Original de Rafael Poch de Feliu
(Blog personal)
La crisis de lo que queda de Hong Kong está siendo instrumentalizada hacia un callejón sin salida que desprestigie a Pekín
Históricamente el ascenso, riqueza y bienestar de Hong Kong se derivó de su particular estatus de puerto franco para el capital, centro financiero internacional, emporio productivo y puerta comercial para la enorme y cerrada China maoísta. Todo eso encarriló una estable y continua prosperidad para sus habitantes entre 1949 y el año 2000, pero se está acabando. Como emporio tecnológico Shenzhen, aquel villorrio de pescadores de los años setenta convertido hoy en ciudad millonaria, la supera como hub de la alta tecnología. Guangzhou (Cantón) superará pronto en PNB a Hong Kong. Shanghai se consolida como centro financiero y Singapur que ya acogió en 1997 muchos miedos del dinero hongkonés cuando la ex colonia se integró en China sin perder su autonomía, es el puerto franco del capital global en Asia por excelencia. Respecto a la puerta comercial ¿Quién la necesita cuando toda China lleva décadas abierta de par en par?
Lo que queda de Hong Kong
Por primera vez en dos generaciones los jóvenes de Hong Kong no vislumbran un porvenir prometedor. Al revés, constatan incertidumbre y decadencia mesurables en salarios, costos de vivienda y perspectivas de futuro. Todo eso lo achacan a China con toda la razón, porque el ascenso de China ha disuelto el particular estatuto de Hong Kong que fue la base de su prosperidad. Pese a los mimos que los oligarcas locales han recibido de Pekín desde 1997, el PIB de la región autónoma especial que a mediados de los noventa representaba el 27% del chino, hoy solo pesa un 2,7%. Así que salen a la calle desde hace meses pidiendo una solución a algo que no la tiene: lo que queda de Hong Kong no volverá a ser lo que fue.
Por razones objetivas el vector del crecimiento económico chino, que es a la vez general y enormemente desigual, empuja en este caso hacia la nivelación territorial. El enclave se está convirtiendo “en otra ciudad China”, como explica Carl Zha en una clarificadora entrevista. Para un enclave con una renta per cápita de 48.517 dólares formar parte de una China con una renta de 9.608 dólares no es un buen negocio. Así que, “¿Por qué un hongkonés tendría que querer ser chino?”, se pregunta el economista tailandés Chartchai Parasuk. Todo esto no tiene gran cosa que ver con una lucha política por la libertad y la democracia que nos acostumbran a presentar nuestros medios de comunicación. Es un claro asunto económico.
Callejón sin salida
Visto desde Pekín es imposible ceder a las confusas demandas “soberanistas” que se formulan desde las calles de Hong Kong, incluso si estas no fueran siempre ampliables y en continua evolución como para impedir todo acuerdo. Por si acaso, una minoría violenta y bien organizada cuyos métodos (bloqueo de aeropuerto, destrozos) serían inmediatamente criminalizados y ferozmente reprimidos en cualquier ciudad occidental, se encarga de radicalizar la situación. Si China cede en Hong Kong, detrás vendrá Xinjiang, el Tibet y Taiwán. Y una vez abierta la caja de Pandora podrían apuntarse también diversas provincias de la China continental y étnicamente han. Al fin y al cabo, la desmembración territorial es un escenario que China conoce desde varios siglos antes de Cristo… Es obvio que Pekín no va a admitirlo, pero ¿Cuál es el papel en todo esto de los gobiernos de Estados Unidos y Alemania, los que mandan en Euroatlántida?
El sueño de la desmembración territorial
La desmembración de China es el escenario con el que sueña Occidente para su rival estratégico, naturalmente en nombre de la “democracia y los derechos humanos”. Al respecto no hay el menor disimulo. En Munich se encuentra la sede de los separatistas uigures de Xinjiang, cuya ideología oscila entre un supremacismo racista túrquico y el integrismo islámico. Políticos alemanes, especialmente verdes y liberales, apoyan abiertamente al irredentismo tibetano, cuyos vínculos con la CIA se remontan a los años cincuenta. Escritores como Liao Yiwu, un excitado opositor que describe a China como “un montón de basura en expansión” y clama por su “desmembración en bien de la humanidad”, han recibido el “premio de la paz” del gremio de los libreros alemanes (2012). La plana mayor de la oposición hongkonesa más radical, que ahora pide a Donald Trump que les libere, ha sido recibida en los salones de Washington por personajes como el vicepresidente Mike Pence, el Secretario de Estado Mike Pompeo o el demente y recién cesado consejero de seguridad nacional, John Bolton. En Berlín, el ministro de exteriores ha recibido al joven Joshua Wong, otro dirigente de las protestas con quien, según sus declaraciones, se habló de preparar una base para futuros exiliados de Hong Kong en Alemania. Wong se hizo un nombre ya en las protestas de los paraguas de 2014, cuando tenía 17 años, y ya mantenía contactos regulares con el consulado de Estados Unidos allá. Desde entonces ha sido recibido por dinosaurios belicistas como el senador Marco Rubio, uno de los promotores de la fallida intentona golpista en Venezuela, y apadrinado por las ong´s del entorno de la CIA entusiasmadas por su reivindicación desmembracionista de un referéndum para que Hong Kong salga de China. Rubio presentó la candidatura de Wong al Premio Nóbel de la Paz. Desde la época de Obama el Congreso de Estados Unidos prepara una “Hong Kong Human Rights and Democracy Act” para dar ambiente al actual conflicto con las correspondientes sanciones. En Berlín, el diario ultra-atlantista Bild reunió hace unos días a una muestra de sus héroes para una foto de grupo: el ucraniano Vitali Klichkó, el sirio Raed al-Saleh, jefe de los “cascos blancos”, y el millonario ruso exiliado Mijail Jodorkovski. ¿Cuál es la lógica de fondo de estos inequívocos mensajes?
Hegemónicos y emergentes
Hoy en día en este mundo incierto solo hay dos planes generales de ordenamiento: el belicista de Occidente liderado por Washington basado en el intervencionismo, los cambios de régimen y el control de recursos por la vía militar, es decir un escenario de caos hegemónico, y el integrador que representa el plan chino de “nuevas rutas de la seda” conocido como “Belt and Road Initiative” que por muchas y legítimas dudas que suscite no parece incompatible con un orden multipolar basado en el consenso entre los diversos centros de poder y actores del mundo. Este esquema general puede sonar simple, pero es lo que tenemos encima de la mesa. No hay otra cosa.
Las protestas de Hong Kong representan una oportunidad dorada para que el proyecto del caos aseste un golpe en el bajo vientre al proyecto integrador. Naturalmente en nombre de la “democracia y los derechos humanos”, como en Siria, Irak, Libia, Afganistán y demás. En 2014 la combinación de la bajada de los precios del petróleo movilizando a los amigos del Golfo y de las sanciones que siguieron a la operación de cambio de régimen en Ucrania, intentaron frenar la recuperación de Rusia. Vistas desde esa perspectiva general, las concretas ansias democráticas y anticorrupción del movimiento nacional ucraniano en la Plaza Maidán de Kiev fueron una insignificante nota a pie de página de gran valor instrumental. Hoy pasa algo parecido con la calle de Hong Kong: de lo que se trata es de forzar a Pekín a escenificar un Tiananmen.2, una represión que permita incrementar la demonización de China, explica el periodista brasileño Pepe Escobar. “La inevitable consecuencia sería que Occidente y amplios sectores del Sur Global boicoteasen las Nuevas Rutas de la Seda –Belt and Road Initiative – una compleja estrategia con diversos estratos de integración económica que se está ampliando mucho más allá de Eurasia”, dice.
En 2014, las autoridades rusas respondieron apoyando la oposición del Este de Ucrania y anexionándose Crimea, medidas que amortiguaron su derrota y les permitieron salvar la cara y una consolidación por lo menos temporal del delicado prestigio interno de su orden autocrático. Por aquello Moscú aún está pagando el precio de dolorosas sanciones económicas y más militarización junto a sus fronteras. En Pekín ahora deberán ir con mucho tiento para no propiciar una derrota propagandística que les persiga otros 30 años como ocurrió con Tiananmen lastrando su proyección mundial y justificando nuevas sanciones.
El movimiento de Hong Kong es un Maidán contra China. Al igual que en Kiev hace cinco años, por más que el motor sea local, los padrinos y promotores de este movimiento de la “sociedad civil” están en Washington y Berlín. Allí no quieren diálogo. Ni les interesa lo más mínimo la problemática social de Hong Kong. Buscan escenas violentas para su aparato de propaganda y muertos para llevar la situación a un extremo que arroje el resultado buscado: el desprestigio y ulterior demonización de China y de su proyección mundial en beneficio del proyecto del caos hegemónico.
Estamos ante un típico pulso de la dialéctica de los imperios combatientes. La crisis de lo que queda de Hong Kong está siendo instrumentalizada hacia un callejón sin salida. Los chinos van a tener que aplicarse a fondo para no perder esta batalla que por otro lado revela bien a las claras su vulnerabilidad ante la guerra híbrida del adversario.
(Publicado en Ctxt)
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sábado, 21 de septiembre de 2019
martes, 10 de octubre de 2017
Entrevista a Belén Gopegui, novelista. "Muchos de mis libros procuran contradecir la idea de que 'esto es lo que hay', de que cualquier intento de transformación real sería peor"
Hay narraciones que son bellas, pero no siempre las ideas y las narraciones se acompasan en un mismo pentagrama literario. Y esto ocurre en tus obras literarias: Hay historias para contar, hay ideas para transmitir.
La resistencia a la sociedad del control, la religión del “dataísmo”, la pérdida de derechos y libertades, la sociedad, la política y el poder están representados en tus ficciones. En “Quédate este día y esta noche conmigo”, Olga y Mateo desafían al bot (robot) de Google.
-¿Consideras muy acotada- aunque no es poco- la interpretación que reduce la idea de resistencia y ofensiva de tus personajes solo a una pelea contra los paradigmas de interpretación que impone el algoritmo de Google al presentar una solicitud de trabajo que reúne 50 mil palabras…, un manuscrito que inspira tu novela con interpelaciones y diálogos desafiantes a un para nada neutral robot?
-Una novela es cada una de sus páginas, intentar sintetizarla siempre hace que se pierdan rasgos, relaciones contradictorias, el contexto narrativo de cada afirmación. De manera que sí, me parece una interpretación algo limitada, pero la entiendo. No estoy de acuerdo, en cambio, con que se diga, por ejemplo, como se ha dicho, que el enemigo de esta historia es la estadística, cuando, precisamente, una de las cosas que los personajes reclaman es que la estadística no se privatice. La estadística es una herramienta para mirar a la sociedad y cuando así se utiliza creo que es interesante; del mismo modo considero, y se dice en la novela, que un modelo matemático utiliza el lenguaje para componer un relato acerca del comportamiento de cierto trozo del mundo en cierto espacio de tiempo. La estadística, las matemáticas, la literatura, procuran con sus recursos comprender el mundo. El problema surge cuando estos recursos se desvían, se empobrecen y manipulan por grandes corporaciones que no buscan comprender porque sólo quieren obtener rentabilidad.
