Os presento a Botones. Botones era un precioso yorkshire. Durante dieciséis largos y veloces años, ha vivido bajo la amorosa tutela de Noe y de Fran, una pareja de adorables amigos ovetenses. Unos amigos que aman a los perros, que los cuidan, que los protegen. No solo a los seis con los que conviven sino a todos los perros del mundo, especialmente a los que no tienen casa, a los que están perdidos o abandonados o maltratados.
Pues bien, el día 16 del presente mes de octubre llegué a la ciudad de Oviedo procedente de Chile, después de un accidentado vuelo desde Madrid, a causa de una avería que los técnicos pudieron solucionar. Tenía que pronunciar a las seis de la tarde la conferencia de clausura del IV Congreso Internacional sobre empatía animal que organiza MASPAZ (Movimiento Asturiano por la Paz) con periodicidad anual. He acudido a las anteriores ediciones del Congreso que se han celebrado siempre a mediados del mes de octubre. Es una cita a la que no puedo faltar porque me convocan Fran y Noe, porque también participa Marga Malgorzata Zakrzewska, porque se celebra en Oviedo, porque tiene su sede en la Facultad de Formación del Profesorado y porque son protagonistas los perros. Esta vez acudí desde Santiago de Chile, a donde tenía que volver a los tres días. Pero vendría desde el fin del mundo. No porque tenga mucho que enseñar sino porque tengo mucho que aprender.
El título de la conferencia que figuraba en el programa era ‘La muerte de mi mascota’. Dos motivos me habían decidido por esa delicada cuestión. Uno, el que mi perra Miluca esté enfilando ya su undécimo cumpleaños, es decir que esté entrando en una fase próxima a su partida. Y otra, el anuncio de un libro de Julia Navarro titulado ‘Cuando ellos se van’. Un libro dedicado a la muerte de Argos, su pastor alemán, con el que compartió la casa y la vida durante catorce largos/cortos años. A través de ChatGPT he podido anticipar el contenido de este libro que se aproxima a las quinientas páginas y que, cuando salga a la luz dentro de unos días, leeré con emoción. Estoy seguro de que Julia no se dirigirá solo a la mente sino que interpelará el corazón de sus lectores y lectoras.
Asistí a la conferencia anterior que impartió mi amiga Marga, que llenó la sala de imágenes impactantes, de palabras sabias y sentidas y de numerosos perros acompañados por sus dueños o sus dueñas. Historias emotivas que me hicieron pensar en la buena suerte de algunos perros que han podido compartir la vida con personas sensibles y con la desgracia de muchos perros abandonados o maltratados por personas insensibles y crueles.
En el breve receso entre las dos conferencias que cerraban el Congreso, cuando Alberto Hidalgo Tuñón se preparaba para hacer mi presentación, llegó una noticia sobrecogedora: Botones, que estaba ingresado en un Hospital de Oviedo, atendido en sus últimos días, reclamaba la presencia de Noe y Fran para que asistieran a su último suspiro.
No tengo que explicar que los asistentes fueron testigos de las inevitables lágrimas que provocó la noticia de una despedida que todos sabemos que tiene que llegar pero que, cuando llega, abre un vacío que solo puede llenar el cúmulo de hermosos recuerdos.
La coincidencia no pudo ser más impactante. Después de un año de preparativos, cuando llega el momento de pronunciar la última conferencia sobre la muerte, los organizadores se tienen que ausentar porque la vida convierte en una dura y dolorosa realidad lo que allí se iba a explicar con imágenes y palabras dedicadas a reflexionar sobre esa ineluctable, definitiva, inexorable y única realidad que es la muerte. No recuerdo en qué país para hablar de la muerte se dice «no aparece por ninguna parte». Eso es lo que sucederá con Botones. Noe y Fran van a comprobar que Botones ya nunca aparecerá por ninguna parte. Ha llegado el momento de convertir el dolor en memoria.
Impartí mi conferencia con el corazón dividido entre lo que hacíamos en aquella sala y lo que pasaba en el Hospital en el que Noe y Fran despedían para siempre a su querido Botones. La conferencia tenía dos sedes, en una se hablaba con palabras y en la otra con lágrimas.
