lunes, 18 de septiembre de 2023

La posguerra infinita

Durante décadas el imaginario moderno español se ha movido entre el hundimiento y la redención, es decir, entre la imposición de la dictadura en 1939 y la Transición democrática. En medio, 40 años nebulosos en los que se mezclan historia, memoria y propaganda. Varios libros recientes arrojan nueva luz sobre ese periodo sin caer en el descargo de conciencia ni en el ajuste de cuentas.


Venta de pan con cartilla de racionamiento en Madrid, en 1940.

Venta de pan con cartilla de racionamiento en Madrid, en 1940. EFE (EFE) En los últimos años ha aparecido un importante volumen de obras centradas, total o parcialmente, en la posguerra española. El dominio de la Guerra Civil se ha trasvasado al periodo inmediatamente posterior, consolidando la visión de una etapa nueva, mucho más compleja que la fijada en su relato fundacional. Emerge, desde la literatura y la historia, como ya lo había hecho antes en el cine o en el cómic, una posguerra infinita. El tiempo largo, de un país roto y deshecho, vuelve a ocupar, si alguna vez lo había dejado, nuestro imaginario colectivo. 

 Las razones de este fenómeno no son únicas y obedecen, como ya señalara Tony Judt en Postguerra, a la necesidad común de reconstruir la memoria familiar por encima de la historia oficial. El pasado sirve a esa obligación de reencontrarnos con nosotros mismos y reconfortarnos con nuestra sociedad. La diferencia en este punto resulta fundamental para entender el bum de la posguerra española, porque, en nuestro caso, seguimos buscando recuerdos comunes. 

Una mujer enferma de tuberculosis se refugia bajo una lona improvisada, en Barcelona en 1951.

 Una mujer enferma de tuberculosis se refugia bajo una lona improvisada, en Barcelona en 1951. HULTON-DEUTSCH COLLECTION (CORBI)

 El anhelo de un punto de origen compartido trata de suplir las carencias de una historia que desemboca, forzosamente, en la dictadura como hundimiento o en la Transición como salvación, resultados lógicos de una etapa en la que perdimos el rumbo, el epicentro como sociedad. Se buscan, por tanto, rutas que tiendan puentes al conocimiento de un pasado al que seguimos sin querer mirar a la cara. Historias hermanadas, silenciadas por el hambre y la tragedia. Y por la censura. Décadas de investigación en archivos, de remover montañas de papeles, han sacado a la luz un aluvión de fuentes y un sinfín de preguntas. Una vuelta atrás, una búsqueda del grial, de un mundo perdido, prohibido durante años, que solo es posible realizar, en definitiva, a través de los libros. 

Desde los comienzos de la democracia, el estudio de la Guerra Civil eclipsó todo lo demás, imponiendo la visión de un pasado atrasado y violento. Nuestra historia era una lucha de sucesivas guerras civiles. Su mayor reto, por ejemplo, a comienzos de los años ochenta, pasaba todavía por superar el debate, la guerra de cifras, de la naturaleza fratricida y violenta de los españoles. Los estudios locales y regionales, promovidos por las nuevas instituciones culturales autonómicas, siguieron centrados en el recuento de víctimas como base de memoriales o actos conmemorativos. Mantuvieron una historia de las dos Españas que había que equiparar para superar, pero, sobre todo, para no herir a nadie. Había una necesidad de sanar, de olvidar, de mirar hacia el futuro. Un discurso, originado en el franquismo y asumido durante la Transición, mantenido durante décadas en el mundo académico. Era el tiempo de las condenas morales de un pasado violento, que, en realidad, no explicaban nada. Nadie quería complicarse la vida con un tema tan espinoso. 

 Novelistas como Martínez de Pisón o Trapiello matizan en sus nuevos libros el relato heroico 

Este guion, más o menos preestablecido, se ha seguido respetando hasta hoy, aunque ya no se aplica como regla universal para entender la inmediata posguerra. La investigación y los estudios comparados han explorado con éxito esas otras rutas del camino de vuelta al pasado. Lecturas que parecían imposibles hace tan solo unos años marcan la pauta. Castillos de fuego (Seix Barral), la novela de Ignacio Martínez de Pisón, es quizás la advertencia más reciente de que la distancia que separaba ambos mundos, guerra y posguerra, era solo artificial. Un drama coral del miedo, la soledad, de una sociedad hundida y separada por la tragedia del peor de los conflictos civiles; nada más lejos que la memoria heroica del periodo que se alentaba hace tan solo una década. Sus personajes deambulan por el encierro permanente en el que se había convertido la sociedad española de vencedores y vencidos. 

