Un selección de las obras que ama el autor hace convivir a los alumnos de la UIMP con escritores, sus vidas y su época
FLOR GRAGERA DE LEÓN Santander 15 AGO 2013
Las diversas propuestas de crear un canon en literatura han estado acompañadas de polémica. Las teorías literarias que cobraron fuerza a partir de los años sesenta en las universidades, sobre todo norteamericanas y británicas, miraban en otra dirección: realizaban una lectura política, social y multicultural de los libros y de la historia de la literatura, y apuntaron a obras que habían sido olvidadas por no venir de la mano (y de la mente) del hombre blanco occidental. ¿Quién establece un canon y qué nos dice esto sobre el poder y la autoridad? El feminismo, el marxismo, el postcolonialismo o los estudios culturales han buscado otro acervo literario. Pero la cuestión de ¿qué leer? ha seguido presente. Ahí está el ejemplo muy sonado de El canon occidental del profesor de la Universidad de Yale Harold Bloom (publicado en 1994), o la propuesta más reciente por parte de 57 expertos de 14 países que se reunieron para discutir las cien obras de ficción y otras cien de no ficción las cien obras de ficción y otras cien de no ficción que deben llenar las bibliotecas de las casas.
Por favor, no paren de leer…
“Siempre me ha hecho muchísima gracia Pío Baroja que decía que era feo, bajito y encima tenía ese nombre… ¿Cómo iba a ligar?. Para mí fue como el primo con moto. Quería escribir como él”. “Dostoyevski era epiléptico, jugador y debía ser un poco borrachín… Colocó ‘Crimen y castigo’ por fascículos cuando a Tolstoi le llegó una crisis para continuar con ‘Guerra y paz’. ¡Así de patateros era el olimpo de los genios entonces!”. “Werther deriva de ‘wert’ que significa ‘valor’… Bueno, pasemos a otra cosa…”. “Acabé locamente enamorado de Lord Byron como le pasó a todas las mujeres y a algunos hombres de su época”. “Goethe fue mucho más listo que Werther y a los 85 años se casó con una chica de 25. Vamos, no da ninguna pena…”.
Eduardo Mendoza lo ha tenido claro para impartir su curso en la Universidad Internacional Menéndez Pelayo Los libros que hay que leer, que ha transcurrido en el paraninfo en vez de en una de las aulas del palacio por el gran número de alumnos inscritos. No es ese hombre blanco occidental. “Debería haber matizado y que el título hubiera sido ‘algunos libros que hay que leer”. Ha llegado hasta aquí, afirmó en rueda de prensa, después de preguntarse a sí mismo para qué sirve la literatura: “Hay que ser muy modestos a la hora de responder, porque la mayoría de las respuestas que se dan son falsas, así que responderé las preguntas a medias…”. Esta semana ha recorrido de una manera muy poco canónica, entre hilarante y seria, ‘algunos’ de los libros y los autores que ama.
Pero escuchar a Mendoza hablar de literatura es mucho más: nada de sesudas cuestiones teóricas. El autor de La verdad sobre el caso Savolta, que marcó un antes y un después en la Transición, está en lo alto del escenario ante una mesa, cual dj afamado de la literatura, valga la comparación. Y habla de la vida de los autores así como de la época en la que escribieron como si fuera una secuencia de cine ante nuestros ojos. Bueno, más que eso: Miguel de Cervantes, Primo Levi, Jane Austen o Calderón de la Barca están allí de alguna forma en carne y hueso, con sus luces y con sus sombras.
En su clase titulada La realidad en su peor aspecto: Honoré de Balzac (Pierrette), Fiódor Dostoyevski (Recuerdos de la casa de los muertos), Pío Baroja (La busca) y Primo Levi (Si esto es un hombre), Mendoza quiso ser puntual: “Nos han dicho que salgamos del paraninfo a las seis en punto. No sé, quizá venga el ángel exterminador…”. El escritor arrancó con fuerza con una denuncia de cómo se enseña la literatura y el retrato que de ella se hace como “buena, una aspirina que mejora la humanidad. ¡Eso es falso!”. Esta crítica venía a cuento de cuatro obras literarias que han retratado las miserias, la bajeza y la sinrazón del género humano, y que admira por su ausencia de melodrama. En ellas se plasma, según Mendoza, una realidad poliédrica, en la que “no se culpa a la sociedad, que es lo de siempre”. Pashley Cycles - GUV'NOR from Artwoo on Vimeo.
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Las víctimas pueden ser también malvadas, egoístas y mezquinas. Y visitar un escenario de horror como Auschwitz deja solo “el deseo de beber vodkas en Cracovia” por la mediocridad burocrática en la que actuaron los nazis. La ausencia de matices es un motivo por el que aborrece Los miserables de Víctor Hugo. “Me llevaron arrastrado a ver la película que es horrorosa y la música, muy mala. Salí del cine y me fui a tomar una cerveza a un bar. Fue un momento muy feliz. Después, volví a leer la novela y se me cayó el alma a los pies… ¡Es un plomo!”.
“Ha habido grandes criminales aficionados a los libros y a veces el refinamiento conduce a la crueldad… Los escritores no están siempre con los desvalidos o los buenos. Los libros no mejoran, cuentan”. Y también fomentan, continúa, prejuicios en todas las épocas. Otro ejemplo: “Hasta hace cuatro días, las mujeres en literatura eran representadas como tontilocas, volubles o brujas”.
De la realidad más oscura, Mendoza pasó en otra de sus clases a la luminosidad que ve en El Quijote, una novela que lo atrapó para siempre cuando cursaba PREU “porque hay siempre muy buen rollo. Solo Nabokov, que es un imbécil, dice que es un libro cruel ”. La enseñanza de la literatura retorna como un tema que pincela con energía las charlas del autor. “Siempre se ha interpretado ‘El Quijote’ como un libro infantil que se le da a los niños; es como entregarles una pistola cargada. Después no van a querer leer…”. Las lecturas teóricas de una de las obras cumbre de la literatura universal producen su rechazo: “A veces cae en manos de los hispanistas extranjeros y dicen unos disparates… Que si don Quijote era judío converso, que si era gay…”.
El canon que Eduardo Mendoza ha tratado, lecturas como Werther de Goethe que “ayudan a las cuestiones prácticas de la vida, como buscar pareja”, (en este caso se refleja lo que no hay que hacer), ha sido incompleto como la enseñanza que él afirma que ofrecen los libros y esta crónica. La Biblia, Sófocles, Borges, Shakespeare, Kafka, Voltaire, Melville, Chandler, Achebe, García Márquez… “Nada revolucionario”, matizó desde su perspectiva humilde.
Fuente: http://cultura.elpais.com/cultura/2013/08/15/actualidad/1376578481_181798.html
martes, 20 de agosto de 2013
Gramsci y el Marx desconocido
Gramsci y el Marx desconocido (V)
Nicolás González Varela
Rebelión
“Se trata de ‘usar’ a Gramsci, no sólo de citarlo.” (Raúl Mordenti)
“El progreso de la Técnica y de la Ciencia es en la sociedad capitalista el progreso en el arte de estrujar sudor.”
(Vladimir Illich Ulianov, “Lenin”, 1913)
“La selección de un nuevo tipo de obrero posibilita, mediante la racionalización tayloriana de los movimientos, una producción relativa y absolutamente mayor que antes, con la misma fuerza de trabajo.”
(Antonio Gramsci, 1931)
Americanismo: ¿crítica radical al Stalinismo?: la atención intensa y prolongada de Gramsci sobre la temática del Americanismo solo puede ser comprendida desde su intento de volver al Marx auténtico y recuperado. La genial fórmula gramsciana puede ser esquematizada de la siguiente manera: Taylorismus+Fordismus=Americanismo. Gramsci destaca, sobre la vulgarización economicista y tosca del Dia-Mat, de nuevo la primacía lógica de la producción en el Capitalismo. La Kritik marxiana de la economía política (burguesa), hay que recordarlo, es un doble mandoble: consistía, por una parte, en la consecuente aplicación de la Teoría del Valor-Trabajo al desarrollo capitalista sobre la base de las categorías económicas fetichistas dadas; y, por otra parte, en el desenmascaramiento de esas categorías poniendo de manifiesto su carácter de meras “relaciones de clase y explotación” (en absoluto neutrales) peculiares de un modo de producción determinado, el burgués. La injusticia se concentra en el núcleo de las relaciones de producción y allí se define, desde allí se despliega. Pero Gramsci no solo habla de América (EE.UU.) o de Europa, no solo intenta aplicar las herramientas de la Kritik de Marx a la táctica y estrategia del Partido Comunista italiano, a los problemas del desarrollo capitalista italiano, sino simultáneamente observa negativamente los desarrollos de construcción del Socialismo en Rusia. Paradójicamente, los mecanismos de contratendencia del Capital (que ignoran per definitionem el elemento humano), como el Taylorismo, llegaban importados acríticamente al mismo país de los Soviets, en esas fechas ya bajo el régimen político stalinista maduro. Frederick Winslow Taylor y sus colegas, pioneros en la organización científica del trabajo, mostraron al Capital la forma de reducir el propio trabajo a un control tan estricto y sistemático que, supuestamente, la disciplina del trabajador ya no sería un problema. Se podía anular el carácter revolucionario de la doble valencia de la fuerza-trabajo. Afirmaron incluso una suerte de “revolución mental” (de conciencia) implícita en su reorganización del trabajo que sentaría toda una época de Pax burguesa (se reduciría cero la intensidad de los desafíos en la producción) y al mismo tiempo, en consonancia, un creciente aumento de la riqueza nacional. El aspecto decisivo del Taylorismo, en palabras del propio Taylor, fue descrito como “la acumulación deliberada por parte de los empresarios de la gran cantidad de conocimientos tradicionales, que en el pasado estaban en la cabeza de los trabajadores y en sus cualificaciones físicas y destreza, que habían adquirido durante años de experiencia.” [1] Se socavaba el poder del proletariado artesanal, basado en la superioridad de sus conocimientos sobre su trabajo en relación con el patrón, y se estableció un dualismo entre los artesanos que manejaban las máquinas y un continuo de obreros descualificados controlados por un enjambre de capataces y supervisores. Hubo tres grandes consecuencias para los trabajadores: la primer es el divorcio de los sistemas técnicos y sociales de control de la fábrica; la segunda es que cuanto más racionalizada estaba la empresa, mayor era el caos y la precariedad de la vida del proletariado (desaparecían los privilegios artesanales: valor de la cualificación progresiva, estabilidad de empleo, normas del sindicato de oficio, tarifas estándares); y la tercera que el poder oligopolista de la nueva empresa proporcionaba a ésta una nueva capacidad para administrar los precios (valor de cambio) basándose en el plan capitalista a largo plazo. La contratendencia del capital segmento dentro de la fábrica al proletariado, generó dos tipos de reacciones obreras, dos morfologías en la lucha de clases, que a menudo tendieron a fundirse o cruzarse: una procedía de los amenazados artesanos (generalmente en cuestiones de gerenciamiento de la producción) y la otra de los nuevos peones descualificados y operarios fordistas (generalmente huelgas salariales puras, el salario se transformaba en una variable independiente). Como Gramsci señalaría en sus Quaderni “se crea un tipo nuevo de obrero, monopolizado mediante salarios altos”. Taylor fue la vanguardia articulada y consciente de los esfuerzos contratendenciales de la burguesía más avanzada, tanto que a mediados de los 1920’s los elementos esenciales de sus propuestas habían sido acogidos favorablemente en casi todas las industrias. El kit básico de estos elementos eran tan sencillos, contrarrevolucionarios como profundos: 1) la planificación y organización centralizada de las sucesivas fases de fabricación; 2) el análisis sistemático de cada operación productiva; 3) la instrucción y supervisión minuciosa de cada trabajador en la realización de su tarea concreta; 4) política salarial cuidadosamente pensada para inducir al obrero a hacer lo que se le decía y ordenaba. [2] Todas estas medidas contratendenciales minaron la autonomía tradicional de la figura obrera del artesano, destruyeron para siempre el sindicalismo basado en oficios, removió la vieja composición de clase e inauguró un nuevo ciclo de luchas en el cual los nuevos obreros-masa deberían crear nuevas formas de confrontación y subversión.
Lenin “taylorizado”: el inefable Bujarín, incuestionable gran timonel del Marxismo vulgarizado en la época, acompañado política y administrativamente en las sombras por Stalin, decía sin tapujos ya en 1923 que “debemos adicionar el Americanismo al Marxismo”; Stalin en 1924 ya celebraba la tecnología y el Management del Americanismo (con su disciplina laboral y su división del trabajo) como un punto cardinal en el nuevo Dia-Mat que se estaba codificando. Stalin, ingenioso con los slogans, lo definía como: “el impulso revolucionario ruso más la eficiencia americana”, nada menos que este híbrido ideológico sería “la esencia del Leninismo en el trabajo del Partido y del Estado”; [3] ya en 1932, hablando del élan vital de todo bolchevique, Stalin exigía su adecuada mezcla con el espíritu práctico americano, llegando a sostener que “tradición en la industria y en la praxis productiva (de EE.UU.) tienen algo más de democratismo, lo que no se puede decir de los viejos países capitalistas de Europa, donde el espíritu señorial de la aristocracia feudal sigue viva.” Y eso que Stalin no conocía los EEUU y no leía en inglés. El Taylorismo incluso había sido traducido a la jerga burocrática, se le denominaba pomposamente como Nauchnaiia organizatsiia truda , o sea: “Organización Científica del Trabajo”, popularmente conocida como NOT. Coherente con su amor por el Americanismo sans phrase, Stalin inauguró una planta de automóviles y camiones Ford en 1929 (importándose planificadores, técnicos y administradores); [4] hasta el viejo anticomunista y antisemita recalcitrante de Henry Ford cambió su postura desconfiada y reaccionaria frente a la URSS. [5] Trotsky afirmaba que la palabra más popular entre el campesinado de la NEP era sin dudas la palabra “Ford”. Muchas fábricas soviéticas fueron construidas por diseñadores e ingenieros norteamericanos. El futuro sistema de explotación “taylorista-stajanovista” del Stalinismo ya había nacido. Incluso en la misma URSS se estableció oficialmente la idea que Henry Ford y sus ideas complementaban de manera perfecta los aportes de Karl Marx. [6] Entre la superestructura naciente del régimen stalinista y el establecimiento de una contratendencia capitalista en la economía se desarrolló un nexo vital y necesario y aparentemente contra natura. Y el consentimiento, gran hallazgo del Gramsci ordinenovista, tesis fundamental que mantuvo hasta el final de su vida, comienza precisamente en la producción, en la fábrica. Pero: ¿qué tenía que decir sobre el Taylorismo el mismo Lenin?
