jueves, 10 de julio de 2014

El dogma de la incompetencia. La ideología se ha impuesto por completo a las pruebas en el debate político sobre la sanidad

Han estado pendientes de las noticias sobre Obamacare? La Ley de Asistencia Sanitaria Asequible ha dejado de ocupar las primeras páginas, pero sigue llegándonos información sobre cómo está funcionando (y casi todo son buenas noticias). De hecho, la reforma sanitaria ha tenido una buena racha desde marzo, cuando quedó claro que las inscripciones superarían las expectativas a pesar de los problemas iniciales de la página web del Gobierno federal.

Lo interesante de este éxito es que ha ido acompañado a cada paso de gritos que anunciaban un desastre inminente. En estos momentos, según mis cálculos, los enemigos de la reforma sanitaria pierden por 0 a 6. Es decir, han hecho al menos seis predicciones concretas sobre el modo en que Obamacare fracasaría; todas y cada una han resultado erróneas.

“Errar es humano”, escribió Séneca. “Persistir en ello es diabólico”. Todo el mundo hace predicciones incorrectas. Pero equivocarse tan escandalosa y sistemáticamente requiere un esfuerzo especial. ¿De qué va todo esto, entonces?

A muchos lectores no les sorprenderá la respuesta: es una cuestión de política e ideología, no de análisis. Pero aunque esta observación no resulte especialmente sorprendente, vale la pena señalar que la ideología se ha impuesto por completo a las pruebas en el debate político sobre la sanidad.

Y no me refiero solo a los políticos; hablo de los analistas. Llama la atención la cantidad de supuestos expertos en sanidad que han hecho afirmaciones sobre Obamacare que estaba claro que no podían defender. Por ejemplo, ¿se acuerdan del “susto de las primas”? El otoño pasado, cuando recibíamos los primeros datos sobre las primas de los seguros, los analistas de la asistencia sanitaria conservadores se apresuraron a afirmar que los consumidores se enfrentaban a un aumento enorme del gasto. Era evidente, incluso en aquel momento, que esas afirmaciones eran engañosas; ahora sabemos que la gran mayoría de los estadounidenses que contratan un seguro a través de los nuevos mercados consiguen una cobertura bastante barata.

¿Y recuerdan las afirmaciones sobre que los jóvenes no se inscribirían, de modo que Obamacare entraría en una “espiral mortífera” de aumento de los costes y disminución de las inscripciones? Pues no está pasando: un nuevo estudio de Gallup ha comprobado que mucha gente ha conseguido un seguro gracias al programa y que la mezcla de edades de los recién inscritos parece bastante positiva.

Lo que resultaba especialmente extraño de las incesantes predicciones de desastre de la reforma sanitaria era que ya sabíamos, o deberíamos haber sabido, que un programa como la Ley de Asistencia Sanitaria Asequible era probable que funcionase. Obamacare se inspiró considerablemente en el modelo del Romneycare, que funciona en Massachusetts desde 2006, y guarda un gran parecido con sistemas extranjeros que han tenido éxito, como el de Suiza. ¿Por qué no iba a funcionar el sistema en Estados Unidos?

Pero la firme convicción de que el Gobierno no puede hacer nada útil —una creencia dogmática en la incompetencia del sector público— es ahora una parte fundamental del conservadurismo estadounidense, y es evidente que el dogma de la incompetencia ha hecho imposible que los asuntos políticos se analicen de forma racional.

No siempre ha sido así. Si nos remontamos dos décadas, hasta la última gran lucha sobre la reforma sanitaria, los conservadores parecían estar relativamente lúcidos en lo que respectaba a las posibilidades políticas, aunque se mostrasen extremadamente cínicos. Por ejemplo, el famoso memorando de 1993 de William Kristol que instaba a los republicanos a destruir el plan sanitario de Bill Clinton advertía explícitamente de que si se ponía en práctica el Clintoncare, era muy probable que acabase considerándose un éxito, lo que a su vez “sería un mazazo para los argumentos republicanos que abogan por reducir la intervención gubernamental como forma de defender a la clase media”. Así que era crucial asegurarse de que esa reforma nunca se hiciese realidad. En la práctica, Kristol estaba diciéndole a la gente de su propio partido que la historia de la incompetencia gubernamental es algo que uno les vende a los votantes para que apoyen las bajadas de impuestos y la liberalización, no algo en lo que uno mismo crea necesariamente.

Pero eso era antes de que los conservadores se retirasen del todo a su propio universo intelectual. Fox News aún no existía; los analistas políticos de las fundaciones de derechas solían iniciar su carrera profesional en puestos relativamente no políticos. Todavía era posible contemplar la idea de que la realidad no era lo que uno quería que fuese.

Ahora es diferente. Resulta difícil pensar en alguien de la derecha estadounidense que se plantee siquiera la posibilidad de que Obamacare pueda funcionar o, en cualquier caso, que esté dispuesto a admitir esa posibilidad en público. En vez de eso, hasta los supuestos expertos siguen vendiéndonos historias imposibles sobre un desastre inminente después de que su verdadera oportunidad de detener la reforma sanitaria haya quedado atrás, y venden esas historias no solo a los catetos, sino también los unos a los otros.

Y seamos claros: aunque haya sido divertido ver a la derecha aferrarse a sus fantasías sobre la reforma sanitaria, también da miedo. Al fin y al cabo, esta gente sigue teniendo una capacidad considerable de causar daños políticos y, cualquier día de estos, podrían reconquistar la Casa Blanca. Y uno no quiere, por nada del mundo, tener ahí a gente que niega los hechos que no les gustan. Es decir, gente que podría hacer cosas impensables, como declarar una guerra sin un buen motivo. Ah, ¡esperen!
Fuente: Paul Krugman, El País.  Paul Krugman es profesor de Economía de Princeton y premio Nobel de 2008.

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