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viernes, 17 de abril de 2015

Los errores que se reconocen en subjuntivo. La gramática nos da muchas pistas para ver el grado de convicción de quien habla

El subjuntivo del español se ha especializado en la irrealidad. El indicativo, en cambio, prefiere ver la vida como es.

De acuerdo: ésa no es una afirmación científica. Pero sirve para esta explicación.
El subjuntivo sub-junta: o sea, junta por debajo: supedita, subordina.

“Yo canto” es indicativo. “Yo cante”, subjuntivo. El primero se basta solo, mientras que al segundo le gusta colgarse de otra idea: “No es bueno que yo cante”.

La irrealidad engloba (en términos gramaticales) la incertidumbre, la conjetura, la posibilidad, las emociones y las obligaciones (sobre todo si no se han cumplido). Es decir, el subjuntivo representa lo subjetivo, frente a la sensación de objetividad del indicativo. Contamos en indicativo “veo que viene Bernarda” (se ve la realidad, es algo objetivo para la gramática); pero en subjuntivo “me sorprende que venga Bernarda” (la sorpresa es una emoción, y por tanto subjetividad). Decimos “creo que el Séptimo de Caballería llegará a tiempo”: y esa creencia nos parece real conforme a la historia del verbo “creer”: “tener por cierto algo que no está comprobado”.

Los verbos de convicción pueden ligarse, pues, con otro verbo en indicativo. A diferencia de lo que ocurre en la negación y en los demás casos citados: “No creo que el Séptimo de Caballería llegue a tiempo”, “y me sorprendería mucho que lo hiciese”.

Notemos la diferencia entre estas dos frases casi idénticas: “Voy a contratar a un periodista que logra primicias” / “Voy a contratar a un periodista que logre primicias”. En el primer ejemplo, el hablante conoce a ese periodista, ya lo tiene incluso al alcance. En el segundo, ni lo conoce ni ha empezado a buscarlo. Es irreal todavía.

Algo parecido sucede entre estas dos opciones, que también diferencian lo real de lo irreal: “Te veo cuando vienes” / “te veo cuando vengas”.

Observemos otras comparaciones asimétricas en que el indicativo de la parte de la realidad se torna en subjuntivo al otro lado del espejo: “Creo que he ganado el primer premio” / “Dudo que haya ganado el primer premio”. “Sé que has logrado el trabajo” / “Espero que hayas logrado el trabajo”. No decimos “dudo que ha ganado el primer premio” o “espero que has logrado el trabajo”.

Viene todo esto a explicar que la gramática, como acabamos de comprobar, nos da muchas pistas para ver el grado de convicción de quien habla, en función de que emplee determinadas expresiones en indicativo o en subjuntivo.

Declaró el presidente del Gobierno, Mariano Rajoy, el pasado martes, tras las elecciones en Andalucía: “Tendremos que corregir lo que haya que corregir”. Su antecesor, José Luis Rodríguez Zapatero, señalaba por su parte en noviembre de 2011: “Podían haber hecho algo por ayudar, algo, a pesar de los errores que hayamos podido cometer”. Y apuntó Juan Manuel Moreno (PP) tras las elecciones europeas en Andalucía, en julio de 2014: “No esperaba perder por nueve puntos (...). Nos ha servido para ajustar y aprender de los errores que hayamos podido cometer”. Y Ana Botella, alcaldesa de Madrid, explicaba en enero de 2015: “Cuando yo me hice cargo del Ayuntamiento de Madrid, ya sabía que lo que tenía que hacer era complicado, pero creo que con todos los errores que hayamos cometido, el resultado ha sido bueno”.

Hay ejemplos a puñados en casi todas las siglas.
Y llama la atención que quien se ve en la necesidad de referirse públicamente a sus desaciertos acuda para ello al subjuntivo. De tal manera, lejos de colocar el error en un ámbito de realidad, lo sitúa en el modo de lo imaginario y viene a decir: Sí, quizás hayamos cometido errores, hay quien dice que hemos cometido errores... pero yo no lo sé, ni siquiera estoy seguro del tipo de errores cometidos, pero tal vez, es posible, quién sabe si hemos cometido errores.

