Vivimos tiempos huérfanos de admiración. Los líderes políticos, que lo saben mejor que nadie, recurren a escenografías insólitas, como Sánchez, o a viejos lemas admirables, como Rivera, para tratar de encender una chispa que alumbre siquiera un instante. La admiración parece hoy reservada para simples ciudadanos que intentan aportar un poco de honestidad, de serenidad o de cordura al panorama nacional, presentándose o no a unas elecciones. Por eso, quiero reflejar aquí mi admiración por el comunicado de Irene Villa acerca de los desdichados tuits difundidos por Guillermo Zapata. Nunca lo habría creído de mí misma pero así ha sido, y así lo reconozco. Irene Villa habría tenido muy fácil cualquier otro camino, habría encontrado cientos de voces que jalearan una declaración de honor maltrecho, de ofensa irreparable, de venganza imprescindible, miles de personas la estaban esperando para levantarla como una bandera del sacrosanto combate entre la España inmortal y los luciferinos radicales, pero ella ha escogido el camino de la ecuanimidad, de la cordura y, me atrevo a suponer, de la sinceridad. Ha dicho, igual que ciertos anónimos portavoces de la Audiencia Nacional que sin embargo no han dado la cara, que le parece una barbaridad que se juzgue a alguien por un chiste de una especie que ni la molesta ni la molestará. El problema, ha añadido, no es mío, sino de la gente capaz de hacer esa clase de chistes. Hacía mucho tiempo que no me sorprendían tanto unas declaraciones de nadie. Y más allá del escándalo, otro más, que supone que algunos jueces desautoricen en secreto la actuación de la fiscalía y de su propio tribunal en un caso cargado de repercusiones políticas, su actitud me parece admirable. Y lo digo.
ALMUDENA GRANDES 29 JUN 2015 -
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