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lunes, 25 de septiembre de 2023

Una conversación con el escritor Alejo Brignole. De la Bomba Nuclear sobre Nagasaki a «Oppenheimer»

Fuentes: Correo del Alba



Bastaron unos pocos días para que la película “Oppenheimer” desbordara las taquillas de los cines en todo el mundo, llegando, al momento de realizar esta entrevista, a 400 millones de espectadores.

Con esa excusa entrevistamos al escritor argentino Alejo Brignole, quien año a año promueve el 9 de agosto como el Día Internacional de los Crímenes Estadounidense contra la Humanidad.

Brignole es miembro de la Red de Intelectuales y Artistas en Defensa de la Humanidad (REDH) y entre sus obras destacan de crítica social como La merienda del Diablo, Ensayos como el Manual de guerra del buen latinoamericano y la novela histórica La Logia del tonel de brandy, entre otras.

Cada 9 de agosto, tú, Atilio Boron, Stella Calloni, Telma Luzzani y otros, junto a la REDH nos invitan a conmemorar el Día Internacional de los Crímenes Estadounidense contra la Humanidad. ¿Cuál es la importancia de esta jornada?

Es importante porque el modelo de mundo actual es, como decía el psicoanalista Erich Fromm –muerto en 1980–, un modelo necrófilo, autodestructivo y peligroso para la continuidad humana. A lo largo de los años, y sobre todo en las últimas tres décadas, los Estados Unidos han promovido un retroceso inadmisible en los códigos de la convivencia internacional, desconociendo e ignorando cientos de resoluciones de las Naciones Unidas (que es, por otra parte, un organismo colonizado y controlado por Washington). Sus acciones y premisas buscaron, entre otras cosas, degradar el principio de garantía jurídica como un derecho humano básico inalienable y universal. Por esto es importante que todas las personas apoyen, promuevan y difundan este día con las herramientas comunicacionales que tengan a su alcance y colaborar en la toma de conciencia mundial del peligro que significan los Estados Unidos para la continuidad de una civilización más justa, con respeto a la vida humana y la fraternidad entre los pueblos.

En los últimos días la cartelera de cine se ha removido con «Oppenheimer» y el famoso Proyecto Manhattan que dio inicio a la Era Nuclear, ¿qué opinión te merece el que temas como estos lleguen a la pantalla grande?

No he visto aún el filme (lo tengo en agenda) y no puedo todavía opinar sobre el enfoque sutil de la película. En general celebro que estas grandes reflexiones tomen formas de divulgación masiva, incluso en el área del entretenimiento, pero también es verdad que tengo una natural desconfianza cuando los productos vienen de la propia matriz cultural hegemónica. Que la película “Oppenheimer” esté en todos los cines de América Latina tiene, por principio, toda mi duda. El sistema es funcional a sí mismo y sabe filtrar lo incómodo, o bien permite pequeñas incomodidades que tiene un efecto placebo y narcotizante sobre las masas, que creen ver un testimonio humanista cuando en realidad son consumidores de verdades a medias dosificadas muy estratégicamente. Pero reitero: no he visto la película y quizás no sea el caso que describo.

Una de las escenas más crudas del filme es cuando las autoridades de los Estados Unidos escogen «al azar» y hasta bromeando la ciudad que sería blanco de la bomba atómica, ¿por qué Washington decidió lanzar dos bombas sobre civiles de un país aparentemente ya rendido? ¿Cuánto de eso refleja una sicología «criminal» del imperialismo yanqui?

Estas preguntas son en extremo interesantes por varias razones. La primera, porque, tal como conceptualizó Hannah Arendt en la década de 1960, el mal es siempre banal. Es decir, despreocupado y lábil, por tanto superficial. Y cuando el mal es expresado en poderes impregnados de fatuidad, el daño puede ser absoluto y además ejercido con total banalidad, que es la premisa de la filósofa alemana.

Sobre las razones de Washington para bombardear nuclearmente en dos ocasiones a un país virtualmente vencido, hay muchas explicaciones y lecturas posibles ya muy debatidas por la historiografía y todas válidas. En primer lugar, Japón era una nación profundamente arraigada en creencias místicas e históricas más bien irreductibles, lo cual la convertía en una nación poco dada a relacionar causas y efectos en un contexto de guerra total. Creían que su emperador, Hirohito, su Teno, era un ser divino y por tanto intocable y al cual había que defender hasta las últimas consecuencias. Esta perspectiva que los norteamericanos conocían, reforzaba la idea de que Japón debía ser traumatizado de manera contundente y llevado a un shock colectivo pleno. Aunque esta no fue la principal motivación para Washington. También había una necesidad de experimentación científica y militar del aparato industrial estadounidense y la oportunidad de poder ver los efectos reales sobre poblaciones humanas de una bomba atómica. Para los científicos y altos mandos estadounidense era una ocasión imperdible y, como era de esperar, no la desperdiciaron. Y aquí regresamos a la premisa de Hannah Arendt: el mal como una fuerza banal e irresponsable, dispuesta a todo.

