John McCrae fue un médico de origen canariense que sirvió como cirujano en un hospital de campaña durante la Primera Guerra Mundial. Además de su vocación por la medicina, McCrae era un gran amante de la poesía y siempre que podía (o era visitado por las musas de la inspiración) escribía algún poema.
McCrae quedó muy afectado por la muerte de su amigo (y antiguo alumno) teniente Alexis Helmer durante la Segunda Batalla de Ypres. Al día siguiente, 3 de mayo de 1915, McCrae inspirado por la muerte de Helmer junto con tantos otros soldados y observando la cantidad de amapolas que crecían entre las cruces de los caídos, escribió “In Flanders Fields”. El poema fue publicado sin firmar y por primera vez en la revista londinense Punch del 8 de diciembre de 1915.
Es uno de los poemas más famosos y citados desde su composición. Debido a su rápida popularidad, versos del poema fueron usados por la propaganda aliada en el esfuerzo de guerra así como para el reclutamiento de soldados y la obtención de fondos mediante la venta de bonos de guerra. La referencia del poema a las amapolas que crecen sobre las tumbas de los soldados caídos han hecho de esta flor uno de los símbolos para el recuerdo de los soldados muertos durante uno de los conflictos armados más conocidos del mundo. El poema y la amapola son los distintivos omnipresentes en el Día del Recuerdo o del Armisticio en los países miembros de la Commonwealth, especialmente en Canadá dónde "In Flanders Fields" es una de las obras literarias más conocidas del país. El poema también tiene amplia difusión en los Estados Unidos donde está asociado a las celebraciones del Día de los Veteranos.
¿Por qué cada 11 de noviembre algunas personas lucen una amapola en la solapa? (En los campos de Flandes)Esto le pasó el 3 de mayo de 1915, cuando tras acudir al funeral de su compañero Alexis Helmer, fallecido en el campo de batalla, el acto fúnebre le inspiró para escribir un poema que tituló «En los campos de Flandes» y en el que hacía mención a las amapolas que brotaban de las tumbas de los soldados que habían muerto en aquella guerra.
El poema fue publicado poco tiempo después en la revista británica Punch (muy de moda en aquel tiempo gracias a la feroz crítica que hacía del conflicto bélico). Meses después, Moina Michael, una de las secretarias de la oficina de la YMCA en Nueva York quedó emocionada por las letras escritas por John McCrae y el 9 de noviembre de 1918 (dos días antes del armisticio de la Primera Guerra Mundial) decidió comprar unas amapolas y repartirlas entre los asistentes en la conferencia que celebró la YMCA.
¿Por qué cada 11 de noviembre algunas personas lucen una amapola en la solapa? La francesa Anna Guérin (también voluntaria de la organización) quedó conmovida por el gesto de su compañera Moina y cuando volvió a Europa decidió hacer lo mismo en su país, coincidiendo con el final de la Gran Guerra el 11 de noviembre. Desde entonces, coincidiendo con el aniversario y todas las conmemoraciones que se realizan durante el mes de noviembre, son infinidad las personas que cada año lucen una amapola (colocada en la solapa o en el pelo) como homenaje a los soldados caídos.
Este día es conocido internacionalmente como el ‘Poppy Day’ (Día de la Amapola o Día del Recuerdo).
El poema «En los campos de Flandes» dice así:
«En los campos de Flandes
crecen las amapolas.
Fila tras fila
entre las cruces que señalan nuestras tumbas.
Y en el cielo aún vuela y canta la valiente alondra,
escasamente oída por el ruido de los cañones.
Somos los muertos.
Hace pocos días vivíamos,
cantábamos, amábamos y éramos amados.
Ahora yacemos en los campos de Flandes.
Contra el enemigo continuad nuestra lucha,
tomad la antorcha que os arrojan nuestras manos agotadas.
Mantenerla en alto.
Si faltáis a la fe de nosotros muertos,
jamás descansaremos,
aunque florezcan
en los campos de Flandes,
las amapolas».
In Flanders fields the poppies blow
Between the crosses, row on row,
That mark our place; and in the sky
The larks, still bravely singing, fly
Scarce heard amid the guns below.
We are the Dead. Short days ago
We lived, felt dawn, saw sunset glow,
Loved and were loved, and now we lie
In Flanders fields.
Take up our quarrel with the foe:
To you from failing hands we throw
The torch; be yours to hold it high.
If ye break faith with us who die
We shall not sleep, though poppies grow
In Flanders fields.
Cabe destacar que el hecho de lucir una amapola en la solapa (u otras partes del cuerpo) se realiza prácticamente durante todo el mes de noviembre, siendo el día álgido de esta tradición el 11 de noviembre (Poppy Day), al ser la efeméride del Día del Armisticio que puso fin a la Primera Guerra Mundial.
