La Gran Depresión generó alguna de la mejor ficción escrita, varias de las mejores películas y muchas grandes fotografías del siglo XX. Cómo olvidar los rostros cansados de los ciudadanos que bailan sin cesar en un local cerrado -porque allí tienen donde comer y dormir- en el maratón filmado por Pollack en ¡Danzad, danzad, malditos! Si uno ve ¡Qué bello es vivir!, de Capra, se le graban para siempre las caras asustadas de los vecinos de Bedford Falls al iniciarse el pánico bancario.
O Las uvas de la ira, de Ford, y La fuerza bruta, de Lewis Milestone, basadas en la novela homónima (la primera) y en De ratones y hombres, de Steinbeck. El Fitzgerald de El Gran Gatsby, con las enormes desigualdades de los felices veinte; el Dos Passos de la Trilogía USA, las mejores novelas de Hammett, parte de Faulkner y algo del mejor jazz se vinculan con esos tiempos. O la increíble foto de Dorotea Lange, titulada Madre emigrante: en una autopista ve un coche averiado y a su lado una madre exhausta, con dos niños agotados que se apoyan en sus hombros.
Para reflejar todo aquel sufrimiento, los creadores necesitaron un cierto distanciamiento. Hoy, en la Gran Recesión en la que estamos instalados -la otra gran crisis mayor del capitalismo- comienzan a aparecer las primeras obras que la reflejan. Entre ellas, en el cine. Ya se ha comentado suficientemente aquí y en otros muchos artículos la autopsia del capitalismo que supone Inside jobs, de Charles Ferguson. El boca a boca de los espectadores ha logrado que se multiplique el número de salas donde se expone.
Merecen igual suerte otras dos películas complementarias de aquella, que también expresan las vicisitudes de lo que está ocurriendo. La primera, de ficción, describe el caso de una industria de chimenea en EE UU (unos astilleros), perteneciente a un gran conglomerado societario, que despide a miles de personas acabando con su "sueño americano". Se trata de The company men. Bastantes de los cinco millones de parados españoles se reconocerán en esa vulnerabilidad que sobreviene cuando se va al paro, en la deshumanización del proceso y en el hecho de que los principales ejecutivos de la empresa ganan más dinero cuanta más gente despiden. La paradoja surge cuando aquella persona que está encargada de echar a la gente es también despedida por sus superiores a pesar de su eficacia.
La segunda, un documental de Erwin Wagenhofer, se titula Vamos a hacer dinero (una sola sala en Madrid). En ella -tiene inferior calidad que Inside jobs- se sigue el rastro del dinero a través del mundo de las finanzas; por ejemplo, adónde se destinan nuestros ahorros aplicados en un fondo de pensiones privados. Y se desarrolla el concepto de gánster económico (asesino económico en el filme), que tan felizmente ha incorporado en sus libros John Perkins a la literatura técnica del momento. Parte del mejor análisis económico está hoy en el cine. JOAQUÍN ESTEFANÍA en "El País" de 15/05/2011
lunes, 16 de mayo de 2011
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