–En todos estos años hemos entregado datos sobre nuestro comportamiento, datos biométricos sobre nuestro cuerpo. Se afirma que los gigantes tecnológicos saben más de nosotros que nosotros mismos. La línea que divide la ficción de la realidad se esfuma. Las nuevas tecnologías construyen la realidad según nuestros deseos y fantasías… A un siglo de la Revolución Rusa, a 150 años de la obra maestra de Carlos Marx, El Capital, sin mencionar las grandes luchas de la humanidad por vivir en un mundo más justo se ha producido una revolución sin revolución… Hoy el poder ha cambiado de humanos a algoritmos. Y todo este recorrido breve es para preguntarte si los seres humanos ya no somos un secreto para nadie, ¿cómo es posible escribir literatura descubriendo “ese secreto” inspirador que nos sostiene en nuestra condición singular e irreemplazable de ser humanos?
-El intento de Google y de otra multitud de empresas de poseer todos los secretos al tiempo que nadie posee los suyos es contradictorio y, por el momento, no se cumple. Por más datos de que dispongan, aún no son capaces de interpretar el sentido de todas las variables. Y aún no son capaces, a veces, de acceder al secreto de aquellas y aquellos que quieren oscuridad. Estoy de acuerdo en parte con esta frase que cita Olga: “Sería deseable que aquellos de nosotros que comenzáramos a sentir un poco y de forma diferente lo ocultáramos”. Porque hoy los datos son una fuente de poder, otra más, y no vivimos en una sociedad justa ni igualitaria, por lo tanto entregar los datos a las empresas es, en cierto modo, entregarnos al más fuerte. No siempre es fácil no entregarlos, pero a veces se pueden distorsionar y creo que es importante organizarse políticamente para que esos datos no pasen a manos de ninguna gran corporación. En cuanto a la literatura, en alguna literatura sí habitan formas si no de descubrir, sí de elaborar y dar espacio a los secretos, y hacerlo de tal modo que sea difícil acceder a ellos por parte de quien sólo busca valor de cambio.
–Dijiste en un reportaje que la condición humana es una singularidad irreductible. Un recorrido por los distintos ámbitos en los que nacen, se desarrollan e inciden en nuestras vidas presentes y futuras, los vertiginosos avances tecnológicos y neuro-científicos nos conmina a interrogarnos en torno a cómo nos pensamos como seres humanos en la contemporaneidad. ¿Sentís que este interrogante busca también una respuesta en tu literatura?
– Creo que dije irreemplazable, en el sentido de que no debiera ser posible cambiar a unos seres humanos por otros, pues, somos al mismo tiempo iguales y distintos. Pero no niego que tal vez un día lejano se puedan descomponer en pequeños procesos todos los pasos que realiza nuestro pensamiento, nuestra emoción, nuestro cuerpo. Mi novela no quiere oponer lo humano a la ciencia ni a la tecnología, actividades que por otro lado considero perfectamente humanas. Lo que sí quiere es considerar la ciencia, la tecnología, el conocimiento como algo que debiera ser público, común, y debiera formar parte de lo que la especie humana haga para mejorar su presencia en este planeta. Por el contrario, se nos presenta la ciencia como un supuesto conocimiento neutral que, como decías, nunca lo es, que está casi siempre en manos de quien tiene más capital, y el capital se sostiene, al final, con la violencia.
– Tus personajes, no solo Olga y Mateo , también Alex y Carla, en el Comité de la Noche, quiénes se unen a un grupo clandestino que ha decidido enfrentar los desmanes de estos tiempos provocados por inescrupulosas trasnacionales que propician el tráfico y la compraventa de sangre o los protagonistas de Acceso No autorizado, que algunos consideran anticipatoria en muchos sentidos, y que narra el encuentro de dos héroes, el político desgastado y el héroe sin rumbo, un hacker, que desde la red espera reescribir el código de lo real. Todos, parecen expresar desde distintas situaciones e historias la rebelión de quienes rechazan un futuro- que ya está presente- en apariencia inevitable. ¿Nos orienta a pensar que somos aún capaces de tomar decisiones ensanchando los escasos márgenes de libertad para vivir y pensar cómo queremos, como deseamos? ¿Hay una unidad de sentido que atraviesa todas tus historias?
-No estoy segura, las personas cambian, a veces no es la misma la persona que empieza una novela que quien la termina. En todo caso si es cierto que muchos de mis libros procuran contradecir la idea que se nos repite continuamente desde quien detenta un poder no democrático —pues no creo, y esto también lo decía Kant, que la democracia sea posible en el capitalismo en la medida en que no hay independencia civil de las personas sino que la mayoría tiene que suplicar, de algún modo, que quien tiene capital para contratarle, le contrate y le permita así, “ganar” su vida—, la idea, decía, de que “esto es lo que hay”, de que cualquier intento de transformación real sería peor. El mito con que se intenta justificar este modo de vida es la supuesta igualdad de oportunidades, pero como he dicho alguna vez, conseguir la igualdad de oportunidades es mucho más utópico que llevar a cabo una revolución, como prueba el hecho de que no se haya logrado en ningún país a lo largo de cientos de años. Por otro lado, creo que en la vida de cada persona llega un momento en que los seres humanos comprenden que la vida no tiene sentido y que por tanto, son ellos quienes, si les importa, tendrán que encontrárselo, y tendrán que hacerlo en común con otros seres humanos, y preferirán no dejar que se lo impongan.
–En la utopía negativa de Julio Cortázar en su libro “Fin del Mundo del Fin” que muta de creativa fantasía a presagio describe un mundo imaginado sin lectores y sólo plagado de escribas condenados a escribir día y noche, concluye con la condena a extinguirse de los escribas, la única raza que sobrevive, aunque precariamente, ya sin lectores, produciendo día y noche textos sin sentido. ¿Los escritores, la literatura van camino a extinguirse junto a esos lectores-seres humanos que conocimos hasta hoy, devenidos en fórmulas matemáticas?
– Es cierto que en este momento la escritura empieza a equipararse a la lectura. Las redes sociales no permiten, al menos de momento, existir sin emitir. Quien no emite textos, fotografías o meras señales de aprobación o disgusto, no cuenta. En el mundo analógico la presencia de un cuerpo es suficiente para saber que alguien está ahí, a tu lado o tal vez enfrente. En el mundo analógico el silencio puede no ser mera ausencia. El mundo digital que, insisto, no es neutral sino que ha sido diseñado de un modo y podría, por tanto, haber sido y ser diseñado de formas diferentes —tal como una pantalla de ordenador o de celular han sido diseñadas para interactuar con usuarios individuales, por ejemplo—, en el mundo digital que hoy conocemos es necesario estar generando constantemente ruido que después será transformado en un sentido determinado y no en otro por quien se apropie de ese ruido en forma de datos. La imagen de Cortázar cobra así realidad, escribimos sin cesar, emitimos para existir, y leemos sin cesar pequeños fragmentos que otros emiten. Leer un libro, en cambio, es apartarse, emitir silencio durante más tiempo del esperado, no dejar en manos ajenas la transformación del ruido en sentido sino llevar a cabo esa transformación despacio y, en la medida de lo posible, en calma. Si nadie lee libros desaparecerán quienes los escriben, pero sucederá debido a que se está diseñando un modo de vida que sustituye el criterio por la mera preferencia irreflexiva, y no porque hayamos devenido en fórmulas matemáticas, insisto en que no tengo nada en contra de las matemáticas sino al contrario, precisamente porque considero que importan creo que es necesario reapropiárselas.
Lidia Fagale, periodista. Secretaria General de la UTPBA
Ficha técnica/BELÉN GOPEGUI
Licenciada en Derecho por la Universidad Autónoma de Madrid. Alumna de filosofía de Juan Blanco. Ha publicado las novelas La escala de los mapas (1993), Tocarnos la cara (1995) La conquista del aire (1998) Lo real ( 2001) El lado frío de la almohada (2004), El Padre de Blancanieves (2007), Deseo de ser punk (2009), todas ellas en la editorial Anagrama y en De bolsillo, y Acceso no autorizado (2011) y El comité de la noche (2014) en Penguin Random House. En SM ha publicado El balonazo (2008), El día que mamá perdió la paciencia (2009) El amigo que surgió de un viejo ordenador (2012) y El blog de la verdad extraordinaria, este último junto con Luis Ruiz de Gopegui. En Foro Complutense, la conferencia Un pistoletazo en un concierto y en UDP una selección de sus ensayos titulada Rompiendo algo (2014). Ha colaborado en el guión de La suerte dormida, dirigida por Ángeles González-Sinde. Es autora del guión de El principio de Arquímedes, dirigida por Gerardo Herrero, quien también dirigió Las razones de mis amigos, basada en la novela La conquista del aire. Ha escrito la pieza teatral El coloquio en colaboración con Unidad de Producción Alcores. Ecologistas en Acción ha publicado su cuento para niñas y niños Mi misión era acercarme a Miranda (2015), Fuera de la burbuja (2017) en la colección Gran Angular, y la novela Quédate este día y esta noche conmigo (2017) en Penguin Random House. Escribe artículos en diversos medios.
Fuente original:
http://www.utpba.org/2017/09/28/entrevista-a-belen-gopegui/
Google y el realismo
Novela con mucho de apólogo moral, la nueva obra de Belén Gopegui reflexiona sobre la inteligencia artificial
Mateo y Olga tienen poco en común. Él apenas pasa de los 20 años y ella ha cumplido algo más de 60. Pertenecen a dos estratos sociales diferentes (más precario el de Mateo) y sus concepciones del mundo tampoco coinciden. No obstante, los une la voluntad de resistir como motas de polvo “contra un río”. Se conocen en una biblioteca y empiezan a pasar las tardes en un bar de extrarradio. Han decidido presentar juntos una extraña solicitud de trabajo a Google que incluya aquello que Google es incapaz de jerarquizar. Quieren “colapsar la maquinaria”.
Belén Gopegui ficcionaliza (?) en Quédate este día y esta noche conmigo dicha solicitud, a la que añade los breves comentarios de la evaluadora. El resultado es una conversación moral sobre un país del sur de Europa (mejor dicho, un monólogo a dos voces, incluso un manifiesto transgeneracional) que impugna el mapa de la realidad de los nuevos mundos virtuales.
Quédate este día y esta noche conmigo es una novela, pero también un apólogo (una narración cuyo propósito es instruir sobre algún principio ético o moral, dice Wikipedia). Fiel a esa voluntad, Gopegui sacrifica la flexibilidad narrativa para ajustar la pertinencia moral del discurso de sus protagonistas. Pero recordemos: es una novela, no un ensayo disfrazado de ficción. Son los dos personajes, Olga y Mateo, quienes especulan acerca de conceptos como la libertad individual, el mérito y la responsabilidad, y al hacerlo no son heroicos ni clarividentes (tampoco son ellos quienes reparten los títulos de héroe), sino personas normales con voluntad de anonimato que han despertado de ciertas ilusiones. Su mayor dificultad es ser comunes... seguir aquí.
La resistencia a la sociedad del control, la religión del “dataísmo”, la pérdida de derechos y libertades, la sociedad, la política y el poder están representados en tus ficciones. En “Quédate este día y esta noche conmigo”, Olga y Mateo desafían al bot (robot) de Google.
-¿Consideras muy acotada- aunque no es poco- la interpretación que reduce la idea de resistencia y ofensiva de tus personajes solo a una pelea contra los paradigmas de interpretación que impone el algoritmo de Google al presentar una solicitud de trabajo que reúne 50 mil palabras…, un manuscrito que inspira tu novela con interpelaciones y diálogos desafiantes a un para nada neutral robot?
