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domingo, 15 de junio de 2014

El libro y su precio, en todos los eslabones de su cadena de valor. Qué papel cumple cada uno de los agentes de la cadena de valor del libro y qué porcentaje de su precio corresponde a cada uno

“Cuando tengas algo que decir, dilo; cuando no, también. Escribe siempre”, este es el primer punto del famoso decálogo del escritor de Augusto Monterroso. Y muchos lo siguen. Solo en España hay unos 4.000 autores en la Asociación Colegial de Escritores (ACE).

La gran mayoría lo hace por amor al arte, o a sí mismos, pero no porque de ello vayan a vivir. Aunque muchos sueñen con lograrlo. Pero son ellos, los autores, quienes se quedan con el menor porcentaje de lo que cuesta un libro: alrededor del 10% (los que más venden, o considerados más prestigiosos, logran un porcentaje más alto). El resto se distribuye entre editor, distribuidor y librero que corren con los gastos de hacerlo llegar al lector. Y cada vez son menos los beneficios, no solo por el descenso en la facturación (en seis años ha caído casi un 40%), sino también por la piratería: se calcula que cada año se dejan de ingresar por ella unos 300 millones de euros.

Cada día en España se registran 220 títulos de libros (80.206, el año pasado). De todos ellos se vendieron unos 170 millones de ejemplares, a una media de 14 euros por libro. Páginas y páginas escritas por no se sabe cuántos autores, en realidad. “La gran mayoría son profesionales (profesores, periodistas, abogados, médicos...)”, cuenta Rogelio Blanco, presidente de ACE. Pocos, añade, son capaces de vivir de modo constante y permanente de su quehacer creativo. En los últimos años, reconoce, “son conocidos casos de retirarse, tras un éxito, de la tarea que les aportaba recursos y que se han visto obligados a volver a ella. Los medios escritos y visuales han sido complemento o sostén para numerosos escritores”.

El primer libro data de hace unos 3.500 años: la Epopeya de Gilgamesh, narración sumeria escrita en tablillas de arcilla. Después, llegaron los rollos de papiro, los códices y en 1440 Gutenberg creó la imprenta moderna y con ella el libro impreso como, más o menos, lo conocemos hasta hoy. Ahora el libro vive su quinta mutación al diversificarse en electrónico (cuyas posibilidades técnicas y creativas apenas ha empezado). Y, por si fuera poco, emerge y se extiende un nuevo mundo: la autoedición.
Puedes ver AQUÍ el proceso creativo y de producción de un libro y su precio.
Fuente: El País

lunes, 5 de mayo de 2014

Esclavos del mundo libre. El clásico sobre la explotación laboral, 'Los filántropos en harapos', se publica en España

"Los filántropos en harapos" de Tressell, entregan su trabajo a los patronos a cambio de migajas

Es extraño que esta novela haya necesitado cien años para ver su versión española. Las razones son varias. Por un lado, era moderna cuando se escribió a principios del siglo XX, y aún sigue siéndolo en cierto modo. Por otro, se resiste a ser considerada meramente una obra de ficción, aunque el tono y el estilo lo sean, quizá no tanto la intención de su autor,  Robert Tressell  (Dublín, 1870-Liverpool, 1911). Puede leerse como un panfleto novelado socialista, y de hecho así lo leyeron Orwell y Allan Sillitoe, quedando fascinado el segundo por “su entusiasmo y patetismo”. Algo de Tressell hay detrás de los relatos de La soledad del corredor de fondo que inauguran la literatura working class inglesa. Esos personajes desesperados para los que ni siquiera la astucia es un verdadero capital son herederos de aquellos filántropos en harapos que con una increíble lucidez, ternura y oficio narrativo, levantó el diestro empapelador Tressell. Si pensamos en las novelas realistas de Galdós en el cambio de siglo nos damos cuenta de que la Inglaterra de ese tiempo era otro planeta. Un lugar en el que el capitalismo había sentado sus reales y donde los trabajadores manuales creían que sus empleadores les estaban haciendo un favor dándoles trabajo. Donde el control de los obreros era tal que debían rellenar unas fichas diarias con las labores realizadas y los tiempos empleados, y no podían perder un segundo ni para comer.

