_- Hace 75 años, en mayo de 1945, el Estado Mayor Hitleriano firmó la rendición de Alemania en la II Guerra Mundial. Cuando cayó el telón de la escena, el fascismo había sido derrotado, pero la lucha dejó una dolorosa estela de muerte y de sangre. Más de 50 millones de personas ofrendaron su vida por esa causa, centenares de ciudades, y millares de aldeas, fueron arrasadas por los ejércitos en marcha; pueblos enteros desaparecieron, y se destrozaron fronteras. La guerra fue un precio muy alto que el mundo debió pagar para librarse de la tiranía y de la esclavitud.
EL OSCURO ANTECEDENTE
En realidad los sucesos que se desencadenaron en Europa a partir de 1939, tuvieron un antecedente definido: la I Guerra mundial, librada entre 1914 y 1918, que dejó un continente destruido y mutilado. Esa guerra, originalmente fue ideada por las grandes corporaciones financieras como un modo de hacer frente a la aguda crisis que afectaba la estabilidad del sistema de dominación capitalista. Forjar una economía de guerra, que alentara la instalación de fábricas de armas, produjera ingentes cantidades de artefactos de ese orden, diera empleo al gran número de desocupados que pululaban en todos los países y reflotara la economía a partir de la comercialización de productos bélicos; pareció ser -entre 1912 y 1914- el modo de enfrentar una crisis que corroía las bases mismas de la sociedad de entonces. Para ejecutar esa política, se dio inicio a la Primera Gran Guerra.
Ocurrió, sin embargo, que estas previsiones no se cumplieron. Los pueblos no hicieron suya a causa de la guerra, aunque esta vinera envuelta en fina papelería de patriotismo. Como en otras circunstancias, en ésta, la Patria fue sólo un pretexto para enfrentar a unos contra otros; pero los trabajadores de distintos países percibieron que eso no era así. Que los obreros franceses nada tenían contra los obreros alemanes; y que los obreros alemanes no tenían por qué ver en los obreros franceses, a sus adversarios históricos. En todo caso, unos y otros debían ajustar las cuentas con sus propias burguesías, las de cada país, responsables de la crisis que se vivía en cada territorio y beneficiarias directas de la explotación inicua que ejercían contra sus pueblos.
Los que se dieron cuenta de esa realidad, levantaron estandartes de paz, pero no fueron “pacifistas”. Enarbolaron la consigna de “¡Guerra a la guerra!” y llamaron a los pueblos a voltear los fusiles disparando no contra sus hermanos de otros países, sino contra los explotadores que tenían al frente. Fue esa, una lucha revolucionaria que estalló como una luz cuando los cañones del Crucero Autora alumbraron el nacimiento de la Revolución Rusa.
Después de los sucesos de Petrogrado y Moscú, surgió en el mundo una verdadera Ola Revolucionaria –“La Ola Revolucionaria de los años 20”, se le llamaría-. En distintos confines del planeta, pero sobre todo en Europa, estallaron diversos procesos revolucionarios de corte socialista. Finlandia, Hungría, Bulgaria, Eslovaquia, Eslovenia y Alemania; fueron escenario de los principales episodios de esos años. Para enfrentarlos, las grandes corporaciones construyeron su propio parapeto: el fascismo.
EL SURGIMIENTO DEL FASCISMO
El fascismo fue ideado como una barrera contra la insurgencia del proletariado. Ante la fuerza de la clase obrera. Las corporaciones construyeron la fuerza de la burguesía. Y para hacerle efectiva, se valieron de los segmentos más pauperizados en la sociedad capitalista: el Lumpen del proletariado. Así forjaron una herramienta de masas y la pusieron bajo la égida de aventureros sin principios que hicieron del terror su manera de administrar el Poder.
Años más tarde, Jorge Dimitrov definiría al fascismo como “la dictadura terrorista de los grandes monopolios, con apoyo de masas” Y llamaría a todos los pueblos a cerrar filas contra ese enemigo, que era ya el enemigo principal de la humanidad.
Derrotada la Ola Revolucionaria de los años 20, en el mundo asomaron dos poderes: La Rusia Soviética que construía el socialismo; y el régimen fascista que asumiría la defensa de los intereses de los Monopolios.
El fascismo optaría, desde un inicio, por una política belicista. No sólo habló de la guerra interna contra los trabajadores en cada país, sino también de una guerra de conquista y expansión, que se desarrollaría en el tiempo, y que buscaría convertir a los Estados Fascistas en los conductores de la humanidad.
En la idea de sus jerarcas, el fascismo llegó para quedarse. Adolfo Hitler, diría después, que construirían “un milenio de dominio Pardo”
DE LA ITALIA FASCISTA A LA ALEMANA NAZI
El fascismo se originó en Europa central. Cuando en Hungría fue aplastada en sangre la República de los Concejos liderada por Bela Kun; el almirante Horty apareció a la cabeza de un régimen siniestro. En Bulgaria ocurrió un fenómeno parecido. Depuesto el gobierno progresista de la Unión Agraria, de Alesxander Stamboliinski, el general Tshankov se hizo del Poder con métodos siniestros. Pero fue en Italia donde el fascismo logró su principal victoria. En octubre de 1922, la Marcha Sobre Roma, ejecutada por las huestes del fascismo, permitió que el rey Victor Manuel entregara la Jefatura del Estado al “Ducce”, Benito Mussolini para instaurar el régimen fascista.
Mussolini, en el Poder, no dio tregua a los trabajadores. Socialista converso, radical y chovinista, desplegó una violenta ofensiva contra los sindicatos a los que consideró “responsables” de la crisis italiana. Contra ellos, forjó la alianza de los grandes industriales con los segmentos emergentes de la sociedad – el lumpen del proletariado- Con ella, concibió la idea de construir un “Estado Nuevo”, el Estado Corporativo Fascista.
El ejemplo fue seguido poco después en Portugal por Oliveira Salazar, quien, en 1925, se hizo del Poder en Lisboa con las mismas banderas. Y luego en Alemania, con el ascenso de Adolfo Hitler, a partir del 31 de enero de 1933.
Con Hitler en el Poder, las grandes corporaciones consideraron salvado su régimen de dominación. El líder Nazi se entendió, rápidamente con los segmentos más altos de la gran burguesía alemana y enfiló sus baterías contra el socialismo. Para ese efecto emprendió dos tareas: aplastar al proletariado alemán y extender sus dominios conquistando Europa. Su objetivo era ser fuerte para enfrentar a Rusia, y aplastar al Socialismo.
De eso, fueron conscientes los gobiernos de Europa Occidental y de los Estados Unidos. Por eso, su tarea fue esperar el desarrollo de los acontecimientos.
Cuando en 1939 en España cayó la Republica y se impuso el régimen fascista de Francisco Franco, la Alemania Nazi consideró cumplida la primera etapa de sus planes bélicos. Había logrado, en efecto, consolidar su fuerza y crear las condiciones para extender su dominio sobre el continente europeo y aún más. Italia, incursionó en Africa, ocupando Etiopia y Libia, y la Alemania Nazi haría lo propio en el norte africano más tarde. Ambas potencia, además, tenderían sus lazos hacia el Japón, entendiéndose con las camarillas guerreristas niponas sin obstáculo alguno.
En 1939, Alemania invadió Polonia, y en 1940 se apoderó de Francia e instauró allí un régimen fantoche. Tenía todo, entonces para atacar a la URSS. Y lo hizo a partir del 22 de junio de 1941
LA RESISTENCIA SOVIETICA
La “Operación Barba Roja” –el ataque a la URSS-fue prevista para una ejecución rápida. En los planes hitlerianos estaba el desmoronar al régimen soviético en tres meses, y acabar con el socialismo. Por eso, enfiló sus ejércitos en tres direcciones: Moscú, Leningrado –la antigua Petrogrado- y Stalingrado, al ciudad del Volga.
En pocas semanas, en efecto, las tropas germanas llegaron a 30 kilómetros de la Plaza Roja, el corazón de la capital soviética, pero no lograron avanzar más. Encontraron la más firme resistencia del pueblo y del Ejército Rojo. Ella asomó desde el inicio del conflicto y se confirmó con las más elevadas expresiones del heroísmo. Rusia peleó con todo en la guerra y pudo detener, en una primera etapa, el avance del enemigo en las puertas de Moscú, en las cercanías de Leningrado y en las afueras de Stalingrado. Ninguno de estos baluartes, cayeron en manos del ejército hitleriano.
La historia ha recogido el legendario heroísmo del pueblo soviético y la fuerza de su ejército. Cuando el 7 de octubre del 41 las tropas nazis se disponían a tomar Moscú, Stalin salió a la calle para alentar a su pueblo, y demostrarle que estaba dispuesto a la batalla. Ese fue un gesto decisivo. Moscú repelió a los agresores.
Leningrado resistió un cerco de casi 900 días. Solo se podía ingresa a la ciudad por el extremo ártico, la región del Lago Lagoda, pero ellos resultaba absolutamente insuficiente para abastecer la urbe. Más de un millón de personas murió por hambre en la cuna de la Revolución de Octubre, pero Leningrado no se rindió. Aún se conserva en el principal hotel de la ciudad, la tarjeta que hizo el alto mando alemán convocando allí una recepción -el 7 de noviembre de 1943- para celebrar la caída de la ciudad.
La batalla de Stalingrado fue la más grandes epopeya militar del siglo XX. Se inició en octubre de 1942 y concluyó el 2 de febrero de 1943 con la capitulación del ejército alemán conducido por el mariscal Paulos. Miles de soldados germanos debieron rendirse ante la imposibilidad de conseguir la victoria. Stalingrado fue defendida casa a casa, campo a campo, piedra a piedra, hombre a hombres. Fue esa la batalla decisiva en la guerra; pero no fue la última. Luego vendría la batalla del Arco de Kurts y después la liberación –una a una- de todas las ciudades de Rusia y Ucrania tomadas por asalto por las tropas nazis. El papel del ejército, y de los guerrilleros soviéticos, fue legendario.
EL OCASO DE LOS DIOSES
Prácticamente desde inicios del 45 el Ejército Soviético, ya vencedor, liberaba varios países de Europa del Este y apuntaba hacia Berlín.
Luego de Stalingrado, la guerra había tomado un nuevo giro. Las potencias capitalistas de occidente vieron muy lejana la victoria de Alemania sobre Rusia y -aunque lentamente- resolvieron participar en el conflicto enfrentando el Poder Nazi. Eso explica el Desembarco de Normandía, el 6 de junio del 44, y las operaciones del ejército norteamericano en la península italiana, partiendo de Sicilia. Ya entonces, la derrota germana estaba consumada.
