Silvia Agüero Fernández y Nicolás Jiménez González
AraInfo
El día 2 de agosto se cumplen 75 años de la liquidación del llamado campo de familias gitanas, Familienzigeunerlager de Auschwitz. Una reciente investigación llevada a cabo por el Departamento de Historia del Museo de Auschwitz ha demostrado que aquella fatídica tarde-noche del 2 de agosto de 1944 entre 4.200 y 4.400 personas gitanas de todas las edades fueron cruelmente asesinadas en las cámaras de gas.
22 de mayo de 1940, deportación de personas gitanas residentes en Asperg (Alemania). Foto: Bundesarchiv, R 165 Bild-244-48 / CC-BY-SA 3.0
“Fue un crimen de estado meticulosamente planeado” (Tío Romani Rose, presidente del Consejo Central de los Sinti y los Roma de Alemania)
Es imposible resumir en un solo artículo un suceso tan inabarcable como el Samudaripen, el genocidio de la población gitana durante el nazismo.
Samudaripen [samudaripén] y Porrajmos [porraymós] son los dos términos que se utilizan habitualmente para denominar el genocidio al que fue sometida la población gitana europea durante el régimen nazi (1933-1945) y que se extendió por 20 países europeos. El término más adecuado, no obstante, es Samudaripen.
La población romaní junto con la población judía fueron los dos grupos étnicos objetos de genocidio durante el nazismo tanto en Alemania como en los países europeos que formaron el Eje, sus socios y los gobiernos colaboracionistas.
El genocidio gitano, el Samudaripen, se inició mucho antes del comienzo de la 2ª Guerra Mundial. Por supuesto, en Alemania como en el resto de países de Europa Central y Occidental el antigitanismo tiene una larga historia que se ha ido plasmando en las leyes y en el imaginario colectivo. En España, en concreto, son más de 230 leyes antigitanas las que lo han sustentado.
En la actualidad, según los más recientes estudios de la Agencia Europea de Derechos Fundamentales (FRA, por sus siglas en inglés) el racismo antigitano, el antigitanismo, es la forma de racismo más prevalente en todos los Estados miembro de la Unión Europea y el más aceptado socialmente.
Un genocidio con características propias
Con el ascenso al poder del Partido Nacionalsocialista Obrero Alemán y el nombramiento de Hitler como Canciller en 1933 el destino de la población gitana Sinti —así es como se denominan a sí mismas estas personas— se configuró directamente al exterminio. Así, en 1935, con la promulgación de las leyes de ciudadanía del Reich y para la protección de la sangre y el honor alemanes—las famosas leyes de Núremberg— se despojó a la población Sinti, clasificada como una raza inferior, de la ciudadanía y del derecho al voto.
Esas leyes pretendían la conservación de la pureza racial alemana y para ello prohibían los matrimonios entre personas arias y no arias. Los criterios dispuestos para establecer qué personas eran consideradas gitanas eran exactamente dos veces más estrictos que aquellos que definían quienes eran judías: si uno de los ocho bisabuelos de una persona era gitana/o, aunque a su vez fuera mestiza/a, esa persona era considerada de ascendencia gitana mientras que se definía como judía a una persona que tuviera, al menos, un/a abuela/o judía/o. Y todo se basaba en criterios meramente sanguíneos, genéticos, sin tener en cuenta la religión ni la práctica cultural o étnica. Por eso, cuando alguien habla de “pureza” en relación con las personas gitanas nos saltan todas las alarmas ya que ese tipo de razonamiento está en la base ideológica del racismo más atroz.
1939, personal del Centro de Investigación para la Higiene Racial de Alemania untando de negocoll el rostro de Albert Laubinger (1920-1944) con la finalidad de modelar su rostro en cera.. Foto: Bundesarchivs.
Ya en junio de 1938, unos 700 hombres gitanos fueron enviados a los campos de concentración de Dachau, Buchenwald, Sachsenhausen y Lichtenburg dentro de la llamada Aktion Arbeitsscheu Reich (Acción contra los vagos). En esos y otros campos fueron sometidos a trabajos forzados.
El 8 de diciembre de 1938 se publicó el Decreto para combatir la plaga gitana (Bekämpfung der Zigeunerplage): “La experiencia hasta ahora en la lucha contra la plaga gitana y el conocimiento adquirido a través de la investigación de la biología racial hacen aconsejable abordar la regulación de la cuestión gitana a partir de la naturaleza de la raza. Según la experiencia, los mestizos tienen mayor participación en el mundo del crimen. Por otro lado, se ha demostrado que los intentos de integrar a los gitanos han fracasado, especialmente entre los gitanos de raza pura, debido a su fuerte impulso migratorio. Por lo tanto, resulta necesario tratar a los gitanos de raza pura y a los mestizos por separado en la solución final de la cuestión gitana” (la traducción y el subrayado son nuestros).
A partir de 1940, las personas romaníes de Alemania y Austria fueron deportadas a la Polonia ocupada y alojadas en los guetos judíos que iban vaciando. La primera deportación tuvo lugar a mediados de mayo de 1940 y afectó a unas 2.500 personas.
El asesinato sistemático de las personas gitanas comenzó en el verano de 1941. Durante el asalto de las tropas nazis contra la URSS miles de Roma [pronúnciese romá], gitanos y gitanas, fueron víctimas de ejecuciones en masa por parte de los “Einsatzgruppen” (grupos operativos) de las SS. Estos comandos de la muerte tenían como tarea principal la matanza de personas judías y gitanas, además, de los y las comisarios políticos.
Aunque no hay cifras exactas, se calcula que unas 100.000 personas gitanas fueron asesinadas por estos comandos de la muerte tanto en la URSS como en Polonia y otros territorios ocupados de Europa del Este y los Balcanes, especialmente en Ucrania, Bielorrusia y Yugoslavia. Tan sólo en Polonia se conocen unos 180 lugares donde hubo ejecuciones en masa de personas romaníes. La familia de la Tía Alfreda Noncia Markowska cayó víctima de una de estas matanzas en Biala Podlaska (Polonia). Alfreda fue la única que sobrevivió. Tenía solo 15 años y durante el resto de la guerra logró salvar de la muerte a una cincuentena de niños y niñas, judíos y gitanos.
Otro componente de la política de extinción de la población gitana fue la esterilización forzada, tanto dentro de los campos de concentración como en hospitales externos, de manera que el 94 % de las personas esterilizadas forzosamente durante el periodo nazi fueron personas gitanas.
Miles de Roma, en su mayoría mujeres y niñas, tuvieron que sufrir esta operación, a menudo sin anestesia. Muchas murieron durante la operación.
¡Ma bister! ¡1.500.000 víctimas!
“La repetida cifra de 500.000 muertes gitanas durante el Porrajmos se ha convertido en una convención” tal y como afirma el Tío Ian Hancock , profesor emérito de la Universidad de Texas. No podemos, por tanto, aceptar esa cifra como un hecho demostrado ya que la documentación no ha sido bien analizada ni existe una política de promoción de la investigación en torno al Samudaripen. Según el propio profesor Hancock, la cifra de víctimas probablemente asciende al doble o al triple, es decir, estaríamos hablando de que, probablemente, 1.500.000 personas gitanas fueron asesinadas durante el Samudaripen.
Se estima que alrededor de la mitad de la población romaní residente en los territorios ocupados por el Tercer Reich murieron como resultado de la persecución y el terror nazi. En algunas zonas, este porcentaje alcanzó el 80 %.
Aún no hay un listado de víctimas gitanas. Sólo listas parciales y no en todos los campos de concentración o exterminio. Tampoco hay una voluntad política de promover la investigación que haga posible aflorar las verdaderas dimensiones del Samudaripen.
El intento de minorar la cifra de víctimas responde claramente a los objetivos del antigitanismo y sirve para postergar a las y los Rroma actuales, incluidas las víctimas, incluso de los actos oficiales de conmemoración del Holocausto. Así mismo, el lugar destinado a la memoria gitana dentro de los museos del Holocausto es mínimo.
