Mostrando entradas con la etiqueta evolución. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta evolución. Mostrar todas las entradas

lunes, 21 de febrero de 2022

Religión, ciencia, política

El fundamentalismo religioso es algo más que solo religión. La palabra clave es fundamentalismo, aunque sus sinónimos son muy adecuados para el caso: extremismo, fanatismo, intolerancia… Todas son formas de prohibir el pensamiento, la razón, la ciencia y el sentido común. La postura anti-ciencia del creacionismo tiene mucho en común con otras formas de negacionismo, por ejemplo, las relativas a la catástrofe climática, el coronavirus y el sida, y también empuja a prácticas antisociales como el racismo, sexismo, homofobia, xenofobia y crímenes de odio.

El solapamiento religión-ciencia-política resulta claro cuando los antiabortistas, que citan las escrituras y que serían felices bombardeando infieles en Afganistán, enarbolan la bandera «Pro-vida es Pro-ciencia» y sostienen que la sentencia del caso Roe vs Wade fue «rancia» porque «la ciencia ha cambiado». Mucho menos científico es el «odioso pequeño argumento», como Jean y Peter Medawar lo llamaron, de la "Falacia del Gran Beethoven", que consiste en afirmar que si se está de acuerdo en interrumpir un embarazo porque el padre tuviera sífilis y la madre tuberculosis ello habría significado asesinar a Beethoven. En realidad, ni siquiera el padre de Beethoven tenía sífilis. Pero es lo de menos: el objetivo no es la verdad. Como apuntan los Medawar, a no ser que haya una conexión causal por la que una madre tuberculosa y un padre sifilítico produzcan genios musicales, de igual manera la abstinencia de relaciones sexuales privaría al mundo de un Beethoven. Cualquier famoso vale. Justin Bieber es una eventual versión actualizada. Y al tratarse de una discusión fatua Hitler puede usarse como contraargumento. Mientras tanto, la cuestión de los derechos de las mujeres se ha alejado del debate y las antiabortistas como la republicana Madison Cawthorn habla de las mujeres como «vasijas de barro santificadas por Dios todopoderoso».

En las discusiones sobre evolución y creacionismo los obscurantistas esgrimen seis argumentos retóricos tratando de dar la apariencia de un debate legítimo: 1) poner en duda la ciencia; 2) cuestionar las motivaciones e integridad de los científicos; 3) inflar los desacuerdos entre los científicos y citar a moscas cojoneras como autoridades; 4) exagerar el daño potencial; 5) apelar a la libertad personal; y 6) rechazar los descubrimientos científicos por no gustarnos sus implicaciones. En tiempos de Martín Lutero, solo era necesario contraponer fe y razón, siendo ésta «la puta del diablo, el mayor enemigo que la fe tiene».

En tiempos más recientes, la teoría de la evolución por selección natural de Darwin ha requerido un giro pseudocientífico al viejo cuento de que Dios ordenó la existencia de materia latente (modelo «logus»), o venciendo monstruos marinos y creando así otro mundo (modelo «agon»). Así, ahora tenemos el «diseño inteligente». En su Teología natural (1802), William Paley postuló de manera famosa: si encuentras un reloj deberá haber tenido éste, en algún momento, un artífice o artífices, y «cada indicio de invento, cada manifestación de diseño, que existen en el reloj, existe en las obras de la naturaleza»; por lo tanto, hubo un diseñador inteligente, una inteligencia suprema, a saber, Dios. El venerable viejo reloj fue acabado y puesto a funcionar por el profesor de derecho y convertido en cristiano Phillip Johnson, autodenominado «padre del movimiento del diseño inteligente», con su libro Darwin on Trial [Darwin a juicio], de 1991. De hecho, poner a Darwin en el banquillo de los acusados escondía un plan más ambicioso. La estratagema política de Johnson de condenar el darwinismo, esto es, la «estrategia de la cuña» [wedge strategy], fue aprovechada por el Discovery Institute, el cual, en su manifiesto Wedge Document, establece que su objetivo no es otro que el de cambiar la cultura americana influyendo en la opinión pública y los medios de comunicación para reflejar valores evangélicos en la esfera política. Como para Johnson, sus credenciales científicas podrían ser mejor entendidas si añadimos a su currículum el hecho de que pertenecía a un grupo que afirma que el VIH no causa el sida. Pero da igual la ciencia y la verdad, es su política la que importa. Otro negacionista del sida, un moonie y predicador del diseño inteligente, Jonathan Wells, explica que su motivo para estudiar teología cristiana en Yale y conseguir un segundo doctorado en biología en Berkeley fue que el hombre de negocios reverendo Moon (valor neto de su riqueza: unos 900 millones de dólares) lo convenció de dedicar su vida a «destruir el darwinismo, tal y como hacen muchos de mis compañeros unificacionistas que ya habían dedicado sus vidas a destruir el marxismo». El Marx materialista: otro anatema.

Pero el darwinismo fue un mazazo para el pensamiento mágico sobre la evolución. En palabras de Jerry A. Coyne, «la vida en La Tierra evolucionó gradualmente con una forma de vida primitiva –quizá una molécula autorreplicante– que vivió hace más de 3,5 mil millones de años; se ramificó con el paso del tiempo, arrojando muchas nuevas y diversas especies; y el mecanismo de la mayoría (pero no todo) el cambio evolutivo es la selección natural». En un artículo de opinión precisa los peligros políticos y en derechos humanos de cualquier posición intermedia que ponga a científicos y creacionistas en un debate entre iguales:

[…] pretender que la fe y la ciencia son vías igualmente válidas de encontrar la verdad, no solo debilita nuestro concepto de verdad, sino que también da a la religión una inmerecida autoridad que no hace nada de bien al mundo. Porque es la certeza de la fe de que tiene un dominio de la verdad, combinada con su incapacidad para verdaderamente encontrarla, lo que produce cosas como la opresión de mujeres y gays, la oposición a la investigación con células madre y a la eutanasia, los ataques a la ciencia, el rechazo de los anticonceptivos para controlar el embarazo y prevenir el sida, la represión sexual y por supuesto todas las guerras, bombas suicidas y persecuciones religiosas.

Creacionistas de varias tendencias cristianas siguen repitiendo que el registro fósil está lleno de lagunas («Enséñame tus ‘eslabones perdidos’»), los famosos eslabones perdidos ausentes que son supuestamente suficientes para desmontar cualquier argumento evolucionista. Richard Dawkins responde, «[…] no necesitamos fósiles para demostrar que la evolución es un hecho. La evidencia de la evolución sería totalmente segura, incluso si ningún cadáver hubiera sido fosilizado». Aunque Dawkins y otros científicos lo han mostrado, («más allá de dudas razonables, más allá de dudas serias, más allá de dudas inteligentes, informadas y sanas, más allá de toda duda la evolución es un hecho»), el hecho no parece tener muchos seguidores. Quienes están seguros de sus creencias no necesitan hechos. Es más, como dijo Peter Medawar, «para un biólogo la alternativa al pensamiento evolucionista es no pensar».

Una encuesta de Gallup de 1982 sobre evolución, creacionismo y diseño inteligente muestra cómo las creencias religiosas se resisten a los cambios de época. El formato de la encuesta es siempre el mismo. «¿Cuál de las siguientes afirmaciones se acercan a las visiones sobre el origen y desarrollo de los seres humanos: i) los seres humanos se han desarrollado tras millones de años desde formas menos avanzadas de vida, pero Dios guio este proceso; ii) los seres humanos se han desarrollado tras millones de años desde formas menos avanzadas de vida, pero Dios no ha participado en este proceso; y iii) Dios creó los seres humanos en su forma actual en algún momento en los últimos 10.000 años?». En el siguiente gráfico aparecen los resultados hasta 2019, el último año con encuesta:

Han cambiado poco en casi cuarenta años. Los creyentes en la evolución guiada por Dios han ido del 38 al 33%; quienes creen que Dios creó a los humanos en su presente forma han caído del 44 al 40%; y la gran variación se produce con aquellas personas que aceptan lo que ha mostrado la evidencia científica, del 9 al 22%. Obsérvese que las dos primeras opciones sobrenaturales suman en el año 2019 el 73% frente al 22% de los bien informados científicamente. ¡Esto en uno de los países más avanzados científicamente del mundo! El creacionismo y el diseño inteligente han estado ganando terreno en Europa, especialmente en Alemania y Polonia, al igual que en Reino Unido, Brasil (donde sus intenciones políticas son claras) y por muchas partes de Latinoamérica. Uno de los principales propagandistas creacionistas fuera de la cristiandad es el supuestamente laico Estado de Turquía, especialmente significativo por su influencia en las poblaciones musulmanas de Europa. El presidente Erdogan quiere crear «generaciones piadosas» y la teoría de la evolución (que el antiguo viceprimer ministro Dr. Numan Kurtulmus llama arcaica y decaída) ha sido casi suprimida de los currículos escolares para dejar paso a más Kemal Ataturk, más religión y más yihad.

En la Europa cristiana la religión manda. En otras palabras, el laicismo –definido como «un sistema político caracterizado por la exclusión del control e influencia eclesiásticos»– que debería ser la base de la democracia moderna, no existe en Europa. Como un informe apunta,

En Europa no hay diferentes ideales laicos, sino más bien diferentes figuras de la relación entre las religiones y el poder público, según el grado de laicización mayor o menor en base al ideal que se haya alcanzado en cada país. Si bien todos los países firmaron la Convención Europea de los Derechos Humanos (a través del Consejo de Europa, en 1950), por la que se obligan a respetar la libertad de conciencia y de pensamiento, así como la libertad de elegir una religión o de no adoptar ninguna, no se respeta la igualdad de derechos de los diversos creyentes, ateos y agnósticos, porque la religión sigue gozando en la mayoría de los países de un estatus de derecho público, acompañado de privilegios financieros y de otros tipos (educativos, simbólicos, jurídicos). Los ciudadanos no disfrutan de una ‘igual libertad’, piedra de toque del laicismo.