El régimen Nazi, sin embargo, estaba dispuesto a combatir hasta el fin, y no dejar piedra sobre piedra en suelo europeo. Eran muy fuertes los intereses que representaba e incubaba –hasta el fin- la idea de hacer “una paz por separado” -con occidente- para revertir el curso de la guerra en Europa Oriental.
Ese fue el sentido de las “negociaciones secretas” impulsadas por Allen Dulles dese Ginebra, y celebradas con representantes de diversos jerarcas nazis que buscaban su propia salvación a cambio de una paz concertada con las potencias occidentales. Era ya, el “ocaso de los dioses” como se auguraba en las óperas de Richard Wagner.
LA CAIDA DEL FASCISMO
El último periodo de la guerra, fue muy ilustrativo. En Roma, el 25 de julio del 43, el Gran Consejo Fascista resolvió deponer a Mussolini y devolver el Poder al Rey Víctor Manuel, quien designó como nuevo Jefe del Gobierno al general Badoglio quien se propuso terminar la guerra. El Ducce fue detenido y confinado en los Alpes; pero el 12 de septiembre de ese año fue espectacularmente liberado por un Comando Alemán enviado por Hitler para esa misión. En enero del 44, desde el norte de Italia, Mussolini proclamo la “República Social” que tuvo una vida efímera. Poco más tarde, en abril del 45, Mussolini fue capturado por la Guerrilla Garilbaldina, cuando huía protegido por una columna germana, rumbo a la frontera Suiza. El 28 de ese mes fue fusilado y con sus colaboradores más inmediatos, colgado boca abajo en una plaza importante de Milán.
Hitler, finalmente, correría una suerte similar. Frenético y virtualmente enloquecido, resolvió “resistir hasta el fin” lanzando a la muerte a soldados niños de 12 y 15 años que integraban los “escalones infantiles de los SS”, la jungvolk. Fueron ellos -más algunos millares de soldados- los que libraron la batalla de Berlín que virtualmente terminó con la muerte de Fuhrer, el lunes 30 de abril a las 3.15 de la tarde en el Bunker de la Cancillería Nazi. Poca después, en horas de la noche. La bandera roja fue izada por el soldado Egorov en el Parlamento Alemán, el Reischtag, confirmando la derrota de la Alemania Nazi.
Los primeros días de mayo del 45 fueron tensos, y no exentos de violencia. Hubo focos de resistencia, gradualmente apagados y negociaciones en la sombra. Las potencias occidentales querían que Alemania negociara la paz con ellos, reconociendo a Estados Unidos y a Inglaterra como las “potencias vencedoras”; pero este operativo, también fracasó.
Por eso, el 9 de Mayo -hace 75 años- finalmente, se firmó y el gobierno alemán capituló ante el Alto Mando Militar Soviético.
No fue ése, sin embargo, el final de la guerra. En Estados Unidos, en abril de ese año, murió el presidente Roosevelt –hombre de paz- y asumió el gobierno Harry Truman -hombre de guerra- Este dispuso, el 6 y el 9 de agosto el lanzamiento de bombas (atómicas) sobre Hiroshima y Nagasaki a fin de intimar la rendición de Japón, que ocurrió en forma inmediata. Este ataque a ciudades indefensas y en las que perecieron millares de civiles inermes, bien puede considerarse un crimen de Lesa Humanidad.
DESPUÉS DE LA GUERRA
Después de la guerra el mundo pudo haber sido reconstruido en un clima de paz y de cooperación entre los Estados. Pero eso, no ocurrió. Las grandes corporaciones volvieron a temer “la expansión del socialismo”. Winston Churchill, en 1947 –el discurso de Fulton- proclamó la necesidad de alzar “una cortina de hierro” para impedir “la expansión del comunismo”. Fue ese el inicio de la llamada “guerra fría”, que se “calentó” después con la Guerra de Corea y más tarde con la Guerra de Vietnam.
Aunque en el camino la URSS desapareció, los ideales del socialismo perviven en nuestro tiempo. Los pueblos, con enorme esfuerzo y sacrificio, levantan sus banderas solidarias.
Hoy, en el siglo XXI el mundo conoce de nuevas convulsiones. Las Grandes Corporaciones llevan la guerra al Medio Oriente en busca de Gas y de Petroleo. Y a África, en procura de ricos minerales. Pero buscan parapetarse en América Latina, a la que buscan someter al dominio de los grandes monopolios.
El destino de la humanidad está en juego. Aunque el fascismo fue derrotado; su huella aún subsiste. Asoman vestigios del fascismo en distintos paíse, y ellos ponen en riesgo la paz y el porvenir de los pueblos.
Julius Fucik, un destacado periodista antifascista, nos exhortó a estar atentos ante la amenaza constante del fascismo, antes de ser ejecutado en Praga el 8 de septiembre de 1944, “Hombres. Yo os amé, Velad!”. Y sí, hay que estar atentos siempre.
https://rebelion.org/75-anos-de-la-derrota-del-fascismo/
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jueves, 24 de septiembre de 2020
domingo, 3 de mayo de 2015
Los comunistas. Berthold Brecht y Giorgy von Lukács como ejemplos
Pepé Gutiérrez-Álvarez
Rebelión
Hay un momento en el documental sobre los niños del franquismo, de Montse Armengol, en la que la responsable de ellos en los primeros tiempos del franquismo, se ve agobiada por los datos que se le están planteando por lo que decide pasar al ataque. No puede negar lo que le cuentan, pero tiene una defensa: el comunismo era peor, mucho peor. Por supuesto, el comunismo era el Stalin del treinta, pero ellos ya lo describían así desde Octubre de 1917. Esto que en su momento expresaba la opinión de la extrema derecha, se ha convertido en una ley de bronce de los medios en los que, por citar únicamente un par de ejemplos, dos personajes de la talla de Berthold Brecht (1898-1956) y Giorgy von Lukács (1885-1971), han pasado a ser poco menos que “comisarios” del Koba, sin más derecho que el que le puedan otorgar las revistas minoritarias. Un buen ejemplo de esta actitud la representó sin complejos César Antonio Molina, y lo hizo en un lejano artículo titulado El KGB de la cultura 1/ firmado por (director del Instituto Cervantes). Uno se podría creer que el autor hablaría de los responsables “culturales” de este siniestro departamento, pero me encuentro que con motivos de sus respectivos aniversarios, el autor juzga a dos de los mayores intelectuales del siglo XX, Berthold Brecht (1898-1956) y Giorgy von Lukács (1885-1971).
De entrada, con este título, todo lo que dice el autor queda –irremisiblemente- ligado al terror estaliniano, incluso cuando el propio autor detalla que tanto uno, como otro, escaparon por los pelos de su represión. La reducción se cumple con otro requisito básico: Molina no da un paso fuera de la historia del estalinismo, de tal manera que uno y otro quedan encerrados en el estigma de la KGB. Se trata de una metodología muy en consonancia con las ya practicadas por los expertos de la casa, en unas prácticas ya consagradas por la famosa (y se nos quiere convencer que definitiva) obra de François Furet, El pasado de una ilusión 2/ . Es una técnica con la que se vacían cómodamente los océanos de sangre provocados, no ya por los fascismos (como el nuestro al que se nos indica miremos sin ira), sino por las democracias mejor homologadas 3/, se llena de estalinismo las biografías de unos autores comunistas de larga y compleja trayectoria. Una trayectoria en la que los momentos de complicidades puntuales con el estalinismo hacen olvidar tanto sus repulsas como la amplitud de sus aportaciones.
César Antonio Molina se despacha sobre todo con Lukács sobre el que expone su cara más oscura. Una parte oscura que no se puede desligar de la propia “pata de palo” del autor de Historia y conciencia de clase, pero tampoco de los abismos abiertos por una época en la que convergieron tres grandes desastres: el “crack” financiero y político de las democracias liberales, el ascenso del nazi-fascismo, así como la inusitada contrarrevolución burocrática en la URSS. Sin embargo, por más que sus partes oscuras fueran de dominio común (se solía bromear con sus “autocríticas” y con sus “excomuniones”), lo cierto es que a nadie se le ocurría negar el valor de su obra por mayores que fuesen sus pecados (¿se imagina alguien que algo así se pueda hacer con Ortega y Gasset?), tanto fue así que los años sesenta-setenta, se editaron entre España y América Latina casi la práctica totalidad de su obra, sobre todo en Grijalbo en las traducciones de Manuel Sacristán y Gustau Muñoz, amén de numerosos estudios 4/. Eso sí, en los ochenta casi desapareció, y para encontrarlo había que ir a las librerías de segunda mano. Una anécdota harto sintomática de este cambio lo observaba alguien (que no recuerdo) que contaba que había escuchado el siguiente comentario en las puertas del Liceo después del “tejerazo”: “¡Y ahora que no nos vengan con el Lukács!”
Pero eso fue lo que ocurrió con “todo” el marxismo (y demás corrientes “subversivas”), aunque era difícil llegar a creer que se llegaría a los extremos actuales 5/.
Lukács conoció una intensa vida como filósofo, como crítico literario y (entre 1919 y 1929) como uno de los dirigentes del movimiento comunista húngaro a lo largo de varias décadas. Autor de numerosas obras, sus primeras publicaciones aparecieron en 1902, ultimó sus Prolegómenos a una antología social unos setenta años después, poco antes de su muerte. También dejó esbozada una última obra: sus memorias, originariamente tituladas Pensamiento vivido. Con anterioridad a la revolución de Octubre, Lukács se hallaba comprometido con un sistema objetivo idealista, influido por Platón, Kant, Hegel y Kierkegaard (Lukács fue el primero en volver a sacar a la luz la obra de este último, hacia 1908).
Conocida es su amistad con Georg Simmel, Max Weber y Ernst Bloch, pasó mucho tiempo en Alemania, escribiendo al final muchas de sus obras en alemán. En Hungría, durante la Primera Guerra Mundial fue el líder intelectual del “Círculo del Domingo”, junto Frigyes Antal, Béla Balázs, Béla Fogarasi, Arnold Hauser, Karl Mannheim, Karl Polány, Wilhelm Szilasi, Charles de Tolnay, Eugene Varga 6/ entre otros. Entre todos organizaron la “Escuela Libre de Ciencias del Espíritu” en la que participaban también Bartók y Kodály. Sus obras principales durante esa época fueron: El alma y las formas, 1910; Historia del desarrollo del drama moderno, 1911; Cultura estética, 1913; Teoría de la novela, 1916, y la Filosofía del arte de Heidelberg. En esta época comenzó a escribir su célebre obra la Estética de Heidelberg, empezada en 1912, abandonada en 1918 y publicada póstumamente 7/.
