miércoles, 8 de febrero de 2017

_-Walther Rathenau: el patriota traicionado y asesinado por los patrioteros

_-Este trabajo trata sobre la figura de Walther Rathenau, uno de los pocos patriotas sinceros de los que tengo noticia. Industrial millonario, funcionario ejemplar, político sagaz y honorable y uno de los pocos estadistas dignos de ese nombre que tuvo Alemania durante la primera mitad del siglo XX. Murió asesinado.

La historia de Rathenau es una de las más tristes de la política europea, fundamentalmente porque se trata de la historia de una traición; normalmente cuando hablamos de traiciones se suele tratar de historias en las que un individuo o grupo de individuos traiciona a su país, a su ciudad, a su grupo etno-religioso o a su tribu, pero en este caso fue una nación la que traicionó a un valioso individuo.

Pese a todo, Rathenau, fue un orgulloso hijo de Alemania y de su tiempo, un ejemplo de lo mejor de aquel país y un triste recuerdo de lo que pudo ser y no fue.

Orígenes: El padre y su obra, desentrañando mitos
Walther era hijo del empresario Emil Rathenau, fundador de una de las mayores empresas alemanas, cuyo poder e influencia ha perdurado hasta hoy, la Allgemeine Elektrizitäts-Gesellschaft (AEG) o Sociedad General de Electricidad. En teoría Emil no podría convertirse en un señor de la industria mundial debido a sus poco recomendables orígenes sociales (para la mentalidad de la época) que básicamente se reducía a su religión: era judío. Pese a todo, la Alemania del Segundo Imperio era uno de los países más abiertos en materia de religión de Europa y si bien no se podía evitar la circulación de todo tipo de panfletos y opiniones antisemitas, es necesario recordar que la población judía pudo prosperar junto a su nación. Como consecuencia de ese trato justo, la familia Rathenau desarrolló un acentuado patriotismo hacia Alemania, llegando al extremo de criticar a los judíos que se negaban a integrarse en la nueva Alemania; este patriotismo llevaría a Walther a criticar el naciente sionismo.

AEG o el triunfo de la retro-ingeniería.
Vamos a centrarnos brevemente en el nacimiento y desarrollo de esta empresa. El origen de la AEG se debe a un invento norteamericano, concretamente la bombilla del señor Edison.

En la década de 1870/1880 Europa estaba sumida en una profunda crisis económica, salvo Gran Bretaña, que lograba sacar adelante su producción industrial a costa de exterminar por hambre y guerras a la feliz población de la India Británica y otros dominios. Al igual que la crisis que actualmente estamos disfrutando, una de las causas fundamentales de aquella depresión económica era la obsolescencia del motor industrial de aquella época (el vapor generado por combustión de carbón) y la irrupción de un nuevo desarrollo e industria basados en el petróleo y la electricidad.

Emil Rathenau no era un inventor (los millonarios raramente lo son) pero tenía una gran perspicacia a la hora de ver el futuro y supo prever las futuras necesidades de millones de futuros consumidores y clientes. De modo que si queréis ser millonarios, recordad que no lo conseguiréis serlo trabajando duro, ni desarrollando grandes inventos, sino creando pequeños conceptos que a la larga cambian a mejor la vida de todo el mundo como, por ejemplo, el tetrabrik. Algo barato y fabricado masivamente, si os da por hacer juguetes para ricos, no seréis millonarios. Justo antes de la crisis de 1870, Emil Rathenau intuyó que la electricidad sería el nuevo motor del mundo y que quien consiguiese posicionarse antes en el naciente mercado eléctrico dominaría la economía nacional.

De modo que en 1881, con la ayuda de un crédito concedido por varios bancos alemanes, obtuvo la concesión de varias patentes de la compañía General Electric (es decir de otro supuesto inventor y gran cacique industrial: Thomas Alva Edison), lo que inmediatamente le colocó en lo más alto de la incipiente industria eléctrica alemana, de la mano de su naciente empresa, la Deutsche Edison-Gesellschaft für angewandte Elektricität que posteriormente sería rebautizada como Allgemeine Elektrizitäts-Gesellschaft para darle un aire más germánico.

Con el tiempo AEG se convertiría en un referente nacional y europeo en el campo de la fabricación de todo tipo de menaje eléctrico y de electrodomésticos, gracias al genio del padre fundador, a la alegría de sus trabajadores, al tradicional amor al trabajo de la raza germana y al inmejorable control de calidad propio de AEG y de la industria alemana.

Hasta aquí la historia oficial.
La historia real es como siempre, menos épica pero más interesante; especialmente porque nos permite desentrañar las razones reales del espectacular desarrollo de la economía del segundo imperio alemán y de AEG en particular. Básicamente el éxito de Rathenau se debió fundamentalmente a la retro-ingeniería o dicho de forma más clara: copiaba sin escrúpulos todos los diseños de General Electric (en adelante GE) presentándolos como propios, con ligeras variaciones de formas y tamaños (diseño, que dirían los más melindrosos) para que los abogados de GE no refunfuñasen demasiado y sobre todo, para que los clientes no confundiesen sus productos con los de la competencia.

Es necesario resaltar la importancia del diseño en los productos de AEG; Emil Rathenau también tuvo visión de futuro en este aspecto; su compañía fue de las primeras en contratar a artistas gráficos (AKA diseñadores) que crearían logos y diseños característicos que hacían que sus productos destacasen de la masa e imprimían cierto carácter en medio de la aburrida producción masiva, característica de la fabricación industrial. Y por supuesto, protegían (y protegen) a sus productos de posibles litigios con GE u otras empresas.