 Un clima asfixiante recreado por un torrente de imágenes de archivo que nutre también Madrid 1945. La noche de los Cuatro Caminos (Destino), de Andrés Trapiello. Continuación de un trabajo iniciado 20 años atrás, muestra la inutilidad del sufrimiento desde el ángulo opuesto, desde la clandestinidad y su continua destrucción a manos de la Dirección General de Seguridad franquista. Quién podía pensar que los consejos de guerra, tan denostados hasta hace poco, se iban a convertir en una fuente inagotable para la reconstrucción de nuestra historia reciente. 

La huella imborrable que esos años dejó en varias generaciones, el trauma de aquellos niños que crecieron escuchando historias terribles en voz baja, se ha transformado en una suerte de escritura creativa, donde su propia experiencia aparece como la verdadera terapia de grupo. Esos antiguos susurros cobran nueva vida en una lectura compartida contra el odio que recorre nuestros días. Los libros de historia han llegado a la misma comprensión desde ángulos distintos, realzando una nueva planimetría de la posguerra. 

 Una generación de jóvenes historiadores, con una metodología renovada y un esfuerzo continuado, trabajan con una serie de hipótesis que, poco o nada, tienen que ver ya con el marco historiográfico de los años ochenta. Una mirada que deja atrás las querellas del fin de la guerra, las biografías o las memorias políticas que llenaron, durante mucho tiempo, el edificio político de una posguerra huérfana hoy de significados. 

La ciudad aparece como un universo inabarcable que emerge, crece y se expande, a través del dolor. Madrid, esa ciudad de un millón de muertos por la que sangró Dámaso Alonso en Hijos de la ira, revisitada desde La colmena a Tiempo de silencio, sigue siendo un escenario histórico inagotable. Del asedio, del heroico Madrid republicano, la Capital de la gloria, que describió Juan Eduardo Zúñiga, pasaría, sin solución de continuidad, a ser la gran metrópolis del fascismo. La obra de Pablo del Hierro Madrid. Metrópolis (neo)fascista (Crítica), que abarca cronológicamente hasta principios de los años ochenta, analiza de abajo arriba las sucesivas capas, desde la arquitectura a las redes políticas y financieras, que aseguraron ese paso trascendental de la mano del neofascismo de posguerra. El objetivo no es entender la victoria, que sería más bien un punto de llegada, sino la propia reconstrucción de posguerra y la consolidación de la dictadura. Un proceso dual alentado por el mayor esfuerzo represivo de la España contemporánea, que no puede entenderse sin el peso específico que estas redes ocuparon dentro de las familias de un régimen, oficialmente ya dirigido por “técnicos”. A pesar de que nada en el espacio público lo recuerde hoy, ha dejado múltiples huellas en el paisaje urbano, económico y social de la capital.

 Un análisis desde el subsuelo que también utiliza Daniel Oviedo en El enemigo a las puertas (Comares), pormenorizado estudio de las prácticas acusatorias, de las denuncias que presidieron la guerra y la posguerra. Su gran virtud, su enorme dificultad, pasa por convertir un minucioso trabajo sobre la figura de los chivatos, de los porteros, en un esfuerzo sostenido por la búsqueda de la supervivencia y del poder dentro de las clases populares. Una necesidad que ya advirtiera Baroja en la vida de los márgenes de principios del siglo XX, que fue llevada al límite durante los años treinta y cuarenta. Un libro que asume la necesidad, habitual en la historiografía de otros países, de evaluar las rupturas y continuidades tanto en los aparatos coercitivos como en las denuncias y otras prácticas acusatorias, más allá de los periodos estrictamente dictatoriales. 