Lenin ya había entrevisto la importancia de esta nueva contratendencia para el nuevo ciclo de acumulación del capital, habiendo criticado al Taylorismo tan temprano como en 1913 en un artículo titulado “El sistema científico de explotación”; [7] nuevamente escribió contra el nuevo régimen en 1914 en otro artículo: “ “El sistema Taylor: esclavización del Hombre por la Máquina”. [8] En el primero de ellos reconoce, como lo hará Gramsci más tarde, que el Capitalismo norteamericano está “ a la cabeza de todos”, por lo tanto el Americanismo se presenta modelo ideal para las burguesías europeas en cuanto a “los últimos métodos de explotación del obrero”. El Taylorismus es definido por Lenin como un sistema de extraccción racional que consiste en “exprimir al obrero hasta extraerle el triple de trabajo en una jornada de la misma duración que antes”, se agotan “despiadadamente sus fuerzas, se succiona con triplicada velocidad cada gota de la energía nerviosa y muscular del esclavo asalariado. ¿Qué el obrero morirá antes? ¡Hay muchos esperando en los portones de la fábrica!”. Lenin parafraseaba el libro original de Taylor y deducía sus consecuencias en la lucha de clases: “el capitalista reduce sus gastos a menos de la mitad. Sus ganancias crecen. ¡La burguesía, entusiasmada, no se cansa de ensalzar a Taylor!”. Conclusión de Lenin: “Máxima explotación según todas las reglas de la Ciencia…”. Al año siguiente volvió sobre la candente cuestión, al parecer por las señales de introducción en el gran industria rusa del Taylorismo. Lenin enfoca su análisis desde el punto de vista de las contratendencias del Capital tal como las entendía Marx en los momentos de crisis y la Ley del valor-trabajo: “la competencia, que se agudiza en forma especial en épocas de crisis… obliga a inventar constantemente infinidad de nuevos medios para reducir el costo de producción. Pero la dominación del Capital convierte esos medios en instrumento para una mayor explotación de los obreros. Uno de esos medios es el sistema Taylor.” El Taylorismo no solo rediseña los métodos de trabajo strictu senso sino a los mismos medios de producción, incluso la misma fábrica se remodela de arriba abajo, ajustándose a esta nueva “aceleración productiva”. Lenin señala que “todos estos colosales perfeccionamientos se introducen en detrimento del obrero, pues conducen a mayor opresión y explotación de éste, y con ello limitan la distribución racional y sensata del trabajo dentro de la fábrica”. El fin del sistema científico de trabajo es claro para Lenin: “el Capital organiza y regula el trabajo dentro de la fábrica con el fin de aumentar la explotación de los obreros, de multiplicar sus ganancias. Pero en el conjunto de la producción social sigue reinando y creciendo el caos que conduce a la crisis…” Lenin en este sentido no clama en el desierto ni esta a contracorriente: era la opinión generalizada en las alas izquierdas de la Socialdemocracia europea anterior a 1914 que el Taylorismo era “la más moderna y despiadada forma de explotación capitalista” inventada hasta el momento. [9] En 1916, en su exilio en Suiza, Lenin tuvo la oportunidad de leer una traducción del libro de Taylor, Shop Management, libros sobre el sistema taylorista y de varios artículos de sus colaboradores (como Frank Gilbreth); Lenin tomará numerosas notas sobre el sistema taylorista, modificando algunas de sus opiniones anteriores. [10] El Taylorismo en una situación de crisis terminal y quiebra económica como el de la posguerra rusa post-1917, el output industrial era un tercio del de 1913, podía resultar útil en algunos de sus elementos bajo hegemonía socialista para la acumulación primitiva. Las opiniones de Lenin “taylorizado” se verán reflejadas, por ejemplo, en “Las Tareas inmediatas del poder soviético”, del 24 de mayo de 1918, donde señala en el apartado “El aumento de la productividad del trabajo” que “en toda revolución socialista, una vez resuelto el problema de la conquista del poder por el proletariado y en la medida en que se va cumpliendo en lo fundamental la tarea de expropiar a los expropiadores y aplastar su resistencia, va colocándose necesariamente en primer plano una tarea cardinal: la de crear un tipo de sociedad superior a la del capitalismo, es decir, la tarea de aumentar la productividad del trabajo y, en relación con esto (y para esto), dar al trabajo una organización superior”, para subrayar a continuación que “que el proceso de formación de las nuevas bases de la disciplina laboral sea muy largo… la vanguardia mas consciente del proletariado de Rusia se ha planteado ya la tarea de fortalecer la disciplina en el trabajo… se debe poner a la orden del día la aplicación practica y el ensayo de la remuneración por unidad de trabajo realizado el aprovechamiento de lo mucho que hay de científico y progresista en el sistema Taylor.” Sin sonrojarse, anticipando los resultados a los que llegaría en 1921 el asesor taylorista de Trotsky, Keelly, Lenin afirma que “el ruso es un mal trabajador comparado con los de las naciones adelantadas”, por lo que “la tarea que el Poder soviético debe plantear con toda amplitud al pueblo es la de aprender a trabajar. La ultima palabra el capitalismo en este terreno -el sistema Taylor-, al igual que todos los progresos del capitalismo, reúne toda la refinada ferocidad de la explotación burguesa y varias conquistas científicas de sumo valor concernientes al estudio de los movimientos mecánicos durante el trabajo, la supresión de movimientos superfluos y torpes, la adopción de los métodos de trabajo mas racionales, la implantación de los sistemas óptimos de contabilidad y control, etc.” No solo se queda allí, sino anunciando el reinado de Gastev, propone “organizar en Rusia el estudio y la enseñanza del sistema Taylor, su experimentación y adaptación sistemáticas.” ¿Y si hay resistencias obreras al sistema taylorista-fordista? Lenin afirma que es un parche momentáneo hasta el establecimiento en la conciencia de la emulación socialista: “Al mismo tiempo, y con el propósito de elevar la productividad del trabajo, hay que tener presentes las peculiaridades del periodo de transición del capitalismo al socialismo que reclaman, por un lado, el establecimiento de las bases de la organización socialista de la emulación y, por otro, la aplicación de medidas coercitivas para que la consigna de la dictadura del proletariado no quede empañada por una blandenguería del poder proletario en la practica.” [11] Para el Lenin de 1918 el Taylorismo, “propiamente aplicado e inteligentemente aplicado” por la clase obrera misma, muy importante pre-condición que estará ausente en el futuro, aumentaría la eficiencia del trabajo, haciendo crecer el profit que ahora iría a la acumulación socialista. En un discurso ante el primer Congreso del Consejo Superior de Economía Nacional , el Sovnarkhozy , propuso un grado más: endurecimiento de la disciplina laboral y la introducción del pago por piezas (pieces rates) basado en el rendimiento individual, una noción de gestión científica taylorista que no había encontrado amplio apoyo entre los dirigentes sindicales y en la fracción anti-taylorista del partido. Además se complementó con la creación de la figura gerencial del director de fábrica, los futuros “gerentes rojos”, menoscabando y paralizando el control obrero en la producción que se había extendido espontáneamente a lo largo de 1917 y 1918. [12]
Mucho antes León Trotsky se había transformado en uno de los nuevos “conversos” acríticos al Taylorismo como fórmula mágica para recuperar la productividad, sin detenerse en los detalles y las salvaguardas de Lenin; en un fecha tan temprana como mayo de 1919 había contactado con un discípulo de Taylor, un ingeniero y consultor industrial, personaje muy peculiar llamado Royal Keely, al que contrató para aplicar el nuevo método en la URSS. La ortodoxia de Taylor consistía en dos momentos diferenciados, ordenados en secuencias obligatorias e irreversibles, dos caras de la misma moneda: el primero de observación y estudio de las condiciones laborales, del tiempo de trabajo autóctono que descubría los métodos y las herramientas adecuadas, así como el estilo laboral rutinario del obrero promedio. Los trabajos debían ser estudiados, los movimientos analizados y medidos en tiempo (incluso con cinematógrafo), y las experiencias de los trabajadores en el lugar de trabajo (interrupciones, retrasos, pausas involuntarias, períodos de descanso) desconstruidas y disecadas. De aquí se deducía una performance standard local y regional, basada en el análisis del tiempo de trabajo real, en lugar del tradicional método intuitivo de cuánto se espera que produzcan los obreros. Los incentivos, el pago por cumplir el plan de pago por pieza, no comenzaba hasta que no se hubiera establecido científicamente esta performance standard objetiva. Keely pasó dos largos años in situ estudiando las fábricas rusas, la cultura laboral y los métodos de trabajo autóctonos. En su informe final a Trotsky documentó que el 50% del tiempo de trabajo productivo en la industria rusa se perdía por la ética artesanal, holgazanería y simulación, una cifra astronómica, que excedía todos los cálculos promedios de Taylor para la industria norteamericana. [13] Taylor había denunciado la economía moral de los trabajadores artesanos, su código ético de conducta laboral, calificándola como “Soldiering” (restricción a la producción eficiente). El problema de cómo aumentar la productividad de la mano de obra, las campañas de “racionalización” y las controversias a que daban lugar (acusaciones de Taylorismo y Fordismo, repulsa al trabajo a destajo y resistencia a la creación de una burocracia paralela a una aristocracia obrera) fueron corrientes desde los primeros días de la URSS. Lenin, obligado por la rampante crisis de hambre de 1921, a la que se le sumó una serie de explosivas insurrecciones campesinas (Ucrania, Tambov, Urales, Siberia), huelgas fabriles en las principales ciudades (incluidas Petrogrado y Moscú), coronadas por la rebelión de Kronstadt, enterró definitivamente el Comunismo de Guerra y a un aislado partido bolchevique encerrado en las grandes ciudades. [14] En medio de una ola de arrestos masivos y la implantación de la Ley marcial, el partido bolchevique implanta la NEP como única salida improvisada al desastre. No es casualidad que en plena NEP, en 1922, se produzca la fundación del Instituto Central del Trabajo dirigido por Goltsman y Gastev, el “Taylor ruso”, dedicado al estudio del Taylorismo, llamado “NOT” por su traducción como “Nauchnaya Organizatsiya Truda”. La oposición de izquierda anti-taylorista formó como respuesta crítica un contragrupo dirigido por Kerzhentsev que también usaba irónicamente las simbólicas iniciales NOT [15] ; no es casualidad que al mismo tiempo que se reforzaba la implantación del Taylorismo en 1922, surgieran dos grupos de oposición de inspiración obrera como respuesta: “La Verdad Obrera” de Bagdánov y el “Grupo de Trabajadores” de Miasnikov, que denominaban sarcásticamente a la NEP como “Nueva Explotación del Proletariado”. Entre sus simpatizantes se encontraba David Riazanov, sindicalista, especialista y editor de las obras completas de Marx. [16] Lenin muere en 1924, Trotsky jamás abandonó su entusiasmo por el Taylorismo (y por la militarización de la fuerza de trabajo in toto) incluso hasta poco antes de su forzoso exilio. Pero la paradoja es que el Taylorismo, al que Lenin calificaba como un nuevo grado de sofisticación de la “esclavitud capitalista”, al que pretendía introducir con cautela y salvaguardas como “educador de trabajadores” bajo control obrero, en realidad un nueva vuelta de tuerca en la contratendencia del Capital, se implantaba ahora acríticamente en la Patria del Proletariado, al mismo tiempo que se consolidaba la superestructura del régimen stalinista.
