miércoles, 5 de noviembre de 2014
Bienestar y malestar
A propósito del espía Philby, el poeta Joseph Brodsky escribió unas páginas muy agudas y ácidas sobre la simpatía de ciertos occidentales por los países sometidos al comunismo. A cierto tipo de ciudadano inglés, dice, le encanta Rusia, la Rusia de la Guerra Fría: "Asiente con satisfacción al ver un ascensor averiado" y "reconoce la torpeza y la chapuza igual que uno reconoce a sus parientes. Se reconoce en un desconchado, una barandilla insegura, las sábanas húmedas de una habitación de hotel, unos árboles esmirriados vistos a través de una ventana sucia… Las trabas burocráticas", etcétera. La letanía es larga y exacta y dibuja con plasticidad la atmósfera del mundo tras el telón de acero. El sistema económico floreció en ese paisaje físico y moral que ha desaparecido de Europa hace 25 años. Con un poco de folclorismo cínico puede agregarse a la lista de Brodsky que los occidentales hemos perdido, con la caída del Muro, un continente exótico y cercano de ciudades sin publicidad, sin ruido de tráfico, donde el tiempo se extendía con elasticidad, pues había poco que hacer; de multitudes grises y de aspecto abatido, de mentira oficial sistemática tan clamorosa que parecía que pringaba; de oficinas donde la malcarada secretaria, en zapatillas y con calcetines, te traía con el café turco una copita de vodka; reinaba un cierto malestar; era un mundo más bien triste que no conocía el estrés pues había conquistado el "derecho a la pereza" que reclamaba Lafargue, y nadie daba palo al agua. Todo estaba "cerrado por inventario". No podía durar. Lo que perdió Portugal con su imperio colonial no es nada comparado con lo que los europeos occidentales hemos perdido con la implosión del comunismo: nada menos que el "Estado de bienestar" que el "Estado de malestar" de aquellos países garantizaba. Por Ignacio Vidal-Folch. El País
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