Naturalmente, existen diferencias entre los estados. Si Francia sería el que más cercano estaría a un estado laico, el Reino de España o Italia estarían entre los más lejanos, con vergonzosos privilegios para la iglesia católica incomprensibles en el siglo XXI en un estado con pretensiones democráticas. Pero en Grecia, Países Bajos, Bélgica, Reino Unido, Suecia, Alemania, Polonia… para qué seguir, sus iglesias protestantes o católicas o ortodoxas tienen privilegios comparativos inmensos con respecto a otras religiones o con respecto a los ateos. Sin embargo, mientras algunos estados ligan las fundaciones religiosas a «potenciales contribuciones positivas a la sociedad», un informe de 2021 del Foro del Parlamento Europeo para Derechos Sexuales y Reproductivos encontró que las fundaciones para actividades contra los derechos de mujeres y LGTB suman más de 700 millones de dólares desde 2009, con más de 340 millones provenientes de Europa, incluyendo «fundaciones privadas, grupos religiosos, ONGs y partidos políticos, con las principales fundaciones católicas de Francia, Alemania, Italia, Polonia y el España entre los mayores financiadores». Más aún, «los extremistas religiosos han aprovechado la financiación pública» también y están consiguiendo dinero de gobiernos con proyectos para convencer a mujeres de seguir adelante con embarazos no deseados y para la educación conservadora de niños. Si la religión es un asunto privado como exige un estado secular, ninguna religión debería recibir fondos públicos, y menos una o dos a expensas de otras.

La discriminación religiosa también incluye la costumbre aparentemente inofensiva de agrupar a la gente bajo rúbricas religiosas. La socióloga argelina Marieme Hélie-Lucas señala los peligros:

Es pernicioso calificar religiosamente, sin haberles jamás preguntado si son o no creyentes, a personas que viven en todo el mundo, principalmente en Asia y en África (el Oriente Próximo no representa numéricamente sino una ínfima minoría de los presuntos musulmanes del planeta). Es ignorar la masa de agnósticos y de ateos, y es atribuirnos a la fuerza una identidad religiosa que muchos de nosotros rechazamos, incluidos no pocos creyentes. Hacer de una “fe” una “raza” es lo que sufrieron los judíos, ¡y ya se vio con qué costes! Ahora está en vías de pasarles a los presuntos musulmanes…

Las aguas se enturbian más incluso, especialmente en Europa, con la distinción entre religiones fundamentalistas y no-fundamentalistas. No obstante, el islam, el cristianismo y el judaísmo son todas fundamentalistas en la definición generalmente aceptada de religión en tanto creencia incuestionable y veneración de un poder sobrehumano, especialmente un Dios personal o dioses, así como de dogmas y la autenticidad de libros «sagrados» y demás.

Quizá, necesitemos preguntarnos la pregunta esencial de quién lo hizo. ¿Quién se beneficia? Walter Benjamin nos ofrece una pista. El fanatismo occidental tiene más que ver con el capitalismo que con Dios: «el capitalismo se ha desarrollado como un parásito de la cristiandad en Occidente … hasta llegar al punto de que la historia de la cristiandad es esencialmente la de su parásito –esto es, el capitalismo–». Antes que él, en su estudio de cuarenta años del fetichismo (un compromiso o devoción excesiva o irracional a una cosa particular), Marx (El capital III, Parte 7, Cap. 48) había ampliado su categoría de fetiche para incluir casi todo componente del capitalismo, describiendo «la completa mistificación del modo de producción capitalista» para producir «un mundo encantado, pervertido y patas arriba» donde las cosas son personificadas y «las relaciones de producción devienen cosas» en «esta religión de la vida cotidiana». Esta es la religión realmente peligrosa –destructora del planeta–. Y la creencia en algún plan divino es una de las formas de negar que los humanos somos los responsables de inventarlo.

Daniel Raventós Es editor de Sin Permiso. Doctor en Ciencias Económicas, profesor titular del departamento de Sociología en la Facultad de Economía y Empresa de la Universidad de Barcelona, y miembro del grupo de investigación GREECS. Su último libro es "La renta básica: ¿Por qué y para qué?" (Catarata, 2021).

Julie Wark Antropóloga y traductora profesional. Es autora del “Manifiesto de derechos humanos” (Barataria, 2011) y miembro del Consejo Editorial de Sin Permiso.

domingo, 19 de julio de 2020

Qué reveló el experimento sobre la inteligencia más grande del mundo.

Dr. Michael Mosley y Dra. Hannah Fry
BBC Horizon

17 mayo 2020
Hombre mirando un cerebro en paisaje
Con la inteligencia no sólo se nace sino que se hace.

¿Qué ganas y qué pierdes con la edad? ¿Te está volviendo estúpido tu teléfono inteligente? ¿Puedes hacer algo para mantener tus habilidades mentales e incluso para mejorarlas?

Cuando se trata de medir la inteligencia, hay muchas habilidades que entran en juego, desde la resolución de problemas y las habilidades ligadas a las relaciones espaciales, hasta la conciencia emocional y la memoria de trabajo.

Pero, no importa cómo lo desgloses, una cosa está clara: la inteligencia importa.

Las personas que obtienen buenos resultados en las pruebas de inteligencia tienden, en promedio, a vivir más, envejecer mejor y tienen más probabilidades de alcanzar el éxito académico y profesional.

La buena noticia es que cada vez más investigaciones indican que la inteligencia no es fija.

Aunque hasta hace unos años se creía que nacíamos con todas las células cerebrales que tendríamos, y que a partir de la 5ª década de vida todo iba cuesta abajo, ahora sabemos que no es cierto.

Somos plásticos
Tecnologías como las imágenes por resonancia magnética (IRM) y la Magnetoencefalografía (MEG) nos han permitido ver por dentro cerebros vivos y observar cómo funcionan de una manera que no era posible hace una década.

Esta investigación ha arrojado luz sobre algo que los científicos llaman "neuroplasticidad": la idea de que nuestros cerebros continúan cambiando y que nuevas células cerebrales crecen y seguimos estableciendo nuevas conexiones cerebrales a lo largo de nuestras vidas.

El cerebro es más plástico de lo que se pensaba.
Además, ahora sabemos mucho más sobre la medida en que estos cambios están influenciados por el mundo que nos rodea, y hasta por las decisiones que tomamos en nuestra vida cotidiana.

Eso nos presenta la tentadora posibilidad de que tenemos más control sobre nuestros cerebros y nuestra capacidad cognitiva de lo que creíamos.

Por eso es tan importante comprender cómo funciona nuestra inteligencia, qué factores la afectan y cómo es posible mejorarla.

A prueba
Con eso en mente, en enero de 2020, la BBC publicó en su sitio online un test de inteligencia ideado con el doctor Adam Hampshire del Imperial College de Londres e invitó al público a participar.

Y el público respondió... y sigue respondiendo: más de un cuarto de millón de personas contestaron algunas preguntas sobre ellas mismas y luego se pusieron a prueba, con actividades que a veces parecen juegos.

"¡Es un número fenomenal de personas!", exclamó Hampshire. "Es el equivalente de unas 125.000 horas de pruebas, o más de 14 años".

Esas cifras permiten tener una visión sobre cómo distintos tipos de inteligencia humana están relacionados con variables como estilo de vida, personalidad y, particularmente único en este estudio, el uso de tecnología.
Científicos midiendo cerebro
Los científicos del Imperial College de Londres están midiendo el rendimiento en diferentes aspectos de la inteligencia que se relacionan con sistemas cerebrales específicos.

Las más de 250.000 respuestas que llegaron -convirtiendo a esta prueba en la más grande de su tipo- y las que seguirán llegando contribuirán a una importante investigación científica, que ayudará a los científicos del Departamento de Ciencias del Cerebro del Imperial College de Londres a comprender cómo nuestro comportamiento y estilo de vida están afectando nuestra inteligencia.

Con datos recopilados hasta ahora, la prueba ha revelado algunos hallazgos inesperados.

Antes de contártelos, unos puntos para tener en cuenta:

Esta no es una prueba de cociente intelectual, ya que los científicos están midiendo el rendimiento en diferentes aspectos de la inteligencia que se relacionan con sistemas cerebrales específicos.

El público que respondió es mayoritariamente británico.

¿Quién es mejor para resolver problemas?

Ejercicio de resolución de problemas
Esta es una de las pruebas: tienes que crear la forma que está a la derecha en gris, eliminando secciones de las que aparecen de colores a la izquierda. Si eliminas una de abajo y queda un vacío, la que está encima, cae.

Cuando se trata de habilidades para resolver problemas, descubrimos que los que dijeron que les gustaba comer frutas y verduras obtuvieron mejores resultados en esta prueba.

Claro que no se sabe aún si las frutas y verduras nos hacen más listos o si la gente más lista sencillamente elige alimentarse con comidas sanas.

Pero el factor más importante que afectó la capacidad de resolución de problemas fue la edad.
Gráfico que muestra cómo la capacidad de resolución de problemas cae con el tiempo
Envejecer puede aportar sabiduría, pero lamentablemente no te hace más agudo. Los veinteañeros obtuvieron los mejores resultados en este aspecto de la prueba, y los puntajes disminuyeron dramáticamente en los participantes mayores.

Además, descubrimos que la memoria de trabajo, la inteligencia espacial y la atención alcanzan su punto máximo en alrededor de los 20 años y decaen después de eso.

Y es que, con el pasar de los años, nuestros cerebros literalmente empiezan a funcionar a paso cada vez más lento.

¿Sabías que...
Cuando se trata de inteligencia, el tamaño del cerebro no parece ser un factor definitivo
Al parecer, los individuos que tienen más materia gris tienen una capacidad cognitiva un poco más alta.
Pero la investigación muestra que la materia blanca es crucial para la rapidez de pensamiento. Es la que alberga todas las conexiones entre las áreas del cerebro.
Se llaman vías neuronales y cada uno de nosotros tiene cientos de millones de ellas en el cerebro; de juntar sólo las tuyas, le darían 4 veces la vuelta al mundo.
Están aisladas por una sustancia grasosa que se llama mielina.

