviente del Holocausto, se preguntó "Si esto es un hombre".
El relato fue escrito en respuesta a lo que Levi describió como una necesidad que, entre las víctimas de los campos de concentración, asumió "el carácter de un impulso inmediato y violento": contarle a los demás lo que había ocurrido.
Su intención fue "proporcionar documentación para un estudio sereno de algunos aspectos del alma humana".
Para Eilenberger, eso es filosofía.
"La filosofía es y puede ser en muchos casos literatura y a veces encontramos más filosofía en obras literarias -como las de Primo Levi u, hoy en día, el estadounidense David Foster Wallace- que en tratados de filosofía".
https://www.bbc.com/mundo/noticias-49611347
La Segunda Guerra Mundial trajo sus propios horrores y volvió a sacudir nuestra comprensión de qué es ser humano.
"Mi cultura -la cultura alemana- nunca se recuperó de la pérdida que significó la expulsión y el exterminio de los judíos", declara Eilenberger.
Entre 1941 y 1945, en toda la Europa ocupada, la Alemania nazi y sus colaboradores asesinaron sistemáticamente a unos seis millones de judíos, alrededor de dos tercios de la población judía de Europa.
En 1945, el italiano Primo Levi, un sobreviviente del Holocausto, se preguntó "Si esto es un hombre".
El relato fue escrito en respuesta a lo que Levi describió como una necesidad que, entre las víctimas de los campos de concentración, asumió "el carácter de un impulso inmediato y violento": contarle a los demás lo que había ocurrido.
Su intención fue "proporcionar documentación para un estudio sereno de algunos aspectos del alma humana".
Para Eilenberger, eso es filosofía.
"La filosofía es y puede ser en muchos casos literatura y a veces encontramos más filosofía en obras literarias -como las de Primo Levi u, hoy en día, el estadounidense David Foster Wallace- que en tratados de filosofía".
https://www.bbc.com/mundo/noticias-49611347
miércoles, 24 de agosto de 2022
_- El asesinato de Jean Jaurès… y la guerra.
_- Juan Andrade 31/07/2022
CTXT
La memoria del político francés se fue modificando en función de coyunturas, relaciones de fuerza o pugnas por su apropiación, pero diseñó en general una trayectoria ascendente
París. Rue Montmartre. 31 de julio de 1914. 21:40 horas. Café du Croissant. En la calle, un individuo saca un revolver y dispara a través de la ventana a uno de los comensales que están cenando en el interior. El torso del hombre se desploma sobre la mesa, ante el pánico y el estupor de sus compañeros. Acaban de asesinar a Jean Jaurès, uno de los dirigentes más carismáticos del socialismo francés, opositor militante a la guerra.
Las últimas horas de vida de Jaurès fueron de vértigo. Todavía pensaba que la guerra podía evitarse. Le empujaba un impulso ético, desatado por la intuición de la catástrofe que se avecinaba. Le inspiraba una idea: que la reacción en cadena conducente al abismo podía frenarse si se cortaba alguno de sus eslabones. Le animaba la confianza en la acción política como palanca de cambio, golpe de timón al curso inercial de los acontecimientos. Jaurès personificaba una forma de entender el socialismo a la baja en el conjunto de la Segunda Internacional. Un socialismo republicano de fuerte contenido ético, basado en una concepción abierta de los procesos históricos, donde estos, pese a sus poderosos automatismos, eran susceptibles de reorientarse por medio de una acción política que conjugara cálculo e ideales. Pero en la Internacional venía predominando el mecanicismo que los dirigentes del Partido Socialdemócrata Alemán habían reciclado de Karl Kautsky para la gestión del día a día. Maximalismo retórico y moderación práctica. La acción política como adaptación inteligente a una realidad aplastante que al final resolvería sus contradicciones (por mor de semejante adaptación) a favor de la causa del socialismo. La (pseudo)ciencia realista como coartada de la resignación o el beneficio inmediato1.
París, 30 de Julio. Un día antes de ser asesinado, Jaurès consigue reunirse con René Viviani, presidente del Consejo de Ministros. Le ruega que contenga a las tropas apostadas en la frontera con Alemania. Una leve escaramuza sería el detonante de una guerra entre los dos gigantes. Jaurès confía en que prospere la propuesta de mediación lanzada in extremis, aunque de manera poco creíble, por Inglaterra. Y sigue confiando en la capacidad de los trabajadores y de sus organizaciones para disuadir o desobedecer a los gobiernos, a pesar de las declaraciones belicistas o los síntomas de resignación que viene observando en sus dirigentes. Son las últimas bazas que le quedan: la apelación al sentido de conservación de los gobernantes y al internacionalismo de los trabajadores. Contaba con otras dos que se revelaron inútiles. Confiaba en que los intereses económicos compartidos por las burguesías alemana, francesas y británicas –en forma de inversiones conjuntas– pudiera imponerse a la perspectiva de negocio que la guerra abría para otras facciones de esas mismas burguesías. Confiaba también en que los mandatarios europeos frenasen la escalada por temor a que la guerra desencadenase al cabo del tiempo una revolución. Por encima del entusiasmo militar de reyes y ministros, sobrevolaba el fantasma de la Comuna de París, que había irrumpido en los estertores de la guerra franco-prusiana unas décadas atrás. De haber vivido pocos años más, Jaurès, tan hostil al belicismo del Zar Nicolás II, hubiera comprobado cómo en el pecado de la guerra llevó al final la penitencia de la revolución.
A primera hora de la mañana del día 31 Lucien Lévy-Bruhl, amigo íntimo de Jaurès, le informa de la movilización de tropas en Austria, por lo que no hay tiempo que perder. Trata de reunirse otra vez con el gobierno, pero en esta ocasión es rápidamente despachado por un subsecretario del Ministerio de Exteriores, que le advierte del peligro que corre. Jaurès no le presta atención. Se dirige a toda prisa a la redacción del L’Humanité, el órgano de expresión que los socialistas franceses habían fundado en 1904. Hay que hacer un último llamamiento. Piensa que solo una demostración de fuerza obrera y popular puede impedir ya la tragedia. Llega a la redacción a última hora de la tarde, donde le esperan sus colaboradores; pero elaborar un número especial de esa trascendencia llevará toda la noche, por lo que deciden salir a cenar.
En todo ese tiempo un joven ha seguido a Jaurès en su frenético periplo por París. Su nombre es Raoul Villain. Apenas tiene 29 años, estudia arqueología y pertenece a Liga de Jóvenes Amigos de Alsacia-Lorena. Jaurès nunca llegó a verle. Villain le disparó esa noche por la espalda. Villain pertenecía a una generación de jóvenes ultranacionalistas de clase media que vivía la perspectiva de la guerra con entusiasmo e identificaba como traidor a la patria a quien trataba de impedirla. Villain proyecta una imagen paralela a la de Jaurès, pero a la inversa. Como Jaurès, era un apasionado de la historia de Francia; pero si aquel la explicaba a partir de sus luchas sociales, este tenía una visión romántica del pasado de una comunidad imaginada a engrandecer o redimir. Como Jaurès, amaba a Francia; pero si este la amaba en sus posibilidades de hermanamiento con las naciones vecinas, el patriotismo de Villain se expresaba en hostilidad a las potencias que la amenazaban. Como Jaurès, también era un hombre de acción; pero si para Jaurès la acción era un medio racionalmente regulable para la conquista de ideales; para Villain la acción era la encarnación misma del ideal, y la violencia, la apoteosis excitante de la acción.