-Una novela es cada una de sus páginas, intentar sintetizarla siempre hace que se pierdan rasgos, relaciones contradictorias, el contexto narrativo de cada afirmación. De manera que sí, me parece una interpretación algo limitada, pero la entiendo. No estoy de acuerdo, en cambio, con que se diga, por ejemplo, como se ha dicho, que el enemigo de esta historia es la estadística, cuando, precisamente, una de las cosas que los personajes reclaman es que la estadística no se privatice. La estadística es una herramienta para mirar a la sociedad y cuando así se utiliza creo que es interesante; del mismo modo considero, y se dice en la novela, que un modelo matemático utiliza el lenguaje para componer un relato acerca del comportamiento de cierto trozo del mundo en cierto espacio de tiempo. La estadística, las matemáticas, la literatura, procuran con sus recursos comprender el mundo. El problema surge cuando estos recursos se desvían, se empobrecen y manipulan por grandes corporaciones que no buscan comprender porque sólo quieren obtener rentabilidad.
–En todos estos años hemos entregado datos sobre nuestro comportamiento, datos biométricos sobre nuestro cuerpo. Se afirma que los gigantes tecnológicos saben más de nosotros que nosotros mismos. La línea que divide la ficción de la realidad se esfuma. Las nuevas tecnologías construyen la realidad según nuestros deseos y fantasías… A un siglo de la Revolución Rusa, a 150 años de la obra maestra de Carlos Marx, El Capital, sin mencionar las grandes luchas de la humanidad por vivir en un mundo más justo se ha producido una revolución sin revolución… Hoy el poder ha cambiado de humanos a algoritmos. Y todo este recorrido breve es para preguntarte si los seres humanos ya no somos un secreto para nadie, ¿cómo es posible escribir literatura descubriendo “ese secreto” inspirador que nos sostiene en nuestra condición singular e irreemplazable de ser humanos?
-El intento de Google y de otra multitud de empresas de poseer todos los secretos al tiempo que nadie posee los suyos es contradictorio y, por el momento, no se cumple. Por más datos de que dispongan, aún no son capaces de interpretar el sentido de todas las variables. Y aún no son capaces, a veces, de acceder al secreto de aquellas y aquellos que quieren oscuridad. Estoy de acuerdo en parte con esta frase que cita Olga: “Sería deseable que aquellos de nosotros que comenzáramos a sentir un poco y de forma diferente lo ocultáramos”. Porque hoy los datos son una fuente de poder, otra más, y no vivimos en una sociedad justa ni igualitaria, por lo tanto entregar los datos a las empresas es, en cierto modo, entregarnos al más fuerte. No siempre es fácil no entregarlos, pero a veces se pueden distorsionar y creo que es importante organizarse políticamente para que esos datos no pasen a manos de ninguna gran corporación. En cuanto a la literatura, en alguna literatura sí habitan formas si no de descubrir, sí de elaborar y dar espacio a los secretos, y hacerlo de tal modo que sea difícil acceder a ellos por parte de quien sólo busca valor de cambio.
–Dijiste en un reportaje que la condición humana es una singularidad irreductible. Un recorrido por los distintos ámbitos en los que nacen, se desarrollan e inciden en nuestras vidas presentes y futuras, los vertiginosos avances tecnológicos y neuro-científicos nos conmina a interrogarnos en torno a cómo nos pensamos como seres humanos en la contemporaneidad. ¿Sentís que este interrogante busca también una respuesta en tu literatura?
– Creo que dije irreemplazable, en el sentido de que no debiera ser posible cambiar a unos seres humanos por otros, pues, somos al mismo tiempo iguales y distintos. Pero no niego que tal vez un día lejano se puedan descomponer en pequeños procesos todos los pasos que realiza nuestro pensamiento, nuestra emoción, nuestro cuerpo. Mi novela no quiere oponer lo humano a la ciencia ni a la tecnología, actividades que por otro lado considero perfectamente humanas. Lo que sí quiere es considerar la ciencia, la tecnología, el conocimiento como algo que debiera ser público, común, y debiera formar parte de lo que la especie humana haga para mejorar su presencia en este planeta. Por el contrario, se nos presenta la ciencia como un supuesto conocimiento neutral que, como decías, nunca lo es, que está casi siempre en manos de quien tiene más capital, y el capital se sostiene, al final, con la violencia.
– Tus personajes, no solo Olga y Mateo , también Alex y Carla, en el Comité de la Noche, quiénes se unen a un grupo clandestino que ha decidido enfrentar los desmanes de estos tiempos provocados por inescrupulosas trasnacionales que propician el tráfico y la compraventa de sangre o los protagonistas de Acceso No autorizado, que algunos consideran anticipatoria en muchos sentidos, y que narra el encuentro de dos héroes, el político desgastado y el héroe sin rumbo, un hacker, que desde la red espera reescribir el código de lo real. Todos, parecen expresar desde distintas situaciones e historias la rebelión de quienes rechazan un futuro- que ya está presente- en apariencia inevitable. ¿Nos orienta a pensar que somos aún capaces de tomar decisiones ensanchando los escasos márgenes de libertad para vivir y pensar cómo queremos, como deseamos? ¿Hay una unidad de sentido que atraviesa todas tus historias?
-No estoy segura, las personas cambian, a veces no es la misma la persona que empieza una novela que quien la termina. En todo caso si es cierto que muchos de mis libros procuran contradecir la idea que se nos repite continuamente desde quien detenta un poder no democrático —pues no creo, y esto también lo decía Kant, que la democracia sea posible en el capitalismo en la medida en que no hay independencia civil de las personas sino que la mayoría tiene que suplicar, de algún modo, que quien tiene capital para contratarle, le contrate y le permita así, “ganar” su vida—, la idea, decía, de que “esto es lo que hay”, de que cualquier intento de transformación real sería peor. El mito con que se intenta justificar este modo de vida es la supuesta igualdad de oportunidades, pero como he dicho alguna vez, conseguir la igualdad de oportunidades es mucho más utópico que llevar a cabo una revolución, como prueba el hecho de que no se haya logrado en ningún país a lo largo de cientos de años. Por otro lado, creo que en la vida de cada persona llega un momento en que los seres humanos comprenden que la vida no tiene sentido y que por tanto, son ellos quienes, si les importa, tendrán que encontrárselo, y tendrán que hacerlo en común con otros seres humanos, y preferirán no dejar que se lo impongan.
–En la utopía negativa de Julio Cortázar en su libro “Fin del Mundo del Fin” que muta de creativa fantasía a presagio describe un mundo imaginado sin lectores y sólo plagado de escribas condenados a escribir día y noche, concluye con la condena a extinguirse de los escribas, la única raza que sobrevive, aunque precariamente, ya sin lectores, produciendo día y noche textos sin sentido. ¿Los escritores, la literatura van camino a extinguirse junto a esos lectores-seres humanos que conocimos hasta hoy, devenidos en fórmulas matemáticas?
– Es cierto que en este momento la escritura empieza a equipararse a la lectura. Las redes sociales no permiten, al menos de momento, existir sin emitir. Quien no emite textos, fotografías o meras señales de aprobación o disgusto, no cuenta. En el mundo analógico la presencia de un cuerpo es suficiente para saber que alguien está ahí, a tu lado o tal vez enfrente. En el mundo analógico el silencio puede no ser mera ausencia. El mundo digital que, insisto, no es neutral sino que ha sido diseñado de un modo y podría, por tanto, haber sido y ser diseñado de formas diferentes —tal como una pantalla de ordenador o de celular han sido diseñadas para interactuar con usuarios individuales, por ejemplo—, en el mundo digital que hoy conocemos es necesario estar generando constantemente ruido que después será transformado en un sentido determinado y no en otro por quien se apropie de ese ruido en forma de datos. La imagen de Cortázar cobra así realidad, escribimos sin cesar, emitimos para existir, y leemos sin cesar pequeños fragmentos que otros emiten. Leer un libro, en cambio, es apartarse, emitir silencio durante más tiempo del esperado, no dejar en manos ajenas la transformación del ruido en sentido sino llevar a cabo esa transformación despacio y, en la medida de lo posible, en calma. Si nadie lee libros desaparecerán quienes los escriben, pero sucederá debido a que se está diseñando un modo de vida que sustituye el criterio por la mera preferencia irreflexiva, y no porque hayamos devenido en fórmulas matemáticas, insisto en que no tengo nada en contra de las matemáticas sino al contrario, precisamente porque considero que importan creo que es necesario reapropiárselas.
Lidia Fagale, periodista. Secretaria General de la UTPBA
Ficha técnica/BELÉN GOPEGUI
Licenciada en Derecho por la Universidad Autónoma de Madrid. Alumna de filosofía de Juan Blanco. Ha publicado las novelas La escala de los mapas (1993), Tocarnos la cara (1995) La conquista del aire (1998) Lo real ( 2001) El lado frío de la almohada (2004), El Padre de Blancanieves (2007), Deseo de ser punk (2009), todas ellas en la editorial Anagrama y en De bolsillo, y Acceso no autorizado (2011) y El comité de la noche (2014) en Penguin Random House. En SM ha publicado El balonazo (2008), El día que mamá perdió la paciencia (2009) El amigo que surgió de un viejo ordenador (2012) y El blog de la verdad extraordinaria, este último junto con Luis Ruiz de Gopegui. En Foro Complutense, la conferencia Un pistoletazo en un concierto y en UDP una selección de sus ensayos titulada Rompiendo algo (2014). Ha colaborado en el guión de La suerte dormida, dirigida por Ángeles González-Sinde. Es autora del guión de El principio de Arquímedes, dirigida por Gerardo Herrero, quien también dirigió Las razones de mis amigos, basada en la novela La conquista del aire. Ha escrito la pieza teatral El coloquio en colaboración con Unidad de Producción Alcores. Ecologistas en Acción ha publicado su cuento para niñas y niños Mi misión era acercarme a Miranda (2015), Fuera de la burbuja (2017) en la colección Gran Angular, y la novela Quédate este día y esta noche conmigo (2017) en Penguin Random House. Escribe artículos en diversos medios.
Fuente original:
http://www.utpba.org/2017/09/28/entrevista-a-belen-gopegui/
Google y el realismo
Novela con mucho de apólogo moral, la nueva obra de Belén Gopegui reflexiona sobre la inteligencia artificial
Mateo y Olga tienen poco en común. Él apenas pasa de los 20 años y ella ha cumplido algo más de 60. Pertenecen a dos estratos sociales diferentes (más precario el de Mateo) y sus concepciones del mundo tampoco coinciden. No obstante, los une la voluntad de resistir como motas de polvo “contra un río”. Se conocen en una biblioteca y empiezan a pasar las tardes en un bar de extrarradio. Han decidido presentar juntos una extraña solicitud de trabajo a Google que incluya aquello que Google es incapaz de jerarquizar. Quieren “colapsar la maquinaria”.
Belén Gopegui ficcionaliza (?) en Quédate este día y esta noche conmigo dicha solicitud, a la que añade los breves comentarios de la evaluadora. El resultado es una conversación moral sobre un país del sur de Europa (mejor dicho, un monólogo a dos voces, incluso un manifiesto transgeneracional) que impugna el mapa de la realidad de los nuevos mundos virtuales.
Quédate este día y esta noche conmigo es una novela, pero también un apólogo (una narración cuyo propósito es instruir sobre algún principio ético o moral, dice Wikipedia). Fiel a esa voluntad, Gopegui sacrifica la flexibilidad narrativa para ajustar la pertinencia moral del discurso de sus protagonistas. Pero recordemos: es una novela, no un ensayo disfrazado de ficción. Son los dos personajes, Olga y Mateo, quienes especulan acerca de conceptos como la libertad individual, el mérito y la responsabilidad, y al hacerlo no son heroicos ni clarividentes (tampoco son ellos quienes reparten los títulos de héroe), sino personas normales con voluntad de anonimato que han despertado de ciertas ilusiones. Su mayor dificultad es ser comunes... seguir aquí.