Las buenas ideas se copian; como bien sabía el propio Emil, e inmediatamente surgieron cientos de empresas que hicieron lo mismo que AEG: copiar productos mediante retro-ingeniería (o plagio, como prefiera llamarlo el lector), mejorarlos en la medida de lo posible, enmascarar el plagio por medio del diseño y lanzarlo al mercado. Obviamente junto a estas copias se desarrollaron inventos genuinamente alemanes como el coche con motor de explosión, que lógicamente sufrieron la retro-ingeniería de otros competidores nacionales y extranjeros.

La retro-ingeniería no explica por si sola el éxito de estas empresas, especialmente en lo que se refiere a su éxito en los mercados internacionales. Para entender este éxito es necesario explicar el otro pilar fundamental del éxito alemán: el apoyo sin fisuras del gobierno alemán a las empresas y los empresarios alemanes.

Para las generaciones que hemos sido educadas en el dogma liberal esto nos puede sonar a alguna herejía socialista, pero la triste realidad es que ninguna gran empresa o negocio será viable sin el apoyo del estado en su triple función: por una parte como protector de estas empresas cargando con aranceles e impuestos a la competencia extranjera (esta medida es mucho más efectiva que cualquier litigio de propiedad intelectual, cosa que muchos no han entendido) y destrozando mediante inspecciones fiscales a aquellas empresas nacionales que no pasen por el aro. Además el estado será el principal cliente de los productos fabricados por estas empresas, lo cierto es que el libre mercado de consumidores y usuarios es una falacia, para desarrollarse una nación debe crear un importante mercado interior férreamente protegido. A partir de esa base protectora, las empresas pueden lanzarse agresivamente a la conquista de mercados en el exterior.

Y aquí aparece la otra función del estado como protector de estas empresas: el apoyo exterior. Para que los productos de AEG y demás empresas sean atractivos en el resto de mercados deben tener una relación calidad/precio por encima de la media (o al menos aparentarlo de forma convincente), para lograrlo el estado maniobrará de tal forma que su moneda nacional se mantenga a un cambio artificialmente bajo con respecto a las monedas de sus competidores, de esta forma los productos alemanes siempre serán más baratos que los nacionales; sobretodo en aquellas naciones librecambistas que adoptan el dogma del libre comercio, que a la larga solo consiguieron arruinar a sus industrias y desarrollar una acusada dependencia exterior. Esta dependencia exterior se traduce en una mayor presión del estado alemán hacia aquellos países con su mercado cautivo; poco a poco la diplomacia alemana presiona a aquellas naciones para que se “desarrollen” con la construcción de grandes obras públicas y para que se “protejan” con la creación de grandes ejércitos. Como ya habréis supuesto, este desarrollo y refuerzo rápido se obtiene con la concesión de créditos por parte del estado alemán al estado en cuestión y con contratos de compra de materias primas baratas; por otra parte estas obras y armas se compran, como no podía ser de otra forma, a empresas alemanas, de modo que el dinero del estado alemán regresa a Alemania de forma indirecta. Y además las empresas alemanas gozarán de otros mercados cautivos gracias a la deuda que estos estados tienen con Alemania y/o empresas alemanas; recordad que si deseáis haceros millonarios, nunca hay que endeudarse con tonterías como casas, carreteras, aviones o armas; el dinero es una herramienta no un fin.

Para asegurarse la calidad y cantidad de los productos de AEG y otras empresas, es necesario mantener una gran productividad por parte de sus trabajadores y eso se consigue mediante dos fórmulas; la primera compete exclusivamente a la empresa: se invierte parte de los beneficios en investigar y desarrollar maquinaria nueva y métodos de producción más eficientes. Como esto queda muy generalizado, voy a poner un ejemplo pedestre para que todos podamos entendernos.

Si yo tengo una empresa especializada en cavar zanjas y tengo cincuenta trabajadores ¿cómo puedo aumentar la productividad? El empresario hispano tiene la respuesta habitual dictada por generaciones de caciques temerosos de cambios: despedir a la mitad de los trabajadores y obligar al resto a cubrir la misma cuota de trabajo por el mismo sueldo o menos (es decir buscará la cuadratura del círculo) y como consecuencia de los retrasos generados por tan sabia filosofía laboral perderá el contrato o retrasará la obra a costa del cliente final.

Los empresarios tipo Rathenau razonan de otra forma: Si formo a los trabajadores en el uso y mantenimiento de maquinaria especializada, la producción y los beneficios aumentarán de forma exponencial, sobre todo si es mi empresa (o alguna empresa asociada) la que fabrique esa nueva maquinaria y no sea necesario dar mi dinero a otras empresas.

En resumen: si queréis haceros millonarios tenéis que asumir algo tan simple como que invertir dinero no es gastar dinero, algo que el empresario hispano no ha entendido todavía.

La segunda fórmula (y tercera función) compete exclusivamente al estado y consiste en crear paz social. Los trabajadores no sabotearán la producción, ni harán huelgas salvajes, ni se afiliarán a los sindicatos más radicales, ni se les ocurrirá secuestrar y asesinar burgueses o poner bombas en el Liceo. Para lograr este objetivo el estado alemán comenzará a dictar una serie de leyes destinadas a mejorar la calidad de vida de esta amplia clase social, tales como la primera seguridad social, salarios regulados, jornadas de trabajo reguladas en función de su peligro o trabajo físico. Al mismo tiempo el estado asegurará unos mínimos a la hora de dar educación y sanidad a los trabajadores y sus hijos, con lo que elimina en parte dos de las mayores preocupaciones de cualquier padre de familia y por tanto la gran masa de la clase trabajadora se dedicará a trabajar y a enriquecer a su empresa y a su país en lugar de plantear huelgas.