Que el asesinato de Jaurès terminó siendo una política de Estado lo pone de manifiesto el hecho de que Villain saliese absuelto por un tribunal
Con el asesinato de Jaurès desapareció una traba para la guerra. Pero su asesinato puede verse en sí mismo como un acto de guerra. Los disparos de Villain expresan la incontinencia de un joven que quiere ir a la guerra, y que no solo se lanza a despejar los obstáculos que la demoran, sino que la practica ya en las calles de París. Con el asesinato de Jaurès no solo se despeja un obstáculo en el camino al frente, sino que Villain lleva el frente a la retaguardia para acabar con el enemigo interior, que en toda guerra –según su lógica dicotómica, extrema y paranoica– trabaja a sueldo del enemigo o sirve ingenuamente a sus intereses. El asesinato de Jaurès fue la anticipación –concentrada en una de sus figuras carismáticas– de la guerra que el Estado declaró a los partidarios de ponerla fin. Esa guerra interna se libró por medio de recorte de libertades, censura, represión de manifestantes, penas de prisión y ejecuciones, por medio de la declaración de un “estado de guerra”, que es también una declaración de fronteras adentro. Que el asesinato de Jaurès terminó siendo una política de Estado lo pone de manifiesto el hecho de que Villain –que no fue juzgado hasta después del armisticio, en 1919– saliese absuelto por un tribunal, y el hecho de que en el juicio se adujese que, de no haber sido asesinado, Francia no habría ganado nunca la guerra. Con ese juicio el Estado se exoneraba de la represión perpetrada contra los opositores a la guerra, y, exaltando la victoria, justificaba las vidas que había costado. La República se ensañó con la memoria de Jaurès hasta el punto de que su familia tuvo que hacerse cargo de las costas del juicio2.
¿Cómo reaccionó la izquierda ante el asesinato de Jean Jaurès? Lejos de funcionar como un revulsivo para que los dirigentes socialistas se opusieran a la guerra, a muchos intimidó y para otros supuso un alivio. El miedo empujó a los primeros a una suerte de fatalismo bélico. El eco de los disparos sobre Jaurès silenció la voz de una conciencia de décadas de pacifismo que seguía clamando sobre cualquier socialista seducido por los tambores de guerra. Cuatro días después del asesinato de Jaurès, los diputados de la SFIO votaban a favor de los créditos de Guerra. Ese mismo día la mayoría de los diputados del SPD hacía lo propio en el Reichstag.
Los dirigentes de los principales partidos de la Internacional Socialista respaldaron los créditos de guerra por un complejo conjunto de factores, que respondían a la presión ambiental, pero también a ideales propios y cálculos estratégicos. Con frecuencia, las razones se han remitido al clima de fervor nacionalista que se vivió aquel verano de 1914, una presión ambiental envolvente y penetrante, intimidatoria y seductora. El virus chauvinista los habría contagiado al cogerlos además con las defensas internacionalistas bajas. Abundan al respecto los testimonios de fervor nacionalista en los dirigentes socialdemócratas, a veces expresados en estado bruto, generalmente refinados con el argumento de la defensa de la patria ante un ataque exterior previo. “Nuestro deber es defender la independencia e integridad de nuestra pacífica y republicana Francia si esta es atacada”, afirmaba el 2 de agosto Louis Dubreuilh. Los argumentos defensivos evolucionaron rápido hacia la apuesta por las ofensivas disuasorias. Al cabo del tiempo, el principio de defensa nacional sirvió para justificar la responsabilidad que la propia nación hubiera podido tener en el desencadenamiento de la tragedia. “Incluso si el gobierno alemán hubiera sido el responsable de la catástrofe (…), estaríamos en la obligación de defender a nuestro país y de salvar todo aquello digno de ser salvado”, llegó a decir Wolfgang Heine, portavoz del ala conservadora del SPD3. La dignidad de lo salvable se refería a los sistemas políticos de los respectivos países, tanto más defendibles en contraste con los sistemas políticos de los países enemigos. Los laboristas británicos y los socialistas franceses apelaban al valor de sus respectivos sistemas parlamentarios frente al autoritarismo de las potencias centrales. El problema es que los socialdemócratas alemanes utilizaban idéntico argumento frente al despotismo y la autocracia zarista. “Nuestro pueblo y su futura libertad tienen mucho, si no todo, que perder de una victoria del despotismo ruso”, había señalado Hugo Haase, cuando después de votar por primera vez en contra de los créditos de guerra cedió a la disciplina de voto impuesta por el SPD4.
En un ejercicio de contorsión absoluto, la industria moderna se había especializado en la producción en serie de muerte, en la producción de nada
Los dirigentes socialistas que respaldaron la guerra lo hicieron también por miedo y en medio de dudas. Dudaban de que una oposición contundente tuviera respaldo en medio de aquel clima belicista que invadía a la gente corriente, pero sobre todo dudaban de que pudiera tener una réplica equivalente en los países vecinos. Los socialdemócratas alemanes temían que la convocatoria de una huelga general contra la guerra en Alemania no fuera acompañada de otra homóloga en Francia… y viceversa. A diferencia de la Primera Internacional, la Segunda era en la práctica una yuxtaposición de partidos nacionales sin apenas capacidad para coordinarlos ni instancias decisorias que los trascendiesen. Otra razón tuvo que ver con el temor a la represión del Estado, ya de por sí dura en tiempos de paz. Sobre los socialdemócratas alemanes pesaba el recuerdo del paternalismo autoritario de Bismarck, que en función de los estados sociales de ánimo regulaba el grifo de la represión, llegando a mantenerlos en la ilegalidad durante una década. Los dirigentes del SPD temían que, en caso de oponerse a la guerra, el Estado se volvería en contra de ellos con la brutalidad que en un “estado de guerra” permitiría el recorte de libertades y derechos fundamentales.
Si por un lado les empujó el miedo, por otro les animó la perspectiva de beneficio inmediato, una combinación explosiva. Los dirigentes socialdemócratas pensaron que la lealtad a sus gobiernos tendría recompensa: que, garantizando el orden público y la disciplina laboral, el Estado les pagaría con la ampliación de derechos y reformas sociales. Nadie movilizó este argumento con tanta contundencia como el dirigente del SPD Ludwig Frank: “En lugar de una huelga general estamos haciendo una guerra por el sufragio en Prusia”5. Los revolucionarios vieron en negativo la guerra como una oportunidad para azuzar la revolución. Los reformistas vieron la guerra en positivo como una oportunidad para ampliar las reformas. Lo dirigentes socialistas aprovecharon la guerra para levantar el veto que existían sobre ellos de cara a acceder al gobierno y ser reconocidos por fin como una verdadera e influyente fuerza nacional. Así fue como Jules Guesde (otrora marxista ortodoxo enfrentado al malogrado Jaurès) consiguió entrar junto a Marcel Sembat en el gobierno de la República de Francia el 28 de agosto de 1914. O como unos meses más tarde entraron en el gobierno de concentración británico varios miembros del Partido Laborista.
La revolución se alimentó de la guerra porque la guerra debilitó al poder y armó al pueblo
Cabe preguntarse si los dirigentes socialistas no atisbaron la catástrofe que se venía encima. Se ha planteado que, al igual que muchos gobernantes de la época, pensaban que se trataría de una guerra de resolución rápida y que no disponían de elementos de juicio para prever que enseguida se enquistaría en un equilibrio catastrófico. Se trata de un tópico que, como muchos tópicos, encierra una verdad que oculta otra mayor6. Desde hacía tiempo, había advertencias (y conciencia social) de la destrucción que provocaría la producción industrial y los avances tecnológicos aplicados al armamento, aunque es verdad que la producción y las innovaciones se aceleraron durante la contienda para alcanzar cotas destructivas muy superiores. Por otra parte, la dimensión de la catástrofe que podía deducirse sobrepasaba los esquemas asimilativos que suele proporcionar la experiencia vivencial o histórica. Pero para pensar por encima de la experiencia inmediata o recurrente (y obrar conforme a principios ético-políticos) se habían construido precisamente los partidos obreros. Los automatismos intelectuales, el realismo estrecho, el espíritu de época, al afán de normalización, el miedo a las represalias y el espejismo del beneficio inmediato invalidaron para tal fin a sus principales dirigentes.
