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viernes, 30 de septiembre de 2022

_- El arte de cerrar bien las etapas

      _- RICARDO TOMÁS (CON FOTOGRAFÍAS DE GETTY IMAGES)

Desterrar la melancolía.


Sin nostalgia, sin rencores y sin lastres del pasado es mucho más fácil poner toda la energía para labrar un futuro positivo. Ocho estrategias para celebrar el final.

A todo el mundo le cuesta aceptar el fin de una etapa, por la dificultad que supone"soltar"una determinada forma de vivir. Puede tratarse del fin de una relacuión, de un estatus laboral o, incluso de la propia existencia.

En todo caso antes de que se consuma nuetro tiempo en la Tierra, vamos a experimentar muchos finalesy, según como los afrontemos, pueden quedar como una herida que supura o como un colofón memorable para pasar de forma saludable a otra fase.

El reciente documental de Peter Jackson The Beatles; Get Back, sobre los compases finales de la banda, muetra que la conclusión de una historia puede ser hermosa y facilitar la entrada a un nuevo período . Contra la creencia de que el fin de los Fab Four fue poco amistoso, las casi ocuo horas de metraja -a partir de las casi 60 quese rodaron- muetran muchos momentos de buen humos; disfrute, discusión creativa y, como fin de fiesta, el último concierto en la azotea de Apple Records.

Para aplicar ese mismo espiritu de celebración, hay ocho medidas que podemos utilizar.

1. Agradecer lo vivido y lo aprendido.
Si valoramos la etapa que dejamos atrás, podremos salir de ella con buena energía. Aunque al final haya sido difícil -algo muy común en las rupturas sentimentales- , si no queremos cargar con el pasado, hay que hacer el esfuerzo de focalizarnos en los aspectos positivos de la experiencia, aunque sean pocos.

2. Perdonar y perdonarse. 
Entre los peores lastres para iniciar un nuevo camino están las cuentas pendientes, tanto si mantenemos vivas las ofensas de otros como si no sentimos culpables por no haberlo hecho mejor. Pedir disculpas si es necesario, aunque sea en un escritodirigido a nadie, y perdonarse a sí mismo ayuda.

3. Desterrar la melancolía.

En especial cuando el cambio de etapa no lo hemos provocado nosotros, es fáciol quedarse atrapado en el mundo de ayer. podremos permitirnos la nostalgia cuando pase el tiempo, pero ahora no es el momento de evocar situaciones pasadas. Tampoco es hopra de jugar a editar nuestra historia con el "Qué habría pasado si, ..." Necesitamos toda la energía disponible para los proyectos que podamos iniciar ahora.

4. Ser protagonista del cambio.
Parafraseando un célebre texto de Buda. el autor motivacional Joh C. Maxwell decía: "El cambio es inevitable, el crecimiento es opcional". Todo lo que empieza acaba, y algo nuevo llega detrás, como olas que se suceden en el mar de la existencia. Podemos ahogarnos en el oleaje, deseando no haber abandonado nunca tierra firme, o surfear.

5. Movilizar recursos en lo nuevo.
Así como el esfuerzo inútil conduce a la melqancolía, como decía el filósofo Ortega y Gasset, el esfuerzo bien dirigido nos lleva al porvenir. Una vez hemos salido de la etapa, empieza otro viaje que requerirá que invertamos nuestro tiempo, talento e ilusiones. En lugar de tratar de explicar el pasado, la grancuestión es: ¿Qué quiero hacer en adelante?

6. Encontrar actores distintos.
Cuando se abandona una fiesta a la que no vamos a volver, no es necesario ni aconsejable llevarse a casa a los invitados. Al contrario, opara refrescarnos -sobre todo si la salida ha sido accidentada-, es aconsejable empezar a frecuentar gente nueva que, además de no recordarnos quienes fuimos, nos acompañarán en la construcción de lo que vamos a ser.

7. Poner el futuro en el calendario.
Es natural que al terminar un largo período nos sintamos agotados, con la sensación de encontrarnos en tierra de nadie, Sucede, por ejemplo, en lso primeros días de las personas que se jubilan. Por eso es importante poner en agenda aquello que queremos hacer en adelante.

8. Ejercer de late Bloomer.


Todo cambio genera posibilidades. Así como los pensionistas recuperan su tiempo, el dfin de una relación abre la puerta a conocer nuevas personas. Sin la disolución de The Beatles, muchas canciones de Lennon nunca habrían existido. Hay pasiones que florecen tarde. para acabar de celebrar el cambio de etapa, hay que preguntarse: ¿Qué no podiamos hacer y ahora si podemos? En la rspuesta está el futuro inmediato.

