Mientras crecía en Chicago durante la Guerra Fría, mis padres me enseñaron a venerar mi herencia lituana. Cantábamos canciones lituanas y recitábamos poemas lituanos; los sábados, después de la escuela lituana, comía tortitas de papa al estilo lituano.
Mi abuelo, Jonas Noreika, era una parte muy importante de la historia de mi familia: fue el responsable de una revuelta contra la Unión Soviética en 1945-1946 y lo ejecutaron. Había una foto suya en uniforme militar colgada en nuestra sala. Hoy en día, no es un héroe solo en mi familia: tiene calles, placas y una escuela con su nombre. Se le concedió la Cruz de Vytis, el mayor honor póstumo de Lituania.
En su lecho de muerte, en el año 2000, mi madre me pidió que me encargara de escribir un libro sobre su padre. Acepté con entusiasmo. Pero mientras rebuscaba entre el material, encontré un documento de 1941 con su firma y todo cambió. La historia de mi abuelo era mucho más oscura de lo que yo sabía.
Me enteré de que el hombre que yo consideraba un salvador que había hecho todo lo posible por rescatar a los judíos durante la Segunda Guerra Mundial en realidad había ordenado que se reuniera a todos los judíos de su región en Lituania y se les enviara a un gueto donde fueron golpeados, privados de alimentos, torturados, violados y luego asesinados. Más del 95 por ciento de los judíos de Lituania murieron durante la Segunda Guerra Mundial, muchos de ellos asesinados con la entusiasta colaboración de sus vecinos.
De repente, ya no tenía ni idea de quién era mi abuelo, qué era Lituania y cómo encajaba mi propia historia en todo eso. ¿Cómo podía conciliar dos realidades? ¿Era Jonas Noreika un monstruo que masacró a miles de judíos o un héroe que luchó para salvar a su país de los comunistas?
Esas preguntas iniciaron un viaje que me llevó a comprender el poder de la política de la memoria y la importancia de hacer un recuento correcto, incluso a un gran costo personal. Llegué a la conclusión de que mi abuelo había sido un hombre de paradojas, así como Lituania —un país primero atrapado entre las ocupaciones nazi y comunista durante la Segunda Guerra Mundial y luego atrapado tras la Cortina de Hierro durante los 50 años siguientes— está lleno de contradicciones.
En este sentido, quizá Lituania sea como muchos otros países que pasaron 50 años bajo la ocupación soviética. Durante ese tiempo, se congeló la verdad: a los lituanos solo se les permitía hablar de cuántos ciudadanos soviéticos fueron asesinados durante la Segunda Guerra Mundial. Las referencias a las víctimas judías fueron borradas por los ocupantes. Me gustaría pensar que, si Lituania hubiera sido una nación libre e independiente después de la Segunda Guerra Mundial, podría haber reconocido su propio papel en el Holocausto.
Corregir la memoria histórica resultó ser peligroso. Cuando cuestioné públicamente la historia oficial de la vida de mi abuelo, fui vilipendiada por la comunidad lituana de Chicago y de Lituania. Me llamaron agente del presidente de Rusia, Vladimir Putin. Los dirigentes lituanos siguen creyendo que la identidad de su país depende de aferrarse a sus héroes, aun a costa de la verdad.
De repente, ya no tenía ni idea de quién era mi abuelo, qué era Lituania y cómo encajaba mi propia historia en todo eso. ¿Cómo podía conciliar dos realidades? ¿Era Jonas Noreika un monstruo que masacró a miles de judíos o un héroe que luchó para salvar a su país de los comunistas?
Esas preguntas iniciaron un viaje que me llevó a comprender el poder de la política de la memoria y la importancia de hacer un recuento correcto, incluso a un gran costo personal. Llegué a la conclusión de que mi abuelo había sido un hombre de paradojas, así como Lituania —un país primero atrapado entre las ocupaciones nazi y comunista durante la Segunda Guerra Mundial y luego atrapado tras la Cortina de Hierro durante los 50 años siguientes— está lleno de contradicciones.
En este sentido, quizá Lituania sea como muchos otros países que pasaron 50 años bajo la ocupación soviética. Durante ese tiempo, se congeló la verdad: a los lituanos solo se les permitía hablar de cuántos ciudadanos soviéticos fueron asesinados durante la Segunda Guerra Mundial. Las referencias a las víctimas judías fueron borradas por los ocupantes. Me gustaría pensar que, si Lituania hubiera sido una nación libre e independiente después de la Segunda Guerra Mundial, podría haber reconocido su propio papel en el Holocausto.
