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sábado, 10 de mayo de 2025

Faustino Cordón, un genio olvidado de la ciencia: “Fui un bolchevique tuerto, manco y con pistola”

Faustino Cordón


Una biografía recupera la asombrosa vida del farmacéutico, que fue artista en París, jefe de armamento en la Guerra Civil, exiliado interior y uno de los mejores pensadores darwinistas de España.

Madrid, julio de 1936. Un joven llamado Faustino Cordón, recién llegado a la ciudad, asiste a una de las primeras reuniones organizativas del Quinto Regimiento. Vittorio Vidali, militante comunista apodado comandante Carlos, pregunta a la concurrencia:

-¿Quién de vosotros es experto en explosivos o químico?

Nadie responde, así que Cordón se lanza:

-No soy químico, pero sí farmacéutico.

Hay una oleada de carcajadas, pero Vidali insiste:

-¿Sabes envenenar aguas, hacer bombas, obuses, fabricar gases?

Cordón replica: “¿Aquí sabe alguien?" Y, como la respuesta fue negativa, continuó: “Pues yo sé hacer trinitrotolueno”. Y así fue nombrado jefe de armamento del incipiente Quinto Regimiento. Tenía veintisiete años.

La escena se relata en el reciente libro Faustino Cordón, el biólogo insumiso (Garaje), en el que una de sus hijas, Elena, y la periodista Elvira de Miguel recopilan el ingente material escrito y sonoro dejado por uno de los científicos más atípicos y desconocidos de la historia de España. Tuerto y casi manco por accidentes de guerra, Cordón quiso ser artista, se volcó en el dibujo, vivió en París como un bohemio y conoció a Picasso. Un buen día decidió irse a Madrid para estudiar Farmacia y servir a la causa comunista, que acababa de abrazar. Salvado casi milagrosamente de ser fusilado, sobrevivió haciendo ciencia como un exiliado interior durante la dictadura franquista, se aprendió de memoria la teoría de la evolución de Darwin y se lanzó a edificar su propio edificio teórico para explicar el origen de la vida en todos sus estratos, lo que compuso una obra monumental de filosofía evolutiva única en su especie en la España de aquella época.

Cordón, hijo de una familia liberal extremeña donde tenían una gran finca que su padre regaló a los campesinos en el 36, renegó pronto del comunismo estalinista, pero encabezó la primera visita científica española a la URSS tras la muerte de Franco. En la Transición, fue un referente de ideas muy claras sobre quiénes somos y de dónde venimos, que expuso en su libro de divulgación más famoso, Cocinar hizo al hombre, y en sus artículos periodísticos, muchos de ellos en EL PAÍS, donde dijo cosas como que los humanos de hoy somos iguales a los que pintaron los bisontes de Altamira hace miles de años, porque nos unen la tecnología y el lenguaje.

Poco después de aceptar su puesto de jefe de armamento, un antiguo compañero del colegio El Pilar le pidió a Faustino que salvase su casa —un chalé en pleno barrio de Salamanca— del “furor popular”. El farmacéutico le dijo que no se preocupase: la tomaría él mismo para instalar el laboratorio de fabricación de explosivos. Allí trabajó con sus colaboradores sin descanso, castigados por horribles dolores de cabeza producidos por la dinamita, que es un vasodilatador. Un día hubo un sabotaje y todo el arsenal saltó por los aires. La terrible explosión se llevó por delante a un hermano de Cordón y a dos de sus más estrechos colaboradores, León Meabe y Leo Fleischman, e hirió a dos de sus hermanas. Una esquirla de metralla atravesó el ojo de Cordón y se detuvo a pocos milímetros de su cerebro, dejándole tuerto de por vida, pero salvando milagrosamente su vida.
Faustino Cordón, en los laboratorios Zeltia de Porriño (Galicia), en 1944.
 

En los últimos días de la Guerra Civil, en el puerto de Alicante, Cordón tira al agua una maleta de cartón repleta de documentos sobre el Quinto Regimiento que iban dirigidos a Antonio Machado, quien debía escribir una loa sobre el cuerpo. El proyecto nunca pudo ser, pues Machado murió en febrero de 1939. A cambio, Cordón salvó la vida por segunda vez, pues los soldados nacionales nunca supieron que era el cerebro armamentístico de los militares comunistas. A pesar de ello, estuvo más de un año en campos de concentración y cárceles, donde a pesar del hambre se empeñó en seguir estudiando lo que fuese, empezando por una gramática inglesa que había encontrado tirada en el puerto de Alicante, del que ya no salían barcos y donde presenció tres suicidios el mismo día. Un año después, en septiembre de 1940, gracias a que su familia sobornó al juez, Cordón salió libre e inició su atípica carrera científica.

