1. Clásicos
En cierta ocasión Borges le contó a Bioy Casares una fábula que les resumo: el rey David llamó a un joyero y le pidió que le hiciera un anillo que le recordara que en momentos de júbilo no debía ensoberbecerse, y, en momentos de tristeza no debía abatirse; abrumado por la responsabilidad, el joyero no supo cómo afrontar el difícil encargo hasta que un joven al que le contó sus cuitas (y que resultó ser Salomón) le dio la clave: “Fabrica un anillo de oro con la inscripción: ‘Esto también pasará”. Fin de la fábula. Me agarro estos días, cuando siento que me vence el muermo, a la sabiduría que encierra su conseja: no hay mal (ni, ay, bien) que dure eternamente. Lo hago con esperanza, pero sin convencimiento. El conteo constante (y sonante: no se escucha otra cosa) de infectados y muertos, aunque menor que al principio, acongoja, enerva y hace mella en el espíritu.
Algo ha cambiado, también en mi ánimo, a medida que proceso las informaciones, declaraciones, errores y mixtificaciones de autoridades y “expertos” (los hodiernos intelectuales orgánicos); lo noto en los entretenimientos que elijo para pasar los cada vez más largos días de confinamiento: he pasado de la resignada lectura de los estoicos —me devoré Sobre la serenidad (Guillermo Escolar), de Séneca, en media mañana— a enfrascarme con Hijos de Caín (Ariel), de Peter Vronsky, una muy ilustrativa historia de los asesinos en serie; y de revisitar pelis más o menos positivas e “inspiradoras”, como la inevitable Arsénico por compasión (Frank Capra, 1944), a sumergirme en las sórdidas oscuridades morales y ambientales de El estrangulador de Rillington Place (Richard Fleischer, 1971), o en el mediocre pero angustioso confinamiento sadomaso de Saw (James Wan, 2004). Y es que crece mi impaciencia, mi impotencia y mi cabreo.
Sigo buscando ayuda en los libros, sin embargo, y miren por dónde: “Una epidemia tan grande y un aniquilamiento de hombres [vidas humanas] como éste no se recordaba que hubiera tenido lugar en ningún sitio; pues al principio los médicos, por ignorancia, no tenían éxito en la curación, sino que precisamente ellos morían en mayor número porque eran los que más se acercaban a los enfermos (…); y fue inútil suplicar en los templos”. El que describe esa epidemia, su proceso y sus efectos (también sociales) de modo memorable, es Tucídides en el segundo libro (46-54) de su Historia de la guerra del Peloponeso (utilizo la traducción de Rodríguez Adrados, en Crítica). La peste acabó entonces (429 antes de Cristo) con la vida de más de 100.000 personas, un tercio de la población del Ática. Los atenienses, agotados por la guerra y la enfermedad, se revolvieron contra Pericles, que pronunció entonces uno de los discursos más emocionantes y patrióticos de toda la historia política (59-64). Tomo mi lámpara, como Diógenes, para buscar a uno semejante entre nosotros, pero no lo encuentro: si acaso lo hay son muchos, no uno, y se están jugando la vida en silencio mientras los demás cuarenteneamos, enfrentándose al único superpoder que nos amenaza; a lo mejor ellos forman parte, ahora, del intelectual colectivo del que hablaba Gramsci. Engaño mi angustia frotando imaginariamente el anillo y pronunciando su mensaje —esto también pasará— como si se tratara de una jaculatoria.
2. Libros
Todos los datos apuntan a un pronunciado descenso general de ventas de libros tradicionales y a un aumento muy apreciable de la lectura digital durante el confinamiento. Las librerías más dinámicas o mejor dotadas venden libros electrónicos, de acuerdo, pero esto no sirve para salvar un sector que lo está pasando muy mal. En Francia, que casi siempre ha gozado de Gobiernos particularmente atentos al tejido librero, ya se están planteando fuertes ayudas para el día después. Si se prolonga el confinamiento, o cuando llegue la recuperación, las librerías siguen siendo consideradas negocios no esenciales, me pregunto cómo sobrevivirán las independientes.
Y lo mismo vale también para los pequeños y algunos medianos editores, obligados en el mejor de los casos a ERTE de los que se ve la entrada, pero no la salida. Un Ministerio de Cultura sensible al sector —algo que, últimamente, no se ve mucho, quizás por la ridiculez de su presupuesto— es hoy más necesario que nunca. Por lo demás, en todas partes cuecen habas víricas: en Estados Unidos, las big five (Penguin Random House, HarperCollins, MacMillan, Simon & Schuster y Hachette) despiden o licencian a numerosos trabajadores; las grandes librerías de cadena (Barnes & Noble, especialmente) cierran docenas de tiendas y proceden también a “aligerar la nómina”. Toda la gran cadena del libro se encuentra en situación de peligro.