El símbolo de la Falange y la palabra Alemania iluminados con motivo del cuarto aniversario del fin de la Guerra Civil, en la sede de la Secretaría General del Movimiento, en Madrid en 1943. El símbolo de la Falange y la palabra Alemania iluminados con motivo del cuarto aniversario del fin de la Guerra Civil, en la sede de la Secretaría General del Movimiento, en Madrid en 1943. WOLFGANG WEBER (ULLSTEIN BILD / (ULLSTEIN BILD VIA GETTY IAGES) 
La colaboración, la profunda relación con el Eje, venía de lejos; partía, en realidad, de un mapa que nos iguala, nos acerca a procesos similares en todo al escenario europeo. Hasta el momento, la historia del fascismo español permanecía unida a la efímera etapa azul del franquismo; etapa que se fue borrando, difuminando, como la conspiración judeomasónica o el saludo romano, a medida que los aliados avanzaban en todos los frentes. Marco da Costa, en La España nazi. Crónica de una colaboración ideológica e intelectual, 1931-1945 (Taurus), analiza esa relación desde el plano intelectual. Al igual que los trabajos anteriores, despliega una batería de pruebas documentales para indagar en los orígenes de una relación que era innombrable y quedó prohibida con posterioridad. Aquello nunca había ocurrido. Más allá de los préstamos ideológicos o las adaptaciones del lenguaje político que conocíamos, fomentadas, sobre todo, por el todopoderoso Serrano Suñer, el autor bucea en las negras y profundas aguas de los fantasmas patrios, a través de un sueño totalitario más arraigado de lo que parecía tras la fachada ideológica de un régimen antipolítico por naturaleza. 
Hasta la derrota alemana en Stalingrado, la España franquista fue claramente hitleriana 
Uno de los grandes hallazgos de este trabajo es demostrar que, hasta la derrota alemana en Stalingrado, la España franquista fue claramente hitleriana más que filonazi. A partir de esa fecha se inició una nueva coyuntura en la que el régimen español adoptaría otras etiquetas ideológicas, como la de “democracia orgánica”, que le permitiría pervivir en la posguerra europea, mostrar su neutralidad a toda costa e intentar olvidar su colaboracionismo con el Eje. Un lavado de imagen que fue llevado a cabo por la misma intelectualidad que, tan solo unos años antes, se había responsabilizado con orgullo de difundir el ideario nacionalsocialista entre la prensa y el mundo académico de la época.
Un papel, el del periodismo y la intelectualidad contrarrevolucionaria, falangista y tradicionalista, capaz de crear sus propios chivos expiatorios para asimilar, interpretar y propagar la ideología del Tercer Reich en España, a través de la literatura y el pensamiento en ese mismo marco de los años treinta y cuarenta. Un expurgo, una limpieza, que la depuración de la enseñanza y del mundo universitario permitieron prolongar y profundizar. Sobre todo, para aquellos que, gracias a la Junta de Ampliación de Estudios, habían convivido con aquel ambiente científico alemán que dotó de normalidad, desde los más diversos campos, como la política racial, la defensa jurídica de la comunidad o la destrucción de los enemigos internos, el ascenso y la consolidación del nazismo. Una relación que se tornó más que estrecha en el inmenso campo de pruebas táctico y tecnológico que la guerra de España abrió para los planes de Hitler." 
La historia de España que se enseña en las aulas no termina de incorporar estos y otros aspectos demostrados en la investigación reciente. La versión tradicional y heredada de la historia se ha resquebrajado, pero no se ha modificado del todo. La interiorización de esos cambios pasa por enfrentarnos a una memoria familiar heredada que, en realidad, desconocemos al completo. Al menos hasta mi generación, lo corriente y más habitual era escuchar que “de eso entonces no se hablaba”. 
Poco a poco, con el paso del tiempo, ha crecido el interés y se han ido llenando muchas de las lagunas sobre la posguerra y la vida cotidiana durante la dictadura. A través de un relato que hemos hecho coincidir con la versión oficial, la menos dolorosa o interesada en cada caso, nos hemos convencido de una historia sin conocer nada, realmente, de nuestro pasado común. Ese ha sido, tal vez, el precio más alto a pagar por el olvido, pero no ha sido el único.
 El panorama ha cambiado pero la posguerra sigue siendo una completa desconocida para la mayoría de nosotros. Se impuso una reinvención del pasado en todos los ámbitos, público y privado, cuyas consecuencias siguen hoy latentes. La mala memoria no es un mal solo del presente, es universal, y como demuestra la posguerra española contiene un elemento de supervivencia social. Cuando todo ese pasado desordenado aflora de manera interesada en el presente, las sociedades sucumben, vuelven a su lugar de origen, a sus tragedias más hondas. Su análisis ha necesitado muchas décadas para regresar a la luz de las fuentes y del conocimiento histórico. Un mundo que, más que nos pese, hasta el momento, no había sido estudiado desde su propio contexto y todavía se movía entre el ajuste de cuentas y el descargo de conciencia de sus protagonistas. Por muy verídicos y desinteresados que fueran sus testimonios, no tenían intención alguna de analizar su época, sino de ordenarla retrospectivamente a su favor. Las guerras de nuestros antepasados, como ya advirtiera Delibes, arrasan las sociedades, imponen sus imágenes, sus recuerdos, para dar forma a la posguerra. Sus restos afloran, hoy, a la superficie.  
Gutmaro Gómez Bravo es historiador. Autor de libros como "El exilio interior’ ‘Geografía humana de la represión franquista’." 
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