Como cualquier máquina: con el tiempo, se oxida.
Todo esto nos lo explicó el doctor Simon Cox, uno de los expertos de la Universidad de Edimburgo, que han estado estudiando miles de cerebros y encontrado que una de las características de los cerebros de la gente inteligente son mejores conexiones.

La velocidad de procesamiento depende de cuán bien aisladas están esas conexiones.
A medida que envejecemos, esa capa de mielina se adelgaza y la comunicación entre las neuronas se ralentiza, pues las señales no se transmiten tan fluida ni tan velozmente y puede haber interferencia de conexiones vecinas, explica el profesor Alan Gow, de Heriot-Watt University.

"Otro proceso que notamos es el llamado atrofia, el encogimiento general del volumen del cerebro a medida que envejecemos".

¿Nada qué hacer?

Dos cerebros de personas de la misma edad: a la izquierda, más atrofia.
Probablemente sí. Mira cuán diferente es la masa cerebral entre las dos personas que aparecen en esta imagen que nos trajo Gow. Ambas tienen la misma edad.

Dos cerebros de personas de la misma edad: el cerebro de la de la izquierda se ha encogido más.
"No parece ser inevitable: el nivel de atrofia y de daño en la materia blanca varía entre personas. Lo que queremos entender es cuáles son los factores en el estilo de vida o conducta que marcan la diferencia".
Una pista puede estar escondida precisamente en los tests de cociente de inteligencia.

A pesar de ser a menudo criticados, una de sus ventajas es que se han estado haciendo durante mucho tiempo, así que revelan cambios, como que el CI de los niños británicos ha aumentado tanto desde 1938 que han tenido que recalibrar las pruebas más de una vez.

¿La razón? Hay mucho debate al respecto, pues tanto ha cambiado: mejor alimentación, mejor educación.

Pero hay un detalle intrigante. Durante todo el siglo XX, no hubo más que aumento. Al llegar al siglo XXI, en muchos lugares la curva se quedó congelada y en algunos, empezó a declinar.

Un estudio en particular en Noruega que muestra que han perdido 7 puntos de CI por generación entre los nacidos después de 1975. Nadie sabe aún por qué.

Jóvenes con teléfonos móviles
Hay algo que sabemos que ha cambiado...
Lo que sí sabemos es que ha habido un gran cambio en nuestro estilo de vida en las últimas décadas.

¿Qué nos está haciendo la tecnología?
Nuestros científicos estaban particularmente interesados ​​en el impacto que nuestro creciente uso de la tecnología está teniendo en la memoria, las habilidades espaciales y otras áreas de la cognición.

Le pedimos a la gente que nos dijera qué dispositivos usan, qué hacen con ellos y con qué frecuencia lo hacen.

Analizamos aspectos como la búsqueda en internet, el uso de las redes sociales, el juego en línea y las compras en la red.

Para nuestra sorpresa, no había un vínculo claro entre la capacidad intelectual y el tipo de tecnología utilizada ni la cantidad de tiempo empleado en ella.

Excepto en un área...
Cuanto más tiempo pasan las personas jugando juegos de computadora, mejor puntuación tenían en las pruebas de memoria de trabajo espacial (tu capacidad de recordar dónde están las cosas, como las llaves del auto), atención y razonamiento verbal.

En este caso, la edad efectiva no fue tomada en cuenta, así que no se trata de jóvenes y viejos, sino de un muy claro vínculo con el juego.

Entre los participantes en la prueba de memoria de trabajo espacial, la puntuación más alta fue para los que más pasaban tiempo jugando por computador.
Gráfico que muestra cómo entre más juegas por computador, mejor memoria e inteligencia espacial tienes
Uno de nuestros hallazgos más sorprendentes fue que los juegos realmente pueden mejorar uno de los componentes clave de la inteligencia: la memoria de trabajo, la capacidad para mantener temporalmente activa información para utilizarla en diferentes actividades cognitivas como comprender o pensar.

"Cualquiera que ido a algún lado a hacer algo y olvidado para qué fue al llegar, sabe de qué estamos hablando", señala la doctora Louise Nicholls, de la Universidad de Strathclyde.

Fue notable que las personas que juegan por computador obtuvieron mejores puntuación en esas pruebas que las que hacen entrenamiento mental, lo que indica que esos juegos pueden ser un pasatiempo más valioso para aquellos que desean mejorar sus habilidades cognitivas.

Cabe anotar que estudios controlados sobre la relación positiva entre la cantidad de juego y ese aspecto de la inteligencia han arrojado resultados consistentes con el de la BBC, señaló Nicholls.

¿Importa cuál es el juego?

"Los resultados más confiables hablan particularmente los videojuegos de mucha acción, aquellos que involucran navegar en distintos ambientes, encontrar objetivos visuales y tomar decisiones rápidas. Pero incluso hasta juegos de acertijos espaciales, como Tetris, son beneficiosos".

"Sin embargo, necesitamos hacer más investigación, por ejemplo sobre cuál es el número óptimo de horas de juego, pues a veces la afición afecta las horas de sueño y de ejercicio, y deja de ser un beneficio", subraya la doctora.

Las redes mentales

Hubo otro vínculo fuerte... e inquietante, y fue entre aquellos que usan internet de manera excesiva y obsesiva (por ejemplo, revisar repetidamente los teléfonos inteligentes en la cama) y aquellos que se sienten ansiosos y estresados. Eso fue particularmente notable entre los más jóvenes.
Gráfico que muestra que la gente más ansiosa es la que usa más internet
La línea amarilla muestra como la "adicción a internet" es más común entre jóvenes... nada sorprendente. Lo preocupante es que la línea azul muestra el nivel de ansiedad de los participantes, y es muy similar.
Es una de las pruebas más claras hasta ahora de que el uso excesivo de la tecnología puede tener un impacto negativo en la salud mental.

Aunque ese vínculo nunca había sido hallado a una escala tan grande, "hay muchas investigaciones que indican que el uso excesivo de internet está asociado con mala salud mental, particularmente en adolescentes y jóvenes", señaló el doctor Lee Smith, de Anglia Ruskin University.

"Se debe en parte a que las redes alientan comparaciones a veces con metas imposibles. Además, nos permiten cuantificar nuestro éxito social. Esas dos cosas pueden estar aumentando los niveles de estrés".

Así que dedicarle menos tiempo a las redes sociales es mejor para la salud mental.

Malas noticias para los perezosos
Hay evidencia intrigante de algo más que podemos hacer para maximizar nuestro poder cerebral.

Al parecer, ser fuerte y estar en forma es bueno para el cerebro.

En la Universidad de Gales del Sur, han estado haciendo pruebas Stroop antes, durante y después de que la gente haga ejercicio. Las pruebas Stroop evalúan cuán pronto nuestro cerebro procesa una discordancia en la información.

Es más sencillo de lo que suena: mientras los voluntarios pedalean en una bicicleta estática, ven unas palabras que aparecen en una pantalla.

Son nombres de colores, solo que están en otro color -la palabra "verde", escrita en letras rojas-, y tienen que apretar un botón del color que dice la palabra.
Palabra Azul escrita en rosa
Aunque esté escrita en color rosa, tienes que responder "azul".
"Hemos encontrado que la función cognitiva -la agilidad mental- mejora mientras estás haciendo ejercicio", contó el doctor Damien Bailey.

"Sabemos que como le está llegando más sangre al cerebro -más combustible: oxígeno y glucosa- hay más apoyo a varias áreas de funciones cognitivas".

Eso ocurre gracias a un truco de nuestros cuerpos.
El ejercicio incrementa los niveles de óxido de nitrógeno en la sangre, un elemento químico que relaja los vasos sanguíneos y facilita el flujo de sangre.

Pero además, el ejercicio ayuda al cerebro aumentando la cantidad del Factor neurotrófico derivado del cerebro o FNDC, que es una especie de fertilizador para las neuronas.

"Si estás produciendo y desarrollando más células y conexiones cerebrales, la toma de decisiones, la memoria, el raciocinio... todo mejora". Según las investigaciones de la Universidad de Gales del Sur, entre más intensamente te ejercites mejor, pero incluso una vigorosa caminata dobla las cantidades de esos químicos en el cerebro.

¿Cómo nos afecta el género?
Una de nuestras pruebas analizó la capacidad de las personas para leer correctamente las emociones en una variedad de caras.

Descubrimos que quienes obtuvieron mejores resultados en esta prueba de inteligencia emocional tienen hermanos y/o hermanas, y también las que comparten sus vidas con gatos y/o perros.

Aunque no existe una diferencia general en la inteligencia entre los diferentes géneros, cuando se trata de nuestra inteligencia emocional, las mujeres obtuvieron mejores puntuaciones que los hombres y que aquellos que se identificaron como 'otro'.
Gráfico que muestra que las mujeres tienen mejor inteligencia emocional
En las pruebas de habilidad espacial y resolución de problemas, los hombres obtuvieron mejores calificaciones que las mujeres y los otros.

Hay que subrayar que las diferencias fueron pequeñas, y hay mucho debate sobre si se deben principalmente a la naturaleza o la crianza.

Un análisis reciente de muchos estudios diferentes concluyó que las diferencias en la capacidad espacial tienden a aparecer en la edad escolar, lo que hace pensar que son en gran medida el resultado de la presión social y su impacto en cosas como la selección de juguetes.

Varios estudios muestran que los estereotipos claramente siguen existiendo y que pueden tener un efecto significativo en ciertas pruebas de inteligencia.

¿Se puede hacer algo para contrarrestar sus efectos?
"Hay un estudio muy bueno en el que tomaron a un grupo de niñas cuyas habilidades espaciales no eran tan buenas y las alentaron a jugar Tetris intensamente durante tres meses", cuenta la neurocientífica Gina Rippon.

"Las partes del cerebro que apuntalan el desempeño espacial cambiaron sutilmente". Regiones de la corteza se volvieron más gruesas y otras partes, más activas.