Destajo en la Patria del Socialismo : La lucha sucesoria en torno a la dirección del Partido Bolchevique como sabemos la ganó la dupla Bujarin-Stalin. La NEP instaurada por Lenin había revigorizado, con su reinstalación de mecanismos capitalistas, la suspensión de la colectivización agraria y la propiedad estatal de los sectores pesados de la industria, a la economía soviética, que para 1926 ya había recuperado los niveles de 1913. La productividad industrial también había mejorado notablemente. Pero no había solución al alto paro industrial y al juvenil, y se había producido un desfasaje entre el crecimiento de la productividad y el crecimiento de la fuerza de trabajo industrial. La insurgencia obrera no cedía a pesar de las medidas disciplinarias, lo métodos draconianos y la represión. [17] Gramsci reconocería que el “intento progresista” de implantar el Americanismo y el Fordismo “sea iniciado por una u otra fuerza social no carece de consecuencias fundamentales: las fuerzas subalternas, que deberían ser 'manipuladas’ y ‘racionalizadas’ según los nuevos fines, resisten necesariamente.” El debate dentro del partido bolchevique venía de lejos: Gramsci precisamente señala que “este desequilibrio entre teoría y práctica (en los bolcheviques sobre la cuestión del Americanismo)… ya se había manifestado anteriormente, en 1921.”, es decir en el agrio debate sobre el rol de los sindicatos en el Xº Congreso del partido bolchevique. Pero el debate venía de más atrás todavía. Efectivamente ya a mediados de 1918, después de la crisis de Brest-Litovsk, se colocó en el centro del debate soviético el problema de la productividad, la disciplina laboral y medidas draconianas para reglar la producción, eliminación del control obrero (el 68% de todas las fábricas de Rusia estaban controladas por comités, y en el 100% en aquellas con más de doscientos trabajadores) estableciéndose una polémica regulación del trabajo donde se introducía el gerente, la cuota por pieza (idea taylorista) y el trabajo a destajo. La oposición de izquierda bolchevique criticó estas medidas, las citas son del propio Lenin en su polémica de 1918, que definían esta política laboral oficial como “destinada a implantar la disciplina entre los obreros bajo la insignia de la ‘autodisciplina’, a la introducción del servicio laboral para los obreros… al trabajo a destajo, el hecho de alargar el día de trabajo, etc.”, y argumentaba que “la introducción de la disciplina laboral junto con la restauración de la dirección capitalista en la producción… amenaza con esclavizar a la clase obrera y excita el descontento, no solamente en las capas atrasadas, sino en la vanguardia del proletariado.”; se afirmaba en la prensa de la oposición (socialrevolucionaria y menchevique de izquierda, cuya libertad de expresión tuvo efímera vida) que “bajo la bandera de la restauración de las fuerzas productivas, se está intentando abolir la jornada de ocho horas e introducir el trabajo a destajo y el Taylorismo.” Lo que estaba en cuestión era el mismo concepto del Taylorismo, la diferencias salarial, la burda copia de la división del trabajo capitalista y hacer de nuevo al obrero un apéndice de la máquina y el cronómetro. ¿Era éste el Hombre Nuevo? ¿Lenin tachaba con el codo lo que había escrito en El Estado y la Revolución? El resultado fue una ola de protestas obreras, choques armados y huelgas parciales a lo largo de la primavera de 1918 en las principales regiones industriales que concluyeron con la huelga general del 2 de julio. La vanguardia de los trabajadores la conformaban trabajadores de armamento y de locomotoras, que habían sido un apoyo vital a los bolcheviques en octubre de 1917. [18] La resistencia obrera a la nueva “racionalización” taylor-fordista y la respuesta represiva continuaron a lo largo de 1919. [19] Entre las consignas más comunes, se encontraba precisamente la de devolver el dominio en la fábrica y el Management de la producción a los comités de obreros y en especial contra los altos salarios de funcionarios del partido, directores de fábrica (los odiados glavki’s), especialistas y técnicos. [20] La tensión no se resolvió, aunque se apaciguó con una mezcla del palo y la zanahoria: una amplia represión (que incluyó ejecuciones sumarias) [21] acompañó la instauración de la NEP, aumentos salariales en las escalas inferiores y la lenta desmilitarización del servicio laboral. Se amenazaba con la expulsión del partido a quienes se solidarizaran con cualquier huelguista. [22] El enemigo elemental del trabajador industrial ruso era el Taylorismo “rusificado” a base de bajos salarios (cuando la política salarial de Ford eran precisamente los altos salarios), la explotación extensiva y el desempleo producto de la “racionalización” capitalista de la fábrica. El peor de los mundos posibles para un obrero. Entre julio y septiembre de 1923 estalla una nueva oleada de huelgas con la primera huelga de masas que se tiene noticia desde octubre de 1917, en la industria pesada en Karkhov y Sormovo, movimiento espontáneo y desorganizado que el propio Stalin calificó como “una ola de intranquilidad y de huelgas que ha barrido en agosto algunas regiones de la República”. [23] Gramsci fue testigo directo de la resistencia obrera desde abajo: estaría en Moscú, uno de los epicentros de la protesta, [24] desde mayo de 1992 hasta diciembre de 1923, además Moscú era el centro nacional de la Oposición de Izquierda que publicitaba y apoyaba en muchos casos a los huelguistas. Se había llegado a tal extremo que constituía un grave riesgo para el régimen soviético implantar a rajatabla la política laboral de reorganización taylorista y racionalización industrial. El proletariado se encontraba en una situación de revuelta y fermento pre-revolucionario. El futuro para el obrero industrial parecía negro: más trabajo a destajo, sueldos en descenso y la amenaza automática de castigo o desempleo. [25] El nuevo Moloch se llamaba ahora “acumulación socialista”. [26] Se dejó para un etapa futura la cuestión laboral, la profundización de la productividad, la racionalización extrema y la culminación del Taylorismo.
En 1925 la oposición de izquierda, que se hacía eco del creciente descontento proletario a diferencia de su actitud en 1923, enumeró seis características respecto a la situación de la clase obrera en la URSS que eran más propias de un régimen de capitalismo de estado que de un sistema de transición al Socialismo: 1) pago de jornales por trabajo a destajo (viejo recurso del Capital) y sistemas tayloristas de pago por pieza; 2) relación de dominación entre gerentes y obreros; 3) grandes masas de desempleados (ejército industrial de reserva clásico); 4) métodos de contratación y despido de trabajadores; 5) frecuencia de conflictos industriales; 6) uso general de las horas extraordinarias (abandono de la jornada de ocho horas). [27] Stalin abogó en esas fechas no por revisar el sistema laboral en crisis sino por una dura campaña “que terminase con el absentismo en las fábricas y talleres, para elevar la productividad de la mano de obra y para fortalecer la disciplina laboral en nuestras empresas”. En la primavera de 1925 es el momento de la insurgencia obrera: se produjeron nuevamente grandes huelgas inéditas por fuera de los sindicatos oficiales, de los órganos del partido bolchevique, de las agencias económicas en la región industrial de Ivanovo-Vosnesenk, síntomas de una lucha aún mayor que abarcaba ya uno de cada seis sindicatos estatales. Ivanovo (que había encabezado la huelga más extensa de la clase obrera contra el régimen de Kerenski), [28] megacentro textil ruso, vive una serie creciente de movilizaciones, huelgas de hambre, huelgas de brazos caídos, ralentización del trabajo, radicalización de las asambleas de fábrica, sabotajes en la producción, ataques a los managers tayloristas de las fábricas (llamados “industriales rojos” en la jerga de clase), atentados contra las autoridades locales, y la creación de una amplia literatura política subversiva. En todos los pronunciamientos del partido y de los sindicatos se machacaba sobre la supuesta necesidad de aumentar la producción y se insistía en que era primordial que la mano de obra trabajara con más intensidad y con más eficacia con la aplicación del Taylorismo y el Fordismo. En 1926 se produjo la última huelga obrera que pudo aparecer de manera positiva y sin censura en la prensa soviética, de aquí en más en la URSS no existiría por decreto el fenómeno denominado “huelga” en ningún medio informativo. [29]
La NEP queda oficialmente liquidada en 1928, Stalin decide la colectivización forzosa y al mismo tiempo acelerar la implantación del Taylorismo saltándose la fase previa de estudio de los tiempos de trabajo indispensable para el mismo Taylor. Mientras en 1926 el 60% de los trabajadores estaban bajo un sistema de pago por pieza y métodos tayloristas rusificados, en 1931 ya eran el 75% del total. [30] El sistema de explotación laboral bajo el Stalinismo se componía de esta manera, en su madurez, de Taylorismo rusificado, Stakhanovismo y una minoría de “trabajadores de choque” (los llamados udarniks ) que supuestamente anticipaban la futura ética socialista. Además Stalin pretende introducir elementos de planificación totalmente ausentes hasta el momento, copiando las posturas de Trotsky que criticó en la lucha fraccional de 1923, en el primer Plan Quinquenal, recurriendo a otra herramienta taylorista: el diagrama de Gantt. [31] El presidente del Consejo Supremo de Economía Nacional de la URSS (VSNKH, o Vesenkah), G. K. Ordjonikidzé, invitó personalmente a uno de los popularizadores de la teoría de Gantt en EEUU, el ingeniero emigrado ruso Walter N. Poliakov (que había aplicado la técnica en la fabricación de locomotoras), quién estuvo en la URSS entre 1929 y 1931. Gracias a la actividad de Poliakov por primera vez el Taylorismo, unido al gerenciamiento del aparato burocrático y la vigilancia policial sobre los trabajadores, reinaba en todos los rincones de la URSS. La respuesta instintiva de los trabajadores rusos fue de fiera resistencia al Taylorismo, iniciada en el sector textil, clave en el Primer Plan Quinquenal (1928-1932) para generar los surplus necesarios para el desarrollo de la industria pesada. La rama textil será de manera experimental uno de los primeros sectores industriales en aplicar a rajatabla los métodos de Taylor “rusificados”, el pago por pieza y el trabajo a destajo. La reacción obrera no se hizo esperar nuevamente y una nueva ola de insurgencia obrera surgió en los núcleos industriales: en el climax, abril de 1932, más de 20.000 obreros textiles se declararon en abierta huelga, declarando las condiciones de trabajo “explotadoras” y “coercitivas”. [32] En 1930 ya habían comenzado las purgas de Stalin por “sabotaje industrial” que diezmaron al partido taylorista, pero es en 1937 (con el fracaso del segundo Plan quinquenal) en que se produce la gran purga: se acusa a un “Centro antisoviético de reserva” (sic) de “una intensa actividad saboteadora extremadamente perjudicial para nuestra economía”, se obliga a los directores de fábrica (los “gerentes rojos”), administrativos, ingenieros y técnicos, planificadores, el alma del Taylorismo soviético, a autoculparse de sabotaje industrial, espionaje y terrorismo. Se suceden desapariciones, ejecuciones, exilios forzados y el suicidio de Ordjonikidzé, cabeza del Gosplan y comisario popular de la Industria Pesada, el que había invitado a Poliakov y logrado adaptar el Taylorismo a las condiciones rusas. El sino del Scientific Management en la URSS no podía ser más siniestro: otro símbolo del Taylorismo radical, Gastev, sería detenido en 1939 y ejecutado por orden de Stalin en 1941. [33] El llamado “Segundo proceso de Moscú” se iniciará el 23 de enero de 1937, a los acusados (“agentes nipo-germano-trotskistas”) que lleguen a los tribunales, se los acusa de hacer estallar las minas, incendiar fábricas químicas, ralentizar la producción industrial, descarrilar trenes, fabricar productos defectuosos, envenenar el trigo, bloquear el pago por piezas de los obreros para irritarlos y llevarlos a la huelga… “Catástrofes” del Socialismo en un solo país, reales y comprobables, consecuencia del desastre en la planificación stalinista, en la falta de calificación laboral, en la corrupción de la Nomenklatura, la mala alimentación de la fuerza de trabajo, la superexplotación y el trabajo forzado de presos, [34] la falta de respeto por la higiene y las normas de seguridad y por la pésima aplicación de más avanzado sistema de explotación inventado por el Capital. Se había aplicado lo peor del Taylorismo, y se había dejado de lado su “lado bueno”: el estudio científico y objetivo de las características locales del trabajo, la gratificación del obrero-masa y la comunidad de intereses entre patrón-obrero generado por los altos salarios. De todas maneras, el Americanismo era una amarga e irreversible realidad en la URSS, resistida y combatida desde abajo, y pocos se hacían la pregunta elemental (entre ellos Gramsci) si era compatible el Taylorismo-Fordismo con una economía de transición al Socialismo.
No solo Gramsci lo había notado en su viaje los cambios profundos que afectaban al país de los Soviets. Cuando el gran escritor austriaco Joseph Roth viaje entre 1926 y 1927 a la URSS, como un bolchevique más o menos convencido, ya bajo el dominio del régimen de Stalin, escribirá sorprendido que el país se encuentra en un proceso de total “americanización”, señalando que se busca, con el Taylorismo, “una Técnica de producción perfecta” y masiva, no importando el coste social, como si la Tecnología fuera un elemento neutro, pero lo que no pueden comprender los dirigente soviéticos es que “una consecuencia de estas aspiraciones es que, inconscientemente, se adaptan al espíritu de América”. [35] El teórico marxista Walter Benjamin, en la misma época que Roth residiendo en Moscú, reconocía que el régimen “trata de suspender en el interior la actividad del comunismo militante, empeñándose en lograr una paz social a plazo fijo, a ‘despolitizar’ la vida burguesa en la medida de lo posible… intentando suprimir la dinámica del proceso revolucionario dentro de la vida estatal”, y que el “Capitalismo de Estado” (así le denominaba Benjamin) implantaba la idea que la Técnica “es lo sagrado: no hay nada que se tome más en serio que la Técnica; la metamorfosis era obvia: el sistema apuntaba a “la transformación del trabajo revolucionario en trabajo técnico,”, trabajar con intensidad la última versión de la Técnica burguesa (Taylorismo, Fordismo) era en la naciente ideología stalinista “revolucionario”. [36] Del otro lado de Europa, el escritor portugués Fernando Pessoa, un inteligente conservador revolucionario, criticaba la importación acrítica en el Bolchevismo ruso de la “industrialización à la Americana”; [37] y no es de extrañar que el filósofo reaccionario Martin Heidegger, ya en 1935, igualara sin más a la URSS y su Capitalismo de Estado con Amerika, afirmando que se sostenían sobre el mismo principio metafísico, “ese furor funesto por la Técnica desencadenada” norteamericana; en 1938 afirmaba que el Bolchevismo en su variante stalinista (para Heidegger era simplemente “Marx aplicado”) no es más que un artículo injertado, una mercadería exportada de la América fordista al Ost eslavo-asiático, y con ella se introduce de contrabando a Asia su Machenschaft, el “Maquinismo”, la aplicación sucesiva de Taylorismo y Fordismo; en 1942, ya en plena guerra total en el Este, ante la avalancha infinita de material y hombres con que se enfrentaba el IIIº Reich en el Este, Heidegger concluirá que “el Bolchevismo no es más que una variación del Americanismo”. [38] Seguramente Gramsci cambiaría el término “Bolchevismo” por el más certero de “Stalinismo”. Lo cierto es que las reflexiones gramscianas sobre el “Americanismo”, la gran innovación contratendencial del Capitalismo que Marx no había visto y que Lenin no ha podido preveer en sus consecuencias a mediano plazo, se vuelven complejas y productivas a la sombra de su retorno al Marx auténtico. Y la recuperación-retorno de Gramsci sobre el Marx rehabilitado, es simultáneamente una critica in pectore al proceso de regresión que se vivía en la URSS, que Gramsci podía haberlo comprobado in situ en su estadía en 1922-1923. No era ningún espejismo: hacia 1935 la mayoría de los trabajadores soviéticos producían bajo el sistema taylorista “rusificado”, y finalmente al Taylorismo toscamente importado por Gastev (copiado en su lado exclusivamente de explotación intensiva) se le unió el mecanismo auténticamente stalinista de Stakhanov (la explotación extensiva, la eliminación práctica de la jornada de ocho horas) [39] . La fórmula perversa del Capitalismo de Estado estaba completa.