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domingo, 21 de agosto de 2016
_- "La desfachatez intelectual", Ignacio Sánchez-Cuenca publica un riguroso análisis sobre la baja calidad del debate público en España. El gran zasca a 'figurones' como Vargas Llosa, Javier Cercas o Luis Garicano entre otros.
_- Tres frases sirven para hacernos una idea.
Primera: “Esperanza Aguirre es la Juana de Arco del liberalismo” (a pesar de la trama Gürtel, Fundescam y el tamayazo). Lo dice Vargas Llosa y punto.
Segunda: “José Luis Rodríguez Zapatero es el peor gobernante de España desde Fernando VII” (por lo visto, mucho más dañino que Francisco Franco y Miguel Primo de Rivera). Lo dice Félix de Azúa y punto.
Tercera. “Sin Juan Carlos I no habría democracia en España” (qué importa la aportación de los sindicatos, el movimiento estudiantil o el Partido Comunista, además de que en nuestro entorno europeo todo sean democracias). Lo dice Javier Cercas y punto.
El debate público en España funciona a base de sentencias lapidarias, sin verificar, que distintos ‘figurones’ sueltan desde sus poltronas mediáticas. Del público se espera que comulgue con ruedas de molino, basadas en el prestigio de quien enuncia la frase, más que en argumentos bien construidos, que se apoyen con datos verificables.
Esto es lo que denuncia, de manera sólida y minuciosa, el nuevo libro del profesor de Ciencias Políticas Ignacio Sánchez-Cuenca (Valencia, 1966). Su último libro, "La desfachatez intelectual" (Libros de La Catarata), es un sonoro ‘zasca’ a los columnistas de mayor prestigio de nuestra esfera pública. Les acusa de “machismo discursivo”, “cultura de amiguetes” y “provincianismo intelectual”. Estamos ante uno de los títulos más polémicos y necesarios del año. En el capítulo final, Sánchez-Cuenca explica que el panorama comienza a mejorar con un ecosistema mediático más abierto y riguroso. Nos acercamos a su despacho para charlar con el autor.
Pregunta.
¿Cuál fue su motivación para escribir ‘La desfachatez intelectual’?
Respuesta. Sé que el texto puede despertar cierta irritación entre los aludidos. Quería señalar la impunidad que domina el debate público en España. Con esto me refiero a que si uno dice un disparate, una tontería o una ridiculez, no espera ser replicado, sobre todo si es uno de los grandes intelectuales del país. Son lo que yo llamo, de forma un poco cruel, los figurones del mundo intelectual.
P. La forma habitual de contestar a libros como el suyo es el silencio.
R. No tengo ninguna expectativa de respuesta por su parte. Pero sí espero que el libro contribuya a fomentar cierto debate sobre cómo mejorar nuestra esfera pública.
P. Señala el precio de cuestionar a los figurones: si alguien critica con dureza a Fernando Savater, se reducen drásticamente las posibilidades de colarse en El País, de publicar en la revista "Claves de la razón práctica" (que él dirige) o de ganar el Premio Anagrama de ensayo (donde es jurado habitual).
R. Mi ventaja es que no estoy en ese mundillo, ni quiero estar. Me dedico a dar mis clases y publicar en revistas académicas. No aspiro a premios ni a tener una relación privilegiada con ellos. Yo puedo permitirme el lujo, pero quien dependa de su creación ensayística y literaria tiene que pensárselo dos veces a la hora de criticarlos, ya que sus tentáculos son muy largos. No digo que ellos ejerzan un poder coactivo, pero si uno critica con dureza a uno de ellos sus posibilidades de medrar van a ser menores.
P. Aparte de los figurones destacados, ¿diría que existe una tradición de intelectuales invisibilizados? Pienso en Manuel Sacristán, Jesús Ibañez y Francisco Fernández Buey, entre otros.
R. Es una pregunta difícil. Hay intelectuales que no gozan del reconocimiento que merecen y otros disfrutan más del que les corresponde. Lo que no tengo claro es que sea un fenómeno estructural. Los tres autores que mencionas tenían tesis políticas marxistas o muy radicales. Eso ya complica mucho que lleguen al gran público. Es cierto que alguien con planteamientos marxistas no tendría tanto problemas en Francia o Reino Unido. Lo que sucede aquí es que muchos de los intelectuales famosos fueron muy radicales en su juventud, pero terminaron abandonando la izquierda. Sienten un rechazo grande hacia quienes no han seguido su trayectoria. Eso podría explicar la marginación por parte de los Juaristi, los Savater, los Vargas Llosa, etcétera.
P. ¿Por qué estuvieron tan ciegos los intelectuales de éxito durante la crisis económica?
R. Mi tesis es que se obsesionaron con el nacionalismo. No atendían a muchas más cosas. Eso fomentó el aislamiento en el que vivían. Se separaron demasiado de la sociedad. Fueron poco sensibles y muy condescendientes con todo lo que podemos llamar nueva política, me refiero al entorno del 15M. En el fondo, les recuerda un poco a sus años mozos, donde algunos fueron anarquistas, otros marxistas-leninistas y alguno hasta militó en las filas de ETA.
P: Vargas Llosa es la firma donde se aprecia mayor distancia entre su enorme talento literario y el estilo ramplón de sus columnas.
R. Como hombre de letras, es el que más lejos ha llegado. Merece todos los premios Nobel que le quieran dar. Es una figura central en la literatura del siglo XX. El problema es que sus razonamientos políticos son totalmente esquemáticos, previsibles y simplistas. Nos choca mucho porque no quedan tantos intelectuales que razonen con el nivel de desfachatez que él maneja, pero en el pasado hubo muchos como él en la izquierda, que manejaban planteamientos de manual soviético de materialismo histórico. Ahora no nos acordamos de ellos. Pero Vargas Llosa seguramente razona en sus columnas con el mismo simplismo que manejaba cuando era de izquierda en los años sesenta. Hay un abismo entre su obra literaria y su aportación periodística. No tengo una explicación de cómo se puede ser tan brillante en 'Conversación en la catedral', una obra maestra, y tan mostrenco en el debate público. Divide el mundo en liberales y antiliberales, nacionalistas y antinacionalistas, como si no existieran matices. Su apología de Esperanza Aguirre llega al extremo de defender la tesis de que si ella hubiera gobernado España, la crisis hubiera sido mucho menos profunda.
P: ¿Son más responsables los figurones o los directivos que les dieron espacio en los medios?
R: Hay una responsabilidad compartida, pero la principal es la de quien pone su firma en la opinión. Somos muy críticos con el sectarismo de los partidos políticos, con la manera tan brutal en que defienden a los suyos y descalifican a los contrarios, pero en el mundo del debate público pasa algo similar. Se establecen lazos muy fuertes entre periódicos y escuderías literarias del mismo grupo mediático. Les dejan decir lo que sea. Deberían prescindir de los artículos de sus autores si la calidad es mucho menor que las de sus novelas. Una vez entras en el grupo, de ahí no te saca nadie. Se establecen lazos que no son sanos.
P. Cita a César Molinas y cómo da las gracias en un libro a Javier Moreno (ex director de El País) por dejarle decir lo que le da la gana.
R. Molinas es un economista excelente, matemático de formación, con una inteligencia formidable, pero cuando opina de política dice cosas que no tienen base ninguna. ¿Por qué El País le da tanta cancha? Habrá que preguntarles a ellos, porque han publicado análisis de Molinas en portada que no sobreviven el más mínimo escrutinio crítico. En mi libro, se desmontan con datos.
P. Me ha llamado la atención el caso de Javier Cercas. En un dossier de homenaje al rey, suelta una frase rotunda, que dice que “Sin Juan Carlos I no habría democracia en España”. Eso no encaja muy bien con su libro "Anatomía de un instante", donde acusa al rey de cierta complicidad, desidia o ambigüedad con el ambiente golpista previo al 23-F.
R. Disfruto mucho de las novelas de Cercas, pero como columnista se ha vuelto muy sentencioso. Formula grandes frases, que luego no fundamenta. Creo que lo que expone 'Anatomía de un instante' es que el rey no supo cortar el ambiente malsano de las tramas golpistas de la época contra Suárez. Cercas no se ha atrevido a dar el paso de decir que hubo complicidad entre el rey, Armada y los golpistas. Quien sostiene esa tesis es Pilar Urbano. Lo que no entiendo es que se permita el exceso de decir que sin el rey no habría democracia en España. A mí esa frase me parece un absurdo, se mire como se mire. El rey tuvo un papel importante en la forma en que llegó la democracia, pero hoy España sería un país democrático hubiéramos tenido rey o no. Sencillamente, se daban los condiciones sociales y económicas para que la hubiera, como sabe cualquiera que haya estudiado un poco de política comparada. Pero sí, en 'Anatomía de un instante' era más crítico con la figura del rey que en el homenaje colectivo que hizo El País al monarca el día de su abdicación.
P. Su libro transmite la sensación de que El País es un diario que se ha ido degradando con los años.
R: Soy lector suyo de toda la vida. Empecé con poco más de diez años. Hoy lo sigo porque es el diario de referencia en España. A mí siempre me han tratado con extrema generosidad: dejé de colaborar con ellos por voluntad propia y solo tengo agradecimiento con ellos. Lo que sucede es que, desde que estalló la crisis, se produjo un divorcio entre el periódico y sus lectores, que ha sido muy dañino para la marca. Se alejaron demasiado de la España real. Como lector y excolaborador, no me gusta la marcha que ha cogido. Ha traicionado muchos de sus valores fundacionales. Tengo una visión crítica, no han sabido reconocer los problemas nuevos que estaban surgiendo. No han dado la importancia necesaria a los desahucios, ni a la creciente desigualdad, ni a la crisis social en general. Me sorprendió en 2010 la reacción de entusiasmo de El País cuando las instituciones europeas obligan a España a imponer el ajuste fiscal. Su discurso fue “por fin se ha acabado el populismo del PSOE”. Estaban hablando de populismo ya en 2010, años antes de que surgiera Podemos. El País se puso a celebrarlo, en plan “por fin va a haber políticas de Estado”; pues mira dónde nos han llevado esa políticas. Se ha vuelto un diario autocomplaciente.
P. ¿Usted es capaz de distinguir El País de El Mundo y ABC?
R: Se ha producido un fenómeno curioso: la división ahora está entre periódicos de papel (que se parecen cada vez más entre sí) y diarios digitales (que están más atentos a las preocupaciones que dominan la sociedad civil). Esto al margen de que la línea editorial tire a izquierda o a derecha. Los de papel parecen caminar a rastras. Las nuevas tendencias se generan en mayor medida en los medios digitales. Ahora tenemos un ecosistema mediático mucho más plural, cito medios como CTXT, Infolibre, el blog Piedras de papel o plataformas como Agenda Pública o Politikon. Le pongo un ejemplo: todos los figurones tienen opiniones muy rotundas sobre la educación. La mayoría cree que se ha dejado de leer, que nadie escribe como antes, que todo es un desastre. Los expertos matizan mucho esas percepciones. En cualquier caso, yo no quiero que desaparezcan las visiones generalistas, dando paso a especialistas con anteojeras, sino que se establezca un diálogo entre firma de visión amplia y quienes llevan muchos años estudiando un asunto concreto y se quedan pasmados por la alegría con que otros sueltan diagnósticos. Ese cruce me parece enriquecedor. Al abrir el terreno de juego, se ha cuestionado mucho más el papel de los figurones. Se ha demostrado que sus opiniones no tienen tanto valor como se creía.