Aunque hace algunos años que el Consejo Estatal del Pueblo Gitano, auspiciado por el Ministerio de Igualdad, celebra un acto en homenaje a las víctimas del Samudaripen, España aún no ha reconocido oficialmente que la población romaní fue víctima del genocidio llevado a cabo por los nazis. Las autoridades responsables suelen escudarse en la neutralidad de España durante la 2ª Guerra Mundial. No obstante, hubo víctimas gitanas de origen español sobre todo en territorio francés donde entre 1939 y 1946, cerca de 6.500 personas gitanas sufrieron presidio en unos 30 campos de internamiento desde algunos de los cuales también fueron enviados a Auschwitz.
La maquinaria del exterminio
“No hay nada con lo que puedas comparar Auschwitz. Si dices ‘El infierno de Auschwitz’, no es ninguna exageración. Creo que no es suficiente para mí decir que he soñado con Auschwitz mil veces desde entonces, con esa horrible época en la que reinaba el hambre y la muerte. Yo era una niña cuando me trajeron a Auschwitz. Cuando salí estaba enferma y aún hoy estoy enferma” (Tía Elisabeth Guttenberger, superviviente, testigo de cargo en el Auschwitzprozesse, Procesos de Auschwitz)
Aunque Auschwitz fue el peor de lo campos de exterminio, hubo otros: Belzec, Chelmno, Jasenovac, Sobibor, Treblinka, Sachsenhausen, Buchenwald, Flossenbürg...
Hubo personas gitanas prisioneras en todos los campos de concentración, aunque algunos de éstos se crearon específicamente para albergar a las personas gitanas: Marzahn (Berlín, Alemania), Lety (Rep. Checa), Dubnica nad Vahom (Eslovaquia), Lackenbach (Austria), Litzmannstadt (Polonia), Montreuil-Bellay, Lannemezan o Saliers (Francia)…
En términos numéricos, las personas gitanas fueron el tercer grupo más grande de deportadas a Auschwitz, después de las judías y las polacas.
En Auschwitz hubo personas gitanas prisioneras procedentes de 14 países. Los primeros Rroma llegaron el 9 de julio de 1941: dos gitanos polacos capturados por la policía criminal alemana junto otros 7 prisioneros polacos en la cercana ciudad de Katowice. Según Maria Martyniak al menos 370 personas gitanas fueron prisioneras en Auschwitz antes de la construcción del Zigeunerlager.
Finalmente, en diciembre de 1942, el gobierno alemán decretó que la población gitana debía ser encarcelada en campos de concentración y Auschwitz fue el campo elegido como prioritario. Familias gitanas enteras fueron deportadas a Auschwitz II – Birkenau. El primer transporte llegó el 26 de febrero de 1943, cuando el Familienzigeunerlager todavía estaba en construcción. Cuando se completó, comprendía 32 barracones, 26 residenciales y 6 de servicio (la oficina de asignación de trabajo forzado, almacenes, guardería y hospital).
Los barracones, construidos de madera —tablas endebles y mal ensambladas— con el suelo de tierra, originalmente estaban diseñados para albergar 52 caballos cada uno. En lugar de ventanas, tenían filas de tragaluces a lo largo de ambos lados en la parte superior del tejado (que también era el techo) que estaba hecho de una sola capa de tablas cubiertas con tela asfáltica. Una puerta doble conducía al interior. Cada barracón se dividió en dieciocho puestos, los dos primeros de los cuales, adyacentes a la puerta, fueron asignados al supervisor del bloque y a los presos de confianza. Una chimenea central horizontal corría a lo largo de todo el barracón, dividiéndolo por la mitad generando un eje a cuyos lados se situaban las literas de madera de tres alturas.
Cada familia, dependiendo del número de sus componentes, tenía asignada una o dos de estas literas.
Cada barracón tenía una capacidad de unas cuatrocientas personas, pero en muchas ocasiones estaban abarrotados con más del doble.
Barracón de Auschwitz-Birkenau. Foto: Creative Commons 2.5 Attribution
El frío penetraba aquellas paredes de madera sin aislamiento y la lluvia y la nieve chorreaban a través de las grietas del tejado: “No había camas, solo cajas de madera donde nos acomodábamos como las sardinas en lata. No había colchones de paja ¡una manta era un lujo! En el centro había algo así como una estufa que nunca estaba encendida y la humedad y el frío eran casi insoportables”, como lo describió el Tio Franz Rosenbach, que en paz descanse.
Las condiciones higiénicas eran desastrosas: no había suficiente agua y las alcantarillas no funcionaban correctamente. Solo había lavabos en dos barracones, retretes en otros dos y un único barracón tenía duchas, donde las personas prisioneras se desinfectaban y les cortaban el pelo.
Entre el 26 de febrero de 1943 y el 21 de julio de 1944, un total de 23.000 personas gitanas estuvieron prisioneras en el campo gitano de Auschwitz. 20.967 de ellas murieron a consecuencia del cautiverio.
Esta cifra no incluye a unas 1.700 personas Rroma capturadas en Białystok (Polonia), que no fueron inscritas en los registros. Este grupo, ante las sospechas de ser portadores del tifus, fue asesinado en las cámaras de gas.
Las enfermedades mataron a la mayoría. Las niñas y los niños padecieron especialmente. El noma —estomatitis gangrenosa o cancrum oris, enfermedad infecciosa gangrenosa de la boca que destruye los tejidos de la cara y cuyo desenlace suele ser fatal—, que afecta especialmente a niñas y niños desnutridas, la escarlatina, el sarampión y la difteria. Las y los nacidos en el campo no sobrevivían más de unas pocas semanas.
Tristemente, muchas niñas y niños se convirtieron en objeto de los criminales experimentos del abominable Dr. Josef Mengele.
El SS Reichführer, Heinrich Luitpold Himmler, en su condición de máximo responsable del sistema de gestión de los campos de concentración, visitó Auschwitz en julio de 1942. Según cuenta el demonio Rudolf Hoes, comandante del campo, en sus memorias, juntos visitaron el campo gitano y tras una minuciosa inspección le ordenó que apartara a quienes eran válidos para seguir siendo explotados en el trabajo forzoso y destruyera aquella sección especial.
Así, el 15 de mayo de 1944, el SS-Unterscharführer (comandante del Zigeunerlager) Georg Bonigut dio la orden de que las personas internas permanecieran en sus barracones. Al día siguiente, entre 50 y 60 hombres de las SS los rodearon. Intentaron sacar a las prisioneras y prisioneros de los barracones, pero no lo consiguieron. Habían sido advertidos por la resistencia interna y se atrincheraron procurándose herramientas y palos que les sirvieran para hacer frente a aquellos malditos y vender cara sus vidas. Aquella insurrección es recordada como el Día de la Resistencia Romaní que año a año —sobre todo entre organizaciones juveniles— se va imponiendo en el calendario de reivindicaciones de la memoria gitana en toda Europa.
Posteriormente, casi 2.000 personas gitanas fueron trasladadas al campo de concentración de Buchenwald, otras 82 fueron enviadas al campo de concentración de Flossenburg y 144 mujeres gitanas al campo de concentración de Ravensbrück.
44 hombres gitanos de los que habían sido enviados a Buchenwald fueron sometidos a experimentación médica: los demonios nazis querían saber cuánto tiempo podía un hombre sobrevivir tomando solo agua de mar.
Un policía alemán vigila a un grupo de personas gitanas arrestadas para ser deportadas a Polonia. Foto: United Estates Holocoust Memorial Museum.
“Oímos gritos y disparos. Varios cientos de SS están asaltando los barracones de los gitanos. Al cabo de un rato, vemos a los SS arrastrar a dos jóvenes gitanas gritando y resistiéndose. Otras gitanas atacan a los SS, arañándoles las caras. Desde los barracones se están defendiendo con armas de fuego improvisadas. Unos SS arrastran por las piernas a unos niños y un hombre mayor está tratando de defenderlos, pero lo derriban de una patada y lo echan al camión. Nadie abandona el barracón sin resistencia. Todos están luchando. Escuchamos a los hombres de las SS gritando y a los gitanos gritando. Las mujeres son las más feroces en su lucha, son más jóvenes y más fuertes, protegiendo a sus hijos. La pelea duró hasta el atardecer” (Alfred Jan Fiderkiewicz, prisionero político polaco en Auschwitz)
La liquidación del Zigeunerlager tuvo lugar la noche del 2 al 3 de agosto de 1944, siguiendo el mandato del SS Reichsführer Heinrich Himmler. La tarde del 2 de agosto se impuso la prohibición de salir de los barracones. A pesar de la resistencia de nuestra gente, entre 4.200 y 4.400 personas gitanas de todas las edades fueron cargadas en camiones, llevados a la cámara de gas de los crematorios II y V y exterminados, tal y como ha demostrado el reciente estudio del equipo de historia del Centro de Investigación del Museo de Auschwitz.