“Harry Truman, el presidente que autorizó el uso nuclear sobre Japón, era un genocida doctrinal, una psicópata funcional que no tuvo reparos en hacer esa demostración de fuerza brutal sobre todo un pueblo, y además repetir el experimento tres días más tarde sobre Nagasaki”

Por último, estaba la cuestión soviética, la carrera armamentista y la creciente disuasión mutua como una jugada de ajedrez. Estados Unidos necesitaba demostrar a la Rusia comunista su gran poder destructivo y capacidad de devastación. Recordemos que la URSS detonó su primera bomba nuclear en 1949, cuatro años después que Hiroshima. Y aunque era 20 veces más potente que la primera bomba estadounidense, esa tecnología llegaba tarde. Harry Truman, el presidente que autorizó el uso nuclear sobre Japón, era un genocida doctrinal, una psicópata funcional que no tuvo reparos en hacer esa demostración de fuerza brutal sobre todo un pueblo, y además repetir el experimento tres días más tarde sobre Nagasaki. Las propias cartas de Harry Truman a su novia cuando este servía en Alemania durante la Primera Guerra Mundial, hablan de la naturaleza psicopática del individuo. En esa carta habla de matar a niños alemanes y de arrancar cabelleras germanas para llevárselas como trofeo. Presidentes como Taft, Teddy Roosevelt, Truman, Nixon, Reagan o Trump (solo por citar algunos) resultan claros ejemplos sobre cómo la “psicopatía del conjunto” toma formas personales.

En la cinta “Oppenheimer” se aprecia el estrecho vínculo entre ciencia-política, la subordinación de aquella a la seguridad nacional. ¿Cómo funciona el imperialismo en ese sentido?

Claramente no podría entenderse una continuidad imperialista, una hegemonía exitosa, sin los aspectos técnico-científicos que permitan esa continuidad. Esto es así desde la antigüedad. El predominio romano estaba sustentando, en buena medida, en la eficacia de sus armas, de sus tácticas y logísticas. La ciencia naval desarrollada por Gran Bretaña en el siglo XVIII le permitió su predominio en los mares, mientras que los conocimientos de artillería y tácticas militares en tierra le permitieron a Napoleón dominar toda Europa. Los estrechos vínculos entre tecnología y dominación son indiscutibles. Algo que, por otra parte, ya analizó muy extensamente el filósofo alemán Herbert Marcuse en la década de 1960. Cuando Marcuse señala en su libro El Hombre Unidimensional, publicado en 1964 (que fue calificado como el libro más subversivo del siglo XX): “la dominación tiene su propia estética, y la dominación democrática tiene una estética democrática”, lo que estaba marcando era el carácter oculto de la alienación capitalista que se sirve de la tecnología como vía de sometimiento, mutilando al hombre en una sola dimensión regida por el consumo y la producción, junto a las necesidades ficticias que esta crea. Pero yendo más específicamente a su pregunta entre las relaciones Estado, desarrollo tecnológico y hegemonía, lo que está claro es que ningún avance científico radical puede quedar a la deriva o en manos privadas. Ningún Estado hegemónico lo permitió ni lo permitirá nunca.

Asimismo, hay un viejo debate de cómo los adelantos científicos en las superpotencias capitalistas pasan a la defensa para pronto aplicarse en la esfera de la producción o servicios. Algo que confirmaría el estrecho vínculo entre grandes capitalistas y poder político. ¿Cuán desventajosamente nos encontramos en ese campo y en esa dinámica?

Podría dar múltiples ejemplos sobre estas relaciones de lo político y las corporaciones capitalistas. La propia Conferencia de Berlín de 1885, en donde las potencias europeas se repartieron África como si fuera un queso, fue muy elocuente sobre estas relaciones. El poder económico famélico de las riquezas africanas, de sus recursos, operaba a través de las monarquías y los Estados para la obtención de lucro y la expansión económica privada. Por supuesto, eso nunca resulta inocuo. Las tensiones generadas en África colonial fueron las que desembocaron en la Gran Guerra de 1914.