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lunes, 11 de noviembre de 2019
lunes, 26 de mayo de 2014
El testigo Harry Kessler, millonario cosmopolita, sucumbió al entusiasmo guerrero en 1914.
(Cuántos sucumben!!! la propaganda, el "patriotismo", .. la irracionalidad hizo que las masas se manifestaran a favor de la guerra con un entusiasmo inaudito, sin sospechar que sería un inmenso matadero y una carnicería para el pueblo, ... mientras los millonarios, lejos del frente ganarían mucho dinero a su costa, ...)
En 1985, en una sucursal bancaria de Mallorca, el director supervisó la apertura de una caja de seguridad cuyo alquiler de cincuenta años había expirado, sin que nadie viniera a hacerse cargo de su contenido. Al cabo del tiempo se había extraviado hasta el nombre de su titular, que debió de alquilarla hacia el principio de la guerra civil española. En el interior se encontraron varias docenas de volúmenes de diarios encuadernados en piel, escritos en alemán e inglés con una letra pequeña y legible, la escritura meticulosa de quien lo ve todo y lo anota todo. El descubrimiento no llamó la atención en España, pero en el mundo de habla alemana fue una conmoción. Lo que había aparecido en esa caja de seguridad en Mallorca eran los diarios que el conde Harry Kessler había escrito desde los 12 años, en 1890, hasta unos días antes del final de la Gran Guerra, a principios de noviembre de 1918. De Kessler se conocían hasta entonces sus diarios de los años de la República de Weimar, que son un monumento histórico y literario incomparable, porque Kessler fue una de esas personas que combinan una capacidad de atención y una curiosidad desusadas y un puesto de observación privilegiado. Era un aristócrata alemán que se había educado en Inglaterra y en Francia, un miembro de la clase dirigente imperial que se comprometió con la República, una figura de la alta sociedad y de la política apasionado por el arte moderno y el teatro de vanguardia. En Londres frecuentó a H. G. Wells y a Bernard Shaw, aparte de a la familia real; en París fue amigo de Maillol, de Rodin, de Matisse, de Bonnard, y trató a algunos de los mismos personajes que inspiraron a Proust: la condesa Greffulhe, de quien procede el perfil de pájaro y la belleza altiva de la duquesa de Guermantes; el vizconde de Montesquieu, modelo del barón de Charlus. En 1906 estuvo en el estreno de la Salomé de Richard Strauss, y en 1913, en el todavía más escandaloso de la Consagración de la primavera de Stravinski.
Cuando se publicaron en inglés los diarios de la época de Weimar, W. H. Auden escribió que el conde Harry Kessler era la persona más cosmopolita que había vivido nunca. En 1896, con 28 años, heredero de una gran fortuna tras la muerte de su padre, había dado la vuelta al mundo. En 1937, cuando hizo las últimas anotaciones en el diario, vivía en el exilio y estaba arruinado y enfermo, con una sensación de acabamiento de mundo que se parecería a la que llevó al suicidio a otro de los grandes testigos de entonces, Stefan Zweig. El libro, que se titula en inglés Berlin in lights, es una lectura devastadora, intoxicadora, que no da respiro y no puede dejarse; el testimonio, día tras día, de cómo en ciertas épocas acaba sucediendo infaliblemente lo peor, de las esperanzas racionales que se frustran y las posibilidades inverosímiles de tan monstruosas que sin embargo llegan a cumplirse, de la derrota o el asesinato de los mejores y los decentes y el triunfo de los demagogos y los criminales, de las capitulaciones por adelantado que despejan el camino a los bárbaros...
Por eso es tan aleccionador, y desasosiega tanto, comprobar en ciertos pasajes de los diarios encontrados en Mallorca que hasta una persona sensata, templada y cosmopolita como Kessler también había sucumbido, en 1914, a ese entusiasmo imbécil por la guerra que atravesó Europa en las vísperas inmediatas de la carnicería. La irracionalidad de los irracionales, la brutalidad de los brutales, el fanatismo de los fanáticos, nos dan mucho miedo. Pero yo creo que lo que da más miedo de verdad es ver lo fácilmente que una persona racional en casi todo abraza de golpe ideas irracionales, o un civilizado se vuelve bárbaro y brutal de la noche a la mañana, o alguien disciplinado en el método científico es capaz de aceptar con los ojos cerrados lo que evidentemente no tiene pies ni cabeza.