Cuarenteneando
Y, cuando nos suelten de nuevo (si es que algún día), es necesario conseguir que los neolectores de esta cuarentena no identifiquen lectura con confinamiento: es preciso estimular la lectura de modo eficaz e ingenioso, adoptando en gran escala técnicas y reclamos que están empleando con éxito los pequeños y grandes editores. En todo caso, y parafraseando otra vez a Brecht, también se sigue publicando en (estos) tiempos sombríos: ahí tienen, por ejemplo, los dos primeros e importantes libros de la nueva editorial Nola: Imperios; la lógica del dominio del mundo desde la antigua Roma a Estados Unidos, del politólogo Herfried Münkler, y La invención de la cultura, de Roy Wagner, un influyente tratado de antropología cultural publicado originalmente en 1975, e inédito entre nosotros. Termino con una frase extraída de una estupenda entrevista de Livres Hebdo al patrón Antoine Gallimard, y que resume muy bien el desconcierto de los editores: “Estamos en un estado de suspensión, sin saber demasiado cómo vamos a salir de él. Es preciso tomar medidas para preservar y preparar el porvenir y, al mismo tiempo, gestionar lo cotidiano”. Crucemos los dedos.
https://elpais.com/cultura/2020/04/07/babelia/1586278767_899694.html
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miércoles, 15 de abril de 2020
martes, 23 de enero de 2018
Nuccio Ordine: “Si no te paras, no piensas”. Profesor de la Universidad de Calabria, en sus libros, superventas, reivindica a los clásicos como la mejor escuela para la vida actual.
Llega el profesor Ordine, bate a punto de nieve la diestra que se le ofrece, suelta el torrente de su discurso por esa boca y una escucha o escucha. No extraña que sus clases en la Universidad de Calabria se llenen de jóvenes atraídos por la apasionada invitación a la vida, la alegría y la cultura a través de la lectura de los clásicos de este humanista y filósofo experto en el Renacimiento. Su 1,90 a ojo, el traje y la corbata que se tendrían solos de tanto apresto y el tumbao que llevan los italianos al caminar también hacen su parte. Pero dejemos hablar al clásico vivo.
Hay chicos a quienes les piden leer La Celestina, ven un vídeo y aprueban. ¿Qué hacemos mal?
Los padres tienen una responsabilidad limitada. Ahí se ha equivocado la escuela y la universidad que formó a los profesores que piensan que pueden atraer el interés de los jóvenes por los clásicos con un vídeo o Internet. Y eso es una mentira enorme. Si el vídeo sustituye al clásico es la muerte. Tenemos muchas herramientas, pero solo leyendo a los clásicos te puedes enamorar de ellos y pueden servir para entender la vida.
Siempre te puedes enamorar del chico del pupitre de al lado.
Sí, pero hasta para eso sirven los clásicos. De chico, para seducir a mis novias, recitaba poemas de Montale, y me funcionaba.
El 40% de los españoles dice no leer jamás. ¿Qué se pierden?
La vida. En Italia pasa igual. Hay más gente que escribe que lectores, políticos que publican libros y no han leído ninguno y es terrible. Borges dijo estar más orgulloso de los libros que había leído que de los que había escrito. Si eso no es una lección de vida...
Mi abuela era analfabeta, soy la primera licenciada de mi casa.
¿Mis abuelos se perdieron la vida?
No es eso, eran artesanos. Yo también soy el primero de la mía. Igual que hay maestros de y en los libros, los hay de y en la vida.
¿Qué cree que lee Trump?
Trump no ha leído nada, es un ignorante y se ve inmediatamente en sus discursos. Volvemos a Borges. En La muralla y los libros describe a un emperador chino que prende fuego a las bibliotecas y construye una muralla. Eso es lo que pasa en América.
¿Hay un clásico del siglo XXI?
Probablemente, pero para poder definirlo así necesitamos tiempo. Clásico es un texto que a lo largo de los siglos responde a las preguntas de los lectores. Cien años de soledad fue un clásico inmediato, la excepción a la norma.
Los jóvenes reciben mucha presión familiar y social para estudiar lo que demanda el mercado. ¿Cómo pueden rebelarse?
Elegir carrera basándose en el mercado es la muerte de la universidad. Si voy a la escuela ha de ser para convertirme en una persona mejor, no para aprender un oficio. También hay una razón práctica. Quien estudia por pasión, será un buen profesional y un tipo feliz y encontrará trabajo.
Pero hay que comer, témome.
No solo está el pan del cuerpo, sino el del espíritu. Y si no alimentamos el espíritu tendremos, tenemos, directivos que evaden, destruyen sus empresas y destruyen empleos. Eso es pensar solo en el propio pan. Y lleva a la barbarie.
¿Salud, amor y dinero, pues?