Corregir la memoria histórica resultó ser peligroso. Cuando cuestioné públicamente la historia oficial de la vida de mi abuelo, fui vilipendiada por la comunidad lituana de Chicago y de Lituania. Me llamaron agente del presidente de Rusia, Vladimir Putin. Los dirigentes lituanos siguen creyendo que la identidad de su país depende de aferrarse a sus héroes, aun a costa de la verdad.
Los giros de la corta vida de Jonas Noreika hicieron más fácil ocultar lo malo al acentuar lo bueno. Sin embargo, hubo muchas cosas negativas.
En 1933, cuando era un joven soldado del ejército lituano, escribió: Raise Your Head Lithuanian (Levanta la cabeza, lituano), el equivalente lituano de Mi lucha, que incitaba al odio hacia los judíos como solución a los problemas de Lituania. En junio de 1941, dirigió un levantamiento contra los soviéticos, aunque colaboraba con los nazis. En julio, ordenó el asesinato de los 2000 judíos de Plunge, la ciudad desde la que dirigió el levantamiento. En agosto, los alemanes le dieron la bienvenida como nuevo jefe de distrito de la región de Siauliai y ese mismo mes firmó órdenes para enviar a miles de judíos a su muerte. Bajo su mando fueron asesinados casi 8000 judíos.
En la versión de la historia que ahora celebran los lituanos, mi abuelo y otros como él fueron obligados por los alemanes a firmar esos documentos. No obstante, cuando indagué más, me enteré de que convertirse en jefe de distrito le proporcionaba la mejor casa de la región, aproximadamente 1000 reichsmarks al mes y un trabajo para mi abuela. Eso me sonaba más a tentación que a coacción.
Sí se enfrentó a los nazis, no para salvar judíos, sino para tratar de impedir los reclutamientos para las SS. En marzo de 1943, fue enviado a un campo de concentración nazi. Fue liberado en enero de 1945 y reclutado por el Ejército Rojo. Ese mismo año comenzó a organizar la revuelta contra los soviéticos, que habían pasado de ser los liberadores de Lituania a sus ocupantes. Los soviéticos lo capturaron en marzo siguiente. Fue ejecutado en febrero de 1947 a la edad de 36 años.
Transformar a un colaborador nazi en un héroe nacional requiere cuatro pasos de manipulación. El primer paso es echar toda la culpa a los nazis aunque mi abuelo, como muchos lituanos, participó voluntariamente en la matanza de judíos. El segundo paso es crear una narrativa de víctima que cuestione cómo un asesino de judíos podría haber sido enviado a un campo de concentración nazi. El tercer paso consiste en desacreditar las narraciones contrapuestas tachándolas de propaganda comunista relatada por enemigos del Estado. El último paso es negarse a aceptar que dos verdades aparentemente contradictorias pueden coexistir: Noreika luchó valientemente contra los comunistas y participó vergonzosamente en el asesinato de judíos.
Tras investigar su vida durante los últimos 20 años, me he atrevido a llamar nazi a mi abuelo a pesar de que nunca se afilió oficialmente al partido. Trabajó con los nazis, actuó como ellos, recibió pagos de ellos, odiaba a los judíos al igual que ellos y, también como ellos, facilitó la tortura y el asesinato.
¿Acaso los funcionarios lituanos ocultaron a propósito la verdad porque haría quedar mal al país? ¿O estaban en una auténtica negación en una democracia demasiado frágil para enfrentarse a su propia historia? Por desgracia, no se trata solo de mi abuelo. Él es un microcosmos de toda la historia nacional, y esa historia nacional se replica en toda Europa del Este.
El paso del tiempo ha creado el espacio para hablar de la verdad, pero también ha aumentado la urgencia de hacerlo antes de que los recuerdos restantes se desvanezcan y fallezca otra generación. El análisis de un pasado oscuro siempre es traumático. Pero nunca alcanzaremos la claridad y la curación si basamos nuestra historia en mentiras. Aunque las generaciones posteriores no conozcan los detalles, seguirán experimentando el dolor emocional transmitido de padres a hijos y a nietos.
He hecho las paces con mi abuelo. Me he comprometido a revelar sus crímenes dando testimonio de la verdad y me he comprometido a intentar corregir la memoria lituana del Holocausto, en parte pidiendo que se le retiren los honores que se le concedieron. Esto puede conducir a la reconciliación entre lituanos y judíos, a medida que recordemos lo que ocurrió y aprendamos de ello para asegurarnos de que no vuelva a ocurrir. Tal vez el reconocimiento de esta verdad permita a los lituanos tener una identidad nacional más sana y un orgullo por nuestra poesía, nuestra lengua, nuestra comida, pero no por nuestro oscuro pasado.
