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domingo, 3 de mayo de 2015

Los comunistas. Berthold Brecht y Giorgy von Lukács como ejemplos

Pepé Gutiérrez-Álvarez
Rebelión

Hay un momento en el documental sobre los niños del franquismo, de Montse Armengol, en la que la responsable de ellos en los primeros tiempos del franquismo, se ve agobiada por los datos que se le están planteando por lo que decide pasar al ataque. No puede negar lo que le cuentan, pero tiene una defensa: el comunismo era peor, mucho peor. Por supuesto, el comunismo era el Stalin del treinta, pero ellos ya lo describían así desde Octubre de 1917. Esto que en su momento expresaba la opinión de la extrema derecha, se ha convertido en una ley de bronce de los medios en los que, por citar únicamente un par de ejemplos, dos personajes de la talla de Berthold Brecht (1898-1956) y Giorgy von Lukács (1885-1971), han pasado a ser poco menos que “comisarios” del Koba, sin más derecho que el que le puedan otorgar las revistas minoritarias. Un buen ejemplo de esta actitud la representó sin complejos César Antonio Molina, y lo hizo en un lejano artículo titulado El KGB de la cultura 1/ firmado por (director del Instituto Cervantes). Uno se podría creer que el autor hablaría de los responsables “culturales” de este siniestro departamento, pero me encuentro que con motivos de sus respectivos aniversarios, el autor juzga a dos de los mayores intelectuales del siglo XX, Berthold Brecht (1898-1956) y Giorgy von Lukács (1885-1971).

De entrada, con este título, todo lo que dice el autor queda –irremisiblemente- ligado al terror estaliniano, incluso cuando el propio autor detalla que tanto uno, como otro, escaparon por los pelos de su represión. La reducción se cumple con otro requisito básico: Molina no da un paso fuera de la historia del estalinismo, de tal manera que uno y otro quedan encerrados en el estigma de la KGB. Se trata de una metodología muy en consonancia con las ya practicadas por los expertos de la casa, en unas prácticas ya consagradas por la famosa (y se nos quiere convencer que definitiva) obra de François Furet, El pasado de una ilusión 2/ . Es una técnica con la que se vacían cómodamente los océanos de sangre provocados, no ya por los fascismos (como el nuestro al que se nos indica miremos sin ira), sino por las democracias mejor homologadas 3/, se llena de estalinismo las biografías de unos autores comunistas de larga y compleja trayectoria. Una trayectoria en la que los momentos de complicidades puntuales con el estalinismo hacen olvidar tanto sus repulsas como la amplitud de sus aportaciones.

César Antonio Molina se despacha sobre todo con Lukács sobre el que expone su cara más oscura. Una parte oscura que no se puede desligar de la propia “pata de palo” del autor de Historia y conciencia de clase, pero tampoco de los abismos abiertos por una época en la que convergieron tres grandes desastres: el “crack” financiero y político de las democracias liberales, el ascenso del nazi-fascismo, así como la inusitada contrarrevolución burocrática en la URSS. Sin embargo, por más que sus partes oscuras fueran de dominio común (se solía bromear con sus “autocríticas” y con sus “excomuniones”), lo cierto es que a nadie se le ocurría negar el valor de su obra por mayores que fuesen sus pecados (¿se imagina alguien que algo así se pueda hacer con Ortega y Gasset?), tanto fue así que los años sesenta-setenta, se editaron entre España y América Latina casi la práctica totalidad de su obra, sobre todo en Grijalbo en las traducciones de Manuel Sacristán y Gustau Muñoz, amén de numerosos estudios 4/. Eso sí, en los ochenta casi desapareció, y para encontrarlo había que ir a las librerías de segunda mano. Una anécdota harto sintomática de este cambio lo observaba alguien (que no recuerdo) que contaba que había escuchado el siguiente comentario en las puertas del Liceo después del “tejerazo”: “¡Y ahora que no nos vengan con el Lukács!”

Pero eso fue lo que ocurrió con “todo” el marxismo (y demás corrientes “subversivas”), aunque era difícil llegar a creer que se llegaría a los extremos actuales 5/.