Cuando el 27 de enero de 1945 las tropas soviéticas liberaron el campo de exterminio de Auschwitz no quedaba, entre las 7.000 supervivientes, ninguna persona gitana.
Las personas gitanas supervivientes, al término de la guerra, tuvieron que enfrentarse a los mismos prejuicios antigitanos. Hasta los años 1970’s no pudo organizarse un movimiento gitano europeo que recabase la atención de la opinión pública. La mayor parte de las personas supervivientes han fallecido sin haber recibido nunca justicia.
Desde 1994, las organizaciones gitanas, sobre todo de Polonia, conmemoran el 2 de agosto como el Día en Memoria del Samudaripen. Esta reivindicación ha sido finalmente asumida por el Parlamento Europeo que en abril de 2015 aprobó la Resolución declarando el 2 de Agosto como Día Europeo en Memoria de las Víctimas del Samudaripen.
Marzahn, el primer campo de internamiento para roma (gitanos) en el Tercer Reich. Foto: United Estates Holocoust Memorial Museum.
A pesar de este aparente cambio, el antigitanismo sigue golpeando duramente y la situación se parece cada vez más a aquella en que se dio el Samudaripen: en Italia, el Ministro del Interior y viceprimer Ministro, Matteo Salvini ha ordenado la elaboración de un registro de todas las personas gitanas habitantes de los llamados campos nómadas; se suceden los ataques terroristas antigitanos en Ucrania; en Hungría ha nacido una milicia popular para combatir el “crimen gitano”; en España cada día sufrimos el racismo; en Grecia un alcalde quiere construir un muro para aislar un barrio gitano; en Francia un rumor difundido en redes sociales hizo que varios grupos de racistas salieran a la caza de gitanos; incluso han vandalizado, hasta en dos ocasiones, el monumento en memoria de las víctimas del Samudaripen de Berlín… Y todo esto ha ocurrido en el último mes.
No podemos quedarnos mirando. Como ciudadanas tenemos la oportunidad de exigir a nuestros gobiernos que incluyan la lucha contra el antigitanismo entre sus prioridades a la vez que tomamos conciencia de la gravedad que conlleva consentir que el antigitanismo siga siendo el racismo más socialmente permitido.
Lecturas recomendadas (en castellano y disponibles en librerías):
“Gitanos bajo la Cruz Gamada” de Donald Kenrick y Grattan Puxon. Editorial Presencia Gitana (ISBN: 8487347169)
“Un gitano en Auschwitz” de Otto Rosenberg. Amaranto Editores (ISBN: 9788493145750)
“El campeón prohibido” de Dario Fo. Editorial Siruela (ISBN: 9788416964307)
“Rukeli. Johann Trollmann y la resistencia romaní antinazi” de Jud Nirenberg. Punto de Vista Editores (ISBN: 9788416876389)
Y una película que debes ver: “Y los violines dejaron de sonar”
Fuente: https://arainfo.org/75-anos-del-samudaripen-el-genocidio-antigitano-en-europa/
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martes, 6 de agosto de 2019
domingo, 28 de febrero de 2016
KL, Historia de los campos de concentración nazis (Crítica)
Sinopsis de KL Konzentrationslager, en alemán:
Nikolaus Wachsmann ofrece en esta obra histórica de referencia una crónica equilibrada, completa y sin precedentes de los campos de concentración nazis, desde sus comienzos en 1933 hasta su extinción —hace setenta años— en la primavera de 1945.
En marzo de 1933, Dachau, fue el primer campo construido cerca de Munich, está a unos 20 km por tren, se puede visitar como un lugar turístico, del que informan en la Oficina de Turismo de la estación de Munich.
A Hitler le entregó el poder el presidente Hindenburg, el 30 de enero anterior, a resultas de una carta, que así lo pedía, firmada por los representantes del capital industrial, financiero y militares junto a grandes propietarios de tierras y la aristocracia alemana. Hecho que se suele ocultar o ignorar. Hitler no había obtenido mayoría absoluta en las últimas elecciones, ni en ninguna de las anteriores realizadas en democracia, es más, en las últimas, consideradas democráticas, de noviembre del 32, antes de ser nombrado canciller -obtuvo el 33%-, había perdido más de 2 millones de votos, con respecto a la anterior de septiembre del 32.
En solo dos meses -con casi un 38%, cuando había comenzado con un 3% en 1924- es decir, que los alemanes después de ir votándole cada vez más, comenzaron a ser conscientes del profundo error y el peligro que suponía darle la confianza y, por primera vez, empezaron a cambiar sus votos. La carrera ascendente no sólo se detuvo, sino que bajó y perdió más de 2 millones de votos.
No debemos ignorar que más del 60% de alemanes nunca le votó. La derecha pronazi alemana esperaba, después de la carrera ascendente, que en esas elecciones de noviembre del 32, ya conseguirían los nazis la mayoría absoluta, pues había logrado un 38% en las anteriores.
No resultó así, y a pesar de la bajada de votos y la nueva tendencia, ese cambio ya fue en vano, las cartas estaban marcadas, los poderosos (1) que habían ayudado con grandes sumas de dinero y apostado por él, lo tenían más que decidido. (Esta impostura continua en muchos libros de historia donde se insiste en afirmar, "el pueblo alemán votó a Hitler" o "Hitler fue elegido democráticamente por Alemania" cuando más del 60% no le votó jamas. El ascenso del nazismo era un proceso anunciado y promocionado por las clases dominantes alemanas, no por la mayoría de su pueblo.
De ahí que ante la bajada que, sin duda, les sorprendió, y la subida del PK, (100 diputados obtuvieron los comunistas) le entregaran el poder aún sin tener la mayoría absoluta, (Aquí los partidos de izquierda también cometieron errores, pues no imaginaron lo que les aguardaba con los nazis. En verdad nadie podía imaginar hasta dónde llegarían los nazis, aunque en 1922, Mussolini se había hecho con el gobierno de Italia, y había acabado con la democracia, persiguiendo, encarcelando y asesinando (como al diputado Mateoti) a toda la oposición de izquierdas)
Sobre el Tercer Reich se ha investigado más a fondo que sobre casi cualquier otro período de la historia y, sin embargo no había existido hasta ahora ningún estudio del sistema de campos de concentración que revisara exhaustivamente su prolongada evolución, la experiencia cotidiana de quienes vivieron en ellos —tanto verdugos como víctimas— ni la de todos aquellos que estuvieron en lo que Primo Levi denominó «la zona gris».
Con K L, Wachsmann cubre esta ostensible laguna en nuestra comprensión de los hechos. Su obra no es solo la síntesis de una nueva generación de investigaciones académicas —la mayoría sin traducir y desconocida fuera de Alemania—, sino que además saca a la luz sorprendentes revelaciones sobre el funcionamiento y el alcance del sistema de los campos de concentración, descubiertas tras años de estudio en los archivos. Este minucioso repaso de la vida y la muerte dentro de estos recintos, donde Wachsmann asume una perspectiva más amplia y muestra las diversas formas que fue adoptando aquel sistema a tenor de los cambios acaecidos en las esferas política, legal, social, económica y militar, nos permite contemplar un retrato unitario del régimen nazi y sus campos, inédito hasta hoy.
El historiador Nikolaus Wachsmann, es el autor de la monumental K L, Historia de los campos de concentración nazis (Crítica). En sus más de un millar de páginas –más de 300 de notas y bibliografía–, el autor recorre todos los campos de las SS desde sus orígenes hasta su final trazando una historia íntegra, completa, del sistema concentracionario. Desde la creación de Dachau, el primer campo, abierto en marzo de 1933, hasta la del de Dora-Mittelbau, el último, en otoño de 1944 (con sus dantescos túneles dedicados a la fabricación de la cohetería nazi), y las marchas de la muerte y la liberación. Una historia en la que escuchamos continuamente, entre los datos concisos, las voces de los presos y los guardianes, las víctimas y los verdugos, los perpetradores y los martirizados. Una de las cosas más notables del libro es precisamente que sin dejar nunca de ser un ensayo científico, cuantificador y esclarecedor, jamás es frío, sino que está lleno de nombres y caras y recorrido por un enorme sentido de la humanidad. Hay que alabar asimismo el magnífico pulso narrativo del autor, que contribuye a que la obra pueda conectar no solo con el especialista, sino con el gran público. Wachsmann destaca que los campos, “en los que se vivía un terror desenfrenado”, encarnan como ninguna otra institución del III Reich el espíritu del nazismo.