Este estado social (Sozialstaat) será la razón principal y casi exclusiva del gran despegue alemán de finales del siglo XIX: un complejo contrato social en el que el estado alemán protege a sus empresas y empresarios tanto dentro como fuera de Alemania, a cambio de que estas empresas traten a sus empleados de la mejor forma posible y todos remen en la misma dirección. Como podemos ver fue la justicia social lo que hizo que en menos de una generación Alemania pasara de ser un montón de bantustanes inconexos a ser una de las mayores economías del planeta, sin necesidad de crearse grandes imperios.

Este era el país que vio nacer a Walther Rathenau un 29 de septiembre de 1867 y AEG la empresa a la que estaba destinado a dirigir hasta las más altas cumbres de la industria eléctrica mundial.

El joven Walther destacó rápidamente por su notable inteligencia, una inteligencia que asombrosamente no se centró en el campo de los negocios y de la industria eléctrica sino que se interesó por todos los campos del saber, eso queda reflejado en sus estudios universitarios puesto que se dedicó a estudiar física, química y... filosofía.

El interesarse por varios campos del saber le será muy útil a la hora de realizar varios trabajos al mismo tiempo, sobre todo cuando tenía que administrar su gran empresa y realizar importantes tareas de gobierno. E incluso esta capacidad de “amplio espectro” la llevaba a la vida personal, económica, pública etc. Por ejemplo era un político conservador, pero se preocupaba mucho por el bienestar de los trabajadores e incluso criticaba la excesiva tecnocracia de la sociedad moderna (y eso que la palabra tecnócrata parecía inventada para él); también era una gran partidario de la fuerte interrelación entre la empresas y el estado, hasta el punto de otorgar al estado la última palabra en las grandes decisiones económicas y estratégicas de las industrias y negocios. Curiosamente, a pesar de estar situado ideológicamente en la derecha o centro-derecha, sus ideas fueron posteriormente copiadas por Lenin y otros dirigentes soviéticos en sus planes de desarrollo e industrialización acelerada de la Unión Soviética; posiblemente el ascenso de la URSS como potencia mundial le debe mucho a las ideas de Rathenau.

En lo que nunca se mostró ambiguo fue en su amor incondicional a su patria; Rathenau siempre estuvo dispuesto a ponerse a las órdenes de su país y a darlo todo por su país, incluso su identidad religiosa, su identidad cultural y finalmente su vida.

Ese fue seguramente el primer gran sacrificio que hizo Rathenau por Alemania; nunca dudó a la hora de asumir que por encima de todo él era alemán, de cultura alemana e incluso de religión alemana en el sentido de mitificar las instituciones alemanas hasta el absurdo.

Si bien es necesario reconocer que en estas opiniones, el joven Walther no inventó nada; a pesar del tópico antisemita, las comunidades judías de la Europa estaban profundamente divididas en cuanto a su actitud ante los diversos estados y su lealtad hacia ellos. Simplificando mucho, podemos distinguir dos tendencias entre los judíos centro europeos; por una parte tenemos a los judíos que han crecido en los estados occidentales como Gran Bretaña, Francia, Holanda y la nueva Alemania. Estas nuevas generaciones han visto como estas naciones han realizado un esfuerzo sincero por integrarles en el estado, hasta el punto de que sus abuelos ven cosas que ni en sus más disparatados sueños habrían imaginado: funcionarios judíos, empresarios judíos, abogados judíos e incluso (ya rozando el surrealismo, para generaciones que conocieron los guetos) policías y militares judíos. Como es lógico estas medidas no consiguieron acabar con milenios de prejuicios y odio étnico, pero entre estas nuevas generaciones judías se apreció el cambio hasta el punto de apoyar al estado con la típica fe del converso.

Por otro lado tenemos a las comunidades judías de Europa oriental, que poco a poco van llegando a la parte occidental del continente en busca de oportunidades y libertad; estas comunidades vienen de lugares en los que el progrom es el deporte nacional, donde los guetos no son simples barrios o pueblos sino auténticos estados dentro del estado en los que la única ley que se aplica es de tipo religioso (junto con los constantes impuestos a los que son sometidos), donde incluso se imprime su propia moneda y el contacto con los gentiles se encuentra completamente restringido (el contacto más frecuente suele ser el látigo de la policía o el bastón de algún paleto). Como consecuencia de esta represión constante, estas comunidades reaccionan con una vuelta fanática a sus tradiciones y religión y una desconfianza (u odio) hacia todas las instituciones estatales, que solo les traen violencia, impuestos injustos, insultos y represión; cualquier intento de integración en esos estados es simplemente impensable, o directamente peligroso.

Conforme más éxito tienen estos grandes empresarios judíos, mayor es el amor que desarrollan por su país y mayores son las críticas que dedican a estas comunidades que desconfían del estado y de sus servidores, a pesar de que muchos de estos servidores son judíos. Y conforme estas críticas aumentan, ellos se defienden con la típica frase del judío reprimido “Si algún día olvidas quién eres, algún gentil te lo recordará” esta frase pesará como una maldición en Rathenau.

Paralelamente a esta polémica, surgirá otra controversia cuando aparezca el sionismo en Europa. Para Rathenau, el sionismo es directamente una estupidez irrealizable, además de estar formado por una confusa ideología que mezcla religión, nacionalismo y socialismo; en cierto modo el sionismo es una mezcla de todo lo que le repele a Rathenau: negación de la integración, socialismo y fanatismo religioso. No obstante es preciso reconocer que la opinión de Rathenau era ampliamente compartida por la mayor parte de sus correligionarios; a pesar de la propaganda que periódicamente difunde el estado de Israel el sionismo siempre fue un movimiento minoritario dentro de las comunidades judías europeas hasta 1945, e incluso el sionismo sufría constantes luchas intestinas debido a lo heterogéneo de sus componentes, difusión de sus objetivos y una fuerte división entre la derecha y la izquierda o religiosos y laicos.