Vamos a morir, somos afortunados.

- Es la primera frase de un discurso de Richard Dawkins en el que decía "La mayoría de la gente no morirá nunca porque no va a nacer nunca. la gente que podría haber estado en mi lugar sobrepasa con creces el número de granos de arena del desierto del Sahara"

- Asegura que entre los no nacidos hay poetas mayores que Keats y científicos superiores a Newton, pero somos nosotros los privilegiados. "Ganamos la lotería de nacer contra todo pronostico, ¿y como nos atrevemos a lloriquear por nuestro inevitable regreso a ese estado previo del que la inmensa mayoría jamás escapó?"

Francisco Miralles, El País semanal, domingo 18 de septiembre de 2022.

domingo, 11 de junio de 2017

Venenos silenciosos. José Luis Barbería

Cáncer, infertilidad, diabetes, superbacterias resistentes a los antibióticos… Son las nuevas plagas de la contaminación global, vinculadas a la exposición creciente a compuestos químicos relacionados con nuestro estilo de vida.


LA LECHUGA que usted se sirve a la mesa puede muy bien haber sido regada con amoxicilina o ibuprofeno, sobre todo si el suministrador irriga su huerta con aguas residuales; el pescado que consume puede contener metales pesados, particularmente si se trata de un pez grande, depredador; y el filete de carne quizá proceda de un animal tratado con fármacos o alimentado con piensos basura.

El químico estadounidense Thomas Midgley, inventor de los compuestos clorofluorocarbonos (CFC), falleció en 1944 con la satisfacción de haber hecho un gran servicio a la humanidad. Los CFC, utilizados como refrigeradores en el aire acondicionado de los vehículos, la industria y las neveras domésticas, estaban desempeñando un papel importante en la conservación de los alimentos y, por lo tanto, en la lucha contra el hambre en el mundo. Años después, se evidenció que los CFC eran los principales causantes de la destrucción de la capa de ozono.

El suizo Paul Hermann Müller, premio Nobel de Medicina en 1948 por su descubrimiento del compuesto organoclorado DDT (difenil tricloroetano), tuvo peor suerte. Murió en 1965, tres años después de que el libro La primavera silenciosa, de la bióloga marina Rachel Carson, pusiera de manifiesto que su popular insecticida, tan eficaz en la lucha contra la malaria y la fiebre amarilla, había contaminado hasta al último habitante y rincón del planeta, además de extinguir a especies de fauna y flora. Pese a que fue prohibido en los años setenta, la humanidad y los animales al completo seguimos todavía portando cantidades residuales de ese compuesto. El DDT está hoy presente en las placentas, los cordones umbilicales y la leche con que las madres actuales amamantan a los bebés. Además de DDT, nuestros niños presentan muchas otras sustancias de síntesis en orina y sangre.

“¿Es posible hacer un uso sostenible de los productos químicos que mejoran nuestra calidad de vida y, al mismo tiempo, disfrutar de un planeta no contaminado? ¿Podemos seguir vertiendo al medio ambiente todo aquello que nos sobra como si el planeta fuera un sumidero sin fin?”, se pregunta Félix Hernández, catedrático de Química Analítica de la Universidad Jaume I de Castellón. Son interrogantes que llevan tiempo revoloteando sobre la comunidad científica, pero es ahora cuando adquieren un tono de alarma. Las nuevas técnicas de análisis, capaces de detectar concentraciones de sustancias químicas que antes pasaban inadvertidas, han puesto al descubierto un universo contaminante nuevo, inherente a nuestro estilo de vida, que surge del uso intensivo de fármacos y drogas, de detergentes, productos de limpieza, higiene y cosmética, así como de aditivos de gasolina, del consumo de alimentos enlatados y envasados y de los innumerables compuestos plásticos sintetizados por la industria química. Es una toxicidad, por lo general, de poca intensidad, pero silenciosa, múltiple, permanente y global, que se propaga por el aire, los alimentos, la ropa o el agua.