Efectivamente, de 1914 a 1918 los centros industriales no pararon de producir en serie mercancías incendiarias y fungibles. Hasta los soldados, con sus uniformes y numeraciones, parecían producidos en serie. A través de la moderna red de carreteras y ferrocarriles armas y soldados llegaban a las trincheras, nuevas necrofronteras entre Estados, fosas abisales en las que se volatilizaron toneladas de metal y carne. En un ejercicio de contorsión absoluto, la industria moderna se había especializado en la producción en serie de muerte, en la producción de nada. Luego se propagó la carestía en la retaguardia, se intensificaron las jornadas de trabajo y en lugar de la recompensa del sufragio universal en Prusia se impuso la dictadura encubierta del Káiser Guillermo II y el General Ludendorff, a quien años después, en 1923, veremos en el putsch de la cervecería de Múnich de la mano de Adolf Hitler, entonces cabo entusiasta en el frente occidental. En la Gran Guerra se fue incubando el huevo de la serpiente nazi. La autoridad de los dirigentes socialdemócratas se erosionó a medida que los costes humanos y económicos de la guerra se incrementaron, y su presencia en las instituciones del Estado y en los organismos laborales, lejos de compensarlos o reducirlos, ni siquiera sirvió para redistribuirlos socialmente. La pérdida de autoridad tuvo una dimensión moral, pero arraigó en las profundas transformaciones materiales que trajo la guerra, que se llevó al frente a muchos trabajadores sindicados y promovió la entrada en masa en las grandes industrias de una generación de trabajadores jóvenes (sobre todo trabajadoras) más enérgica y no sujeta a las viejas disciplinas sindicales.
Para Trotski, Jaurès era la anticipación del hombre nuevo que surgiría tras la revolución, pero al mismo tiempo era un hombre del pasado que no servía para el presente
Con esta nueva generación entroncó la izquierda minoritaria que se había opuesto a la Guerra desde el principio, apelando a una tradición interrumpida. El movimiento obrero se había forjado en una larga experiencia antimilitarista, porque eran sobre todo obreros quienes ponía su cuerpo como carne de cañón en las guerras coloniales, quienes soportaban con su trabajo el coste de los ejércitos y quienes luego los sufrían cuando el gobierno los movilizaba como fuerzas de orden público contra las huelgas. El antimilitarismo se expresaba en la consigna “guerra a la guerra”, una fórmula que apelaba en términos metafóricos a la desobediencia civil y a la resistencia activa frente a los llamamientos a filas. Aquella consigna fue rescatada entre otras muchas por Rosa Luxemburgo en 19147. Por eso fue encarcelada durante la guerra y luego brutalmente asesinada en la postguerra por los Freikorps, que no solo pretendían acabar con la revolución, sino restaurar su masculinidad herida simulando sobre la población civil de su retaguardia la victoria que no habían obtenido en el frente. Los había traído de las trincheras al corazón de Berlín Gustav Noske, un líder del SPD fascinado desde joven con las cuestiones militares8.
En aquel tiempo extremo, la consigna “guerra a la guerra” pasó de su sentido metafórico a su sentido literal. La mutación la sistematizó Lenin en 1915 en su escrito el El socialismo y la Guerra. Se trataba de explotar el malestar social para convertir esa guerra imperialista entre Estados en una guerra civil entre clases, en una revolución9. La revolución sería la guerra que acabaría con las guerras para siempre. La perspectiva de la revolución se abrió entre el frío, el hambre y la indignación de Petrogrado, y entre los soldados rusos que vieron en ella una vía de supervivencia ante una muerte inminente, de ajusticiamiento de los responsables de la carnicería y una alternativa, en última instancia, a su repetición. La revolución se propagó en la desesperación de las trincheras, en el hermanamiento social de los cuarteles y en el desorden de la retirada. La revolución se alimentó de la guerra porque la guerra debilitó al poder y armó al pueblo. Y, sin perjuicio de su propia lógica y sus idearios de violencia, la revolución reprodujo también la brutalidad aprendida en los frentes.
Buena parte de la clase obrera, agotada por la guerra, no quería adherirse a una revolución que entrañara la vuelta a las armas
¿Cómo vio esta nueva generación de revolucionarios a Jean Jaurès? La mejor respuesta a esta pregunta está en el panegírico que Trotski le dedicó tres años después de su asesinato, un texto emocionado en el que marcaba distancias, si acaso no una ruptura, al menos temporal. Evocando las veces que coincidió con él, Trotski lo describía como una persona “de complexión poderosa, espíritu enérgico, temperamento genial, trabajador infatigable, orador de maravilloso verbo”. Consideraba a Jaurès el representante de lo mejor de una época, pero de una época extinta, un idealista capaz de grandes éxitos “si la idea se correspondía con el carácter de la época”, pero “el primero en las catástrofes” en caso contrario. Por eso había muerto, por no entender que ya no era el tiempo del pacifismo, sino el de la revolución, el de la “guerra a la guerra” en su sentido literal. Una frase ambigua aparecía en el escrito: “Los grandes hombres saben desaparecer a tiempo”. Iba seguida de otra aparentemente contradictoria que definía a Jaurès como “el prototipo del hombre superior que nacerá de los sufrimientos y las caídas, de las esperanzas y la lucha”. Para Trotski, Jaurès era la anticipación del hombre nuevo que surgiría tras la revolución, pero al mismo tiempo era un hombre del pasado que no servía para el presente de la revolución por encarnar los ideales del socialismo antes de tiempo. Las consecuencias que se coligen del razonamiento de Trotski son tremendas, anticipan el belicismo del futuro jefe del Ejército Rojo y una concepción nueva del tiempo histórico. La revolución necesitaba ser, en cierto sentido, una negación de la sociedad socialista que se pretendía construir y del hombre socialista que debía habitarla. Era el momento de la negación de la negación, una de las leyes de la dialéctica revolucionaria. En la revolución no se podía obrar con los valores que debían regir en la sociedad socialista, sino por medio de una negación instrumental que permitiera afirmarlos en el futuro. Jaurès era anacrónico por pionero, obsoleto por prematuro. El homo revolucionario debía ser en cierto sentido una negación del homosocialista, del hombre nuevo del socialismo. En su escrito Trotski se despedía temporalmente de Jaurès, cifrando en ese tiempo futuro por construir el momento de reconciliación con ese pasado anticipador que ahora había que dejar atrás.
El fascismo recreaba la guerra en la política, ofreciendo en sus desfiles y concentraciones paramilitares una experiencia simulada de rebeldía e intensidad vital
Pero ese futuro nunca llegó. El tiempo de enlace se prolongó sine die, la excepcionalidad autoritaria terminó cronificándose en el Estado soviético, la violencia pasajera se hizo hábito permanente en virtud de su propia intensidad en los años terribles de la guerra civil rusa, cuando las oleadas revolucionarias de los años 20, lejos de acudir en auxilio de los bolcheviques, fueron aplastadas en el resto de Europa. El malestar por la guerra creó condiciones de posibilidad para los levantamientos revolucionarios, pero también marcó sus límites. Buena parte de la clase obrera, agotada por la guerra, no quería adherirse a una revolución que entrañara la vuelta a las armas. Y la revolución, entendida como asalto armado al Estado, se reveló inútil incluso allí donde, sacudidos sus cimientos por la guerra, el Estado no era un gigante con pies de barro, sino un leviatán asentado en una densa sociedad civil. A pensar esa nueva encrucijada dedicó sus años en las cárceles del fascismo Antonio Gramsci. A partir de entonces, la revolución habría que entenderla como un proceso complejo de construcción de hegemonía, que conjugara la lenta elaboración de consensos en la sociedad civil y las instituciones con momentos de oportunidad en los que imponer saltos mayores. A lo primero lo llamó “guerra de posiciones” y a lo segundo “guerra de movimientos”, dos nociones recicladas del léxico de la Gran Guerra10. El nuevo ideario comunista revalorizaba la democracia en su sentido profundo y devolvía las nociones bélicas al terreno de la metáfora.
