Los proyectos "revolucionarios" (reaccionarios) de los nuevos populismos suelen incluir la expulsión de los inmigrantes, la resurrección del proteccionismo, la vuelta atrás en los derechos de la mujer o las minorías y el fin de toda colaboración internacional
Comparten ideas e ideología, amigos y patrocinadores. Cruzan fronteras para participar en mítines ajenos. Tienen buenos contactos en Rusia —utilizan con frecuencia su desinformación— y también amigos en otros Estados autoritarios. Desprecian a Occidente y tratan de socavar sus instituciones. Se creen una vanguardia tan revolucionaria como la que en su día representó la Internacional Comunista, o el Komintern, que con el respaldo soviético unió a partidos comunistas de Europa y del mundo.
Evidentemente, ahora ya no tienen apoyo soviético y no son comunistas. Pero esta laxa agrupación de partidos y políticos —el Partido de la Libertad de Austria, el Partido por la Libertad de Holanda, el UKIP británico, el Fidesz húngaro, Ley y Justicia de Polonia o Donald Trump— se ha convertido en un movimiento “antiglobalización” mundial. Conozcamos a la Internacional Populista, porque, al margen de quien gane las elecciones estadounidenses que se celebraron ayer, su influencia perdurará.
Aunque, para abreviar, otros autores y yo misma la hemos calificado con frecuencia de “extrema derecha”, la Internacional Populista tiene poco que ver con la “derecha” que proliferó en los países occidentales desde la II Guerra Mundial. La democracia cristiana de la Europa continental surgió del deseo de devolver la moral a la política después de la contienda; el gaullismo emanó de una larga tradición estatista y secular gala, y la preferencia por el libre mercado estaba ya muy arraigada entre los conservadores anglosajones.
Casi todos estos partidos compartían un conservadurismo con “c” minúscula, heredero de Edmund Burke, que rehuía los cambios radicales, desconfiaba del “progreso” y creía importante conservar instituciones y valores. La mayoría surgía de determinadas tradiciones locales e históricas. Todos participaban de la devoción por la democracia representativa, la tolerancia religiosa y la necesidad de que los países occidentales se integraran y aliaran.
El conservadurismo, heredero de Burke, creía importante conservar instituciones y valores
Por el contrario, los partidos de la Internacional Populista y los medios que los apoyan no se basan en Burke. No quieren conservar ni preservar lo existente, sino que pretenden acabar radicalmente con las instituciones actuales para recuperar, por la fuerza, otras del pasado, o las que ellos creen que existieron. Su retórica cobra formas distintas en cada país, pero sus proyectos revolucionarios suelen incluir la expulsión de los inmigrantes o, por lo menos, la vuelta a sociedades totalmente blancas (o totalmente holandesas o alemanas), la resurrección del proteccionismo, la vuelta atrás respecto a los derechos de la mujer o las minorías y el fin de las instituciones internacionales y de todo tipo de cooperación externa. Además, defienden la violencia: en 2014 Donald Trump afirmó que “para volver a estar donde estábamos, cuando Estados Unidos era grande, tendrá que haber disturbios de nuevo”.
En ocasiones se proclaman cristianos, pero con igual frecuencia son nihilistas y cínicos. Su ideología, que unas veces se concreta y otras no, se opone a la homosexualidad, la integración racial, la tolerancia religiosa y los derechos humanos.
Para la Internacional Populista, esos objetivos son más importantes que la prosperidad, que el crecimiento económico y que la propia democracia. Y para alcanzarlos, al igual que los partidos que en su día constituían la Komintern, los populistas están deseando destruir las instituciones actuales: desde los tribunales y los medios de comunicación independientes a las alianzas y tratados internacionales.
Esta misma semana el Daily Mail británico, un periódico que propaga las ideas de la Internacional Populista, llegó incluso a tachar de “enemigos del pueblo” a los jueces del Tribunal Supremo que dictaminaron que, para abandonar la Unión Europea, Reino Unido debía consultar al Parlamento. Trump solo es uno de los muchos políticos —entre ellos el polaco Jaroslaw Kaczynski y el húngaro Viktor Orbán— que han arremetido contra los principios de sus propias Constituciones.
Ya empiezan a aparecer antídotos: partidos de ciudadanos, basados en ideas y no en el carisma
Como antaño la Komintern, la Internacional Populista ha entendido lo provechoso que puede ser el apoyo mutuo. A los democristianos alemanes nunca se les habría ocurrido hacer campaña a favor de los tories británicos. Y, aunque tengan mucho en común, los conservadores británicos no se han puesto directamente del lado de los republicanos de Estados Unidos. Por el contrario, Nigel Farage, líder del Partido de la Independencia de Reino Unido (UKIP), ha hecho abiertamente campaña a favor de Trump, llegando incluso a aparecer, después de uno de sus debates con Hillary Clinton, en la llamada “sala de manipulación”, donde la prensa recibe interpretaciones sesgadas, para hacer propaganda del republicano. El político xenófobo holandés Geert Wilders se presentó en la Convención Nacional Republicana para, en lugar de observar, como habría hecho un democristiano holandés, dedicarse también a la agitación en favor de Trump.
Todos los partidos y periódicos populistas utilizan relatos preparados por Sputnik, la agencia de noticias rusa que constituye una inagotable fuente de teorías de la conspiración y noticias falsas. Esta semana, la falsa noticia —difundida inicialmente por la televisión estatal rusa— de que en Austria un refugiado había sido absuelto de la violación de un niño fue repetida, primero por el presidente ruso, Vladímir Putin, y después se propagó por toda Europa a través de unos medios entre los que estaba incluido, una vez más, el Daily Mail.
Todos los indicios apuntan a que el movimiento no deja de crecer. La historia no terminará si Trump pierde. Sin duda, las metástasis de su campaña se trasladarán a un canal de televisión y una cadena de noticias, y no dejarán de extenderse. Sin embargo, su fracaso fomentará la aparición de antídotos que ya han comenzado a aparecer: partidos de ciudadanos, basados en ideas y no en el carisma; periodistas independientes o movimientos democráticos.
¿Y si Donald Trump gana? La Internacional Populista saldrá reforzada, no solo en Estados Unidos, sino en el resto del mundo. Trump será su líder y su hija Ivanka la princesa heredera. Y quizá de ese modo dejen de existir la democracia liberal y con ella Occidente, tal como los conocemos. Era algo que convenía haber pensado antes de votar.
Anne Applebaum es periodista. Ha publicado, entre otros libros, El telón de acero. La destrucción de Europa del Este 1944-1956 (Debate, 2014).
2016 Washington Post.
Traducción de Jesús Cuéllar Menezo.
http://elpais.com/elpais/2016/11/08/opinion/1478611874_220348.html
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