Trabajando en AEG
Tan pronto terminó sus estudios, el joven Walther empezó a trabajar en una prometedora rama de la empresa: la electroquímica; para empezar se desplazó a la ciudad suiza de Neuhausen donde se especializó en la fabricación de aluminio; posteriormente llegaría a desarrollar un método para obtener cloro a partir de la electrolisis. Es interesante este momento porque durante la guerra trabajaría estrechamente con la industria química buscando alternativas a las escasas materias primas.

Posteriormente regresaría a Berlín donde trabajaría a la sombra de su padre en la sede central de la empresa; este período coincide con el gran despegue de AEG a todos los niveles, con la construcción de nuevas centrales eléctricas, nuevas factorías y desarrollando nuevas tecnologías, nuevas máquinas y nuevos servicios. Llegando a fabricar incluso las primeras máquinas de ferrocarril eléctricas hacia 1914.

Paralelamente a este éxito empresarial (suyo y de su país), Walther Rathenau siguió mostrando preocupaciones intelectuales con la publicación de algunos libros en los que refleja las ideas que mantendrá toda su vida: Combatir al socialismo con avances sociales, necesidad de fortalecer al estado central frente al excesivo poder de los estados alemanes, cooperación entre estado y empresas, etc. Una de las ideas más polémicas que desarrolló fue la de proponer un monopolio imperial del mercado eléctrico (el estado fijaría el precio).

Cuando un empresario se dedica a publicar sus ideas, es que se está preparando para dar un salto a la política, y lo cierto es que conforme Walther cumplía años más le interesaba el mundo político, especialmente porque veía un importante hueco en el espectro político alemán: faltaba un partido de centro-derecha que supiese aglutinar a esos alemanes de clase media que no terminaban de sentirse atraídos por los socialdemócratas, pero se negaban a votar a los partidos de derecha alemán por su excesivo conservadurismo y el desproporcionado peso de las iglesias (protestante y católica) en sus decisiones; la idea de Rathenau se basaba en crear un partido moderadamente conservador y laico, donde pudiesen encontrar su sitio las minorías judías, agnósticas o ateas (conforme avanzaban los descubrimientos científicos y se quitó el privilegio educativo a las iglesias, aumentó notablemente el escepticismo religioso) y una gran bolsa de voto urbano y moderno pero ideológicamente moderado.

Desgraciadamente la guerra truncó la maduración de estos ambiciosos planes, pero al menos aceleró su paso a la arena pública.

LA GUERRA Y LAS MATERIAS PRIMAS
Como buen realista, Rathenau se oponía a la política belicista de Guillermo II y era uno de los pocos alemanes que se atrevía a exponer en público sus ideas moderadas (no estrictamente pacifistas) y realistas. Este planteamiento se debía a que Rathenau conocía bien la fortaleza de la economía alemana, a la que tanto había contribuido, pero conocía también sus debilidades, que podemos resumir en su excesiva dependencia de las exportaciones y su gran carencia de materias primas estratégicas salvo hierro y carbón.

Pese a todo Rathenau seguía siendo un patriota alemán, y cuando su nación le pidió ayuda no dudó en ponerse a su disposición, asumiendo un cargo de vital importancia para cualquier guerra: los suministros; en concreto Rathenau asumió el mando de los suministros de materias primas para la guerra del imperio, tras este rimbombante título (que parece sacado de un libro de Borges) se agazapaba el mayor problema de Alemania en esta guerra: su gigantesco músculo industrial consumía ingentes cantidades de materias primas, la mayor parte de ellas importadas. Y a pesar de las promesas de los almirantes imperiales, Rathenau no confiaba en que las rutas de suministros estuviesen permanentemente abiertas, especialmente si Rusia y su inmenso mercado permaneciese cerrado gracias a la estúpida política proteccionista prusiana.

Con el mercado ruso cerrado, solo quedaba una vía abierta que era el comercio por mar con lejanos países neutrales (lógicamente que no fuesen colonias francesas o británicas) con lo que en la práctica quedaba reducido al continente americano, exceptuando el Canadá. Pero ni siquiera esto era posible porque inmediatamente la armada británica bloqueó el Mar del Norte, es de suponer las pocas esperanzas que le quedaron a Rathenau de ganar la guerra.

A pesar de todo, Rathenau afrontó sus responsabilidades con sabiduría y decisión; podemos afirmar sin temor a equivocarnos, que su período al mando de este importante puesto, fue el de mejor funcionamiento de la economía de guerra alemana. La razón de su éxito es muy simple de entender, pero complicado de aplicar: improvisar con lo que se tiene (virtud más latina que alemana), imaginación a la hora de distribuir los menguantes recursos y hacer de la necesidad virtud con la producción de algunos sucedáneos fabricados o cultivados localmente que paliasen, pero no sustituyesen totalmente, la escasez de materias primas. Otro pilar de su éxito era el de no descuidar a la población civil; era inevitable que los civiles y trabajadores asumiesen unos sacrificios terribles, pero Rathenau se preocupaba de que esos sacrificios fuesen percibidos como algo justo y necesario, de que los precios estuviesen controlados (y por tanto que no apareciese un temible mercado negro, que suele ser una señal inequívoca de la inoperancia del estado) y que los mercados y las raciones se mantuviesen en unos límites razonables dada la situación, de esta forma, el inevitable descontento popular quedó dentro de unos límites razonables hasta 1916.