Por eso les llama Tressell “filántropos”: entregaban su trabajo a cambio de migajas a unos patronos que los amenazaban con despedirlos a la mínima distracción, creyendo que ese era el único mundo que Dios tenía reservado para ellos. Con este libro producto de la rabia y de la ilusión de cambio, Tressell se dedicó a tocar unas agudas campanillas para despertarlos de su letargo. Y lo hizo con imágenes elocuentes, agudos diálogos, didácticos razonamientos, personajes de carne y hueso, emociones. Es decir, viene a ser un cóctel del  Manifiesto Comunista y  Das Kapitaltraducido al francés y, luego, por alguien acostumbrado a embellecer molduras y ejecutar trampantojos, vertido por fin al lenguaje de la novela moderna. Un producto bien acabado, la maravilla de un talento desviado. Y olvidado, al menos como autor, aunque sea festejado en las webs del social-comunismo anglosajón.

Un hombre sin apenas formación es capaz de explicar con sencillez la teoría monetaria de Marx (“la gran trampa del dinero”, le llama) y a la vez hacernos ver de una manera clara cómo malvivían los obreros eduardianos en un pueblo de la costa sur de Inglaterra, dejándonos la sensación de que, pese al vuelco de los tiempos y la supuesta caída de muros, la situación no ha cambiado tanto y seguimos siendo filántropos vestidos por Zara. En otras palabras, pobres diablos que ya ni esperan ni creen en revolución alguna. Con el personaje de Owen, pintor escrupuloso y sensible, Tressell trazó un camino a la vez desesperanzado y utópico. Porque esos obreros cuyo destino consiste en “triste esclavitud, hambre, harapos y muerte prematura” no hacen más que ensalzar y votar a quienes les explotan y roban.

Tressell, cuyo verdadero nombre era Noonan, y que trabajó casi una década en Sudáfrica y pretendía llegar a Canadá cuando le sorprendió la muerte, escribió durante dos años esta novela en Hastings, pueblo costero que le sirvió de modelo para Mugsborough. Allí un grupo de pintores y ebanistas son empleados por Rushton & Co para decorar mansiones. Reciben un salario de miseria y además están sometidos a la competencia feroz de las otras empresas del ramo. Abocados a la indigencia, tanto si tienen trabajo como si no, y muchas veces al suicidio, viven inmersos en un sistema perverso cuyos mecanismos son misteriosos e incuestionables. Robert Tressell muestra muy bien el sistema mediante la obra que ejecutan para un rico “haragán” en una casa llamada platónicamente La Caverna. Muestra que Harlow, Easton, Slyme y los demás obedecen al capataz Crass, que a su vez tiene como supervisor al ubicuo Hunter, el cual da cuentas al negrero Rushton. Por suerte para ellos están Owen y Burlington, los cuales se dedican a abrirles los ojos. Les dicen que si el aire y la luz del sol se pudiesen monopolizar, ya se habría hecho y todo el mundo iría por ahí comprando metros de luz o campanas de aire para no morir.

La novela tiene un punto dickensiano, cierto contenido de sentimentalismo, y es muy precisa en la caracterización de personajes. Robert Tressell sabe crear atmósfera y empatía. Las mujeres de los obreros, sus hijos, el teatro que se organiza para mostrar el “sistema”, la comilona que tiene lugar en la última parte: todo remite a una “realidad” que es en último término “literaria” y a la vez producto de la experiencia y de ese generoso rasgo anglosajón de dejar testimonio y aviso para navegantes.

Los filántropos en harapos. Robert Tressell.
Traducción de Ricardo García Pérez. Capitán Swing.
Madrid, 2014. 742 páginas. 26 euros.

Fuente:
JOSÉ LUIS DE JUAN, 3 MAY 2014, El País, Babelia.

martes, 20 de agosto de 2013

Eduardo Mendoza: guía por los libros que hay que leer. Los libros y las bicicletas son para el verano

Un selección de las obras que ama el autor hace convivir a los alumnos de la UIMP con escritores, sus vidas y su época
FLOR GRAGERA DE LEÓN Santander 15 AGO 2013

Las diversas propuestas de crear un canon en literatura han estado acompañadas de polémica. Las teorías literarias que cobraron fuerza a partir de los años sesenta en las universidades, sobre todo norteamericanas y británicas, miraban en otra dirección: realizaban una lectura política, social y multicultural de los libros y de la historia de la literatura, y apuntaron a obras que habían sido olvidadas por no venir de la mano (y de la mente) del hombre blanco occidental. ¿Quién establece un canon y qué nos dice esto sobre el poder y la autoridad? El feminismo, el marxismo, el postcolonialismo o los estudios culturales han buscado otro acervo literario. Pero la cuestión de ¿qué leer? ha seguido presente. Ahí está el ejemplo muy sonado de El canon occidental del profesor de la Universidad de Yale Harold Bloom (publicado en 1994), o la propuesta más reciente por parte de 57 expertos de 14 países que se reunieron para discutir  las cien obras de ficción y otras cien de no ficción las cien obras de ficción y otras cien de no ficción que deben llenar las bibliotecas de las casas.