El farmacéutico consiguió un trabajo en los laboratorios Zeltia, en Porriño, Galicia. Al llegar se da cuenta de que esta empresa está llena de científicos republicanos represaliados que sobreviven en el exilio interior y constituyen una útil mano de obra barata a las órdenes del catedrático Fernando Calvet. Zeltia se especializa en la producción de compuestos sacados de las glándulas de animales. En plena posguerra, el primer trabajo científico de Cordón consiste en entender por qué las partidas de insulina llegadas de Suiza se echan a perder a los pocos días. Tiempo después, consiguió aislar la molécula responsable, que llamó insulinasa. Gracias a su trabajo y el de sus compañeros, Zeltia patenta varias especialidades farmacéuticas como la efedrina, la digitalina, los extractos hepáticos, la foliculina, el purpuripán, y varias vitaminas. La empresa fue luego absorbida por su filial, la actual PharmaMar.
Faustino Cordón el día de su boda con María Vergara, en 1948.
 

Faustino Cordón el día de su boda con María Vergara, en 1948. Archivo familiar

En esos años, Cordón sufre un revés que determinará su carrera como científico al margen del sistema académico. A pesar de haber conseguido una prestigiosa beca Fulbright para irse a formar a Estados Unidos, sin saber por qué se le niega la posibilidad de viajar. Cordón protesta y llega hasta el despacho de José María Albareda, farmacéutico vinculado al Opus Dei, y secretario general del Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC), fundado por Franco en 1939 para “la restauración de la clásica y cristiana unidad de las ciencias”. “Se trataba de una suerte de fraile vestido de paisano que era quien decidía las purgas. Me recibió glacial en su despacho tras una mesa monacal, con un cristo encima de una calavera. Escuchó con atención mis razones, sin decir una palabra, pero todo resultó inútil; fui el único al que no le dieron el pasaporte”, explicó Cordón a su hija Inés en 1994.

El científico pasó a trabajar en Madrid en el Instituto de Biología y Sueroterapia, una de las principales fábricas de vacunas y moléculas biológicas médicas de la época. Aparte de seguir trabajando como científico experimental, Cordón emplea en las instalaciones a presos políticos una vez cumplida su condena.

“Era una persona alegre, cargada de energía física que volcaba en su trabajo, y con una pasmosa confianza en su teoría biológica, curiosamente unida a mucha humildad”, resume su hija Elena. La palabra que mejor describe su actividad científica es “frenética”, según la periodista Elvira de Miguel.
Burro y Campesino, dibujo de Faustino Cordón de 1955.

Burro y Campesino, dibujo de Faustino Cordón de 1955. Colección familiar

Cordón tradujo en aquellos años importantes obras científicas del alemán al español, pero su gran objetivo fue elaborar su propio tratado sobre el origen de la vida. Según su biografía, en los años 50 Cordón descubrió la capacidad de determinadas proteínas de multiplicarse por sí mismas, lo que le llevaría a considerarlas las unidades fundamentales básicas de la vida, bautizándolas basibiones. La idea, aún hoy heterodoxa, fue ignorada hasta que en 1995 el neurólogo Stanley Prusiner descubrió los priones, proteínas capaces de multiplicarse y evolucionar por sí solas, y que causan enfermedades cerebrales como el mal de las vacas locas, un hallazgo que le valió el Nobel Medicina dos años después.

A pesar de su aislamiento, Cordón recibió apoyos inesperados, como el de Juan Huarte Beaumont, dueño de una importante constructora que acabó siendo la H de OHL, quien le contrató para que se dedicase a redactar su gran obra: Tratado evolucionista de biología. En los años 60 se acaba esta colaboración, pero a Cordón acude entonces Ernestina González, bibliotecaria burgalesa y pareja de Leo Fleischman, considerado el primer voluntario estadounidense caído en la Guerra Civil, que venía de una familia adinerada de Nueva York y murió precisamente en la explosión de la fábrica de bombas que dirigía Cordón durante la Guerra.
Faustino Cordón en una imagen de archivo de 1941.

Faustino Cordón en una imagen de archivo de 1941. Picasa

“Con Faustino siempre parecía que estabas hablando con alguien de tu edad, aunque nos llevábamos 60 años”, recuerda el neuropatólogo Alberto Rábano, de la fundación CIEN, quien fue discípulo de Cordón en la década de los años 80. “Estaba muy al margen de la ciencia oficial, y bastante despreciado por la universidad franquista y posfranquista”, recuerda.

Rábano recopiló la bibliografía para el segundo tomo de la obra evolucionista de Cordón, relacionada con los animales. “Tenía su vida medida y mucha prisa por acabar su obra. Nosotros, que éramos jóvenes, le proponíamos hacer experimentos, pero él, aunque había sido un gran científico experimental, ya no quería salir del plano teórico”, recuerda.