Gramsci, más allá de Lenin: El Americanismo era un contragolpe doble: para contrarrestar eficientemente la caída tendencial de la ganancia y al mismo tiempo bloquear el desafío en la producción del obrero artesano del siglo XIX modificando la composición de clase. Era una recomposición burguesa. La hegemonía, tanto en Lenin como en Gramsci, nace de la fábrica. A Gramsci en la prisión no se le escapa la dimensión profunda, gracias a su recuperación del Marx auténtico y su propia formación “ordinenuovista”, de esta ruptura epocal que denomina “histórica”. Declara, a contrariis del Stalinismo, que “la Ley tendencial de la disminución de la tasa de beneficio estaría, pues, en la base del ‘Americanismo’”; el nuevo obrero-masa del Fordismo, el “gorila amaestrado” como le denominaba Taylor (y que Gramsci recuerda en varios pasajes de los Quaderni) se configura desde la idea-fuerza taylorista: “desarrollar al máximo en el hombre trabajador la parte maquinal, destruir el viejo nexo psico-físico del trabajo profesional calificado que exigía una cierta participación de la inteligencia, de la iniciativa, de la fantasía del trabajador, para reducir las operaciones de producción al aspecto físico únicamente.” Las contratendencias del Capital no son nuevas, señala Gramsci, y todas buscan “crear, con una rapidez inaudita y con una conciencia de los fines nunca antes vista en la Historia, un nuevo tipo de trabajador y de hombre.” Y no solo eso: se dará “una selección forzada y una parte de la vieja clase trabajadora será implacablemente eliminada del mundo de la producción y del mundo tout court.” [40] La eliminación no solo es física sino además ideológica: el Taylorismo anuncia un nuevo nivel inédito en la lucha de clases. Interesante que Gramsci discrepe con el “militar-taylorista” Trotsky (y por elevación con el “ultrataylorista” Stalin) sobre este punto en particular, afirmando que dar la supremacía a la industria y a los métodos industriales americanos, “acelerar en métodos coercitivos la disciplina y el orden en la producción, de adecuar los hábitos a las necesidades del trabajo”, sin las condiciones materiales de EE.UU., “habría desembocado inexorablemente en una forma de ‘Bonapartismo’…”, las soluciones propuestas por Trotsky “eran erróneas, aunque sus preocupaciones eran justas… el modelo militar se había convertido en un prejuicio funesto, los ejércitos de trabajo fracasaron.” El Americanismo no podía simplemente ser importado y adoptado sin más, ya que en él se encuentran indisolublemente unidos “modos de vida” (reproducidos por el mismo estado) con los nuevos métodos de trabajo. Como para Gramsci el consentimiento comienza en la producción, la hegemonía se construye desde la fábrica (“L’egemonia nasce dalla Fabbrica”), la reproducción y ampliación del Americanismo a toda la sociedad se transforma lentamente en una función del estado (funzione di Stato), en “ideología estatal” (ideologia statale), en parte de su reproducción ampliada, ya que una vez establecida, para que la clase dominante pueda ejercerla a voluntad no se necesita más que “una cantidad mínima de intermediarios profesionales de la política y de la ideología.” El Taylorismo para Gramsci no es otra cosa que “una coacción sobre las masas trabajadoras para conformarlas a las necesidades de la nueva industria”, y subraya, con un eco inconfundible en lo que sucede en la URSS, que “la adaptación a los nuevos métodos de trabajo no puede producirse sólo por coerción: el aparato de coerción necesario para obtener tal resultado costaría ciertamente más que los altos salarios.” [41] Tampoco Gramsci tiene dudas de la esencia oculta del Americanismo: “La ley de la Tendencia Decreciente descubierta por Marx estaría, pues, en la base del Americanismo, o sea: del ritmo acelerado en el progreso de los métodos de trabajo y de producción y de modificación del tipo de obrero (tipo di operaio).” [42] Es el teorema de primera aproximación de Marx, así le llama Gramsci a la Ley marxiana, [43] el que nos permite entender críticamente al Taylorismo y al Fordismo, que en suma simplemente son “un intento de superar esta primera aproximación” marxista. Como mecanismo de contratendencia “la industria Ford exige una discriminación, una calificación, en sus obreros que las otras industrias todavía no exigen, un tipo de calificación de nuevo género, una forma de consumo de fuerza de trabajo y una cantidad de fuerza consumida en el mismo tiempo medio que son más gravosas y más extenuantes que en otras partes”, [44] por lo que Gramsci duda incluso de la autodenominación ideológica burguesa de “racional” y “científico” de un método sofisticado de explotación, y mirando la experiencia soviética se pregunta “si el tipo de industria y de organización del trabajo y de la producción propio de Ford es 'racional’, esto es, si puede y debe generalizarse o si por el contrario se trata de un fenómeno morboso que hay que combatir con la fuerza sindical y con la legislación.” Si la respuesta es que es racional (más progresivo que su anterior figura, el obrero artesano) y debe generalizarse, tal como se hizo en la URSS, y se intenta en Europa, Gramsci señala que “no puede suceder únicamente con la ‘coerción’, sino sólo con una combinación de coerción (autodisciplina) y de persuasión, también bajo la forma de altos salarios, o sea de posibilidades de mejor nivel de vida, o quizá, más exactamente, de posibilidades de realizar el nivel de vida adecuado a los nuevos modos de producción y de trabajo”. Precisamente lo contrario de su implantación acrítica en la URSS. El Americanismo importado mecánicamente ignora que éste “exige un ambiente determinado, una estructura social determinada (o la voluntad decisiva de crearla) y un determinado tipo de estado. El estado es el Estado Liberal”, con lo que Gramsci establece la conexión en la Kritik entre Economía-Política, ya que el Taylorismo no es sino la otra cara de la forma-estado basada en la lógica de la “libre iniciativa y del individualismo económico que conduce con sus propios medios, como ‘sociedad civil’, por su propio desarrollo histórico, al régimen de concentración industrial”. Pero tanto en la URSS (como en la Italia fascista) faltan los elementos básicos de este ambiente capitalista determinado. Gramsci no duda en definir que “toda la ideología fordiana de los altos salarios es un fenómeno derivado de una necesidad objetiva (necessità obbiettiva) de la industria moderna que ha alcanzado un determinado grado de desarrollo y no un fenómeno primario (lo que sin embargo no exime del estudio de la importancia y las repercusiones que la ideología puede tener por su cuenta).” La fantasía burguesa que el nuevo obrero-masa del Taylorismo sea finalmente un mero “gorila amaestrado” entre relaciones de producción racionalizadas representa en realidad, como lo demuestra su despliegue conflictivo en Europa y en la misma URSS, “un límite en una cierta dirección” [45] . La respuesta al tema de la productividad creciente y a la velocidad en la cadena de producción era una cuestión determinada únicamente por la capacidad de resistencia de los trabajadores, no existía ningún kantiano “imperativo técnico”. La recomposición de clase del obrero artesanal al obrero-masa, auténtica revolución pasiva, abría para Gramsci una nueva etapa en la morfología de la lucha de clases, no su fin. No es un momento absoluto, no es el Fin de la Historia, ya que aunque puede mantener en pie una opresión y una determinada hegemonía, no puede impedir que ella sola pueda sostenerse sin el ejercicio de un permanente trabajo de control en la fábrica. Las nuevas tareas políticas a las que nos enfrentamos con el Americanismo son el generar una anti-revolución pasiva. (Continuará)
Notas
[1] Taylor, Frederick, W.; “Testimony”, en: Scientific Management. Comprising Shop Management. The Principles of Scientifica Management. Testimony before the special House Comitee; Harper & Row, New York, 1947, p. 49.
[2] Taylor, Frederick W.; “Shop Management”, en: Transactions of the American Society of Mechanical Engineers, Nº 24, 1903, pp. 1337-1456.
[3] Stalin, I.; Sochineniia, VI, pp. 187–8, abril-mayo de 1924 (en ruso).
[4] La historia de la introducción del “Americanismo” en la URSS de Bujarin y Stalin en la obra de Thomas P. Hughes: American Genesis: A Century of Invention and Technological Enthusiasm, 1870-1970, capítulo “Lenin, Taylor and Ford”, University of Chicago Press, Chicago, 2004, p. 250 y ss.
[5] Véase: Watts, Steven; The People's Tycoon: Henry Ford and the American Century; Random House, New York, 2009, p. 345 y ss.
[6] La tesis, aparecida en forma de artículo en 1927 con el título “Marx y Ford”, pertenecía al abanderado de la introducción del Taylorismo capitalista en la URSS, el “trabajador-poeta” y ultra-taylorista Aleksei Gastev, apoyado por Lenin y Trotsky en sus inicios, fue ejecutado por orden de Stalin en 1939. Véase el trabajo de Mark R. Beissinger: Scientific Management, Socialist Discipline and Soviet Power; I. B. Tauris, London, 1988. Gastev en su exilio político en Francia había trabajado en la fábrica Renault, que había introducido el Taylorismo en la línea de producción con gran resistencia obrera.
[7] En: Pravda, Nº 60, 13 de marzo de 1913, con el pseudónimo “W.”; en español: Lenin; “Un sistema ‘científico’ de máxima explotación”; en: Obras Completas; Tomo XIX, Akal, Madrid, 1977, pp. 195-196.
[8] En: Put Pravdy Nº 35, 13 de marzo de 1914, con el pseudónimo “M. M.”; en español: Lenin; “El sistema Taylor: esclavización del Hombre por la Máquina”; en: Obras Completas; Tomo XXI, Akal, Madrid, 1977, pp. 52-54. Este texto recién se descubrió en 1959 entre los materiales en el Archivo Histórico Central del Estado, en el que la policía zarista reunía las confiscaciones a las agrupaciones políticas.
[9] Véase: Traub, R.; “Lenin and Taylor: the fate of ‘scientific management’ in the (early) Soviet Union”, en: Telos, Vol. 37, 1978, pp. 82-92.
[10] Sobre Lenin en su exilio político en Suiza: Kudriavtsev, A. S.; Las direcciones de Lenín en Ginebra, Editorial Progreso, Moscú, 1977.
[11] Lenin, V. I.; Obras; Tomo VIII, Progreso, Moscú, 1973, p. 45 y ss.
[12] El primer Congreso del Sovnarkhozy se realizó entre el 26 de mayo y el 4 de junio de 1918, reflejando las preocupaciones por el liderazgo bolchevique entre los trabajadores y el campesinado, la política de nacionalizaciones; se componía de 252 delegados de importantes instituciones soviéticas (VSNKh, Sovnarkom, sindicatos, cooperativas de trabajadores, etc.); la tesis “taylorista” de Lenin (que dejaban de lado el programa bolchevique), defendidas por Miliutin, se enfrentaron a las del ala izquierda, defendidas por Osinski (pseudónimo de Valerián Obolenski), ganando por mayoría la primera (veinticinco a favor, siete en contra, trece abstenciones) contra la posición “antitaylorista” (nueve a favor; doce abstenciones); el alto número de abstenciones, incluso con la presencia magnética de Lenin a favor de una de las tesis, nos habla del desconcierto ideológico en el núcleo bolchevique.
[13] Hughes, T. P. ; American Genesis: A Century of Invention and Technological Enthusiasm, 1870-1970, Viking, New York, 1989, p. 257 y ss. El informe tuvo su efecto disciplinario inmediato: la “simulación laboral” fue castigada en la URSS con duras penas a partir de 1921. Keely fue detenido sin cargos en la URSS cuando intentó salir hacia los EEUU, acusado de espía pasó dos años en un Gulag; finalmente dejó la URSS por presiones diplomáticas y escribió en varias revistas americanas las condiciones laborales desastrosas de la URSS, la explotación a destajo, la falta de alimentos, las carencias de repuestos industriales, la censura generalizada y el poder de la policía secreta.
[14] Véase: Malle, Silvana; The Economic Organization of War Communism 1918-1921; Cambridge University Press, Cambridge, 2002; Lee, Stephen, J.; Lenin and Revolutionary Russia; Routledge, London, 2003, cap 7 “The Bolshevik Regime 1918-1924”, p. 96 y ss.; Avrich, Paul; Kronstadt 1921; Proyección, Buenos Aires, 1973; Getzler, Israel; Kronstadt 1917-1921: The Fate of a Soviet Democracy; Cambridge University Press, Cambridge, 2002; sobre la rebelión de Tambov, la Antonovshchina: Singleton, Seth; “The Tambov Revolt, 1920-1921”; en: Slavic Review 25:3 (September 1966): pp. 497-512; Singleton cita un informe de la CHEKA que contabiliza 118 levantamientos campesinos solamente entre enero y febrero de 1921, p. 499.
[15] Una ironía, ya que not en ruso significa literalmente “echar el bofe”, es decir: esforzarse o trabajar demasiado en hacer una cosa.
[16] Véase: Avrich, Paul; “Bolshevik Opposition to Lenin: G. T. Miasnikov and the Workers' Group”, en: Russia Review; Vol. 43, 1984; pp. 1-29. Gavril Miasnikov fue juzgado en 1927, exiliado, escapó a Francia, donde trabajó en diversas fábricas, en 1945 fue llevado por la NKVD a la URSS y ejecutado el 16 de noviembre; su figura será rehabilitada en 2004. Sobre Riazanov nos permitimos remitir a nuestro esbozo biográfico: “David Riazanov: Humanista, Editor de Marx, Disidente rojo”, de 2013.