La cita con Nikolaus Wachsmann (Múnich, 1971) es en Londres, en cuya universidad enseña historia alemana moderna. En principio habíamos quedado en las salas de la exposición sobre el Holocausto en el Imperial War Museum, pero finalmente prefiere la mucho más sobria Wiener Library. Como tengo tiempo me acerco al primer destino. Nunca deja de conmoverme esa exhibición, probablemente la mejor plasmación en formato expositivo que se ha hecho nunca del genocidio judío (no en balde la asesoró el gran historiador especialista en el Holocausto David Cesarani, fallecido, por cierto, el pasado octubre). Es una visita dolorosa. Hay algunos elementos cuya visión es casi insoportable: la fotografía a gran tamaño de un soldado de los Einsatzgruppen a punto de disparar su pistola sobre un judío arrodillado ante una fosa común en Vinnitsa (Ucrania) que mira a la cámara; las imágenes de las excavadoras arrastrando cadáveres en Bergen-Belsen, la mesa de disección… Me siento a repasar el libro de Wachsmann frente a la gran maqueta blanca de Auschwitz que representa a escala la entrada de Birkenau, la plataforma de selección y, al extremo, las cámaras de gas y crematorios II y III en mayo de 1944 durante la llegada de un convoy de judíos húngaros, cuyo exterminio convirtió al campo en el epicentro de la Solución Final y lugar del mayor asesinato en masa de la historia moderna. Uno podría pasarse la vida ante ese horror en miniatura, tratando de entender.
La Wiener Library para el estudio del Holocausto y el genocidio, una de las colecciones más importantes del mundo de documentos sobre el tema, se encuentra en Russell Square, junto a los jardines, a tiro de piedra del British Museum. La colección fue fundada por el judío alemán Alfred Wiener y su material ayudó a llevar a los criminales nazis ante la justicia. En la recepción me encuentro con Wachsmann, sorprendentemente joven y vestido de manera tan informal que me hace sentir improcedentemente arreglado con mi americana. Nos instalamos en la biblioteca del primer piso, que aún no ha abierto al público, rodeados por paredes cubiertas de estanterías hasta el techo con libros sobre temas como la eutanasia y la doctrina racial, los crímenes de guerra, los guetos o las SS. Un gran ventanal da al parque en el que corretean ardillas grises. Gris Feldgrau, anoto mentalmente.
Le digo a Wachsmann que sorprende descubrir en su libro que en Auschwitz se exterminó a otras personas (prisioneros de guerra soviéticos) antes que a los judíos o que Dachau no era en su inicio un mal sitio, ¡hasta se permitían las visitas! “Al principio, pero en cuanto las SS se hicieron con el control las cosas empezaron a cambiar y la vejación y el maltrato se convirtieron en el sello del sistema; la muerte dejó de ser una excepción”. Al final morirían casi 40.000 presos en Dachau. En total, contabiliza el historiador, las SS instauraron 27 campos de concentración principales y otros 1.100 secundarios, una verdadera telaraña de sufrimiento y terror. No todos existieron al mismo tiempo, unos se abrían y otros se cerraban. Dachau fue el primero, y el único que estuvo siempre en funcionamiento. De los 2,3 millones de personas, hombres, mujeres y niños, que fueron a parar a los campos entre 1933 y 1945, 1,7 millones murieron allí, casi un millón de judíos, aunque también otras víctimas muchas veces olvidadas, recalca el historiador, como los marginados sociales, los homosexuales (que sufrieron especialmente por la brutal homofobia de las SS) o los gitanos (a los que también tenían gran ojeriza las SS: Höss, el comandante de Auschwitz, creía que habían intentado raptarlo de niño).
¿Cuál era el propósito de los campos? “Obedecían a diferentes fines. Esencialmente eran parte de la red de terror de Estado que incluía los tribunales, la policía, las cárceles o los guetos. El KL debía erradicar a aquellos señalados como enemigos sociales, raciales y políticos para crear una comunidad nacional uniforme y "sana". Esa función adoptó, progresivamente, diferentes formas, en constante evolución y solapamiento, como el trabajo forzado, el asesinato selectivo, los experimentos humanos y el exterminio masivo. Los campos eran muy polifacéticos, algo que la gente no suele ver”.
De su libro KL explica que “es fruto de un largo proceso”: “Una de las cosas que me parecía fundamental era integrar las dos visiones, la de las víctimas y la de los perpetradores”. “Cuanto más leía e investigaba sobre los campos, más cuenta me daba de lo complicada que es su historia. No hay respuestas fáciles, no hay prisioneros típicos ni típicos guardianes, ni campos típicos. La historia de los campos es la de un cambio constante, muy dinámica, no es rectilínea, ni siempre coherente. La impunidad en el asesinato de presos, por ejemplo, se alcanzó solo gradualmente, y varios de las SS se sentaron en el banquillo de los acusados por malos tratos en 1934. En 1937 morían de media en los grandes campos (Dachau, Sachsenhausen y Buchenwald) solo cuatro o cinco prisioneros al mes. En 1941, 463 reclusos perdieron la vida sólo en Dachau. En septiembre y octubre de 1941, las SS ejecutaron a 9.000 prisioneros soviéticos en Sachsenhausen, 300 al día, y los quemaron. El mayor asesinato en una sola jornada tuvo lugar en Majdanek, el 3 de noviembre de 1943, cuando 18.000 judíos fueron eliminados a tiros; denominaron aquello Operación Fiesta de la Cosecha. Sin embargo, hubo un momento, antes de la guerra, en que los campos casi desaparecieron. Y otro en el que, aunque parezca increíble, Himmler, su gran artífice, mandó que se matara menos para aprovechar la mano de obra”.
Apunta el autor que la propia relación de los campos con el Holocausto –la parte de la historia de los KL que más ha impactado en la imaginación popular–, cómo se implicaron en él y cómo los nazis acabaron perpetrandolo en sus instalaciones, es muy distinta de lo que se suele creer. De hecho, cuando el Holocausto entró en los KL, “muchos de sus elementos estructurales ya habían aparecido antes de que las SS cruzaran el umbral del genocidio judío”. Los “mecanismos esenciales del Holocausto” –el engaño, la muerte de prisioneros inútiles para trabajar, el exterminio masivo, incluso el uso del gas y la profanación de los cadáveres– ya estaban implantados en 1941 en algunos campos como Auschwitz, aunque aún no se tenía en mente la matanza sistemática de judíos en sus instalaciones.
Una de las aseveraciones más impactantes de Wachsmann es que “hay que desmitificar Auschwitz” en la concepción popular de los campos. Auschwitz, afirma, era una singularidad en el sistema KL, y “no era inevitable”. La transición de Auschwitz (abierto el 14 de junio de 1940 para doblegar a los polacos conquistados) de campo de concentración a campo de exterminio “fue casi casual”, y Auschwitz, recalca, pese a representar para todo el mundo el símbolo del Holocausto (allí se asesinó a casi un millón de judíos, más que en cualquier otro lugar), no fue creado especialmente para exterminar a los hebreos ni fue esa su única razón de existir. Como sí lo fue, en cambio, la de otros campos que funcionaban de manera independiente en el sistema KL, los campos de la muerte, como Belzec, Sobibor y Treblinka.
Auschwitz, recuerda Wachsmann, no fue porcentualmente el campo más letal: “Sobrevivieron decenas de miles de prisioneros mientras que de Belzec, por ejemplo –uno de los campos concebidos específicamente para matar judíos y en el que el exterminio se realizaba inmediatamente, como en Treblinka–, solo se conocen tres supervivientes”. Pero eso no es óbice, matiza, para que Auschwitz sea la capital de Holocausto. “Aunque funcionara como un híbrido, su papel fue central en la Solución Final”. En todo caso, recuerda, solo se mató allí a uno de los seis millones de judíos asesinados en Europa: el resto lo fue en zanjas y campos por todo el este o en los campos de la muerte como Treblinka.