P. Recuerda una expresión de Jordi Gracia, que habla del “síndrome del Narciso herido”. Como si los figurones pensasen que lo peor de la situación del país fuera que los demás no estamos a la altura de su sensibilidad política y estética.
R. Recomiendo a los lectores ‘El intelectual melancólico’, el panfleto de Jordi Gracia, porque es muy certero y divertido. Hace pensar mucho. Esta es una actitud que caracterizo como una aproximación moral a la política: los intelectuales a los que me refiero piensan que la política realmente existente nunca está a su altura. La actualidad les produce irritación o melancolía, pero no les estimula a buscar soluciones. Esta aproximación estética se remonta a la Generación del 98. Lo que produce son unos vaivenes muy fuertes: de repente, estos intelectuales se entusiasman con una novedad, por ejemplo la aparición de U P y D, que llegan a ver como la solución a todos los males del país. Luego, de repente, les entra la decepción y van a otra ideología. La mayoría han pasado por el marxismo, por la socialdemocracia, por el liberalismo, por el conservadurismo y han completado el espectro hasta el narcisismo. Me parece una aproximación estéril al debate público.
P. Hay un sector que no trata en el libro y que me gustaría que comentara. Me refiero al ala dura de los columnistas, por ejemplo Alfonso Ussía, Jiménez Losantos y Salvador Sostres, que tienen un registro mucho más bestia o kamikaze. ¿Cree que su función es llevar el discurso tan a la derecha que cualquiera a su lado parezca sutil y razonable?
R. En el texto no he querido descender a los infiernos de estas firmas más gamberras o maleducadas, no sé bien cómo calificarlas. Algo que me llamó la atención es que intelectuales con una capacidad estética y moral muy desarrollada sean capaces de juntase con tipos como Hermann Tertsch y Jiménez Losantos en el manifiesto de los Libres e iguales. Esto me dejó muy confundido. En cierta medida, al firmar con ellos, Savater, Trapiello, Juaristi y los otros están legitimando el discurso de Tertsch y Losantos. Hablamos de gente que ha mantenido durante años la teoría de la conspiración del 11-M, defendiendo que fue ETA. Me parece incomprensible que se mezclen.
P. Termino con asunto candente: desmontas bastantes argumentos de Luis Garicano, que ha pasado de ser una firma influyente a ejercer de gurú en las políticas del pacto entre el PSOE y Ciudadanos. Ahora sus opiniones están en el centro del debate político y sus errores los podemos pagar todos. ¿Tendríamos que estar preocupados?
R. Garicano es un gran economista, con un trayectoria brillante, pero cuando opina de política le pasa lo mismo que a muchos de sus colegas. Sencillamente: no han leído lo suficiente para construir los argumentos que maneja. Con Garicano estoy de acuerdo en muchos cosas, por ejemplo su visión de la educación en España, pero cuando se mete de lleno en política no se impone los mismos niveles de exigencia que al hablar de economía. En su libro ‘El dilema de España’ es tremendamente simplista, llega a decir que tenemos que escoger entre Venezuela y Dinamarca. No creo que este sea un dilema real: ni vamos a llegar a los niveles abismales de Venezuela, que es casi un Estado fallido, ni vamos a alcanzar la altura de Dinamarca. Durante las próximas décadas, seremos un país europeo normal de la periferia. Si gana Podemos, esto tampoco va a parecerse a Venezuela, ni se va a descomponer el sistema social y económico. Es de un simplismo tremendo.
P. ¿Más ejemplos?
R. También considero muy pobres los ejemplos que pone para ilustrar sus reformas, cosas como el carné por puntos o la Ley Antitabaco. Esos son ámbitos donde resulta sencillo cambiar las cosas porque no hay ganadores y perdedores. Cuando hay más en juego, como el mercado de trabajo, en el mercado educativo o la caja de las pensiones, los conflictos se complican mucho. Muchos problemas no se pueden cambiar a golpe de BOE, sino que necesitas negociar con los agentes sociales. En esas situaciones, es crucial conseguir un consenso para que la sociedad no disuelva tus decisiones. Los liberales del estilo de Garicano jamás piensan en las consecuencias sociales de sus reformas. Si las cosas les salen mal, se llevan las manos a la cabeza y dicen “Cómo puede ser la sociedad tan irresponsable”. Y no es cuestión de eso, sino de que sus cálculos estuvieron mal hechos desde el principio. Una reforma solo es sostenible si cuenta con el apoyo de la sociedad. Veo una especie de ingenuidad reformista, pensar que se puede cambiar un país de la noche a la mañana. Allá los partidos que quieran hacerle caso.
http://www.elconfidencial.com/cultura/2016-03-14/el-gran-zasca-a-figurones-como-vargas-llosa-javier-cercas-y-luis-garicano_1167404/
Primera: “Esperanza Aguirre es la Juana de Arco del liberalismo” (a pesar de la trama Gürtel, Fundescam y el tamayazo). Lo dice Vargas Llosa y punto.
Segunda: “José Luis Rodríguez Zapatero es el peor gobernante de España desde Fernando VII” (por lo visto, mucho más dañino que Francisco Franco y Miguel Primo de Rivera). Lo dice Félix de Azúa y punto.
Tercera. “Sin Juan Carlos I no habría democracia en España” (qué importa la aportación de los sindicatos, el movimiento estudiantil o el Partido Comunista, además de que en nuestro entorno europeo todo sean democracias). Lo dice Javier Cercas y punto.
El debate público en España funciona a base de sentencias lapidarias, sin verificar, que distintos ‘figurones’ sueltan desde sus poltronas mediáticas. Del público se espera que comulgue con ruedas de molino, basadas en el prestigio de quien enuncia la frase, más que en argumentos bien construidos, que se apoyen con datos verificables.
Esto es lo que denuncia, de manera sólida y minuciosa, el nuevo libro del profesor de Ciencias Políticas Ignacio Sánchez-Cuenca (Valencia, 1966). Su último libro, "La desfachatez intelectual" (Libros de La Catarata), es un sonoro ‘zasca’ a los columnistas de mayor prestigio de nuestra esfera pública. Les acusa de “machismo discursivo”, “cultura de amiguetes” y “provincianismo intelectual”. Estamos ante uno de los títulos más polémicos y necesarios del año. En el capítulo final, Sánchez-Cuenca explica que el panorama comienza a mejorar con un ecosistema mediático más abierto y riguroso. Nos acercamos a su despacho para charlar con el autor.
Pregunta.
¿Cuál fue su motivación para escribir ‘La desfachatez intelectual’?
Respuesta. Sé que el texto puede despertar cierta irritación entre los aludidos. Quería señalar la impunidad que domina el debate público en España. Con esto me refiero a que si uno dice un disparate, una tontería o una ridiculez, no espera ser replicado, sobre todo si es uno de los grandes intelectuales del país. Son lo que yo llamo, de forma un poco cruel, los figurones del mundo intelectual.
P. La forma habitual de contestar a libros como el suyo es el silencio.
R. No tengo ninguna expectativa de respuesta por su parte. Pero sí espero que el libro contribuya a fomentar cierto debate sobre cómo mejorar nuestra esfera pública.
P. Señala el precio de cuestionar a los figurones: si alguien critica con dureza a Fernando Savater, se reducen drásticamente las posibilidades de colarse en El País, de publicar en la revista "Claves de la razón práctica" (que él dirige) o de ganar el Premio Anagrama de ensayo (donde es jurado habitual).
R. Mi ventaja es que no estoy en ese mundillo, ni quiero estar. Me dedico a dar mis clases y publicar en revistas académicas. No aspiro a premios ni a tener una relación privilegiada con ellos. Yo puedo permitirme el lujo, pero quien dependa de su creación ensayística y literaria tiene que pensárselo dos veces a la hora de criticarlos, ya que sus tentáculos son muy largos. No digo que ellos ejerzan un poder coactivo, pero si uno critica con dureza a uno de ellos sus posibilidades de medrar van a ser menores.
P. Aparte de los figurones destacados, ¿diría que existe una tradición de intelectuales invisibilizados? Pienso en Manuel Sacristán, Jesús Ibañez y Francisco Fernández Buey, entre otros.
R. Es una pregunta difícil. Hay intelectuales que no gozan del reconocimiento que merecen y otros disfrutan más del que les corresponde. Lo que no tengo claro es que sea un fenómeno estructural. Los tres autores que mencionas tenían tesis políticas marxistas o muy radicales. Eso ya complica mucho que lleguen al gran público. Es cierto que alguien con planteamientos marxistas no tendría tanto problemas en Francia o Reino Unido. Lo que sucede aquí es que muchos de los intelectuales famosos fueron muy radicales en su juventud, pero terminaron abandonando la izquierda. Sienten un rechazo grande hacia quienes no han seguido su trayectoria. Eso podría explicar la marginación por parte de los Juaristi, los Savater, los Vargas Llosa, etcétera.
P. ¿Por qué estuvieron tan ciegos los intelectuales de éxito durante la crisis económica?
R. Mi tesis es que se obsesionaron con el nacionalismo. No atendían a muchas más cosas. Eso fomentó el aislamiento en el que vivían. Se separaron demasiado de la sociedad. Fueron poco sensibles y muy condescendientes con todo lo que podemos llamar nueva política, me refiero al entorno del 15M. En el fondo, les recuerda un poco a sus años mozos, donde algunos fueron anarquistas, otros marxistas-leninistas y alguno hasta militó en las filas de ETA.
P: Vargas Llosa es la firma donde se aprecia mayor distancia entre su enorme talento literario y el estilo ramplón de sus columnas.
R. Como hombre de letras, es el que más lejos ha llegado. Merece todos los premios Nobel que le quieran dar. Es una figura central en la literatura del siglo XX. El problema es que sus razonamientos políticos son totalmente esquemáticos, previsibles y simplistas. Nos choca mucho porque no quedan tantos intelectuales que razonen con el nivel de desfachatez que él maneja, pero en el pasado hubo muchos como él en la izquierda, que manejaban planteamientos de manual soviético de materialismo histórico. Ahora no nos acordamos de ellos. Pero Vargas Llosa seguramente razona en sus columnas con el mismo simplismo que manejaba cuando era de izquierda en los años sesenta. Hay un abismo entre su obra literaria y su aportación periodística. No tengo una explicación de cómo se puede ser tan brillante en 'Conversación en la catedral', una obra maestra, y tan mostrenco en el debate público. Divide el mundo en liberales y antiliberales, nacionalistas y antinacionalistas, como si no existieran matices. Su apología de Esperanza Aguirre llega al extremo de defender la tesis de que si ella hubiera gobernado España, la crisis hubiera sido mucho menos profunda.
P: ¿Son más responsables los figurones o los directivos que les dieron espacio en los medios?
R: Hay una responsabilidad compartida, pero la principal es la de quien pone su firma en la opinión. Somos muy críticos con el sectarismo de los partidos políticos, con la manera tan brutal en que defienden a los suyos y descalifican a los contrarios, pero en el mundo del debate público pasa algo similar. Se establecen lazos muy fuertes entre periódicos y escuderías literarias del mismo grupo mediático. Les dejan decir lo que sea. Deberían prescindir de los artículos de sus autores si la calidad es mucho menor que las de sus novelas. Una vez entras en el grupo, de ahí no te saca nadie. Se establecen lazos que no son sanos.
P. Cita a César Molinas y cómo da las gracias en un libro a Javier Moreno (ex director de El País) por dejarle decir lo que le da la gana.