Lukács conoció una intensa vida como filósofo, como crítico literario y (entre 1919 y 1929) como uno de los dirigentes del movimiento comunista húngaro a lo largo de varias décadas. Autor de numerosas obras, sus primeras publicaciones aparecieron en 1902, ultimó sus Prolegómenos a una antología social unos setenta años después, poco antes de su muerte. También dejó esbozada una última obra: sus memorias, originariamente tituladas Pensamiento vivido. Con anterioridad a la revolución de Octubre, Lukács se hallaba comprometido con un sistema objetivo idealista, influido por Platón, Kant, Hegel y Kierkegaard (Lukács fue el primero en volver a sacar a la luz la obra de este último, hacia 1908).

Conocida es su amistad con Georg Simmel, Max Weber y Ernst Bloch, pasó mucho tiempo en Alemania, escribiendo al final muchas de sus obras en alemán. En Hungría, durante la Primera Guerra Mundial fue el líder intelectual del “Círculo del Domingo”, junto Frigyes Antal, Béla Balázs, Béla Fogarasi, Arnold Hauser, Karl Mannheim, Karl Polány, Wilhelm Szilasi, Charles de Tolnay, Eugene Varga 6/ entre otros. Entre todos organizaron la “Escuela Libre de Ciencias del Espíritu” en la que participaban también Bartók y Kodály. Sus obras principales durante esa época fueron: El alma y las formas, 1910; Historia del desarrollo del drama moderno, 1911; Cultura estética, 1913; Teoría de la novela, 1916, y la Filosofía del arte de Heidelberg. En esta época comenzó a escribir su célebre obra la Estética de Heidelberg, empezada en 1912, abandonada en 1918 y publicada póstumamente 7/.

Aunque el canon histórico neoliberal tiene poco menos que prohibido hablar de la “Gran Guerra” (Enrique Krauze la achaca a una cosa llamada “nacionalismos”), el caso es que significó un desastre humanitario de alcance hasta entonces desconocido, y colocó al borde del abismo a países como Rusia y Hungría, provocando una auténtica reacción crítica en la que se inscribe la evolución de Lukács hacia el marxismo (cuando él habla del odio que incubó contra la burguesía se está refiriendo a esta “página en blanco” en la historia del imperialismo. En 1918 se afilió al partido comunista. Durante los meses de la Comuna húngara, en 1919, un acontecimiento que Molina restringe a un único comentario (lamentó que se había derramado “demasiada poca sangre burguesa”), que cita por lo tanto, totalmente descontextualizado. Durante la revolución fue ministro (comisario del Pueblo) de Educación y Cultura, designando a varios de sus amigos y colaboradores (Antal, Bartók, Kodály, Mannheim, Varga y otros) para importantes puestos político-culturales 8/. Cuando triunfó la contrarrevolución, comenzó un exilio que no concluyó hasta 1945, año en que regresó tan sólo para hacer un trabajo clandestino de partido, desafiando la sentencia de muerte que contra él pronunciaron los jueces de Horthy. Un detalle que dice algo de su compromiso militante.

La amplitud del compromiso marxista de Lukács no se puede reducir a unas cuantas pinceladas sectarias –que las hubo-, y para ofrecer, aunque sea una idea muy apretada, cabe referirse cuanto menos a cinco fases diferenciadas:

Una primera que va desde 1919 a 1929, período en el que Lukács aparece ligado a la internacional Comunista, cuando ésta aparecía como un instrumento a favor de la revolución, o sea a una época en que el ideal revolucionario estaba plenamente vivo. En este tiempo, Lukács fue uno de los líderes del Partido Comunista húngaro, Lukács se vio profundamente inmerso en la lucha política cotidiana viciada por las confrontaciones internas entre facciones, constantemente atacadas por el aparato creado entorno a Béla Kun (el líder de la República de los Conejos Obreros que después de trabajar para Stalin en el Komintern, murió a mano de su policía). Muchos de sus escritos se referían a cuestiones políticas y de agitación, ya la elaboración de una estrategia política viable que culminó en las Tesis sobre Blum, tesis sobre la que valdría la pena un buen debate.