Respecto a la producción de sucedáneos, es necesario recordar el paso de Rathenau por la industria química y por tanto sabía que a partir de unas materias primas muy simples se podían obtener algunos productos interesantes como los nitratos (imprescindibles para producir abonos sintéticos y explosivos) o el caucho artificial. En cierto modo, Rathenau es el responsable indirecto de la crisis del salitre chileno (principal fuente de nitratos antes de la Gran Guerra) y del caucho amazónico. Los aliados no tenían estos problemas, al tener abiertos los mercados americanos y sus colonias producían todo el caucho natural que necesitaban; pese a todo, al final de la guerra se abalanzaron como buitres sobre estas patentes alemanas, pero esa es otra historia.

Pese a estos innegables éxitos, Rathenau no podía hacer milagros y no dudaba en decir a todo aquel que le escuchase que aquellas medidas solo eran parches provisionales, que Alemania necesitaba un suministro constante e irrestricto de materias primas baratas o debía acabar la guerra lo antes posible. También dejó clara su negativa a la guerra submarina total, por razones humanitarias y estratégicas (intuía que eso era declarar la guerra a Estados Unidos). Desgraciadamente los generales (y almirantes) alemanes rechazaron estas peticiones y ante la imposibilidad de responder a sus argumentos con argumentos se optó por hacerle callar con estúpidas acusaciones de derrotista y de no tener la suficiente fe en la victoria y en el pueblo alemán; cuando se recurre a la fe es que no se puede recurrir a otra cosa y Rathenau comprendió que poco más se podía hacer.

Paralelamente a sus llamadas a la racionalidad, aumentaron las habladurías contra Rathenau y puesto que los patrioteros (que no patriotas) solo podían optar con la fe como arma, no dudaron en emplear todo tipo de basura dialéctica contra Rathenau, incluyendo la envidia (un millonario nunca comprenderá al noble pueblo alemán que se mancha las manos con la sangre del enemigo y con el estiércol del campo), la maledicencia (es un incompetente al que le viene grande el cargo que ocupa y por tanto dice tonterías sobre el hambre y el campo) y por supuesto con su condición religiosa (un judío no tiene patria y por tanto no puede amar a Alemania).

La semilla de la teoría conspiranoica de la puñalada por la espalda se plantó en ese instante.

El 20 de junio de 1915 murió Emil Rathenau, con lo que Walther tuvo que hacerse cargo en exclusiva de AEG, que unido a la evidente pérdida de confianza del nuevo ejecutivo alemán, hizo que abandonase su puesto al servicio del estado. Con la salida de Rathenau Alemania perdía a uno de los escasos dirigentes serios con los que contaba, y su puesto fue ocupado por burócratas sin criterio o sin valor para decir a sus superiores la verdad y no lo que querían oír; Alemania optó por realizar un quimérico plan basado en mandar todo su poder económico e industrial al frente, sin tener en cuenta las necesidades de los civiles.

Este plan (llamado pomposamente Plan Hindenburg) sirvió básicamente para dar la razón a Rathenau: la economía alemana colapsó, el hambre se instaló en la retaguardia y con el hambre se sucedieron las huelgas, los sabotajes y las exigencias de paz a cualquier precio. A esta situación se unió la llegada de Estados Unidos a la guerra y el fracaso de las últimas ofensivas alemanas en Francia.

Gracias a la diplomacia de los países neutrales, los aliados sabían que Alemania había colapsado y cuando el nuevo gobierno alemán pidió iniciar las conversaciones de paz, los enemigos de Alemania se dispusieron a saquear a fondo las riquezas del enemigo, e imponer unas condiciones de paz humillantes a la par que dañinas para una futura recuperación económica.

TRIUNFO Y ASESINATO
Ante este estado de cosas, el gobierno republicano decidió llamar a una de las pocas personas que salió con su prestigio intacto de la guerra; pese a toda la basura regurgitada por la extrema derecha alemana el pueblo alemán recordaba con agrado el periodo en el que Rathenau llevó la economía de guerra alemana.

Como resulta obvio, aquel ofrecimiento era formalmente un alto honor, pero en la práctica representaba una montaña de problemas. En primer lugar suponía que Rathenau no podría dirigir la reconversión del imperio AEG y su retorno a la industria civil, en un momento en que en Alemania todo estaba por hacer; por otra parte debería cooperar con los socialdemócratas con quienes estaba ideológicamente enfrentado, y para terminar debía conducir a una nación arruinada y derrotada, además debería tratar con sus enemigos y negociar desde una postura de extrema debilidad ante unos vencedores (sobre todo Francia y Bélgica) que no buscaban paz sino venganza.

El sentido común dictaba que cualquier acercamiento a algún puesto de responsabilidad en aquellas circunstancias sería perjudicial para la salud; pero como de costumbre Walther Rathenau actuó con patriotismo (patriotismo del que carecían el emperador Guillermo y el dictador Ludendroff cuando desertaron miserablemente de sus responsabilidades en 1918). El patriotismo se demuestra en los momentos difíciles cuando tus compatriotas tienen problemas y hay que intentar poner soluciones, por desagradable que sea, por costoso que sea y especialmente por desagradecido que sea.

Tras algunas vacilaciones Rathenau aceptó entrar en el gobierno en 1920, justo después del pronunciamiento (sigo sin entender por qué no se pueden llamar las cosas por su nombre cuando se trata de acontecimientos sitos al norte de los Pirineos) de Kapp. Suponemos que la peligrosa deriva de la política alemana decidió definitivamente a Rathenau a dar el paso a la política; aceptando dentro de los posibles cargos, uno de los más desagradables: ministro de asuntos exteriores, es decir le tocaba negociar directamente con los aliados las reparaciones de guerra.