La muerte es un tabú. No hablamos de la muerte. Vivimos como si no tuviéramos que morir. Ni nosotros ni nuestros seres queridos. En el mes de abril del presente año participé en el Primer Congreso Internacional sobre Pedagogía de la muerte. Un grupo de profesores y profesoras de la Universidad Autónoma de Madrid, coordinado por el incansable profesor Agustín de la Herrán, viene investigando desde hace más de treinta años sobre este espinoso tema. Con las ponencias de aquel Congreso la prestigiosa editorial Routledge publicará un libro del que he tenido el honor de escribir el prólogo. Agustín de la Herrán y Mar Cortina publicaron hace años un libro titulado ‘La muerte y su didáctica. Manual para la Educación Infantil, Primaria y Secundaria’. Aunque la obra no se centra en la muerte de animales, hay muchas ideas que son perfectamente aplicables a la muerte de una mascota.
Las fases del duelo que, por supuesto, no todas las personas atraviesan con la misma secuencia, duración e intensidad, pasan por la negación inicial (no es cierto, no es posible, no es soportable), la rabia (por qué me pasa a mí, ahora precisamente, qué mala suerte…), la negociación (es ley de vida, no iba a durar eternamente…), la tristeza (qué pena, qué dolor…), y la aceptación (es así la vida, ya tenía muchos años, nadie es eternos...). No es necesario aclarar que esas etapas no tienen una separación rígida. Es importante hacer un duelo emocionalmente sano que no se tiña de dimensiones patológicas.
Conviene recurrir al carpe diem cuando tenemos al lado a las personas y a los animales que amamos. «Es cuando pierdes aquello que más amas cuando te das cuenta cuánto has desaprovechado el tiempo», dice Javier Castillo en su última novela ‘El susurro del fuego’, que acabo de leer.
Dije también en la conferencia que el humor es una buena forma de quitarle hierro a un momento tan decisivo de la vida como es la muerte. Timor mortis, morte peior (el temor de la muerte es peor que la muerte misma). Cuando nos reímos de algo, le quitamos hierro, eliminamos el miedo y reducimos el dolor. Los filósofos estadounidenses Daniel Martin Klein y Thomas Cathcart abordan con humor la muerte y el más allá en su libro ‘Heidegger y un hipopótamo van al cielo’. Tercer libro de la trilogía ‘Platón y un ornitorrinco entran en un bar’ y ‘Aristóteles y un armadillo van a la capital’.
He contado alguna vez que dos amigos, forofos empedernidos del fútbol, se preguntan un buen día si en el cielo habrá afición a este deporte. Les gustaría que hubiese competiciones, rivalidades, grandes partidos de fútbol. Piensan que, de no ser así, el cielo sería muy aburrido, del todo insoportable. Intrigados por esta decisiva cuestión deciden que, el primero que muera, se le aparezca al otro para informarle sobre este asunto capital. Pasan muchos años hasta que uno de los dos muere, ya muy mayor. Pasados unos días el fallecido se le aparece a su amigo.
-Vendrás a informarme de aquella inquietud que teníamos sobre el fútbol en el cielo. ¿Es así?
-Ciertamente.
-Cuéntame, por favor. Te estaba esperando con mucha ansiedad.
-Pues verás, tengo que darte dos noticias. Una es estupenda. En el cielo hay una afición al fútbol mayor que la que hay en la tierra. Hay competiciones, equipos rivales, verdadera pasión por el fútbol.
¿Y la otra noticia?
-Esa no es buena para ti porque tengo que informarte de que el próximo domingo tú juegas de titular.
Lo importante es la memoria, cargada de hermosos y entrañables recuerdos. Estoy seguro de que Botones ha dejado una estela imborrable en el corazón de mis amigos, a quienes tengo que recordar que más importante que lamentar lo ocurrido es alegrarse por la maravillosa vida que le regalaron a Botones y por las enormes alegrías que pudieron vivir en su compañía.