Su cosmopolitismo palidecía de pronto ante la vehemencia de su fervor patriótico: “Estas primeras semanas de guerra han revelado algo que estaba en las profundidades desconocidas de nuestro pueblo alemán, algo que solo puedo comparar con una sincera y alegre espiritualidad. La población entera se ha transformado y forjado en una forma nueva. Esta es ya la ganancia impagable de esta guerra; y haberla presenciado será una de las grandes experiencias de nuestras vidas”. El gran esteta ve pueblos incendiados, montañas de cadáveres, personas inocentes ejecutadas en actos de represalia, caballos reventados de los que se derraman vísceras comidas por las moscas; ve a un oficial de artillería dirigir por teléfono el bombardeo de una ciudad y piensa con satisfacción que parece un inversor dando instrucciones a su agente de Bolsa; ve columnas de refugiados huyendo por los caminos y dispersándose cuando se acerca el motor de un avión que les lanzará bombas o los ametrallará; admira la gallardía de un general mandando desde muy lejos a sus tropas a la matanza y encuentra en él las mismas virtudes alemanas que en un gran director de orquesta.
Pocos espectáculos hay más penosos que el de un intelectual emocionado estéticamente y filosóficamente por la eliminación de seres humanos. En Francia casi nadie más que Jean Jaurès levantó su voz contra el disparate de la guerra, y se apresuraron a matarlo. En el mundo de habla alemana uno de los pocos que mantuvieron en todo momento la lucidez y la templanza en medio del gran delirio fue Albert Einstein. Si personas en general íntegras y admirables adoptan a veces posturas insensatas y participan con entusiasmo en la celebración de la catástrofe, quién puede sentirse a salvo de secundar la estupidez o de aceptar el crimen. ...
Fuente: ANTONIO MUÑOZ MOLINA 21 MAY 2014. El País
(Ilustración Urban Sketchers, http://www.urbansketchers.org/2014/05/meet-correspondent-galway-ireland.html)
En 1985, en una sucursal bancaria de Mallorca, el director supervisó la apertura de una caja de seguridad cuyo alquiler de cincuenta años había expirado, sin que nadie viniera a hacerse cargo de su contenido. Al cabo del tiempo se había extraviado hasta el nombre de su titular, que debió de alquilarla hacia el principio de la guerra civil española. En el interior se encontraron varias docenas de volúmenes de diarios encuadernados en piel, escritos en alemán e inglés con una letra pequeña y legible, la escritura meticulosa de quien lo ve todo y lo anota todo. El descubrimiento no llamó la atención en España, pero en el mundo de habla alemana fue una conmoción. Lo que había aparecido en esa caja de seguridad en Mallorca eran los diarios que el conde Harry Kessler había escrito desde los 12 años, en 1890, hasta unos días antes del final de la Gran Guerra, a principios de noviembre de 1918. De Kessler se conocían hasta entonces sus diarios de los años de la República de Weimar, que son un monumento histórico y literario incomparable, porque Kessler fue una de esas personas que combinan una capacidad de atención y una curiosidad desusadas y un puesto de observación privilegiado. Era un aristócrata alemán que se había educado en Inglaterra y en Francia, un miembro de la clase dirigente imperial que se comprometió con la República, una figura de la alta sociedad y de la política apasionado por el arte moderno y el teatro de vanguardia. En Londres frecuentó a H. G. Wells y a Bernard Shaw, aparte de a la familia real; en París fue amigo de Maillol, de Rodin, de Matisse, de Bonnard, y trató a algunos de los mismos personajes que inspiraron a Proust: la condesa Greffulhe, de quien procede el perfil de pájaro y la belleza altiva de la duquesa de Guermantes; el vizconde de Montesquieu, modelo del barón de Charlus. En 1906 estuvo en el estreno de la Salomé de Richard Strauss, y en 1913, en el todavía más escandaloso de la Consagración de la primavera de Stravinski.
Cuando se publicaron en inglés los diarios de la época de Weimar, W. H. Auden escribió que el conde Harry Kessler era la persona más cosmopolita que había vivido nunca. En 1896, con 28 años, heredero de una gran fortuna tras la muerte de su padre, había dado la vuelta al mundo. En 1937, cuando hizo las últimas anotaciones en el diario, vivía en el exilio y estaba arruinado y enfermo, con una sensación de acabamiento de mundo que se parecería a la que llevó al suicidio a otro de los grandes testigos de entonces, Stefan Zweig. El libro, que se titula en inglés Berlin in lights, es una lectura devastadora, intoxicadora, que no da respiro y no puede dejarse; el testimonio, día tras día, de cómo en ciertas épocas acaba sucediendo infaliblemente lo peor, de las esperanzas racionales que se frustran y las posibilidades inverosímiles de tan monstruosas que sin embargo llegan a cumplirse, de la derrota o el asesinato de los mejores y los decentes y el triunfo de los demagogos y los criminales, de las capitulaciones por adelantado que despejan el camino a los bárbaros...