Cordón logró acabar la segunda parte de su obra, que presentó en 1990 en el edificio de la Antigua Dirección General de Seguridad de la Puerta del Sol de Madrid, donde había estado alguna vez detenido, y que albergaba ya el Gobierno de la Comunidad de Madrid. Murió en diciembre de 1999 a punto de cumplir los 91 sin terminar la tercera parte, dedicada a los humanos. “No hay ningún otro autor a la altura de Cordón en este campo en España. Merece la pena recuperarlo”, opina Rábano, quien también recuerda a su maestro por su sentido del humor. Uno de sus golpes favoritos era decir: “Ahora me ves muy civilizado, pero yo fui un bolchevique tuerto, manco y con pistola”.
Faustino Cordón junto al periodista de 'EL PAÍS' Vicente Verdú, en 1978.
Faustino Cordón junto al periodista de 'EL PAÍS' Vicente Verdú, en 1978. Colección familiar

El biólogo Arcadi Navarro, investigador ICREA y director de la Fundación Pasqual Maragall, leyó la obra de Cordón cuando estaba estudiando la carrera, y nunca la olvidó. “Manejaba conceptos rompedores que no eran apreciados porque los lectores no estaban preparados”, explica. Una vez fallecido, todos los fondos de la fundación que había creado Cordón gracias a Ernestina González fueron a parar a la Fundación Pasqual Maragall, quien había sido amigo de Cordón y su mujer, María Vergara. “Son tres generaciones de ciudadanos concienciados —Fleischman, Cordón, Maragall— que donaron todo al proyecto colectivo de la ciencia”, destaca Navarro.

El archivo personal de Cordón, con cientos de cartas, fotografías y miles de sus notas, se conserva en la Biblioteca Nacional desde 2018. Buena parte de su obra científica, periodística y autobiográfica puede consultarse gratis en la web faustinocordon.org creada por sus hijas.

miércoles, 13 de mayo de 2020

Adiós al padre del caos Robert May, biólogo, matemático, innovador e influyente político, muere a la edad de 84 años.

El científico australiano Robert May, pionero en estudios teóricos de biología y uno de los padres de la teoría del caos, murió a la edad de 84 años, el pasado 28 de abril. Fue uno de los investigadores más distinguidos de su país, como promotor de la ciencia y asesor político. Fue influyente en el modelado de las enfermedades infecciosas, y cambió nuestra comprensión de los ecosistemas, la dinámica de poblaciones y la teoría de juegos. Tras la crisis financiera de 2008, también contribuyó al modelado de la economía.

Robert May nació en Sidney en 1938. Estudió ingeniería química y física en la Universidad de Sidney, obteniendo el título en 1956, y se doctoró en física teórica, en la especialidad de superconductividad, en 1959. Posteriormente se trasladó como investigador a la Universidad de Harvard en Boston (EE UU) para regresar luego a su ciudad natal, donde fue promocionado a profesor titular de universidad a la edad de 33 años. Ocupó una cátedra de Zoología en la Universidad de Princeton (EE UU) en 1973 y en 1988 se convirtió en profesor de investigación de la Royal Society en la Universidad de Oxford, Reino Unido. Entre 1995 y 2000 fue Asesor Científico Principal del Gobierno Británico, y se convirtió en Presidente de la Royal Society (Reino Unido) en 2000. En 1996 fue nombrado caballero por sus servicios a la ciencia, y se convirtió en “Lord May de Oxford”.

El trabajo de Robert May se centró en lo que ahora se conoce como los sistemas no lineales y complejos. Fue uno de los primeros en estudiar modelos matemáticos simples que daban lugar a una dinámica muy complicada. En la década de 1970 muy pocos científicos creían que la complejidad y variación que vemos en nuestro mundo pudiera ser capturada por ecuaciones matemáticas relativamente sencillas. ¿Cómo describirían ecuaciones simples cosas tan complicadas como el clima, el cerebro, el colapso de las comunidades ecológicas, o las repentinas caídas del mercado financiero? May, junto con otros científicos, descubrió que ecuaciones no lineales muy básicas pueden dar lugar a una variedad extraordinariamente rica de fenómenos, momento en el cual nació la teoría del caos. May pronto se dio cuenta de las profundas implicaciones que esto tendría, y escribió en 1979: “No solo en la investigación, sino también en el mundo cotidiano de la política y la economía, todos estaríamos mejor si más gente se diera cuenta de que los sistemas no lineales simples no poseen necesariamente propiedades dinámicas simples”.

May desafió nuestra comprensión de los ecosistemas cuando usó un modelo sencillo para argumentar que los ecosistemas grandes y complejos pueden ser inestables May desafió nuestra comprensión de los ecosistemas cuando usó un modelo sencillo para argumentar que los ecosistemas grandes y complejos pueden ser inestables. Las teorías convencionales habían llegado a la conclusión de que la variedad y la complejidad hacían que las comunidades ecológicas fueran más estables. El trabajo de May fue rápidamente cuestionado, y provocó el llamado debate de la “estabilidad de la diversidad”. Este debate ha continuado por más de 40 años, y sigue estando muy activo hoy en día.