R. Molinas es un economista excelente, matemático de formación, con una inteligencia formidable, pero cuando opina de política dice cosas que no tienen base ninguna. ¿Por qué El País le da tanta cancha? Habrá que preguntarles a ellos, porque han publicado análisis de Molinas en portada que no sobreviven el más mínimo escrutinio crítico. En mi libro, se desmontan con datos.
P. Me ha llamado la atención el caso de Javier Cercas. En un dossier de homenaje al rey, suelta una frase rotunda, que dice que “Sin Juan Carlos I no habría democracia en España”. Eso no encaja muy bien con su libro "Anatomía de un instante", donde acusa al rey de cierta complicidad, desidia o ambigüedad con el ambiente golpista previo al 23-F.
R. Disfruto mucho de las novelas de Cercas, pero como columnista se ha vuelto muy sentencioso. Formula grandes frases, que luego no fundamenta. Creo que lo que expone 'Anatomía de un instante' es que el rey no supo cortar el ambiente malsano de las tramas golpistas de la época contra Suárez. Cercas no se ha atrevido a dar el paso de decir que hubo complicidad entre el rey, Armada y los golpistas. Quien sostiene esa tesis es Pilar Urbano. Lo que no entiendo es que se permita el exceso de decir que sin el rey no habría democracia en España. A mí esa frase me parece un absurdo, se mire como se mire. El rey tuvo un papel importante en la forma en que llegó la democracia, pero hoy España sería un país democrático hubiéramos tenido rey o no. Sencillamente, se daban los condiciones sociales y económicas para que la hubiera, como sabe cualquiera que haya estudiado un poco de política comparada. Pero sí, en 'Anatomía de un instante' era más crítico con la figura del rey que en el homenaje colectivo que hizo El País al monarca el día de su abdicación.
P. Su libro transmite la sensación de que El País es un diario que se ha ido degradando con los años.
R: Soy lector suyo de toda la vida. Empecé con poco más de diez años. Hoy lo sigo porque es el diario de referencia en España. A mí siempre me han tratado con extrema generosidad: dejé de colaborar con ellos por voluntad propia y solo tengo agradecimiento con ellos. Lo que sucede es que, desde que estalló la crisis, se produjo un divorcio entre el periódico y sus lectores, que ha sido muy dañino para la marca. Se alejaron demasiado de la España real. Como lector y excolaborador, no me gusta la marcha que ha cogido. Ha traicionado muchos de sus valores fundacionales. Tengo una visión crítica, no han sabido reconocer los problemas nuevos que estaban surgiendo. No han dado la importancia necesaria a los desahucios, ni a la creciente desigualdad, ni a la crisis social en general. Me sorprendió en 2010 la reacción de entusiasmo de El País cuando las instituciones europeas obligan a España a imponer el ajuste fiscal. Su discurso fue “por fin se ha acabado el populismo del PSOE”. Estaban hablando de populismo ya en 2010, años antes de que surgiera Podemos. El País se puso a celebrarlo, en plan “por fin va a haber políticas de Estado”; pues mira dónde nos han llevado esa políticas. Se ha vuelto un diario autocomplaciente.
P. ¿Usted es capaz de distinguir El País de El Mundo y ABC?
R: Se ha producido un fenómeno curioso: la división ahora está entre periódicos de papel (que se parecen cada vez más entre sí) y diarios digitales (que están más atentos a las preocupaciones que dominan la sociedad civil). Esto al margen de que la línea editorial tire a izquierda o a derecha. Los de papel parecen caminar a rastras. Las nuevas tendencias se generan en mayor medida en los medios digitales. Ahora tenemos un ecosistema mediático mucho más plural, cito medios como CTXT, Infolibre, el blog Piedras de papel o plataformas como Agenda Pública o Politikon. Le pongo un ejemplo: todos los figurones tienen opiniones muy rotundas sobre la educación. La mayoría cree que se ha dejado de leer, que nadie escribe como antes, que todo es un desastre. Los expertos matizan mucho esas percepciones. En cualquier caso, yo no quiero que desaparezcan las visiones generalistas, dando paso a especialistas con anteojeras, sino que se establezca un diálogo entre firma de visión amplia y quienes llevan muchos años estudiando un asunto concreto y se quedan pasmados por la alegría con que otros sueltan diagnósticos. Ese cruce me parece enriquecedor. Al abrir el terreno de juego, se ha cuestionado mucho más el papel de los figurones. Se ha demostrado que sus opiniones no tienen tanto valor como se creía.
P. Recuerda una expresión de Jordi Gracia, que habla del “síndrome del Narciso herido”. Como si los figurones pensasen que lo peor de la situación del país fuera que los demás no estamos a la altura de su sensibilidad política y estética.
R. Recomiendo a los lectores ‘El intelectual melancólico’, el panfleto de Jordi Gracia, porque es muy certero y divertido. Hace pensar mucho. Esta es una actitud que caracterizo como una aproximación moral a la política: los intelectuales a los que me refiero piensan que la política realmente existente nunca está a su altura. La actualidad les produce irritación o melancolía, pero no les estimula a buscar soluciones. Esta aproximación estética se remonta a la Generación del 98. Lo que produce son unos vaivenes muy fuertes: de repente, estos intelectuales se entusiasman con una novedad, por ejemplo la aparición de U P y D, que llegan a ver como la solución a todos los males del país. Luego, de repente, les entra la decepción y van a otra ideología. La mayoría han pasado por el marxismo, por la socialdemocracia, por el liberalismo, por el conservadurismo y han completado el espectro hasta el narcisismo. Me parece una aproximación estéril al debate público.
P. Hay un sector que no trata en el libro y que me gustaría que comentara. Me refiero al ala dura de los columnistas, por ejemplo Alfonso Ussía, Jiménez Losantos y Salvador Sostres, que tienen un registro mucho más bestia o kamikaze. ¿Cree que su función es llevar el discurso tan a la derecha que cualquiera a su lado parezca sutil y razonable?
R. En el texto no he querido descender a los infiernos de estas firmas más gamberras o maleducadas, no sé bien cómo calificarlas. Algo que me llamó la atención es que intelectuales con una capacidad estética y moral muy desarrollada sean capaces de juntase con tipos como Hermann Tertsch y Jiménez Losantos en el manifiesto de los Libres e iguales. Esto me dejó muy confundido. En cierta medida, al firmar con ellos, Savater, Trapiello, Juaristi y los otros están legitimando el discurso de Tertsch y Losantos. Hablamos de gente que ha mantenido durante años la teoría de la conspiración del 11-M, defendiendo que fue ETA. Me parece incomprensible que se mezclen.
P. Termino con asunto candente: desmontas bastantes argumentos de Luis Garicano, que ha pasado de ser una firma influyente a ejercer de gurú en las políticas del pacto entre el PSOE y Ciudadanos. Ahora sus opiniones están en el centro del debate político y sus errores los podemos pagar todos. ¿Tendríamos que estar preocupados?
R. Garicano es un gran economista, con un trayectoria brillante, pero cuando opina de política le pasa lo mismo que a muchos de sus colegas. Sencillamente: no han leído lo suficiente para construir los argumentos que maneja. Con Garicano estoy de acuerdo en muchos cosas, por ejemplo su visión de la educación en España, pero cuando se mete de lleno en política no se impone los mismos niveles de exigencia que al hablar de economía. En su libro ‘El dilema de España’ es tremendamente simplista, llega a decir que tenemos que escoger entre Venezuela y Dinamarca. No creo que este sea un dilema real: ni vamos a llegar a los niveles abismales de Venezuela, que es casi un Estado fallido, ni vamos a alcanzar la altura de Dinamarca. Durante las próximas décadas, seremos un país europeo normal de la periferia. Si gana Podemos, esto tampoco va a parecerse a Venezuela, ni se va a descomponer el sistema social y económico. Es de un simplismo tremendo.
P. ¿Más ejemplos?
R. También considero muy pobres los ejemplos que pone para ilustrar sus reformas, cosas como el carné por puntos o la Ley Antitabaco. Esos son ámbitos donde resulta sencillo cambiar las cosas porque no hay ganadores y perdedores. Cuando hay más en juego, como el mercado de trabajo, en el mercado educativo o la caja de las pensiones, los conflictos se complican mucho. Muchos problemas no se pueden cambiar a golpe de BOE, sino que necesitas negociar con los agentes sociales. En esas situaciones, es crucial conseguir un consenso para que la sociedad no disuelva tus decisiones. Los liberales del estilo de Garicano jamás piensan en las consecuencias sociales de sus reformas. Si las cosas les salen mal, se llevan las manos a la cabeza y dicen “Cómo puede ser la sociedad tan irresponsable”. Y no es cuestión de eso, sino de que sus cálculos estuvieron mal hechos desde el principio. Una reforma solo es sostenible si cuenta con el apoyo de la sociedad. Veo una especie de ingenuidad reformista, pensar que se puede cambiar un país de la noche a la mañana. Allá los partidos que quieran hacerle caso.
http://www.elconfidencial.com/cultura/2016-03-14/el-gran-zasca-a-figurones-como-vargas-llosa-javier-cercas-y-luis-garicano_1167404/
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miércoles, 16 de julio de 2014
Lo siento, David Cameron: tu historia del Reino Unido no es la mía
El primer ministro no dice ni una sola palabra sobre el pasado radical del país que es el que a mí me inspira. Por ello, hablar de los unificadores “valores británicos” no es más que palabrería. La imposición de “valores británicos” es simplemente un remedio político de la vieja escuela.
La cruzada del gobierno por incorporar los “valores británicos” en nuestro sistema educativo es, en el mejor de los casos, un sinsentido, en el peor, peligroso, y, en cualquiera, una perversión de la historia británica. Es un sinsentido porque nuestra historia es la lucha de diferentes “Gran Bretañas”, cada una con su propio conjunto de valores.
Por ejemplo, los valores de muchos conservadores post-Thathcher son predominantemente neoliberales, sacados de una ideología que impulsa la extracción de valor mercantil de cualquier cosa y que tiene más bien poco respeto por las fronteras nacionales. De hecho, sus padres fundadores son el economista norteamericano Milton Friedman y el austríaco Friedrich Hayek. Una vez en una reunión del Departamento de Investigación conservador Thatcher estampó sobre la mesa un ejemplar de la Constitución de la Libertad de Hayek diciendo: ¡Esto es en lo que nosotros creemos!
Por otro lado, mis valores están inspirados en una variedad de socialistas galeses, escoceses, ingleses y extranjeros. Mientras que los tories de hoy en día promueven un individualismo extremadamente competitivo, la competición despiadada y la superioridad del beneficio privado, yo creo en la solidaridad, la acción colectiva y una redistribución fundamental de la riqueza y del poder. Mis adversarios caracterizarán sus propios valores de forma más misericordiosa y los míos de forma menos clemente, pero el punto de acuerdo debería estar seguramente en que hay un abismo entre nosotros. Se dirá que nosotros estamos unidos por una creencia común en la democracia, pero esto es difícilmente un valor específicamente británico; y, en cualquier caso, mi percepción de una democracia que está continuamente puesta en peligro por el respaldo torie a las grandes empresas y los intereses privados es muy diferente de la suya.
El punto en el que la agenda del gobierno llegaría a ser peligrosa se encontraría en si afirma unilateralmente que sus valores son los de la nación como un todo. Ésta es una vieja estrategia de los regímenes y los movimientos autoritarios, usada para excluir, aislar o suprimir disidentes. Después de todo, el instrumento del mccarthismo para perseguir a la izquierda de los EEUU fue el Comité de Actividades Antiamericanas. Pero la hemos visto funcionando en nuestro propio país recientemente. El Daily Mail declaraba que Ralph Miliband era el “hombre que odiaba el Reino Unido” porque era un marxista que se oponía a instituciones como la monarquía, la Iglesia de Inglaterra y el ejército. No adhiriéndose al status quo, desde su punto de vista, no sólo no se es un buen británico, sino que se es un anti-británico.