Aunque el canon histórico neoliberal tiene poco menos que prohibido hablar de la “Gran Guerra” (Enrique Krauze la achaca a una cosa llamada “nacionalismos”), el caso es que significó un desastre humanitario de alcance hasta entonces desconocido, y colocó al borde del abismo a países como Rusia y Hungría, provocando una auténtica reacción crítica en la que se inscribe la evolución de Lukács hacia el marxismo (cuando él habla del odio que incubó contra la burguesía se está refiriendo a esta “página en blanco” en la historia del imperialismo. En 1918 se afilió al partido comunista. Durante los meses de la Comuna húngara, en 1919, un acontecimiento que Molina restringe a un único comentario (lamentó que se había derramado “demasiada poca sangre burguesa”), que cita por lo tanto, totalmente descontextualizado. Durante la revolución fue ministro (comisario del Pueblo) de Educación y Cultura, designando a varios de sus amigos y colaboradores (Antal, Bartók, Kodály, Mannheim, Varga y otros) para importantes puestos político-culturales 8/. Cuando triunfó la contrarrevolución, comenzó un exilio que no concluyó hasta 1945, año en que regresó tan sólo para hacer un trabajo clandestino de partido, desafiando la sentencia de muerte que contra él pronunciaron los jueces de Horthy. Un detalle que dice algo de su compromiso militante.
La amplitud del compromiso marxista de Lukács no se puede reducir a unas cuantas pinceladas sectarias –que las hubo-, y para ofrecer, aunque sea una idea muy apretada, cabe referirse cuanto menos a cinco fases diferenciadas:
Una primera que va desde 1919 a 1929, período en el que Lukács aparece ligado a la internacional Comunista, cuando ésta aparecía como un instrumento a favor de la revolución, o sea a una época en que el ideal revolucionario estaba plenamente vivo. En este tiempo, Lukács fue uno de los líderes del Partido Comunista húngaro, Lukács se vio profundamente inmerso en la lucha política cotidiana viciada por las confrontaciones internas entre facciones, constantemente atacadas por el aparato creado entorno a Béla Kun (el líder de la República de los Conejos Obreros que después de trabajar para Stalin en el Komintern, murió a mano de su policía). Muchos de sus escritos se referían a cuestiones políticas y de agitación, ya la elaboración de una estrategia política viable que culminó en las Tesis sobre Blum, tesis sobre la que valdría la pena un buen debate.
Escritas en 1928, y propugnando perspectivas bastante semejantes a las propuestas del VII Congreso de la Internacional, y que siete años más tarde fueron adaptadas a las exigencias de la política exterior estaliniana con el nombre de Frente Popular» (adoptadas como política oficial de la Komintern siete años después), pero que en pleno período de “socialfascismo” (ya se sabe, el fascismo y la socialdemocracia eran “hermanos gemelos” según Stalin), y fueron tachadas como “liquidacionistas” y como “medio socialdemócratas” 9/. Sus principales escritos teóricos de este periodo fueron recopilados en tres volúmenes: Historia y conciencia de clase (1923); Lenin. La coherencia de un pensamiento (1924), y Escritos políticos, 1919-1929. De ellos, Historia y conciencia de clase, máxima expresión de su trama consejista-izquierdista 10/, acabaría siendo condenado por la Komintern de la época post estalinista a través de Bujarin, Zinóviev y otros, ejerció una enorme influencia desde Korsch hasta Benjamin y Merleau-Ponty, y desde Goldmann hasta Marcuse y el movimiento estudiantil de finales de la década de 1960, y el propio Lukács lo evoca con cierta nostalgia en las Conversaciones 11/ .
Un segundo, abarca desde 1930 hasta su regreso a Hungría (1945). Obligado a abandonar las actividades políticas debido a la “desviación” que representaban sus Tesis sobre Blum, Lukács escribió principalmente ensayos de crítica literaria así como dos obras teóricas fundamentales: La novela histórica (1937), y una de sus obras maestras, El joven Hegel y los problemas de la sociedad capitalista (1938). Sus estudios literarios fueron reunidos bastantes años más tarde en diversos volúmenes como los titulados Materiales sobre realismo; Goethe y su época, y Thomas Mann. En el orden teórico, esta fase estuvo marcada por una modificación de sus primeras ideas sobre la “reflexión” y por el rechazo de la “identidad sujeto-objeto”, concepto que había defendido en Historia y conciencia de clase, y que en gran medida son deudores de la publicación de los Manuscritos económico-filosóficos y los Grundrisse de Marx, sin olvidar los Cuadernos filosóficos en los que Lenin daba cuenta de sus lecturas de Hegel (un texto capital también en la evolución del pensamiento de Henri Lefevre). Encarcelado en la URSS en 1941 durante un breve período, fue puesto en libertad gracias a la intervención de Dimitrov, quien compartía algunos de sus puntos de vista, aunque –claro está- sin expresarlos.
Luego, entre la última fase de la II Guerra Mundial (1943), y los inicios de la “democracia popular” húngara (1949), reapareció el Lukács más militante, y se vio profundamente envuelto en la actividad cultural y política, primero clandestina, luego legal, publicando muchos ensayos literarios, y fundó y presidió la publicación cultural mensual Forum. En 1949 fue violentamente atacado por los ideólogos oficialistas del PC húngaro (Rudas, Horvath y Revai), a causa de las ideas expresadas en sus obras Literatura y democracia y Por una nueva cultura húngara, que recogían y ampliaban las Tesis sobre Blum.
Estos ataques (que se amplificaron con los provenientes de la URSS a través de Fadeev y otros intelectuales oficialistas) denunciaban en buena medida la completa estalinización de la cultura y política húngaras, y obligaron a Lukács a abandonar sus estudios filosóficos. Hay una cuarta fase que coincide con la ebullición intelectual que culminará con la revolución húngara de Octubre de 1956, y durante la cual, Lukács emprendió varias obras fundamentales de síntesis, dos de las cuales fueron completadas en ese período: El asalto de la razón y La particularidad como categoría estética. Cuando acababa de escribir El significado del realismo contemporáneo, pasó a ocupar el cargo de ministro de Cultura en el breve gobierno de Imre Nagy, y cuando entraron los tanques rusos, en Budapest fue deportado junto con otros miembros del gobierno a Rumania, regresando a Budapest en el verano de 1957. Esta extensa disidencia (que a veces trataba de justificar con sus debidas genuflexiones), no son suficientes para que el avezado César Antonio Molina reduzca la caracterización de Lukács a “idólatra” de Stalin.
En su última fase (1957-1971), Lukács se distingue por su esfuerzo en culminar dos síntesis muy densas: un nuevo trabajo sobre estética: La naturaleza específica de la estética (1962), así como una antología social, Hacia una antología del ser social (1971), en la que incluyen tres apartados muy importantes sobre Hegel, Marx y Trabajo que se publicarán sucesivamente después de su muerte. Recuerdo que cuando ésta tuvo lugar, todas las revistas y diarios ajenos al régimen le dedicaron una atención menor que la que ofrecieron sobre Bertrand Russell, muerto un poco antes (1970).
Como es sabido, las mayores aportaciones del marxismo de Lukács tuvieron un alcance muy amplio, desde la estética y la crítica literaria hasta la filosofía, la sociología y la política. En el ámbito de las ideas estéticas, además de las numerosas obras en las que creó toda una escuela sobre el realismo, ofrecida a través de una postura enérgicamente “tradicionalista” que le llevaba por igual a rechazar a Kafka, Joyce o Brecht, produjo no obstante, una de las síntesis más completas y fundamentales de la teoría marxista del arte y la literatura, un material sobre el cual otros discípulos rectificaron y ampliaron sus partes más estrechas. Resulta curioso que Molina le atribuye un rechazo del “realismo social” de Gorki –al que incluyó entre los clásicos que más admiraba-, al tiempo que otorga al autor de Los bajos fondos el “invento” del “realismo social” (“con permiso de Stalin), cuando Gorki lo único que hizo fue no oponerse; aunque sobre esto también habría que hablar ya que por la misma época aceptó tener una entrevista –clandestina- con Trotsky, que si no tuvo lugar, no fue por él.
Como filósofo, Lukács emerge como una de las figuras principales del marxismo occidental, tal como dejaría constancia Perry Anderson en su conocido trabajo. Lukács fue un constante defensor de la causa de la dialéctica contra diversas formas de irracionalismo, de materialismo mecanicista y de dogmatismo, ajustando criterios que, por más que resulten claramente discutibles, conforman un legado cultural de primera magnitud. Lukács elaboró desde su subyugante Historia y conciencia de clase, una teoría de la alienación y de la reificación, y lo hizo bastante antes de la tardía publicación de las importantes obras de Marx sobre el tema, y que tanto contribuyeron a liberar el marxismo de los corsés en lo que lo habían encerrado la vieja socialdemocracia y el estalinismo. Esto por no hablar de una monumental y aún poco comprendida ontología social, escrita entre sus 75 y sus 85 años, un tiempo en el que se puede hablar de un cierto Lukács “olímpico”, o sea liberado de sus obligaciones partidarias estrechas, y ya claramente opuesto a todo lo que oliera a estalinismo. En cuanto al apartado de la sociología, conviene recordar su teoría de la conciencia de clase la que tuvo un mayor impacto, influyendo fuertemente en la “sociología del conocimiento”, tan cara a la Escuela de Francfort así como es escuelas más recientes. En el terreno de la política, el abanico de sus ideas y aportaciones requieren una importante contextualización ya que sus implicaciones estalinianas –sus bochornosas autocríticas, su insoportable actuación durante los “Procesos de Moscú”, todo para separar el niño de un agua a veces, especialmente ensuciada.
Aunque, tal como decimos más arriba, Molina es mucho más denigratorio con Lukács que con Brecht, no por ello lo libera de este encuadramiento.
El mismo hecho de reconocer que “Brecht nunca tuvo demasiado entusiasmo por Stalin, y añade que “veía muy poca diferencia entre el estalinismo y el fascismo”. Detalle que extrae de sus diarios: “así lo dejó escrito, aunque no lo manifestó públicamente en su momento, como si hubiera sido necesario”. Esto sin olvidar el reconocimiento que “por sí misma” ha obtenido su obra poética y su teatro, sobre la que puede decir con toda solemnidad que ha superado la prueba del tiempo, y que ha ganado su espacio entre los grandes clásicos. Tampoco se sabe que fuese funcionario de ningún Estado. Empero, todo esto no le libera de su pertenencia a la KGB de la Cultura. Brecht participa en una misma trama “comunista”, tan tiñosa que al parecer lo mancha todo.