"Así que podemos mostrar cómo una parte y una función específica del cerebro puede responder a entrenamiento y cambiar conductas".

Quizás los hombres también pueden revertir sus deficiencias en la inteligencia emocional.

¿Y qué pasa a medida que envejecemos?
Las personas que obtuvieron mejores puntuaciones en inteligencia verbal fueron las que leen mucho. Los que comen más frutas y verduras también obtuvieron buenos resultados.

Esta fue una de las habilidades cognitivas más afectadas por el estilo de vida.

Y lo más interesante fue cómo las habilidades verbales varían según la edad.
Mientras que todas las demás habilidades cognitivas disminuyeron con la edad, la capacidad verbal aumentó dramáticamente, ¡alcanzando su punto máximo a los 70 y 80 años!
gráfico mostrando cómo la habilidad verbal mejora con la edad
Este pico que se extiende hasta los años 70 y 80 es un nuevo hallazgo interesante. Estudios anteriores habían encontrado que se llegaba a la cima en los años 50 y 60 y luego disminuía.

"La habilidad verbal es un ejemplo de inteligencia cristalizada -explica el doctor Smith-, las habilidades que acumulamos a través del aprendizaje y la experiencia, que seguimos desarrollando y podemos retener hasta la vejez".

Y en Escocia tienen una pista de cómo podemos asegurarnos de que así sea.

El miércoles 4 de junio de 1947, los niños de 10 y 11 años que iban al colegio en todo el país tuvieron una examen de inteligencia. Décadas más tarde, académicos de la Universidad de Edimburgo se los encontraron en los archivos.

Entusiasmados, buscaron a esos niños -ahora de 70 años de edad- para que volvieran a hacer el mismo examen, con la idea de analizar los resultados y buscar las claves para el envejecimiento exitoso.

Y así fue.
Un grupo de los niños que hicieron el examen en 1947, lo volvieron a hacer 6 décadas después. A algunos les fue mejor de viejos que de niños.

El profesor Ian Dearry comparó los resultados y, para entender por qué los cerebros de algunos habían envejecido mejor que el de otros, los sometió a otras pruebas, incluyendo perfiles genéticos y detallados cuestionarios sobre sus estilos de vida.

"Hay una pequeña contribución de ciertos factores genéticos pero la más grande es el estilo de vida", dice Dearry.

Su investigación mostró que aquellos que se mantuvieron consistentemente activos física y mentalmente tenían mejor destreza de raciocinio. Eso también es cierto sobre aquellos que aprendieron otro idioma.

"Ciertamente hay cada vez más evidencia de que aprender o involucrarse con algo nuevo ayuda a reforzar o a crear nuevas conexiones. De hecho, aprender otro idioma a cualquier edad puede ser beneficioso", señala Alan Gow.

Tras revisar tantos estudios, ¿cuál sería su principal consejo para mantener el cerebro joven?

"La actividad física es la que consistentemente aparece como la más beneficiosa, pero no debemos olvidar las conexiones sociales: no estar solo es importante para la salud mental".

Antes de irnos, vale la pena recordar que hay cosas que este tipo de pruebas no pueden medir, como la personalidad.

Y la característica más importante de la personalidad en este contexto es el esmero. Los estudios indican que puede compensar cualquier deficiencia.

¡Así que a hacer ejercicio mientras juegas por computador algún videojuego en ruso!

Fuente:
https://www.bbc.com/mundo/noticias-52637903

Más:
Qué es la inteligencia, qué tan importante es y por qué no deberías decirle a nadie que es inteligente
12 marzo 2018
Fraude científico con respecto a los estudios de inteligencia:   https://verdecoloresperanza.blogspot.com/2017/05/cyril-burt-un-ejemplo-paradigmatico-de.html

sábado, 3 de noviembre de 2018

_- Un interesante y deslumbrante viaje científico.

_- Una hermosa y curiosa cita de Richard Dawkins abre el libro. Da pistas.

La situación en que nos encontramos según el autor: “Nos encontramos en medio de una revolución. Es una revolución científica basada en nuestro conocimiento del ADN, el material hereditario de la vida. Utilizando las herramientas de la biología molecular, exploramos y sondeamos el mundo que nos rodea de una forma que era inimaginable hace tan sólo unas décadas”. Es natural, señala, contemplar la biotecnología en el siglo XXI con una mezcla “inquietante de asombro y temor”.

No es un libro fácil pero no se lo pierdan. Avancen poco a poco, tomando notas si les es posible. Si tienen algún amigo puesto en asuntos de biología molecular y en historia de su disciplina, mejor que mejor. Les será útil consultarle algunas tesis y explicaciones. Si no, no pasen pena. Aunque les pase como a mí, que habré sacado en limpio el 30% aproximadamente, este 30 es mucho 30.

El glosario, demasiado sucinto en mi opinión, les puede ser de utilidad si dudan del significado de algunos conceptos (son muchos los que maneja el autor como es razonable, no queda otra).

Del autor: miembro del Canadian Institute for Advanced Research y del consejo editorial de revistas como Current Biology o BMC Biology y editor adjunto de la revista Genome Biology and Evolution John Archibald [JA] es profesor del departamento de Bioquímica y Biología Molecular de la Dalhousie University, Halifax, Nueva Escocia, Canadá, y ha sido profesor visitante de la Universidad de Cambridge.

La estructura del libro: Agradecimientos y nota al lector (el autor explica en este apartado cuando cristalizó la idea del libro). Introducción 1. La vida tal y como la conocemos. 2. Revoluciones en biología. 3. Las semillas de la simbiosis. 4. Los soberanos moleculares de los Reinos de la vida. 5. Las bacterias se convierten en organelas: una visión desde dentro. 6. La célula compleja: cuándo, quién, dónde y cómo. 7. Evolución verde, revolución verde. 8. Regreso al futuro. 9. Epílogo. Postfacio. Glosario. Notas. Indice.

Margulis es una de las estrellas de la exposición y un país hermano, Portugal, tiene un papel importante. “Francisco Carrapiço y Ricardo Santos me proporcionaron puntos de vista muy interesantes sobre la naturaleza de la ciencia y sobre las carreras de numerosos científicos, en particular las de Constantin Mereschkowsky y Lynn Margulis” (p. 15).

La temática: el autor explica el papel crucial de la simbiosis, y de su forma más más asombrosa, la endosimbiosis, en el surgimiento del nuevo punto de vista revolucionario (en el sentido kuhniano: de cambio conceptual “revolucionario”, de cambio de paradigma) sobre la historia de la vida que la biología molecular está sacando poco a poco (si bien aceleradamente) a la luz. La endosimbiosis es una forma de simbiosis en la que dos células viven juntas en la naturaleza, una dentro de la otra. El organismo que vive en el interior del otro se conoce como un “endosimbionte”.

Conviene recordar las palabras de cierre del libro (p. 213): “Mucho de lo queremos saber de la transición de procariota a eucariota pertenece todavía al reino de la especulación. ¿Qué fue primero: la mitocondria o características eucarióticas básicas como la habilidad para ingerir presas? ¿Tuvo algo que ver la fagocitosis con la forma en que el progenitor bacteriano de la mitocrondria acabó en el interior de una célula anfitriona arqueal?”

No lo sabemos. La eucariogénesis sigue siendo una un enigma, un gran enigma científico. Pero, señala JA, resulta apasionante saber que quedan muchas cosas por descubrir. “La exploración de la biosfera microbiana ha puesto al descubierto nuevos linajes con nuevas características que nos impelen a hacer balance de los hechos y a reconsiderar lo que creemos saber sobre la evolución de la vida compleja”.

La ciencia, concluye JA, está trabajando como debe. “Para que nunca dejemos de admirarnos”.

No se olviden del epílogo. Un relato interesante (aunque discutible y muy optimista) de la reunión científica de febrero de 1975 (otra, anterior a ésta, tuvo lugar en 1973), en Asilomar, en Monterrey, California. Les recuerdo lo discutido en esa célebre discusión: “Los principales objetivos de la Conferencia de Asilomar, como llegó a ser conocida la citada reunión, era evaluar los potenciales riesgos biológicos de la investigación sobre el ADN recombinante y decidir si la moratoria que se habían impuesto los científicos tenía que ser permanente. Fue, según todos los indicios, un acontecimiento intenso y estresante. Hubo más preguntas que respuestas. Al final, se tomó la decisión de levantar la moratoria...” (p. 207). Para el autor, nació entonces la industria de la biotecnología.

Excelente índice y buen glosario (pero muy resumido, como les decía, en mi opinión), no se pierdan, no se salten las notas. Algunas son referencias bibliográficas que podemos obviar; otras no, tienen valor en mí mismas. Mucho valor. Mi preferida (la 26, del capítulo 3, p. 223): “A finales de la década de 1980 Margulis obtuvo una beca que le permitiría ahondar en las tempranas investigaciones de los “simbiogenetistas” rusos. Pero ella no hablaba ni leía ruso y, “para su sorpresa y alivio”, descubrió que una historiadora de la ciencia rusa llama Liya Nikolaevna Khakhina ya había escrito con autoridad sobre el tema. Margulis propició la traducción del ruso al inglés del libro de Khakhina de 1979 (véase Margulis, L y McMenanm, M. 1992. Introducción del editor, en Khakhina, Concepts of Symbiogenesis). Margulis y sus colegas hicieron otro tanto en el año 2010 con un libro publicado en Rusia en 1924 [sic, pocos años después de la revolución] por Boris Kozo-Polyanski (1890-1957) (Kozo-Polyanski, B, 1924. Symbiogensis: A New Principle of Evolution. Traducción de Fet, V Harvard University Press). Margulis tuvo conocimiento de la existencia de Kozo-Polyansky en el Congreso Internacional de Botánica celebrado en Leningrado en 1975; a ella y a su colega norteamericano Peter H. Raven les entregaron una traducción parcial del libro de Kozo-Polyansky hecha por el famoso (y entonces contrariado) botánico ruso Armen Takhajatan (1910-2009): “Tomen, lean esto” dijo, regañándoles. “Ustedes, los americanos, creen que toda la ciencia tiene que ser inglesa o alemana…¡Koyo-Polyanski publicó sus mismas ideas muchos antes que ustedes hubieran nacido!”. Ni más ni menos. En todo el rostro (con perdón) y con toda la razón histórico-científica del mundo.