El artículo titulado Juegos evolutivos y caos espacial de Robert May y Martin Nowak se ha convertido en una contribución clave al campo de la teoría de juegos. En su trabajo, May y Nowak estudian los juegos competitivos de cooperantes y desertores, y muestran como pueden surgir complejas estructuras caóticas de altruismo y engaños.

Junto con Roy Anderson, a quien había conocido en el Imperial College de Londres, Robert May hizo contribuciones pioneras en el modelado matemático de las enfermedades infecciosas. A May y Anderson se les atribuye, en particular, la conexión de las matemáticas de la epidemiología con la biología de las enfermedades. Estuvieron entre los primeros en interpretar conceptos matemáticos como el número reproductivo R en un lenguaje próximo al de los biólogos. Este es el mismo número reproductivo que usamos hoy en día para monitorizar el estado de la pandemia de la covid-19. Las circunstancias actuales son un recordatorio diario de la importancia de las matemáticas para nuestra comprensión de las enfermedades, y para la toma de decisiones políticas.

Como asesor científico principal del gobierno británico, May defendió que las decisiones políticas se hicieran sobre una base científica. En un informe de 1997, El uso del asesoramiento científico en la elaboración de políticas, argumentó que el gobierno “debería tratar de publicar todas las pruebas y análisis científicos que subyacen a las decisiones políticas”. Continúa diciendo que “la apertura estimulará una mayor discusión crítica de la base científica de las propuestas políticas”, y que “hay buenas razones para divulgar información [...] que podría en sí misma evitar una mayor controversia a largo plazo”.

May ganó numerosos premios y galardones, entre ellos la Orden de Mérito que le otorgó la Reina Isabel en 2002. Ha recibido títulos honoríficos de Uppsala, Yale, Sydney, Princeton, ETH Zürich, Harvard y Oxford, entre otros. Sus honores incluyen el Premio Balzan suizo-italiano para la biodiversidad, la Medalla Copley de la Royal Society (Reino Unido), y el Premio Crafoord de la Real Academia Sueca. Quienes le han conocido personalmente lo describen como enérgico y directo, aunque tal vez menos hábil en el ejercicio de la diplomacia que otros científicos.

Tobias Galla es investigador distinguido del Consejo Superior de Investigaciones Científicas en el Instituto de Física Interdisciplinar y Sistemas Complejos (IFISC, CSIC-UIB).

https://elpais.com/ciencia/2020-05-04/adios-al-padre-del-caos.html?rel=lom

lunes, 2 de marzo de 2020

"El científico debe dar más la cara, arriesgarse y opinar"

La revista Mètode de la Universitat de València recibió hace unas semanas el premio Ciencia en Acción en la categoría de divulgación científica. Su director, Martí Domínguez, es, además, doctor en Biología, profesor de periodismo y colaborador de EL PAÍS. En esta entrevista habla de Mètode; de los buenos tiempos que corren para la edición relacionada con la ciencia; del papel que los científicos deberían jugar, y no juegan, en la sociedad valenciana y sobre la responsabilidad que en ello tienen sus gobernantes.

La revista que dirige aparece trimestralmente; está escrita en catalán (aunque su anuario, por el que se le concedió el premio, se edita también en castellano); su tirada alcanza los 4.000 ejemplares, de los que sólo 500 se ponen a la venta en librerías y, sorprendentemente, por su esmerado aspecto y por su contenido, sale a la calle con el trabajo de sólo cinco personas fijas. Los textos son obra, en casi todos los casos de personal de la propia Universitat.

"Creo que el Gobierno valenciano se ha dedicado a erosionar a los especialistas. Y ahora, o no hablan, o no tienen el eco que debería tener"

Pregunta. ¿En qué situación se encuentra la divulgación científica? Respuesta. Aunque uno se quede un poco perplejo, lo cierto es que los libros sobre ciencia están de moda. Primero porque algunos libros por los que nadie había apostado, por ejemplo el de Punset, se han convertido en auténticos best sellers. Después porque la gente tiene curiosidad por saber hacia dónde va el conocimiento científico; qué somos. Los libros de antropología se venden, sobre todo del origen del hombre, son siempre libros de éxito. Y luego hay lectores fieles de astronomía, incluso de obras complejas. De medio ambiente, de conciliar literatura y ciencia... Las editoriales compran los derechos de los libros incluso sin haberlos leído. Hay un tirón mucho mayor del de otros aspectos del ensayo, como el social, el económico...

P. Es un fenómeno nuevo. R. Tradicionalmente no ha habido un público lector de ciencia. La Ilustración a España llegó muy tarde. En Estado Unidos, en Inglaterra y Francia, estar informado científicamente ha sido un elemento fundamental para la formación humanística de un individuo. La mayor parte de los escritores franceses, Proust, por ejemplo, era un gran lector de divulgación científica. Tampoco en las editoriales ni entre los especialistas ha habido apenas especialistas en ciencia. Y eso es fundamental.