Aquí por lo tanto no valen los relativismos –tan habituales cuando se habla de antiguos franquistas- por más que en Brecht se da una notable ambivalencia, con todas sus matizaciones, no era otra cosa lo sucedía con Lukács. De poco le vale el “detalle” que el comunismo de Brecht siempre estuvo con los de abajo. Como ya decíamos al hablar de Lukács, el director del Instituto, hace desaparecer la historia del capitalismo, y ni entra ni sale sobre un período histórico que fue agudamente definido por Víctor Serge “medianoche del siglo” 12/ .
Brecht es –popularmente hablando- una valor mucho más sólido que Lukács. Su obra ha sido constantemente representada desde que allá por la mitad de los años veinte, la dictadura permitió en 1966 que se estrenara (en el Poliorama) una versión aligerada de La ópera de los cuatro reales, en realidad una adaptación al servicio del entonces popular “pibe” Luis Aguilé, que hacía de “Maki Navaja” y cantaba la famosa canción de Kurt Weil. Luego siguieron las concienzudas adaptaciones de Ricard Salvat, ¡además, en catalán!, supongo que porque se pensaba que El círculo de tiza o La buena persona de Sezuán, eran cosas de élites (las mismas que debían leer al Lukács), aunque la verdad fue que el Teatro Griego de Montjuich se ponía a tope. Se puede afirmar que Brecht fue uno de los arietes culturales del antifranquismo 13/ , pero como un buen clásico actual, nunca se dejó de representar con mayor o menor asiduidad, y por lo mismo se publicaron trabajos sobre él, editoriales, revistas y diarios, en tanto que Lukács permanecía relegado a una minoría especializada que guardaba las ediciones de mejores tiempos.
De momento, Brecht ha seguido siendo bastante respetado, hasta el mismísimo Mario Vargas Llosa le dedicó una de sus tribunas dominicales con elogios (envenenados) en El País titulada Distanciando a Brecht (15-02-1998), en la que se hacía eco del vasto alcance que el centenario del autor de Madre Coraje estaba teniendo en Berlín, detalla algunas de las actividades, la lista de películas en las que de alguna manera participó (aunque no ofrece más precisiones, por ejemplo su colaboración con el ciclo antifascista de Fritz Lang en Hollywood que, además, de su “compromiso” y de su “sermón marxista” ocupan una página de oro en la historia del cine, ofrece algún detalle involuntariamente cómico como cuando dice “siento una profunda antipatía moral hacia el personaje”. Han leído bien, moral. No está mal para el genio que acababa de hacer sus ditirambos a la señora Thatcher que no retiró cuando la famosa dama salvó a Pinochet de los tribunales “sectarios” con jueces que colaboraban, ¡con Amnistía Internacional! No mucho tiempo antes, Vargas Llosa había dedicado otra de sus tribunas a glosar la justificación de los historiadores neocons de Hiroshima y Nagasaki.
Pero quizás sea un buen momento para recordar, aunque sean cuatro cosas, sobre Bertold Brecht (Augsburgo, 10-02-1898, Berlín, 14-08-1956), que fue dramaturgo, poeta y teórico del teatro así como guionista de cine. Comenzó su carrera literaria como un impetuoso y original “poeta maldito” enamorado de la potencia de lo norteamericano, de autores como Jack London, Frank Norris y Upton Sinclair, admiración que se expresa en obras como Del pobre B.B., Baal, En la jungla de las ciudades. Éste es también un tiempo en el que el joven Brecht procuraba rescatar la escena alemana de los excesos sentimentales y expresionistas.
Las consecuencias de la crisis económica que conmovió la República de Weimar (y a sus financieros que comenzaron a buscar “un salvador”), afectó profundamente a Brecht. Una situación que le llevó a adoptar, hacia 1928, su resolución de forjar el “teatro de la era científica”. Se trataba de conseguir una representación “distanciada” mediante argumentos, decorados, actuación y dirección sin crispaciones. Que fuesen interesantes y a la vez didácticas. En ellas se presentarían los dilemas de la sociedad moderna, un mundo ante el cual el individuo aislado se halla impotente. “Uno es ninguno”, es el tema sobre el que gira la temática de un Hombre por hombre, una frase que se tendrían que repetir los ilusos que creen que porque crean que lo propio es “que cada cual cuide de su culo”, van a impedir que le den de todas las formas, laboralmente hablando. Solamente nuevas modalidades de pensamiento, organización y productividad que responda a otro tema primordial: “Cuando el hombre ayuda al hombre” (que preside La pieza didáctica de Baden) pueden rehumanizar una existencia que el ciego egoísmo capitalista (de “todos contra todos”) ha convertido en bárbara.
En vez de preocuparse en ganar dinero, aquel escéptico y erudito Brecht completó esta visión moral mediante un estudio de primera mano de la obra de Marx y, en cierta medida, de la de Lenin. Ocurrió que mientras se dedicaba a los estudios preliminares de su obra Santa Juana de los mataderos, Brecht se entregó a la lectura de El Capital, pasión que le ayudó a situar en un plano extremadamente riguroso sus propias intuiciones. Fue por entonces cuando comentó a uno de sus numerosos colaboradores (E. Hauptmann), que “tenía que sabérselo todo” (octubre de 1926). Veinte años después se disponía a adaptar el Manifiesto Comunista a la “versificación altamente respetable de De rerum natura de Lucrecio, revistiéndolo de algo semejante a la artificiosidad de la condición burguesa”.
Se puede decir que el marxismo de Brecht fue conformado, en parte, por las demandas cientifistas del entonces pujante PC Alemán (el más importante fuera del PCUS) y, en parte, también por los mentores intelectuales a los que aceptó como amigos y colegas suyos. En especial Fritz Sternberg, Karl Korsch y Walter Benjamin, tres de los mayores marxistas alemanes desde las muertes de Rosa Luxemburgo y Frank Merhing 14/ , por cierto, todo ellos inequívocamente antiestalinistas. Por esta época, Brecht rechazó la línea dialéctica propuesta por Theodor Adorno como no plumpe (materialista) y ofreció una aguda sátira del grupo de la Escuela de Francfort, a los que presentó como intelectuales cortesanos de la era burguesa (Tui-Roman, Turandot). Igualmente Brecht rechazó las teorías de Giorgy Lukács sobre el “realismo literario”, que consideró como no dialéctica y tendente a suprimir la imaginación y productividad de los lectores (así los expresó en Anchura y variedad del modo de escritura realista). Molina anota justamente “su aversión hacia el poder literario-político ejercido por Lukács desde Moscú. Brecht hablaba de un realismo más inteligente, productivo y permanente”. Otra cosas es que la pata coja de Lukács invalide su obra.
La vida de Brecht en Moscú puso a prueba su idealismo, entre cosas porque muchos comunistas alemanes ilustres como Heinz Neumann, desaparecieron. Eso sin olvidar pensadores y artistas afines a él, como su amigo Sergei Tretyakov o el director V. Meyerhold, fueron exterminados. En vida de Brecht sólo se representó La ópera de los cuatro reales. En realidad, al exiliarse de Alemania el día en que Hitler accedió al poder, Brecht esperaba alcanzar al fin el éxito en los escenarios de Broadway, pero ni se congració con los inversores ni persuadió a la izquierda norteamericana de que tenia una importante mercancía que ofrecer. Se habría forrado escribiendo en el Wall Street Journal una tribuna dominical ajustando las cuentas a los que se oponían a la “democracia” en nombre de lo trabajadores y el socialismo.
Se ha escrito que sus años en Santa Mónica y Nueva York (1941-1947) alentaron un cierto “oportunismo” en su método sin aumentar, a no ser marginalmente, la accesibilidad de su obra. Sobre este pasaje existen multitud de anécdotas, y contaré solo una. Al día siguiente de que Douglas Sirk comprara un libro suyo en una librería de viejos, recibió la visita de un policía del FBI para interrogarle. No “escogió la libertad” y regresó a Europa para poner en práctica sus obras y métodos con su propia compañía, el Berlín Ensemble (dirigido por su mujer, la gran actriz Helene Weigel); sus giras aportaron la definitiva praxis teatral de la década de los cincuenta en Francia, Gran Bretaña, Italia y Polonia.
A su manera, Brecht intentó ser el Marx del teatro poscapitalista, postsubjetivista. Las propuestas que desarrolló para explicar su sistema -la noción de teatro “épico” (más tarde “dialéctico”) y las técnicas de “distanciamiento” en cuanto a actuación, dirección y obra literaria- son de lectura indispensable en la estética moderna, y el concepto brechtiano está plenamente incorporado a la jerga teatral más extensa. El dramaturgo era más científico y objetivo, mientras que el ensayista estaba más preocupado por la ética y la moral. Molina tiene razón cuando escribe que “el autor de Galileo Galilei pensaba que la ciencia y la cultura debían servir a las causas sociales de los más desfavorecidos sin intermediarios”, y el hecho es que la obra de Brecht se ha representado entre los trabajadores, en los pueblos, en los lugares más improbables.
Molina dice que admira a Brecht, y destaca que “obras como La madre, Santa Juana de los mataderos, Las medidas tomadas, Madre Coraje, La resistible ascensión de Arturo Ui, El círculo de tiza caucasiano y Galileo Galilei poseen una fecundidad innata que enseñan objetividad dialéctica a la vez que atraen a la audiencia y entretienen”, pero esto tampoco modifica su veredicto. Precisa “que el autor del poema Yo, el superviviente, dio como seguro que nunca hubiera sobrevivido a Stalin de haberse refugiado allí y no en Estados Unidos”, lo cual es cierto. Pero esa no es la cuestión, no se trata de establecer comparaciones al margen de las condiciones históricas. Brecht sabía bastante más cosas de las que dijo, Isaac Deutscher sugiere que era como su Galileo, alguien que no tiene más remedio que adecuar su opinión a las imposiciones de la Inquisición, pero que sabe que con el tiempo, todo está obligado a cambiar.
Para reforzar sus acusaciones, Molina cita un encuentro entre Lukács y Stephen Spender, el poeta inglés que horrorizado por la actitud del liberalismo ante el nazismo y ante Franco, se hizo comunista para luego arrepentirse. En el momento representaba a la UNESCO en un congreso internacional. La compañera de Lukács, Gertrud le preguntó por qué ya no era comunista. Spender contestó: "Porque estoy en contra de los campos de concentración". Aunque no lo hizo, Gertrud le podría haber respondido: “a) los comunistas fueron las primeras víctimas de dichos campos; b) los más avanzados estuvieron entre los primeros en denunciarlos; c) si era por estar en contra de los campos de concentración, la derecha y el capitalismo los empleó a gran escala antes y después (Weyler en Cuba; los británicos en Sudáfrica; Horthy en Hungría, etc).