El Holocausto no iba a parar, revela Wachsmann. Cuando en noviembre de 1944, ante el avance de los rusos, los nazis desmantelan las cámaras de gas de Birkenau, lo hacen, explica, para enviarlas a un lugar ultrasecreto cerca de Mauthäusen, un último campo de exterminio donde planeaban seguir el asesinato en masa sistemático de los judíos.
¿Hasta qué punto sabía Hitler lo que ocurría en los campos? A diferencia de Himmler, que lo hacía con frecuencia, él nunca visitó ninguno, ¿no? “Probablemente no, se mantenía deliberadamente lejos del trabajo sucio, de todo lo que le pudiera restar popularidad; no le interesaban los detalles y delegaba. Los campos tenían siempre algo de sucio y pecaminoso; cuando hablaba en público de ellos, Hitler siempre recordaba que los habían inventado los británicos. Durante la investigación me pareció encontrar una foto en la que aparecía visitando uno, lo que me entusiasmó, pero finalmente no era él”. ¿Hitler sabía cómo se desarrollaba todo dentro? “Sí y no. Por supuesto todo emanaba de sus decisiones. Pero no era un micromanager como Himmler”.
Los campos de concentración no los inventaron los nazis, pero Wachsmann recalca que los hicieron muy diferentes. “Se ha tratado de relativizar los campos nazis comparándolos con el Gulag. A los nazis no les hacía falta copiar nada, tenían su propio modelo. No hay nada comparable con el lado tecnológico de los campos nazis y su culminación en el complejo de exterminio de Auschwitz. Como decía Hannah Arendt, si los campos soviéticos eran el purgatorio, los nazis eran el infierno. En el Gulag, el 90% de los presos sobrevivieron; en el KL, menos de la mitad. La violencia es un aspecto común, pero lo que hacía tan destructivos los campos nazis es su modernidad: el terror burocrático, la tecnología, el gas. Todo ese lado oscuro de la modernidad que poseían los campos. La modernidad no lleva inevitablemente al progreso y la civilización”.
¿Tienen los campos nazis una lección para nosotros en momentos en que se debaten en Europa recortes a las libertades para frenar el terrorismo y llegan oleadas de refugiados? “Es difícil de contestar. De manera rápida le diría que sí. Que son una advertencia. Pero ¡cuidado con los paralelismos fáciles! Muchas veces buscamos lecciones que el pasado no puede dar. No se puede predecir el futuro y una de las verdaderas lecciones de la historia es su complejidad. Mi libro en todo caso no va por esos derroteros, no quiero imponer mis visiones, yo señalo que no hay inevitabilidad en los procesos y el lector debe sacar sus propias conclusiones”.
Probablemente una de las cosas que sorprenderán a mucha gente es que los campos nazis se hicieron originalmente para llenarlos de alemanes. “Así es, para destruir a la izquierda alemana. Los nazis tenían una paranoia con los comunistas. Y recuerde que los alemanes no votaron masivamente (ojo, el 33% de votos de noviembre del 32 no es masivamente) a los nazis por ser antisemitas, sino para que alejaran el espectro de la izquierda y de una revolución. Los KL emergieron en ese contexto, luego, con la guerra, se llenaron de otros europeos, como los españoles republicanos enviados a Mauthausen en 1940, y de judíos”. Pero si eras judío, ya desde el principio, subraya Wachsmann, eras peor tratado. “Desde luego el antisemitismo y la violencia contra los judíos están presentes en los campos desde el primer momento. No es una coincidencia que los primeros asesinados en Dachau sean judíos. Pero la idea de los nazis al crear los campos no es matar judíos. El plan es mucho más extenso. El KL es el gran arma de terror del régimen contra todos los que considera enemigos”. Apenas ha acabado de pronunciar la frase el historiador cuando una urraca se estrella contra el ventanal con un golpe sordo. Se marcha volando, pero la escena resulta extrañamente perturbadora.
Wachsmann continúa explicando que lo que ocurrió es que al empezar los asesinatos de manera bárbara de cientos de miles de judíos de los territorios ocupados en el este, con ejecuciones masivas y entierro en fosas, los líderes nazis pensaron que esa manera de proceder era insana para… las SS. “Les pareció que resultaba muy duro psicológicamente para los ejecutores matar así”. Entonces Himmler, tan preocupado por el decoro, buscó la manera de hacerlo más humano para los asesinos y se experimentó con diferentes métodos. Como las inyecciones letales y el gas, que ya se habían empleado en los campos en otro contexto, para eliminar a los prisioneros desechables o a los millares de soldados soviéticos capturados.
“Las SS”, dice Wachsmann, “habían recurrido a una serie de expertos en eutanasia, los de la famosa Aktion T4, que habían asesinado en Alemania a minusválidos y deficientes mentales, unas 80.000 personas, muchos por gas, en aras de la política hitleriana de eugenesia, para que aplicaran su experiencia criminal en los campos a partir de 1941”. Cuando se empezó a exterminar en masa a los judíos en Auschwitz, dice el historiador, la maquinaria asesina ya estaba engrasada y había matado a decenas de miles de personas.
Sorprende encontrar en un libro como KL, junto a todo el espanto, la congoja y el hedor, sentido del humor. Como el del comunista Hans Beimler, que, tras escapar de Dachau en 1933, envió desde Checoslovaquia una postal para las SS del campo en la que solo ponía: “Bésame el culo”. Un poco de luz entre tanta oscuridad. “Es algo intuitivo, no premeditado. Tenía que mantener de alguna manera una cierta distancia, pero al tiempo necesitaba mostrar empatía, es un libro que no ha sido fácil de escribir”.
Una cuestión resulta especialmente atormentadora. ¿Cómo pudieron encontrar los nazis a tanta gente malvada, más de 60.000, calcula el historiador, para llevar los campos? Wachsmann ríe con amargura. “Esa es una buena lección. La mayoría de los guardianes, que Himmler y Eicke veían como soldados políticos, una élite, no eran psicológicamente anormales. Podían mostrarse brutales y violentos, sí, pero luego tenían vidas perfectamente normales. Lo que lleva a la pregunta ¿por qué? Que fueran fanáticos creyentes no es toda la historia. Querían imponerse a otros, probarse a sí mismos, ser duros, demostrar masculinidad” –el historiador apunta que las mujeres guardianas nunca fueron miembros de pleno derecho de las SS, no había paridad en las SS–. “Pero los guardias no eran unos sádicos en general, solo unos pocos sufrían alguna disfunción psicológica. No había tantos monstruos como cree generalmente la gente. Ya lo dijo Primo Levi: lo más peligroso son los hombres ordinarios”. Eso no quita que hubiera verdaderos matarifes, como el Oberscharführer Martin Sommer, que en Buchenwald abusaba sexualmente de prisioneros, los mataba y los metía debajo de su cama, o el también suboficial Erich Muhsfeldt, que bromeaba en Majdanek saludando con las extremidades desgajadas de los cadáveres. El historiador destaca “la continuidad de los guardianes”: mandos y subordinados pasaban de un campo a otro, llevando consigo su experiencia acumulada y su camaradería en la violencia.
Un apartado del libro está dedicado a la suerte que corrieron los campos después de la guerra y hasta nuestros días. Wachsmann detalla las polémicas en torno a Dachau o Auschwitz como lugares de memoria. ¿Qué futuro contempla para los KL que se conservan? “No soy museólogo. Captar la historia en un lugar es increíblemente difícil, y tratar de explicarla en un campo resulta interesante pero complejo. Hoy en día encuentras gente que se hace selfies en Auschwitz y hay un turismo de los campos. Se opta por explicar historias individuales para captar audiencia, quizá las viejas exhibiciones con paneles eran más claras. La historia de los campos cambia, como cambiaron ellos mismos. Hay nuevas formas de pensarlos. No tengo claro que esté dicha la última palabra sobre los campos de concentración nazis".
http://elpais.com/elpais/2016/02/11/eps/1455205269_835047.html?rel=lom
Música en Dachau: Dachau Song - Dachaulied
https://youtu.be/H97ZjPwNm6A
Eric Hobsbawm hizo del siglo XX: “El siglo de los extremos”. Decía también el historiador que un fenómeno característico de esa época era, “la destrucción del pasado, o más bien de los mecanismos sociales que vinculan la experiencia contemporánea del individuo con la de generaciones anteriores”.