Quiero cerrar este artículo con el emocionante epitafio que Lord Bayron escribió en memoria de su perro Boatswain, con el que solo convivió cinco años. Fran y Noe tuvieron la fortuna de compartir una larga y feliz vida de dieciséis años con Botones. Gracias a la vida que os dio tanto, a vosotros y a él. Si tuviera que escribir un epitafio sobre las cenizas de Botones, yo diría: «Nunca sabré a ciencia cierta quién hizo más feliz a quién».
Estas son las hermosas palabras de Lord Bayron: «Cerca de este lugar están depositados los restos de alguien que poseía belleza sin vanidad, fuerza sin insolencia, valor sin ferocidad y todas las virtudes del hombre sin sus vicios. Este elogio, que sería un halago sin sentido si estuviera escrito sobre cenizas humanas, es solo un justo tributo a la memoria de Boatswain, un perro que nació en Terranova en mayo de 1803 y murió en Newstead el 18 de noviembre de 1808».
Adiós, Botones.
Miguel Ángel Santos Guerra
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viernes, 12 de diciembre de 2025
lunes, 13 de octubre de 2025
_- Cómo sobrevivir a la muerte del amor de tu vida: la reflexión de una experiodista de BBC Mundo que perdió a su marido de forma prematura

- _- Jossette Rivera
Rivera intenta responder preguntas que antes o después nos tocan de cerca: cuánto dura un duelo, cómo afrontar la partida del ser amado y cómo seguir viviendo.
Lo que sigue es su testimonio personal.
Jossette Rivera y su marido Juan Fernando.

Fuente de la imagen,Jossette Rivera
Yo tenía un nuevo trabajo y él tenía 47 citas fallidas en su cuenta. Él no había superado una ruptura amorosa y yo no quería comprometerme.
Nada salió como planeábamos.
Comenzamos a salir, me transfirieron por trabajo a Londres y mantuvimos una relación de larga distancia que terminó con una propuesta de matrimonio frente a la Torre Eiffel. Un cuento de hadas.
Hasta que una semana antes de la ceremonia, en noviembre de 2011, le diagnosticaron cáncer de riñón. La boda se llevó a cabo igual con todos los festejos de rigor, pero en lugar de la luna de miel, nos dirigimos al Hospital Mount Sinai de Miami donde le extrajeron el riñón poco antes de Navidad.
Tres años después lo diagnosticaron cancer free.
Sin embargo, a finales de 2014, una metástasis nos sorprendió con un bebé de seis meses recién llegado a nuestras vidas.
Durante los siguientes cuatro años, probamos todos los tratamientos médicos a nuestro alcance, incluidas pruebas experimentales y segundas opiniones en el extranjero.
De entre todos, la inmunoterapia ayudó a mantener la calidad de vida de Juan Fernando al punto que pensamos que estaba logrando acabar con las células cancerosas.
Jossette Rivera y su marido Juan Fernando.

Fuente de la imagen,Jossette Rivera
No era así. En 2018 el cáncer alcanzó el cerebro y le provocó un accidente cerebrovascular. Pasó hospitalizado los últimos seis meses de su vida, ayudado por un respirador.
Nuestro hijo de 4 años y yo lo despedimos en diciembre de 2018, tras donar su cuerpo a la ciencia para enseñanza e investigación.
Cuenta regresiva
Poco después, alguien me dijo: "El duelo dura dos años". En aquel instante, esa idea de que el dolor tenía fecha de caducidad me pareció un salvavidas.
Porque cuando una enfrenta con ingenuidad absoluta la muerte del llamado amor de tu vida, termina creyendo esas sentencias con la osadía que da la ignorancia.
Quien lo afirmó no hacía más que repetir una creencia popular sobre el luto, eso que la Real Academia Española define como "el sentimiento de pena y dolor que se manifiesta en la vestimenta, en adornos y otros objetos" tras la pérdida de un ser querido.
Las culturas han tejido alrededor de la muerte distintos tiempos y rituales: los judíos guardan siete días de shivá y hasta 12 meses si muere un hijo; las viudas musulmanas cumplen cuatro meses y diez días de iddah, sin poder casarse, mudarse ni adornarse; los hinduistas se recogen 13 días.
Y en algunos lugares de América Latina todavía se reza el rosario nueve noches seguidas.