Por eso es tan aleccionador, y desasosiega tanto, comprobar en ciertos pasajes de los diarios encontrados en Mallorca que hasta una persona sensata, templada y cosmopolita como Kessler también había sucumbido, en 1914, a ese entusiasmo imbécil por la guerra que atravesó Europa en las vísperas inmediatas de la carnicería. La irracionalidad de los irracionales, la brutalidad de los brutales, el fanatismo de los fanáticos, nos dan mucho miedo. Pero yo creo que lo que da más miedo de verdad es ver lo fácilmente que una persona racional en casi todo abraza de golpe ideas irracionales, o un civilizado se vuelve bárbaro y brutal de la noche a la mañana, o alguien disciplinado en el método científico es capaz de aceptar con los ojos cerrados lo que evidentemente no tiene pies ni cabeza.
Su cosmopolitismo palidecía de pronto ante la vehemencia de su fervor patriótico: “Estas primeras semanas de guerra han revelado algo que estaba en las profundidades desconocidas de nuestro pueblo alemán, algo que solo puedo comparar con una sincera y alegre espiritualidad. La población entera se ha transformado y forjado en una forma nueva. Esta es ya la ganancia impagable de esta guerra; y haberla presenciado será una de las grandes experiencias de nuestras vidas”. El gran esteta ve pueblos incendiados, montañas de cadáveres, personas inocentes ejecutadas en actos de represalia, caballos reventados de los que se derraman vísceras comidas por las moscas; ve a un oficial de artillería dirigir por teléfono el bombardeo de una ciudad y piensa con satisfacción que parece un inversor dando instrucciones a su agente de Bolsa; ve columnas de refugiados huyendo por los caminos y dispersándose cuando se acerca el motor de un avión que les lanzará bombas o los ametrallará; admira la gallardía de un general mandando desde muy lejos a sus tropas a la matanza y encuentra en él las mismas virtudes alemanas que en un gran director de orquesta.
Pocos espectáculos hay más penosos que el de un intelectual emocionado estéticamente y filosóficamente por la eliminación de seres humanos. En Francia casi nadie más que Jean Jaurès levantó su voz contra el disparate de la guerra, y se apresuraron a matarlo. En el mundo de habla alemana uno de los pocos que mantuvieron en todo momento la lucidez y la templanza en medio del gran delirio fue Albert Einstein. Si personas en general íntegras y admirables adoptan a veces posturas insensatas y participan con entusiasmo en la celebración de la catástrofe, quién puede sentirse a salvo de secundar la estupidez o de aceptar el crimen. ...
Fuente: ANTONIO MUÑOZ MOLINA 21 MAY 2014. El País
(Ilustración Urban Sketchers, http://www.urbansketchers.org/2014/05/meet-correspondent-galway-ireland.html)
sábado, 17 de mayo de 2014
El fin de la humanidad
No parece que nos acordemos, pero este julio se cumplirán cien años del inicio de la Primera Guerra Mundial. Se calculan casi 40 millones de bajas entre muertos y desaparecidos. Poco menos que la población total de España desapareció de la faz de la Tierra, con consecuencias: la Sociedad de Naciones, ahora la ONU, que no da muestras de capacidad para detener las guerras. Y lo que es más importante, la sociedad no está deteniendo las guerras. Es necesario un cambio radical en el modo de pensar general; unidos, pero no sin un enorme esfuerzo, es posible cambiar la situación.
Entre las guerras por política, religión e intereses por recursos perdieron la vida más de 110 millones de personas, que no es poco. De hecho, siguen muriendo mientras yo escribo y usted lee esta carta. Por eso confío en que, paradójicamente, aún quede algo de humanidad en el ser humano y seamos capaces de acabar de una vez por todas con esta barbarie.
Como bien decía John Fitzgerald Kennedy, “el hombre tiene que establecer un final para la guerra. Si no, ésta establecerá el fin de la humanidad”.— MARTÍN MARHUENDA MUÑOZ Valencia 17 MAY 2014 -
http://elpais.com/elpais/2014/05/16/opinion/1400259641_054294.html
Entre las guerras por política, religión e intereses por recursos perdieron la vida más de 110 millones de personas, que no es poco. De hecho, siguen muriendo mientras yo escribo y usted lee esta carta. Por eso confío en que, paradójicamente, aún quede algo de humanidad en el ser humano y seamos capaces de acabar de una vez por todas con esta barbarie.
Como bien decía John Fitzgerald Kennedy, “el hombre tiene que establecer un final para la guerra. Si no, ésta establecerá el fin de la humanidad”.— MARTÍN MARHUENDA MUÑOZ Valencia 17 MAY 2014 -
http://elpais.com/elpais/2014/05/16/opinion/1400259641_054294.html
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