Por favor, no paren de leer…

“Siempre me ha hecho muchísima gracia Pío Baroja que decía que era feo, bajito y encima tenía ese nombre… ¿Cómo iba a ligar?. Para mí fue como el primo con moto. Quería escribir como él”. “Dostoyevski era epiléptico, jugador y debía ser un poco borrachín… Colocó ‘Crimen y castigo’ por fascículos cuando a Tolstoi le llegó una crisis para continuar con ‘Guerra y paz’. ¡Así de patateros era el olimpo de los genios entonces!”. “Werther deriva de ‘wert’ que significa ‘valor’… Bueno, pasemos a otra cosa…”. “Acabé locamente enamorado de Lord Byron como le pasó a todas las mujeres y a algunos hombres de su época”. “Goethe fue mucho más listo que Werther y a los 85 años se casó con una chica de 25. Vamos, no da ninguna pena…”.

Eduardo Mendoza lo ha tenido claro para impartir su curso en la Universidad Internacional Menéndez Pelayo Los libros que hay que leer, que ha transcurrido en el paraninfo en vez de en una de las aulas del palacio por el gran número de alumnos inscritos. No es ese hombre blanco occidental. “Debería haber matizado y que el título hubiera sido ‘algunos libros que hay que leer”. Ha llegado hasta aquí, afirmó en rueda de prensa, después de preguntarse a sí mismo para qué sirve la literatura: “Hay que ser muy modestos a la hora de responder, porque la mayoría de las respuestas que se dan son falsas, así que responderé las preguntas a medias…”. Esta semana ha recorrido de una manera muy poco canónica, entre hilarante y seria, ‘algunos’ de los libros y los autores que ama.

Pero escuchar a Mendoza hablar de literatura es mucho más: nada de sesudas cuestiones teóricas. El autor de La verdad sobre el caso Savolta, que marcó un antes y un después en la Transición, está en lo alto del escenario ante una mesa, cual dj afamado de la literatura, valga la comparación. Y habla de la vida de los autores así como de la época en la que escribieron como si fuera una secuencia de cine ante nuestros ojos. Bueno, más que eso: Miguel de Cervantes, Primo Levi, Jane Austen o Calderón de la Barca están allí de alguna forma en carne y hueso, con sus luces y con sus sombras.

En su clase titulada La realidad en su peor aspecto: Honoré de Balzac (Pierrette), Fiódor Dostoyevski (Recuerdos de la casa de los muertos), Pío Baroja (La busca) y Primo Levi (Si esto es un hombre), Mendoza quiso ser puntual: “Nos han dicho que salgamos del paraninfo a las seis en punto. No sé, quizá venga el ángel exterminador…”. El escritor arrancó con fuerza con una denuncia de cómo se enseña la literatura y el retrato que de ella se hace como “buena, una aspirina que mejora la humanidad. ¡Eso es falso!”. Esta crítica venía a cuento de cuatro obras literarias que han retratado las miserias, la bajeza y la sinrazón del género humano, y que admira por su ausencia de melodrama. En ellas se plasma, según Mendoza, una realidad poliédrica, en la que “no se culpa a la sociedad, que es lo de siempre”. Pashley Cycles - GUV'NOR from Artwoo on Vimeo.

Más bicicletas en Adeline.

Las víctimas pueden ser también malvadas, egoístas y mezquinas. Y visitar un escenario de horror como Auschwitz deja solo “el deseo de beber vodkas en Cracovia” por la mediocridad burocrática en la que actuaron los nazis. La ausencia de matices es un motivo por el que aborrece Los miserables de Víctor Hugo. “Me llevaron arrastrado a ver la película que es horrorosa y la música, muy mala. Salí del cine y me fui a tomar una cerveza a un bar. Fue un momento muy feliz. Después, volví a leer la novela y se me cayó el alma a los pies… ¡Es un plomo!”.

“Ha habido grandes criminales aficionados a los libros y a veces el refinamiento conduce a la crueldad… Los escritores no están siempre con los desvalidos o los buenos. Los libros no mejoran, cuentan”. Y también fomentan, continúa, prejuicios en todas las épocas. Otro ejemplo: “Hasta hace cuatro días, las mujeres en literatura eran representadas como tontilocas, volubles o brujas”.