Salud y amor son muy importantes. El dinero también, claro, pero si tienes que renunciar a tus pasiones y perder tu dignidad es mejor ganar menos y de una forma digna. Ser profesor no está bien pagado. Si trabajara en una empresa, ganaría cinco o seis veces más. Pero prefiero una pasión que me rinda 2.000 euros al mes que un trabajo sin ella por 15.000.
Antes de los móviles inteligentes, me bebía tochos de 600 páginas y ahora se me hacen bola tres párrafos. ¿Qué me pasa, profe?
Si no te paras y te recoges, no reflexionas, no piensas, no puedes aprender. Tanto ruido, tanto estímulo, nos impide recogernos y pensar. Los chicos no se concentran y los adultos tampoco.
El verdadero lujo sería, entonces, poder pararse y pensar.
Y leer, y hacer lo que te gusta. Los chicos han de entender que hay cosas que se hacen por el placer de aprender y sirven para entender la vida. Facebook ha paralizado las relaciones. Uno es rico si tiene tres amigos, no 3.500.
https://elpais.com/cultura/2018/01/07/actualidad/1515323900_761686.html
Hay chicos a quienes les piden leer La Celestina, ven un vídeo y aprueban. ¿Qué hacemos mal?
Los padres tienen una responsabilidad limitada. Ahí se ha equivocado la escuela y la universidad que formó a los profesores que piensan que pueden atraer el interés de los jóvenes por los clásicos con un vídeo o Internet. Y eso es una mentira enorme. Si el vídeo sustituye al clásico es la muerte. Tenemos muchas herramientas, pero solo leyendo a los clásicos te puedes enamorar de ellos y pueden servir para entender la vida.
Siempre te puedes enamorar del chico del pupitre de al lado.
Sí, pero hasta para eso sirven los clásicos. De chico, para seducir a mis novias, recitaba poemas de Montale, y me funcionaba.
El 40% de los españoles dice no leer jamás. ¿Qué se pierden?
La vida. En Italia pasa igual. Hay más gente que escribe que lectores, políticos que publican libros y no han leído ninguno y es terrible. Borges dijo estar más orgulloso de los libros que había leído que de los que había escrito. Si eso no es una lección de vida...
Mi abuela era analfabeta, soy la primera licenciada de mi casa.
¿Mis abuelos se perdieron la vida?
No es eso, eran artesanos. Yo también soy el primero de la mía. Igual que hay maestros de y en los libros, los hay de y en la vida.
¿Qué cree que lee Trump?
Trump no ha leído nada, es un ignorante y se ve inmediatamente en sus discursos. Volvemos a Borges. En La muralla y los libros describe a un emperador chino que prende fuego a las bibliotecas y construye una muralla. Eso es lo que pasa en América.
¿Hay un clásico del siglo XXI?
Probablemente, pero para poder definirlo así necesitamos tiempo. Clásico es un texto que a lo largo de los siglos responde a las preguntas de los lectores. Cien años de soledad fue un clásico inmediato, la excepción a la norma.
Los jóvenes reciben mucha presión familiar y social para estudiar lo que demanda el mercado. ¿Cómo pueden rebelarse?
Elegir carrera basándose en el mercado es la muerte de la universidad. Si voy a la escuela ha de ser para convertirme en una persona mejor, no para aprender un oficio. También hay una razón práctica. Quien estudia por pasión, será un buen profesional y un tipo feliz y encontrará trabajo.
Pero hay que comer, témome.
No solo está el pan del cuerpo, sino el del espíritu. Y si no alimentamos el espíritu tendremos, tenemos, directivos que evaden, destruyen sus empresas y destruyen empleos. Eso es pensar solo en el propio pan. Y lleva a la barbarie.
¿Salud, amor y dinero, pues?
Salud y amor son muy importantes. El dinero también, claro, pero si tienes que renunciar a tus pasiones y perder tu dignidad es mejor ganar menos y de una forma digna. Ser profesor no está bien pagado. Si trabajara en una empresa, ganaría cinco o seis veces más. Pero prefiero una pasión que me rinda 2.000 euros al mes que un trabajo sin ella por 15.000.
Antes de los móviles inteligentes, me bebía tochos de 600 páginas y ahora se me hacen bola tres párrafos. ¿Qué me pasa, profe?
Si no te paras y te recoges, no reflexionas, no piensas, no puedes aprender. Tanto ruido, tanto estímulo, nos impide recogernos y pensar. Los chicos no se concentran y los adultos tampoco.
El verdadero lujo sería, entonces, poder pararse y pensar.
Y leer, y hacer lo que te gusta. Los chicos han de entender que hay cosas que se hacen por el placer de aprender y sirven para entender la vida. Facebook ha paralizado las relaciones. Uno es rico si tiene tres amigos, no 3.500.
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