En este punto Rathenau sabía que tenía muy poco margen de maniobra, debido a la extrema debilidad en la que se encontraba Alemania y como única alternativa al tratado de Versalles solo aparecía la ocupación militar y la posible desmembración de Alemania. No obstante Rathenau supo ver una posible ventaja en las desavenencias que empezaban a surgir entre los aliados; por una parte estaban los franceses y belgas, países que habían sufrido mucho con esta guerra (especialmente Bélgica) y que se mostraban inflexibles a la hora de exigir compensaciones económicas e incluso territoriales a Alemania; tengamos en cuenta que en Versalles no solo se destilaba afán de venganza estos dos países tenían necesidades económicas muy acuciantes y muy reales; necesitaban el dinero (en forma de oro, carbón, acero, bienes de consumo, etc.) de manera urgente para rehacer su vida económica e incluso social.

Por otra parte Gran Bretaña y sobre todo Estados Unidos se mostraban mucho más flexibles y comprensivos; aunque Gran Bretaña no estaba dispuesta a perdonar las compensaciones alemanas, pero se avenía a negociar plazos, entregas y cantidades; especialmente porque entre los negociadores británicos se encontraba uno de los pocos economistas con un sentido de la decencia y de la realidad tan infrecuentes en esta profesión, Lord Keynes.

El principal problema de Rathenau era saber cómo pagar tanto dinero a tantos países cuando no se dispone de ese dinero y además una parte de esos países exige el pago ya bajo amenaza de invasión (y recordemos que ante esa invasión estarías prácticamente indefenso); la solución que encontró Rathenau sin ser perfecta, era con mucha diferencia la menos mala: ofrecer a Gran Bretaña el pago en oro y dinero de las compensaciones, a cambio de mayor flexibilidad en los pagos y a Francia y Bélgica se les ofreció un pago en especie con la producción de carbón de alta calidad del Ruhr. Este acuerdo (o Tratado de Wiesbaden) fue acogido con frialdad por absolutamente todas las partes, pero finalmente fue aceptado por todos.

La que básicamente era la única forma realista de afrontar las compensaciones de guerra. Finalmente la actitud de Estados Unidos que convino en abrir una línea de créditos a Alemania para que ésta pudiese relanzar su economía y al mismo tiempo empezar a afrontar los pagos, terminó por vencer la resistencia de los más vengativos y menos realistas.

Es importante remarcar que en esos años se consumó el sueño de Rathenau al participar en la creación de un partido de centro-derecha, el Partido Democrático Alemán que básicamente recogía su ideario democrático; a pesar de que nunca tuvo lo que se dice un éxito arrollador (su mejor resultado fue un 18% de los votos en 1919), llama la atención la gran cantidad de intelectuales que atrajo (Einstein, Thomas Mann o Max Webber).

Tras la vorágine de Versalles, llegó el turno de los miles de tratados y subtratados que darían forma a la Europa de entre guerras y en ese momento Rathenau consiguió el mayor éxito de su carrera política al servicio de Alemania, el tratado de Rapallo.

La génesis de este tratado resulta como mínimo extraña; mientras que representantes de los gobiernos alemán y ruso se encontraban reunidos junto a otros líderes mundiales en la ciudad de Génova para tratar el siempre conflictivo tema del patrón oro, ocurrió algo ciertamente extraño. Los representantes soviéticos consiguieron contactar en secreto con los delegados alemanes para improvisar una conferencia por su cuenta.

Si hacemos caso a Sebastian Haffner, Rathenau no tenía ni la menor idea de las intenciones rusas, hasta el punto de que el aviso ruso, al producirse con nocturnidad y alevosía, sorprendió al honorable ministro en pijama. Desde luego Rathenau no fue el único sorprendido, por lo visto los representantes del resto de potencias se mostraron entre sorprendidos e indignados ante la reunión germano-rusa. Lo cierto es que resulta extraño que las potencias vencedoras de la Gran Guerra no supiesen prever ese entendimiento porque objetivamente hablando estas dos naciones estaban condenadas a entenderse; tanto la URSS como Alemania eran dos países aislados y amenazados por esas potencias (especialmente Japón en el caso soviético y Francia en el caso alemán; posteriormente estas amenazas se materializarían en ambos casos), ambas naciones tenían necesidades complementarias entre ambas (la URSS necesitaba tecnología moderna e industrias, Alemania materias primas baratas y un mercado para sus productos industriales).

Rathenau supo ver la gran oportunidad que se le presentaba a su nación y no dudó en reunirse en la pequeña localidad de Rapallo con la delegación rusa e improvisar una conferencia internacional de primer orden en la que se firmó un tratado que si bien beneficiaba a ambas partes, la parte que salía mejor parada era sin duda alguna Alemania. Además se hacía borrón y cuenta nueva respecto a las deudas de guerra mutuas y la fijación de fronteras (ese era el menor de los problemas, ninguna de las dos naciones podía pagar más deudas y no estaban para luchas fronterizas en Prusia Oriental).

No obstante, este tratado tenía una cláusula secreta que pesaría en el legado de Rathenau, la cláusula militar. El tratado de Rapallo destrozaba el fin último de los tratados de Versalles: la alienación de Alemania con el objetivo no declarado de frenar un rápido desarrollo económico, tecnológico e industrial que cuestionase la supremacía franco-británica en Europa y en el mundo; con el inmenso mercado ruso abierto a los productos alemanes y con un cheque en blanco ruso (en forma de materias primas baratas) para desarrollar nuevas técnicas e industrias, Alemania había roto el bloqueo económico impuesto por los aliados; pero también destrozó el veto aliado en lo referente a la investigación de tecnología de guerra. También incluía una cláusula para permitir a las industrias alemanas explotar los campos petrolíferos de Bakú a cambio de mejorar la tecnología extractora soviética y expulsando definitivamente los intereses británicos de esa zona, el petróleo ya no será un problema para Alemania hasta 1941.