P. ¿Los científicos no tienen ninguna responsabilidad? R. A veces es cierto que los científicos no hacen ningún esfuerzo para difundir sus investigaciones de una manera comprensible y asequible para la gente. Nosotros intentamos hacer un poco de puente entre ese lenguaje técnico y rebuscado y un estrato social de tipo universitario. Es una revista un tanto elitista desde ese punto de vista, pero buscar ser atractivo para los no especialistas en la materia.

P. Combináis números de ciencia dura con otros más llevaderos. R. Intentamos que entre los cuatro números del año siempre haya alguno que sirva para desengrasar el cuerpo científico que tienen los otros. Hemos hecho números sobre la miel, el vino, el sexo... Y ahí está todo; hay química, botánica, economía, medicina, pero con un tratamiento más atractivo. Yo creo que a estas alturas casi está injustificado hacer cosas feas.

P. Muchos números tienen un enfoque comprometido. R. Creo que es muy importante que el científico entren en los canales de comunicación porque casi siempre está aislado en un centro de investigación, en un parque tecnológico... Los científicos deberían dar la cara, arriesgarse más y opinar más. Ahora mismo, por ejemplo, en el tema de la sequía, yo hubiera querido que los biólogos y geógrafos hubieren opinado en los medios de comunicación. O sobre la decisión de inundar o no los campos de arroz de L'Albufera, sobre la ampliación del puerto... Para crear un estado de opinión y una sociedad informada, que es lo que necesitamos.

P. ¿Por qué a los universitarios les cuesta tanto influir en la sociedad valenciana? R. Yo creo que el Gobierno se ha dedicado a erosionar a aquellos que tenían una opinión formada y no se doblegaban al viento político del momento. Como cuando el rector Paco Tomás opinó sobre la creación de la Universidad Internacional Valenciana. Los han erosionado y ahora se encuentran con que los especialistas o bien no dicen nada o bien, cuando dicen algo, no tiene el eco que debería tener. *

Este artículo apareció en la edición impresa del Martes, 24 de octubre de 2006 en el País.

jueves, 21 de julio de 2016

NEIL DEGRASSE TYSON / ASTROFÍSICO: “Quizás el próximo Einstein se está muriendo de hambre en Etiopía”. El sucesor de Carl Sagan incide en que la educación y la ciencia son la mejor arma contra el fanatismo religioso.

Neil deGrasse Tyson (Bronx, EE UU, 1958) es uno de los divulgadores científicos más reconocidos del mundo. Este astrofísico ha sido el relevo del gran Carl Sagan al frente de la nueva versión de la serie Cosmos, que despertó tanto éxito como vocaciones científicas en todo el mundo. De Grasse estudió en el Instituto de Ciencia del Bronx (Nueva York), un centro público de enseñanza media muy selectivo especializado en matemáticas y ciencia. Al terminar, el propio Carl Sagan lo llamó para que fuera a verle con la intención de ficharlo para su universidad, Cornell. De Grasse prefirió Harvard, pero dice que aprendió de Sagan “el tipo de persona en quien quería convertirse”. El astrofísico asiste por primera vez al festival Starmus, que se celebra hasta el sábado en Tenerife, donde ofreció esta entrevista a Materia.

Pregunta. España atraviesa una crisis económica durante la que se ha recortado mucho en ciencia y conocimiento ¿Qué le diría al próximo presidente del Gobierno de España si le pidiera consejo?
Respuesta. No, mis palabras no serían para el presidente, sino para quienes le han elegido. Necesitas que entiendan por qué un político debería o no tomar ciertas decisiones. Parecería que lo eficiente es hablar con el líder del Gobierno porque él está al mando, pero supón que tu presidente dice: ”Sí, vamos a invertir más en investigación y desarrollo”, y el público dice: “No, pero espera, tengo hambre ahora, soy pobre”. Entonces deja de funcionar, las políticas no consiguen hacerse realidad. Tienes que entender el valor de la investigación y el desarrollo. Y entonces, cuando el jefe de Gobierno decida hacerlo, todo el mundo le apoyará, no habrá debate, porque todo el mundo entiende la importancia. Si pones en marcha una serie de inversiones, unas que esperas rentabilizar en el corto plazo, otras a medio y otras a largo, siempre hay un flujo de descubrimientos que puedes señalar como resultados de tu inversión. Eso podría funcionar, siempre habría algo de qué hablar, algo inventado en España, una nueva máquina, un nuevo tratamiento médico, tecnología... Esas son las economías que liderarán la civilización a lo largo del siglo XXI.