Escritas en 1928, y propugnando perspectivas bastante semejantes a las propuestas del VII Congreso de la Internacional, y que siete años más tarde fueron adaptadas a las exigencias de la política exterior estaliniana con el nombre de Frente Popular» (adoptadas como política oficial de la Komintern siete años después), pero que en pleno período de “socialfascismo” (ya se sabe, el fascismo y la socialdemocracia eran “hermanos gemelos” según Stalin), y fueron tachadas como “liquidacionistas” y como “medio socialdemócratas” 9/. Sus principales escritos teóricos de este periodo fueron recopilados en tres volúmenes: Historia y conciencia de clase (1923); Lenin. La coherencia de un pensamiento (1924), y Escritos políticos, 1919-1929. De ellos, Historia y conciencia de clase, máxima expresión de su trama consejista-izquierdista 10/, acabaría siendo condenado por la Komintern de la época post estalinista a través de Bujarin, Zinóviev y otros, ejerció una enorme influencia desde Korsch hasta Benjamin y Merleau-Ponty, y desde Goldmann hasta Marcuse y el movimiento estudiantil de finales de la década de 1960, y el propio Lukács lo evoca con cierta nostalgia en las Conversaciones 11/ .

Un segundo, abarca desde 1930 hasta su regreso a Hungría (1945). Obligado a abandonar las actividades políticas debido a la “desviación” que representaban sus Tesis sobre Blum, Lukács escribió principalmente ensayos de crítica literaria así como dos obras teóricas fundamentales: La novela histórica (1937), y una de sus obras maestras, El joven Hegel y los problemas de la sociedad capitalista (1938). Sus estudios literarios fueron reunidos bastantes años más tarde en diversos volúmenes como los titulados Materiales sobre realismo; Goethe y su época, y Thomas Mann. En el orden teórico, esta fase estuvo marcada por una modificación de sus primeras ideas sobre la “reflexión” y por el rechazo de la “identidad sujeto-objeto”, concepto que había defendido en Historia y conciencia de clase, y que en gran medida son deudores de la publicación de los Manuscritos económico-filosóficos y los Grundrisse de Marx, sin olvidar los Cuadernos filosóficos en los que Lenin daba cuenta de sus lecturas de Hegel (un texto capital también en la evolución del pensamiento de Henri Lefevre). Encarcelado en la URSS en 1941 durante un breve período, fue puesto en libertad gracias a la intervención de Dimitrov, quien compartía algunos de sus puntos de vista, aunque –claro está- sin expresarlos.

Luego, entre la última fase de la II Guerra Mundial (1943), y los inicios de la “democracia popular” húngara (1949), reapareció el Lukács más militante, y se vio profundamente envuelto en la actividad cultural y política, primero clandestina, luego legal, publicando muchos ensayos literarios, y fundó y presidió la publicación cultural mensual Forum. En 1949 fue violentamente atacado por los ideólogos oficialistas del PC húngaro (Rudas, Horvath y Revai), a causa de las ideas expresadas en sus obras Literatura y democracia y Por una nueva cultura húngara, que recogían y ampliaban las Tesis sobre Blum.

Estos ataques (que se amplificaron con los provenientes de la URSS a través de Fadeev y otros intelectuales oficialistas) denunciaban en buena medida la completa estalinización de la cultura y política húngaras, y obligaron a Lukács a abandonar sus estudios filosóficos. Hay una cuarta fase que coincide con la ebullición intelectual que culminará con la revolución húngara de Octubre de 1956, y durante la cual, Lukács emprendió varias obras fundamentales de síntesis, dos de las cuales fueron completadas en ese período: El asalto de la razón y La particularidad como categoría estética. Cuando acababa de escribir El significado del realismo contemporáneo, pasó a ocupar el cargo de ministro de Cultura en el breve gobierno de Imre Nagy, y cuando entraron los tanques rusos, en Budapest fue deportado junto con otros miembros del gobierno a Rumania, regresando a Budapest en el verano de 1957. Esta extensa disidencia (que a veces trataba de justificar con sus debidas genuflexiones), no son suficientes para que el avezado César Antonio Molina reduzca la caracterización de Lukács a “idólatra” de Stalin.

En su última fase (1957-1971), Lukács se distingue por su esfuerzo en culminar dos síntesis muy densas: un nuevo trabajo sobre estética: La naturaleza específica de la estética (1962), así como una antología social, Hacia una antología del ser social (1971), en la que incluyen tres apartados muy importantes sobre Hegel, Marx y Trabajo que se publicarán sucesivamente después de su muerte. Recuerdo que cuando ésta tuvo lugar, todas las revistas y diarios ajenos al régimen le dedicaron una atención menor que la que ofrecieron sobre Bertrand Russell, muerto un poco antes (1970).