Uno de los aspectos más espectaculares (y secretos) de este acuerdo fue el que Alemania literalmente montó factorías secretas en territorio soviético destinadas a co-fabricar aviones y tanques modernos, además, Alemania se beneficiaba de las extensas maniobras del ejército rojo en materia de despliegue de blindados y la combinación de armas en estas maniobras (blindados, aviones, infantería mecanizada, artillería autopropulsada,...) en realidad la guerra relámpago se gestó en Rapallo.

Como es fácil de imaginar, este tratado levantó ampollas en todo el mundo; a los aliados porque básicamente dinamitaba los esfuerzos de Versalles, pero curiosamente donde más polémica existió fue en la propia Alemania. Como hemos visto este tratado beneficiaba más a Alemania y fue visto como un éxito diplomático y económico, pero entre los sectores más cavernarios era visto como una súplica de la orgullosa Alemania al demonio rojo, como una conspiración judeo bolchevique y en resumen como una “traición” a Alemania (como es fácil de suponer, esta basura era regurgitada por los traidores de 1918). A esta situación, se unieron las críticas a la gestión del tratado de Versalles, que nuevamente era presentado como una traición a Alemania y una fase más de la famosa conspiración judía mundial contra Alemania y el cristianismo.

EL ASESINATO Y SUS CONSECUENCIAS
A los dos meses de la firma del tratado de Rapallo, Walther Rathenau sufrió un atentado que le costó la vida.

Es tentador establecer una crónica de este asesinato político como una gran conspiración militarista contra un estadista civil y judío pero siendo sinceros, podemos decir que el gran refrán español que dice eso de “entre todos la mataron y ella sola se murió” resume perfectamente este magnicidio.

Iremos por puntos para aclararlo mejor:
A Rathenau le asesinó la injusticia de la República de Weimar: desde 1919, la nueva república había reprimido diversos motines y conatos de guerra civil propiciados por extremistas de izquierda y derecha, pero solo se ensañó con la extrema izquierda a la que reprimió de forma implacable, mientras que miraba para otro lado con los crímenes de la extrema derecha militarista.

A Rathenau le asesinó la sensación de impunidad de la extrema derecha: Desde 1918 hasta 1922 los escuadrones de la muerte y los terroristas proto nazis llevaron a cabo una serie de asesinatos políticos que empezaron con Rosa Luxemburgo y culminó con Walther Rathenau. El gobierno socialdemócrata miraba para otro lado por miedo a iniciar una guerra civil y una cierta comprensión hacia unos asesinos que decían actuar por motivos patrióticos.

A Rathenau le asesinaron las mentiras y auto engaños de la extrema derecha: Insultar a Rathenau era una forma de no asumir los errores de la Gran Guerra; en cierto modo, eliminando a Rathenau se callaba a un molesto testigo de la incompetencia criminal de la dictadura de Ludendorff y en general, una muestra de que un país se gobierna con sentido común y no con soflamas patrioteras.

A Rathenau le asesinaron sus ganas de justicia social: Para hacer frente a los pagos de Versalles y para re lanzar la economía alemana, Rathenau preparaba una nueva ley fiscal que (resumiéndola mucho) consistía en establecer impuestos directos (los que más tenían, pagarían más justo al contrario de la contrarreforma fiscal que se está perpetrando en estos momentos en Europa). Esta reforma fue inmediatamente contestada por los patrioteros, quienes creían que crear riqueza consistía en imprimir billetes sin control, como veremos más adelante esta estupidez económica llevaría a Alemania otra vez al desastre.

A Rathenau le asesinó su patriotismo, su sentido del deber y su deseo de ayudar a sus compatriotas: Rathenau era millonario, no solo heredó una fortuna sino que su buen hacer empresarial, permitió a AEG salir de la guerra y del proceso de reconversión industrial sin arruinar sus empresas (cosa que no todos consiguieron); podría haberse dedicado a sus negocios y a disfrutar de una vida digna de un sátrapa, incluso podría haber esperado unos cuantos años y haber entrado en política cuando lo peor hubiese pasado. Pero asumió que su amor a Alemania estaba por encima de todo y que debía ayudar a su ingrato país en los peores años de su reciente existencia y lo hizo bien, tanto en la guerra como en la famélica posguerra, las medidas y las políticas de Rathenau funcionaron a largo plazo y habrían marcado el camino a seguir para la recuperación alemana. Tras su asesinato se establecieron unas medidas políticas y económicas irracionales (parece que lo único necesario para establecer una nueva ley era que no la habría aprobado Rathenau) que culminaron con la ruina de la nación y el camino a la siguiente guerra.

Esto es a grandes rasgos lo que mató a Rathenau, queda por ver la seudo-investigación de su asesinato.

El atentado contra Rathenau fue ciertamente espectacular, el ministro se estaba desplazando con su coche oficial (descapotable y sin blindar), cuando fue interceptado por otro vehículo. Los ocupantes de ese vehículo efectuaron varias ráfagas contra los ocupantes del coche oficial y lanzaron una granada al habitáculo del coche de Rathenau, para asegurarse de la muerte del ministro y seguramente mutilar horriblemente su cuerpo, aunque esto último no lo consiguieron del todo (la onda expansiva levantó el cuerpo de Rathenau).