De la realidad más oscura, Mendoza pasó en otra de sus clases a la luminosidad que ve en El Quijote, una novela que lo atrapó para siempre cuando cursaba PREU “porque hay siempre muy buen rollo. Solo Nabokov, que es un imbécil, dice que es un libro cruel ”. La enseñanza de la literatura retorna como un tema que pincela con energía las charlas del autor. “Siempre se ha interpretado ‘El Quijote’ como un libro infantil que se le da a los niños; es como entregarles una pistola cargada. Después no van a querer leer…”. Las lecturas teóricas de una de las obras cumbre de la literatura universal producen su rechazo: “A veces cae en manos de los hispanistas extranjeros y dicen unos disparates… Que si don Quijote era judío converso, que si era gay…”.

El canon que Eduardo Mendoza ha tratado, lecturas como Werther de Goethe que “ayudan a las cuestiones prácticas de la vida, como buscar pareja”, (en este caso se refleja lo que no hay que hacer), ha sido incompleto como la enseñanza que él afirma que ofrecen los libros y esta crónica. La Biblia, Sófocles, Borges, Shakespeare, Kafka, Voltaire, Melville, Chandler, Achebe, García Márquez… “Nada revolucionario”, matizó desde su perspectiva humilde. Fuente: http://cultura.elpais.com/cultura/2013/08/15/actualidad/1376578481_181798.html

lunes, 3 de septiembre de 2012

Paco Fernández Buey, un intelectual comprometido

Ha muerto un intelectual comprometido con el bienestar y calidad de vida de las clases trabajadoras y de otros sectores de la población, componentes de las clases populares de este y otros países, así como con los movimientos de liberación existentes alrededor del mundo. El objetivo de su vida fue contribuir con su trabajo a terminar con la explotación, fuera ésta de clase, de género, de raza o de nación. Ya en sí, este propósito le distinguió de la gran mayoría de intelectuales que ponen sus conocimientos al servicio de las estructuras de poder, garantizando su reproducción. Pero lo que también distinguió a Paco Fernández Buey fue su coherencia. Fue característico de su compromiso no desviarse de aquel objetivo, intentando mostrar, en su vida personal, la continuidad de sus principios, lo cual le llevó a enfrentarse incluso a personajes, movimientos y partidos de izquierda que él consideró demasiado acomodadizos. Fue, en este aspecto, también un intelectual incómodo incluso para sectores de las izquierdas de las que formó parte y en las que militó. Militancia no significaba, para Paco Fernández Buey, obediencia y unanimidad, sino compromiso, mejor realizado a través de un proyecto colectivo. La falta de sensibilidad hacia la necesidad de diversidad y debate por parte de tales sectores de izquierdas explica, sin embargo, que abandonase aquellos instrumentos políticos sin que, con ello, y tal como ocurrió con muchos otros, perdiera o diluyera su constante compromiso.

 Tal compromiso, sin embargo, se paga en esta sociedad con un alto coste personal. Un intelectual comprometido de izquierdas, crítico con estructuras de poder que aguantan y sostienen una enorme explotación (término evitado en el lenguaje versallesco del discurso mediático dominante) paga un coste elevado a nivel personal. Tiene negado todo fórum de acceso a la población. Paco Fernández Buey aparecía poco en los mayores medios de información y persuasión del país, que no favorecen voces críticas, como la suya, que tocan las raíces de los problemas a los que la mayoría de la ciudadanía se enfrenta en su vida cotidiana. Tales voces quedan marginadas, desechadas como “anticuadas” por hablar de conceptos como “lucha de clases” que son considerados por los establishments que dominan el quehacer intelectual y mediático del país como irrelevantes. En realidad, en pocas ocasiones como ahora se ha visto que tales conceptos llamados ahora anticuados sean tan claves para entender nuestras realidades. Hoy mismo han aparecido los datos de la distribución de las rentas del país, señalando (para todo aquel que no esté cegado por la ideología dominante) cómo las rentas del capital han ido creciendo durante todos estos años de crisis a costa de las rentas del trabajo. La definición de explotación es que A explota a B cuando A vive mejor a costa de que B viva peor. A y B pueden ser clases sociales, géneros, razas y/o naciones. Pues bien, los datos muestran que el mundo del capital en España ha estado viviendo mejor a costa de que la clase trabajadora haya ido viviendo peor. Pero la intelectualidad “respetable” que produce y reproduce la sabiduría convencional no habla de esta realidad, ocultándola y definiendo los análisis que permiten entenderla como “anticuados”. Modernidad significa en dicho lenguaje, adaptarse, aceptar y promover la sabiduría convencional de aquellos que tienen poder para definirla.

