Contra los dolores evitables
“Lo que yo he aprendido, más bien a los golpes, a los porrazos, es a distinguir los dolores evitables de los dolores inevitables. O sea que los dolores que nacen de la pasión humana: el amor que pasa, la vida que pesa, la muerte que pisa, son dolores que nada, joderse, contra eso nada, pero que hay muchos otros dolores evitables que el sistema de poder multiplica. Yo siempre digo que no solamente te cobran el impuesto al valor agregado sino también el impuesto al dolor agregado: por si fueran pocos los dolores inevitables de la condición humana, el sistema te agrega otros, y entonces surgen los dolores evitables. Cada minuto mueren de hambre o de enfermedad curable 10 niños: ése es un dolor evitable...
Los otros nos salvan…
“Y nos pierden”, comenta entre risas cuando le cito a Rulfo, en esa idea que al final siempre son los demás, los otros, los que nos salvan: “en la medida en que la existencia es social –eso lo dijo Marx y es una cosa de sentido común- no hay existencia solitaria, ni siquiera un náufrago en una isla perdida en el océano como puede haber sido Robinson Crusoe, tuvo una inexistencia solitaria, no sólo porque se acercó ahí ese tal Viernes, sino también porque uno está habitado por la memoria de la vida vivida”.
“Gracias a la vida” es la canción favorita de Eduardo, me lo confiesa. ¿A qué le das gracias tú, hoy?, le pregunto. Sonriendo, mirando al fondo de sí mismo, me responde: “a todo lo que dice la canción”.
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Ella Fitzgerald canta una canción al otoño en Nueva York.
sábado, 24 de octubre de 2009
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