El planeta viene a ser un circuito cerrado de tráfico acumulativo de sustancias sintéticas no biodegradables que transitan por las cadenas alimentarias. A falta de un consenso científico sobre las dosis de concentración peligrosas para la salud humana y el medio ambiente, estos contaminantes, denominados emergentes, continúan contando con el visto bueno administrativo, aunque cada vez están más sujetos a investigación. Los científicos punteros en el fenómeno advierten que nuestra exposición creciente y masiva a estos compuestos está contribuyendo de manera significativa al aumento de los cánceres, la caída de la fertilidad y el incremento de la diabetes, además de a la aparición de superbacterias resistentes a los antibióticos.

“La situación es muy seria. Estamos expuestos a sustancias capaces de alterar nuestro sistema hormonal y causarnos problemas de salud de efectos irreversibles. Las investigaciones están haciendo temblar las bases de la toxicología reguladora, y aunque los lobbies industriales se están movilizando con el mensaje de que no pasa nada, hay una brecha entre la ciencia clínica y las reglamentaciones”, afirma Nicolás Olea, reputado especialista en los contaminantes emergentes que actúan como “disruptores endocrinos”, compuestos químicos que interfieren en el sistema hormonal humano y animal y alteran nuestro crecimiento y reproducción. Miembro de los comités de expertos de Dinamarca y Francia, es el científico más veces citado por sus pares en esta materia (12.800). Y la Unión Europea acaba de encargarle un proyecto presupuestado en 75 millones de euros para que investigue la exposición comunitaria a estos contaminantes.

Los experimentos realizados con peces, moluscos y gasterópodos permiten a los investigadores atribuir a los disruptores endocrinos fenómenos de feminización, hermafroditismo y masculinización, malformaciones en recién nacidos, el desarrollo de cánceres de dependencia hormonal —mama, próstata, ovarios—, el aumento de la infertilidad y el crecimiento de tejido endometrial fuera del útero (endometriosis). Otro ejemplo: la pérdida de cantidad y calidad del semen es un hecho. Se sabe que el conteo espermático cayó casi al 50% durante el periodo 1940-1990.

“La salud de nuestro planeta y la nuestra propia están amenazadas”, advierte Miren López de Alda, especialista del CSIC (Consejo Superior de Investigaciones Científicas) en diagnóstico ambiental y estudios del agua. “Durante décadas, hemos vertido al medio ambiente toneladas de sustancias biológicamente activas, sintetizadas para su uso en la agricultura, la industria, la medicina, etcétera. Como consecuencia de su uso intensivo, sobre todo, en granjas y piscifactorías, algunos antibióticos se han hecho ineficaces”.

Muchos fármacos y pesticidas —ambos se utilizan en cantidades similares— persisten durante décadas en el medio ambiente acuático, a veces modificados y sujetos a transformaciones químicas incontroladas. “Antiguamente se creía que todo dependía de la dosis”, explica Miquel Porta, catedrático de Salud Pública en la Universidad Autónoma de Barcelona e investigador del IMIM (Instituto Hospital del Mar de Investigaciones Médicas). “El veneno es la dosis’, dejó escrito el alquimista y médico Paracelso hace 500 años. Pero hoy sabemos que los contaminantes pueden ser también dañinos a concentraciones bajas”.

“Una parte preocupante de los trastornos y enfermedades crónicas o degenerativas, como las cardiovasculares, ciertos cánceres, la infertilidad, la diabetes, el párkinson o alzhéimer, se debe a las mezclas de contaminantes químicos artificiales”, asegura Porta. “Los llevamos en nuestro cuerpo porque estamos expuestos a ellos de forma continuada y muchos se nos acumulan. La principal vía de penetración en el cuerpo son los alimentos y sus envases, el aire y el agua, la ropa que contiene sustancias plastificadas, los productos de limpieza de la casa y de higiene personal, cosméticos, juguetes… Estos contaminantes perturban nuestra fisiología, incrementan las alteraciones genéticas y epigenéticas: lesionan nuestro ADN y dañan nuestro sistema nervioso”.

En apoyo de esta tesis, el investigador barcelonés aduce un largo listado de estudios que demuestran la presencia de contaminantes en la sangre de las embarazadas, adolescentes y niños de distintas ciudades españolas. “Hace 25 años pensaba que las conclusiones de Nicolás Olea eran algo alarmistas, pero ahora creo que se quedaba corto”, prosigue Porta. “La situación es mucho peor de lo que parecía. A los viejos contaminantes persistentes que entraron en la cadena alimentaria humana y animal décadas atrás, antes de ser prohibidos, se están uniendo los 140.000 productos sintetizados por la industria química. Solo unos 1.600, el 1,1%, han sido analizados para determinar si son cancerígenos, tóxicos para la reproducción o disruptores endocrinos, así que nos quedan por analizar los 138.400 restantes”. Todos los años salen al mercado entre 500 y 1.000 nuevos productos. Solo el comercio mundial de automóviles supera al de las sustancias químicas.