[17] Sobre el periódo de luchas obreras después despues de la muerte de Lenin, en plena lucha por el control del partido, véase el trabajo de Vladimir Brovkin: Rusia after Lenin. Politics, Culture and Society, 1921–1929 , Routlegde, London and New York, 1998, especialmente el capítulo 8, “The proletariat against the vanguard”, p. 173 y ss.
[18] Véase: William G. Rosenberg, “Russian Labor and Bolshevik Power After October”; en: Slavic Review, 1985, 44, no. 2, pp. 213-238;
[19] Véase: Brovkin, Vladimir; “Workers' Unrest and the Bolsheviks' Response in 1919”; en: Slavic Review, Volume 49, Issue 3 (Autumn, 1990), pp. 350-373. En EEUU sucedió lo mismo durante la re-organización taylorista-fordista de la producción entre 1900 y 1920, por lo que hay que señalar que los líderes bolcheviques “filotayloristas” tenían una imagen muy distorsionada y benévola del éxito civilizatorio del Americanismo; las oleadas de huelgas entre 1910 y 1913 y entre 1916 y 1922 resistiendo a la introducción del cronómetro y al pago según rendimiento siguen siendo sin precedentes en la historia de la clase obrera norteamericana.
[20] Véase: Rosenberg , W. G.; “ Workers and Workers ’ Control in the Russian Revolution ”, History Workshop, Vol. 5 (1978), pp. 89-97.
[21] Por ejemplo en la represión de la huelga en la gran fábrica de Putilov en Petrogrado, véase: Leggett, George; The Cheka: Lenin's political police: the All-Russian Extraordinary Commission for combating Counter-revolution and Sabotage, December 1917 to February 1922; Clarendon Press, Oxford, 1981, p. 313 y ss.
[22] Por ejemplo: las cifras oficiales hablan en 1924 de 267 huelgas (99 en empresas del estado); una media que se mantenía desde 1922; véase: Carr, E. H.; El Socialismo en un solo país 1924-1926, I; Alianza Universidad, Madrid, 1974, p. 404 y ss.; las luchas generalmente se planteaban entre un Bloc de tres, una triple alianza de gerentes (glavki) de fábrica, partido y sindicatos contra la clase obrera industrial.
[23] El jefe de la OGPU Yagoda informaba perosnalmente a Stalin que existía “un fuerte deterioro de la situación en la industria y el colapso de la producción en numerosas ramas”, situación acompañada por “el pago atrasado de los salarios, fuerte aumento de los precios, y sueldos bajos para los trabajadores.”; las estadísticas señalan que en julio de 1923 más de 100 empresas se encontraban en huelga; en agosto ya eran 140 con más de 80.000 trabajadores; véase: “GPU Deputy Chair Yagoda, To: Comrade Stalin’s Secretariat, Comrade Mekhlis, Kratkii Obzor Politekonomicheskogo polozheniya respubliki” (1 July-15 September, 1923), RTsKhIDNI, Doc. 177.
[24] En Moscú durante 1922, año en el que Gramsci llegó a la ciudad, el número promedio de huelgas alcanzó la cifra de quince por mes, y las manifestaciones callejeras de descontento fueron ese año de setenta; véase: “Politsostoyanie goroda Moskvy i Moskovskoi gubernii” (November-December 1922), RTsKhIDNI, Doc. 176, pp. 1–5.
[25] Si los trabajadores amenazaban con una huelga para llamar la atención sobre sus reclamos, se les acusaba de romper la disciplina sindical, se les castigaba dándoles la baja del sindicato, lo que significaba el despido automático de la fábrica y la imposibilidad de conseguir un nuevo trabajo. En caso de huelga la policía política, la CHEKA o la OGPU, intervenía al instante, deteniendo a cabecillas e instigadores, utilizando la fuerza sin contemplaciones.
[26] Termino popularizado por Trotsky. Por ejemplo Trotsky justificaba no solo la depresión salarial y la racionalización taylorista de la industria sino incluso el despido de trabajadores “sobrantes” como un aporte necesario a la sagrada acumulación primitiva del Socialismo, como lo hizo en duodécimo congreso del Partido Bolchevique en abril de 1923.
[27] Carr, E. H.; El Socialismo en un solo país 1924-1926, I; Alianza Universidad, Madrid, 1974, p. 411.
[28] Sobre la vanguardia obrera en Ivanovo a lo largo de 1917: Koenker, Diane P./ Rosenberg, William G.: Strikes and Revolution in Russia, 1917; Princeton University Press, New Jersey, 1989, pp.292–298; también : Mandel, Daniel: “October in the Ivanovo-Kineshma Industrial Region,”; en: Revolution in Russia: Reassessments of 1917, ed. Edith Regain Frankel, Jonathan Frankel, and Baruch Knei-Paz; Cambridge University Press, England, 1992, pp. 157–187.
[29] Por ejemplo, Pravda a partir de noviembre de 1923 se limitará a reflejar y repetir la voz oficial del comité central o del Politburo.
[30] Las cifras en: Polakov, W.N.; “Myths and realities about Soviet Russia”, en: Harvard Business Review, Vol. 11, 1932, pp. 1-13.
[31] Derivado del nombre de su creador, Henry Laurence Gantt; discípulo de Taylor, siendo colaborador el estudio de una mejor organización del trabajo industrial. Sus investigaciones se centraron en el control y planificación de las operaciones productivas mediante uso de técnicas gráficas, entre ellas el llamado carta o diagrama de Gantt, popular en toda actividad que indique planificación en el tiempo de trabajo.
[32] Véase: Rossman, Jeffrey, J.; Worker Resistence under Stalinism. Class and Revolution on the Shop Floor, Harvard University Press, Cambridge, Massachusetts, and London, 2005, p. 6 y ss. Sobre la “cuestión obrera” bajo el Stalinismo, véase el notable trabajo de la “obrerista” Rita Di Leo: Operai e fabbrica in Unione Sovietica; De Donato, Bari, 1973, que analiza el descontento laboral, el resentimiento de clase y los problemas de gestión de la fábrica a indirectamente través de cartas de trabajadores a la prensa oficial.
[33] Véase: Chanvier, J.-M. ; “URSS: l’ère du ‘management’ ou les nouvelles formes d’organisation du travail”; en: Les Temps Modernes, Vol. 31, 1975, pp. 203-9.
[34] Se estima que para 1938 alrededor de 9 millones de personas fueron asignadas por las autoridades del Gulag a trabajar a destajo en la industria soviética; véase: Blackwell, W.L.; The Industrialization of Russia, Crowell, New York, 1970, p. 114. Los campos de trabajo forzado de la URSS se crearon en abril de 1919 para los delincuentes, administrados por la CHEKA, que evolucionaron rápidamente para contener a todos enemigos genéricos del regimen, identificando el trabajo penitenciario de castigo con las formas más penosas de trabajo necesario social. Véase: Gregory, Paul R. (Ed.); The Economics of Forced Labour: The Soviet Gulag; Hoover Institut Press, Stanford, 2004; y Davies, R.W.: “The Economics of Forced Labor: The Soviet Gulag”; en: Journal of Cold War Studies 9 (1): 2007, pp. 165–167.
[35] Joseph Roth trabajó de cronista en la URSS para el diario Frankfurter Zeitung; esta crónica se titula significativamente “XI. Rusia va hacia América” (25 de noviembre de 1926); en español: Viaje a Rusia; Editorial Minúscula, Barcelona, 2008, p. 91.
[36] Benjamin, Walter; Diario de Moscú; Taurus, Madrid, 1988, p. 90 y ss.
[37] Pessoa, Fernando: Política y Profecía. Escritos Políticos: 1910-1935; Montesinos, Mataró, 2013, p. 212.
[38] Sucesivamente en las obras de Heidegger: 1) Einführung in die Metaphysik; 2) Die Geschichte des Seyns. I) Die Geschichte des Seyns (1938-1940); II) KOINON. Aus der Geschichte des Seyns (1939-1940), y 3) Das Ereignis (1941-1942).
[39] Alexei A. Stakhanov, trabajador minero de origen humilde, encarnación prototípica en el Stalinismo de las iniciativas “desde abajo” para aumentar la productividad y complementar al Taylorismo rusificado; véase: Bedeian, A.G./ Phillips, C.R.: “Scientific management and Stakhanovism in the Soviet Union: a historical perspective”; en: International Journal of Social Economics, Vol. 17, 1990, pp. 28-35.
[40] En: Quaderno 4 , XIII, #52, “Americanismo y Fordismo”.
[41] Ibídem .
[42] En: Q7; #34, apartado que lleva el título de: “Caduta tendenziale del saggio del profitto”.
[43] Gramsci califica la Ley sobre la tendencia decreciente de la tasa de ganancia enunciada por Marx en Das Kapital de “teorema di prima approssimazione”.
[44] En: Quaderno 22 , V, #13, “Los altos salarios”.
[45] En: Q 4 ,# 49 ; # 76 .
lunes, 19 de agosto de 2013
Trucos para tentar a los niños con la comida sana. Salud. BBC Mundo, @bbc_ciencia
"Se ve asqueroso, pero lo intentaré", comenta Ben, de 8 años, mientras inspecciona el pesto que ha hecho con sus compañeros de clase.
Ben participa en un programa escolar de Reino Unido llamado "Vamos a Cocinar".
El enfoque de estos clubes de cocina es hacer que cada elemento del proceso de la preparación de los alimentos sea divertido y experimental. Así que son los niños quienes buscan los ingredientes en la cocina y hablan sobre dónde se almacenan y por qué.
Ellos tocan y huelen los productos antes de empezar. Leen juntos la receta y deciden qué hacer con cada ingrediente.
En el camino se enfrentan a pequeños desafíos; desde poner los residuos en la basura hasta limpiarlo todo.
Lograr que los niños rechacen la comida basura no es una tarea fácil. Que aprendan a cocinar es una buena forma de animarlos a que piensen en la calidad de lo que comen.
Georgia tiene 8 años y acaba de terminar uno de los cursos de cocina.
Ella se entusiasmó con hacer batidos, diseñar sus propios bocadillos y hacer salsas para untar. Ella sabe lo que es saludable.
"Las cosas que crecen en los árboles suelen ser saludables, como las manzanas. Pero a veces también lo es lo que sale de la tierra, las cosas que puedes cultivar", explica.
Loncheras o comedores
Expertos aseguran que el gusto por la buena comida se estimula cuando participan de la preparación.
No hay un consenso sobre la mejor forma de inculcar en los escolares buenos hábitos alimenticios. Mientras algunos expertos consideran que habría que eliminar las loncheras para que sean los colegios quienes diseñen menús sanos, otros insisten que la respuesta está en enseñarles a cocinar desde pequeños.
Henry Dimbleby ha trabajado en varias escuelas de cocina para niños a partir de los dos años. Él recomienda introducirlos en la cocina tan pequeños como se pueda.
"Haz que cocinen. Hay familias en las que durante generaciones cocinar no ha sido una prioridad", dice Dimbleby.
"Algunas personas podrían argumentar que la cocina es algo que se debe aprender en la casa, y que la escuela es para resultados académicos”.
Pero Dimbleby advierte que lo que ocurre hoy en día es que cocinamos menos y la gente se enferma por lo que ingiere.
La clave es la experimentación.
La chef británica Monica Galetti anima a su hija Anais a comer bien al dejarla cocinar lo que quiera con los ingredientes adecuados.
"Mi secreto es conseguir que mi hija elija comer alimentos saludables", admite.
"Las reglas básicas no han cambiado: comer menos de lo malo y más verduras, frutas y alimentos no elaborados, además de mantener las proporciones pequeñas".
La chef agrega que para ella es una cuestión de nutrición, "pero para Anais es sólo una buena diversión. Es tiempo cualitativo. Ella podría estar sentada en el sofá frente al televisor, pero lo que queremos hacer cuando llegamos a casa es esto (cocinar)".
Cometer errores con cuidado
No todo lo que cocinen los niños tiene que ser dulce, involucrarnos en la preparación de las comidas familiares también ayuda.
Henry Dimbleby está de acuerdo con la idea de la experimentación y el riesgo.
"Como chef sigo cometiendo todo tipo de errores y eso hay que celebrarlo. Con la supervisión adecuada es verdaderamente importante tomar riesgos."
Pero con los más pequeños en la cocina, la seguridad también lo es.
"Mi hijo de cinco años manipula cuchillos afilados bajo supervisión. Como el de tres años, se fija en cómo su hermano mayor usa el cuchillo, agarro el cuchillo con él para cortar".
A los menores de 8 años, Henry los anima a cocinar salsas de tomate, huevos revueltos o muslos de pollo con ensalada.
"Entre los 9 y 12, pueden pasar a hacer las albóndigas o boloñesa, y a partir de los 13, pueden realizar cosas más complejas, con múltiples pasos como el pastel de carne; cosas que llevan más tiempo, planificación y reflexión".
Fiona Hamilton-Fairley, fundadora de una escuela de cocina para niños sin fines de lucro en Londres, está convencida de que los postres para hornear no puede ser lo único que se haga con los pequeños.
"Si vas a cocinar con los niños no sólo hagas panqueques y pasteles. Haz mejor una pizza desde cero, una comida familiar. Hacer algo que todos disfruten alrededor de la mesa, que sirva para comunicarse y divertirse".
Sin embargo, ella es cautelosa acerca de la entrega de los cuchillos antes de tiempo.
"En general, es necesario ser prudentes. Desde los 3 hasta los 7 u 8 años no dejamos que se acerquen a las hornillas o utilicen cuchillos afilados".
Aunque concede que quizás uno sin punta sí les deje usar.
¿Tiene algún truco para que sus hijos coman más sano? En su opinión, ¿Qué ha sido lo más difícil? Si quiere compartir su experiencia, hágalo con el formulario a continuación y si tiene fotos de platos que hayan hecho sus hijos también lo puede hacer escribiéndonos a participe@bbc.co.uk
clic Síganos en Twitter @bbc_ciencia
Ben participa en un programa escolar de Reino Unido llamado "Vamos a Cocinar".
