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sábado, 19 de noviembre de 2016

La insólita crisis de Holanda: la escasez de delincuentes. Lucy Ash. BBC

Mientras que la mayor parte del mundo no sabe cómo lidiar con el hacinamiento en las prisiones, Holanda tiene el problema opuesto: poca gente a la cual encerrar. En los últimos años, 19 cárceles han cerrado y el año que viene otras más lo harán.

¿Cómo lo lograron y por qué hay algunos que piensan que eso es un problema?

El olor a cebolla frita sube por la escalera de metal, más allá de las puertas de las celdas y a lo largo del pabellón. Abajo, en la cocina, los internos están preparando su cena. Uno de ellos empuña un cuchillo de sierra largo y corta verduras con pericia.

"¡He tenido seis años para practicar, de modo que estoy mejorando!", dice.

Es un trabajo ruidoso porque el cuchillo está unido a la mesa de trabajo con una larga cadena de acero.

"No pueden llevarse el cuchillo", aclara Jan Roelof van der Spoel, vicegobernador de esta prisión de alta seguridad en el noreste de los Países Bajos llamada Norgerhaven. "Sin embargo, pueden tomar pequeños cuchillos de cocina prestados si entregan sus pases, así sabemos exactamente qué tiene quién".

Algunos de estos hombres están presos por delitos violentos y la idea de que anden por ahí con cuchillos puede parecer alarmante. Pero aprender a cocinar es una de las varias formas en las que la cárcel le ayuda a los delincuentes para integrarse a la sociedad después de su liberación.

"En el servicio holandés nos fijamos en el individuo", explica Van der Spoel.

"Si alguien tiene un problema de drogas, tratamos su adicción; si son agresivos proporcionamos terapia para controlar la ira; si tienen problemas de dinero, les damos asesoramiento para manejar la deuda".

"Tratamos de eliminar lo que los llevó a delinquir. El recluso o la reclusa debe estar dispuesto a cambiar, pero nuestro método ha sido muy eficaz. En los últimos 10 años, nuestro trabajo ha mejorado más y más".

Añade que algunos delincuentes reincidentes son eventualmente condenados a penas de dos años y programas de rehabilitación a medida. Después de eso, menos del 10% vuelven a la prisión.

En Inglaterra y Gales, y en Estados Unidos, aproximadamente la mitad de los que cumplen condenas cortas reincide en los siguientes dos años, y la cifra es a menudo más alta para los adultos jóvenes.

Norgerhaven, así como Esserheem -otra prisión casi idéntica en el mismo pueblo, Veenhuizen- tiene un montón de espacio abierto. Patios del tamaño de cuatro canchas de fútbol cuentan con árboles de roble, mesas de picnic y redes para jugar voleibol.

Van der Spoel dice que el aire fresco reduce los niveles de estrés tanto para los reclusos como para el personal.

Además, a los internos se les permite caminar sin compañía a la biblioteca, a la clínica o al comedor y esa autonomía les ayuda a adaptarse a la vida normal después de su condena.

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martes, 22 de septiembre de 2015

La cárcel, un tragapersonas improductivo. Una amplia investigación en Estados Unidos demuestra que la prisión no ayuda a reducir el delito

Realizado por la prestigiosa New York University, el informe Brennan fue presentado en Buenos Aires. Sostiene que la cárcel mantiene a 2,3 millones de personas tras las rejas (en EE.UU. el país con la tasa mundial más alta de personas encarceladas), a un costo de 80 mil millones de dólares anuales, y no ayuda a reducir el delito.


“Desde la década del 80, el encarcelamiento redujo su efecto en el control del delito. A partir del 2000, el impacto que tuvo el crecimiento de la encarcelación, en otras palabras, agregar gente a la cárcel, sobre la tasa de criminalidad fue esencialmente cero”. La conclusión surge de un riguroso estudio realizado por un equipo de investigadores de la prestigiosa Escuela de Leyes de la New York University sobre las cincuenta principales ciudades de Estados Unidos, en los 50 estados que componen el conglomerado del Norte. El informe cuenta con consenso entre demócratas y republicanos. “De hecho –remata el informe–, mientras que grandes estados como California, Michigan, Nueva Jersey, Nueva York y Texas reducen sus poblaciones carcelarias la tasa delictiva continúa en descenso”. El informe fue presentado en Buenos Aires ante la presencia, entre otros, de lobbistas y prácticos del manodurismo local.