Es una agenda basada también en el retorcimiento de la historia británica. La Carta Magna – un documento propiamente inglés más que británico – será la pieza central de la campaña de valores. David Cameron quiere que “todo niño” sepa de ella. Dado que hablar inglés normalmente encabeza las listas de habilidades requeridas por todos a los que les encanta definir el modo de vida británico es gracioso que un documento originalmente escrito en latín – antes de ser traducido al francés cuatro años después – esté siendo exaltado de esta manera. Aquí fue una carta impuesta por los barones poderosos – difícilmente nacientes demócratas – al débil rey John para prevenir el posible abuso real sobre sus derechos aristocráticos. De todos modos, la carta no fue suficiente para ellos y se rebelaron. Ello quiere decir tramposamente poner de rodillas a los ingleses comunes, la mayoría de los cuales eran siervos.
Solamente en el siglo XVII la Carta Magna comenzó a ganar su papel central en la mitología inglesa: ella sirvió para retratar a los Levellers y otros radicales como unos reaccionarios que intentaban retrasar el reloj y reafirmar los derechos antiguos que habían sido supuestamente pisoteados.
Justo aquí está la cuestión central. Hay una historia del Reino Unido que es la del Imperio, la aristocracia, la monarquía, la iglesia oficial, los patronos explotadores, etc. La visión torie de la historia está fundada sobre el mito de una élite benevolente, que cuidadosamente dirigió transformaciones de buena voluntad y generosidad. Pero hay otra historia de luchas desde abajo contra aquellos que estaban en el poder llevada a cabo por la gente ordinaria – a menudo llena de grandes costes y sacrificios – que ha sido maquillada desde la historia oficial. Estas diferentes perspectivas sobre la historia conforman un abismo en torno a los valores que se prolonga hasta hoy.
Esta otra historia regresa a la Revuelta Campesina de 1381, cuando la gente común se sublevó a causa de un gravoso impuesto (el “poll tax”). No fue precisamente liderada por hombres: algunas mujeres como Johanna Ferrour jugaron un papel clave (documentos de la Corte la maldicen como “dirigente criminal y líder de la malvada rebelión de Kent”). Decenas de miles de personas – desde techadores y panaderos hasta molineros y curas de parroquia – marcharon sobre Blackheath, donde el sacerdote lolardo John Ball cuestionó públicamente una sociedad de clases: “Cuando Adán araba y Eva hilaba, ¿quién era entonces el señor?” La resistencia generalizada contra la élite dominante resurgiría en el siglo XVII: nosotros tuvimos nuestra propia revolución un siglo y medio antes de que los franceses atacaran la Bastilla. El rey fue depuesto y los movimientos radicales como los democráticos Levelleres y los socialistas Diggers florecieron.
La resistencia a la autoridad es un valor entretejido con nuestra propia historia. Cuando seis trabajadores de Dorset fueron transportados a Australia en la década de 1830 por organizar un proto-sindicato, 800.000 firmaron una demanda exigiendo libertad para los mártires de Tolpuddle. En los años siguientes, los cartistas surgieron convirtiéndose en el primer gran movimiento político de la clase trabajadora a nivel mundial. Hoy en día las sufragistas son tratadas como verdaderas heroínas, pero ellas fueron alimentadas a la fuerza en prisión y demonizadas como terroristas y anarquistas en los comienzos del siglo XX. Aquellos que lucharon contra el sexismo, el racismo y la homofobia – como la primera manifestación LGTB en Londres en 1970, cuando 150 manifestantes fueron superados en número por oficiales de policía – fueron demonizados y perseguidos en su momento.
El Estado de Bienestar, el Servicio Nacional de Salud y los derechos de los trabajadores fueron la culminación de generaciones de lucha, en particular por parte de un movimiento obrero que había fundado el Partido Laborista – de manera polémica en aquel entonces – con el objetivo de dar la palabra a la clase trabajadora.
Ésta es la historia –de una Gran Bretaña muy distinta a la que defiende este gobierno– que apuntala mis valores. Me ayuda a oponerme a los valores sostenidos por la administración de Cameron, la cual justifica políticas públicas que golpean a los pobres –como “el impuesto dormitorio”– mientras amontonan la riqueza en las manos de los más ricos, a través de recortes de otros impuestos y privatizaciones. Por esta razón, pienso que la gente debería inspirarse en los valores y las tradiciones de nuestros antepasados que lucharon, y emular su ejemplo.
Así que si la coalición quiere una lucha que provoca desencuentros sobre “valores”, entonces: tengámosla. Pero si las razones del gobierno quieren hacernos creer que los “valores” unirán a la nación, quizás deberían pensarlo mejor de nuevo.
Owen Jones. Sin Permiso
Owen Jones, historiador y periodista, es autor de Chavs: La demonización de la clase obrera, (Capitán Swing, Madrid 2012) Traducción para www.sinpermiso.info
La cruzada del gobierno por incorporar los “valores británicos” en nuestro sistema educativo es, en el mejor de los casos, un sinsentido, en el peor, peligroso, y, en cualquiera, una perversión de la historia británica. Es un sinsentido porque nuestra historia es la lucha de diferentes “Gran Bretañas”, cada una con su propio conjunto de valores.
Por ejemplo, los valores de muchos conservadores post-Thathcher son predominantemente neoliberales, sacados de una ideología que impulsa la extracción de valor mercantil de cualquier cosa y que tiene más bien poco respeto por las fronteras nacionales. De hecho, sus padres fundadores son el economista norteamericano Milton Friedman y el austríaco Friedrich Hayek. Una vez en una reunión del Departamento de Investigación conservador Thatcher estampó sobre la mesa un ejemplar de la Constitución de la Libertad de Hayek diciendo: ¡Esto es en lo que nosotros creemos!
Por otro lado, mis valores están inspirados en una variedad de socialistas galeses, escoceses, ingleses y extranjeros. Mientras que los tories de hoy en día promueven un individualismo extremadamente competitivo, la competición despiadada y la superioridad del beneficio privado, yo creo en la solidaridad, la acción colectiva y una redistribución fundamental de la riqueza y del poder. Mis adversarios caracterizarán sus propios valores de forma más misericordiosa y los míos de forma menos clemente, pero el punto de acuerdo debería estar seguramente en que hay un abismo entre nosotros. Se dirá que nosotros estamos unidos por una creencia común en la democracia, pero esto es difícilmente un valor específicamente británico; y, en cualquier caso, mi percepción de una democracia que está continuamente puesta en peligro por el respaldo torie a las grandes empresas y los intereses privados es muy diferente de la suya.
El punto en el que la agenda del gobierno llegaría a ser peligrosa se encontraría en si afirma unilateralmente que sus valores son los de la nación como un todo. Ésta es una vieja estrategia de los regímenes y los movimientos autoritarios, usada para excluir, aislar o suprimir disidentes. Después de todo, el instrumento del mccarthismo para perseguir a la izquierda de los EEUU fue el Comité de Actividades Antiamericanas. Pero la hemos visto funcionando en nuestro propio país recientemente. El Daily Mail declaraba que Ralph Miliband era el “hombre que odiaba el Reino Unido” porque era un marxista que se oponía a instituciones como la monarquía, la Iglesia de Inglaterra y el ejército. No adhiriéndose al status quo, desde su punto de vista, no sólo no se es un buen británico, sino que se es un anti-británico.
Es una agenda basada también en el retorcimiento de la historia británica. La Carta Magna – un documento propiamente inglés más que británico – será la pieza central de la campaña de valores. David Cameron quiere que “todo niño” sepa de ella. Dado que hablar inglés normalmente encabeza las listas de habilidades requeridas por todos a los que les encanta definir el modo de vida británico es gracioso que un documento originalmente escrito en latín – antes de ser traducido al francés cuatro años después – esté siendo exaltado de esta manera. Aquí fue una carta impuesta por los barones poderosos – difícilmente nacientes demócratas – al débil rey John para prevenir el posible abuso real sobre sus derechos aristocráticos. De todos modos, la carta no fue suficiente para ellos y se rebelaron. Ello quiere decir tramposamente poner de rodillas a los ingleses comunes, la mayoría de los cuales eran siervos.
Solamente en el siglo XVII la Carta Magna comenzó a ganar su papel central en la mitología inglesa: ella sirvió para retratar a los Levellers y otros radicales como unos reaccionarios que intentaban retrasar el reloj y reafirmar los derechos antiguos que habían sido supuestamente pisoteados.
Justo aquí está la cuestión central. Hay una historia del Reino Unido que es la del Imperio, la aristocracia, la monarquía, la iglesia oficial, los patronos explotadores, etc. La visión torie de la historia está fundada sobre el mito de una élite benevolente, que cuidadosamente dirigió transformaciones de buena voluntad y generosidad. Pero hay otra historia de luchas desde abajo contra aquellos que estaban en el poder llevada a cabo por la gente ordinaria – a menudo llena de grandes costes y sacrificios – que ha sido maquillada desde la historia oficial. Estas diferentes perspectivas sobre la historia conforman un abismo en torno a los valores que se prolonga hasta hoy.
Esta otra historia regresa a la Revuelta Campesina de 1381, cuando la gente común se sublevó a causa de un gravoso impuesto (el “poll tax”). No fue precisamente liderada por hombres: algunas mujeres como Johanna Ferrour jugaron un papel clave (documentos de la Corte la maldicen como “dirigente criminal y líder de la malvada rebelión de Kent”). Decenas de miles de personas – desde techadores y panaderos hasta molineros y curas de parroquia – marcharon sobre Blackheath, donde el sacerdote lolardo John Ball cuestionó públicamente una sociedad de clases: “Cuando Adán araba y Eva hilaba, ¿quién era entonces el señor?” La resistencia generalizada contra la élite dominante resurgiría en el siglo XVII: nosotros tuvimos nuestra propia revolución un siglo y medio antes de que los franceses atacaran la Bastilla. El rey fue depuesto y los movimientos radicales como los democráticos Levelleres y los socialistas Diggers florecieron.
La resistencia a la autoridad es un valor entretejido con nuestra propia historia. Cuando seis trabajadores de Dorset fueron transportados a Australia en la década de 1830 por organizar un proto-sindicato, 800.000 firmaron una demanda exigiendo libertad para los mártires de Tolpuddle. En los años siguientes, los cartistas surgieron convirtiéndose en el primer gran movimiento político de la clase trabajadora a nivel mundial. Hoy en día las sufragistas son tratadas como verdaderas heroínas, pero ellas fueron alimentadas a la fuerza en prisión y demonizadas como terroristas y anarquistas en los comienzos del siglo XX. Aquellos que lucharon contra el sexismo, el racismo y la homofobia – como la primera manifestación LGTB en Londres en 1970, cuando 150 manifestantes fueron superados en número por oficiales de policía – fueron demonizados y perseguidos en su momento.
El Estado de Bienestar, el Servicio Nacional de Salud y los derechos de los trabajadores fueron la culminación de generaciones de lucha, en particular por parte de un movimiento obrero que había fundado el Partido Laborista – de manera polémica en aquel entonces – con el objetivo de dar la palabra a la clase trabajadora.