Las consecuencias de la Gran Guerra fueron apocalípticas. Se estima que murieron alrededor de diez millones de soldados y otros tantos quedaron heridos en cuerpo y alma. Cicatrices y mutilaciones dejaron marcas visibles. La crueldad y destrucción de la guerra moderna desbordaron las categorías cognitivas y éticas de muchos combatientes, colapsando su capacidad de asimilación anímica. Sobre las sociedades agotadas de Europa se propagó una de las epidemias más mortales de la historia, la mal llamada gripe española, que la guerra centrifugó a su ocaso con el trasiego y la desmovilización de los ejércitos masa. La economía europea quedó estructuralmente tocada. Pese a algunos periodos de crecimiento, las crisis coyunturales enlazaron con la gran depresión de los años treinta. Las secuelas directas de la guerra y los “tratados de paz” impuestos por la fuerza delinearon el mapa de una “Europa negra”, inestablemente configurada, tensionada en torno a multitud de ejes fronterizos, nacionales, étnicos, culturales y políticos, que fueron fuente permanente de conflictos. Enlazaron, a su vez, con la nueva conflagración mundial en 1939, apoteosis de una “guerra civil europea” de 30 años11.
El fascismo trazó el puente directo entre la Primera y la Segunda Guerra Mundial. La guerra fue su matriz y su destino. El fascismo ofrecía una explicación tan falaz como paliativa a la derrota o “la victoria mutilada”: los mitos respectivos de “la puñalada por la espalda” y el desprecio internacional. El fascismo recreaba la guerra en la política, ofreciendo en sus desfiles y concentraciones paramilitares una experiencia simulada de rebeldía, comunidad e intensidad vital. Proponía la traslación de la lógica castrense a la gestión del Estado: la supuesta eficacia de la unidad de mando y la jerarquía frente al intelectualismo y la corrupción de los políticos. Cifró en una nueva guerra la oportunidad del desquite y la gloria, hasta la ruina total. El fascismo llegó al poder gracias, entre otras cosas, a la sintonía y a los pactos con las élites sociales y las derechas conservadoras, que lo infravaloraron y vieron en él una fuerza de choque contra el fantasma de la revolución y contra una realidad más tangible, las políticas democráticas con igualdad social. Para contener al fascismo una vez se desbocó, lo dejaron campar a sus anchas por Europa12. Ambas cosas explican el infame error de cálculo que fue la política de no intervención en la Guerra Civil española.
Parece que en Villain buscó el placer o la normalidad que requieren del anonimato y la paz, pero los testimonios sugieren que vivió atormentado por el crimen
La experiencia de la Guerra del 14 fue metabolizada de maneras muy distintas. La guerra empujó a algunos excombatientes y trabajadoras a la revolución, concebida como el procedimiento con el que poner fin a las lógicas de interés que la habían provocado. Otros la idealizaron y echaron de menos, tratando de recrearla en la acción política y llevando la política a las puertas de una nueva guerra. Pero otros muchos sintieron un deseo irrefrenable de vida, después de tantos años de penuria y de proximidad a la muerte. Se entregaron al deseo, transgrediendo en términos vitalistas las convenciones morales que la guerra y su necrofilia habían sacudido. Fueron los felices o locos años veinte, romantizados en las crónicas periodísticas y revisiones cinematográficas, porque el desfogue compensatorio malvivió con la escasez y el trauma, y la evasión placentera no siempre aplacó los pensamientos obsesivos y las pesadillas de los antiguos soldados. Muchos ni siquiera regresaron del todo a casa. Volvieron sus cuerpos espectrales, pero su personalidad y su mente quedaron atrapados en el horror de las trincheras. Pese a las heridas físicas y morales, la mayoría de excombatientes y de trabajadoras manifestaron una obstinada voluntad de normalidad. Querían dejar atrás esa terrible experiencia y que no volviera a repetirse. Deseaban retomar sus vidas, por pobres que fueran, o construir una nueva sin mayores pretensiones, vivir en paz. Las penurias, la desigualdad social, las tensiones y crisis de una postguerra irresuelta apenas ofrecieron oportunidades para ello.
Sorprendentemente Raoul Villain buscó estas dos últimas salidas a su tormentoso pasado. Cuando cambió para mal la percepción de la Gran Guerra y de sus responsables en Francia, Villain desapareció del mapa. Años después se le situó en la isla de Ibiza, destino entonces de bohemios, utopistas y gente deseosa de dejar atrás una vida convencional o estigmatizada. Tal vez allí coincidiera con Walter Benjamin, el genial filósofo que acudía a la isla a pasear por la naturaleza, experimentar con alguna droga y escribir en su cuaderno sobre estética y política revolucionaria, el mismo que en septiembre de 1940 llegó a Portbou huyendo del nazismo, donde se quitó la vida para no caer en manos de los nuevos entusiastas de la guerra. Parece que en Ibiza Villain buscó el placer o la normalidad que requieren del anonimato y la paz, pero los testimonios sugieren que vivió atormentado por el crimen o las consecuencias del crimen que cometió, o aterrorizado por la fuerza que cobraron los herederos políticos de Jaurès.
Ibiza. 14 de septiembre de 1936. España está en guerra. Un grupo de generales se ha sublevado contra el gobierno de la República, y el fracaso del golpe ha devenido en Guerra Civil. Cuentan con el respaldo de Hitler y Mussolini, y con la inhibición de las democracias europeas. Tras el intento fallido por recuperar para la República la isla de Mallorca, un grupo de milicianos arriba a la cala de Sant Vicent de Ibiza. Allí se encuentran una casa habitada por un hombre extranjero. Después de cruzar unas breves y acaloradas palabras disparan contra él y lo dejan muerto. Lo más probable es que no supieran quién era y pensaran que se trataba de un espía que trabajaba para los sublevados. Tal vez identificaran en su casa o en él mismo algún rasgo de afinidad con el enemigo, suficiente para asesinarlo en ese clima atroz. Hay quien plantea que quizá conocieran su identidad y obraran a conciencia. El hombre es Raoul Villain. Acaba de sucumbir a la cadena de acontecimientos catastróficos que contribuyó a activar 23 años atrás. Su cadáver permanece varios días abandonado, y su memoria apagada durante décadas13.
En 1924 trasladaron sus cenizas al Panteón de París, donde yacen las grandes figuras con las que el Estado ha querido identificar a la nación
Por el contrario, la figura de Jaurès se revalorizó a medida que la experiencia de la Gran Guerra fue reinterpretada en Francia como un cataclismo. La memoria de Jaurès se fue modificando en función de coyunturas, relaciones de fuerza o pugnas por su apropiación, pero diseñó en general una trayectoria ascendente. En 1924 trasladaron sus cenizas al Panteón de París, donde yacen las grandes figuras con las que el Estado ha querido identificar a la nación. Las imágenes de su entrada en el Panteón siguen cargadas de significados. Expresan una exhibición de fuerza obrera, la adhesión suscitada entre las clases populares, el intento de mitigar la culpa por el escarnio que sufrió en vida, la disputa entre socialistas y comunistas por su legado. Localidades gobernadas por las izquierdas pusieron el nombre de Jaurès a calles, plazas y estaciones de metro por toda Francia. A mediados de los cincuenta se creó un museo en su ciudad natal, Castres. Luego Jaurès se convirtió en un icono para las generaciones militantes del 68, que buscaban una tercera vía entre la “acomodación socialdemócrata” y el “autoritarismo estalinista”. Con esas melodías sesentayochistas, Jacques Brel compuso en 1977 la canción Pourquoi ont-ils tué Jaurès? François Mitterrand ensalzó su figura para sacudirse el estigma reformista que pesaba sobre el socialismo francés y cementar el pacto de gobierno con el PCF en 1981. En 1992, en plena resaca de la Primera Guerra del Golfo, el Partido Socialista Francés puso el nombre de Jaurès a su centro de estudios. En 2014, en el centenario de su muerte, los políticos franceses, de la derecha a la izquierda, rindieron tributo a Jaurès, con el primer ministro Manuel Valls y el presidente François Hollande a la cabeza, que realizó una ofrenda floral en el Café du Croissant. En todos los países europeos, también en España, se multiplicaron los artículos y elogios a su figura.