“No tenemos una imagen completa de todos los componentes industriales sintetizados en el mercado de la UE”, admite Hanna-Kaisa Torkkeli, portavoz de la Agencia Europea de Productos Químicos (ECHA), con sede en Helsinki. “Nuestro reglamento comunitario REACH es pionero en exigir a las industrias que aporten datos que cumplan con los requisitos legales, pero la calidad de la información que nos suministran dificulta a menudo que podamos hacernos un juicio global sobre la peligrosidad del producto en cuestión. Las autoridades regulatorias analizan cientos de sustancias, al tiempo que insistimos a las empresas para que nos ofrezcan datos más fiables”. De los 553 compuestos evaluados como potenciales disruptores endocrinos, 194 han sido incluidos en la categoría “clara evidencia de perturbación endocrina” y 125 en la de “posibilidad de perturbación endocrina”.

La ECHA tiene abierto un plazo que finaliza el 31 de mayo de 2018 para que las industrias registren las sustancias químicas que fabrican o importan en cantidad superior a una tonelada. “Más de 11.000 empresas lo han hecho hasta ahora”, afirma Hanna-Kaisa Torkkeli. “Nuestra base de datos reúne información de más de 120.000 productos químicos. De las 173 sustancias consideradas de gran peligrosidad potencial, 31 han sido incluidas en el listado de las que únicamente pueden ser comercializadas con una autorización específica. El control efectivo es mucho mayor que hace 10 años”. ...

Sigue en la fuente: http://elpaissemanal.elpais.com/documentos/venenos-silenciosos-contaminacion/

viernes, 6 de junio de 2014

Como antes de la Revolución Francesa. Los ricos siempre quisieron serlo más, pero no precisaron que el resto fuera muy pobre

Según la OCDE, quienes constituyen el 1% más rico en España acumulan el 8% de la totalidad de las rentas. Si aquí hay unos 45 millones de habitantes, eso significa que unos 450.000 individuos se reparten el 8% de los beneficios globales. Pero no se apuren: la cosa es mucho más llamativa en otros lugares, sobre todo en los Estados Unidos, donde ese 1% acapara hasta el 20% del total. En 1981 “sólo” poseía en torno al 8% de la riqueza, así que ya ven lo bien que le han ido los negocios en los últimos treinta años (o las especulaciones, o quién sabe si la progresiva explotación de sus empleados). Por su parte, en el Reino Unido el famoso 1% ha pasado de atesorar el 6,7% a casi el 13% en el mismo periodo, y algo parecido sucede en el Canadá y en Alemania. Respecto al crecimiento, la OCDE alerta: desde 1975, el 47% del total fue para ese 1% en los Estados Unidos; el 37% en el Canadá; en Australia y el Reino Unido el 20%. En España, “sólo” el 10% del crecimiento fue para el dichoso 1%, mientras que, si ampliamos al 10% más acaudalado, éste se llevó el 20%. Con la crisis, avisa la OCDE, el nuestro es uno de los países en que la desigualdad más ha aumentado.

Ante semejante situación, uno diría que lo que les tocaría a los más ricos del mundo sería: a) no llamar mucho la atención, y menos aún alardear de su exuberancia; b) hacerse “perdonar” sus fortunas, sobre todo los que no las hayan obtenido limpiamente y sin perjudicar a nadie (también los hay así, desde luego: basten como ejemplo los deportistas, que no son culpables de que millones de personas estén dispuestas a verlos evolucionar en una cancha o en un estadio; es más, su virtuosismo trae beneficios a muchos otros individuos); c) no quejarse de los impuestos que han de pagar (muy pocos, proporcionalmente, en la mayoría de los países); d) no mostrarse nunca despreciativos hacia los menos favorecidos, sino, por el contrario, respetuosos al máximo; e) no pedir “más” de nada, en concreto aplausos.