Portada del libro "964 días –o cómo sobrevivir a la muerte del amor de tu vida".

Fuente de la imagen,Jossette Rivera
En mi caso, "solo" debía esperar 728 días para dejar atrás lágrimas y nostalgias, y volver a ser la persona que era antes.
Inicié entonces una cuenta regresiva obsesiva, con registro gráfico y digital que publicaba en redes sociales. Creía que el duelo llegaría, pasaría, me atravesaría y se iría, dejándome mejor de lo que me encontró.
No podía estar más equivocada. Ni en el conteo ni en las consecuencias.
El duelo, lejos de marcharse, se instaló. Más espiral que línea recta. Como esas olas que golpean la orilla: cuando crees que ya puedes respirar, vuelven y te arrastran hasta llenarte los pulmones de agua.
Fecha de vencimiento
Pasé por todas las etapas que describió la psiquiatra suizo-estadounidense Elisabeth Kübler-Ross en On Death and Dying (1969): negación, ira, negociación, tristeza profunda, aceptación. Pero no en ese orden. Ni una sola vez. Más bien como lecciones que, si no aprendes, se repiten.
Tiempo después acompañé a mi hijo a un taller para niños en duelo y me sumé a una dinámica con otras viudas.
En el centro había una ponchera de cristal con agua, rodeada de frascos de anilina de colores: tristeza, enojo, frustración, soledad, cada mujer vertía gotas según lo que sentía.
Una, con tres meses de pérdida, añadió un azul tenue; otra, con apenas dos semanas, vació medio frasco rojo de rabia. El agua terminó turbia, espesa.
Jossette Rivera y su marido Juan Fernando.
Tiempo después acompañé a mi hijo a un taller para niños en duelo y me sumé a una dinámica con otras viudas.
En el centro había una ponchera de cristal con agua, rodeada de frascos de anilina de colores: tristeza, enojo, frustración, soledad, cada mujer vertía gotas según lo que sentía.
Una, con tres meses de pérdida, añadió un azul tenue; otra, con apenas dos semanas, vació medio frasco rojo de rabia. El agua terminó turbia, espesa.
Jossette Rivera y su marido Juan Fernando.

Fuente de la imagen,Jossette Rivera
"Soy Jossette Rivera y mi marido murió hace casi tres años", dije en un susurro, casi con vergüenza, sin saber qué color elegir. Y con la incómoda certeza de que ese calendario que a ellas les prometía un final era, en realidad, una trampa.
Lo aprendí: ni la duración del luto ni evitar conductas socialmente inapropiadas -reír, cantar, ir a una fiesta- son directamente proporcionales al amor que se tuvo. Lo que sí existe es una presión social para que el dolor tenga fecha de vencimiento.
En Estados Unidos, por ejemplo, no hay una ley federal que obligue a las empresas a conceder permisos por duelo. Todo depende del empleador o del estado: en promedio, tres a cinco días. Lo mismo en las escuelas.
Pero también es un plazo que médicos, compañías y aseguradoras necesitan fijar para sostener una sociedad que no se detiene, ni siquiera para dolerse.
Pasado algún tiempo, si no vuelves a ser "funcional", tu caso puede etiquetarse como duelo patológico, una categoría clínica para lo que, en realidad, es sobrevivir.
Mi propia respuesta
En paralelo, colaboré en un podcast donde se exploraban las distintas etapas del duelo. Escribir sobre la pérdida me permitió darle sentido al caos, tender un puente hacia quienes también buscaban qué hacer con el vacío.
Yo había sobrevivido publicándome en internet. Durante casi tres años expuse mi vida en un folder llamado "duelo" en Instagram: imágenes de días grises, silencios, rutinas rotas.
Más tarde convertí esas ventanas en un libro, un manual de supervivencia. No porque hubiera encontrado la fórmula para cerrar el proceso, sino porque entendí que mi adaptación, mi aceptación y mi reconstrucción tenían su propio ritmo.
En una entrevista, tras la publicación de ese primer libro "964 días –o cómo sobrevivir a la muerte del amor de tu vida", me preguntaron:
—¿Cuánto dura el duelo?
Respondí sin titubeos:
—Lo que tenga que durar.
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