31 de julio de 2022. ¿Cómo se mirará, si es que se mira, este año de guerra la figura de Jaurès en el aniversario de su asesinato?
París. Rue Montmartre. 31 de julio de 1914. 21:40 horas. Café du Croissant. En la calle, un individuo saca un revolver y dispara a través de la ventana a uno de los comensales que están cenando en el interior. El torso del hombre se desploma sobre la mesa, ante el pánico y el estupor de sus compañeros. Acaban de asesinar a Jean Jaurès, uno de los dirigentes más carismáticos del socialismo francés, opositor militante a la guerra.
Las últimas horas de vida de Jaurès fueron de vértigo. Todavía pensaba que la guerra podía evitarse. Le empujaba un impulso ético, desatado por la intuición de la catástrofe que se avecinaba. Le inspiraba una idea: que la reacción en cadena conducente al abismo podía frenarse si se cortaba alguno de sus eslabones. Le animaba la confianza en la acción política como palanca de cambio, golpe de timón al curso inercial de los acontecimientos. Jaurès personificaba una forma de entender el socialismo a la baja en el conjunto de la Segunda Internacional. Un socialismo republicano de fuerte contenido ético, basado en una concepción abierta de los procesos históricos, donde estos, pese a sus poderosos automatismos, eran susceptibles de reorientarse por medio de una acción política que conjugara cálculo e ideales. Pero en la Internacional venía predominando el mecanicismo que los dirigentes del Partido Socialdemócrata Alemán habían reciclado de Karl Kautsky para la gestión del día a día. Maximalismo retórico y moderación práctica. La acción política como adaptación inteligente a una realidad aplastante que al final resolvería sus contradicciones (por mor de semejante adaptación) a favor de la causa del socialismo. La (pseudo)ciencia realista como coartada de la resignación o el beneficio inmediato1.
París, 30 de Julio. Un día antes de ser asesinado, Jaurès consigue reunirse con René Viviani, presidente del Consejo de Ministros. Le ruega que contenga a las tropas apostadas en la frontera con Alemania. Una leve escaramuza sería el detonante de una guerra entre los dos gigantes. Jaurès confía en que prospere la propuesta de mediación lanzada in extremis, aunque de manera poco creíble, por Inglaterra. Y sigue confiando en la capacidad de los trabajadores y de sus organizaciones para disuadir o desobedecer a los gobiernos, a pesar de las declaraciones belicistas o los síntomas de resignación que viene observando en sus dirigentes. Son las últimas bazas que le quedan: la apelación al sentido de conservación de los gobernantes y al internacionalismo de los trabajadores. Contaba con otras dos que se revelaron inútiles. Confiaba en que los intereses económicos compartidos por las burguesías alemana, francesas y británicas –en forma de inversiones conjuntas– pudiera imponerse a la perspectiva de negocio que la guerra abría para otras facciones de esas mismas burguesías. Confiaba también en que los mandatarios europeos frenasen la escalada por temor a que la guerra desencadenase al cabo del tiempo una revolución. Por encima del entusiasmo militar de reyes y ministros, sobrevolaba el fantasma de la Comuna de París, que había irrumpido en los estertores de la guerra franco-prusiana unas décadas atrás. De haber vivido pocos años más, Jaurès, tan hostil al belicismo del Zar Nicolás II, hubiera comprobado cómo en el pecado de la guerra llevó al final la penitencia de la revolución.
A primera hora de la mañana del día 31 Lucien Lévy-Bruhl, amigo íntimo de Jaurès, le informa de la movilización de tropas en Austria, por lo que no hay tiempo que perder. Trata de reunirse otra vez con el gobierno, pero en esta ocasión es rápidamente despachado por un subsecretario del Ministerio de Exteriores, que le advierte del peligro que corre. Jaurès no le presta atención. Se dirige a toda prisa a la redacción del L’Humanité, el órgano de expresión que los socialistas franceses habían fundado en 1904. Hay que hacer un último llamamiento. Piensa que solo una demostración de fuerza obrera y popular puede impedir ya la tragedia. Llega a la redacción a última hora de la tarde, donde le esperan sus colaboradores; pero elaborar un número especial de esa trascendencia llevará toda la noche, por lo que deciden salir a cenar.
En todo ese tiempo un joven ha seguido a Jaurès en su frenético periplo por París. Su nombre es Raoul Villain. Apenas tiene 29 años, estudia arqueología y pertenece a Liga de Jóvenes Amigos de Alsacia-Lorena. Jaurès nunca llegó a verle. Villain le disparó esa noche por la espalda. Villain pertenecía a una generación de jóvenes ultranacionalistas de clase media que vivía la perspectiva de la guerra con entusiasmo e identificaba como traidor a la patria a quien trataba de impedirla. Villain proyecta una imagen paralela a la de Jaurès, pero a la inversa. Como Jaurès, era un apasionado de la historia de Francia; pero si aquel la explicaba a partir de sus luchas sociales, este tenía una visión romántica del pasado de una comunidad imaginada a engrandecer o redimir. Como Jaurès, amaba a Francia; pero si este la amaba en sus posibilidades de hermanamiento con las naciones vecinas, el patriotismo de Villain se expresaba en hostilidad a las potencias que la amenazaban. Como Jaurès, también era un hombre de acción; pero si para Jaurès la acción era un medio racionalmente regulable para la conquista de ideales; para Villain la acción era la encarnación misma del ideal, y la violencia, la apoteosis excitante de la acción.
Que el asesinato de Jaurès terminó siendo una política de Estado lo pone de manifiesto el hecho de que Villain saliese absuelto por un tribunal
Con el asesinato de Jaurès desapareció una traba para la guerra. Pero su asesinato puede verse en sí mismo como un acto de guerra. Los disparos de Villain expresan la incontinencia de un joven que quiere ir a la guerra, y que no solo se lanza a despejar los obstáculos que la demoran, sino que la practica ya en las calles de París. Con el asesinato de Jaurès no solo se despeja un obstáculo en el camino al frente, sino que Villain lleva el frente a la retaguardia para acabar con el enemigo interior, que en toda guerra –según su lógica dicotómica, extrema y paranoica– trabaja a sueldo del enemigo o sirve ingenuamente a sus intereses. El asesinato de Jaurès fue la anticipación –concentrada en una de sus figuras carismáticas– de la guerra que el Estado declaró a los partidarios de ponerla fin. Esa guerra interna se libró por medio de recorte de libertades, censura, represión de manifestantes, penas de prisión y ejecuciones, por medio de la declaración de un “estado de guerra”, que es también una declaración de fronteras adentro. Que el asesinato de Jaurès terminó siendo una política de Estado lo pone de manifiesto el hecho de que Villain –que no fue juzgado hasta después del armisticio, en 1919– saliese absuelto por un tribunal, y el hecho de que en el juicio se adujese que, de no haber sido asesinado, Francia no habría ganado nunca la guerra. Con ese juicio el Estado se exoneraba de la represión perpetrada contra los opositores a la guerra, y, exaltando la victoria, justificaba las vidas que había costado. La República se ensañó con la memoria de Jaurès hasta el punto de que su familia tuvo que hacerse cargo de las costas del juicio2.
