Dicen sus amigos con orgullo que José Vidal-Beneyto, Pepín, era un conspirador nato. Y lo dicen con la emoción de la pérdida reciente, intentando digerir todavía su muerte, acaecida la noche del martes.
Carmen Alborch: "Era poco ortodoxo y tenía una mente muy moderna"
Santiago Carrillo: "Fue el ministro de Exteriores de la Junta"
Sami Nair: "Era un hombre comprometido con las buenas causas"
Desde dentro y desde fuera, Vidal-Beneyto conspiró todo lo que pudo contra el régimen franquista desde muy joven. Hijo de un empresario valenciano acaudalado que fue alcalde del pueblo tras la victoria de Franco, Vidal-Beneyto se dejó atrapar por un corto espacio de tiempo por el Opus Dei antes de anunciarle a su padre que no podía vivir en España y marcharse a París. "No sé cuál fue su proceso en aquellos años, pero lo cierto es que se rebeló contra el régimen y su propio padre", cuenta ahora su gran amigo Carlos Bru, notario y ex eurodiputado.
Hijo de buena familia e hijo del régimen, en definitiva, Vidal-Beneyto jugó, sin embargo, un papel crucial en la lucha antifranquista durante casi 30 años. En el interior, se sentía protegido, como explica el sociólogo Ignacio Sotelo. "Recuerdo que en 1955 salíamos del Café Lyon de Madrid e iba a tomar un taxi cuando se volvió hacia el policía que le seguía y le invitó a compartirlo. 'Total', le dijo, 'vamos al mismo sitio'. El policía, desconcertado, rehusó la invitación". En el exterior era el perfecto embajador de la causa democrática española gracias a su don de lenguas (hablaba a la perfección seis idiomas), su capacidad como relaciones públicas y sus contactos. "Tenía muchas relaciones; sobre todo con intelectuales europeos. Era enormemente útil. Se podría decir que fue el ministro de Exteriores de la Junta", explica el político Santiago Carrillo... seguir aquí.
Leer estas palabras de Federico Mayor Zaragoza.
Y más artículos sobre José Vidal Beneyto Más aquí. Su último libro aquí, en el que diagnostica los problemas de la democracia.
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viernes, 19 de marzo de 2010
domingo, 13 de septiembre de 2009
La abominación que no cesa
El patrimonio de los 10 más ricos del mundo es superior a la suma de las rentas nacionales de los 55 países más pobres. La sociedad debe cuestionar al capitalismo que glorifica la riqueza de unos pocos.
Ayer hablábamos de hambre en el mundo, hoy un artículo aparecido en "El País", denuncia la situación estructural que hace posible las diferencias que dan lugar al hambre, me parece suficientemente interesante para traerlo aquí, pues está en la misma línea. ¿Para cuando un cambio en las estructuras sociales que llevan a esto?
"Lo que entonces llamé El arma del crimen apuntando a los paraísos fiscales, lugares de la inmundicia financiera, hoy tengo que centrarlo en el aplauso que reciben los grandes protagonistas de guante blanco de la economía criminal, con Bernard Madoff a la cabeza, cuyas fechorías desbordan los límites de lo repugnante, lo que no impide que cosechen los elogios de muchos de nuestros contemporáneos.
Todo comenzó con el triunfo absoluto del yo en el universo de los valores y la emergencia de su soberanía en la sociedad con la exaltación absoluta del sujeto, propulsor sin límites de la intimidad de masa, pero indisociable sin embargo de su vocación de triunfador social, derivada de su radical inscripción colectiva. Porque ésta es la extraña matriz de la ideología del individuo, en la que lo de uno, el sujeto en cuanto tal, es indiferenciable de lo de todos, su condición de producto social, y de ahí la lectura turbadora de la conjunción de lo público y lo privado. Conjunción en la que lo que se nos aparece como la expresión más acabada de lo propio, como lo más irreductiblemente de uno, es, al contrario, la materia subjetiva más contaminada por las determinaciones comunes que vehicula masivamente la sociedad. Determinaciones cuyo repertorio es muy limitado, en virtud, por una parte, de la propia limitación entitativa de sus posibilidades y, por otra, de la presión de la oferta real con que golpean los medios de comunicación, instrumentos privilegiados de la estrategia del vendedor, que domina el mercado y practican las grandes empresas.