El informe, titulado “What caused the crime decline?” (¿Qué causa la baja de la criminalidad?), y producido por el Brennan Center for Justice, de la afamada Escuela de Leyes de la NYU, investiga una serie de variables popularmente mencionadas como solución a las tasas de criminalidad: la incidencia del uso de drogas en los delitos, el despliegue masivo de uniformados, la baja en la edad de punibilidad de los adolescentes, la construcción de cárceles y el encierro de personas, entre otras. El resultado que comprueban los investigadores es que ninguna de esas variables tuvo efectos visibles sobre la baja de la tasa de criminalidad, y en algunos casos demostraron que el efecto era cero. Y lo que también los inquieta es que Estados Unidos invierte anualmente 80 mil millones de dólares en mantener el sistema carcelario.

Lo sorprendente del estudio no reside tanto en el descubrimiento de que la relación más cárcel-menos delito no es vinculante, sino en que se llegue a esa conclusión en el país que tiene la más alta tasa de encarcelamiento del mundo –alrededor de 500 presos por cada cien mil habitantes–, con 2,3 millones de personas alojadas tras las rejas, lo que representa la cuarta parte del total de presos de todo el mundo. “Desde los años ‘70 –señala el informe Brennan–, el encarcelamiento en EE.UU. creció constante y dramáticamente. Las políticas de justicia criminal decretaron durante el pico de la Guerra contra las Drogas en los ‘80 y ‘90 la expansión de la encarcelación como respuesta al crecimiento del crimen y el miedo que desataba. Esto incluye mínimos más altos en las penas, el cumplimiento de la pena, las leyes del ‘tres detenciones y fuera’ (la tercera detención por el motivo que fuera provoca una condena definitiva, también llamada tolerancia cero), aporte de fondos federales para la construcción de cárceles”, entre otros.

El estudio del Brennan Center analiza la tasa de criminalidad desde 1990 hasta 2013, y la compara con el delito violento (DV) (homicidio, violación, robo, asalto agravado), el delito a la propiedad (DP) (robo en vivienda, hurto, robo de vehículos), y el encarcelamiento. Y determina que en ese período el DV se redujo en un 50 por ciento, el DP, en 46, y el encarcelamiento creció el 61 por ciento. Al analizar la década ‘90-’99, los autores –Lauren-Brooke Eisen, Julia Bowling y Oliver Roeder– determinaron que el DV se había reducido 28 por ciento; el DP, 46; y la carcelación creció esos años el 61 por ciento. “Lo más sorprendente –citan los autores– es que la tendencia no muestra una relación coherente. Especialmente a partir del 2000, el crimen continúa cayendo (en la misma proporción) mientras que el encarcelamiento creció muy lentamente (uno por ciento)”.

Bajó el delito pero no motivado por el encarcelamiento, que no tuvo modificación. Para los autores éste fue un indicio de que la relación directa, más prisión-menos delito, es al menos poco efectiva para explicar el descenso de la criminalidad.

Los investigadores afinaron la búsqueda analizando los efectos de otras 12 variables con posible impacto en la reducción de la tasa delictiva, entre 2000 y 2013:

En el área de políticas de justicia criminal:
- Incremento de la encarcelación: no tuvo efecto en el descenso del DV.
- Tampoco la pena de muerte.
- El aumento masivo del número de policías no tuvo incidencia.
- Tampoco tuvo incidencia la promulgación de leyes sobre portación de armas.

Entre los factores económicos:
- No encontraron evidencias de que el desempleo tuviera efectos.
- El crecimiento de los ingresos tuvo una repercusión de entre 5 y 10 por ciento.

Y entre los factores sociales y ambientales:
- La baja en el consumo de alcohol tuvo un efecto en la caída del crimen entre 5 y 10 por ciento.
- El envejecimiento de la población no tuvo evidencias de efecto.
- Y la baja en el consumo de crack tampoco tuvo efectos.

Entre las evidencias que los investigadores encontraron como más efectivas (entre un 5 y un 15 por ciento) en la caída del delito aparece el modo en que es utilizada eficientemente la policía.