No se puede rectificar un error si no se admite sin tapujos, si no se analiza por qué se cometió, si no se aceptan sus detalles, con la autoría o con la parte de responsabilidad o de culpa que hay en él; si no se presenta en el lado de la realidad.
Quizá no debamos confiar mucho en que se estén asumiendo de verdad los errores reconocidos en subjuntivo.
Fuente: El País

domingo, 15 de septiembre de 2013

Cero en expresión oral. El tropezón olímpico reaviva el debate sobre las "dotes" de los españoles para exponer en público

La oratoria no es un don, es un arte que se aprende

El 7 de julio de 2005, el día después de que Londres fuera elegida sede de los Juegos Olímpicos de 2012, la prensa internacional solo hablaba de una cosa: la brillante presentación de la candidatura británica, que culminó con un emocionante discurso del atleta Sebastian Coe ovacionado por los miembros del Comité Olímpico Internacional (COI). El día que Coe ganó el oro, titulaba el diario The Guardian. “Poderoso”, “memorable”, “de tono perfecto, con la pasión de un deportista y la exactitud de un político”, escribían los cronistas. Algunos incluso aseguraban que fue ese discurso el que dio la victoria final a la capital inglesa sobre París, teniendo en cuenta que esta partía como favorita y que Londres había estado a punto de retirarse unos meses antes por su mala imagen. Madrid, en aquella ocasión, quedó eliminada en la tercera votación, tras Moscú y Nueva York.

Hace justo una semana, Madrid volvió a presentarse ante los miembros del COI con la esperanza de organizar los Juegos de 2020. Y, al día siguiente, la prensa y las redes sociales solo hablaban de una cosa: la deslucida presentación de la candidatura, especialmente la intervención en inglés de la alcaldesa Ana Botella. Los analistas han atribuido esta nueva derrota de Madrid a otros factores, como la economía y el dopaje, pero algunas preguntas han quedado en el aire. ¿Cuánto contribuyó la fallida presentación final a que Madrid no pasara ni siquiera a la segunda votación? ¿Tienen los españoles menos habilidades que otros países para hablar en público?

“No somos ni mejores ni peores. Pero tenemos un déficit estructural, originado por la escasa importancia que da nuestro sistema educativo a la oratoria o la dialéctica, que se refleja especialmente en nuestros líderes políticos e institucionales”, opina Antoni Gutierrez-Rubí, asesor de comunicación y consultor político. “Puede haber individuos con más habilidad o carisma que otros, pero nadie nace con dotes de oratoria. Eso hay que aprenderlo. Así como en Francia, Reino Unido, Alemania y EE UU, por ejemplo, los exámenes orales son fundamentales, la tradición educativa española nunca ha puesto el acento en las exposiciones habladas”, explica.

“Tampoco, hasta hace nada, se ha dado importancia al inglés”, prosigue Gutiérrez-Rubí. “En consecuencia, nuestros líderes, que en su mayoría rondan los 50 años, se han visto obligados a superar ese déficit a marchas forzadas, con esfuerzo y muchas horas de entrenamiento. Y el que no lo ha hecho, se le nota”, advierte. “No hay más que ver el nivel de los debates electorales”, apunta.

Gutiérrez-Rubí insiste en que los españoles no son más torpes que otros para hablar en público. “Al contrario, tenemos grandes cualidades. Nos gusta hablar, nuestra cultura nos hace muy sociables y empáticos. Pero la sociabilidad natural no te prepara para hacer una buena exposición o debatir una idea. No se puede confiar en tener un momento genial, hay que trabajárselo como se lo trabajan, por ejemplo, esos americanos que ofrecen auténticos espectáculos con cualquier pequeña presentación que tengan que hacer”.

El déficit educativo en expresión oral preocupa no solo en el entorno político. También en el ámbito universitario. “Los alumnos llegan con un nivel muy bajo porque no han hecho exámenes orales ni han practicado nunca. La mayoría no saben exponer sus ideas y algunos ni siquiera podrían superar una entrevista de trabajo”, asegura Adolfo Lucas, profesor de oratoria en varias universidades y autor del libro El poder de la palabra.

