domingo, 12 de enero de 2014

Cómo pinchar un año cargado de ilusión. Hay quien plantea como argumento una emoción que es frecuentemente una tontería peligrosa

El año que empieza puede ser un año cargado de ilusión. Ilusión en el análisis económico español, ilusión en Cataluña, ilusión en la marcha de la Unión Europea… Y eso es, precisamente, lo malo. Ilusión significa, según el Diccionario de la Real Academia, “imagen sugerida por los sentidos que carece de verdadera realidad”. Es muy posible que en 2014 los ciudadanos tengamos que emplear muchas de nuestras escasas energías en vislumbrar cuál es la “verdadera realidad”, por encima del aluvión de ilusiones con que se nos abrumará.

En un estupendo artículo titulado Sobre todo, que no decaiga (EL PAÍS 29/12/2013), Manuel Cruz describía la maniobra favorita de los nacionalismos, que consiste en convertir un debate político en un conflicto ente emociones: una, por supuesto, es inequívocamente positiva, la ilusión; la otra, claramente negativa, el miedo. Así que cualquier intento de argumentar se convertirá en 2014 en la mala idea de un cenizo que quiere pinchar el globo de la ilusión o en una sombría amenaza.

Lo mismo se podría aplicar al análisis de la situación económica. El Gobierno está muy ilusionado con los nuevos apuntes macroeconómicos. Por supuesto, son calificados de agoreros quienes argumentan que el coste que está pagando una parte importante de la población es excesivo y que se trata, además, de un segmento de la sociedad que no tuvo responsabilidad en lo sucedido, puesto que se vio aplastada por un terremoto financiero provocado, precisamente, por los grandes predicadores de la ilusión. En los próximos meses veremos cómo surgen grandes apóstoles que nos piden, otra vez, compartir la visión, la fe y la confianza con la que ellos ya han sido bendecidos.

Pues bien, de eso se trata. De pinchar todos los globos de ilusión con que van a querer rodearnos. Pensémoslo bien. Cuando un político, un candidato, en Madrid, en Barcelona, en Sevilla o en último pueblo del último rincón se nos aproxime hablando de lo ilusionado que está, de la gran ilusión con la que encara el futuro, pongamos cara de pocos amigos, recordemos a María Moliner y a la Real Academia, y exijamos argumentos y “verdaderas realidades”. Recordemos que la ilusión no es un argumento, sino, frecuentemente, una tontería y que, a veces es, incluso, muy peligrosa.

Lo primero que tenemos a la vista son las elecciones europeas. Es un buen campo donde empezar a practicar con la aguja. Son unas elecciones importantes. Ya hemos visto lo que puede hacer la Unión Europea, las decisiones que adopta y las consecuencias que tienen para la vida cotidiana de los ciudadanos. Hasta hace poco, nos lo habían contado, pero seguíamos creyendo que la Unión tenía que ver sobre todo con el comercio. Ahora ya sabemos que los Presupuestos Generales del Estado pasan antes por Bruselas que por el Parlamento español y que se cambian y cortan de acuerdo con informes elaborados por técnicos comunitarios. Ahora ya sabemos lo que ha ocurrido en Grecia, y en Portugal; lo que es una troika y qué sucede cuando el presidente de la Comisión es alguien como el actual, José Manuel Barroso, al servicio de una desproporcionada dirección alemana, incapaz de defender el espacio común europeo.

Atentos cuando nos hablen de la ilusión de crear una Europa más próspera, más solidaria, más progresista. Déjense de fantasías y presenten propuestas concretas. Los pasos, incluso los pasitos. Eso es lo que hay que exigir. Por ejemplo, ¿va a defender su grupo la creación de un Fondo Europeo contra el Desempleo? ¿Luchará por conseguir eurobonos que, al menos, garanticen que una determinada parte de la deuda española, portuguesa o griega pague los mismos intereses que la alemana? ¿Qué hará para lograr que la Unión bancaria incluya un verdadero Fondo Europeo de Garantía de Depósitos y no esa aguada “coordinación” de la que ahora se habla? Ninguno de estos tres asuntos son ilusiones. Son cosas concretas que se pueden hacer a nivel europeo, que ya han sido planteadas y discutidas y que no se llevan a cabo por la resistencia, sobre todo, de Alemania.
Fuente: Soledad Gallego Díaz. El País.
solg@elpais.es
En el minuto 39:45 comienza con un solo de piano una bellísima versión con la voz de Ibraim y el piano extraordinario de Roberto Fonseca que merecen ser oídos. Una fusión de canción cubana y piano jaz inigualable, actual, magnífica lección de buena música.

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