La traducción, como es marca de la casa Buridán, es de Josep Sarret. ¿Cómo consigue seleccionar con tanto acierto, y traducir tanto y tan bien? Un misterio un verdadero misterio. Un enigma. No tengo ninguna conjetura de interés. Manifiesto, eso sí, mi sorpresa por este laborar ininterrumpida, casi imposible. Sorpresa y mi mayor agradecimiento. Fue profesor mío hace 42 años, en la Facultad de Filosofía de la UB. Nos habló de Nietzsche.

Fuente: El Viejo Topo, n.º 369, octubre de 2018

sábado, 6 de enero de 2018

¿Cuándo surge en los humanos el deseo de venganza?

Teatro de marionetas

A la edad de 6 años, los niños ya quieren ver cómo se castiga a quienes se comportan mal incluso si tienen que pagar por ello.

No sólo eso, sino que también disfrutan al observar la aplicación del castigo.

Esta es la conclusión a la que llegó un equipo internacional de investigadores del Instituto Max Planck de Ciencias Cognitivas y Cerebros Humanos en Leipzig, Alemania, que llevó a cabo un experimento a fin de determinar en qué momento surge el sentido de justicia.

Nikolaus Steinbeis, coautor del estudio publicado en la revista Nature Human Behaviour, y sus colegas presentaron un espectáculo de marionetas a un grupo de 72 niños de entre 4 y 6 años.

Una de las marionetas compartía juguetes con los niños, mientras que otra se burlaba y se los quitaba.

Más tarde, un tercer personaje entraba en acción y aporreaba indistintamente a uno u a otro y finalmente la cortina se cerraba.

Los niños no podían ver lo que estaba ocurriendo detrás del telón, pero sí escuchar que los golpes continuaban.

A los 6 años, los niños ya disfrutan al presenciar el castigo a los "malos". Si querían seguir viendo lo que pasaba, debían pagar con pegatinas (algo que los niños valoran mucho pues se les suelen dar como recompensa por comportarse bien).

Lo que los científicos observaron fue que los niños de 6 años estaban dispuestos a invertir el doble de pegatinas para continuar viendo cómo castigaban a la marioneta "mala" en comparación con la marioneta "buena".

Además, sus expresiones faciales mostraban satisfacción cuando el malo era quien recibía el castigo.

Esto, señalan, muestra que a partir de esa edad son capaces de sacrificar algo que valoran para ver que se cumpla un acto de justicia.

En cambio, los niños de 4 o 5 años no mostraron ningún deseo de venganza.

"El estudio muestra que los niños tienen una motivación para ver la ejecución de un castigo merecido", le dijo Steinbeis a la revista New Scientist.

Deseo de justicia compartido
Los investigadores también evaluaron la reacción ante una situación similar en nuestros parientes más cercanos, los chimpancés.

En este caso, la escena se componía de dos personas de las cuales una compartía comida con ellos y la otra se las quitaba.

Se trata de una estrategia de cooperación cuya raíz es evolutiva.
Luego aparecía un tercer individuo que castigaba a uno o a otro indistintamente.

Para continuar viendo la escena que se interrumpía con la interposición de una puerta pesada, los chimpancés debían hacer el esfuerzo de moverla.

Como ocurrió con los niños, los chimpancés estaban dispuestos a realizar un mayor esfuerzo para ver la aplicación del castigo sobre el individuo malo.

No obstante, la expresión de los animales no reveló signos de satisfacción, como en el caso de los niños.

Los chimpancés también valoraron más el castigo a los malos. Según los autores, el rasgo común es que tanto los chimpancés como los niños de 6 años tienen una motivación mayor para ver cómo se castiga a los individuos antisociales más que a los mejor adaptados.

Por otra parte, el estudio apoya la evidencia de que el sexto año es un momento importante en el desarrollo cognitivo y emocional, en que los niños se muestran dispuestos a sacrificar sus propios recursos en beneficio de la justicia.

El hecho de que los chimpancés compartan con los humanos esta motivación, señalan los investigadores, indica que esta conducta que apunta a mantener la cooperación tiene un origen evolutivo.

http://www.bbc.com/mundo/noticias-42426390

martes, 4 de octubre de 2016

Evolución La adaptación al cambio es la clave de la supervivencia.

El término adaptación es uno de los pilares del pensamiento de Charles Darwin, un concepto sin el que no se comprende la teoría de la evolución. El naturalista inglés estableció que las especies que logran sobrevivir no son ni las más fuertes ni las más inteligentes. La clave de la supervivencia consiste en la capacidad para adaptarse a los cambios. Quienes no logran hacerlo, desaparecen. La crisis del PSOE aporta una insospechada variante política a la teoría que Darwin elaboró observando la variedad de picos que habían llegado a desarrollar los pinzones de las islas Galápagos. Cuando se produjeron las 17 dimisiones de la ejecutiva, yo estaba convencida de que los críticos habían calibrado a la micra las consecuencias de una cirugía tan masiva. Su experiencia, y la de sus mentores, me llevó a descartar cualquier otra hipótesis. Reconozco que estaba equivocada. Con independencia del desenlace de esta triste historia, su estrategia no obtuvo el fulminante efecto que buscaba. Desde entonces me pregunto si no habremos llegado de una vez al auténtico y definitivo final del bipartidismo, tantas veces anunciado y nunca consumado. Los críticos del PSOE han pretendido aplicar una solución del siglo XX a una situación del siglo XXI. Hay quien ha pedido incluso que se suspendan las primarias. Y no se trata de estar a favor o en contra de la elección directa del líder, sino de que, a estas alturas, esa petición es tan incomprensible como si hubiera sido formulada en sánscrito. La adaptación al cambio es la clave de la supervivencia. Aunque parezca mentira, un partido tan rancio en apariencia como el PP lo ha entendido mucho mejor. Después de atraerse a Ciudadanos, ni siquiera necesitan discutir sobre las primarias.

martes, 19 de julio de 2016

EVOLUCIÓN HUMANA El bichito que planta cara a Dios. Un organismo marino muestra por qué el ser humano no está en la cúspide de la evolución

 “La pérdida no es más que cambio y el cambio es un placer de la naturaleza”. 
Marco Aurelio


“Sólo la casualidad puede aparecer ante nosotros como un mensaje. Lo que ocurre necesariamente, lo esperado, lo que se repite todos los días, es mudo. Sólo la casualidad nos habla”, escribía Milan Kundera en La insoportable levedad del ser. Y algo habla, o más bien grita, en una playa de Badalona, cerca de Barcelona: la dominada por el puente del Petróleo. Por este pantalán que se mete 250 metros en el mar Mediterráneo se descargaban productos petrolíferos hasta finales del siglo XX. Y a sus pies se levanta desde 1870 la fábrica de Anís del Mono, el licor en cuya etiqueta aparece un simio con la cara de Charles Darwin como guiño a la teoría de la evolución, por entonces polémica.

Hoy, el puente del Petróleo es un precioso mirador con una estatua de bronce dedicada al mono con rostro darwinista. Y, por una casualidad que habla, entre sus paseantes habituales se encuentra un equipo de biólogos evolutivos del departamento de Genética de la Universidad de Barcelona. Caminan por la pasarela sobre el océano y lanzan un cubo para atrapar a un animal marino, el Oikopleura dioica, un bicho de tan solo tres milímetros, pero con boca, ano, cerebro y corazón. Parece insignificante, pero, como Darwin, hace que el discurso de las religiones se tambalee. Coloca al ser humano en el lugar que le corresponde: con el resto de animales.

“Hemos estado mal influenciados por la religión, pensando que estábamos en la cúspide de la evolución. No lo estamos. Estamos al mismo nivel que el resto de los animales”, sentencia el biólogo Cristian Cañestro. Junto a su colega Ricard Albalat dirige una de las tres únicas instalaciones científicas del mundo para estudiar al Oikopleura dioica. Las otras dos están en Noruega y Japón. La suya es una salita fría, con centenares de ejemplares prácticamente invisibles metidos en recipientes de agua, en un rincón de la Facultad de Biología de la Universidad de Barcelona.

“La visión hasta ahora es que al evolucionar ganábamos en complejidad, ganando genes. Así se pensó cuando se secuenciaron los primeros genomas, de mosca, de gusano y del ser humano. Pero hemos visto que no es así. La mayoría de nuestros genes está también en las medusas. Nuestro ancestro común los tenía. No es que nosotros hayamos ganado genes, es que los han perdido ellos. La complejidad génica es ancestral”, sentencia Cañestro.

En 2006, este biólogo investigaba el papel de un derivado de la vitamina A, el ácido retinoico, en el desarrollo embrionario. Esta sustancia indica a las células de un embrión lo que tienen que hacer para convertirse en un cuerpo adulto. El ácido retinoico activa los genes necesarios, por ejemplo, para formar las extremidades, el corazón, los ojos y las orejas. Cañestro estudiaba este proceso, común en los animales, en el Oikopleura. Y se quedó con la boca abierta.

“Los animales utilizan una cascada de genes para sintetizar el ácido retinoico. Me di cuenta de que en el Oikopleura dioica faltaba uno de estos genes. Luego vi que faltaban más. No encontrábamos ninguno”, recuerda. Este animal de tres milímetros fabrica su corazón, de manera inexplicable, sin ácido retinoico. “Si ves un coche sin ruedas moviéndose, ese día tu percepción de las ruedas cambia”, ilustra Cañestro.