Lucas es además director de la Sociedad de Debate de la Universidad Abat Oliba CEU, que se puso en marcha en el curso 2008-2009 para ayudar a los alumnos a mejorar sus habilidades en expresión, argumentación y debate. “Cada vez hay más sociedades de este tipo en las universidades porque cada vez hay más conciencia del problema. Pero como no es obligatorio participar, solo se apuntan unos pocos interesados. Debería haber una asignatura obligatoria, o al menos obligar a todos los alumnos a hacer exposiciones orales a menudo”, comenta.

Solo hace nueve años que se creó el torneo de debate más antiguo que existe en el ámbito universitario español, el del CEU, que cada año congrega a los principales clubes de debate académicos del país. “Eso da idea de lo retrasados que vamos”, lamenta Lucas. Y advierte: “Es tan importante practicar para hablar en público como entrenarse en el debate. Porque puedes hacer una buena presentación si te la preparas bien, pero de una comparecencia con preguntas, como puede ser una rueda de prensa, no sales bien parado si no practicas el debate”.

Practicar, practicar y practicar. Es el único truco que ofrecen todos los asesores y expertos en comunicación oral. “El ser humano no está preparado naturalmente para hablar en público. Es un hecho atípico, traumático. Por eso surge el miedo. Pero si practicas y entrenas mucho, cuando llegue el momento de enfrentarte a un auditorio la mente estará preparada para reconocer esa situación. Recuerdas que ya lo has hecho antes y sabes que puedes hacerlo. Quizá nunca te acostumbres del todo y siempre quede algo de miedo, pero podrás afrontarlo sin bloquearte. Y con el tiempo incluso, como dicen los actores, empiezas a disfrutar del contacto con el público”, explica Antonella Broglia, organizadora de TEDxMadrid, una jornada de conferencias que se celebra en Madrid a imagen de la que se desarrolla desde hace años en California, con la participación de algunos de los oradores y emprendedores más importantes del mundo.

Clubes para aprender a hablar

En 1924 un grupo de personas fundó en California el primer club Toastmasters. Su objetivo era que sus miembros se reunieran con cierta frecuencia para practicar sus habilidades orales, tanto para aplicarlas en la vida cotidiana como para hablar en público, argumentar en debates o superar una entrevista personal. Aquello fue el germen de una organización internacional no lucrativa que hoy está presente en 122 países, entre ellos España, donde hay 22 clubes repartidos en Madrid, Barcelona, Marbella, Málaga, Alicante, Sevilla, Palma de Mallorca, Valencia y Vitoria.

Los miembros de estos clubes pagan una cuota de 60 euros al año y se reúnen generalmente cada dos semanas para practicar sus discursos. Entre ellos se dan consejos, pero cuentan además con el asesoramiento de profesionales que se ponen a su servicio de manera gratuita. “Cualquier persona puede desarrollar esta habilidad. Lo único que hace falta es repetir y entrenar. Y no desanimarse porque las primeras veces no salga bien”, asegura Harold Zúñiga, uno de esos profesionales que ayudan en los clubes.

Zúñiga, que imparte talleres en empresas a ejecutivos, ofrece cuatro claves para hablar en público: superar la inseguridad, entrenar la voz y el gesto, sintetizar y escuchar al público. “Un truco consiste en grabarse, porque normalmente lo que el orador cree que está pasando es distinto de lo que de verdad está pasando. Puede que crea que habla alto cuando habla bajo o que no se dé cuenta de que va demasiado rápido”.

...la mayoría no sabe cómo hacerlo porque piensan que con la idea basta”, dice. “Pero la idea sola no basta. Hay que saber contarla. Y contarla rápido. Lo primero que les pido a mis alumnos es, de hecho, que me lo cuenten en un minuto, que es el tiempo que normalmente tiene un ejecutivo para escuchar sin interrupciones. Si no le enganchas en ese minuto, estás perdido”.
Más en El País.
(Ilustración tomada de internet, Badajoz.)