El enfoque de estos clubes de cocina es hacer que cada elemento del proceso de la preparación de los alimentos sea divertido y experimental. Así que son los niños quienes buscan los ingredientes en la cocina y hablan sobre dónde se almacenan y por qué.
Ellos tocan y huelen los productos antes de empezar. Leen juntos la receta y deciden qué hacer con cada ingrediente.
En el camino se enfrentan a pequeños desafíos; desde poner los residuos en la basura hasta limpiarlo todo.
Lograr que los niños rechacen la comida basura no es una tarea fácil. Que aprendan a cocinar es una buena forma de animarlos a que piensen en la calidad de lo que comen.
Georgia tiene 8 años y acaba de terminar uno de los cursos de cocina.
Ella se entusiasmó con hacer batidos, diseñar sus propios bocadillos y hacer salsas para untar. Ella sabe lo que es saludable.
"Las cosas que crecen en los árboles suelen ser saludables, como las manzanas. Pero a veces también lo es lo que sale de la tierra, las cosas que puedes cultivar", explica.
Loncheras o comedores
Expertos aseguran que el gusto por la buena comida se estimula cuando participan de la preparación.
No hay un consenso sobre la mejor forma de inculcar en los escolares buenos hábitos alimenticios. Mientras algunos expertos consideran que habría que eliminar las loncheras para que sean los colegios quienes diseñen menús sanos, otros insisten que la respuesta está en enseñarles a cocinar desde pequeños.
Henry Dimbleby ha trabajado en varias escuelas de cocina para niños a partir de los dos años. Él recomienda introducirlos en la cocina tan pequeños como se pueda.
"Haz que cocinen. Hay familias en las que durante generaciones cocinar no ha sido una prioridad", dice Dimbleby.
"Algunas personas podrían argumentar que la cocina es algo que se debe aprender en la casa, y que la escuela es para resultados académicos”.
Pero Dimbleby advierte que lo que ocurre hoy en día es que cocinamos menos y la gente se enferma por lo que ingiere.
La clave es la experimentación.
La chef británica Monica Galetti anima a su hija Anais a comer bien al dejarla cocinar lo que quiera con los ingredientes adecuados.
"Mi secreto es conseguir que mi hija elija comer alimentos saludables", admite.
"Las reglas básicas no han cambiado: comer menos de lo malo y más verduras, frutas y alimentos no elaborados, además de mantener las proporciones pequeñas".
La chef agrega que para ella es una cuestión de nutrición, "pero para Anais es sólo una buena diversión. Es tiempo cualitativo. Ella podría estar sentada en el sofá frente al televisor, pero lo que queremos hacer cuando llegamos a casa es esto (cocinar)".
Cometer errores con cuidado
No todo lo que cocinen los niños tiene que ser dulce, involucrarnos en la preparación de las comidas familiares también ayuda.
Henry Dimbleby está de acuerdo con la idea de la experimentación y el riesgo.
"Como chef sigo cometiendo todo tipo de errores y eso hay que celebrarlo. Con la supervisión adecuada es verdaderamente importante tomar riesgos."
Pero con los más pequeños en la cocina, la seguridad también lo es.
"Mi hijo de cinco años manipula cuchillos afilados bajo supervisión. Como el de tres años, se fija en cómo su hermano mayor usa el cuchillo, agarro el cuchillo con él para cortar".
A los menores de 8 años, Henry los anima a cocinar salsas de tomate, huevos revueltos o muslos de pollo con ensalada.
"Entre los 9 y 12, pueden pasar a hacer las albóndigas o boloñesa, y a partir de los 13, pueden realizar cosas más complejas, con múltiples pasos como el pastel de carne; cosas que llevan más tiempo, planificación y reflexión".
Fiona Hamilton-Fairley, fundadora de una escuela de cocina para niños sin fines de lucro en Londres, está convencida de que los postres para hornear no puede ser lo único que se haga con los pequeños.
"Si vas a cocinar con los niños no sólo hagas panqueques y pasteles. Haz mejor una pizza desde cero, una comida familiar. Hacer algo que todos disfruten alrededor de la mesa, que sirva para comunicarse y divertirse".
Sin embargo, ella es cautelosa acerca de la entrega de los cuchillos antes de tiempo.
"En general, es necesario ser prudentes. Desde los 3 hasta los 7 u 8 años no dejamos que se acerquen a las hornillas o utilicen cuchillos afilados".
Aunque concede que quizás uno sin punta sí les deje usar.
¿Tiene algún truco para que sus hijos coman más sano? En su opinión, ¿Qué ha sido lo más difícil? Si quiere compartir su experiencia, hágalo con el formulario a continuación y si tiene fotos de platos que hayan hecho sus hijos también lo puede hacer escribiéndonos a participe@bbc.co.uk
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El crimen fue en Granada. ¡Pobre Granada! en su Granada...
EL CRIMEN FUE EN GRANADA
Se le vio, caminando entre fusiles,
por una calle larga,
salir al campo frío,
aún con estrellas de la madrugada.
Mataron a Federico cuando la luz asomaba.
El pelotón de verdugos no osó mirarle la cara.
Todos cerraron los ojos;
rezaron: ¡ni Dios te salva!
Muerto cayó Federico
—sangre en la frente y plomo en las entrañas— ...
Que fue en Granada el crimen sabed
—¡pobre Granada!—,
en su Granada.
(Fragmento del poema «El crimen fue en Granada» dedicado a Federico García Lorca por Antonio Machado.
Asesinado por los golpistas del dictador Francisco Franco, hoy hace 77 años)
Otras entradas en el blog
Medio pan y un libro.
Visita a Granada.
Se le vio, caminando entre fusiles,
por una calle larga,
salir al campo frío,
aún con estrellas de la madrugada.
Mataron a Federico cuando la luz asomaba.
El pelotón de verdugos no osó mirarle la cara.
Todos cerraron los ojos;
rezaron: ¡ni Dios te salva!
Muerto cayó Federico
—sangre en la frente y plomo en las entrañas— ...
Que fue en Granada el crimen sabed
—¡pobre Granada!—,
en su Granada.
(Fragmento del poema «El crimen fue en Granada» dedicado a Federico García Lorca por Antonio Machado.
Asesinado por los golpistas del dictador Francisco Franco, hoy hace 77 años)
Otras entradas en el blog
Medio pan y un libro.
Visita a Granada.
La hora de lo que nos gustaría que fuera verdad
Todos sabemos cómo se supone que funciona la democracia. Los políticos hacen campaña sobre los temas de interés y la opinión pública informada emite su voto basándose en esos temas, con cierto margen para la imagen que se tiene del carácter y la competencia de los políticos.
También sabemos que la realidad dista mucho de lo ideal. Los votantes suelen estar mal informados, y los políticos no siempre son sinceros. Aun así, nos gusta imaginar que los votantes por lo general aciertan al final y que los políticos acaban rindiendo cuentas por lo que hacen.
Pero ¿sigue siendo relevante esta visión modificada y más realista de la democracia en acción? ¿O está nuestro sistema político tan degradado por la desinformación y la mala información que ya no puede funcionar?
Consideremos el caso del déficit fiscal, un tema que dominó el debate en Washington durante casi tres años, aunque últimamente ha perdido fuerza.
Probablemente no les sorprenda oír que los votantes están mal informados sobre el déficit. Pero puede que sí les sorprenda lo muy mal informados que están.
El déficit había caído en picado, pero la mayoría de los votantes creían que había aumentado En un célebre informe con el descorazonador título de It feels like we’re thinking [da la impresión de que estamos pensando], los politólogos Christopher Achen y Larry Bartels reseñaban un sondeo llevado a cabo en 1996 en el que se preguntaba a los votantes si el déficit público había aumentado o disminuido con el presidente Clinton. El hecho es que el déficit había caído en picado, pero la mayor parte de los votantes —y la mayoría de los republicanos— creían que había aumentado.
En mi blog me preguntaba qué resultado mostraría un sondeo similar en la actualidad, ahora que el déficit está disminuyendo todavía más deprisa que en la década de 1990. Pide y se te dará: Hal Varian, economista jefe de Google, se ofreció a realizar una encuesta sobre el tema entre los consumidores de Google, un servicio que la empresa vende normalmente a los analistas de mercado. De modo que les preguntamos si el déficit había aumentado o descendido desde enero de 2010 y los resultados fueron todavía peores que en 1996: la mayoría de los que respondieron afirmaban que el déficit ha aumentado, y más del 40% dijo que ha aumentado mucho; solo el 12% respondió correctamente que se ha reducido, mucho.
¿Estoy diciendo que los votantes son estúpidos? Ni mucho menos. La gente tiene su vida, trabajo e hijos que criar. No va a sentarse a leer los informes de la Oficina de Presupuestos del Congreso. En vez de eso, se fía de lo que oyen decir a las autoridades. El problema es que gran parte de lo que oyen es engañoso, cuando no directamente falso.
No les sorprenderá oír que las mentiras descaradas tienden a estar motivadas por la política. En aquellos datos de 1996, era mucho más probable que los republicanos tuviesen opiniones falsas sobre el déficit que los demócratas, y seguramente hoy en día sucede lo mismo. Al fin y al cabo, los republicanos crearon mucha confusión política con el supuesto descontrol del déficit durante los primeros días del Gobierno de Obama, y han mantenido la misma retórica a pesar de que el déficit ha caído en picado. Así, Eric Cantor, el tercer republicano de la Cámara de Representantes, declaraba en Fox News que “el déficit aumenta”, mientras que el senador Rand Paul aseguró a Bloomberg Businessweek que registramos “un déficit de un billón de dólares todos los años”.
En lo tocante al déficit, los supuestos 'hombres sabios' son parte del problema ¿Sabe la gente como Cantor o Paul que lo que están diciendo no es verdad? ¿Les importa? Probablemente no. Parafraseando la famosa frase de Stephen Colbert, las afirmaciones sobre los déficits descontrolados puede que no sean verdad, pero nos gustaría que fuesen verdad, y eso es lo que cuenta.
Así y todo, ¿acaso no hay árbitros para esta clase de cosas, autoridades independientes en las que la gente confía, que pueden acusar y acusan a los que transmiten falsedades? Hace ya mucho, creo, los hubo. Pero en los tiempos que corren, la división entre partidos es muy profunda, y hasta los que pretenden jugar a ser árbitros por lo visto tienen miedo de denunciar la falsedad. Increíblemente, PolitiFact, una página dedicada a la verificación de datos, calificaba la declaración claramente falsa de Cantor de “verdad a medias”.
Ahora bien, Washington sigue teniendo algunos “hombres sabios”, personas a las que los medios de comunicación tratan con una deferencia especial. Pero en lo tocante al problema del déficit, los supuestos hombres sabios resultan ser parte del problema. Gente como Alan Simpson y Erskine Bowles, copresidentes de la comisión fiscal designada por el presidente Obama, contribuyó en gran medida a alimentar la ansiedad pública sobre el déficit cuando este era alto. Su informe llevaba el amenazador título de El momento de la verdad. ¿Y han cambiado de opinión ahora que el déficit se ha reducido? No, y por eso no es de extrañar que se siga hablando de déficits descontrolados aunque la realidad presupuestaria haya cambiado por completo.
Si reunimos todas las piezas, la imagen es descorazonadora. Tenemos un electorado mal informado o desinformado, políticos que contribuyen alegremente a la desinformación y perros guardianes que tienen miedo de ladrar. Y en la medida en que hay actores muy respetados, no demasiado partidistas, parecen estar fomentando, en vez de arreglando, las falsas impresiones de la opinión pública.
¿Qué deberíamos hacer? Seguir machacando con la verdad, supongo, y esperar que penetre. Pero es difícil no dudar cómo puede funcionar este sistema.
Paul Krugman es profesor de Economía de Princeton y premio Nobel de 2008
Traducción de News Clips.
Fuente: El País de la Economía.
Foto de Family del autor hace un año -julio 2012- en el aeropuerto de Sevilla para volar a Barcelona.
Los límites del bien
Acusado de ayudar al enemigo y de espionaje, el soldado Bradley Manning es en realidad un héroe que denunció los excesos militares de su país, Estados Unidos.
JUAN JOSÉ MILLÁS 18 AGO 2013 - CET PATRICK SEMANSKY (AP)
Si tú eres Estado, cualquier forma de Estado (y la mafia ha devenido en una de ellas), puedes, desde un helicóptero, jugar al tiro al blanco con civiles de cualquier país amigo o enemigo. Pero si eres un piernas, como el sujeto de la fotografía, te condenarán a más de cien años por la comisión de un acto heroico como el de denunciar, por ejemplo, que el Estado español, transformado ya en mafia, juraba a la familia de José Couso que se dejaría la piel en la detención de sus asesinos a la vez que aseguraba al Gobierno norteamericano, protector de los criminales, que todo era un paripé para calmar a la opinión pública. De ahí que si decides matar, robar, secuestrar o asesinar porque todo ello forma parte de tu condición, de tu carácter, debas inscribirte primero en alguna clase de Estado o mafia que te proteja las espaldas. En caso contrario, te verás, como este pobre chico, acusado de ayudar al enemigo. ¿A qué enemigo? Permanece sin especificar porque hoy los Estados, sobre todo si son los Estados Unidos de América, no necesitan hacerlo. Dibujan una raya y dicen: hasta aquí llega el bien y hasta aquí llega el mal. Si caes en el lado de allá, estás jodido, aunque seas una persona decente o medio decente. Si caes en el de acá, en cambio, puedes empalmarte mientras sujetas con correas a un preso sobre el que no pesa cargo alguno y le obligas a comer a la fuerza, por medio de una sonda, para que su huelga de hambre no le estropee la postal a Obama. Cualquier perversión es posible en el lado de acá, pero hay que hacerse socio, y este pobre chico, Manning, lo ignoraba.