P. Usted dice que del instituto del Bronx (Nueva York) en el que estudió han salido ocho premios Nobel, igual que en toda España, y la mayoría no son de ciencia, sino de literatura ¿Qué supone eso?
R. Los Nobel en literatura son algo muy bueno. Comunicación, ideas, historias. Es una parte fundamental de ser humano, compartir las historias de otros. Pero os tenéis que preguntar si en España os conformáis con eso, o queréis más. Si la gente no quiere más, está bien, pero entonces no os podéis quejar de que la economía no sea tan competitiva como otras en Europa o el resto del mundo. Yo preguntaría, ¿tenéis ferias de ciencia donde los estudiantes hacen sus proyectos y reciben reconocimiento por pensar de forma científica sobre el mundo? Por ejemplo, ahora estamos en el festival Starmus. Me pregunto dónde están las grandes empresas que deberían estar apoyando un evento así. Posiblemente crean que esto no es importante. Se equivocan. Importa a todo el mundo, para su futuro, incluido el económico. Puedes elegir no hacerlo, pero irás a remolque del resto del mundo, de los que inventan. Tus enfermedades se curarán gracias a los esfuerzos en investigación de otros países. No hay nada malo, pero tendréis que pagar por ello.

P. Igual los empresarios piensan que no hay un retorno económico en este tipo de iniciativas…
R. Ah claro, el retorno no vendrá en este trimestre, nada en el informe anual de actividad, es algo que llegará mucho después. La reina Isabel la Católica sabía eso. Cuando envió a Colón a su expedición no estaba pensando en recuperar su inversión el próximo año. Sabía que estaba apostando a largo plazo en el futuro de España. Y en ese caso particular podemos discutir si el imperio español fue algo bueno o malo, pero desde luego fue algo, reflejaba una visión de país. Así que si no reinviertes tus beneficios en investigación verás cómo van a cero...

P. ¿Cree que los humanos nos hacemos cada vez más irracionales, más fanáticos?
R. Lo primero que puedes pensar es culpar a la gente que se comporta de esa forma, pero yo soy un educador y tengo una visión algo diferente. Creo que hay comunidades enteras que se sienten totalmente olvidadas. Hay un grupo de gente perfectamente formada inventando cosas, ganando más riqueza porque ellos han innovado. Si no eras bueno en tus clases de matemáticas o ciencia, si lo rechazabas o simplemente fuiste formado en otros valores, la primera reacción es rechazar todo eso, pensar: Eestáis todos equivocados, sois mis enemigos". Eso es muy humano. Esto nos lleva a un cambio en el sistema educativo para enseñar a la gente qué es la ciencia y cómo y por qué funciona. No es solo un conjunto de información que podrías ignorar o apartar porque así lo eliges. ¡La ciencia es la vida! Hay ciencia en todas partes, en todo lo que nos rodea, los materiales, los tejidos, los teléfonos, los automóviles... tu móvil se comunica con satélites GPS para que sepas dónde está la casa de tu abuela y que tienes que girar a la izquierda para llegar. Esto nos recuerda que tenemos que involucrar a todo el mundo en los nuevos descubrimientos tecnológicos, no crear un planeta donde unos los tienen y otros no. Porque estos últimos los rechazarán.

P. ¿Y el hecho de que se enseñe religión en las escuelas?
R. Hay dos tipos de verdades en este mundo. Están las personales, las cosas que sabes que son reales porque las sientes. Y luego hay verdades objetivas, esas que existen independientemente de lo que sientas por ellas. E=mc2, esa es una verdad objetiva. No importa si estás o no de acuerdo con ella, es una verdad. Las religiones son verdades personales. Para conseguir que alguien esté de acuerdo con tu verdad personal tienes que adoctrinarlos o hacerlo por la fuerza, por la amenaza de muerte. Ha habido muchísimas guerras en la historia porque unas personas tenían una verdad personal y otras otra. No había forma de resolver el conflicto de forma objetiva, así que se mataron para ver quién acaba dominando a quién. Esto es malo para la civilización. Lo mejor es que te guardes tu verdad personal para ti solo. Y si consigues llegar a ser el jefe del Estado, o alguien con poder y tienes que dictar nuevas leyes, en una sociedad libre no deberías basarlas en tus verdades personales, porque las estarías forzando sobre otros que quizás no las compartan. Si vives en un país con católicos, protestantes, musulmanes, hindúes y haces una ley que no se basa en una verdad objetiva, entonces se convierte en una receta para la guerra. Es el comienzo de una teocracia, no de una democracia. Es el principio del final de una democracia informada.

P. ¿Como civilización cree que evolucionaremos a un punto en el que dejemos de exterminarnos unos a otros?
R. Vivimos en el tribalismo. Los antropólogos saben que los humanos somos tribales por naturaleza. Está mi familia y mi pueblo y, si estás fuera, eres mi enemigo. Puedes preguntarte cómo de grande quieres que sea tu tribu. ¿Incluye a todo el mundo en la Tierra? ¿A todos los humanos? Esa es probablemente la mejor solución para la sociedad. Más que mi familia, mi ciudad, la gente que habla mi idioma, los que tienen mi aspecto... Y así tomas decisiones que benefician a todos y no son excluyentes. Para eso necesitamos que nuestra civilización evolucione, como dice.