¿Cómo reaccionó la izquierda ante el asesinato de Jean Jaurès? Lejos de funcionar como un revulsivo para que los dirigentes socialistas se opusieran a la guerra, a muchos intimidó y para otros supuso un alivio. El miedo empujó a los primeros a una suerte de fatalismo bélico. El eco de los disparos sobre Jaurès silenció la voz de una conciencia de décadas de pacifismo que seguía clamando sobre cualquier socialista seducido por los tambores de guerra. Cuatro días después del asesinato de Jaurès, los diputados de la SFIO votaban a favor de los créditos de Guerra. Ese mismo día la mayoría de los diputados del SPD hacía lo propio en el Reichstag.
Los dirigentes de los principales partidos de la Internacional Socialista respaldaron los créditos de guerra por un complejo conjunto de factores, que respondían a la presión ambiental, pero también a ideales propios y cálculos estratégicos. Con frecuencia, las razones se han remitido al clima de fervor nacionalista que se vivió aquel verano de 1914, una presión ambiental envolvente y penetrante, intimidatoria y seductora. El virus chauvinista los habría contagiado al cogerlos además con las defensas internacionalistas bajas. Abundan al respecto los testimonios de fervor nacionalista en los dirigentes socialdemócratas, a veces expresados en estado bruto, generalmente refinados con el argumento de la defensa de la patria ante un ataque exterior previo. “Nuestro deber es defender la independencia e integridad de nuestra pacífica y republicana Francia si esta es atacada”, afirmaba el 2 de agosto Louis Dubreuilh. Los argumentos defensivos evolucionaron rápido hacia la apuesta por las ofensivas disuasorias. Al cabo del tiempo, el principio de defensa nacional sirvió para justificar la responsabilidad que la propia nación hubiera podido tener en el desencadenamiento de la tragedia. “Incluso si el gobierno alemán hubiera sido el responsable de la catástrofe (…), estaríamos en la obligación de defender a nuestro país y de salvar todo aquello digno de ser salvado”, llegó a decir Wolfgang Heine, portavoz del ala conservadora del SPD3. La dignidad de lo salvable se refería a los sistemas políticos de los respectivos países, tanto más defendibles en contraste con los sistemas políticos de los países enemigos. Los laboristas británicos y los socialistas franceses apelaban al valor de sus respectivos sistemas parlamentarios frente al autoritarismo de las potencias centrales. El problema es que los socialdemócratas alemanes utilizaban idéntico argumento frente al despotismo y la autocracia zarista. “Nuestro pueblo y su futura libertad tienen mucho, si no todo, que perder de una victoria del despotismo ruso”, había señalado Hugo Haase, cuando después de votar por primera vez en contra de los créditos de guerra cedió a la disciplina de voto impuesta por el SPD4.
En un ejercicio de contorsión absoluto, la industria moderna se había especializado en la producción en serie de muerte, en la producción de nada
Los dirigentes socialistas que respaldaron la guerra lo hicieron también por miedo y en medio de dudas. Dudaban de que una oposición contundente tuviera respaldo en medio de aquel clima belicista que invadía a la gente corriente, pero sobre todo dudaban de que pudiera tener una réplica equivalente en los países vecinos. Los socialdemócratas alemanes temían que la convocatoria de una huelga general contra la guerra en Alemania no fuera acompañada de otra homóloga en Francia… y viceversa. A diferencia de la Primera Internacional, la Segunda era en la práctica una yuxtaposición de partidos nacionales sin apenas capacidad para coordinarlos ni instancias decisorias que los trascendiesen. Otra razón tuvo que ver con el temor a la represión del Estado, ya de por sí dura en tiempos de paz. Sobre los socialdemócratas alemanes pesaba el recuerdo del paternalismo autoritario de Bismarck, que en función de los estados sociales de ánimo regulaba el grifo de la represión, llegando a mantenerlos en la ilegalidad durante una década. Los dirigentes del SPD temían que, en caso de oponerse a la guerra, el Estado se volvería en contra de ellos con la brutalidad que en un “estado de guerra” permitiría el recorte de libertades y derechos fundamentales.
Si por un lado les empujó el miedo, por otro les animó la perspectiva de beneficio inmediato, una combinación explosiva. Los dirigentes socialdemócratas pensaron que la lealtad a sus gobiernos tendría recompensa: que, garantizando el orden público y la disciplina laboral, el Estado les pagaría con la ampliación de derechos y reformas sociales. Nadie movilizó este argumento con tanta contundencia como el dirigente del SPD Ludwig Frank: “En lugar de una huelga general estamos haciendo una guerra por el sufragio en Prusia”5. Los revolucionarios vieron en negativo la guerra como una oportunidad para azuzar la revolución. Los reformistas vieron la guerra en positivo como una oportunidad para ampliar las reformas. Lo dirigentes socialistas aprovecharon la guerra para levantar el veto que existían sobre ellos de cara a acceder al gobierno y ser reconocidos por fin como una verdadera e influyente fuerza nacional. Así fue como Jules Guesde (otrora marxista ortodoxo enfrentado al malogrado Jaurès) consiguió entrar junto a Marcel Sembat en el gobierno de la República de Francia el 28 de agosto de 1914. O como unos meses más tarde entraron en el gobierno de concentración británico varios miembros del Partido Laborista.
La revolución se alimentó de la guerra porque la guerra debilitó al poder y armó al pueblo
Cabe preguntarse si los dirigentes socialistas no atisbaron la catástrofe que se venía encima. Se ha planteado que, al igual que muchos gobernantes de la época, pensaban que se trataría de una guerra de resolución rápida y que no disponían de elementos de juicio para prever que enseguida se enquistaría en un equilibrio catastrófico. Se trata de un tópico que, como muchos tópicos, encierra una verdad que oculta otra mayor6. Desde hacía tiempo, había advertencias (y conciencia social) de la destrucción que provocaría la producción industrial y los avances tecnológicos aplicados al armamento, aunque es verdad que la producción y las innovaciones se aceleraron durante la contienda para alcanzar cotas destructivas muy superiores. Por otra parte, la dimensión de la catástrofe que podía deducirse sobrepasaba los esquemas asimilativos que suele proporcionar la experiencia vivencial o histórica. Pero para pensar por encima de la experiencia inmediata o recurrente (y obrar conforme a principios ético-políticos) se habían construido precisamente los partidos obreros. Los automatismos intelectuales, el realismo estrecho, el espíritu de época, al afán de normalización, el miedo a las represalias y el espejismo del beneficio inmediato invalidaron para tal fin a sus principales dirigentes.
Efectivamente, de 1914 a 1918 los centros industriales no pararon de producir en serie mercancías incendiarias y fungibles. Hasta los soldados, con sus uniformes y numeraciones, parecían producidos en serie. A través de la moderna red de carreteras y ferrocarriles armas y soldados llegaban a las trincheras, nuevas necrofronteras entre Estados, fosas abisales en las que se volatilizaron toneladas de metal y carne. En un ejercicio de contorsión absoluto, la industria moderna se había especializado en la producción en serie de muerte, en la producción de nada. Luego se propagó la carestía en la retaguardia, se intensificaron las jornadas de trabajo y en lugar de la recompensa del sufragio universal en Prusia se impuso la dictadura encubierta del Káiser Guillermo II y el General Ludendorff, a quien años después, en 1923, veremos en el putsch de la cervecería de Múnich de la mano de Adolf Hitler, entonces cabo entusiasta en el frente occidental. En la Gran Guerra se fue incubando el huevo de la serpiente nazi. La autoridad de los dirigentes socialdemócratas se erosionó a medida que los costes humanos y económicos de la guerra se incrementaron, y su presencia en las instituciones del Estado y en los organismos laborales, lejos de compensarlos o reducirlos, ni siquiera sirvió para redistribuirlos socialmente. La pérdida de autoridad tuvo una dimensión moral, pero arraigó en las profundas transformaciones materiales que trajo la guerra, que se llevó al frente a muchos trabajadores sindicados y promovió la entrada en masa en las grandes industrias de una generación de trabajadores jóvenes (sobre todo trabajadoras) más enérgica y no sujeta a las viejas disciplinas sindicales.