El último ancestro común entre este minúsculo habitante de los océanos y el ser humano vivió hace unos 500 millones de años. Desde entonces, el Oikopleura ha perdido el 30% de los genes que nos unían. Y lo ha hecho con éxito. Si usted se mete en cualquier playa del mundo, allí estarán ellos rodeando su cuerpo. En la batalla de la selección natural, los Oikopleura han ganado. En algunos ecosistemas marinos, su densidad alcanza los 20.000 individuos por cada metro cúbico de agua. Son perdedores, pero solo de genes.

Albalat y Cañestro acaban de publicar en la revista especializada Nature Reviews Genetics un artículo que analiza la pérdida de genes como motor de la evolución. Su texto ha despertado interés mundial. Ha sido recomendado por F1000Prime, una clasificación internacional que señala los mejores artículos sobre biología y medicina. El suyo empieza con una frase del emperador romano Marco Aurelio, filósofo estoico: “La pérdida no es más que cambio y el cambio es un placer de la naturaleza”.

Los dos biólogos subrayan que la pérdida de genes, incluso, pudo ser clave para el origen de la especie humana. “El chimpancé y el ser humano comparten más del 98% de su genoma. Quizás habría que buscar las diferencias en los genes que se han perdido de manera diferente durante la evolución de los humanos y el resto de primates. Algunos estudios sugieren que la pérdida de un gen hizo que la musculatura de nuestra mandíbula fuera más pequeña y esto permitió aumentar el volumen de nuestro cráneo”, hipotetiza Albalat. Quizá, perder genes nos hizo más inteligentes que el resto de los mortales.

En 2012, un estudio del genetista estadounidense Daniel MacArthur mostró que, de media, cualquier persona sana tiene 20 genes que no funcionan. Y, aparentemente, tan campantes. Albalat y Cañestro, del Instituto de Investigación de la Biodiversidad (IRBio) de la Universidad de Barcelona, ponen dos ejemplos muy estudiados. En algunas personas, los genes que codifican la proteína CCR5 o la DUFFY están anulados por mutaciones. Son las proteínas que utilizan, respectivamente, el virus del sida y el parásito que causa la malaria para entrar en las células. La pérdida de estos genes hace a los humanos más resistentes a estas enfermedades.

En el laboratorio de Cañestro y Albalat hay un cartel que imita al de la película Reservoir Dogs, en el que aparecen los científicos y otros miembros de su equipo vestidos con camisas blancas y corbatas negras, como en el filme de Quentin Tarantino. Su montaje se titula Reservoir Oiks, en alusión al Oikopleura. Los dos biólogos creen que el organismo marino va a permitir formular, y responder, preguntas nuevas sobre nuestro manual de instrucciones común: el genoma.

El cerebro del Oikopleura tiene unas 100 neuronas y el de los humanos contiene 86.000 millones, pero somos mucho más similares de lo que parece. Entre un 60% y un 80% de las familias de genes humanos tienen un claro representante en el genoma de Oikopleura. “Este animal nos permite estudiar qué genes humanos son esenciales”, aplaude Albalat. O lo que es lo mismo: por qué algunas mutaciones son irrelevantes y otras provocan efectos terribles en nuestra salud.

Los seres vivos poseen una maquinaria celular que repara las mutaciones que surgen en su ADN. El Oikopleura dioica ha perdido 16 de los 83 genes ancestrales que regulan este proceso. Esta incapacidad para autorrepararse podría explicar su pérdida extrema de genes, según detalla el artículo en Nature Reviews Genetics.

A Cañestro se le ilumina la mirada al hablar de estas ausencias. Los genes suelen actuar en cascada para llevar a cabo una función. Si en una cascada conocida de ocho genes faltan siete en el Oikopleura, porque la función se ha perdido, la permanencia del octavo gen puede revelar una segunda función esencial que había pasado desapercibida. Ese gen sería como un cruce de autopistas. Desmantelada una carretera, sobrevive porque es fundamental en otra ruta. “Esa segunda función ya estaba en el ancestro común y puede ser importante en los humanos”, celebra Cañestro.

“No hay animales superiores y animales inferiores. Nuestras piezas de Lego son básicamente las mismas, aunque con ellas construyamos cosas diferentes”, zanja el biólogo. Piense en su lugar en el mundo la próxima vez que bucee en el mar. Esa nieve blanca que flota en el agua y se puede ver a contraluz son las deposiciones del Oikopleura.

http://elpais.com/elpais/2016/06/13/ciencia/1465783505_295391.html?rel=lom

viernes, 1 de abril de 2016

¿Dios contra la ciencia? ¿La ciencia contra Dios? El nuevo ateísmo trata de arrinconar a las religiones en nombre de la razón. Otras voces buscan conciliar fe y conocimiento

En otros tiempos estas diferencias se ventilaban en tribunales inquisitoriales y, a menudo, en la hoguera. Cuatro siglos después de que Galileo tuviera que retractarse, todavía se producen encontronazos entre la ciencia y la religión. Es el caso de los distintos pleitos en torno a la enseñanza de la evolución que han forzado los creacionistas (o su evolución, valga la ironía, como defensores del “diseño inteligente”) en los tribunales de EE UU en pleno siglo XXI. Eso sí, a diferencia de los tiempos de Galileo, ahora la justicia tiende a ponerse del lado de la ciencia, en este caso, de Darwin.

La batalla se libra también en los estantes de las librerías, donde nuevos ensayos y algunas biografías traen munición para ambos bandos. El detonante es lo que se ha venido en llamar nuevo ateísmo, aunque sus promotores no creen que hagan nada muy distinto que algunos pensadores de la Ilustración: tratar la religión como una superstición enfrentada al conocimiento y el progreso. Entre 2004 y 2007, un grupo de intelectuales publicaron ensayos muy combativos que negaban a Dios en nombre de la ciencia y la razón. Eran los llamados cuatro jinetes: Richard Dawkins (El espejismo de Dios), Sam Harris (El fin de la fe), Dan Dennett (Romper el hechizo) y Christopher Hitchens (Dios no es bueno).

“Aunque en realidad no era demasiado nuevo, como etiqueta periodística el ‘nuevo ateísmo’ tiene su sitio, porque pienso que, en efecto, algo pasó en nuestra cultura” a partir de esos libros, recuerda Dawkins en su libro de memorias Una luz fugaz en la oscuridad, que edita en español Tusquets. “¿Acaso nuestros libros eran especialmente francos y desinhibidos? Puede que hubiera algo de eso”, se pregunta y responde el etólogo británico (Nairobi, 1941), experto en Darwin, profesor en Oxford y hoy el rostro más conocido del movimiento escéptico. Los factores para renovar el relato ateo estaban en el ambiente posterior al 11-S de 2001: por un lado, el discurso “teocrático” de George W. Bush (quien decía que Dios le pedía invadir Irak) y el auge del fundamentalismo cristiano en EE UU; por el otro, el desafío del terrorismo islamista.

No pertenece a este grupo, pero podría, el francés Michel Onfray, quien en esos mismos años firmó el explícito título Tratado de ateología (Anagrama, 2005). Ahora Onfray publica Cosmos. Una ontología materialista (Paidós). Su punto de partida no es la ciencia, sino la filosofía, pero el francés defiende la idea de que “la filosofía restablezca sus lazos con la tradición epicúrea del gusto por la ciencia”. La idea central: que las religiones monoteístas construyeron “una pantalla” entre el hombre y la naturaleza, rompiendo la armonía anterior. “Antes los hombres tenían relaciones directas con el mundo. Los libros asfixian la vida y los seres vivos. Los hombres dejan de mirar el mundo y elevar la mirada para bajarla a libros mágicos”, escribe. La obra es una reivindicación del paganismo, para el que el cosmos es un todo, y que “no tiene necesidad de un dios único, celoso y combativo”, frente a un cristianismo que “nos priva del cosmos real y nos instala en un mundo de signos”. “Los paganos buscaban lecciones de sabiduría en el cielo realmente existente. El cristianismo lo vacía de sus verdades”, es su rotundo dictamen. Onfray destaca que la ciencia nunca ha validado una sola de las hipótesis del cristianismo: Newton formuló las leyes de la física como las más poderosas; Copérnico y Galileo sacaron a la Tierra del centro del universo; Darwin hizo del hombre un animal más, otro producto de la evolución. “La ciencia digna de tal nombre socava la religión entendida como superstición, es decir, como creencia en falsos dioses. Los únicos dioses son materiales”, afirma.

En el nuevo siglo los nuevos ateos han encontrado un filón editorial. Pero el bando contrario no se calla. El más tenaz resistente proviene, como Dawkins, de la Universidad de Oxford: es el biofísico y teólogo Alister McGrath, que publica La ciencia desde la fe (Espasa). En inglés su título es menos obvio (Inventing the Universe), pero el mensaje es el mismo: no hay una contradicción inevitable entre lo religioso y lo científico, que son “mapas complementarios” de la identidad humana. Que nadie espere del libro de McGrath, quien también es pastor anglicano, mística ni beatería alguna. El irlandés replica al nuevo ateísmo desde la comprensión de la ciencia, que le permite manejarse con soltura en asuntos como la teoría de cuerdas, el bosón de ­Higgs, la evolución o el Big Bang. No trata de convencer de su fe: lo que sostiene es que la ciencia y la creencia no deben interferir entre sí. Y se sitúa en una equidistancia crítica entre el “fundamentalismo religioso”, que niega la ciencia, y el “imperialismo científico”, que niega la fe.

Lo más polémico del libro de Mc­Grath: que considera un “mito” que religión y ciencia hayan estado en conflicto perpetuo. “Sí, la religión y la ciencia pueden entrar en mutuo conflicto. Pero no tienen por qué estar en guerra la una con la otra y generalmente no lo han estado”. Esa versión de la historia “es una construcción social”, dice, impregnada de ideología. Y se están ignorando, por ejemplo, los “orígenes religiosos de la revolución científica” del Renacimiento. El autor explica cómo los grandes pensadores cristianos —Agustín de Hipona o Tomás de Aquino— apoyaron el conocimiento de la naturaleza por las únicas vías de la razón.

