El primer ministro no dice ni una sola palabra sobre el pasado radical del país que es el que a mí me inspira. Por ello, hablar de los unificadores “valores británicos” no es más que palabrería. La imposición de “valores británicos” es simplemente un remedio político de la vieja escuela.
La cruzada del gobierno por incorporar los “valores británicos” en nuestro sistema educativo es, en el mejor de los casos, un sinsentido, en el peor, peligroso, y, en cualquiera, una perversión de la historia británica. Es un sinsentido porque nuestra historia es la lucha de diferentes “Gran Bretañas”, cada una con su propio conjunto de valores.
Por ejemplo, los valores de muchos conservadores post-Thathcher son predominantemente neoliberales, sacados de una ideología que impulsa la extracción de valor mercantil de cualquier cosa y que tiene más bien poco respeto por las fronteras nacionales. De hecho, sus padres fundadores son el economista norteamericano Milton Friedman y el austríaco Friedrich Hayek. Una vez en una reunión del Departamento de Investigación conservador Thatcher estampó sobre la mesa un ejemplar de la Constitución de la Libertad de Hayek diciendo: ¡Esto es en lo que nosotros creemos!
Por otro lado, mis valores están inspirados en una variedad de socialistas galeses, escoceses, ingleses y extranjeros. Mientras que los tories de hoy en día promueven un individualismo extremadamente competitivo, la competición despiadada y la superioridad del beneficio privado, yo creo en la solidaridad, la acción colectiva y una redistribución fundamental de la riqueza y del poder. Mis adversarios caracterizarán sus propios valores de forma más misericordiosa y los míos de forma menos clemente, pero el punto de acuerdo debería estar seguramente en que hay un abismo entre nosotros. Se dirá que nosotros estamos unidos por una creencia común en la democracia, pero esto es difícilmente un valor específicamente británico; y, en cualquier caso, mi percepción de una democracia que está continuamente puesta en peligro por el respaldo torie a las grandes empresas y los intereses privados es muy diferente de la suya.
El punto en el que la agenda del gobierno llegaría a ser peligrosa se encontraría en si afirma unilateralmente que sus valores son los de la nación como un todo. Ésta es una vieja estrategia de los regímenes y los movimientos autoritarios, usada para excluir, aislar o suprimir disidentes. Después de todo, el instrumento del mccarthismo para perseguir a la izquierda de los EEUU fue el Comité de Actividades Antiamericanas. Pero la hemos visto funcionando en nuestro propio país recientemente. El Daily Mail declaraba que Ralph Miliband era el “hombre que odiaba el Reino Unido” porque era un marxista que se oponía a instituciones como la monarquía, la Iglesia de Inglaterra y el ejército. No adhiriéndose al status quo, desde su punto de vista, no sólo no se es un buen británico, sino que se es un anti-británico.
Es una agenda basada también en el retorcimiento de la historia británica. La Carta Magna – un documento propiamente inglés más que británico – será la pieza central de la campaña de valores. David Cameron quiere que “todo niño” sepa de ella. Dado que hablar inglés normalmente encabeza las listas de habilidades requeridas por todos a los que les encanta definir el modo de vida británico es gracioso que un documento originalmente escrito en latín – antes de ser traducido al francés cuatro años después – esté siendo exaltado de esta manera. Aquí fue una carta impuesta por los barones poderosos – difícilmente nacientes demócratas – al débil rey John para prevenir el posible abuso real sobre sus derechos aristocráticos. De todos modos, la carta no fue suficiente para ellos y se rebelaron. Ello quiere decir tramposamente poner de rodillas a los ingleses comunes, la mayoría de los cuales eran siervos.
Solamente en el siglo XVII la Carta Magna comenzó a ganar su papel central en la mitología inglesa: ella sirvió para retratar a los Levellers y otros radicales como unos reaccionarios que intentaban retrasar el reloj y reafirmar los derechos antiguos que habían sido supuestamente pisoteados.
Justo aquí está la cuestión central. Hay una historia del Reino Unido que es la del Imperio, la aristocracia, la monarquía, la iglesia oficial, los patronos explotadores, etc. La visión torie de la historia está fundada sobre el mito de una élite benevolente, que cuidadosamente dirigió transformaciones de buena voluntad y generosidad. Pero hay otra historia de luchas desde abajo contra aquellos que estaban en el poder llevada a cabo por la gente ordinaria – a menudo llena de grandes costes y sacrificios – que ha sido maquillada desde la historia oficial. Estas diferentes perspectivas sobre la historia conforman un abismo en torno a los valores que se prolonga hasta hoy.
Esta otra historia regresa a la Revuelta Campesina de 1381, cuando la gente común se sublevó a causa de un gravoso impuesto (el “poll tax”). No fue precisamente liderada por hombres: algunas mujeres como Johanna Ferrour jugaron un papel clave (documentos de la Corte la maldicen como “dirigente criminal y líder de la malvada rebelión de Kent”). Decenas de miles de personas – desde techadores y panaderos hasta molineros y curas de parroquia – marcharon sobre Blackheath, donde el sacerdote lolardo John Ball cuestionó públicamente una sociedad de clases: “Cuando Adán araba y Eva hilaba, ¿quién era entonces el señor?” La resistencia generalizada contra la élite dominante resurgiría en el siglo XVII: nosotros tuvimos nuestra propia revolución un siglo y medio antes de que los franceses atacaran la Bastilla. El rey fue depuesto y los movimientos radicales como los democráticos Levelleres y los socialistas Diggers florecieron.
La resistencia a la autoridad es un valor entretejido con nuestra propia historia. Cuando seis trabajadores de Dorset fueron transportados a Australia en la década de 1830 por organizar un proto-sindicato, 800.000 firmaron una demanda exigiendo libertad para los mártires de Tolpuddle. En los años siguientes, los cartistas surgieron convirtiéndose en el primer gran movimiento político de la clase trabajadora a nivel mundial. Hoy en día las sufragistas son tratadas como verdaderas heroínas, pero ellas fueron alimentadas a la fuerza en prisión y demonizadas como terroristas y anarquistas en los comienzos del siglo XX. Aquellos que lucharon contra el sexismo, el racismo y la homofobia – como la primera manifestación LGTB en Londres en 1970, cuando 150 manifestantes fueron superados en número por oficiales de policía – fueron demonizados y perseguidos en su momento.
El Estado de Bienestar, el Servicio Nacional de Salud y los derechos de los trabajadores fueron la culminación de generaciones de lucha, en particular por parte de un movimiento obrero que había fundado el Partido Laborista – de manera polémica en aquel entonces – con el objetivo de dar la palabra a la clase trabajadora.
Ésta es la historia –de una Gran Bretaña muy distinta a la que defiende este gobierno– que apuntala mis valores. Me ayuda a oponerme a los valores sostenidos por la administración de Cameron, la cual justifica políticas públicas que golpean a los pobres –como “el impuesto dormitorio”– mientras amontonan la riqueza en las manos de los más ricos, a través de recortes de otros impuestos y privatizaciones. Por esta razón, pienso que la gente debería inspirarse en los valores y las tradiciones de nuestros antepasados que lucharon, y emular su ejemplo.
Así que si la coalición quiere una lucha que provoca desencuentros sobre “valores”, entonces: tengámosla. Pero si las razones del gobierno quieren hacernos creer que los “valores” unirán a la nación, quizás deberían pensarlo mejor de nuevo.
Owen Jones. Sin Permiso
Owen Jones, historiador y periodista, es autor de Chavs: La demonización de la clase obrera, (Capitán Swing, Madrid 2012)
Traducción para www.sinpermiso.info
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