Silvia Foti es profesora de bachillerato, periodista y autora del libro de próxima publicación The Nazi’s Granddaughter: How I Learned My Grandfather Was a War Criminal.
En 1933, cuando era un joven soldado del ejército lituano, escribió: Raise Your Head Lithuanian (Levanta la cabeza, lituano), el equivalente lituano de Mi lucha, que incitaba al odio hacia los judíos como solución a los problemas de Lituania. En junio de 1941, dirigió un levantamiento contra los soviéticos, aunque colaboraba con los nazis. En julio, ordenó el asesinato de los 2000 judíos de Plunge, la ciudad desde la que dirigió el levantamiento. En agosto, los alemanes le dieron la bienvenida como nuevo jefe de distrito de la región de Siauliai y ese mismo mes firmó órdenes para enviar a miles de judíos a su muerte. Bajo su mando fueron asesinados casi 8000 judíos.
En la versión de la historia que ahora celebran los lituanos, mi abuelo y otros como él fueron obligados por los alemanes a firmar esos documentos. No obstante, cuando indagué más, me enteré de que convertirse en jefe de distrito le proporcionaba la mejor casa de la región, aproximadamente 1000 reichsmarks al mes y un trabajo para mi abuela. Eso me sonaba más a tentación que a coacción.
Sí se enfrentó a los nazis, no para salvar judíos, sino para tratar de impedir los reclutamientos para las SS. En marzo de 1943, fue enviado a un campo de concentración nazi. Fue liberado en enero de 1945 y reclutado por el Ejército Rojo. Ese mismo año comenzó a organizar la revuelta contra los soviéticos, que habían pasado de ser los liberadores de Lituania a sus ocupantes. Los soviéticos lo capturaron en marzo siguiente. Fue ejecutado en febrero de 1947 a la edad de 36 años.
Transformar a un colaborador nazi en un héroe nacional requiere cuatro pasos de manipulación. El primer paso es echar toda la culpa a los nazis aunque mi abuelo, como muchos lituanos, participó voluntariamente en la matanza de judíos. El segundo paso es crear una narrativa de víctima que cuestione cómo un asesino de judíos podría haber sido enviado a un campo de concentración nazi. El tercer paso consiste en desacreditar las narraciones contrapuestas tachándolas de propaganda comunista relatada por enemigos del Estado. El último paso es negarse a aceptar que dos verdades aparentemente contradictorias pueden coexistir: Noreika luchó valientemente contra los comunistas y participó vergonzosamente en el asesinato de judíos.
Tras investigar su vida durante los últimos 20 años, me he atrevido a llamar nazi a mi abuelo a pesar de que nunca se afilió oficialmente al partido. Trabajó con los nazis, actuó como ellos, recibió pagos de ellos, odiaba a los judíos al igual que ellos y, también como ellos, facilitó la tortura y el asesinato.
¿Acaso los funcionarios lituanos ocultaron a propósito la verdad porque haría quedar mal al país? ¿O estaban en una auténtica negación en una democracia demasiado frágil para enfrentarse a su propia historia? Por desgracia, no se trata solo de mi abuelo. Él es un microcosmos de toda la historia nacional, y esa historia nacional se replica en toda Europa del Este.
El paso del tiempo ha creado el espacio para hablar de la verdad, pero también ha aumentado la urgencia de hacerlo antes de que los recuerdos restantes se desvanezcan y fallezca otra generación. El análisis de un pasado oscuro siempre es traumático. Pero nunca alcanzaremos la claridad y la curación si basamos nuestra historia en mentiras. Aunque las generaciones posteriores no conozcan los detalles, seguirán experimentando el dolor emocional transmitido de padres a hijos y a nietos.
He hecho las paces con mi abuelo. Me he comprometido a revelar sus crímenes dando testimonio de la verdad y me he comprometido a intentar corregir la memoria lituana del Holocausto, en parte pidiendo que se le retiren los honores que se le concedieron. Esto puede conducir a la reconciliación entre lituanos y judíos, a medida que recordemos lo que ocurrió y aprendamos de ello para asegurarnos de que no vuelva a ocurrir. Tal vez el reconocimiento de esta verdad permita a los lituanos tener una identidad nacional más sana y un orgullo por nuestra poesía, nuestra lengua, nuestra comida, pero no por nuestro oscuro pasado.
Silvia Foti es profesora de bachillerato, periodista y autora del libro de próxima publicación The Nazi’s Granddaughter: How I Learned My Grandfather Was a War Criminal.