Para Trotski, Jaurès era la anticipación del hombre nuevo que surgiría tras la revolución, pero al mismo tiempo era un hombre del pasado que no servía para el presente
Con esta nueva generación entroncó la izquierda minoritaria que se había opuesto a la Guerra desde el principio, apelando a una tradición interrumpida. El movimiento obrero se había forjado en una larga experiencia antimilitarista, porque eran sobre todo obreros quienes ponía su cuerpo como carne de cañón en las guerras coloniales, quienes soportaban con su trabajo el coste de los ejércitos y quienes luego los sufrían cuando el gobierno los movilizaba como fuerzas de orden público contra las huelgas. El antimilitarismo se expresaba en la consigna “guerra a la guerra”, una fórmula que apelaba en términos metafóricos a la desobediencia civil y a la resistencia activa frente a los llamamientos a filas. Aquella consigna fue rescatada entre otras muchas por Rosa Luxemburgo en 19147. Por eso fue encarcelada durante la guerra y luego brutalmente asesinada en la postguerra por los Freikorps, que no solo pretendían acabar con la revolución, sino restaurar su masculinidad herida simulando sobre la población civil de su retaguardia la victoria que no habían obtenido en el frente. Los había traído de las trincheras al corazón de Berlín Gustav Noske, un líder del SPD fascinado desde joven con las cuestiones militares8.
En aquel tiempo extremo, la consigna “guerra a la guerra” pasó de su sentido metafórico a su sentido literal. La mutación la sistematizó Lenin en 1915 en su escrito el El socialismo y la Guerra. Se trataba de explotar el malestar social para convertir esa guerra imperialista entre Estados en una guerra civil entre clases, en una revolución9. La revolución sería la guerra que acabaría con las guerras para siempre. La perspectiva de la revolución se abrió entre el frío, el hambre y la indignación de Petrogrado, y entre los soldados rusos que vieron en ella una vía de supervivencia ante una muerte inminente, de ajusticiamiento de los responsables de la carnicería y una alternativa, en última instancia, a su repetición. La revolución se propagó en la desesperación de las trincheras, en el hermanamiento social de los cuarteles y en el desorden de la retirada. La revolución se alimentó de la guerra porque la guerra debilitó al poder y armó al pueblo. Y, sin perjuicio de su propia lógica y sus idearios de violencia, la revolución reprodujo también la brutalidad aprendida en los frentes.
Buena parte de la clase obrera, agotada por la guerra, no quería adherirse a una revolución que entrañara la vuelta a las armas
¿Cómo vio esta nueva generación de revolucionarios a Jean Jaurès? La mejor respuesta a esta pregunta está en el panegírico que Trotski le dedicó tres años después de su asesinato, un texto emocionado en el que marcaba distancias, si acaso no una ruptura, al menos temporal. Evocando las veces que coincidió con él, Trotski lo describía como una persona “de complexión poderosa, espíritu enérgico, temperamento genial, trabajador infatigable, orador de maravilloso verbo”. Consideraba a Jaurès el representante de lo mejor de una época, pero de una época extinta, un idealista capaz de grandes éxitos “si la idea se correspondía con el carácter de la época”, pero “el primero en las catástrofes” en caso contrario. Por eso había muerto, por no entender que ya no era el tiempo del pacifismo, sino el de la revolución, el de la “guerra a la guerra” en su sentido literal. Una frase ambigua aparecía en el escrito: “Los grandes hombres saben desaparecer a tiempo”. Iba seguida de otra aparentemente contradictoria que definía a Jaurès como “el prototipo del hombre superior que nacerá de los sufrimientos y las caídas, de las esperanzas y la lucha”. Para Trotski, Jaurès era la anticipación del hombre nuevo que surgiría tras la revolución, pero al mismo tiempo era un hombre del pasado que no servía para el presente de la revolución por encarnar los ideales del socialismo antes de tiempo. Las consecuencias que se coligen del razonamiento de Trotski son tremendas, anticipan el belicismo del futuro jefe del Ejército Rojo y una concepción nueva del tiempo histórico. La revolución necesitaba ser, en cierto sentido, una negación de la sociedad socialista que se pretendía construir y del hombre socialista que debía habitarla. Era el momento de la negación de la negación, una de las leyes de la dialéctica revolucionaria. En la revolución no se podía obrar con los valores que debían regir en la sociedad socialista, sino por medio de una negación instrumental que permitiera afirmarlos en el futuro. Jaurès era anacrónico por pionero, obsoleto por prematuro. El homo revolucionario debía ser en cierto sentido una negación del homosocialista, del hombre nuevo del socialismo. En su escrito Trotski se despedía temporalmente de Jaurès, cifrando en ese tiempo futuro por construir el momento de reconciliación con ese pasado anticipador que ahora había que dejar atrás.
El fascismo recreaba la guerra en la política, ofreciendo en sus desfiles y concentraciones paramilitares una experiencia simulada de rebeldía e intensidad vital
Pero ese futuro nunca llegó. El tiempo de enlace se prolongó sine die, la excepcionalidad autoritaria terminó cronificándose en el Estado soviético, la violencia pasajera se hizo hábito permanente en virtud de su propia intensidad en los años terribles de la guerra civil rusa, cuando las oleadas revolucionarias de los años 20, lejos de acudir en auxilio de los bolcheviques, fueron aplastadas en el resto de Europa. El malestar por la guerra creó condiciones de posibilidad para los levantamientos revolucionarios, pero también marcó sus límites. Buena parte de la clase obrera, agotada por la guerra, no quería adherirse a una revolución que entrañara la vuelta a las armas. Y la revolución, entendida como asalto armado al Estado, se reveló inútil incluso allí donde, sacudidos sus cimientos por la guerra, el Estado no era un gigante con pies de barro, sino un leviatán asentado en una densa sociedad civil. A pensar esa nueva encrucijada dedicó sus años en las cárceles del fascismo Antonio Gramsci. A partir de entonces, la revolución habría que entenderla como un proceso complejo de construcción de hegemonía, que conjugara la lenta elaboración de consensos en la sociedad civil y las instituciones con momentos de oportunidad en los que imponer saltos mayores. A lo primero lo llamó “guerra de posiciones” y a lo segundo “guerra de movimientos”, dos nociones recicladas del léxico de la Gran Guerra10. El nuevo ideario comunista revalorizaba la democracia en su sentido profundo y devolvía las nociones bélicas al terreno de la metáfora.
Las consecuencias de la Gran Guerra fueron apocalípticas. Se estima que murieron alrededor de diez millones de soldados y otros tantos quedaron heridos en cuerpo y alma. Cicatrices y mutilaciones dejaron marcas visibles. La crueldad y destrucción de la guerra moderna desbordaron las categorías cognitivas y éticas de muchos combatientes, colapsando su capacidad de asimilación anímica. Sobre las sociedades agotadas de Europa se propagó una de las epidemias más mortales de la historia, la mal llamada gripe española, que la guerra centrifugó a su ocaso con el trasiego y la desmovilización de los ejércitos masa. La economía europea quedó estructuralmente tocada. Pese a algunos periodos de crecimiento, las crisis coyunturales enlazaron con la gran depresión de los años treinta. Las secuelas directas de la guerra y los “tratados de paz” impuestos por la fuerza delinearon el mapa de una “Europa negra”, inestablemente configurada, tensionada en torno a multitud de ejes fronterizos, nacionales, étnicos, culturales y políticos, que fueron fuente permanente de conflictos. Enlazaron, a su vez, con la nueva conflagración mundial en 1939, apoteosis de una “guerra civil europea” de 30 años11.