 Es interesante que tal visión de los hechos aparezca también en más de una nota escrita a raíz de la muerte de Paco Fernández Buey. Intentando mostrar simpatía por el fallecido, concluyen que era un buen hombre, colgado todavía en el sueño de las utopías, lo cual raya con definirlo como una figura ya irrelevante en nuestros tiempos. La enorme crisis actual está mostrando más y más la vacuidad de tal sabiduría convencional y la necesidad de ir recuperando las categorías de análisis críticos como los de Paco Fernández Buey, que permiten entender la realidad para poder transformarla.

 Una nota personal. Conocí a Paco a través de Manolo Sacristán. Conocí a dos Sacristanes. Uno en el Instituto Jaime Balmes, cuando yo era estudiante de bachillerato. Siendo yo hijo de maestros brutalmente represaliados por el golpe fascista y la dictadura que estableció, mis sentimientos hacia Sacristán, profesor de Lógica en aquel instituto, y en aquel momento miembro activo del movimiento fascista y de la Falange, eran de clara hostilidad. Fue años mas tarde cuando conocí a otro Sacristán, la misma persona, pero con un pensamiento opuesto al que él había tenido en su juventud. Era ya entonces un hombre de la resistencia antifascista que estableció Mientras Tanto, invitándome a colaborar desde el principio. Y así fue como conocí a Paco, que era su discípulo, y que inmediatamente me impresionó por su compromiso y calidad personal. Y fue un enorme placer cuando, al incorporarme a la Universidad Pompeu Fabra, compartimos edificio y espacio físico, maximizando las oportunidades de vernos, y así fue como se reforzó una gran amistad.

 Es en este contexto en el que, cuando ya estaba avanzada su enfermedad, hablamos de la vida y también de la muerte. Las personas se definen por cómo y por qué viven y también por cómo mueren. En pocas semanas he perdido a dos amigos. Uno, Alexander Cockburn, fundador de la revista CounterPunch con la que colaboro, y el otro Paco Fernández Buey. Los dos murieron como vivieron, trabajando hasta el último momento, con discreción y contundencia. Paco y yo hablamos de su vida y de su muerte. Paco veía su muerte con serenidad. Amaba la vida, una vida enriquecida a nivel personal por una excelente familia y por una larga lista de amigos. Y amaba también la vida porque creía que el futuro sería mejor que el pasado, y quería verlo. Para que haya cambio se requiere, sin embargo, una movilización que lo posibilite. Y Paco veía ya síntomas e indicadores claves de que las clases populares se estaban movilizando. Y quería estar aquí para verlo y ser parte de ello. Lástima que no podrá verlo. Pero sí que estará aquí, pues su trabajo y su vida continuarán, inspirando a muchos que seguirán sus pasos. Paco se fue, pero su persona y su trabajo siempre continuarán entre aquellos que luchan por aquel mundo mejor basado en la fraternidad y en la solidaridad.

 Y tal futuro puede que no esté tan lejos y/o sea tan imposible como los establishments que dominan y gobiernan el mundo, incluyendo Europa, nos quieren ahora hacer creer con el mensaje que repiten con tanta frecuencia de que no hay alternativas a sus políticas, que causan un enorme dolor. Según la última encuesta de valores de las poblaciones que viven en los países a los dos lados del Norte del Atlántico, la mayoría de la población (que varía según el país) indicaba que preferiría vivir en un país, con un sistema económico, político y social que se basara en que cada persona tuviera los recursos que necesitara y que cada persona contribuyera al bien común según su habilidad y capacidad. Que este deseo se traduzca en una movilización es una amenaza al actual sistema de relaciones de poder, basadas en una enorme concentración de poder financiero, económico, mediático y político, lo cual explica la reducción de las libertades y de la democracia que aquellos establishments están imponiendo a las clases populares, a las cuales Paco sirvió, sembrando las bases para este mundo mejor. Vicenç Navarro, Público.es Fuente: http://blogs.publico.es/vicenc-navarro/2012/08/27/paco-fernandez-buey-un-intelectual-comprometido
Biblioteca FFB aquí.
Notas sobre Francisco Fernández Buey en la International Gramsci Society.
En recuerdo de Francisco Fernández Buey. Carlos Berzosa. Nueva Tribuna