También saca a colación una frase de la escritora alemana Anna Seghers. En su novela La séptima cruz, uno de sus protagonistas dice que el fascismo consiguió lo que ningún poder anterior: poner una tierra de nadie entre las generaciones para que las experiencias colectivas y políticas no pasaran de unas a otras.
"...las SS de Ravensbrück se centraron en la producción a gran escala de uniformes en talleres de sastrería, y en el verano de 1940 estos talleres se integraron en el gigante textil de las SS, Texled, en el que las prisioneras llegaron a alcanzar una alta productividad que hizo de este negocio el único rentable de las SS desde el principio. Entre julio de 1940 y marzo de 1941, en Ravensbrück se produjeron unas 73.000 camisas presidiarias."
(1) La Alemania nazi, Collotti, Enzo, Alianza Editorial (1972)
(2) Hay todo un trabajo de distracción, ocultamiento, camuflaje y manipulación para que esta operación de fomento e implantación del nazismo por las clases dominantes no aparecieran a la luz y ninguno de esos responsables fuese juzgado ni se les exigiese responsabilidad ninguna a ellos, a sus empresas e instituciones- Ningún empresario fue juzgado en Nuremberg, ni a los que trataron a trabajadores como esclavos en sus empresas, con un comportamiento delictivo por su gran crueldad, en cuanto a horarios, castigos, incluidas las ejecuciones por simples faltas o errores, su ritmo de trabajo, deficiente alimentación, maltrato, torturas, castigos crueles, asesinatos en público, ahorcamientos, palizas y apaleamientos hasta la muerte, uso de perros entrenados para matar y deportaciones, etc. etc.
Nikolaus Wachsmann ofrece en esta obra histórica de referencia una crónica equilibrada, completa y sin precedentes de los campos de concentración nazis, desde sus comienzos en 1933 hasta su extinción —hace setenta años— en la primavera de 1945.
En marzo de 1933, Dachau, fue el primer campo construido cerca de Munich, está a unos 20 km por tren, se puede visitar como un lugar turístico, del que informan en la Oficina de Turismo de la estación de Munich.
A Hitler le entregó el poder el presidente Hindenburg, el 30 de enero anterior, a resultas de una carta, que así lo pedía, firmada por los representantes del capital industrial, financiero y militares junto a grandes propietarios de tierras y la aristocracia alemana. Hecho que se suele ocultar o ignorar. Hitler no había obtenido mayoría absoluta en las últimas elecciones, ni en ninguna de las anteriores realizadas en democracia, es más, en las últimas, consideradas democráticas, de noviembre del 32, antes de ser nombrado canciller -obtuvo el 33%-, había perdido más de 2 millones de votos, con respecto a la anterior de septiembre del 32.
En solo dos meses -con casi un 38%, cuando había comenzado con un 3% en 1924- es decir, que los alemanes después de ir votándole cada vez más, comenzaron a ser conscientes del profundo error y el peligro que suponía darle la confianza y, por primera vez, empezaron a cambiar sus votos. La carrera ascendente no sólo se detuvo, sino que bajó y perdió más de 2 millones de votos.
No debemos ignorar que más del 60% de alemanes nunca le votó. La derecha pronazi alemana esperaba, después de la carrera ascendente, que en esas elecciones de noviembre del 32, ya conseguirían los nazis la mayoría absoluta, pues había logrado un 38% en las anteriores.
No resultó así, y a pesar de la bajada de votos y la nueva tendencia, ese cambio ya fue en vano, las cartas estaban marcadas, los poderosos (1) que habían ayudado con grandes sumas de dinero y apostado por él, lo tenían más que decidido. (Esta impostura continua en muchos libros de historia donde se insiste en afirmar, "el pueblo alemán votó a Hitler" o "Hitler fue elegido democráticamente por Alemania" cuando más del 60% no le votó jamas. El ascenso del nazismo era un proceso anunciado y promocionado por las clases dominantes alemanas, no por la mayoría de su pueblo.
De ahí que ante la bajada que, sin duda, les sorprendió, y la subida del PK, (100 diputados obtuvieron los comunistas) le entregaran el poder aún sin tener la mayoría absoluta, (Aquí los partidos de izquierda también cometieron errores, pues no imaginaron lo que les aguardaba con los nazis. En verdad nadie podía imaginar hasta dónde llegarían los nazis, aunque en 1922, Mussolini se había hecho con el gobierno de Italia, y había acabado con la democracia, persiguiendo, encarcelando y asesinando (como al diputado Mateoti) a toda la oposición de izquierdas)
Sobre el Tercer Reich se ha investigado más a fondo que sobre casi cualquier otro período de la historia y, sin embargo no había existido hasta ahora ningún estudio del sistema de campos de concentración que revisara exhaustivamente su prolongada evolución, la experiencia cotidiana de quienes vivieron en ellos —tanto verdugos como víctimas— ni la de todos aquellos que estuvieron en lo que Primo Levi denominó «la zona gris».
Con K L, Wachsmann cubre esta ostensible laguna en nuestra comprensión de los hechos. Su obra no es solo la síntesis de una nueva generación de investigaciones académicas —la mayoría sin traducir y desconocida fuera de Alemania—, sino que además saca a la luz sorprendentes revelaciones sobre el funcionamiento y el alcance del sistema de los campos de concentración, descubiertas tras años de estudio en los archivos. Este minucioso repaso de la vida y la muerte dentro de estos recintos, donde Wachsmann asume una perspectiva más amplia y muestra las diversas formas que fue adoptando aquel sistema a tenor de los cambios acaecidos en las esferas política, legal, social, económica y militar, nos permite contemplar un retrato unitario del régimen nazi y sus campos, inédito hasta hoy.
El historiador Nikolaus Wachsmann, es el autor de la monumental K L, Historia de los campos de concentración nazis (Crítica). En sus más de un millar de páginas –más de 300 de notas y bibliografía–, el autor recorre todos los campos de las SS desde sus orígenes hasta su final trazando una historia íntegra, completa, del sistema concentracionario. Desde la creación de Dachau, el primer campo, abierto en marzo de 1933, hasta la del de Dora-Mittelbau, el último, en otoño de 1944 (con sus dantescos túneles dedicados a la fabricación de la cohetería nazi), y las marchas de la muerte y la liberación. Una historia en la que escuchamos continuamente, entre los datos concisos, las voces de los presos y los guardianes, las víctimas y los verdugos, los perpetradores y los martirizados. Una de las cosas más notables del libro es precisamente que sin dejar nunca de ser un ensayo científico, cuantificador y esclarecedor, jamás es frío, sino que está lleno de nombres y caras y recorrido por un enorme sentido de la humanidad. Hay que alabar asimismo el magnífico pulso narrativo del autor, que contribuye a que la obra pueda conectar no solo con el especialista, sino con el gran público. Wachsmann destaca que los campos, “en los que se vivía un terror desenfrenado”, encarnan como ninguna otra institución del III Reich el espíritu del nazismo.
La cita con Nikolaus Wachsmann (Múnich, 1971) es en Londres, en cuya universidad enseña historia alemana moderna. En principio habíamos quedado en las salas de la exposición sobre el Holocausto en el Imperial War Museum, pero finalmente prefiere la mucho más sobria Wiener Library. Como tengo tiempo me acerco al primer destino. Nunca deja de conmoverme esa exhibición, probablemente la mejor plasmación en formato expositivo que se ha hecho nunca del genocidio judío (no en balde la asesoró el gran historiador especialista en el Holocausto David Cesarani, fallecido, por cierto, el pasado octubre). Es una visita dolorosa. Hay algunos elementos cuya visión es casi insoportable: la fotografía a gran tamaño de un soldado de los Einsatzgruppen a punto de disparar su pistola sobre un judío arrodillado ante una fosa común en Vinnitsa (Ucrania) que mira a la cámara; las imágenes de las excavadoras arrastrando cadáveres en Bergen-Belsen, la mesa de disección… Me siento a repasar el libro de Wachsmann frente a la gran maqueta blanca de Auschwitz que representa a escala la entrada de Birkenau, la plataforma de selección y, al extremo, las cámaras de gas y crematorios II y III en mayo de 1944 durante la llegada de un convoy de judíos húngaros, cuyo exterminio convirtió al campo en el epicentro de la Solución Final y lugar del mayor asesinato en masa de la historia moderna. Uno podría pasarse la vida ante ese horror en miniatura, tratando de entender.