JUAN JOSÉ MILLÁS 18 AGO 2013 - CET PATRICK SEMANSKY (AP)
Si tú eres Estado, cualquier forma de Estado (y la mafia ha devenido en una de ellas), puedes, desde un helicóptero, jugar al tiro al blanco con civiles de cualquier país amigo o enemigo. Pero si eres un piernas, como el sujeto de la fotografía, te condenarán a más de cien años por la comisión de un acto heroico como el de denunciar, por ejemplo, que el Estado español, transformado ya en mafia, juraba a la familia de José Couso que se dejaría la piel en la detención de sus asesinos a la vez que aseguraba al Gobierno norteamericano, protector de los criminales, que todo era un paripé para calmar a la opinión pública. De ahí que si decides matar, robar, secuestrar o asesinar porque todo ello forma parte de tu condición, de tu carácter, debas inscribirte primero en alguna clase de Estado o mafia que te proteja las espaldas. En caso contrario, te verás, como este pobre chico, acusado de ayudar al enemigo. ¿A qué enemigo? Permanece sin especificar porque hoy los Estados, sobre todo si son los Estados Unidos de América, no necesitan hacerlo. Dibujan una raya y dicen: hasta aquí llega el bien y hasta aquí llega el mal. Si caes en el lado de allá, estás jodido, aunque seas una persona decente o medio decente. Si caes en el de acá, en cambio, puedes empalmarte mientras sujetas con correas a un preso sobre el que no pesa cargo alguno y le obligas a comer a la fuerza, por medio de una sonda, para que su huelga de hambre no le estropee la postal a Obama. Cualquier perversión es posible en el lado de acá, pero hay que hacerse socio, y este pobre chico, Manning, lo ignoraba.
“Hay que trabajar menos horas para trabajar todos” Serge Latouche, el precursor de la teoría del decrecimiento, aboga por una sociedad que produzca menos y consuma menos
Corría el año 2001 cuando al economista Serge Latouche le tocó moderar un debate organizado por la Unesco. En la mesa, a su izquierda, recuerda, estaba sentado el activista antiglobalización José Bové; y más allá, el pensador austriaco Ivan Illich. Por aquel entonces, Latouche ya había podido comprobar sobre el terreno, en el continente africano, los efectos que la occidentalización producía sobre el llamado Tercer Mundo.
Lo que estaba de moda en aquellos años era hablar de desarrollo sostenible. Pero para los que disentían de este concepto, lo que conseguía el desarrollo era de todo menos sostenibilidad.
Fue en ese coloquio cuando empezó a tomar vuelo la teoría del decrecimiento, concepto que un grupo de mentes con inquietudes ecológicas rescataron del título de una colección de ensayos del matemático rumano Nicholas Georgescu-Roegen.
Se escogió la palabra decrecimiento para provocar. Para despertar conciencias. “Había que salir de la religión del crecimiento”, evoca el profesor Latouche en su estudio parisiense, ubicado cerca del mítico Boulevard Saint Germain. “En un mundo dominado por los medios”, explica, “no se puede uno limitar a construir una teoría sólida, seria y racional; hay que tener un eslogan, hay que lanzar una teoría como se lanza un nuevo lavavajillas”.
Así nació esta línea de pensamiento, de la que este profesor emérito de la Universidad París-Sur es uno de los más activos precursores. Un movimiento que se podría encuadrar dentro de un cierto tipo de ecosocialismo, y en el que confluyen la crítica ecológica y la crítica de la sociedad de consumo para clamar contra la cultura de usar y tirar, la obsolescencia programada, el crédito sin ton ni son y los atropellos que amenazan el futuro del planeta.
El viejo profesor Latouche, nacido en 1940 en la localidad bretona de Vannes, aparece por la esquina del Boulevard Saint Germain con su gorra negra y un bastón de madera para ayudarse a caminar. Hace calor.
La cita es en un café, pero unos ruidosos turistas norteamericanos propician que nos lleve a su estudio de trabajo, un espacio minúsculo en el que caben, apelotonadas, su silla, su mesa de trabajo, una butaca y montañas de libros, que son los auténticos dueños de este lugar luminoso y muy silencioso.
Pregunta. Estamos inmersos en plena crisis, ¿hacia dónde cree usted que se dirige el mundo?
Respuesta. La crisis que estamos viviendo actualmente se viene a sumar a muchas otras, y todas se mezclan. Ya no se trata solo de una crisis económica y financiera, sino que es una crisis ecológica, social, cultural… o sea, una crisis de civilización. Algunos hablan de crisis antropológica…
“La oligarquía financiera tiene a su servicio a toda una serie de funcionarios: los jefes de Estado”
P. ¿Es una crisis del capitalismo?
R. Sí, bueno, el capitalismo siempre ha estado en crisis. Es un sistema cuyo equilibrio es como el del ciclista, que nunca puede dejar de pelear porque si no se cae al suelo. El capitalismo siempre debe estar en crecimiento, si no es la catástrofe. Desde hace treinta años no hay crecimiento, desde la primera crisis del petróleo; desde entonces hemos pedaleado en el vacío. No ha habido un crecimiento real, sino un crecimiento de la especulación inmobiliaria, bursátil. Y ahora ese crecimiento también está en crisis.
Latouche aboga por una sociedad que produzca menos y consuma menos. Sostiene que es la única manera de frenar el deterioro del medioambiente, que amenaza seriamente el futuro de la humanidad. “Es necesaria una revolución. Pero eso no quiere decir que haya que masacrar y colgar a gente. Hace falta un cambio radical de orientación”. En su último libro, La sociedad de la abundancia frugal, editado por Icaria, explica que hay que aspirar a una mejor calidad de vida y no a un crecimiento ilimitado del producto interior bruto. No se trata de abogar por el crecimiento negativo, sino por un reordenamiento de prioridades. La apuesta por el decrecimiento es la apuesta por la salida de la sociedad de consumo.
P. ¿Y cómo sería un Estado que apostase por el decrecimiento?
R. El decrecimiento no es una alternativa, sino una matriz de alternativa. No es un programa. Y sería muy distinto cómo construir la sociedad en Texas o en Chiapas.
P. Pero usted explica en su libro algunas medidas concretas, como los impuestos sobre los consumos excesivos o la limitación de los créditos que se conceden. También dice que hay que trabajar menos, ¿hay que trabajar menos?
“Es necesaria una revolución. No hay que colgar a nadie, sino que hace falta un cambio radical de orientación”
R. Hay que trabajar menos para ganar más, porque cuanto más se trabaja, menos se gana. Es la ley del mercado. Si trabajas más, incrementas la oferta de trabajo, y como la demanda no aumenta, los salarios bajan. Cuanto más se trabaja más se hace descender los salarios. Hay que trabajar menos horas para que trabajemos todos, pero, sobre todo, trabajar menos para vivir mejor. Esto es más importante y más subversivo. Nos hemos convertido en enfermos, toxicodependientes del trabajo. ¿Y qué hace la gente cuando le reducen el tiempo de trabajo? Ver la tele. La tele es el veneno por excelencia, el vehículo para la colonización del imaginario.
P. ¿Trabajar menos ayudaría a reducir el paro?
R. Por supuesto. Hay que reducir los horarios de trabajo y hay que relocalizar. Es preciso hacer una reconversión ecológica de la agricultura, por ejemplo. Hay que pasar de la agricultura productivista a la agricultura ecológica campesina.
P. Le dirán que eso significaría una vuelta atrás en la Historia…
¿Una voz alternativa que debería ser escuchada? Recomienda la línea de pensamiento de Ivan Illich, humanista y pensador austriaco. “Es un hombre que, en un nivel muy profundo, pone de manifiesto las aberraciones del sistema en el que vivimos.
¿Una idea o medida concreta para un mundo mejor? Argumenta que sus ideas y medidas concretas “están todas unidas las unas a las otras”, por lo que no quiere escoger una. A lo largo de la entrevista desliza varias; una de ellas: trabajar menos para trabajar todos.
¿Un libro? Prosperidad sin crecimiento. Economía para un planeta finito (editado en España por Icaria Editorial), de Tim Jackson. “Es muy próximo a mis ideas sobre el decrecimiento”.
¿Una cita? Se remite a Keneth Boulding, uno de los pocos economistas, dice, que comprendieron el problema ecológico, que dijo: “El que crea que un crecimiento exponencial es compatible con un planeta finito es un loco o un economista”.
R. Para nada. Y en cualquier caso, no tendría por qué ser obligatoriamente malo. No es una vuelta atrás, ya hay gente que hace permacultura y eso no tiene nada que ver con cómo era la agricultura antaño. Este tipo de agricultura requiere de mucha mano de obra, y justamente de eso se trata, de encontrar empleos para la gente. Hay que comer mejor, consumir productos sanos y respetar los ciclos naturales. Para todo ello es preciso un cambio de mentalidad. Si se consiguen los apoyos suficientes, se podrán tomar medidas concretas para provocar un cambio.
P. Dice usted que la teoría del decrecimiento no es tecnófoba, pero a la vez propone una moratoria de las innovaciones tecnológicas. ¿Cómo casa eso?
R. Esto ha sido mal entendido. Queremos una moratoria, una reevaluación para ver con qué innovaciones hay que proseguir y qué otras no tienen gran interés. Hoy en día se abandonan importantísimas líneas de investigación, como las de la biología del suelo, porque no tienen una salida económica. Hay que elegir. ¿Y quién elige?: las empresas multinacionales.
Latouche considera que las democracias, en la actualidad, están amenazadas por el poder de los mercados. “Ya no tenemos democracia”, proclama. Y evoca la teoría del politólogo británico Colin Crouch, que sostiene que nos hallamos en una fase de posdemocracia. Hubo una predemocracia, en la lucha contra el feudalismo y el absolutismo; una democracia máxima, como la que hemos conocido tras la Segunda Guerra Mundial, con el apogeo del Estado social; y ahora hemos llegado a la posdemocracia. “Estamos dominados por una oligarquía económica y financiera que tiene a su servicio a toda una serie de funcionarios que son los jefes de Estado de los países”. Y sostiene que la prueba más obvia está en lo que Europa ha hecho con Grecia, sometiéndola a estrictos programas de austeridad. “Yo soy europeísta convencido, había que construir una Europa, pero no así. Tendríamos que haber construido una Europa cultural y política primero, y al final, tal vez, un par de siglos más tarde, adoptar una moneda única”. Latouche sostiene que Grecia debería declararse en suspensión de pagos, como hacen las empresas. “En España, su rey Carlos V quebró dos veces y el país no murió, al contrario. Argentina lo hizo tras el hundimiento del peso. El presidente de Islandia, y esto no se ha contado suficientemente, dijo el año pasado en Davos que la solución a la crisis es fácil: se anula la deuda y luego la recuperación viene muy rápido”.
P. ¿Y esa sería también una solución para otros países como España?
R. Es la solución para todos, y se acabará haciendo, no hay otra. Se hace como que se intenta pagar la deuda, con lo que se aplasta a las poblaciones, y se dice que de este modo se liberan excedentes que permiten devolver la deuda, pero en realidad se entra en un círculo infernal en el que cada vez hay que liberar más excedentes. La oligarquía financiera intenta prologar su vida el máximo tiempo posible, es fácil de comprender, pero es en detrimento del pueblo.
Fuente: http://internacional.elpais.com/internacional/2013/08/15/actualidad/1376575866_220660.html
Lo que estaba de moda en aquellos años era hablar de desarrollo sostenible. Pero para los que disentían de este concepto, lo que conseguía el desarrollo era de todo menos sostenibilidad.
Fue en ese coloquio cuando empezó a tomar vuelo la teoría del decrecimiento, concepto que un grupo de mentes con inquietudes ecológicas rescataron del título de una colección de ensayos del matemático rumano Nicholas Georgescu-Roegen.
Se escogió la palabra decrecimiento para provocar. Para despertar conciencias. “Había que salir de la religión del crecimiento”, evoca el profesor Latouche en su estudio parisiense, ubicado cerca del mítico Boulevard Saint Germain. “En un mundo dominado por los medios”, explica, “no se puede uno limitar a construir una teoría sólida, seria y racional; hay que tener un eslogan, hay que lanzar una teoría como se lanza un nuevo lavavajillas”.
Así nació esta línea de pensamiento, de la que este profesor emérito de la Universidad París-Sur es uno de los más activos precursores. Un movimiento que se podría encuadrar dentro de un cierto tipo de ecosocialismo, y en el que confluyen la crítica ecológica y la crítica de la sociedad de consumo para clamar contra la cultura de usar y tirar, la obsolescencia programada, el crédito sin ton ni son y los atropellos que amenazan el futuro del planeta.
El viejo profesor Latouche, nacido en 1940 en la localidad bretona de Vannes, aparece por la esquina del Boulevard Saint Germain con su gorra negra y un bastón de madera para ayudarse a caminar. Hace calor.
La cita es en un café, pero unos ruidosos turistas norteamericanos propician que nos lleve a su estudio de trabajo, un espacio minúsculo en el que caben, apelotonadas, su silla, su mesa de trabajo, una butaca y montañas de libros, que son los auténticos dueños de este lugar luminoso y muy silencioso.
Pregunta. Estamos inmersos en plena crisis, ¿hacia dónde cree usted que se dirige el mundo?
Respuesta. La crisis que estamos viviendo actualmente se viene a sumar a muchas otras, y todas se mezclan. Ya no se trata solo de una crisis económica y financiera, sino que es una crisis ecológica, social, cultural… o sea, una crisis de civilización. Algunos hablan de crisis antropológica…
“La oligarquía financiera tiene a su servicio a toda una serie de funcionarios: los jefes de Estado”
P. ¿Es una crisis del capitalismo?
R. Sí, bueno, el capitalismo siempre ha estado en crisis. Es un sistema cuyo equilibrio es como el del ciclista, que nunca puede dejar de pelear porque si no se cae al suelo. El capitalismo siempre debe estar en crecimiento, si no es la catástrofe. Desde hace treinta años no hay crecimiento, desde la primera crisis del petróleo; desde entonces hemos pedaleado en el vacío. No ha habido un crecimiento real, sino un crecimiento de la especulación inmobiliaria, bursátil. Y ahora ese crecimiento también está en crisis.