El autor dice respetar el ateísmo —elogia, por ejemplo, la “humildad” intelectual de Carl Sagan, otro conocido agnóstico—, pero advierte contra la arrogancia de los militantes contra la religión. Por ejemplo, descalifica la idea de Stephen Hawking (en El gran diseño) de que Dios no es necesario para explicar el universo, en lo que ve un “manifiesto autocomplaciente de imperialismo científico”. A Dawkins le acusa de escribir, en obras como El gen egoísta, “una pontificación metafísica, no un análisis científico”; de Hitchens dice que “es un propagandista, no un estudioso”. Porque ese “cienticismo” es dogmático, sectario.

Una réplica escéptica a este argumento puede encontrarse en Historia mínima del cosmos (Turner), del físico y divulgador Manuel Toharia. En la línea de Carl Sagan, Toharia trata de hacer accesible a todos el avance científico, pero en su ensayo abunda en la denuncia del oscurantismo como freno al conocimiento a lo largo de la historia. Toharia mira la Edad Media como un periodo de represión del conocimiento. “No se puede decir que hubiese progreso alguno de la ciencia durante todo ese largo periodo de más de 10 siglos; al contrario, el rechazo por las autoridades eclesiásticas del conocimiento racional fue generalizado”, afirma. “El esplendor grecorromano acabó sucumbiendo ante las creencias y conductas más burdas, amén del omnipresente poder de la Iglesia y sus instituciones más represivas”, escribe Toharia. “El conocimiento del medio natural quedó en manos de la charlatanería popular y, sobre todo, de la cada vez más poderosa religión cristiana”. Un ejemplo significativo: cuando en el siglo X llegó a España el uso del número cero en matemáticas, “la Iglesia lo tildó de mágico y demoniaco”.

Los ateístas están más que bregados en la polémica. En el segundo tomo de sus memorias, Richard Dawkins repasa una vida profesional marcada por dos causas: el darwinismo y el ateísmo. Y recuerda con nostalgia cuando acudía a congresos a debatir cuestiones científicas con sus iguales. Desde la publicación de El espejismo de Dios, cuenta, “me he convertido en una celebridad menor en los círculos secularistas, escépticos y no creyentes que convocan la clase de encuentros a los que me invitan ahora”. A quienes le acusan de intolerante, replica. “Aún hoy sigue habiendo confusión en torno al término ‘ateo’, que para unos significa alguien que está positivamente convencido de que no hay dios (…) y para otros significa alguien que no encuentra ninguna razón para creer en un dios, y por lo tanto vive su vida sin tenerlo en cuenta. Probablemente muy pocos científicos adoptarían la primera acepción, aunque podrían añadir que el resquicio que dejan para un dios apenas es más ancho que el que conceden a duendes o teteras en órbita o conejos de Pascua. (…) Darwin estaría de acuerdo conmigo en que el peso de la prueba recae sobre el teísta”, escribe Dawkins. Y defiende su derecho al sarcasmo, al que recurre a menudo. Por ejemplo, en 2009 escribió una sátira para la antología The Atheist’s Guide to Christmas donde parodiaba el Génesis o los Evangelios. “Espero no rebajarme nunca al insulto gratuito, pero sí pienso que la ridiculización humorística o satírica puede ser un arma efectiva”.

No solo desde el terreno científico está agitado el debate sobre la religión. Un ensayo cuando menos valiente es el del poeta sirio Adonis, seudónimo de Ali Ahmad Said Esber. En Violencia e islam (Ariel), Adonis dialoga con Houria Abdelouahed sobre la necesidad de “repensar los fundamentos” de la religión mahometana. Frente a otros pensadores (como Karen Armstrong, en Campos de sangre) que subrayan el carácter pacífico del auténtico islam, Adonis afirma que la violencia “es un fenómeno común a los tres monoteísmos” y que está presente en su forma más extrema en el Corán. El islam, dice, “no es una religión de conocimiento, de investigación, de cuestionamiento, de realización del individuo. Es una religión de poder”. Aún más, niega que la gran cultura árabe emane de la religión. “Los místicos y los filósofos utilizaron el islam como velo o como medio para escapar a las persecuciones”, afirma.

Desde el lado de los teólogos cristianos, pero lejos de la ortodoxia, una aportación interesante al debate sobre el ateísmo es Dios sin Dios. Una confrontación (Fragmenta), del antropólogo y teólogo Javier Melloni y el filósofo José Cobo. Un diálogo entre los dos pensadores, vinculados a los jesuitas, no en torno a Dios sino al “silencio de Dios”, en las que brotan ideas sugerentes sobre transconfesionalidad, las fronteras entre creencia y agnosticismo, el porqué del mal (Auschwitz, Ruanda) y cómo interpretar hoy los mitos bíblicos (incluido el de la virginidad de María).

En este terreno, difícil ser tan transgresor como Michel Onfray, quien asegura que Jesús no existió y que la religión que lleva su nombre es obra de Pablo primero y del emperador Constantino después. Cristo es “el nombre de un collage”, la cristalización de viejos mitos, la “ficción sublimada”, “el nombre impuesto por Constantino y sus seguidores al sol invicto”.

¿Le parece demasiado agresivo el nuevo ateísmo? Compare con esta obra del siglo XVIII: la editorial Laetoli edita El buen sentido. Ideas naturales contra ideas sobrenaturales, de Holbach, publicada de forma clandestina y bajo otro seudónimo (Marc-Michel Rey) en 1772. Aunque su autoría es dudosa, se atribuye al ilustrado barón francoalemán Paul Heinrich Dietrich, colaborador de la Enciclopedia de Diderot. Que no anda con medias tintas: “La teología es la ignorancia de las cosas naturales reducida a sistema”. Los hombres no son más que “niños grandes”, escribe Holbach, y confían en un Dios “que no existe más que en su imaginación, y que se ha dado a conocer únicamente por los estragos, disputas y locuras que ha causado sobre la Tierra”. Visto así, tampoco Dawkins es tan ácido. Ni los nuevos ateos son tan nuevos.

UN PERITO DECISIVO EN EL JUICIO A DARWIN
El biólogo Francisco J. Ayala, que fue sacerdote dominico antes de convertirse en uno de los mayores expertos mundiales en evolución, ha repetido como perito en juicios a Darwin. Entre 1981 y 2010, los tribunales de EE UU tuvieron que resolver distintas demandas de sectores fundamentalistas para que en la enseñanza se explicara, en pie de igualdad con la evolución mediante selección natural, el creacionismo o su versión más amable, el “diseño inteligente”, que requiere la intervención de un ser superior (al que evitan referirse como dios). En el caso McLean contra Arkansas, en 1981 y 1982, se juzgaba la decisión de ese Estado de imponer en las escuelas ese “equilibrio”. Ayala recordó en su declaración que también Stalin obstruyó el estudio de la evolución, con resultados catastróficos para la biología soviética. Y afirmó que el debate sobre si Dios está detrás de la evolución era absurdo porque “la existencia de Dios no podía ser comprobada ni negada por la ciencia”. Por entonces el científico y teólogo había dejado de considerarse católico, aunque ha sido comprensivo con los creyentes, como explica la biografía De Dios y ciencia, de Susana Pinar. El veredicto dejó claro que el creacionismo no es ciencia, sino religión, por lo que introducirlo en las escuelas viola la separación Iglesia-Estado. Un intento similar, el caso del panda de Dover, sobre una escuela que introdujo el diseño inteligente en su currículo de biología, se resolvió en 2005 con más contundencia: declaró inconstitucional instruir en esa doctrina. Luego la Universidad de California fue demandada por “discriminación religiosa”, por no reconocer el temario creacionista de escuelas privadas cristianas. Ahí Ayala fue más provocador al afirmar que “si Dios había diseñado el sistema reproductivo humano, era un auténtico chapucero y el mayor abortista del universo”. Otra derrota de los creacionistas.

No hay debate entre los científicos, pero los enemigos de Darwin no se rinden. Manuel Bautista publica La paradoja de Darwin o el enigma del Homo sapiens (Guadalmazán) con el propósito de señalar las supuestas “inconsistencias” de la evolución, que tacha de construcción ideológica. Casi al final, se ve venir, el libro se apunta al diseño inteligente. Bautista es un ingeniero aeronáutico con afán divulgador que ha ocupado cargos en la Administración española. Dawkins no va a detenerse a replicarlo: ya vapuleó sin piedad esas posturas en Evolución. El mayor espectáculo sobre la tierra (2009), y antes en El relojero ciego (1986). “Es una futilidad manifiesta pretender resolver el problema de la complejidad de la vida postulando la existencia de otra entidad compleja llamada Dios”, escribe en Una luz fugaz en la oscuridad. “Cuanto más abunda un creacionista en la improbabilidad estadística, más se dispara en el pie”.
De Dios y Ciencia. La evolución de Francisco J. Ayala, de Susana Pinar García. Alianza, 2016. 432 páginas. 14,99 euros
Cosmos. Una ontología materialista, de Michel Onfray. Traducción de Alcira Bixio. Paidós, 2016. 496 páginas. 28,50 euros
Historia mínima del Cosmos. Manuel Toharia Turner, 2015. 300 páginas. 14,90 euros
Una luz fugaz en la oscuridad, de Richard Dawkins. Traducción de Ambrosio García Leal. Tusquets, 2016. 440 páginas. 23 euros
La ciencia desde la fe, de Alister McGrath. Traducción de Albino Santos Mosquera. Espasa, 2016. 328 páginas. 19 euros
Alister McGrath: “El nuevo ateísmo está cayendo en desgracia”
Manuel Toharia: “La ciencia va segando la hierba a la religión”
Richard Dawkins: “No eduquen a los niños en dioses ni hadas”
Karen Armstrong: “Nuestro laicismo está pasado de moda”

http://cultura.elpais.com/cultura/2016/03/18/babelia/1458303185_860049.html?rel=lom

viernes, 5 de febrero de 2016

La evolución de Martin Luther King

Al final de su vida, era un socialista declarado

Lee Sustar Jacobin Magazine / Viento Sur

Practicamente todos los políticos del Partido Demócrata, negros o blancos, reclaman el legado de Martin Luther King Jr. Olvidan, intencionalmente, el hecho de que en los últimos años de su vida, antes de su asesinato en 1968, King rompió con el presidente demócrata Lyndon Johnson por la Guerra de Vietnam y el fracaso de su administración para hacer cumplir los derechos civiles en el sur. Esto es algo que ningún demócrata de hoy estaría en condiciones de hacer.