Como es sabido, las mayores aportaciones del marxismo de Lukács tuvieron un alcance muy amplio, desde la estética y la crítica literaria hasta la filosofía, la sociología y la política. En el ámbito de las ideas estéticas, además de las numerosas obras en las que creó toda una escuela sobre el realismo, ofrecida a través de una postura enérgicamente “tradicionalista” que le llevaba por igual a rechazar a Kafka, Joyce o Brecht, produjo no obstante, una de las síntesis más completas y fundamentales de la teoría marxista del arte y la literatura, un material sobre el cual otros discípulos rectificaron y ampliaron sus partes más estrechas. Resulta curioso que Molina le atribuye un rechazo del “realismo social” de Gorki –al que incluyó entre los clásicos que más admiraba-, al tiempo que otorga al autor de Los bajos fondos el “invento” del “realismo social” (“con permiso de Stalin), cuando Gorki lo único que hizo fue no oponerse; aunque sobre esto también habría que hablar ya que por la misma época aceptó tener una entrevista –clandestina- con Trotsky, que si no tuvo lugar, no fue por él.

Como filósofo, Lukács emerge como una de las figuras principales del marxismo occidental, tal como dejaría constancia Perry Anderson en su conocido trabajo. Lukács fue un constante defensor de la causa de la dialéctica contra diversas formas de irracionalismo, de materialismo mecanicista y de dogmatismo, ajustando criterios que, por más que resulten claramente discutibles, conforman un legado cultural de primera magnitud. Lukács elaboró desde su subyugante Historia y conciencia de clase, una teoría de la alienación y de la reificación, y lo hizo bastante antes de la tardía publicación de las importantes obras de Marx sobre el tema, y que tanto contribuyeron a liberar el marxismo de los corsés en lo que lo habían encerrado la vieja socialdemocracia y el estalinismo. Esto por no hablar de una monumental y aún poco comprendida ontología social, escrita entre sus 75 y sus 85 años, un tiempo en el que se puede hablar de un cierto Lukács “olímpico”, o sea liberado de sus obligaciones partidarias estrechas, y ya claramente opuesto a todo lo que oliera a estalinismo. En cuanto al apartado de la sociología, conviene recordar su teoría de la conciencia de clase la que tuvo un mayor impacto, influyendo fuertemente en la “sociología del conocimiento”, tan cara a la Escuela de Francfort así como es escuelas más recientes. En el terreno de la política, el abanico de sus ideas y aportaciones requieren una importante contextualización ya que sus implicaciones estalinianas –sus bochornosas autocríticas, su insoportable actuación durante los “Procesos de Moscú”, todo para separar el niño de un agua a veces, especialmente ensuciada.

Aunque, tal como decimos más arriba, Molina es mucho más denigratorio con Lukács que con Brecht, no por ello lo libera de este encuadramiento.

El mismo hecho de reconocer que “Brecht nunca tuvo demasiado entusiasmo por Stalin, y añade que “veía muy poca diferencia entre el estalinismo y el fascismo”. Detalle que extrae de sus diarios: “así lo dejó escrito, aunque no lo manifestó públicamente en su momento, como si hubiera sido necesario”. Esto sin olvidar el reconocimiento que “por sí misma” ha obtenido su obra poética y su teatro, sobre la que puede decir con toda solemnidad que ha superado la prueba del tiempo, y que ha ganado su espacio entre los grandes clásicos. Tampoco se sabe que fuese funcionario de ningún Estado. Empero, todo esto no le libera de su pertenencia a la KGB de la Cultura. Brecht participa en una misma trama “comunista”, tan tiñosa que al parecer lo mancha todo.

Aquí por lo tanto no valen los relativismos –tan habituales cuando se habla de antiguos franquistas- por más que en Brecht se da una notable ambivalencia, con todas sus matizaciones, no era otra cosa lo sucedía con Lukács. De poco le vale el “detalle” que el comunismo de Brecht siempre estuvo con los de abajo. Como ya decíamos al hablar de Lukács, el director del Instituto, hace desaparecer la historia del capitalismo, y ni entra ni sale sobre un período histórico que fue agudamente definido por Víctor Serge “medianoche del siglo” 12/ .