El fascismo trazó el puente directo entre la Primera y la Segunda Guerra Mundial. La guerra fue su matriz y su destino. El fascismo ofrecía una explicación tan falaz como paliativa a la derrota o “la victoria mutilada”: los mitos respectivos de “la puñalada por la espalda” y el desprecio internacional. El fascismo recreaba la guerra en la política, ofreciendo en sus desfiles y concentraciones paramilitares una experiencia simulada de rebeldía, comunidad e intensidad vital. Proponía la traslación de la lógica castrense a la gestión del Estado: la supuesta eficacia de la unidad de mando y la jerarquía frente al intelectualismo y la corrupción de los políticos. Cifró en una nueva guerra la oportunidad del desquite y la gloria, hasta la ruina total. El fascismo llegó al poder gracias, entre otras cosas, a la sintonía y a los pactos con las élites sociales y las derechas conservadoras, que lo infravaloraron y vieron en él una fuerza de choque contra el fantasma de la revolución y contra una realidad más tangible, las políticas democráticas con igualdad social. Para contener al fascismo una vez se desbocó, lo dejaron campar a sus anchas por Europa12. Ambas cosas explican el infame error de cálculo que fue la política de no intervención en la Guerra Civil española.
Parece que en Villain buscó el placer o la normalidad que requieren del anonimato y la paz, pero los testimonios sugieren que vivió atormentado por el crimen
La experiencia de la Guerra del 14 fue metabolizada de maneras muy distintas. La guerra empujó a algunos excombatientes y trabajadoras a la revolución, concebida como el procedimiento con el que poner fin a las lógicas de interés que la habían provocado. Otros la idealizaron y echaron de menos, tratando de recrearla en la acción política y llevando la política a las puertas de una nueva guerra. Pero otros muchos sintieron un deseo irrefrenable de vida, después de tantos años de penuria y de proximidad a la muerte. Se entregaron al deseo, transgrediendo en términos vitalistas las convenciones morales que la guerra y su necrofilia habían sacudido. Fueron los felices o locos años veinte, romantizados en las crónicas periodísticas y revisiones cinematográficas, porque el desfogue compensatorio malvivió con la escasez y el trauma, y la evasión placentera no siempre aplacó los pensamientos obsesivos y las pesadillas de los antiguos soldados. Muchos ni siquiera regresaron del todo a casa. Volvieron sus cuerpos espectrales, pero su personalidad y su mente quedaron atrapados en el horror de las trincheras. Pese a las heridas físicas y morales, la mayoría de excombatientes y de trabajadoras manifestaron una obstinada voluntad de normalidad. Querían dejar atrás esa terrible experiencia y que no volviera a repetirse. Deseaban retomar sus vidas, por pobres que fueran, o construir una nueva sin mayores pretensiones, vivir en paz. Las penurias, la desigualdad social, las tensiones y crisis de una postguerra irresuelta apenas ofrecieron oportunidades para ello.
Sorprendentemente Raoul Villain buscó estas dos últimas salidas a su tormentoso pasado. Cuando cambió para mal la percepción de la Gran Guerra y de sus responsables en Francia, Villain desapareció del mapa. Años después se le situó en la isla de Ibiza, destino entonces de bohemios, utopistas y gente deseosa de dejar atrás una vida convencional o estigmatizada. Tal vez allí coincidiera con Walter Benjamin, el genial filósofo que acudía a la isla a pasear por la naturaleza, experimentar con alguna droga y escribir en su cuaderno sobre estética y política revolucionaria, el mismo que en septiembre de 1940 llegó a Portbou huyendo del nazismo, donde se quitó la vida para no caer en manos de los nuevos entusiastas de la guerra. Parece que en Ibiza Villain buscó el placer o la normalidad que requieren del anonimato y la paz, pero los testimonios sugieren que vivió atormentado por el crimen o las consecuencias del crimen que cometió, o aterrorizado por la fuerza que cobraron los herederos políticos de Jaurès.
Ibiza. 14 de septiembre de 1936. España está en guerra. Un grupo de generales se ha sublevado contra el gobierno de la República, y el fracaso del golpe ha devenido en Guerra Civil. Cuentan con el respaldo de Hitler y Mussolini, y con la inhibición de las democracias europeas. Tras el intento fallido por recuperar para la República la isla de Mallorca, un grupo de milicianos arriba a la cala de Sant Vicent de Ibiza. Allí se encuentran una casa habitada por un hombre extranjero. Después de cruzar unas breves y acaloradas palabras disparan contra él y lo dejan muerto. Lo más probable es que no supieran quién era y pensaran que se trataba de un espía que trabajaba para los sublevados. Tal vez identificaran en su casa o en él mismo algún rasgo de afinidad con el enemigo, suficiente para asesinarlo en ese clima atroz. Hay quien plantea que quizá conocieran su identidad y obraran a conciencia. El hombre es Raoul Villain. Acaba de sucumbir a la cadena de acontecimientos catastróficos que contribuyó a activar 23 años atrás. Su cadáver permanece varios días abandonado, y su memoria apagada durante décadas13.
En 1924 trasladaron sus cenizas al Panteón de París, donde yacen las grandes figuras con las que el Estado ha querido identificar a la nación
Por el contrario, la figura de Jaurès se revalorizó a medida que la experiencia de la Gran Guerra fue reinterpretada en Francia como un cataclismo. La memoria de Jaurès se fue modificando en función de coyunturas, relaciones de fuerza o pugnas por su apropiación, pero diseñó en general una trayectoria ascendente. En 1924 trasladaron sus cenizas al Panteón de París, donde yacen las grandes figuras con las que el Estado ha querido identificar a la nación. Las imágenes de su entrada en el Panteón siguen cargadas de significados. Expresan una exhibición de fuerza obrera, la adhesión suscitada entre las clases populares, el intento de mitigar la culpa por el escarnio que sufrió en vida, la disputa entre socialistas y comunistas por su legado. Localidades gobernadas por las izquierdas pusieron el nombre de Jaurès a calles, plazas y estaciones de metro por toda Francia. A mediados de los cincuenta se creó un museo en su ciudad natal, Castres. Luego Jaurès se convirtió en un icono para las generaciones militantes del 68, que buscaban una tercera vía entre la “acomodación socialdemócrata” y el “autoritarismo estalinista”. Con esas melodías sesentayochistas, Jacques Brel compuso en 1977 la canción Pourquoi ont-ils tué Jaurès? François Mitterrand ensalzó su figura para sacudirse el estigma reformista que pesaba sobre el socialismo francés y cementar el pacto de gobierno con el PCF en 1981. En 1992, en plena resaca de la Primera Guerra del Golfo, el Partido Socialista Francés puso el nombre de Jaurès a su centro de estudios. En 2014, en el centenario de su muerte, los políticos franceses, de la derecha a la izquierda, rindieron tributo a Jaurès, con el primer ministro Manuel Valls y el presidente François Hollande a la cabeza, que realizó una ofrenda floral en el Café du Croissant. En todos los países europeos, también en España, se multiplicaron los artículos y elogios a su figura.
31 de julio de 2022. ¿Cómo se mirará, si es que se mira, este año de guerra la figura de Jaurès en el aniversario de su asesinato?
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