A pesar de que las reformas que exigió King durante la mayor parte de su vida eran tibias en relación a las demandas de los negros nacionalistas más radicales, fueron condenadas por los mismos demócratas que, desde su muerte, han intentado que King se convierta en un icono y un símbolo de la acomodación negra al sistema.

Para entender el giro a la izquierda de King es necesario tener en cuenta las luchas de clase que se encontraban bajo el movimiento por los derechos civiles, así como el carácter de la organización de King, la Southern Christian Leadership Conference (SCLC).

Cuando King apareció como líder del boicot al bus de Montgomery (ndr: ver en wikipedia protesta a los autobuses públicos de Montgomery) en los años 50, ya estaba al frente de un movimiento local cuyo ejemplo fue seguido en decenas de otras ciudades del sur en los años siguientes. La organización que ayudó a fundar, la SCLC, abrió varias sedes territoriales, pero básicamente era un grupo de organizadores profesionales que se trasladaba de una ciudad a otra involucrándose en las luchas ya iniciadas por estudiantes, trabajadores o campesinos negros locales.

El objetivo de la SCLC no era ayudar a estos activistas a desarrollarse independientemente, sino liderarlos hacia la lucha no violenta contra los segregacionistas y los policías violentos que apoyaban las leyes Jim Crow. Según líderes de la SCLC como Hosea Williams y Wyatt T. Walker, el gobierno federal se vería obligado a intervenir para apoyar a los activistas por los derechos civiles y, así, detener el caos.

Al principio la estrategia parecía funcionar. Una decisión del Tribunal Supremo apoyó el boicot al bus de Montgomery. El presidente Kennedy introdujo en 1963 la legislación sobre derechos civiles después de las marchas de las manifestaciones en Birmingham y de que policías de Los Ángeles atacaran reiteradamente las manifestaciones organizadas por la SCLC en 1962. Sangrientos enfrentamientos en St. Augustine (Florida) y Selma (Alabama) empujaron al sucesor de Kennedy, Lyndon Johnson a someter a la aprobación del Congreso la Ley de Derecho al voto en 1965.

Kennedy y Johnson apoyaron los derechos civiles sólo cuando pensaron que era necesario para mantener a raya la rebelión militante negra. De hecho, querían evitar enemistarse con la parte más derechista de su partido, la Southern Dixiecrat. King y las protestas de la SCLC serían permitidas mientras se mantuvieran no violentas, y se limitaran a luchar contra la segregación en el sur, sin cuestionar la discriminación económica racista de amplias con amplias raíces en el capitalismo de los Estados Unidos.

Sin embargo, hacia 1965 la credibilidad de King había disminuido entre los activistas del sur. La cultura de la SCLC de llegar a una ciudad en medio de una revuelta, darle visibilidad en los medios y negociar un acuerdo, molestaba tanto a los activistas negros locales como a la creciente rama radical del Comité de Coordinación Estudiantil no violento, que estaba intentando apoyar a los negros del sur en el desarrollo de un liderazgo propio.

Entretanto, el negro nacionalista Malcom X empezó a defender, no sin razón, que la no violencia propugnada por King y el SCLC exponía a los negros a agresiones policiales y ataques racistas.

Las críticas a King tuvieron un nuevo hito en Selma en 1965, donde la policía golpeó y lanzó gases contra los activistas que intentaban marchar hasta la capital del estado de Alabama, Montgomery. Cuando una segunda marcha fue organizada, la policía no la impidió. Sin embargo, King llevó a los manifestantes de vuelta a Selma para no desafiar una orden judicial. Esta retirada, junto con la aceptación por parte de King de ciertas concesiones simbólicas de las autoridades de Selma, fue calificada como traición por muchos radicales.

Las diferencias se hicieron patentes un año más tarde, después de que James Meredith, el primer estudiante negro en ir a la Universidad de Mississippi, fueron tiroteado durante su protesta solitaria a través del Estado (ndr: ver en wikipedia James Meredith). King y el líder de la SNCC Stokely Carmichael, (más tarde conocido como Kwame Ture) estuvieron entre los líderes por los derechos civiles que se unieron a los cientos de activistas que completaron la marcha de Meredith en el verano de 1966.

Acosados por matones racistas y por la brutalidad policial a lo largo de todo el camino, los manifestantes se unieron con entusiasmo al cántico de Black Power de Carmichael y empezaron a prestar atención a sus ideas nacionalistas. Aunque King se negó a unirse a otros líderes negros más conservadores en su ataque al eslogan de Black Power por racista, tampoco le prestó su apoyo, justificando que implicaba violencia y por tanto alejaría un potencial apoyo blanco.

“Tenemos que transformar nuestro movimiento en algo positivo y creativo”, dijo cuando se le pidió su opinión sobre Carmichael. Para los militantes negros, King era visto como un traidor. Pero para los demócratas liberales, preocupados por la influencia de las ideas del nacionalismo negro y por las revueltas generalizadas en ciudades del norte, la posición de King parecía un apoyo velado al Black Power.

King reconoció que intentaba construir un puente lo más amplio posible. “Si el gobierno quiere que mantenga a la gente en la no violencia, tendrá que concederme algunas victorias”. De hecho, King no tardaría en enfrentarse con los demócratas del norte de manera abierta. Tras la abolición de la última ley segregacionista Jim Crow, con la Ley de Derecho al Voto de 1965, King fijó su atención en el creciente movimiento de militantes negros en el norte.

La ruptura final con el presidente Johnson llegó en abril de 1967, cuando King instó a los Estados Unidos a retirarse de su guerra “colonial” en Vietnam.

Cuando ya un número importante de senadores demócratas estaba contra la guerra, la mayor parte de los activistas por los derechos sociales mantenía su apoyo a la administración Johnson. Periódicos liberales como el New York Times o el Washington Post, que se habían mostrado cercanos a King durante las luchas por los derechos sociales en el sur, ahora le atacaban por su posición anti guerra.

Un vengativo Johnson permitió al FBI intensificar su acoso a King y a otros líderes de la SCLC. El presidente se indignó cuando supo de la intención de King de liderar una Marcha de los pobres frente al Capitolio en Washington.

Johnson y los demócratas habían confiado durante mucho tiempo en la táctica de la no violencia y en el apoyo de King a su partido como contrapeso al creciente número de radicales del Black Power. Cuando King denunció la guerra en 1967, los demócratas empezaron a considerarlo un traidor.

Sin embargo, la ruptura de King con los demócratas, no le granjeó el apoyo de los negros en el norte, donde las revueltas callejeras aparecían en decenas de grandes ciudades. La política de los nacionalistas negros más radicales –en especial su preferencia por la autodefensa contra la violencia racista- parecía ser más cercana a las revueltas en estas circunstancias.

Atacado desde la derecha y desde la izquierda, King se vio forzado a repensar su carrera y la organización que lideraba, la SCLC. “Debemos admitir que nuestros logros se han visto limitados en el sur”, dijo en un encuentro de la dirección de la SCLC en 1967 y que la SCLC tenía que llamar a una “radical redistribución de la riqueza y el poder”. En diferentes ocasiones, King manifestó a sus colaboradores que los Estados Unidos necesitaban un socialismo democrático que garantizara trabajo e ingresos para todos.

Otros líderes de la SCLC, como Andrew Young, Jesse Jackson y Ralph Abernathy, era contrarios a los planes de la Marcha de los Pobres. Las sedes locales de la SCLC en el sur habían sido descuidadas en un intento de organizarse contra la segregación en Chicago, y los grupos del norte también eran muy débiles.

Por otra parte, a los planes de King se enfrentó la rama de orientación capitalista de la SCLC, la Operation Breadbasket, dirigida por Jesse Jackson. “Si estás tan interesado en seguir tus planes que no puedes seguir las líneas de la organización, adelante”, dijo King en respuesta a las críticas de Jackson a su marcha. “Si quieres cavar tu propio nicho a nivel social, adelante, pero por Dios, déjame en paz”.

En cualquier caso, los demócratas consideraron como traición la campaña de King por la gente pobre y la derecha decía que probaba que King era un comunista. Todos estos factores, sumados a la campaña presidencial del gobernador segregacionista de Alabama, George Wallace, hicieron que la vida de King se empezara a ver amenazada.

Frente a la hostilidad de la administración Johnson, las críticas, tanto por parte de los negros nacionalistas como del stablishment negro, y con su organización dividida, King se encontraba más aislado políticamente que nunca cuando fue asesinado en Memphis el 4 de abril de 1968, menos de tres semanas antes de que la campaña de la gente pobre comenzara. King había viajado a Memphis para apoyar una huelga de trabajadores negros de la sanidad (de hecho, fue el único activista de impacto estatal por los derechos civiles que lo hizo).

No pasó mucho tiempo después de su muerte para que los medios de las clases dominantes empezaran a transformar la imagen de King en la de un santo inofensivo.

Para conseguirlo, tuvieron que enterrar el legado real de Martin Luther King, tanto al líder de las primeras luchas del movimiento por los derechos civiles, que rechazó aceptar las peticiones de paciencia y moderación de sus aliados demócratas, como el más radical líder negro de final de los sesenta, cuya visión de la que debía cambiarse en la sociedad, se había ampliado sustancialmente.

Lee Sustar es editor de Socialist Worker
Fuente del artículo en inglés: http://www.jacobinmag.com/2016/01/martin-luther-king-socialist
Traducción: Santiago Morán

Fuente del artículo en español:
http://vientosur.info/spip.php?article10920