P. Stephen Hawking cree que no duraremos otro milenio en este planeta. ¿Está de acuerdo?
R. Yo no estoy de acuerdo con la utilidad de esa idea. Puede que destrocemos este planeta y que tengamos que irnos a vivir a Marte. Pero antes habrá que transformarlo para que sea como la Tierra y enviar a unos cuantos miles de millones de personas allí. Si tienes la capacidad de transformar Marte de esa forma, también puedes cambiar la Tierra para que vuelva a parecerse a lo que era. No hay necesidad de irse. Puedes arreglar las cosas aquí antes que convertir otro planeta. Así que la solución de Hawking funciona muy bien como titular de prensa, pero en la práctica nadie haría eso, simplemente arreglaríamos la Tierra.

P. Antes ha hablado de la desigualdad como razón de rechazo de la ciencia y como raíz de radicalismo. ¿Estamos mejorando o empeorando en ese aspecto?
R. La educación es clave: tener líderes bien formados, ilustrados, no corruptibles. En muchas naciones en desarrollo es su propia corrupción la que impide que todo el país crezca como debería. Podría verlo desde una postura muy egoísta y decir que quizás el próximo Einstein se está muriendo de hambre en Etiopía y nunca lo sabrás porque es un niño sin comida. Como científico quiero que todo el que tenga una posibilidad de pensar en cómo mejorar nuestra civilización tenga una oportunidad. Si Isaac Newton hubiese nacido en África, creo que nunca habría conseguido llegar a donde llegó. Se hubiera preocupado solo de no morir. Es cierto que él se mudó al campo para evitar la peste de Londres, así que sí sabía lo que hacer para sobrevivir en ese contexto. Pero si perdemos gente así en su infancia, estamos reprimiendo el avance de nuestra propia civilización. Es una de las grandes tragedias de la actualidad, que no todo el mundo tenga la oportunidad de ser todo lo que pueden.

P. ¿Qué cuestiones de la astrofísica le interesan más en la actualidad?
R. Amamos lo desconocido. Me interesan las ondas gravitacionales, la materia oscura, la energía oscura, la búsqueda de vida, ¿hay un multiverso? ¿podemos crear un agujero de gusano? ¿hay vida en Europa, una de las lunas de Júpiter?, ¿y en Marte? Me encantan todas esas preguntas. Pero la que más me gusta es esa que ni siquiera sé cómo formular aún.

http://elpais.com/elpais/2016/06/30/ciencia/1467281442_280683.html?rel=lom

martes, 12 de julio de 2016

La ciencia de Nabokov. El escritor ruso se veía a sí mismo como un científico que narraba historias. Un nuevo libro trata de relacionar su obra con el vuelo de las mariposas.

Fue Franz Kafka quien dijo aquello de que “en la ciencia uno intenta contarle a la gente algo que nadie sabía hasta ese momento de manera en que pueda ser comprendido por todos. Pero en la poesía sucede exactamente lo opuesto”.

Así, en principio, nada le interesaba menos a ­Kafka (más preocupado por su singular poética que enseguida resulta universal) que, por ejemplo, proponer alguna explicación biológica para lo que Gregor Samsa descubre que le ha sucedido en la primera línea de La metamorfosis. Es más: Kafka dejó instrucciones —en una carta a su editor— para que esa criatura jamás fuese dibujada para ilustrar su libro. Kafka quería que el lector supiese tan poco como Samsa sobre su nuevo cuerpo y apariencia.

Lo que el escritor checo promovía en su entendimiento del yin y yang de lo científico y lo poético era, en realidad, una muestra más de un conflicto tan antiguo como el mundo. La idea es que el inexacto arte escrito es lo que narra, mientras que las ciencias más o menos exactas nos ayudan a contar. Distraerse con uno y concentrarse con las otras entonces. Lo real y lo irreal, mejor cada uno por su lado y cada quien en su sitio, y no agitar ni mezclar antes de su uso.

Al poco tiempo de que Kafka se negara a toda representación visual de su Samsa metamorfoseado —en un mundo nuevo donde todo era ciencia—, semejante prohibición probó ser irresistible de desobedecer para el escritor Vladímir Nabokov, quien concluyó sin dudarlo que se trataba de “un simple escarabajo grande” mientras procedía a bosquejarlo en pizarras y apuntes para sus conferencias en la Cornell University, añadiendo que “Kafka construyó su lenguaje a partir de los términos del derecho y de la ciencia, dándoles una suerte de precisión irónica donde no había sitio para que se inmiscuyesen los sentimientos más íntimos del autor”.

En resumen: para Nabokov, Kafka era un científico que escribía y narraba historias.

Y Nabokov para Nabokov, también.

