Un libro indaga en un capítulo oculto de la historia, un experimento de reeducación de pobres que comenzó en 1823 en una ciudad de Holanda.
Suzanna Jansen. Periodista y escritora.
«No se ponían el traje de domingo ni los zapatos. Les agradaba salir a pasear, pero querían ir por su cuenta y sin vigilancia, lo que obviamente no podíamos permitir». Este comienzo, que bien podría ser de una novela de Orwell o Huxley, es el de una historia real, la de un experimento de reeducación al que estuvieron sometidos centenares de miles de familias durante los siglos XIX y XX, entre ellas cinco generaciones de antepasados de Suzanna Jansen, autora de 'El paraíso de los pobres'. Un ensayo en el que la autora documenta y muestra sus investigaciones sobre lo que comenzó siendo una colonia de mendigos creada en el pueblecito holandés de Veenhuizen en 1823 hasta las viviendas protegidas construidas en Amsterdam en el siglo XX. Lo que comenzó siendo una idea con buenas intenciones para acabar con la pobreza y elevar a las clases más bajas acabó convirtiéndose en una condena a cadena perpetua para no salir jamás de la miseria.
-¿Cómo comenzó su investigación acerca de este hecho tan poco conocido?
-Un día encontré un recordatorio de funeral de mi bisabuela, Helena Gibjen. Al mostrárselo a mi madre ella suspiró: '¡Pobre mujer! Nació protestante y se casó con un católico, por lo que quedó separada de su legado cultural y fue desheredada'. Una explicación perfecta para el origen de la pobreza de nuestra familia que a la par despertó en mí cierta curiosidad. Así que decidí investigar sobre mi bisabuela y, al requerir su certificado de nacimiento, vi que había nacido no en el pueblecito de Norg que ponía en su recordatorio, sino en el Hospicio Número Tres de Veenhuizen. ¿Un hospicio? Algo no encajaba, así que seguí indagando hasta descubrir los experimentos sociales que narro en el libro.
-Gran parte de su familia formó parte de esos experimentos. ¿Cómo comenzaron?
-Tras las guerras napoleónicas se generó mucha pobreza, sobre todo en Holanda, y muchas tierras del norte se quedaron sin nadie que las cultivase. Un general llamado Johhanes van den Bosch ideó un plan: ¿por qué no emplear a los pobres y de paso darles disciplina, 'civilizarles', para que dejaran de ser pobres? Así mandó construir en aquellas tierras tres grandes hospicios a modo de cuarteles para alojar a unas 3.000 personas. Durante aquel proceso de 'civilización' se separó a los padres de sus hijos para educar a ambos por separado y hasta que los adultos no demostraron ser eficientes no tenían derecho a volver a reunir a la familia, de otro modo habría que reeducar a los pequeños. Era el director de todo aquello quien sabía perfectamente lo que era mejor para todos y quien aplicaba una disciplina militar: les decía lo que comer, cuándo hacerlo. Nadie tenía poder de decidir nada sobre su vida. Mucha gente de la que fue voluntariamente descubrió después que no podía irse cuando quería. Y aún estamos en el momento en el que todo se hacía con las mejores intenciones, pero ya sabemos que el infierno está lleno de buenas intenciones.
-Con esas condiciones la integración después sería casi imposible...
-Claro, primero porque durante años a esas gentes no les dejaron decidir sobre nada de su vida y carecían de las herramientas para volver a una vida normal. Después, porque el mundo exterior señalaba a los que salían de aquellos hospicios, había un estigma asociado. Aquellas personas solo eran pobres que habían tenido mala suerte, pero la sociedad ya no les daba trabajo, era como si hubieran estado en una cárcel.
-¿Ha cambiado la visión que se tiene de los pobres hoy?
-No tan radicalmente, muchos desprecian a la gente desfavorecida y estos siguen llevando su estigma. La pobreza avergüenza y eso es algo que como sociedad seguimos creyendo. Además, se piensa que en parte es culpa de uno, que uno es culpable de su propia pobreza. Por eso creo que este libro también habla acerca de lo que pasa hoy en día.
-De hecho, sigue habiendo intentos para ayudarles que no parecen funcionar.
-Efectivamente. Aunque son más inteligentes, los que diseñan esas políticas siguen pensando que ellos saben lo que necesitan los pobres, pero nadie les incluye en el proceso de toma de decisiones, no se les toma en cuenta. Es una de las actitudes que no ha cambiado. Hay una cita de Orhan Pamuk que me parece muy importante: «¡No somos tontos! ¡Solo somos pobres! Tenemos derecho a que se distingan las dos cosas».
-Que las ayudas se vean como un favor y no como un derecho, ¿cree que perpetúa en parte el problema?
-Absolutamente, y eso es lo que yo he visto en toda la historia de mi familia, independientemente del periodo o del tipo de programa en el que estuvieran. Siempre eran dependientes y debían estar agradecidos y esa actitud del pobre se transfiere de generación en generación, aunque ya no seas pobre. Sientes que no vales nada, lo sé porque a mí me ha pasado.
-Cuando la Unión Europea concede ayudas parece que sucede lo mismo, el país que las necesita también se siente culpable, ¿no?
-Efectivamente, es que es exactamente lo mismo. Y la gente que concede el dinero decide qué debería pasar con ese país, con su política y con el objetivo del gasto de su dinero.
-Ahora es usted asesora para estos temas de su Gobierno. ¿Alguna idea?
-Está claro que yo no tengo la solución, pero debemos observar ciertos puntos.
-Uno es cómo se pasa la pobreza de una generación a otra, porque si creces en un entorno pobre no tienes la sensación de que el mundo te pertenece, tienes baja autoestima y no confías en ti mismo, y eso es algo que te confirma el mundo exterior.
-Otro es tener en cuenta que solucionar la pobreza lleva mucho mucho tiempo y cuando se diseñan políticas para erradicarla son programas a como mucho cinco años vista y si no funcionan se dan por no válidos, se piensa que la gente no quiere dejar de ser pobre. Y eso no es así.
-También es importante identificar que hay una gran brecha entre la gente que diseña esas políticas y los pobres y sus necesidades reales, y eso hay que tenerlo muy presente. Hay que hablar con ellos y saber qué necesitan, tomarlos en serio, involucrarles en el proceso y dejarles que tomen las riendas de su vida.
Fuente: http://www.laverdad.es/alicante/culturas/libros/201410/27/seguimos-pensando-culpable-propia-20141027004244-v.html
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