Ésta es la historia –de una Gran Bretaña muy distinta a la que defiende este gobierno– que apuntala mis valores. Me ayuda a oponerme a los valores sostenidos por la administración de Cameron, la cual justifica políticas públicas que golpean a los pobres –como “el impuesto dormitorio”– mientras amontonan la riqueza en las manos de los más ricos, a través de recortes de otros impuestos y privatizaciones. Por esta razón, pienso que la gente debería inspirarse en los valores y las tradiciones de nuestros antepasados que lucharon, y emular su ejemplo.
Así que si la coalición quiere una lucha que provoca desencuentros sobre “valores”, entonces: tengámosla. Pero si las razones del gobierno quieren hacernos creer que los “valores” unirán a la nación, quizás deberían pensarlo mejor de nuevo.
Owen Jones. Sin Permiso
Owen Jones, historiador y periodista, es autor de Chavs: La demonización de la clase obrera, (Capitán Swing, Madrid 2012) Traducción para www.sinpermiso.info
martes, 15 de julio de 2014
Hay Alternativas y se pueden poner en marcha
Las movilizaciones que se habían venido produciendo en los últimos años ponían de relieve que en España había rechazo hacia lo que estaba pasando y que millones de personas estábamos suficientemente indignadas como para reaccionar. Pero las últimas elecciones europeas han ido mucho más allá, al poner claramente de manifiesto que esa reacción no va a diluirse como los de arriba esperaban, sino que es mucho más que probable que lleve directamente a un cambio sustancial en las instituciones y el gobierno en España.
La gente acaba de comprobar que se puede cambiar y ahora es el momento de subrayar una vez más que decir que se puede no puede significar sino mostrarle al resto de la sociedad que hay alternativas reales, próximas, eficaces y mejores que las de los partidos hasta ahora gobernantes para abordar los problemas que tiene nuestra sociedad.
Ahora hace tres años que Vicenç Navarro y yo, con la colaboración de Alberto Garzón, dábamos a la imprenta un libro que primero no se quiso publicar y que luego se convirtió en un auténtico fenómeno viral en la red: Hay alternativas. Propuestas para crear empleo y bienestar en España (puede descargarse pinchando aquí).
En él tratamos de explicar de la manera más clara posible por qué había ocurrido lo que nos estaba ocurriendo y qué se podía hacer para salir de la situación en la que estábamos, y en la que realmente seguimos estando.
En el prólogo, Noam Chomsky señalaba que se está produciendo una concentración cada vez mayor del poder y la riqueza pero que eso no se debía "a leyes de la naturaleza o a leyes económicas o a otras fuerzas impersonales, sino al resultado de decisiones específicas dentro de estructuras institucionales que los favorecen" y que eso seguiría ocurriendo mientras que esas decisiones y planes no se reviertan "mediante acción y movilizaciones populares con compromisos dedicados a programas que abarquen desde remedios factibles a corto plazo hasta otras propuestas a más largo plazo que cuestionen la autoridad ilegítima y las instituciones opresivas entre las que reside el poder".
Escribimos ese libro porque teníamos la convicción de que era ya imprescindible ofrecer ese tipo de propuestas, pero en la situación en que estamos ahora lo es incluso mucho más. Y por eso creo que es importante recordar algunas de nuestras conclusiones, cuando los movimientos sociales y las fuerzas políticas se plantean (o se deben plantear) elaborar programas concretos de actuación y de gobierno.
En primer lugar decíamos que lo más importante es poner la economía al servicio de las personas, lo que, entre otras, cosas obliga a evaluar antes de tomar una medida económica a quién va a beneficiar y en qué medida, y dar la posibilidad a la gente para que se pronuncie sobre si, a la vista de ello, quiere que se adopte o no. También a impedir que un grupo social concreto tenga la posibilidad de imponer sus intereses a los demás sin que medie un método democrático de deliberación y decisión. Y, sobre todo, a rechazar cualquier asignación de los recursos que implique la desprotección de seres humanos, su empobrecimiento y su exclusión, así como toda decisión económica que quite a los que tienen menos para dar a quienes tienen más y de sobra.
También concluíamos señalando algo fundamental: la crisis que vivimos es el resultado de un fenómeno viejo pero que se ha exagerado en los últimos tiempos de las economías capitalistas, el desarrollo de la producción y el consumo como si dispusieran para sí de recursos inagotables. Por tanto, decíamos que sería imposible salir de la crisis si no aprendemos a medir y a dar valor de otro modo a las cosas que necesitamos, utilizando otros indicadores y variables para gobernar la vida económica y tomar decisiones. Y, sobre todo si no avanzamos hacia otra economía basada en la producción de los bienes que necesitemos ajustándonos no sólo, como ahora, a la escasez de recursos valorables monetariamente sino también a la de todos aquellos que nos proporciona la naturaleza o que no se valoran en dinero. Y escribíamos que las alternativas a la crisis pasan por romper también este cascarón de fantasía consumista y de individualidad en el que están encerrados millones de personas para generar nuevos valores que nos permitan avanzar desde la actual centralidad del dinero, el comercio, la ganancia, la competición y el cálculo hacia la cooperación y el afecto, hacia la justicia y el amor o hacia el placer de sentirse satisfecho con mucho menos pero en realidad con mucho más de lo que ahora tenemos.
En el libro proponíamos multitud de medidas concretas, "remedios factibles a corto plazo", como pedía Chomsky en el Prólogo, pero advirtiendo que ninguno de ellos puede entenderse como un fin en sí mismo sino como una forma de resolver lo inmediato pero también y al mismo tiempo de construir a medio y largo plazo una sociedad diferente. Y terminábamos señalando que todas ellas serían posibles si iban de la mano de una nueva sociedad de contrapoderes en las plazas, como estaba ocurriendo cuando escribíamos el libro, pero también en los centros de trabajo, en los barrios y también en la vida personal y diaria, en donde tan a menudo esta sociedad reproduce la esclavitud y la discriminación, por ejemplo, en el caso de las mujeres.
Hemos avanzado bastante desde que el libro salió a la calle e inundó la red pero ahora todavía queda por delante una tarea gigantesca: convertir los buenos deseos en programas de acción concretos, claros y realistas pero al mismo tiempo capaces también de abrir brechas y rupturas profundas en el sistema que produce y reproduce constantemente los males que se quieren combatir.
Con inteligencia y sin sectarismo intelectual, abriendo los debates en la mayor medida posible y con generosidad y autocrítica constantes, tengo la seguridad de que podrá elaborarse el necesario programa de actuaciones concretas que regeneren nuestra economía abriendo paso a un horizonte realmente transformador, democrático y humanamente satisfactorio. Juan Torres López. http://juantorreslopez.com/
La gente acaba de comprobar que se puede cambiar y ahora es el momento de subrayar una vez más que decir que se puede no puede significar sino mostrarle al resto de la sociedad que hay alternativas reales, próximas, eficaces y mejores que las de los partidos hasta ahora gobernantes para abordar los problemas que tiene nuestra sociedad.
Ahora hace tres años que Vicenç Navarro y yo, con la colaboración de Alberto Garzón, dábamos a la imprenta un libro que primero no se quiso publicar y que luego se convirtió en un auténtico fenómeno viral en la red: Hay alternativas. Propuestas para crear empleo y bienestar en España (puede descargarse pinchando aquí).
En él tratamos de explicar de la manera más clara posible por qué había ocurrido lo que nos estaba ocurriendo y qué se podía hacer para salir de la situación en la que estábamos, y en la que realmente seguimos estando.
En el prólogo, Noam Chomsky señalaba que se está produciendo una concentración cada vez mayor del poder y la riqueza pero que eso no se debía "a leyes de la naturaleza o a leyes económicas o a otras fuerzas impersonales, sino al resultado de decisiones específicas dentro de estructuras institucionales que los favorecen" y que eso seguiría ocurriendo mientras que esas decisiones y planes no se reviertan "mediante acción y movilizaciones populares con compromisos dedicados a programas que abarquen desde remedios factibles a corto plazo hasta otras propuestas a más largo plazo que cuestionen la autoridad ilegítima y las instituciones opresivas entre las que reside el poder".
Escribimos ese libro porque teníamos la convicción de que era ya imprescindible ofrecer ese tipo de propuestas, pero en la situación en que estamos ahora lo es incluso mucho más. Y por eso creo que es importante recordar algunas de nuestras conclusiones, cuando los movimientos sociales y las fuerzas políticas se plantean (o se deben plantear) elaborar programas concretos de actuación y de gobierno.
En primer lugar decíamos que lo más importante es poner la economía al servicio de las personas, lo que, entre otras, cosas obliga a evaluar antes de tomar una medida económica a quién va a beneficiar y en qué medida, y dar la posibilidad a la gente para que se pronuncie sobre si, a la vista de ello, quiere que se adopte o no. También a impedir que un grupo social concreto tenga la posibilidad de imponer sus intereses a los demás sin que medie un método democrático de deliberación y decisión. Y, sobre todo, a rechazar cualquier asignación de los recursos que implique la desprotección de seres humanos, su empobrecimiento y su exclusión, así como toda decisión económica que quite a los que tienen menos para dar a quienes tienen más y de sobra.
También concluíamos señalando algo fundamental: la crisis que vivimos es el resultado de un fenómeno viejo pero que se ha exagerado en los últimos tiempos de las economías capitalistas, el desarrollo de la producción y el consumo como si dispusieran para sí de recursos inagotables. Por tanto, decíamos que sería imposible salir de la crisis si no aprendemos a medir y a dar valor de otro modo a las cosas que necesitamos, utilizando otros indicadores y variables para gobernar la vida económica y tomar decisiones. Y, sobre todo si no avanzamos hacia otra economía basada en la producción de los bienes que necesitemos ajustándonos no sólo, como ahora, a la escasez de recursos valorables monetariamente sino también a la de todos aquellos que nos proporciona la naturaleza o que no se valoran en dinero. Y escribíamos que las alternativas a la crisis pasan por romper también este cascarón de fantasía consumista y de individualidad en el que están encerrados millones de personas para generar nuevos valores que nos permitan avanzar desde la actual centralidad del dinero, el comercio, la ganancia, la competición y el cálculo hacia la cooperación y el afecto, hacia la justicia y el amor o hacia el placer de sentirse satisfecho con mucho menos pero en realidad con mucho más de lo que ahora tenemos.
En el libro proponíamos multitud de medidas concretas, "remedios factibles a corto plazo", como pedía Chomsky en el Prólogo, pero advirtiendo que ninguno de ellos puede entenderse como un fin en sí mismo sino como una forma de resolver lo inmediato pero también y al mismo tiempo de construir a medio y largo plazo una sociedad diferente. Y terminábamos señalando que todas ellas serían posibles si iban de la mano de una nueva sociedad de contrapoderes en las plazas, como estaba ocurriendo cuando escribíamos el libro, pero también en los centros de trabajo, en los barrios y también en la vida personal y diaria, en donde tan a menudo esta sociedad reproduce la esclavitud y la discriminación, por ejemplo, en el caso de las mujeres.
Hemos avanzado bastante desde que el libro salió a la calle e inundó la red pero ahora todavía queda por delante una tarea gigantesca: convertir los buenos deseos en programas de acción concretos, claros y realistas pero al mismo tiempo capaces también de abrir brechas y rupturas profundas en el sistema que produce y reproduce constantemente los males que se quieren combatir.
Con inteligencia y sin sectarismo intelectual, abriendo los debates en la mayor medida posible y con generosidad y autocrítica constantes, tengo la seguridad de que podrá elaborarse el necesario programa de actuaciones concretas que regeneren nuestra economía abriendo paso a un horizonte realmente transformador, democrático y humanamente satisfactorio. Juan Torres López. http://juantorreslopez.com/
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