Gozoso padecedor del don/estigma de la sinestesia (el síndrome de ver letras en colores), Nabokov definió “la textura del tiempo” de su Van en Ada o el ardor a partir de los postulados de Martin Gardner en El universo ambidiestro, y dedicó buena parte de su tiempo al estudio de las mariposas de la subvariedad blue. Luego de años de observación, Nabokov tuvo la intuición de un posible rumbo alternativo para las varias (y no única, como se creía) migraciones de esta especie sudamericana. Los profesionales del asunto de por entonces se rieron del entregado amateur, quien siempre dijo que, de no haber tenido lugar la revolución rusa, jamás hubiese escrito una novela —y hubiera optado por perseguir y alcanzar insectos—. Y restaron importancia a sus sketches de alas y antenas. Ahora estos dibujos, acompañados por estudios donde se relaciona la mecánica del vuelo con la estructura novelesca en la obra del autor, acaban de reunirse en el precioso volumen publicado por Yale University Press, Fine Lines: Vladimir Nabokov’s Scientific Art (que viene a sumarse a los ya editados sobre el tema Nabokov’s Butterflies: Unpublished and Uncollected Writings y Nabokov’s Blues: The Scientific Odyssey of a Literary Genius). Dibujados a lo largo y ancho de los moteles made in USA en los que el hombre se alojaba junto a su red y sus alfileres mientras, de paso, tomaba notas para una novela con nínfula mariposeante de nombre Lolita. El que, mucho tiempo después de muerto Nabokov, se haya probado fehacientemente —más allá y por encima de lo opuesto y lo exacto— que él estaba en lo cierto en cuanto a los movimientos de los colores de los lepidópteros, no deja de ser un acto de justicia poética.

O, si se prefiere —da igual, por encima y más allá de lo opuesto y de lo exacto—, de justicia científica.

A los profesionales de bata les atrae la posibilidad de hallar algún orden secreto en el caos de lo creativo. Esta separación de campos y polaridades es, por supuesto, más que engañosa y muy representativa de nuestro presente. Como bien avisó J. G. Ballard —de formación psiquiátrica—, “en los últimos tiempos, la ciencia se basa más y más no en la tradicional naturaleza de las ecuaciones, sino en los términos inestables de las obsesiones de aquellos sujetos, todos nosotros, para quienes se investiga. Llevamos viviendo ya muchos años en un inmenso laboratorio desbordante de máquinas que no es otra cosa que una inmensa novela”.

Tal vez de ahí el que ahora se multipliquen los textos de divulgación científica ocupándose de inspiraciones súbitas, impulsos narrativos y ocurrencias impredecibles —después de siglos de soportar esas risas operísticas del Fausto de turno entre truenos y rayos y probetas de científicos locos, inventados por la literatura—. Mal que le pese a Kafka, circulan por ahí tesis que apuestan a que el estudio de su obra permite explicar cómo la exposición a amenazas sirve para el aprendizaje de una gramática artificial. O algo así.

Y, claro, el autor de El proceso no fue, ni es, ni será el único en haber sido analizado bajo telescópicos microscopios. Hay libros y tesis que se arriesgan a un seguimiento desde el punto de vista astronómico (y alquímico y astrológico) de Don Quijote; a hacer comulgar al críptico y encriptado Finnegans Wake, de James Joyce, con la física cuántica; a sumar y restar alrededor de Borges; o que se valen de la prosa serpenteante de Marcel Proust (quien aseguraba que “nadie nos entrega la verdad, sino que debemos creerla por nosotros mismos”) para explicar que la descodificación y ordenación de un puñado de signos escritos no está incluida en una simple app del disco duro del hombre que se pueda abrir sin más, sino que se trata de una suerte de más o menos azarosa mutación que todo individuo debe desarrollar mediante el aprendizaje, porque “nuestros cerebros nunca fueron cableados para la lectura o la escritura”. De ahí que a muchas personas les cueste mucho leer y muchísimo escribir. O algo así.

Tras ellos, y en estampida, galopan y arrollan cada vez más todos esos estudios preapocalípticos (como los de Nicholas Carr y Sven Birkerts) que advierten acerca de la erosión que Google & Co. provoca en nuestras mentes, y de lo que en ellas sucede químicamente cada vez que nos adentramos en un “Había una vez…”; los que no titubean a la hora de reducir a todas las historias jamás imaginadas o vividas por el ser humano a siete tramas básicas y que se repiten y funden en diferentes combinaciones; los que se zambullen de cabeza, y con los ojos bien abiertos, en un estudio evolutivo del cómo y por qué y para qué contar historias. Sobre esto trata On the Origin of Stories: Evolution, Cognition and Fiction, un denso pero muy divertido ensayo firmado por Brian Boyd, biógrafo obsesivo y máxima autoridad en la vida y obra de Vladímir Nabokov, quien defiende —por oposición y exactitud, con sentimiento y frialdad, fundiendo tonalidades— que, además de mariposas en el estómago, también, al mismo tiempo, se pueden tener mariposas en el cerebro.

O un simple escarabajo grande.

http://cultura.elpais.com/cultura/2016/06/09/actualidad/1465487757_770034.html