La Wiener Library para el estudio del Holocausto y el genocidio, una de las colecciones más importantes del mundo de documentos sobre el tema, se encuentra en Russell Square, junto a los jardines, a tiro de piedra del British Museum. La colección fue fundada por el judío alemán Alfred Wiener y su material ayudó a llevar a los criminales nazis ante la justicia. En la recepción me encuentro con Wachsmann, sorprendentemente joven y vestido de manera tan informal que me hace sentir improcedentemente arreglado con mi americana. Nos instalamos en la biblioteca del primer piso, que aún no ha abierto al público, rodeados por paredes cubiertas de estanterías hasta el techo con libros sobre temas como la eutanasia y la doctrina racial, los crímenes de guerra, los guetos o las SS. Un gran ventanal da al parque en el que corretean ardillas grises. Gris Feldgrau, anoto mentalmente.
Le digo a Wachsmann que sorprende descubrir en su libro que en Auschwitz se exterminó a otras personas (prisioneros de guerra soviéticos) antes que a los judíos o que Dachau no era en su inicio un mal sitio, ¡hasta se permitían las visitas! “Al principio, pero en cuanto las SS se hicieron con el control las cosas empezaron a cambiar y la vejación y el maltrato se convirtieron en el sello del sistema; la muerte dejó de ser una excepción”. Al final morirían casi 40.000 presos en Dachau. En total, contabiliza el historiador, las SS instauraron 27 campos de concentración principales y otros 1.100 secundarios, una verdadera telaraña de sufrimiento y terror. No todos existieron al mismo tiempo, unos se abrían y otros se cerraban. Dachau fue el primero, y el único que estuvo siempre en funcionamiento. De los 2,3 millones de personas, hombres, mujeres y niños, que fueron a parar a los campos entre 1933 y 1945, 1,7 millones murieron allí, casi un millón de judíos, aunque también otras víctimas muchas veces olvidadas, recalca el historiador, como los marginados sociales, los homosexuales (que sufrieron especialmente por la brutal homofobia de las SS) o los gitanos (a los que también tenían gran ojeriza las SS: Höss, el comandante de Auschwitz, creía que habían intentado raptarlo de niño).
¿Cuál era el propósito de los campos? “Obedecían a diferentes fines. Esencialmente eran parte de la red de terror de Estado que incluía los tribunales, la policía, las cárceles o los guetos. El KL debía erradicar a aquellos señalados como enemigos sociales, raciales y políticos para crear una comunidad nacional uniforme y "sana". Esa función adoptó, progresivamente, diferentes formas, en constante evolución y solapamiento, como el trabajo forzado, el asesinato selectivo, los experimentos humanos y el exterminio masivo. Los campos eran muy polifacéticos, algo que la gente no suele ver”.
De su libro KL explica que “es fruto de un largo proceso”: “Una de las cosas que me parecía fundamental era integrar las dos visiones, la de las víctimas y la de los perpetradores”. “Cuanto más leía e investigaba sobre los campos, más cuenta me daba de lo complicada que es su historia. No hay respuestas fáciles, no hay prisioneros típicos ni típicos guardianes, ni campos típicos. La historia de los campos es la de un cambio constante, muy dinámica, no es rectilínea, ni siempre coherente. La impunidad en el asesinato de presos, por ejemplo, se alcanzó solo gradualmente, y varios de las SS se sentaron en el banquillo de los acusados por malos tratos en 1934. En 1937 morían de media en los grandes campos (Dachau, Sachsenhausen y Buchenwald) solo cuatro o cinco prisioneros al mes. En 1941, 463 reclusos perdieron la vida sólo en Dachau. En septiembre y octubre de 1941, las SS ejecutaron a 9.000 prisioneros soviéticos en Sachsenhausen, 300 al día, y los quemaron. El mayor asesinato en una sola jornada tuvo lugar en Majdanek, el 3 de noviembre de 1943, cuando 18.000 judíos fueron eliminados a tiros; denominaron aquello Operación Fiesta de la Cosecha. Sin embargo, hubo un momento, antes de la guerra, en que los campos casi desaparecieron. Y otro en el que, aunque parezca increíble, Himmler, su gran artífice, mandó que se matara menos para aprovechar la mano de obra”.
Apunta el autor que la propia relación de los campos con el Holocausto –la parte de la historia de los KL que más ha impactado en la imaginación popular–, cómo se implicaron en él y cómo los nazis acabaron perpetrandolo en sus instalaciones, es muy distinta de lo que se suele creer. De hecho, cuando el Holocausto entró en los KL, “muchos de sus elementos estructurales ya habían aparecido antes de que las SS cruzaran el umbral del genocidio judío”. Los “mecanismos esenciales del Holocausto” –el engaño, la muerte de prisioneros inútiles para trabajar, el exterminio masivo, incluso el uso del gas y la profanación de los cadáveres– ya estaban implantados en 1941 en algunos campos como Auschwitz, aunque aún no se tenía en mente la matanza sistemática de judíos en sus instalaciones.
Una de las aseveraciones más impactantes de Wachsmann es que “hay que desmitificar Auschwitz” en la concepción popular de los campos. Auschwitz, afirma, era una singularidad en el sistema KL, y “no era inevitable”. La transición de Auschwitz (abierto el 14 de junio de 1940 para doblegar a los polacos conquistados) de campo de concentración a campo de exterminio “fue casi casual”, y Auschwitz, recalca, pese a representar para todo el mundo el símbolo del Holocausto (allí se asesinó a casi un millón de judíos, más que en cualquier otro lugar), no fue creado especialmente para exterminar a los hebreos ni fue esa su única razón de existir. Como sí lo fue, en cambio, la de otros campos que funcionaban de manera independiente en el sistema KL, los campos de la muerte, como Belzec, Sobibor y Treblinka.
Auschwitz, recuerda Wachsmann, no fue porcentualmente el campo más letal: “Sobrevivieron decenas de miles de prisioneros mientras que de Belzec, por ejemplo –uno de los campos concebidos específicamente para matar judíos y en el que el exterminio se realizaba inmediatamente, como en Treblinka–, solo se conocen tres supervivientes”. Pero eso no es óbice, matiza, para que Auschwitz sea la capital de Holocausto. “Aunque funcionara como un híbrido, su papel fue central en la Solución Final”. En todo caso, recuerda, solo se mató allí a uno de los seis millones de judíos asesinados en Europa: el resto lo fue en zanjas y campos por todo el este o en los campos de la muerte como Treblinka.
El Holocausto no iba a parar, revela Wachsmann. Cuando en noviembre de 1944, ante el avance de los rusos, los nazis desmantelan las cámaras de gas de Birkenau, lo hacen, explica, para enviarlas a un lugar ultrasecreto cerca de Mauthäusen, un último campo de exterminio donde planeaban seguir el asesinato en masa sistemático de los judíos.
¿Hasta qué punto sabía Hitler lo que ocurría en los campos? A diferencia de Himmler, que lo hacía con frecuencia, él nunca visitó ninguno, ¿no? “Probablemente no, se mantenía deliberadamente lejos del trabajo sucio, de todo lo que le pudiera restar popularidad; no le interesaban los detalles y delegaba. Los campos tenían siempre algo de sucio y pecaminoso; cuando hablaba en público de ellos, Hitler siempre recordaba que los habían inventado los británicos. Durante la investigación me pareció encontrar una foto en la que aparecía visitando uno, lo que me entusiasmó, pero finalmente no era él”. ¿Hitler sabía cómo se desarrollaba todo dentro? “Sí y no. Por supuesto todo emanaba de sus decisiones. Pero no era un micromanager como Himmler”.
Los campos de concentración no los inventaron los nazis, pero Wachsmann recalca que los hicieron muy diferentes. “Se ha tratado de relativizar los campos nazis comparándolos con el Gulag. A los nazis no les hacía falta copiar nada, tenían su propio modelo. No hay nada comparable con el lado tecnológico de los campos nazis y su culminación en el complejo de exterminio de Auschwitz. Como decía Hannah Arendt, si los campos soviéticos eran el purgatorio, los nazis eran el infierno. En el Gulag, el 90% de los presos sobrevivieron; en el KL, menos de la mitad. La violencia es un aspecto común, pero lo que hacía tan destructivos los campos nazis es su modernidad: el terror burocrático, la tecnología, el gas. Todo ese lado oscuro de la modernidad que poseían los campos. La modernidad no lleva inevitablemente al progreso y la civilización”.