Quienes lean las columnas del Premio Nobel de Economía Paul Krugman estarán al tanto de que los millonarios estadounidenses (con excepciones) suelen hacer exactamente lo puesto. No sólo quieren ganar más, y pagar menos impuestos; no sólo se quejan de los enormes gastos que conlleva el tren de vida al que se han obligado a sí mismos, sino que además exigen admiración, gratitud y afecto del resto de la población, y no toleran una crítica. Se consideran “benefactores”, “creadores de empleo”, “impulsores de la economía”, y por tanto dignos de toda alabanza. (Puede ser, pero callan que se benefician e impulsan principalmente a sí mismos.) Y da la impresión de que no les basta con incrementar las ganancias, sino que necesitan que otros no las obtengan, para así poder lucir más ellos. Esto último es novedoso, al menos desde que yo tengo memoria. Debió de ser así antes de la Revolución Francesa, tras la cual empezó a procurarse no subrayar las diferencias y que el grueso de los habitantes fueran mejorando sus condiciones. Los ricos siempre quisieron serlo más, pero no precisaron que el resto fuera muy pobre, ni desde luego aspiraron a ser venerados por éste.

Hace pocos años, unas declaraciones como las recientes de la Presidenta del Círculo de Empresarios, Mónica de Oriol, habrían sido inimaginables. Ojo, lo inimaginable no es que sujetos como ella pensaran así, o incluso lo dijeran en sus cenas, en privado y entre pares; lo inconcebible habría sido que alguien privilegiado hablara en público de cualesquiera otros en tono tan despectivo e insultante, y protestara por tener que abonar el salario mínimo (bajísimo en España) a quienes “no valen pa nada”. Oriol, recuerdan, puso a caldo a los jóvenes que abandonaron sus estudios para trabajar en la construcción durante la burbuja inmobiliaria, porque al ganar “1.000, 1.500 euros al mes” (para tales matados, según ella, una fortuna), los viernes y sábados se creían “los reyes del mambo” y ligaban mucho. Oriol omitió que sus colegas y representados, los empresarios, eran quienes tentaban y convencían a esos jóvenes, quienes los inducían a dejar los estudios. Y olvidó, asimismo, que algunos de éstos se verían forzados a traer un sueldo a su hogar si todos los miembros de su familia estaban en paro, por ejemplo. Pero aunque todos esos “inútiles” hubieran interrumpido su educación para bailotear en las pistas con sus dinerales (¡1.000, 1.500 euros!) … Cierto que nadie les puso una pistola en la sien para que aceptaran, como tampoco al resto de la población para que solicitara créditos a los bancos para cualquier chorrada (una comunión o un viaje al Caribe). Pero todos sabemos que tanto los empresarios de la construcción como los banqueros instigaron y persuadieron (a menudo mintiendo) a los chicos a convertirse en paletas y a la gente a entramparse. Ahora la culpa es sólo de los ignorantes incautos; de los tentados y nunca de los tentadores; de los corrompidos y no de los corruptores; de los pardillos y no de los pícaros. Ya digo: hace pocos años unas declaraciones así no habrían sido posibles, por la sencilla razón de que Mónica de Oriol y sus equivalentes habrían temido por sus puestos y por su imagen. Y, que yo sepa, esa señora no ha sido destituida ni ninguno de sus iguales le ha retirado el saludo. Eso es lo más preocupante: que la chulería y el desdén de los ricos no les pase factura. (Ojo, es lo más preocupante para ellos mismos, y no se dan cuenta.) Más o menos como antes de la Revolución Francesa.
Fuente: JAVIER MARÍAS 18 MAY 2014 -El País Semanal.

jueves, 24 de abril de 2014

Los mejores y los peores. Los peores se hacen fuertes cuando los mejores carecen de convencimiento

Leí hace poco dos viejos versos de Yeats que me parecieron verdaderos, en la medida relativa en que cualquier afirmación lo puede ser: “Los mejores carecen de toda convicción, mientras que los peores están llenos de apasionada intensidad”. Si me parecieron tan “verdaderos” es porque, hasta cierto punto, y con excepciones, definen la historia de la humanidad, y desde luego la de nuestro país. De lo que no cabe duda, en todo caso, es de que los indiscutibles “peores” del pasado siglo triunfaron más que nada por su vehemencia, por su exageración y dogmatismo, por su griterío ensordecedor, por su extremismo simplificador y chillón. Los nazis, los stalinistas, los fascistas italianos, los maoístas chinos o exportados al Perú, todos estuvieron poseídos de indudable ardor. No hablemos de las fuerzas que acabaron imponiéndose en España durante la Guerra Civil y relegando a los “mejores” a la condición de meros espectadores horrorizados, o de exiliados prematuros, o de leales al bando de la República –por ser el único legal– parcialmente a su pesar, es decir, por decencia pero sin convicción. Ésta, en cambio, les sobró a los franquistas, que encima contaron con la bendición de la Iglesia Católica, o aún es más, con su exaltación justificadora de las matanzas. Y si interviene el elemento religioso, entonces el fanatismo, el entusiasmo aniquilador, se agudizan y pierden todo posible freno. Mucho me temo que esa ha sido una de las principales funciones de las religiones: encender mechas, ofrecer coartadas, prometer dichas ultraterrenas a los asesinos por vocación.