Brecht es –popularmente hablando- una valor mucho más sólido que Lukács. Su obra ha sido constantemente representada desde que allá por la mitad de los años veinte, la dictadura permitió en 1966 que se estrenara (en el Poliorama) una versión aligerada de La ópera de los cuatro reales, en realidad una adaptación al servicio del entonces popular “pibe” Luis Aguilé, que hacía de “Maki Navaja” y cantaba la famosa canción de Kurt Weil. Luego siguieron las concienzudas adaptaciones de Ricard Salvat, ¡además, en catalán!, supongo que porque se pensaba que El círculo de tiza o La buena persona de Sezuán, eran cosas de élites (las mismas que debían leer al Lukács), aunque la verdad fue que el Teatro Griego de Montjuich se ponía a tope. Se puede afirmar que Brecht fue uno de los arietes culturales del antifranquismo 13/ , pero como un buen clásico actual, nunca se dejó de representar con mayor o menor asiduidad, y por lo mismo se publicaron trabajos sobre él, editoriales, revistas y diarios, en tanto que Lukács permanecía relegado a una minoría especializada que guardaba las ediciones de mejores tiempos.

De momento, Brecht ha seguido siendo bastante respetado, hasta el mismísimo Mario Vargas Llosa le dedicó una de sus tribunas dominicales con elogios (envenenados) en El País titulada Distanciando a Brecht (15-02-1998), en la que se hacía eco del vasto alcance que el centenario del autor de Madre Coraje estaba teniendo en Berlín, detalla algunas de las actividades, la lista de películas en las que de alguna manera participó (aunque no ofrece más precisiones, por ejemplo su colaboración con el ciclo antifascista de Fritz Lang en Hollywood que, además, de su “compromiso” y de su “sermón marxista” ocupan una página de oro en la historia del cine, ofrece algún detalle involuntariamente cómico como cuando dice “siento una profunda antipatía moral hacia el personaje”. Han leído bien, moral. No está mal para el genio que acababa de hacer sus ditirambos a la señora Thatcher que no retiró cuando la famosa dama salvó a Pinochet de los tribunales “sectarios” con jueces que colaboraban, ¡con Amnistía Internacional! No mucho tiempo antes, Vargas Llosa había dedicado otra de sus tribunas a glosar la justificación de los historiadores neocons de Hiroshima y Nagasaki.

Pero quizás sea un buen momento para recordar, aunque sean cuatro cosas, sobre Bertold Brecht (Augsburgo, 10-02-1898, Berlín, 14-08-1956), que fue dramaturgo, poeta y teórico del teatro así como guionista de cine. Comenzó su carrera literaria como un impetuoso y original “poeta maldito” enamorado de la potencia de lo norteamericano, de autores como Jack London, Frank Norris y Upton Sinclair, admiración que se expresa en obras como Del pobre B.B., Baal, En la jungla de las ciudades. Éste es también un tiempo en el que el joven Brecht procuraba rescatar la escena alemana de los excesos sentimentales y expresionistas.

Las consecuencias de la crisis económica que conmovió la República de Weimar (y a sus financieros que comenzaron a buscar “un salvador”), afectó profundamente a Brecht. Una situación que le llevó a adoptar, hacia 1928, su resolución de forjar el “teatro de la era científica”. Se trataba de conseguir una representación “distanciada” mediante argumentos, decorados, actuación y dirección sin crispaciones. Que fuesen interesantes y a la vez didácticas. En ellas se presentarían los dilemas de la sociedad moderna, un mundo ante el cual el individuo aislado se halla impotente. “Uno es ninguno”, es el tema sobre el que gira la temática de un Hombre por hombre, una frase que se tendrían que repetir los ilusos que creen que porque crean que lo propio es “que cada cual cuide de su culo”, van a impedir que le den de todas las formas, laboralmente hablando. Solamente nuevas modalidades de pensamiento, organización y productividad que responda a otro tema primordial: “Cuando el hombre ayuda al hombre” (que preside La pieza didáctica de Baden) pueden rehumanizar una existencia que el ciego egoísmo capitalista (de “todos contra todos”) ha convertido en bárbara.

En vez de preocuparse en ganar dinero, aquel escéptico y erudito Brecht completó esta visión moral mediante un estudio de primera mano de la obra de Marx y, en cierta medida, de la de Lenin. Ocurrió que mientras se dedicaba a los estudios preliminares de su obra Santa Juana de los mataderos, Brecht se entregó a la lectura de El Capital, pasión que le ayudó a situar en un plano extremadamente riguroso sus propias intuiciones. Fue por entonces cuando comentó a uno de sus numerosos colaboradores (E. Hauptmann), que “tenía que sabérselo todo” (octubre de 1926). Veinte años después se disponía a adaptar el Manifiesto Comunista a la “versificación altamente respetable de De rerum natura de Lucrecio, revistiéndolo de algo semejante a la artificiosidad de la condición burguesa”.