También lo vemos en el desarrollo de algunos acontecimientos inaugurales de este siglo XXI: la guerra de Irak, que no solo produjo un genocidio entre el pueblo iraquí, sino que barrió con los derechos de millones de estadounidenses y ciudadanos de todo el mundo, solo para satisfacer a las élites petroleras y al complejo militar-industrial norteamericano, que hacia el final de la guerra tenía más soldados privados que regulares en el campo de batalla. La privatización de la guerra, en definitiva. Y si hablamos de la sinergia entre militarismo y corporaciones económicas, creo que hay un testimonio histórico que es elocuentes por sí mismo. Y es el discurso de despedida del presidente Dwight Eisenhower, el 17 de enero de 1961. En él se refirió a los peligros inherentes de doblegarse a la pulsión armamentista inducida por el propio complejo industrial ligado al Pentágono y su influencia sobre generales y altos mandos militares, conformando ambos (empresas y Ejército) un verdadero centro de poder tras las instituciones democráticas. En aquella oportunidad, Eisenhower dijo (y permítame leer la cita): “en los consejos de gobierno debemos evitar la compra de influencias injustificadas, ya sean buscadas o no, por el complejo industrial-militar. Existe el riesgo de un desastroso desarrollo de un poder usurpado y [ese riesgo] se mantendrá. No debemos permitir nunca que el peso de esta conjunción [industrial y militar] ponga en peligro nuestras libertades o los procesos democráticos”.

“La Guerra de Cuarta Generación ya está aquí, y eso incluye medios de prensa, ataques cibernéticos, guerra cultural y manufactura de consensos, guerra bacteriológica (pandemias), financiación de opositores y desestabilización económica”

Hay también un pequeño texto muy famoso del general estadounidense Smedley Butler, escrito en 1935, donde confiesa: “he servido durante 30 años y cuatro meses en las unidades más combativas de las Fuerzas Armadas estadounidenses: en la Infantería de Marina. Tengo la sensación de haber actuado durante todo ese tiempo de bandido altamente calificado al servicio de las grandes empresas de Wall Street y sus banqueros. En otras palabras, he sido un pandillero al servicio del capitalismo. (…) Fui premiado con honores, medallas y ascensos. Pero cuando miro hacia atrás considero que pude haber dado a Al Capone algunas sugerencias. Él, como gánster, operó en tres distritos de una ciudad. Yo, como marine, operé en tres continentes”.

Si consideramos que ese texto que Butler tituló La guerra es una latrocinio, tiene casi 90 años de antigüedad, podemos concluir fácilmente que las turbias relaciones entre guerra y empresas en los Estados Unidos son estructurales. Es decir, inherentes a su funcionamiento como Estado y potencia internacional, y por tanto inseparables y profundamente antidemocráticas, alejadas de todo humanismo.

Sobre su pregunta en cuanto a la desventaja de nuestras naciones periféricas en estas relaciones entre poder político y económico, son inconmensurables, porque si en el Norte Global estas relaciones son para beneficio de una geopolítica supremacista, y para la expansión de las corporaciones del Norte Global. Nuestra relación Estado-poder corporativo funciona a la inversa porque es neocolonial y trabaja para nuestra destrucción como Estados, como sociedad y atenta contra nuestro avance tecnológico y un desarrollo humana genuino y autónomo.

Finalmente, ¿cómo evalúas la coyuntura global actual? ¿Avizoras, como lo hacen algunos, que estemos viviendo la antesala de una eventual Tercera Guerra Mundial?

Podría ser algo extenso de responder, porque la coyuntura global es hoy compleja, multidimensional y hasta impredecible debido a factores como el cambio climático, combinado con una transición hegemónica hacia Oriente. Lo que está claro es que el capitalismo está en una fase de implosión interna y que la exclusión social global es tan grande que las tensiones latentes están encontrando un punto de coagulación, es decir, de no retorno. Según muchos analistas, la Tercera Guerra Mundial ya está planteada de manera silenciosa y de momento indirecta en el campo militar.