Ahora, además, ideología y política se han sumado a esta estrategia, que ha hecho suya el liberalismo económico radical, una de cuyas formulaciones programáticas más populares son los Diez mandamientos para el éxito que nos propone Dany Robert-Dufour en su obra La Revolución cultural liberal, de los que pueden servir de muestra estos tres que traduzco del francés: "Tu única guía será el egoísmo", "Violarás las leyes sin que consigan cogerte", "Los otros serán sólo instrumentos para el logro de tus objetivos".
En una línea más atenuada y de recibo, pero respondiendo sustancialmente a la misma orientación, se inscriben los preceptos del Consenso de Washington, formulados por John Williamson, en los que se resume la quintaesencia de la política económica de los grandes organismos económicos mundiales, celosos guardianes del credo liberal -Fondo Monetario Internacional, Banco Mundial, Organización Mundial del Comercio, Departamento del Tesoro de Estados Unidos, Ministerios de Hacienda de los principales países occidentales- cuya hermética defensa de la doctrina y de la práctica del neoliberalismo no admite una sola excepción, y cuya sustancia resumen estos tres principios que completan los mandamientos de Robert-Dufour: 1. Libertad total para los intercambios de bienes, capitales y servicios. 2. Desregulación absoluta de la vida económica sin ningún tipo de reglas. 3. Reducción drástica del gasto público."... (seguid leyendo a Vidal Beneyto, en El País de ayer)
Ayer hablábamos de hambre en el mundo, hoy un artículo aparecido en "El País", denuncia la situación estructural que hace posible las diferencias que dan lugar al hambre, me parece suficientemente interesante para traerlo aquí, pues está en la misma línea. ¿Para cuando un cambio en las estructuras sociales que llevan a esto?
"Lo que entonces llamé El arma del crimen apuntando a los paraísos fiscales, lugares de la inmundicia financiera, hoy tengo que centrarlo en el aplauso que reciben los grandes protagonistas de guante blanco de la economía criminal, con Bernard Madoff a la cabeza, cuyas fechorías desbordan los límites de lo repugnante, lo que no impide que cosechen los elogios de muchos de nuestros contemporáneos.
Todo comenzó con el triunfo absoluto del yo en el universo de los valores y la emergencia de su soberanía en la sociedad con la exaltación absoluta del sujeto, propulsor sin límites de la intimidad de masa, pero indisociable sin embargo de su vocación de triunfador social, derivada de su radical inscripción colectiva. Porque ésta es la extraña matriz de la ideología del individuo, en la que lo de uno, el sujeto en cuanto tal, es indiferenciable de lo de todos, su condición de producto social, y de ahí la lectura turbadora de la conjunción de lo público y lo privado. Conjunción en la que lo que se nos aparece como la expresión más acabada de lo propio, como lo más irreductiblemente de uno, es, al contrario, la materia subjetiva más contaminada por las determinaciones comunes que vehicula masivamente la sociedad. Determinaciones cuyo repertorio es muy limitado, en virtud, por una parte, de la propia limitación entitativa de sus posibilidades y, por otra, de la presión de la oferta real con que golpean los medios de comunicación, instrumentos privilegiados de la estrategia del vendedor, que domina el mercado y practican las grandes empresas.
Ahora, además, ideología y política se han sumado a esta estrategia, que ha hecho suya el liberalismo económico radical, una de cuyas formulaciones programáticas más populares son los Diez mandamientos para el éxito que nos propone Dany Robert-Dufour en su obra La Revolución cultural liberal, de los que pueden servir de muestra estos tres que traduzco del francés: "Tu única guía será el egoísmo", "Violarás las leyes sin que consigan cogerte", "Los otros serán sólo instrumentos para el logro de tus objetivos".
En una línea más atenuada y de recibo, pero respondiendo sustancialmente a la misma orientación, se inscriben los preceptos del Consenso de Washington, formulados por John Williamson, en los que se resume la quintaesencia de la política económica de los grandes organismos económicos mundiales, celosos guardianes del credo liberal -Fondo Monetario Internacional, Banco Mundial, Organización Mundial del Comercio, Departamento del Tesoro de Estados Unidos, Ministerios de Hacienda de los principales países occidentales- cuya hermética defensa de la doctrina y de la práctica del neoliberalismo no admite una sola excepción, y cuya sustancia resumen estos tres principios que completan los mandamientos de Robert-Dufour: 1. Libertad total para los intercambios de bienes, capitales y servicios. 2. Desregulación absoluta de la vida económica sin ningún tipo de reglas. 3. Reducción drástica del gasto público."... (seguid leyendo a Vidal Beneyto, en El País de ayer)
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