Latouche aboga por una sociedad que produzca menos y consuma menos. Sostiene que es la única manera de frenar el deterioro del medioambiente, que amenaza seriamente el futuro de la humanidad. “Es necesaria una revolución. Pero eso no quiere decir que haya que masacrar y colgar a gente. Hace falta un cambio radical de orientación”. En su último libro, La sociedad de la abundancia frugal, editado por Icaria, explica que hay que aspirar a una mejor calidad de vida y no a un crecimiento ilimitado del producto interior bruto. No se trata de abogar por el crecimiento negativo, sino por un reordenamiento de prioridades. La apuesta por el decrecimiento es la apuesta por la salida de la sociedad de consumo.
P. ¿Y cómo sería un Estado que apostase por el decrecimiento?
R. El decrecimiento no es una alternativa, sino una matriz de alternativa. No es un programa. Y sería muy distinto cómo construir la sociedad en Texas o en Chiapas.
P. Pero usted explica en su libro algunas medidas concretas, como los impuestos sobre los consumos excesivos o la limitación de los créditos que se conceden. También dice que hay que trabajar menos, ¿hay que trabajar menos?
“Es necesaria una revolución. No hay que colgar a nadie, sino que hace falta un cambio radical de orientación”
R. Hay que trabajar menos para ganar más, porque cuanto más se trabaja, menos se gana. Es la ley del mercado. Si trabajas más, incrementas la oferta de trabajo, y como la demanda no aumenta, los salarios bajan. Cuanto más se trabaja más se hace descender los salarios. Hay que trabajar menos horas para que trabajemos todos, pero, sobre todo, trabajar menos para vivir mejor. Esto es más importante y más subversivo. Nos hemos convertido en enfermos, toxicodependientes del trabajo. ¿Y qué hace la gente cuando le reducen el tiempo de trabajo? Ver la tele. La tele es el veneno por excelencia, el vehículo para la colonización del imaginario.
P. ¿Trabajar menos ayudaría a reducir el paro?
R. Por supuesto. Hay que reducir los horarios de trabajo y hay que relocalizar. Es preciso hacer una reconversión ecológica de la agricultura, por ejemplo. Hay que pasar de la agricultura productivista a la agricultura ecológica campesina.
P. Le dirán que eso significaría una vuelta atrás en la Historia…
¿Una voz alternativa que debería ser escuchada? Recomienda la línea de pensamiento de Ivan Illich, humanista y pensador austriaco. “Es un hombre que, en un nivel muy profundo, pone de manifiesto las aberraciones del sistema en el que vivimos.
¿Una idea o medida concreta para un mundo mejor? Argumenta que sus ideas y medidas concretas “están todas unidas las unas a las otras”, por lo que no quiere escoger una. A lo largo de la entrevista desliza varias; una de ellas: trabajar menos para trabajar todos.
¿Un libro? Prosperidad sin crecimiento. Economía para un planeta finito (editado en España por Icaria Editorial), de Tim Jackson. “Es muy próximo a mis ideas sobre el decrecimiento”.
¿Una cita? Se remite a Keneth Boulding, uno de los pocos economistas, dice, que comprendieron el problema ecológico, que dijo: “El que crea que un crecimiento exponencial es compatible con un planeta finito es un loco o un economista”.
R. Para nada. Y en cualquier caso, no tendría por qué ser obligatoriamente malo. No es una vuelta atrás, ya hay gente que hace permacultura y eso no tiene nada que ver con cómo era la agricultura antaño. Este tipo de agricultura requiere de mucha mano de obra, y justamente de eso se trata, de encontrar empleos para la gente. Hay que comer mejor, consumir productos sanos y respetar los ciclos naturales. Para todo ello es preciso un cambio de mentalidad. Si se consiguen los apoyos suficientes, se podrán tomar medidas concretas para provocar un cambio.
P. Dice usted que la teoría del decrecimiento no es tecnófoba, pero a la vez propone una moratoria de las innovaciones tecnológicas. ¿Cómo casa eso?
R. Esto ha sido mal entendido. Queremos una moratoria, una reevaluación para ver con qué innovaciones hay que proseguir y qué otras no tienen gran interés. Hoy en día se abandonan importantísimas líneas de investigación, como las de la biología del suelo, porque no tienen una salida económica. Hay que elegir. ¿Y quién elige?: las empresas multinacionales.
Latouche considera que las democracias, en la actualidad, están amenazadas por el poder de los mercados. “Ya no tenemos democracia”, proclama. Y evoca la teoría del politólogo británico Colin Crouch, que sostiene que nos hallamos en una fase de posdemocracia. Hubo una predemocracia, en la lucha contra el feudalismo y el absolutismo; una democracia máxima, como la que hemos conocido tras la Segunda Guerra Mundial, con el apogeo del Estado social; y ahora hemos llegado a la posdemocracia. “Estamos dominados por una oligarquía económica y financiera que tiene a su servicio a toda una serie de funcionarios que son los jefes de Estado de los países”. Y sostiene que la prueba más obvia está en lo que Europa ha hecho con Grecia, sometiéndola a estrictos programas de austeridad. “Yo soy europeísta convencido, había que construir una Europa, pero no así. Tendríamos que haber construido una Europa cultural y política primero, y al final, tal vez, un par de siglos más tarde, adoptar una moneda única”. Latouche sostiene que Grecia debería declararse en suspensión de pagos, como hacen las empresas. “En España, su rey Carlos V quebró dos veces y el país no murió, al contrario. Argentina lo hizo tras el hundimiento del peso. El presidente de Islandia, y esto no se ha contado suficientemente, dijo el año pasado en Davos que la solución a la crisis es fácil: se anula la deuda y luego la recuperación viene muy rápido”.
P. ¿Y esa sería también una solución para otros países como España?
R. Es la solución para todos, y se acabará haciendo, no hay otra. Se hace como que se intenta pagar la deuda, con lo que se aplasta a las poblaciones, y se dice que de este modo se liberan excedentes que permiten devolver la deuda, pero en realidad se entra en un círculo infernal en el que cada vez hay que liberar más excedentes. La oligarquía financiera intenta prologar su vida el máximo tiempo posible, es fácil de comprender, pero es en detrimento del pueblo.
Fuente: http://internacional.elpais.com/internacional/2013/08/15/actualidad/1376575866_220660.html
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domingo, 18 de agosto de 2013
Grandes empresas españolas pasaron de tributar 12.673 millones en 2006 a 3.012 millones en 2011
Agencias
El informe anual de recaudación de 2011, publicado esta semana, completa el retrato del descalabro en el impuesto de sociedades en España, que grava los beneficios de las empresas. Los gigantes empresariales, los grupos consolidados, aprovecharon a fondo durante cinco años la reforma del impuesto, que bajó tipos, y su generoso sistema de deducciones. Pasaron de pagar a las arcas públicas 12.673 millones en 2006 a 3.012 millones en 2011, menos de la cuarta parte. Una cantidad que supone apenas el 3,5% de los 85.984 millones de beneficios declarados ese año. Y un boquete descomunal en los ingresos públicos.
El Gobierno de José Luis Rodríguez Zapatero (PSOE) aprobó en 2007 una reforma del impuesto de sociedades para bajar por primera vez en democracia el gravamen teórico sobre los beneficios empresariales: del 35% al 30% (del 30% al 25% para las pymes). Lo que se había planteado como una reforma gradual, tuvo una aplicación casi inmediata por la presión de la derecha catalana (CiU); la anunciada “poda” de las generosas deducciones que disfrutaban las grandes empresas quedó en casi nada. El entonces vicepresidente económico, Pedro Solbes, defendió que el impacto en la recaudación sería manejable, porque la bajada de impuestos mejoraría la competitividad y los resultados de las empresas, lo que acabaría repercutiendo en las arcas públicas.
Cuando la crisis irrumpió en 2009, y pese al desplome de los ingresos, el Ejecutivo de Rodríguez Zapatero aún abrió la mano a más beneficios fiscales —permitió acelerar la amortización de activos, lo que, en la contabilidad, rebaja los beneficios sobre los que se tributa—. Un tímido intento de cambio de rumbo al final de la legislatura no evitó el desastre: muchas grandes empresas aprovecharon a fondo las ventajas dadas para reducir a la mínima expresión sus pagos a Hacienda.
La crisis ha penalizado con dureza los beneficios de las compañías, grandes y pequeñas. Pero el impacto en la recaudación, por esas facilidades legales, fue mucho mayor. Los resultados empresariales sujetos al impuesto pasaron de 209.642 millones en 2006 a 143.890 millones en 2011, una caída del 31%. La cuota líquida, lo que pagaron todas las empresas a Hacienda por los resultados, bajó en el mismo periodo de 40.529 a 12.665 millones, un 68%. En el caso de los grupos consolidados, ese descenso fue del 76%.
Según la Agencia Tributaria, en 2011 había casi 4.000 grupos consolidados, que integraban en sus cuentas unas 32.000 empresas. Las normas fiscales permiten a estos conglomerados, que copan el Ibex 35, compensar los resultados de compañías del grupo (restar las pérdidas de unas a los beneficios de otras) para rebajar la factura fiscal.
Pero además de esa ventaja genérica, los grupos consolidados son los que mejor aprovechaban el generoso régimen de exenciones, deducciones y beneficios que regía hasta 2011. Las 32.000 sociedades integradas en estos 4.000 gigantes cosecharon ese año un resultado positivo de 85.948 millones, frente a los 57.941 millones que lograron el resto de empresas, más de un millón. Pero tras la aplicación de los diversos ajustes en la base imponible y la cuota del impuesto, la factura fiscal de los grupos consolidados adelgaza hasta un tercio de lo que pagan el resto de las empresas españolas al fisco por este tributo.
Si se incluye a todas las empresas, la aportación a Hacienda asciende al 8,8% de los beneficios declarados en 2011, cuando un lustro antes pagaban más del 19%. De nuevo, es bastante menos que lo que pagan las familias en el IRPF, un 11,9% de su renta bruta.
Si la comparación de lo que las empresas ingresan al fisco es con la base imponible, los grupos consolidados, que parten de un tipo teórico del 30%, pagan solo un 17,7%. El resto de empresas, con un tipo teórico del 25% para las pymes y del 30% para las compañías que no consolidan, apenas llegan al 19%.
El informe anual de recaudación de 2011, publicado esta semana, completa el retrato del descalabro en el impuesto de sociedades en España, que grava los beneficios de las empresas. Los gigantes empresariales, los grupos consolidados, aprovecharon a fondo durante cinco años la reforma del impuesto, que bajó tipos, y su generoso sistema de deducciones. Pasaron de pagar a las arcas públicas 12.673 millones en 2006 a 3.012 millones en 2011, menos de la cuarta parte. Una cantidad que supone apenas el 3,5% de los 85.984 millones de beneficios declarados ese año. Y un boquete descomunal en los ingresos públicos.
El Gobierno de José Luis Rodríguez Zapatero (PSOE) aprobó en 2007 una reforma del impuesto de sociedades para bajar por primera vez en democracia el gravamen teórico sobre los beneficios empresariales: del 35% al 30% (del 30% al 25% para las pymes). Lo que se había planteado como una reforma gradual, tuvo una aplicación casi inmediata por la presión de la derecha catalana (CiU); la anunciada “poda” de las generosas deducciones que disfrutaban las grandes empresas quedó en casi nada. El entonces vicepresidente económico, Pedro Solbes, defendió que el impacto en la recaudación sería manejable, porque la bajada de impuestos mejoraría la competitividad y los resultados de las empresas, lo que acabaría repercutiendo en las arcas públicas.
Cuando la crisis irrumpió en 2009, y pese al desplome de los ingresos, el Ejecutivo de Rodríguez Zapatero aún abrió la mano a más beneficios fiscales —permitió acelerar la amortización de activos, lo que, en la contabilidad, rebaja los beneficios sobre los que se tributa—. Un tímido intento de cambio de rumbo al final de la legislatura no evitó el desastre: muchas grandes empresas aprovecharon a fondo las ventajas dadas para reducir a la mínima expresión sus pagos a Hacienda.
La crisis ha penalizado con dureza los beneficios de las compañías, grandes y pequeñas. Pero el impacto en la recaudación, por esas facilidades legales, fue mucho mayor. Los resultados empresariales sujetos al impuesto pasaron de 209.642 millones en 2006 a 143.890 millones en 2011, una caída del 31%. La cuota líquida, lo que pagaron todas las empresas a Hacienda por los resultados, bajó en el mismo periodo de 40.529 a 12.665 millones, un 68%. En el caso de los grupos consolidados, ese descenso fue del 76%.
Según la Agencia Tributaria, en 2011 había casi 4.000 grupos consolidados, que integraban en sus cuentas unas 32.000 empresas. Las normas fiscales permiten a estos conglomerados, que copan el Ibex 35, compensar los resultados de compañías del grupo (restar las pérdidas de unas a los beneficios de otras) para rebajar la factura fiscal.
Pero además de esa ventaja genérica, los grupos consolidados son los que mejor aprovechaban el generoso régimen de exenciones, deducciones y beneficios que regía hasta 2011. Las 32.000 sociedades integradas en estos 4.000 gigantes cosecharon ese año un resultado positivo de 85.948 millones, frente a los 57.941 millones que lograron el resto de empresas, más de un millón. Pero tras la aplicación de los diversos ajustes en la base imponible y la cuota del impuesto, la factura fiscal de los grupos consolidados adelgaza hasta un tercio de lo que pagan el resto de las empresas españolas al fisco por este tributo.
Si se incluye a todas las empresas, la aportación a Hacienda asciende al 8,8% de los beneficios declarados en 2011, cuando un lustro antes pagaban más del 19%. De nuevo, es bastante menos que lo que pagan las familias en el IRPF, un 11,9% de su renta bruta.
Si la comparación de lo que las empresas ingresan al fisco es con la base imponible, los grupos consolidados, que parten de un tipo teórico del 30%, pagan solo un 17,7%. El resto de empresas, con un tipo teórico del 25% para las pymes y del 30% para las compañías que no consolidan, apenas llegan al 19%.
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