Para decirlo fácilmente, aún no hay intercambio de misiles, artillería o bombardeos directos entre China y los Estados Unidos, o en entre Rusia y la Europa de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) (Ucrania es el preámbulo de ese conflicto). Sin embargo, en el ámbito cibernético y digital, la guerra mundial directa ya está planteada intensamente desde hace casi dos décadas. Rusia recibe una media de dos mil ataques informáticos diarios y hackeos a sus sistemas de defensa o gubernamentales. Lo mismo le sucede a los Estados Unidos, Rusia o a las potencias de la Unión Europea (UE). Entre los bloques Occidental y Oriental ya hay intercambios y agresiones directas. No olvidemos que el concepto de guerra ha cambiado, ha evolucionado hacia nuevos paradigmas que hasta pueden excluir la confrontación armada. La Guerra de Cuarta Generación ya está aquí, y eso incluye medios de prensa, ataques cibernéticos, guerra cultural y manufactura de consensos, guerra bacteriológica (pandemias), financiación de opositores y desestabilización económica. Incluso creación de fanatismos religiosos. El golpe a Evo Morales en Bolivia tuvo mucho de estos componentes. El menú es amplio y trasciende el campo de batalla tradicional en donde son las armas de fuego las protagonistas. Si lo consideramos desde esta perspectiva amplia, la Tercera Guerra Mundial ya está en pleno desarrollo. No olvidemos la premisas del general prusiano Carl von Clausewitz, que en su célebre obra De la Guerra señala que “[la guerra] constituye un acto de fuerza que se lleva a cabo para obligar al adversario a acatar nuestra voluntad”.

Von Clausewitz fue también el que afirmó eso “de que toda guerra es la continuación de la política por otros medios”.

Es correcto… Y en eso anda el mundo.

Javier Larraín. Correo del Alba

*DESCARGAR LIBRO │ Estados Unidos contra la humanidad

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.

miércoles, 23 de agosto de 2023

La tragedia de J. Robert Oppenheimer y la actualidad del peligro nuclear


La tragedia de J. Robert Oppenheimer y la actualidad del peligro nuclear
Basada en la biografía titulada American Prometheus: The Triumph and Tragedy of J. Robert Oppenheimer (Ed. A. Alfred Knopf, 2005), escrita por Kai Bird y por el difunto Martin Sherwin –biografía galardonada con el Premio Pulitzer–, la película narra el ascenso y caída del joven J. Robert Oppenheimer, reclutado por el gobierno de EE UU durante la segunda guerra mundial para dirigir la construcción y los ensayos de la primera bomba atómica del mundo en Los Álamos, en Nuevo México.

Sus logros en este terreno permitieron que poco después el presidente Harry S. Truman (1945-1953) ordenara utilizar las bombas nucleares para destruir Hiroshima [6 de agosto de 1945] y Nagasaki [9 de agosto de 1945].

En el transcurso de los años de posguerra, Oppenheimer, ampliamente celebrado como “el padre de la bomba atómica”, adquirió una influencia extraordinaria para un científico en las filas del gobierno estadounidense, sobre todo en su calidad de presidente del comité consultivo general de la nueva Comisión de la Energía Atómica (Atomic Energy Commission, AEC).

Sin embargo, su influencia menguó a medida que se acentuó su ambivalencia con respecto al armamento nuclear. En el otoño de 1945, durante una reunión en la Casa Blanca con Truman, Oppenheimer dijo: “Señor presidente, tengo la sensación de que mis manos están manchadas de sangre.” Furioso, Truman declaró más tarde al secretario de Estado adjunto, Dean Acheson [enero de 1949-enero de 1953] que Oppenheimer se había convertido en “un llorón” y que no quería “ver nunca más a ese hijo de puta en este despacho”.

Oppenheimer también estaba preocupado por la carrera de armamentos nucleares que comenzaba y, al igual que numerosos científicos de la especialidad, era partidario de un control internacional de la energía atómica. En efecto, a finales del año 1949, la totalidad del comité consultivo general de la AEC se pronunció en contra del desarrollo de la bomba H por EE UU, si bien el presidente, haciendo caso omiso de esta recomendación, aprobó el desarrollo de la nueva arma y la incorporó al arsenal nuclear estadounidense en plena expansión.

En estas circunstancias, personalidades claramente menos escrupulosas con respecto a las armas nucleares tomaron medidas para apartar a Oppenheimer del poder. En diciembre de 1953, poco después de asumir la presidencia de la AEC, Lewis Strauss, un ferviente defensor del refuerzo del arsenal nuclear de EE UU, ordenó la suspensión de la acreditación de seguridad de Oppenheimer. Con ánimo de defenderse de las implicaciones de deslealtad, Oppenheimer recurrió la decisión y, durante las comparecencias posteriores ante el Consejo de Seguridad del Personal de la AEC, tuvo que hacer frente a preguntas agobiantes, no solo en relación con sus críticas con respecto al armamento nuclear, sino también con sus relaciones, décadas atrás, con personas que habían militado en el Partido Comunista.