El asunto no era pues la denuncia de dichos campos (que ya fueron hecha por Trotsky, Serge, y otros en los años treinta; los “trotskistas” los conocieron y murieron luchando en ellos, tanto fue así que casi no quedó nadie para contarlo), el asunto era que Spender utilizaba los campos rusos para mirar hacia otro lado delante de los “Gulags”, empezando por los del Imperio Británico que por la época exterminaba a millares de kenianos para “salvarlos” del “terrorismo” del Mau-Mau, y los ejemplos se podrían multiplicar. Por ejemplo, alguien sabe que el célebre mariscal Montgomery era un firme partidario del sistema de “apartheid” en Sudáfrica.
Molina podría también haber recordado que Spender, después de haber servido para la CIA, apoyó las campañas de Bertrand Russell contra la guerra del Vietnam, uno de los mejores ejemplos sobre cuantas atrocidades se pueden perpetrar en nombre de la democracia y la libertad. Pero eso se encuentra en una parte de la historia que él no quiere mirar.
Los social liberales tiraron por la borda del “final de la historia” todas las tradiciones anticapitalistas, justamente cuando más falta hacían.
Notas.
1 / El País (17-10-06),
2/ A mi juicio, la crítica más aguda de Furet fue la efectuada por Daniel Bensaïs (por ejemplo en www.espacioalternativo.org)
3/ El método del “libro negro” que inspira el actual anticomunismo comprende un “libro blanco” sobre el capitalismo y el imperialismo. Un buena síntesis crítica de este último se puede encontrar en AA.VV, El libro negro del capitalismo (Txalaparta, Tafalla, 2001).
4/ A mi entender, los estudios más completos sobre Lukács son los de Michael Löwy, especialmente Por una sociología de los intelectuales revolucionarios: Ia evolución política de Lukács, 1909-1929 (Trad. de María Dolores de la Peña. México: Siglo XXI, 1978); así como los textos incluidos en El marxismo olvidado que editó Fontamara (1978), editorial que también dio a conocer la famosa biografía escrita por István Mészáros, El pensamiento y la obra de Georg Lukács (1981). También está la edición de G.H. R. Parkinson, Georg Lukács. El hombre, su obra, sus ideas (Grijalbo, Barcelona, 1973).
5/ En su artículo, Molina concluye agrupando todas las requisitorias adversas a Lukács –de Balázs, Bloch y Jaspers-, como si no hubiera otras, como si estas se pudieran aislar, como si se trataran de sentencias, media un abismo. Pero, ¿qué otra cosa se puede esperar de alguien que reduce una trayectoria como la aquí –someramente- descrita como la de un intelectual de la KGB?. Después de la evolución de Jon Juaristi -desde “simpa” de la LKI hasta la FAES-, parece que el cargo obliga a dejar patente el anticomunismo.
6/ Desde una óptica marxista, anotemos que Bálzas es el autor de La burocracia celeste (Barral, Barcelona, 1974), Arnold Hauser es el reconocido autor de la monumental Historia social del arte y la literatura (Guadarrama, Madrid, 1969), y que Eugene Vargas, después de haber servido durante muchos años como “cerebro” económico de Stalin, se descolgó con un vibrante Testamento (Icaria, Barcelona, 1977), cuyo mensaje básico será: “Realizar el comunismo no es únicamente desarrollar las fuerzas productivas. El comunismo es ante todo el triunfo total del espíritu democrático socialista y de la iniciativa cívica libre de las masas, fundada en la autogestión de los trabajadores en todos los dominios de la vida”.
7/ Después de iniciar edición de las Obras Completas de Lukács en la experta y esmerada traducción de Manolo Sacristán, Grijalbo interrumpió el proyecto y poco después los volumenes aparecidos aparecían en los lotes de las rebajas, entre ellos la Estética que en los años sesenta-setenta era “el no va más” de la cultura marxista.
8/ Me remito a mis trabajos sobre la revolución húngara de 1956 (que constan con un apartado sobre 1919), uno aparecido en la revista de El Viejo Topo y otro en la Web de la Fundación Andreu Nin.
9/ Se suele considerar que dichas “Tesis” suponen un adelanto de las propuestas del Frente Popular, pero esto es muy discutible ya que invierten el punto cardinal de estas; para "Blum" no se trata de supeditar el bloque democrático a la hegemonía política de la burguesía "liberal" para una alternativa "democrática", por el contrario, lo que pretende es que la clase obrera asuma este papel en la lucha democrática contra el fascismo y las dictaduras de derechas pero para avanzar el socialismo mediante una línea de ruptura. Este planteamiento tiene a nuestro juicio más connotaciones con las posiciones del último Gramsci y con las de la Oposición de izquierda, antes que con las que darán lugar a los desastres de Francia y España (1936-1939).
10/ Tanto Historia... como el Lenin, fueron material de primer orden en los primeros años de la LCR española, entre otras cosas, justificaba fehacientemente la teoría de la ofensiva, la idea de que la acción ejemplar podía acelerar la conciencia de las masas... Una de las bromas sobre Lukács con Holz, Kofler y Wolfgang Abendroth de entonces era preguntar a un “tovarich” si tenía “el Lukács de Lenin”, la mayoría caían.
11/ Aparte de la biografía de Henri Arvon (Fontanella, 1967), y del ensayo de Juan Ramón Recalde (del que nadie ha vuelto a hablar), el trabajo introductorio más importante que se publicó en la España franquista sobre Lukács fueron las Conversaciones de Lukács con Holz, Kofler y Wolfgang Abendroth, aparecidas tempranamente en Alianza de bolsillo, y por lo tanto asequible a cualquiera.
12/ Víctor Serge se refería a la confluencia de horrores, de un lado la crisis social abierta con el “crack” del 29, de otro el ascenso del nazi-fascismo, y de otro el estalinismo que estaba liquidando todos los vestigios de bolchevismo en la URSS. Fue publicado por Ayuso, Madrid, y no sé que se haya reeditado. Alguien me contó que en realidad pertenecía a Walter Benjamín, pero no he encontrado el lugar.
13/ En una de las “Travesías” que Antonio Muñoz Molina publicaba en El País, se detuvo en lo que llamó “Otoño Brecht” (27-09-1995), como muestra de su camino de arrepentimiento. Decía que 20 años atrás Brecht había sido como una moda de otoño, “una figura obligatoria de culto” (¿quién obligaba, el Estado?), y descubría que detrás de la mitología había un “didactismo que no ofende ya por lo burdo o lo simple, sino por lo falso”. La falsedad radicaba obviamente en el análisis marxista de Brecht que, por citar un ejemplo, consideraba la República de Weimar como un “Estado bárbaro y corrupto de la oligarquía”, cuando en realidad se trataba de “un régimen democrático”. O sea (¡toma del frasco Carrasco!) Molina defendía la democracia contra Brecht. Cualquier historia seria le enseñaría que la democracia en Europa es una conquista del movimiento obrero (con los comunistas en primera línea), que la oligarquía se “cargó” literalmente la República de Weimar apostando por los nazis... Brecht defendía las libertades y la justicia social, palabras que Muñoz Molina gusta de citar. Pero si algún día luchó por estas cosas, ya ha mostrado debidamente su constricción.
14/ Fritz Sternberg fue el autor de una Historia del bolchevismo amén de un especialista en historia antigua cada vez más reconocido, Karl Korsch uno de los teóricos marxistas más preparados de su tiempo, fue muy editado en los años setenta, y durante la guerra española se identificó especialmente con el anarcosindicalismo, en cuanto a Walter Benjamin...
Rebelión
Hay un momento en el documental sobre los niños del franquismo, de Montse Armengol, en la que la responsable de ellos en los primeros tiempos del franquismo, se ve agobiada por los datos que se le están planteando por lo que decide pasar al ataque. No puede negar lo que le cuentan, pero tiene una defensa: el comunismo era peor, mucho peor. Por supuesto, el comunismo era el Stalin del treinta, pero ellos ya lo describían así desde Octubre de 1917. Esto que en su momento expresaba la opinión de la extrema derecha, se ha convertido en una ley de bronce de los medios en los que, por citar únicamente un par de ejemplos, dos personajes de la talla de Berthold Brecht (1898-1956) y Giorgy von Lukács (1885-1971), han pasado a ser poco menos que “comisarios” del Koba, sin más derecho que el que le puedan otorgar las revistas minoritarias. Un buen ejemplo de esta actitud la representó sin complejos César Antonio Molina, y lo hizo en un lejano artículo titulado El KGB de la cultura 1/ firmado por (director del Instituto Cervantes). Uno se podría creer que el autor hablaría de los responsables “culturales” de este siniestro departamento, pero me encuentro que con motivos de sus respectivos aniversarios, el autor juzga a dos de los mayores intelectuales del siglo XX, Berthold Brecht (1898-1956) y Giorgy von Lukács (1885-1971).
De entrada, con este título, todo lo que dice el autor queda –irremisiblemente- ligado al terror estaliniano, incluso cuando el propio autor detalla que tanto uno, como otro, escaparon por los pelos de su represión. La reducción se cumple con otro requisito básico: Molina no da un paso fuera de la historia del estalinismo, de tal manera que uno y otro quedan encerrados en el estigma de la KGB. Se trata de una metodología muy en consonancia con las ya practicadas por los expertos de la casa, en unas prácticas ya consagradas por la famosa (y se nos quiere convencer que definitiva) obra de François Furet, El pasado de una ilusión 2/ . Es una técnica con la que se vacían cómodamente los océanos de sangre provocados, no ya por los fascismos (como el nuestro al que se nos indica miremos sin ira), sino por las democracias mejor homologadas 3/, se llena de estalinismo las biografías de unos autores comunistas de larga y compleja trayectoria. Una trayectoria en la que los momentos de complicidades puntuales con el estalinismo hacen olvidar tanto sus repulsas como la amplitud de sus aportaciones.