Se puede decir que el marxismo de Brecht fue conformado, en parte, por las demandas cientifistas del entonces pujante PC Alemán (el más importante fuera del PCUS) y, en parte, también por los mentores intelectuales a los que aceptó como amigos y colegas suyos. En especial Fritz Sternberg, Karl Korsch y Walter Benjamin, tres de los mayores marxistas alemanes desde las muertes de Rosa Luxemburgo y Frank Merhing 14/ , por cierto, todo ellos inequívocamente antiestalinistas. Por esta época, Brecht rechazó la línea dialéctica propuesta por Theodor Adorno como no plumpe (materialista) y ofreció una aguda sátira del grupo de la Escuela de Francfort, a los que presentó como intelectuales cortesanos de la era burguesa (Tui-Roman, Turandot). Igualmente Brecht rechazó las teorías de Giorgy Lukács sobre el “realismo literario”, que consideró como no dialéctica y tendente a suprimir la imaginación y productividad de los lectores (así los expresó en Anchura y variedad del modo de escritura realista). Molina anota justamente “su aversión hacia el poder literario-político ejercido por Lukács desde Moscú. Brecht hablaba de un realismo más inteligente, productivo y permanente”. Otra cosas es que la pata coja de Lukács invalide su obra.

La vida de Brecht en Moscú puso a prueba su idealismo, entre cosas porque muchos comunistas alemanes ilustres como Heinz Neumann, desaparecieron. Eso sin olvidar pensadores y artistas afines a él, como su amigo Sergei Tretyakov o el director V. Meyerhold, fueron exterminados. En vida de Brecht sólo se representó La ópera de los cuatro reales. En realidad, al exiliarse de Alemania el día en que Hitler accedió al poder, Brecht esperaba alcanzar al fin el éxito en los escenarios de Broadway, pero ni se congració con los inversores ni persuadió a la izquierda norteamericana de que tenia una importante mercancía que ofrecer. Se habría forrado escribiendo en el Wall Street Journal una tribuna dominical ajustando las cuentas a los que se oponían a la “democracia” en nombre de lo trabajadores y el socialismo.

Se ha escrito que sus años en Santa Mónica y Nueva York (1941-1947) alentaron un cierto “oportunismo” en su método sin aumentar, a no ser marginalmente, la accesibilidad de su obra. Sobre este pasaje existen multitud de anécdotas, y contaré solo una. Al día siguiente de que Douglas Sirk comprara un libro suyo en una librería de viejos, recibió la visita de un policía del FBI para interrogarle. No “escogió la libertad” y regresó a Europa para poner en práctica sus obras y métodos con su propia compañía, el Berlín Ensemble (dirigido por su mujer, la gran actriz Helene Weigel); sus giras aportaron la definitiva praxis teatral de la década de los cincuenta en Francia, Gran Bretaña, Italia y Polonia.

A su manera, Brecht intentó ser el Marx del teatro poscapitalista, postsubjetivista. Las propuestas que desarrolló para explicar su sistema -la noción de teatro “épico” (más tarde “dialéctico”) y las técnicas de “distanciamiento” en cuanto a actuación, dirección y obra literaria- son de lectura indispensable en la estética moderna, y el concepto brechtiano está plenamente incorporado a la jerga teatral más extensa. El dramaturgo era más científico y objetivo, mientras que el ensayista estaba más preocupado por la ética y la moral. Molina tiene razón cuando escribe que “el autor de Galileo Galilei pensaba que la ciencia y la cultura debían servir a las causas sociales de los más desfavorecidos sin intermediarios”, y el hecho es que la obra de Brecht se ha representado entre los trabajadores, en los pueblos, en los lugares más improbables.

Molina dice que admira a Brecht, y destaca que “obras como La madre, Santa Juana de los mataderos, Las medidas tomadas, Madre Coraje, La resistible ascensión de Arturo Ui, El círculo de tiza caucasiano y Galileo Galilei poseen una fecundidad innata que enseñan objetividad dialéctica a la vez que atraen a la audiencia y entretienen”, pero esto tampoco modifica su veredicto. Precisa “que el autor del poema Yo, el superviviente, dio como seguro que nunca hubiera sobrevivido a Stalin de haberse refugiado allí y no en Estados Unidos”, lo cual es cierto. Pero esa no es la cuestión, no se trata de establecer comparaciones al margen de las condiciones históricas. Brecht sabía bastante más cosas de las que dijo, Isaac Deutscher sugiere que era como su Galileo, alguien que no tiene más remedio que adecuar su opinión a las imposiciones de la Inquisición, pero que sabe que con el tiempo, todo está obligado a cambiar.

Para reforzar sus acusaciones, Molina cita un encuentro entre Lukács y Stephen Spender, el poeta inglés que horrorizado por la actitud del liberalismo ante el nazismo y ante Franco, se hizo comunista para luego arrepentirse. En el momento representaba a la UNESCO en un congreso internacional. La compañera de Lukács, Gertrud le preguntó por qué ya no era comunista. Spender contestó: "Porque estoy en contra de los campos de concentración". Aunque no lo hizo, Gertrud le podría haber respondido: “a) los comunistas fueron las primeras víctimas de dichos campos; b) los más avanzados estuvieron entre los primeros en denunciarlos; c) si era por estar en contra de los campos de concentración, la derecha y el capitalismo los empleó a gran escala antes y después (Weyler en Cuba; los británicos en Sudáfrica; Horthy en Hungría, etc).

El asunto no era pues la denuncia de dichos campos (que ya fueron hecha por Trotsky, Serge, y otros en los años treinta; los “trotskistas” los conocieron y murieron luchando en ellos, tanto fue así que casi no quedó nadie para contarlo), el asunto era que Spender utilizaba los campos rusos para mirar hacia otro lado delante de los “Gulags”, empezando por los del Imperio Británico que por la época exterminaba a millares de kenianos para “salvarlos” del “terrorismo” del Mau-Mau, y los ejemplos se podrían multiplicar. Por ejemplo, alguien sabe que el célebre mariscal Montgomery era un firme partidario del sistema de “apartheid” en Sudáfrica.

Molina podría también haber recordado que Spender, después de haber servido para la CIA, apoyó las campañas de Bertrand Russell contra la guerra del Vietnam, uno de los mejores ejemplos sobre cuantas atrocidades se pueden perpetrar en nombre de la democracia y la libertad. Pero eso se encuentra en una parte de la historia que él no quiere mirar.

Los social liberales tiraron por la borda del “final de la historia” todas las tradiciones anticapitalistas, justamente cuando más falta hacían.

Notas.

1 / El País (17-10-06),

2/ A mi juicio, la crítica más aguda de Furet fue la efectuada por Daniel Bensaïs (por ejemplo en www.espacioalternativo.org)

3/ El método del “libro negro” que inspira el actual anticomunismo comprende un “libro blanco” sobre el capitalismo y el imperialismo. Un buena síntesis crítica de este último se puede encontrar en AA.VV, El libro negro del capitalismo (Txalaparta, Tafalla, 2001).

4/ A mi entender, los estudios más completos sobre Lukács son los de Michael Löwy, especialmente Por una sociología de los intelectuales revolucionarios: Ia evolución política de Lukács, 1909-1929 (Trad. de María Dolores de la Peña. México: Siglo XXI, 1978); así como los textos incluidos en El marxismo olvidado que editó Fontamara (1978), editorial que también dio a conocer la famosa biografía escrita por István Mészáros, El pensamiento y la obra de Georg Lukács (1981). También está la edición de G.H. R. Parkinson, Georg Lukács. El hombre, su obra, sus ideas (Grijalbo, Barcelona, 1973).

5/ En su artículo, Molina concluye agrupando todas las requisitorias adversas a Lukács –de Balázs, Bloch y Jaspers-, como si no hubiera otras, como si estas se pudieran aislar, como si se trataran de sentencias, media un abismo. Pero, ¿qué otra cosa se puede esperar de alguien que reduce una trayectoria como la aquí –someramente- descrita como la de un intelectual de la KGB?. Después de la evolución de Jon Juaristi -desde “simpa” de la LKI hasta la FAES-, parece que el cargo obliga a dejar patente el anticomunismo.

6/ Desde una óptica marxista, anotemos que Bálzas es el autor de La burocracia celeste (Barral, Barcelona, 1974), Arnold Hauser es el reconocido autor de la monumental Historia social del arte y la literatura (Guadarrama, Madrid, 1969), y que Eugene Vargas, después de haber servido durante muchos años como “cerebro” económico de Stalin, se descolgó con un vibrante Testamento (Icaria, Barcelona, 1977), cuyo mensaje básico será: “Realizar el comunismo no es únicamente desarrollar las fuerzas productivas. El comunismo es ante todo el triunfo total del espíritu democrático socialista y de la iniciativa cívica libre de las masas, fundada en la autogestión de los trabajadores en todos los dominios de la vida”.

7/ Después de iniciar edición de las Obras Completas de Lukács en la experta y esmerada traducción de Manolo Sacristán, Grijalbo interrumpió el proyecto y poco después los volumenes aparecidos aparecían en los lotes de las rebajas, entre ellos la Estética que en los años sesenta-setenta era “el no va más” de la cultura marxista.

8/ Me remito a mis trabajos sobre la revolución húngara de 1956 (que constan con un apartado sobre 1919), uno aparecido en la revista de El Viejo Topo y otro en la Web de la Fundación Andreu Nin.

9/ Se suele considerar que dichas “Tesis” suponen un adelanto de las propuestas del Frente Popular, pero esto es muy discutible ya que invierten el punto cardinal de estas; para "Blum" no se trata de supeditar el bloque democrático a la hegemonía política de la burguesía "liberal" para una alternativa "democrática", por el contrario, lo que pretende es que la clase obrera asuma este papel en la lucha democrática contra el fascismo y las dictaduras de derechas pero para avanzar el socialismo mediante una línea de ruptura. Este planteamiento tiene a nuestro juicio más connotaciones con las posiciones del último Gramsci y con las de la Oposición de izquierda, antes que con las que darán lugar a los desastres de Francia y España (1936-1939).

10/ Tanto Historia... como el Lenin, fueron material de primer orden en los primeros años de la LCR española, entre otras cosas, justificaba fehacientemente la teoría de la ofensiva, la idea de que la acción ejemplar podía acelerar la conciencia de las masas... Una de las bromas  sobre Lukács con Holz, Kofler y Wolfgang Abendroth de entonces era preguntar a un “tovarich” si tenía “el Lukács de Lenin”, la mayoría caían.

11/ Aparte de la biografía de Henri Arvon (Fontanella, 1967), y del ensayo de Juan Ramón Recalde (del que nadie ha vuelto a hablar), el trabajo introductorio más importante que se publicó en la España franquista sobre Lukács fueron las Conversaciones de Lukács con  Holz, Kofler y Wolfgang Abendroth, aparecidas tempranamente en Alianza de bolsillo, y por lo tanto asequible a cualquiera.

12/ Víctor Serge se refería a la confluencia de horrores, de un lado la crisis social abierta con el “crack” del 29, de otro el ascenso del nazi-fascismo, y de otro el estalinismo que estaba liquidando todos los vestigios de bolchevismo en la URSS. Fue publicado por Ayuso, Madrid, y no sé que se haya reeditado. Alguien me contó que en realidad pertenecía a Walter Benjamín, pero no he encontrado el lugar.

13/ En una de las “Travesías” que Antonio Muñoz Molina publicaba en El País, se detuvo en lo que llamó “Otoño Brecht” (27-09-1995), como muestra de su camino de arrepentimiento. Decía que 20 años atrás Brecht había sido como una moda de otoño, “una figura obligatoria de culto” (¿quién obligaba, el Estado?), y descubría que detrás de la mitología había un “didactismo que no ofende ya por lo burdo o lo simple, sino por lo falso”. La falsedad radicaba obviamente en el análisis marxista de Brecht que, por citar un ejemplo, consideraba la República de Weimar como un “Estado bárbaro y corrupto de la oligarquía”, cuando en realidad se trataba de “un régimen democrático”. O sea (¡toma del frasco Carrasco!) Molina defendía la democracia contra Brecht. Cualquier historia seria le enseñaría que la democracia en Europa es una conquista del movimiento obrero (con los comunistas en primera línea), que la oligarquía se “cargó” literalmente la República de Weimar apostando por los nazis... Brecht defendía las libertades y la justicia social, palabras que Muñoz Molina gusta de citar. Pero si algún día luchó por estas cosas, ya ha mostrado debidamente su constricción.

14/ Fritz Sternberg fue el autor de una Historia del bolchevismo amén de un especialista en historia antigua cada vez más reconocido, Karl Korsch uno de los teóricos marxistas más preparados de su tiempo, fue muy editado en los años setenta, y durante la guerra española se identificó especialmente con el anarcosindicalismo, en cuanto a Walter Benjamin...