Policías y cadalso
Otra de las bases del relato de la inseguridad que se puso en discusión en Estados Unidos fue la contratación y despliegue masivo de fuerzas policiales como medida para combatir la delincuencia. El estudio realizado por Brooke Eisen, Bowling y Roeder, avanza sobre el punto y propone que la contratación masiva es ineficaz. “Este informe encuentra que el aumento en la cantidad de oficiales de policía tuvo un modesto efecto descendente en el delito en los 90, de entre 0 y 10 por ciento”, dice, y agrega que el efecto empezó a ser “insignificante en los 2000”.

Por otro lado determinaron que la relación entre la aplicación de la pena de muerte y la reducción del delito es tan débil que es comparable a cero.

Fuente: http://www.pagina12.com.ar/diario/deportes/8-282066-2015-09-20.html

domingo, 24 de mayo de 2015

Rechazar un soborno genera más estrés que aceptarlo. La amenaza del castigo basta para que la mayoría decline la oferta, según un estudio sobre la psicología de la corrupción

El nivel de sudoración y la excitación fisiológica es mayor cuando se rechaza un soborno que al aceptarlo. Es la conclusión de un estudio sobre la psicología de la corrupción desarrollado por la Universitat Jaume I del que se extrae que, en realidad, este estrés generado al actuar correctamente no tiene nada que ver con la ética, sino con un pensamiento más materialista. "Lo que desencadena la actividad emocional es la sensación de que se actúa contra el propio interés monetario", asegura Tarek Jaber-López, investigador del  grupo de Economía Experimental y Computacional, que ha desarrollado el experimento. Además, el rechazo al soborno pasa a ser mayoritario si se plantea la posibilidad de ser castigado, apunta el estudio.

"El ser humano es corrupto por naturaleza", asegura Aurora García-Gallego, coautora del trabajo y miembro del grupo de investigación. Por tanto, la investigadora apuesta por la creación de una agencia de control efectiva para conseguir minimizar este problema. "Los mecanismos que hay ahora no son contundentes", añade.

En el estudio se dividió a los sujetos en tres grupos: funcionarios y dos empresas que participaban en una hipotética subasta para conseguir la licencia de unas obras públicas. Las entidades hacían sus pujas basándose en los parámetros de calidad y transferencia (el pago que estaban dispuestos a darle al subastador). Si la transferencia era muy alta, la calidad del proyecto público se vería perjudicada porque ese dinero no estaba destinado a la obra, sino a sobornar al funcionario. El grupo medía entonces, a través de un polígrafo, el comportamiento y las reacciones emocionales de las personas  frente a una situación que podía conllevar decisiones corruptas, es decir, aceptar el proyecto que diera una cifra muy elevada, sin importar el resultado de la obra pública.

"Los resultados muestran que las personas parecen revelar valores intrínsecos que les frenan en contra de las tentaciones corruptas. Tanto empresas como funcionarios públicos se desvían de la estrategia que maximiza su beneficio monetario y optan por una estrategia más pro social", destaca García-Gallego. Sin embargo, en una segunda fase del estudio, los investigadores introdujeron la posibilidad de castigar al corrupto y el rechazo del soborno pasó a ser una decisión mayoritaria. "Esto da esperanza a la sociedad para frenar la corrupción ya que la amenaza de un castigo muestra ser lo suficientemente efectiva como para permitir que los costes de llevar a los corruptos a la cárcel no superen los costes de la ganancia", señala García-Gallego.

¿Responde entonces el corrupto a un perfil concreto? Para Alberto Soler, médico y escritor coautor del libro Golpe a la corrupción, suelen ser personas con necesidades muy concretas. "Narcisistas, con poca autoexigencia, con un código ético reprobable, pero totalmente conscientes de lo que está bien y lo que está mal", añade Soler.

Es habitual ver en la prensa todo tipo de excentricidades, como esconder el dinero en bolsas de basura o  a comprar una escobilla de más de 300 euros. Este tipo de comportamientos son propios de personas que no son capaces de alcanzar el éxito profesional gracias a su "potencial humano", explica Soler, y lo consiguen gracias a la corrupción. "Se les escapa el estrato social del que proceden. Que no es que sea humilde, sino de baja moral y ética", asegura el médico.

"En general, en la sociedad cuesta entender que los bienes públicos son de todos y esto es la base de  la corrupción Por otro lado, la población ya está acostumbrada y la acepta. Esto hace que se cree una apariencia de impunidad. Pero la corrupción es cosa de todos", concluye el escritor.

MÁS INFORMACIÓN

http://politica.elpais.com/politica/2015/05/15/actualidad/1431701095_180492.html