César Antonio Molina se despacha sobre todo con Lukács sobre el que expone su cara más oscura. Una parte oscura que no se puede desligar de la propia “pata de palo” del autor de Historia y conciencia de clase, pero tampoco de los abismos abiertos por una época en la que convergieron tres grandes desastres: el “crack” financiero y político de las democracias liberales, el ascenso del nazi-fascismo, así como la inusitada contrarrevolución burocrática en la URSS. Sin embargo, por más que sus partes oscuras fueran de dominio común (se solía bromear con sus “autocríticas” y con sus “excomuniones”), lo cierto es que a nadie se le ocurría negar el valor de su obra por mayores que fuesen sus pecados (¿se imagina alguien que algo así se pueda hacer con Ortega y Gasset?), tanto fue así que los años sesenta-setenta, se editaron entre España y América Latina casi la práctica totalidad de su obra, sobre todo en Grijalbo en las traducciones de Manuel Sacristán y Gustau Muñoz, amén de numerosos estudios 4/. Eso sí, en los ochenta casi desapareció, y para encontrarlo había que ir a las librerías de segunda mano. Una anécdota harto sintomática de este cambio lo observaba alguien (que no recuerdo) que contaba que había escuchado el siguiente comentario en las puertas del Liceo después del “tejerazo”: “¡Y ahora que no nos vengan con el Lukács!”
Pero eso fue lo que ocurrió con “todo” el marxismo (y demás corrientes “subversivas”), aunque era difícil llegar a creer que se llegaría a los extremos actuales 5/.
Lukács conoció una intensa vida como filósofo, como crítico literario y (entre 1919 y 1929) como uno de los dirigentes del movimiento comunista húngaro a lo largo de varias décadas. Autor de numerosas obras, sus primeras publicaciones aparecieron en 1902, ultimó sus Prolegómenos a una antología social unos setenta años después, poco antes de su muerte. También dejó esbozada una última obra: sus memorias, originariamente tituladas Pensamiento vivido. Con anterioridad a la revolución de Octubre, Lukács se hallaba comprometido con un sistema objetivo idealista, influido por Platón, Kant, Hegel y Kierkegaard (Lukács fue el primero en volver a sacar a la luz la obra de este último, hacia 1908).
Conocida es su amistad con Georg Simmel, Max Weber y Ernst Bloch, pasó mucho tiempo en Alemania, escribiendo al final muchas de sus obras en alemán. En Hungría, durante la Primera Guerra Mundial fue el líder intelectual del “Círculo del Domingo”, junto Frigyes Antal, Béla Balázs, Béla Fogarasi, Arnold Hauser, Karl Mannheim, Karl Polány, Wilhelm Szilasi, Charles de Tolnay, Eugene Varga 6/ entre otros. Entre todos organizaron la “Escuela Libre de Ciencias del Espíritu” en la que participaban también Bartók y Kodály. Sus obras principales durante esa época fueron: El alma y las formas, 1910; Historia del desarrollo del drama moderno, 1911; Cultura estética, 1913; Teoría de la novela, 1916, y la Filosofía del arte de Heidelberg. En esta época comenzó a escribir su célebre obra la Estética de Heidelberg, empezada en 1912, abandonada en 1918 y publicada póstumamente 7/.
Aunque el canon histórico neoliberal tiene poco menos que prohibido hablar de la “Gran Guerra” (Enrique Krauze la achaca a una cosa llamada “nacionalismos”), el caso es que significó un desastre humanitario de alcance hasta entonces desconocido, y colocó al borde del abismo a países como Rusia y Hungría, provocando una auténtica reacción crítica en la que se inscribe la evolución de Lukács hacia el marxismo (cuando él habla del odio que incubó contra la burguesía se está refiriendo a esta “página en blanco” en la historia del imperialismo. En 1918 se afilió al partido comunista. Durante los meses de la Comuna húngara, en 1919, un acontecimiento que Molina restringe a un único comentario (lamentó que se había derramado “demasiada poca sangre burguesa”), que cita por lo tanto, totalmente descontextualizado. Durante la revolución fue ministro (comisario del Pueblo) de Educación y Cultura, designando a varios de sus amigos y colaboradores (Antal, Bartók, Kodály, Mannheim, Varga y otros) para importantes puestos político-culturales 8/. Cuando triunfó la contrarrevolución, comenzó un exilio que no concluyó hasta 1945, año en que regresó tan sólo para hacer un trabajo clandestino de partido, desafiando la sentencia de muerte que contra él pronunciaron los jueces de Horthy. Un detalle que dice algo de su compromiso militante.
La amplitud del compromiso marxista de Lukács no se puede reducir a unas cuantas pinceladas sectarias –que las hubo-, y para ofrecer, aunque sea una idea muy apretada, cabe referirse cuanto menos a cinco fases diferenciadas:
Una primera que va desde 1919 a 1929, período en el que Lukács aparece ligado a la internacional Comunista, cuando ésta aparecía como un instrumento a favor de la revolución, o sea a una época en que el ideal revolucionario estaba plenamente vivo. En este tiempo, Lukács fue uno de los líderes del Partido Comunista húngaro, Lukács se vio profundamente inmerso en la lucha política cotidiana viciada por las confrontaciones internas entre facciones, constantemente atacadas por el aparato creado entorno a Béla Kun (el líder de la República de los Conejos Obreros que después de trabajar para Stalin en el Komintern, murió a mano de su policía). Muchos de sus escritos se referían a cuestiones políticas y de agitación, ya la elaboración de una estrategia política viable que culminó en las Tesis sobre Blum, tesis sobre la que valdría la pena un buen debate.
Escritas en 1928, y propugnando perspectivas bastante semejantes a las propuestas del VII Congreso de la Internacional, y que siete años más tarde fueron adaptadas a las exigencias de la política exterior estaliniana con el nombre de Frente Popular» (adoptadas como política oficial de la Komintern siete años después), pero que en pleno período de “socialfascismo” (ya se sabe, el fascismo y la socialdemocracia eran “hermanos gemelos” según Stalin), y fueron tachadas como “liquidacionistas” y como “medio socialdemócratas” 9/. Sus principales escritos teóricos de este periodo fueron recopilados en tres volúmenes: Historia y conciencia de clase (1923); Lenin. La coherencia de un pensamiento (1924), y Escritos políticos, 1919-1929. De ellos, Historia y conciencia de clase, máxima expresión de su trama consejista-izquierdista 10/, acabaría siendo condenado por la Komintern de la época post estalinista a través de Bujarin, Zinóviev y otros, ejerció una enorme influencia desde Korsch hasta Benjamin y Merleau-Ponty, y desde Goldmann hasta Marcuse y el movimiento estudiantil de finales de la década de 1960, y el propio Lukács lo evoca con cierta nostalgia en las Conversaciones 11/ .
Un segundo, abarca desde 1930 hasta su regreso a Hungría (1945). Obligado a abandonar las actividades políticas debido a la “desviación” que representaban sus Tesis sobre Blum, Lukács escribió principalmente ensayos de crítica literaria así como dos obras teóricas fundamentales: La novela histórica (1937), y una de sus obras maestras, El joven Hegel y los problemas de la sociedad capitalista (1938). Sus estudios literarios fueron reunidos bastantes años más tarde en diversos volúmenes como los titulados Materiales sobre realismo; Goethe y su época, y Thomas Mann. En el orden teórico, esta fase estuvo marcada por una modificación de sus primeras ideas sobre la “reflexión” y por el rechazo de la “identidad sujeto-objeto”, concepto que había defendido en Historia y conciencia de clase, y que en gran medida son deudores de la publicación de los Manuscritos económico-filosóficos y los Grundrisse de Marx, sin olvidar los Cuadernos filosóficos en los que Lenin daba cuenta de sus lecturas de Hegel (un texto capital también en la evolución del pensamiento de Henri Lefevre). Encarcelado en la URSS en 1941 durante un breve período, fue puesto en libertad gracias a la intervención de Dimitrov, quien compartía algunos de sus puntos de vista, aunque –claro está- sin expresarlos.
Luego, entre la última fase de la II Guerra Mundial (1943), y los inicios de la “democracia popular” húngara (1949), reapareció el Lukács más militante, y se vio profundamente envuelto en la actividad cultural y política, primero clandestina, luego legal, publicando muchos ensayos literarios, y fundó y presidió la publicación cultural mensual Forum. En 1949 fue violentamente atacado por los ideólogos oficialistas del PC húngaro (Rudas, Horvath y Revai), a causa de las ideas expresadas en sus obras Literatura y democracia y Por una nueva cultura húngara, que recogían y ampliaban las Tesis sobre Blum.
Estos ataques (que se amplificaron con los provenientes de la URSS a través de Fadeev y otros intelectuales oficialistas) denunciaban en buena medida la completa estalinización de la cultura y política húngaras, y obligaron a Lukács a abandonar sus estudios filosóficos. Hay una cuarta fase que coincide con la ebullición intelectual que culminará con la revolución húngara de Octubre de 1956, y durante la cual, Lukács emprendió varias obras fundamentales de síntesis, dos de las cuales fueron completadas en ese período: El asalto de la razón y La particularidad como categoría estética. Cuando acababa de escribir El significado del realismo contemporáneo, pasó a ocupar el cargo de ministro de Cultura en el breve gobierno de Imre Nagy, y cuando entraron los tanques rusos, en Budapest fue deportado junto con otros miembros del gobierno a Rumania, regresando a Budapest en el verano de 1957. Esta extensa disidencia (que a veces trataba de justificar con sus debidas genuflexiones), no son suficientes para que el avezado César Antonio Molina reduzca la caracterización de Lukács a “idólatra” de Stalin.
En su última fase (1957-1971), Lukács se distingue por su esfuerzo en culminar dos síntesis muy densas: un nuevo trabajo sobre estética: La naturaleza específica de la estética (1962), así como una antología social, Hacia una antología del ser social (1971), en la que incluyen tres apartados muy importantes sobre Hegel, Marx y Trabajo que se publicarán sucesivamente después de su muerte. Recuerdo que cuando ésta tuvo lugar, todas las revistas y diarios ajenos al régimen le dedicaron una atención menor que la que ofrecieron sobre Bertrand Russell, muerto un poco antes (1970).
Como es sabido, las mayores aportaciones del marxismo de Lukács tuvieron un alcance muy amplio, desde la estética y la crítica literaria hasta la filosofía, la sociología y la política. En el ámbito de las ideas estéticas, además de las numerosas obras en las que creó toda una escuela sobre el realismo, ofrecida a través de una postura enérgicamente “tradicionalista” que le llevaba por igual a rechazar a Kafka, Joyce o Brecht, produjo no obstante, una de las síntesis más completas y fundamentales de la teoría marxista del arte y la literatura, un material sobre el cual otros discípulos rectificaron y ampliaron sus partes más estrechas. Resulta curioso que Molina le atribuye un rechazo del “realismo social” de Gorki –al que incluyó entre los clásicos que más admiraba-, al tiempo que otorga al autor de Los bajos fondos el “invento” del “realismo social” (“con permiso de Stalin), cuando Gorki lo único que hizo fue no oponerse; aunque sobre esto también habría que hablar ya que por la misma época aceptó tener una entrevista –clandestina- con Trotsky, que si no tuvo lugar, no fue por él.