Como era habitual durante estos atentados los asesinos dejaron muchas pistas, esto no era debido a la desidia de los terroristas sino que es un efecto buscado por todos los escuadrones de la muerte y terroristas del mundo: no tiene que quedar la más mínima duda de quién había hecho esto y por qué; además los terroristas contaban con la impunidad habitual de ese período, desde el asesinato de Rosa Luxemburgo la policía alemana tenía por costumbre mirar hacia otro lado cuando un crimen era cometido por motivos “patrióticos” y si algún superior intentaba investigar algo más de lo normal, no tardaba en recibir todo tipo de amenazas.

Pero esa vez fue diferente.
Tras el asesinato de Rathenau, el país sufrió una conmoción. De repente los melindrosos socialdemócratas y demócratas de Weimar se hartaron de la impunidad de los terroristas patrioteros. De repente las clases medias y trabajadoras se hartaron de aceptar pasivamente esa situación e improvisaron una huelga general que literalmente paralizó al país. De repente los demócratas se dieron cuenta de su fuerza y los patrioteros se dieron cuenta de que básicamente eran una secta de iluminados.

La primera consecuencia del asesinato de Rathenau fue la redacción de la “Ley para la defensa de la República”, que entre otras cosas prohibía las organizaciones antisemitas; otra consecuencia de ese magnicidio fue que la policía tuvo que investigar el crimen, para variar. Como ya dijimos, los terroristas dejaron un montón de pruebas y nada mas empezar a investigar el caso comenzó a apestar.

En primer lugar se descubrió que todas las armas y la munición empleada eran de procedencia militar, de modo que los autores o eran militares o tenían estrecho contacto con las fuerzas armadas; a partir de ahí no fue difícil seguir el rastro de los asesinos, a las cuatro semanas del asesinato la policía estrechó el cerco y finalmente les rodearon en el castillo de Bad Kosen. En este momento no está claro lo que ocurrió, unas fuentes dicen que los terroristas fueron abatidos por la policía y otros mantienen que los terroristas se suicidaron; o tal vez los suicidaron, iniciando con este acto una larga tradición alemana (hace poco se dio el último caso:

Un año más tarde del asesinato de Rathenau, Hitler realizó su patético pronunciamiento en Munich. Desde el punto de vista económico se hizo exactamente lo contrario que solicitaba Rathenau; no se crearon nuevos impuestos y se dedicaron a imprimir montañas de papel moneda (monetizar la deuda, se llama eso). Como consecuencia de esta estúpida decisión el precio del marco se desplomó y los aliados se negaron a aceptar el pago en marcos de las compensaciones de guerra; el gobierno reaccionó con la típica huida hacia adelante guillermina: canceló los pagos alegando que no tenía suficiente dinero; cuando se le ofreció seguir pagando con carbón y otros pagos en especie, el gobierno canceló las exportaciones de carbón.

Francia y Bélgica reaccionaron con la ocupación de la cuenca del Ruhr, en esa huida hacia adelante, el gobierno alemán promovió (y subvencionó) huelgas masivas en Renania que fueron duramente reprimidas por las tropas ocupantes; mientras tanto la hiperinflación terminó de quebrar la economía alemana. El resto es de sobra conocido.

Parece que la musa Clio no carece de ironía; la situación que sufrió Alemania en 1922-1923 es muy parecida a la de 1915, en ambos casos un excelente pero incómodo estadista supo manejar la economía alemana en situaciones poco menos que espantosas, se toman medidas duras pero socialmente justas que son mal recibidas por la caverna dirigente (y mediática) alemana, se expulsa del poder al estadista (una vez por invitación, la segunda por asesinato) y finalmente ocurre exactamente lo que quería evitar el estadista.

Tenemos una reflexión final sobre la reforma fiscal que planeaba Rathenau y su contestación entre los patrioteros. Resulta curioso ver como en todas partes y en todas épocas el ser humano actúa de forma parecida: los patrioteros (esa gentuza que siempre va con la bandera bordada en la ropa y cada dos palabras pronuncian el nombre del país) parece que desarrollan una extraña fobia a pagar impuestos para su país. Quizá el ejemplo más divertido es el de los deportistas y cantantes que se encuentran exiliados fiscalmente en algún país offshore; aunque últimamente parece que entre ese selecto grupo hay que añadir a miembros de casas reales. Y esta es la mejor lección que podemos sacar de la historia de Rathenau: a la hora de la verdad los patriotas se sacrifican por su país, en tanto que los patrioteros exigen que el país se sacrifique por ellos.

http://www.rathenau.ch/http://www.piensologoexisto.com/aeg-la-primera-identidad-corporativa-de-la-historia/
http://forococinas.athost.net/curiosidades_aeg.html
libro: ¿Qué fue del buen samaritano? Escrito por Ha-Joon Chang http://www.biografiasyvidas.com/biografia/r/rathenau_walther.ht http://catarina.udlap.mx/u_dl_a/tales/documentos/lri/gonzalez_m_c/capitulo2.pdf
libro: Los judíos de Europa Escrito por Uriel Macías y Elena Romero. http://hemeroteca.abc.es/nav/Navigate.exe/hemeroteca/madrid/abc/1972/01/07/036.html http://hemerotecadigital.bne.es/datos1/numeros/internet/Madrid/Vida%20financiera/1922/192201/19220120/19220120_00000.pdf
libro: La wehrmacht: los crímenes del ejército alemán Escrito por Wolfram Wette
libro: El pacto con el diablo Escrito por Sebastian Haffner. http://findarticles.com/p/articles/mi_m0411/is_n3_v44/ai_17422958/

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