¿Tienen los campos nazis una lección para nosotros en momentos en que se debaten en Europa recortes a las libertades para frenar el terrorismo y llegan oleadas de refugiados? “Es difícil de contestar. De manera rápida le diría que sí. Que son una advertencia. Pero ¡cuidado con los paralelismos fáciles! Muchas veces buscamos lecciones que el pasado no puede dar. No se puede predecir el futuro y una de las verdaderas lecciones de la historia es su complejidad. Mi libro en todo caso no va por esos derroteros, no quiero imponer mis visiones, yo señalo que no hay inevitabilidad en los procesos y el lector debe sacar sus propias conclusiones”.
Probablemente una de las cosas que sorprenderán a mucha gente es que los campos nazis se hicieron originalmente para llenarlos de alemanes. “Así es, para destruir a la izquierda alemana. Los nazis tenían una paranoia con los comunistas. Y recuerde que los alemanes no votaron masivamente (ojo, el 33% de votos de noviembre del 32 no es masivamente) a los nazis por ser antisemitas, sino para que alejaran el espectro de la izquierda y de una revolución. Los KL emergieron en ese contexto, luego, con la guerra, se llenaron de otros europeos, como los españoles republicanos enviados a Mauthausen en 1940, y de judíos”. Pero si eras judío, ya desde el principio, subraya Wachsmann, eras peor tratado. “Desde luego el antisemitismo y la violencia contra los judíos están presentes en los campos desde el primer momento. No es una coincidencia que los primeros asesinados en Dachau sean judíos. Pero la idea de los nazis al crear los campos no es matar judíos. El plan es mucho más extenso. El KL es el gran arma de terror del régimen contra todos los que considera enemigos”. Apenas ha acabado de pronunciar la frase el historiador cuando una urraca se estrella contra el ventanal con un golpe sordo. Se marcha volando, pero la escena resulta extrañamente perturbadora.
Wachsmann continúa explicando que lo que ocurrió es que al empezar los asesinatos de manera bárbara de cientos de miles de judíos de los territorios ocupados en el este, con ejecuciones masivas y entierro en fosas, los líderes nazis pensaron que esa manera de proceder era insana para… las SS. “Les pareció que resultaba muy duro psicológicamente para los ejecutores matar así”. Entonces Himmler, tan preocupado por el decoro, buscó la manera de hacerlo más humano para los asesinos y se experimentó con diferentes métodos. Como las inyecciones letales y el gas, que ya se habían empleado en los campos en otro contexto, para eliminar a los prisioneros desechables o a los millares de soldados soviéticos capturados.
“Las SS”, dice Wachsmann, “habían recurrido a una serie de expertos en eutanasia, los de la famosa Aktion T4, que habían asesinado en Alemania a minusválidos y deficientes mentales, unas 80.000 personas, muchos por gas, en aras de la política hitleriana de eugenesia, para que aplicaran su experiencia criminal en los campos a partir de 1941”. Cuando se empezó a exterminar en masa a los judíos en Auschwitz, dice el historiador, la maquinaria asesina ya estaba engrasada y había matado a decenas de miles de personas.
Sorprende encontrar en un libro como KL, junto a todo el espanto, la congoja y el hedor, sentido del humor. Como el del comunista Hans Beimler, que, tras escapar de Dachau en 1933, envió desde Checoslovaquia una postal para las SS del campo en la que solo ponía: “Bésame el culo”. Un poco de luz entre tanta oscuridad. “Es algo intuitivo, no premeditado. Tenía que mantener de alguna manera una cierta distancia, pero al tiempo necesitaba mostrar empatía, es un libro que no ha sido fácil de escribir”.
Una cuestión resulta especialmente atormentadora. ¿Cómo pudieron encontrar los nazis a tanta gente malvada, más de 60.000, calcula el historiador, para llevar los campos? Wachsmann ríe con amargura. “Esa es una buena lección. La mayoría de los guardianes, que Himmler y Eicke veían como soldados políticos, una élite, no eran psicológicamente anormales. Podían mostrarse brutales y violentos, sí, pero luego tenían vidas perfectamente normales. Lo que lleva a la pregunta ¿por qué? Que fueran fanáticos creyentes no es toda la historia. Querían imponerse a otros, probarse a sí mismos, ser duros, demostrar masculinidad” –el historiador apunta que las mujeres guardianas nunca fueron miembros de pleno derecho de las SS, no había paridad en las SS–. “Pero los guardias no eran unos sádicos en general, solo unos pocos sufrían alguna disfunción psicológica. No había tantos monstruos como cree generalmente la gente. Ya lo dijo Primo Levi: lo más peligroso son los hombres ordinarios”. Eso no quita que hubiera verdaderos matarifes, como el Oberscharführer Martin Sommer, que en Buchenwald abusaba sexualmente de prisioneros, los mataba y los metía debajo de su cama, o el también suboficial Erich Muhsfeldt, que bromeaba en Majdanek saludando con las extremidades desgajadas de los cadáveres. El historiador destaca “la continuidad de los guardianes”: mandos y subordinados pasaban de un campo a otro, llevando consigo su experiencia acumulada y su camaradería en la violencia.
Un apartado del libro está dedicado a la suerte que corrieron los campos después de la guerra y hasta nuestros días. Wachsmann detalla las polémicas en torno a Dachau o Auschwitz como lugares de memoria. ¿Qué futuro contempla para los KL que se conservan? “No soy museólogo. Captar la historia en un lugar es increíblemente difícil, y tratar de explicarla en un campo resulta interesante pero complejo. Hoy en día encuentras gente que se hace selfies en Auschwitz y hay un turismo de los campos. Se opta por explicar historias individuales para captar audiencia, quizá las viejas exhibiciones con paneles eran más claras. La historia de los campos cambia, como cambiaron ellos mismos. Hay nuevas formas de pensarlos. No tengo claro que esté dicha la última palabra sobre los campos de concentración nazis".
http://elpais.com/elpais/2016/02/11/eps/1455205269_835047.html?rel=lom
Música en Dachau: Dachau Song - Dachaulied
https://youtu.be/H97ZjPwNm6A
Eric Hobsbawm hizo del siglo XX: “El siglo de los extremos”. Decía también el historiador que un fenómeno característico de esa época era, “la destrucción del pasado, o más bien de los mecanismos sociales que vinculan la experiencia contemporánea del individuo con la de generaciones anteriores”.
También saca a colación una frase de la escritora alemana Anna Seghers. En su novela La séptima cruz, uno de sus protagonistas dice que el fascismo consiguió lo que ningún poder anterior: poner una tierra de nadie entre las generaciones para que las experiencias colectivas y políticas no pasaran de unas a otras.
"...las SS de Ravensbrück se centraron en la producción a gran escala de uniformes en talleres de sastrería, y en el verano de 1940 estos talleres se integraron en el gigante textil de las SS, Texled, en el que las prisioneras llegaron a alcanzar una alta productividad que hizo de este negocio el único rentable de las SS desde el principio. Entre julio de 1940 y marzo de 1941, en Ravensbrück se produjeron unas 73.000 camisas presidiarias."
(1) La Alemania nazi, Collotti, Enzo, Alianza Editorial (1972)
(2) Hay todo un trabajo de distracción, ocultamiento, camuflaje y manipulación para que esta operación de fomento e implantación del nazismo por las clases dominantes no aparecieran a la luz y ninguno de esos responsables fuese juzgado ni se les exigiese responsabilidad ninguna a ellos, a sus empresas e instituciones- Ningún empresario fue juzgado en Nuremberg, ni a los que trataron a trabajadores como esclavos en sus empresas, con un comportamiento delictivo por su gran crueldad, en cuanto a horarios, castigos, incluidas las ejecuciones por simples faltas o errores, su ritmo de trabajo, deficiente alimentación, maltrato, torturas, castigos crueles, asesinatos en público, ahorcamientos, palizas y apaleamientos hasta la muerte, uso de perros entrenados para matar y deportaciones, etc. etc.
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