Nada tiene por qué cambiar, y en este siglo XXI los peores siguen rebosando intensidad y amparándose en la religión. Puede ser la religión distorsionada, como en el caso de talibanes y yihadistas, que, lejos de menguar, se extienden como la pólvora; o bien sucedáneos de aquélla, en forma de nacionalismos las más de las veces. Proliferan en Europa, y van ganando adeptos, los movimientos y partidos xenófobos y racistas, los que demonizan a los inmigrantes –legales o no, tanto les da–, los que claman “Grecia para los griegos”, “Francia para los franceses”, “España para los españoles” o “Cataluña para los catalanes de verdad”. En este último lugar hay una señora mandona y ensoberbecida, que preside la llamada Asamblea Nacional Catalana, que sin duda está poseída por la vehemencia más apasionada. En virtud de ella, y no de otra cosa, se permite dictar “hojas de ruta” a los representantes políticos surgidos de elecciones democráticas, mientras que a ella nadie la ha votado jamás. Los peores se hacen fuertes cuando los mejores carecen de convencimiento. Cuando éstos se amedrentan y desisten. Cuando temen verse “sobrepasados” o repudiados. Cuando deciden que razonar, argumentar y pactar ya no sirve de nada. Ese “ya” es lo más peligroso que existe. Señala el momento en que los inteligentes arrojan la toalla, en que se resignan a no ser escuchados, en que se persuaden de que sólo el vocerío vale para hacerse oír, y de que, por tanto, una de dos: o hacen literalmente mutis por el foro o se suben a la grupa del simplismo y el estruendo, del blanco o negro, del conmigo o contra mí, de los patriotas y los antipatriotas, o, como sufrimos aquí a lo largo de cuarenta años, de los españoles y los antiespañoles.

¿Por qué los mejores carecen a menudo de convicción, si los asiste la razón, tienen un desarrollado sentido de la justicia y son tolerantes con lo tolerable, procuran entender al contrario y atienden a los argumentos de sus adversarios? Precisamente por todo eso, he ahí la contradicción. Los mejores siempre dudan algo, siempre se paran a pensar, no se sienten en posesión de la verdad, no son simplistas ni radicales, no tienen una sola meta entre ceja y ceja, les repugna el oxímoron “guerra santa”, por no mencionar “sagrada misión” y otras sandeces por el estilo. Desde mi punto de vista uno nunca debería prestar atención a los llenos de apasionada vehemencia. Es más, ésta es para mí motivo de desconfianza y sospecha, y, abundando en los versos de Yeats, suele enmascarar a los peores, a los más dañinos y autoritarios, a los que hacen abstracción de las personas y se muestran siempre dispuestos a sacrificarlas en nombre de la Causa, o del Progreso, o del Proyecto, o de la Nación, tanto da. Son los que olvidan que todos tenemos solamente una vida, y que ninguna puede arruinarse por un abstracto Bien Futuro. A estas alturas deberíamos saber todos que el futuro es una entelequia, que no se puede configurar ni tan siquiera imaginar. Sólo importan los que están aquí, y también algo los que estuvieron, sólo sea porque sus huellas sí se pueden reconocer. A menudo las de los mejores están escondidas, como dice esta otra cita de la novelista del XIX George Eliot: “Que el bien aumente en el mundo depende en parte de actos no históricos; y que ni a vosotros ni a mí nos haya ido tan mal en el mundo como podría habernos ido, se debe, en buena medida, a todas las personas que vivieron con lealtad una vida anónima y descansan en tumbas que nadie visita”. Es cierto, muchos de los mejores pasan calladamente o hablando en susurros, jamás gritan ni vociferan, porque no están llenos de apasionada intensidad. Pero ay de nosotros si no existieran, si no hubieran existido siempre; si sus tumbas que nadie visita no alfombraran la tierra discreta, la única que de verdad nos sostiene.
Fuente:  20 ABR 2014 - El País Semanal. elpaissemanal@elpais.es