Como filósofo, Lukács emerge como una de las figuras principales del marxismo occidental, tal como dejaría constancia Perry Anderson en su conocido trabajo. Lukács fue un constante defensor de la causa de la dialéctica contra diversas formas de irracionalismo, de materialismo mecanicista y de dogmatismo, ajustando criterios que, por más que resulten claramente discutibles, conforman un legado cultural de primera magnitud. Lukács elaboró desde su subyugante Historia y conciencia de clase, una teoría de la alienación y de la reificación, y lo hizo bastante antes de la tardía publicación de las importantes obras de Marx sobre el tema, y que tanto contribuyeron a liberar el marxismo de los corsés en lo que lo habían encerrado la vieja socialdemocracia y el estalinismo. Esto por no hablar de una monumental y aún poco comprendida ontología social, escrita entre sus 75 y sus 85 años, un tiempo en el que se puede hablar de un cierto Lukács “olímpico”, o sea liberado de sus obligaciones partidarias estrechas, y ya claramente opuesto a todo lo que oliera a estalinismo. En cuanto al apartado de la sociología, conviene recordar su teoría de la conciencia de clase la que tuvo un mayor impacto, influyendo fuertemente en la “sociología del conocimiento”, tan cara a la Escuela de Francfort así como es escuelas más recientes. En el terreno de la política, el abanico de sus ideas y aportaciones requieren una importante contextualización ya que sus implicaciones estalinianas –sus bochornosas autocríticas, su insoportable actuación durante los “Procesos de Moscú”, todo para separar el niño de un agua a veces, especialmente ensuciada.
Aunque, tal como decimos más arriba, Molina es mucho más denigratorio con Lukács que con Brecht, no por ello lo libera de este encuadramiento.
El mismo hecho de reconocer que “Brecht nunca tuvo demasiado entusiasmo por Stalin, y añade que “veía muy poca diferencia entre el estalinismo y el fascismo”. Detalle que extrae de sus diarios: “así lo dejó escrito, aunque no lo manifestó públicamente en su momento, como si hubiera sido necesario”. Esto sin olvidar el reconocimiento que “por sí misma” ha obtenido su obra poética y su teatro, sobre la que puede decir con toda solemnidad que ha superado la prueba del tiempo, y que ha ganado su espacio entre los grandes clásicos. Tampoco se sabe que fuese funcionario de ningún Estado. Empero, todo esto no le libera de su pertenencia a la KGB de la Cultura. Brecht participa en una misma trama “comunista”, tan tiñosa que al parecer lo mancha todo.
Aquí por lo tanto no valen los relativismos –tan habituales cuando se habla de antiguos franquistas- por más que en Brecht se da una notable ambivalencia, con todas sus matizaciones, no era otra cosa lo sucedía con Lukács. De poco le vale el “detalle” que el comunismo de Brecht siempre estuvo con los de abajo. Como ya decíamos al hablar de Lukács, el director del Instituto, hace desaparecer la historia del capitalismo, y ni entra ni sale sobre un período histórico que fue agudamente definido por Víctor Serge “medianoche del siglo” 12/ .
Brecht es –popularmente hablando- una valor mucho más sólido que Lukács. Su obra ha sido constantemente representada desde que allá por la mitad de los años veinte, la dictadura permitió en 1966 que se estrenara (en el Poliorama) una versión aligerada de La ópera de los cuatro reales, en realidad una adaptación al servicio del entonces popular “pibe” Luis Aguilé, que hacía de “Maki Navaja” y cantaba la famosa canción de Kurt Weil. Luego siguieron las concienzudas adaptaciones de Ricard Salvat, ¡además, en catalán!, supongo que porque se pensaba que El círculo de tiza o La buena persona de Sezuán, eran cosas de élites (las mismas que debían leer al Lukács), aunque la verdad fue que el Teatro Griego de Montjuich se ponía a tope. Se puede afirmar que Brecht fue uno de los arietes culturales del antifranquismo 13/ , pero como un buen clásico actual, nunca se dejó de representar con mayor o menor asiduidad, y por lo mismo se publicaron trabajos sobre él, editoriales, revistas y diarios, en tanto que Lukács permanecía relegado a una minoría especializada que guardaba las ediciones de mejores tiempos.
De momento, Brecht ha seguido siendo bastante respetado, hasta el mismísimo Mario Vargas Llosa le dedicó una de sus tribunas dominicales con elogios (envenenados) en El País titulada Distanciando a Brecht (15-02-1998), en la que se hacía eco del vasto alcance que el centenario del autor de Madre Coraje estaba teniendo en Berlín, detalla algunas de las actividades, la lista de películas en las que de alguna manera participó (aunque no ofrece más precisiones, por ejemplo su colaboración con el ciclo antifascista de Fritz Lang en Hollywood que, además, de su “compromiso” y de su “sermón marxista” ocupan una página de oro en la historia del cine, ofrece algún detalle involuntariamente cómico como cuando dice “siento una profunda antipatía moral hacia el personaje”. Han leído bien, moral. No está mal para el genio que acababa de hacer sus ditirambos a la señora Thatcher que no retiró cuando la famosa dama salvó a Pinochet de los tribunales “sectarios” con jueces que colaboraban, ¡con Amnistía Internacional! No mucho tiempo antes, Vargas Llosa había dedicado otra de sus tribunas a glosar la justificación de los historiadores neocons de Hiroshima y Nagasaki.
Pero quizás sea un buen momento para recordar, aunque sean cuatro cosas, sobre Bertold Brecht (Augsburgo, 10-02-1898, Berlín, 14-08-1956), que fue dramaturgo, poeta y teórico del teatro así como guionista de cine. Comenzó su carrera literaria como un impetuoso y original “poeta maldito” enamorado de la potencia de lo norteamericano, de autores como Jack London, Frank Norris y Upton Sinclair, admiración que se expresa en obras como Del pobre B.B., Baal, En la jungla de las ciudades. Éste es también un tiempo en el que el joven Brecht procuraba rescatar la escena alemana de los excesos sentimentales y expresionistas.
Las consecuencias de la crisis económica que conmovió la República de Weimar (y a sus financieros que comenzaron a buscar “un salvador”), afectó profundamente a Brecht. Una situación que le llevó a adoptar, hacia 1928, su resolución de forjar el “teatro de la era científica”. Se trataba de conseguir una representación “distanciada” mediante argumentos, decorados, actuación y dirección sin crispaciones. Que fuesen interesantes y a la vez didácticas. En ellas se presentarían los dilemas de la sociedad moderna, un mundo ante el cual el individuo aislado se halla impotente. “Uno es ninguno”, es el tema sobre el que gira la temática de un Hombre por hombre, una frase que se tendrían que repetir los ilusos que creen que porque crean que lo propio es “que cada cual cuide de su culo”, van a impedir que le den de todas las formas, laboralmente hablando. Solamente nuevas modalidades de pensamiento, organización y productividad que responda a otro tema primordial: “Cuando el hombre ayuda al hombre” (que preside La pieza didáctica de Baden) pueden rehumanizar una existencia que el ciego egoísmo capitalista (de “todos contra todos”) ha convertido en bárbara.
En vez de preocuparse en ganar dinero, aquel escéptico y erudito Brecht completó esta visión moral mediante un estudio de primera mano de la obra de Marx y, en cierta medida, de la de Lenin. Ocurrió que mientras se dedicaba a los estudios preliminares de su obra Santa Juana de los mataderos, Brecht se entregó a la lectura de El Capital, pasión que le ayudó a situar en un plano extremadamente riguroso sus propias intuiciones. Fue por entonces cuando comentó a uno de sus numerosos colaboradores (E. Hauptmann), que “tenía que sabérselo todo” (octubre de 1926). Veinte años después se disponía a adaptar el Manifiesto Comunista a la “versificación altamente respetable de De rerum natura de Lucrecio, revistiéndolo de algo semejante a la artificiosidad de la condición burguesa”.
Se puede decir que el marxismo de Brecht fue conformado, en parte, por las demandas cientifistas del entonces pujante PC Alemán (el más importante fuera del PCUS) y, en parte, también por los mentores intelectuales a los que aceptó como amigos y colegas suyos. En especial Fritz Sternberg, Karl Korsch y Walter Benjamin, tres de los mayores marxistas alemanes desde las muertes de Rosa Luxemburgo y Frank Merhing 14/ , por cierto, todo ellos inequívocamente antiestalinistas. Por esta época, Brecht rechazó la línea dialéctica propuesta por Theodor Adorno como no plumpe (materialista) y ofreció una aguda sátira del grupo de la Escuela de Francfort, a los que presentó como intelectuales cortesanos de la era burguesa (Tui-Roman, Turandot). Igualmente Brecht rechazó las teorías de Giorgy Lukács sobre el “realismo literario”, que consideró como no dialéctica y tendente a suprimir la imaginación y productividad de los lectores (así los expresó en Anchura y variedad del modo de escritura realista). Molina anota justamente “su aversión hacia el poder literario-político ejercido por Lukács desde Moscú. Brecht hablaba de un realismo más inteligente, productivo y permanente”. Otra cosas es que la pata coja de Lukács invalide su obra.
La vida de Brecht en Moscú puso a prueba su idealismo, entre cosas porque muchos comunistas alemanes ilustres como Heinz Neumann, desaparecieron. Eso sin olvidar pensadores y artistas afines a él, como su amigo Sergei Tretyakov o el director V. Meyerhold, fueron exterminados. En vida de Brecht sólo se representó La ópera de los cuatro reales. En realidad, al exiliarse de Alemania el día en que Hitler accedió al poder, Brecht esperaba alcanzar al fin el éxito en los escenarios de Broadway, pero ni se congració con los inversores ni persuadió a la izquierda norteamericana de que tenia una importante mercancía que ofrecer. Se habría forrado escribiendo en el Wall Street Journal una tribuna dominical ajustando las cuentas a los que se oponían a la “democracia” en nombre de lo trabajadores y el socialismo.