Finalmente, la AEC decidió que Oppenheimer representaba un riesgo para la seguridad, una decisión oficial que –añadida a su humillación pública– supuso su expulsión del servicio público y asestó un golpe fatal a su fulgurante carrera.

Está claro que el desarrollo del armamento nuclear ha tenido consecuencias mucho más importantes que la caída de Oppenheimer. Además de matar a más de 200.000 personas y herir a muchas más en Japón, el advenimiento de estas armas ha llevado a países del mundo entero a lanzarse a una feroz carrera de armamentos atómicos. En la década de 1980, al calor de los conflictos entre las grandes potencias, se fabricaron 70.000 bombas nucleares, con el potencial de destruir prácticamente toda vida en el planeta.

Por fortuna se produjo una vasta campaña ciudadana para oponerse a esta carrera hacia el apocalipsis nuclear. Consiguió presionar a los gobiernos reticentes para que firmaran toda una serie de tratados de control de las armas nucleares y de desarme, además de tomar medidas unilaterales con el fin de reducir los peligros nucleares. De este modo, en 2023 el número de armas nucleares ha descendido a 12.500.

No obstante, estos últimos años, ante la fuerte disminución de la movilización ciudadana y el aumento de los conflictos internacionales, el potencial nuclear se ha reavivado notablemente. Las nueve potencias nucleares (Rusia, EE UU, China, Reino Unido, Francia, Israel, India, Pakistán y Corea del Norte) se esfuerzan actualmente por modernizar sus arsenales nucleares construyendo nuevas instalaciones de producción y mejorando sus armas nucleares.

En 2022, esos gobiernos han invertido cerca de 83.000 millones de dólares en este refuerzo nuclear. Las amenazas públicas de desencadenar una guerra nuclear, como la de Donald Trump, Kim Jong-un y Vladímir Putin, se repiten con mayor frecuencia. Las agujas del reloj del apocalipsis, ideado en 1946 por el Bulletin of the Atomic Scientists, se sitúan ahora a medianoche menos 100 segundos [90 en enero de 2023], el valor más peligroso de su historia.

No es extraño que las potencias nucleares no se muestren muy interesadas en que haya nuevas iniciativas a favor del control de armas nucleares y de desarme. Los dos países que poseen alrededor del 90 % de las armas nucleares del mundo –Rusia (país que posee más que ninguno otro) y EE UU (que le sigue de cerca)– se han retirado de casi todos los acuerdos de este tipo que habían suscrito entre ellos.

Aunque el gobierno de EE UU ha propuesto a Rusia prorrogar el tratado New Start (que limita el número de armas nucleares estratégicas), Putin respondió al parecer, en junio de 2023, que Rusia no participará en negociaciones sobre desarme nuclear con Occidente, añadiendo: “Poseemos más armas de este tipo que los países de la OTAN. Lo saben y siempre tratan de convencernos de negociar su reducción. Que se lo hagan mirar… como dice nuestro pueblo.”

El gobierno chino, cuyo arsenal nuclear, pese a haber crecido notablemente, se sitúa en tercera posición –y todavía bastante lejos–, ha declarado que no ve ninguna razón para participar en conversaciones sobre el control de armas nucleares.

A fin de evitar una catástrofe nuclear inminente, las naciones no nucleares han defendido el tratado de prohibición de las armas nucleares (Treaty on the Prohibition of Nuclear Weapons, TPNW). Adoptado por una mayoría aplastante de países en una conferencia de Naciones Unidas en julio de 2017, el tratado prohíbe desarrollar, ensayar, producir, adquirir, poseer, almacenar y amenazar con utilizar armas nucleares.

El tratado entró en vigor en enero de 2021 y, pese a que todas las potencias nucleares se han opuesto, lo han suscrito 92 países y ratificado 68 de ellos. Brasil e Indonesia lo ratificarán seguramente dentro de poco. Los sondeos demuestran que el TPNW goza de un importante apoyo popular en numerosos países, inclusive en EE UU y otros países de la OTAN. Queda por tanto un rayo de esperanza de que todavía se pueda evitar la tragedia nuclear que hundió a Robert Oppenheimer y que desde hace tiempo amenaza la supervivencia de la civilización mundial.

Artículo original: A l’encontre Traducción: viento sur

Lawrence S. Wittner es profesor emérito de Historia en SUNY/Albany.

Fuente: