Creer que cada uno, de forma aislada, puede llegar a poseer todo el conocimiento existente sobre cualquier tema es tan ridículo como imposible. Y más sobre todos los temas. Por eso, cada vez más claramente, se hace indispensable la interdisciplinariedad. En mi Facultad de Educación se está haciendo un hermoso proyecto en el que están participando cuatro equipos profesionales. Se trata de dos aulas blancas, que servirán para la investigación educativa. Hay un equipo de arquitectura, otro de biología, un tercero de informática y el cuarto de pedagogía. Es este último el que planteará las ideas, los otros tres tratarán de llevarlas a la práctica en sus respectivas parcelas.
Se trata de dos aulas contiguas completamente vacías, blancas, con jardines colgantes, con cámaras ocultas para grabar, con puertas móviles que pueden convertirse en casitas… Funcionará como un laboratorio de relaciones didácticas y sociales.
Sobre esta cuestión de la verdad compartida, me gusta contar una leyenda persa que dice que al comienzo de los tiempos, los dioses repartieron la verdad dando a cada persona un trocito, de manera que, para reconstruirla, hace falta poner el trozo de cada uno. No hay trozo despreciable, no hay trozo insignificante, el de todos y el de cada uno es necesario. Verdad y comunicación serían las dos caras de la misma moneda.
Todo lo aprendemos entre todos. La formación de equipo es, a mi modo de ver, fundamental para enseñar y para aprender. También para investigar. Se aprende mejor con el trabajo cooperativo. También se enseña mejor. Y solo así se puede investigar.
Interrogarse mutuamente, cuestionarse, dialogar, explicar, criticar, observar, intercambiar, compartir, contrastar, preguntar, escuchar, debatir… son verbos que necesitamos conjugar en la práctica del aprendizaje, de la enseñanza y de la investigación. Lo cual significa tener capacidad de escucha cuando otro habla y capacidad de expresión cuando nosotros lo hacemos. Y, en ambos casos, la humildad necesaria que exige tanto la enseñanza como el aprendizaje.
Esta necesidad que planteo de la cooperación para el aprendizaje se hace también patente en la dimensión afectiva. Necesitamos de los otros para ser nosotros mismos. No hay yo si no existe un tú. En el aprendizaje cooperativo no somos robots que interactúan, somos seres sintientes que se comunican. Por eso es fundamental cultivar la empatía. En el año 2006, el presidente Barak Obama ofreció un discurso en el acto de graduación de la Universidad de Northwestern. Y en él afirmó: “ En este país se habla mucho del déficit federal, pero yo creo que deberíamos hablar más del déficit de empatía, de la habilidad de ponernos a nosotros mismos en los zapatos del otro”. De eso habla el estupendo libro de Andrea Giráldez Hayes y Emma-Sue Prince titulado “Habilidades para la vida, Aprender a ser y aprender a convivir en la escuela” que tuve el honor de prologar.
Lo hemos visto muchas veces en concursos o juegos televisivos que consisten en acertar alguna pregunta entre tres o cuatro opciones. Suele haber varios comodines, uno de hacer una llamada, otro de eliminar el 50% de las repuestas y uno es el del publico. Todos los asistentes dan una respuesta y se le ofrece al concursante el porcentaje de respuestas en cada opción. No he visto nunca que el público diese una respuesta incorrecta.
Se confirma esta hipótesis en otra experiencia. Se pregunta cuántos kilos pesa una vaca que los espectadores tienen delante. El peso más aproximado sale de la media de las apreciaciones de todos los participantes.
Voy a compartir con los lectores una actividad que muestra las ventajas del trabajo cooperativo. La tomo de mi libro “Ideas en acción”. Un libro que nace en la cafetería de mi Facultad cuando, poco antes de jubilarme, una profesora y amiga me dice:
– Antes de irte (no supe si era de este mundo o de la Facultad), ¿por qué no recopilas esas prácticas que haces en tus clases y conferencias para que otros podamos realizarlas en las nuestras?”.
La sugerencia no cayó en saco roto. Escribí ese libro, que editó Homo Sapiens (Rosario. Argentina) Un libro que es más para hacer que para leer. En él presenté setenta ejercicios para la enseñanza y el desarrollo emocional. Ejercicios que están agrupados en los siguientes bloques: lenguaje, enseñanza y aprendizaje, evaluación, diversidad, observación, organización, dirección, creatividad, género, comunicación, diálogo, solución de conflictos, y educación emocional. Ahora estoy pensando en otro tomo que se titularía “Más ideas en acción“ porque son muchas más las que he puesto alguna vez en práctica.
Digo en la introducción del libro: “Lo que uno hace se recuerda con mayor eficacia que lo que uno ve que otros hacen. Lo que uno ve que otros hacen, a su vez, se recuerda mejor que lo que se escucha a otros contar sobre lo que otros han hecho. Los que solo oyen, recuerdan con menor eficacia. Por eso estos ejercicios son para hacer, para ensayar, para experimentar, para vivir. Y, por qué no, para divertirse”.
En la actividad participan cinco personas que se sientan en torno a una mesa. Les entrego a cada uno, al azar, tres piezas de un puzle. La tarea consiste en que cada uno construya con tres piezas (no necesariamente con las tres que les he dado) un cuadrado de igual tamaño .
La consigna podría ser la siguiente: “Se trata de ver quién lo hace primero. Y ese recibirá el premio que corresponde al ganador”. Lo que prima en la sociedad neoliberal es el individualismo exacerbado (cada uno a lo suyo para ganar a los demás) y la competitividad extrema. También la obsesión por el resultado y, por supuesto, el relativismo moral. Si quieres conseguir algo, vale todo. La consigna de construir un cuadrado con tres piezas llevaría a competir, a engañar, a utilizar la fuerza para hacerse con las tres piezas y terminar el primero para recibir la recompensa.
Y ahí está la clave. Porque lo que realmente deben hacer es una actividad que tiene un fin compartido y un trabajo cooperativo. La consigna es la siguiente. “Tenéis que formar cinco cuadrados iguales, cada uno con tres piezas. Los cinco cuadrados iguales tienen que formarse siguiendo estas dos consignas: en silencio y entregando a cualquiera de los cuatro compañeros la pieza que él necesite para hacer un cuadrado. Lo que se propone, pues, es lo siguiente: qué necesitan mis compañeros para que todos salgamos ganando.
El ejercicio está bien concebido porque hay alguna formación de un cuadrado de tres piezas igual que los demás que es falsa, de modo que, si no se deshace, el ejercicio no se puede terminar de forma exitosa. Es decir que existe un éxito individual que bloquea el éxito colectivo.
Imaginamos que cuatro tienen ya construido su cuadrado y que el quinto miembro del grupo se queda con tres piezas que no sabe ensamblar para que formen un cuadrado. La tentación del resto es hacerlo por ella, en lugar de confiar en su capacidad y esperar a que busque la solución. Una solución que, por cierto, siempre acaba encontrando.
Esa actitud de qué es lo que necesitan los otros para que todos salgamos ganando, para que podamos conseguir fines compartidos y para trabajar armoniosa y eficazmente es un modo de proceder alejado de las consignas de la cultura neoliberal.
Cuento a propósito de esta actitud solidaria una simpática anécdota. Los monjes trapenses de un abadía tenían una norma por la cual si algún hermano necesitaba algo no lo podía pedir para él mismo, tenía que verlo el compañero y pedirlo para él. En cierta ocasión los monjes se sentaron para tomar el desayuno. Tenían servido el café. Uno de ellos ve con asombro y con asco que tiene ahogado un ratón en su taza. Como los dos compañeros no lo pueden ver y él no puede pedir que le cambien el tazón, piensa que se va a quedar sin desayunar. Pero, como el hambre aguza el ingenio, se le ocurre una forma de tomar su café sin faltar a la regla. Llama al que sirve en el comedor y le dice:
– Por favor, hermano, a estos dos compañeros (señala a un lado y a otro), no les han servido ratón esta mañana.
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