Se ha escrito que sus años en Santa Mónica y Nueva York (1941-1947) alentaron un cierto “oportunismo” en su método sin aumentar, a no ser marginalmente, la accesibilidad de su obra. Sobre este pasaje existen multitud de anécdotas, y contaré solo una. Al día siguiente de que Douglas Sirk comprara un libro suyo en una librería de viejos, recibió la visita de un policía del FBI para interrogarle. No “escogió la libertad” y regresó a Europa para poner en práctica sus obras y métodos con su propia compañía, el Berlín Ensemble (dirigido por su mujer, la gran actriz Helene Weigel); sus giras aportaron la definitiva praxis teatral de la década de los cincuenta en Francia, Gran Bretaña, Italia y Polonia.
A su manera, Brecht intentó ser el Marx del teatro poscapitalista, postsubjetivista. Las propuestas que desarrolló para explicar su sistema -la noción de teatro “épico” (más tarde “dialéctico”) y las técnicas de “distanciamiento” en cuanto a actuación, dirección y obra literaria- son de lectura indispensable en la estética moderna, y el concepto brechtiano está plenamente incorporado a la jerga teatral más extensa. El dramaturgo era más científico y objetivo, mientras que el ensayista estaba más preocupado por la ética y la moral. Molina tiene razón cuando escribe que “el autor de Galileo Galilei pensaba que la ciencia y la cultura debían servir a las causas sociales de los más desfavorecidos sin intermediarios”, y el hecho es que la obra de Brecht se ha representado entre los trabajadores, en los pueblos, en los lugares más improbables.
Molina dice que admira a Brecht, y destaca que “obras como La madre, Santa Juana de los mataderos, Las medidas tomadas, Madre Coraje, La resistible ascensión de Arturo Ui, El círculo de tiza caucasiano y Galileo Galilei poseen una fecundidad innata que enseñan objetividad dialéctica a la vez que atraen a la audiencia y entretienen”, pero esto tampoco modifica su veredicto. Precisa “que el autor del poema Yo, el superviviente, dio como seguro que nunca hubiera sobrevivido a Stalin de haberse refugiado allí y no en Estados Unidos”, lo cual es cierto. Pero esa no es la cuestión, no se trata de establecer comparaciones al margen de las condiciones históricas. Brecht sabía bastante más cosas de las que dijo, Isaac Deutscher sugiere que era como su Galileo, alguien que no tiene más remedio que adecuar su opinión a las imposiciones de la Inquisición, pero que sabe que con el tiempo, todo está obligado a cambiar.
Para reforzar sus acusaciones, Molina cita un encuentro entre Lukács y Stephen Spender, el poeta inglés que horrorizado por la actitud del liberalismo ante el nazismo y ante Franco, se hizo comunista para luego arrepentirse. En el momento representaba a la UNESCO en un congreso internacional. La compañera de Lukács, Gertrud le preguntó por qué ya no era comunista. Spender contestó: "Porque estoy en contra de los campos de concentración". Aunque no lo hizo, Gertrud le podría haber respondido: “a) los comunistas fueron las primeras víctimas de dichos campos; b) los más avanzados estuvieron entre los primeros en denunciarlos; c) si era por estar en contra de los campos de concentración, la derecha y el capitalismo los empleó a gran escala antes y después (Weyler en Cuba; los británicos en Sudáfrica; Horthy en Hungría, etc).
El asunto no era pues la denuncia de dichos campos (que ya fueron hecha por Trotsky, Serge, y otros en los años treinta; los “trotskistas” los conocieron y murieron luchando en ellos, tanto fue así que casi no quedó nadie para contarlo), el asunto era que Spender utilizaba los campos rusos para mirar hacia otro lado delante de los “Gulags”, empezando por los del Imperio Británico que por la época exterminaba a millares de kenianos para “salvarlos” del “terrorismo” del Mau-Mau, y los ejemplos se podrían multiplicar. Por ejemplo, alguien sabe que el célebre mariscal Montgomery era un firme partidario del sistema de “apartheid” en Sudáfrica.
Molina podría también haber recordado que Spender, después de haber servido para la CIA, apoyó las campañas de Bertrand Russell contra la guerra del Vietnam, uno de los mejores ejemplos sobre cuantas atrocidades se pueden perpetrar en nombre de la democracia y la libertad. Pero eso se encuentra en una parte de la historia que él no quiere mirar.
Los social liberales tiraron por la borda del “final de la historia” todas las tradiciones anticapitalistas, justamente cuando más falta hacían.
Notas.
1 / El País (17-10-06),
2/ A mi juicio, la crítica más aguda de Furet fue la efectuada por Daniel Bensaïs (por ejemplo en www.espacioalternativo.org)
3/ El método del “libro negro” que inspira el actual anticomunismo comprende un “libro blanco” sobre el capitalismo y el imperialismo. Un buena síntesis crítica de este último se puede encontrar en AA.VV, El libro negro del capitalismo (Txalaparta, Tafalla, 2001).
4/ A mi entender, los estudios más completos sobre Lukács son los de Michael Löwy, especialmente Por una sociología de los intelectuales revolucionarios: Ia evolución política de Lukács, 1909-1929 (Trad. de María Dolores de la Peña. México: Siglo XXI, 1978); así como los textos incluidos en El marxismo olvidado que editó Fontamara (1978), editorial que también dio a conocer la famosa biografía escrita por István Mészáros, El pensamiento y la obra de Georg Lukács (1981). También está la edición de G.H. R. Parkinson, Georg Lukács. El hombre, su obra, sus ideas (Grijalbo, Barcelona, 1973).
5/ En su artículo, Molina concluye agrupando todas las requisitorias adversas a Lukács –de Balázs, Bloch y Jaspers-, como si no hubiera otras, como si estas se pudieran aislar, como si se trataran de sentencias, media un abismo. Pero, ¿qué otra cosa se puede esperar de alguien que reduce una trayectoria como la aquí –someramente- descrita como la de un intelectual de la KGB?. Después de la evolución de Jon Juaristi -desde “simpa” de la LKI hasta la FAES-, parece que el cargo obliga a dejar patente el anticomunismo.
6/ Desde una óptica marxista, anotemos que Bálzas es el autor de La burocracia celeste (Barral, Barcelona, 1974), Arnold Hauser es el reconocido autor de la monumental Historia social del arte y la literatura (Guadarrama, Madrid, 1969), y que Eugene Vargas, después de haber servido durante muchos años como “cerebro” económico de Stalin, se descolgó con un vibrante Testamento (Icaria, Barcelona, 1977), cuyo mensaje básico será: “Realizar el comunismo no es únicamente desarrollar las fuerzas productivas. El comunismo es ante todo el triunfo total del espíritu democrático socialista y de la iniciativa cívica libre de las masas, fundada en la autogestión de los trabajadores en todos los dominios de la vida”.
7/ Después de iniciar edición de las Obras Completas de Lukács en la experta y esmerada traducción de Manolo Sacristán, Grijalbo interrumpió el proyecto y poco después los volumenes aparecidos aparecían en los lotes de las rebajas, entre ellos la Estética que en los años sesenta-setenta era “el no va más” de la cultura marxista.
8/ Me remito a mis trabajos sobre la revolución húngara de 1956 (que constan con un apartado sobre 1919), uno aparecido en la revista de El Viejo Topo y otro en la Web de la Fundación Andreu Nin.
9/ Se suele considerar que dichas “Tesis” suponen un adelanto de las propuestas del Frente Popular, pero esto es muy discutible ya que invierten el punto cardinal de estas; para "Blum" no se trata de supeditar el bloque democrático a la hegemonía política de la burguesía "liberal" para una alternativa "democrática", por el contrario, lo que pretende es que la clase obrera asuma este papel en la lucha democrática contra el fascismo y las dictaduras de derechas pero para avanzar el socialismo mediante una línea de ruptura. Este planteamiento tiene a nuestro juicio más connotaciones con las posiciones del último Gramsci y con las de la Oposición de izquierda, antes que con las que darán lugar a los desastres de Francia y España (1936-1939).
10/ Tanto Historia... como el Lenin, fueron material de primer orden en los primeros años de la LCR española, entre otras cosas, justificaba fehacientemente la teoría de la ofensiva, la idea de que la acción ejemplar podía acelerar la conciencia de las masas... Una de las bromas sobre Lukács con Holz, Kofler y Wolfgang Abendroth de entonces era preguntar a un “tovarich” si tenía “el Lukács de Lenin”, la mayoría caían.
11/ Aparte de la biografía de Henri Arvon (Fontanella, 1967), y del ensayo de Juan Ramón Recalde (del que nadie ha vuelto a hablar), el trabajo introductorio más importante que se publicó en la España franquista sobre Lukács fueron las Conversaciones de Lukács con Holz, Kofler y Wolfgang Abendroth, aparecidas tempranamente en Alianza de bolsillo, y por lo tanto asequible a cualquiera.
12/ Víctor Serge se refería a la confluencia de horrores, de un lado la crisis social abierta con el “crack” del 29, de otro el ascenso del nazi-fascismo, y de otro el estalinismo que estaba liquidando todos los vestigios de bolchevismo en la URSS. Fue publicado por Ayuso, Madrid, y no sé que se haya reeditado. Alguien me contó que en realidad pertenecía a Walter Benjamín, pero no he encontrado el lugar.
13/ En una de las “Travesías” que Antonio Muñoz Molina publicaba en El País, se detuvo en lo que llamó “Otoño Brecht” (27-09-1995), como muestra de su camino de arrepentimiento. Decía que 20 años atrás Brecht había sido como una moda de otoño, “una figura obligatoria de culto” (¿quién obligaba, el Estado?), y descubría que detrás de la mitología había un “didactismo que no ofende ya por lo burdo o lo simple, sino por lo falso”. La falsedad radicaba obviamente en el análisis marxista de Brecht que, por citar un ejemplo, consideraba la República de Weimar como un “Estado bárbaro y corrupto de la oligarquía”, cuando en realidad se trataba de “un régimen democrático”. O sea (¡toma del frasco Carrasco!) Molina defendía la democracia contra Brecht. Cualquier historia seria le enseñaría que la democracia en Europa es una conquista del movimiento obrero (con los comunistas en primera línea), que la oligarquía se “cargó” literalmente la República de Weimar apostando por los nazis... Brecht defendía las libertades y la justicia social, palabras que Muñoz Molina gusta de citar. Pero si algún día luchó por estas cosas, ya ha mostrado debidamente su constricción.
14/ Fritz Sternberg fue el autor de una Historia del bolchevismo amén de un especialista en historia antigua cada vez más reconocido, Karl Korsch uno de los teóricos marxistas más preparados de su tiempo, fue muy editado en los años setenta, y durante la guerra española se identificó especialmente con el anarcosindicalismo, en cuanto a Walter Benjamin...
miércoles, 4 de mayo de 2011
"Advertencia", una película de Bardem estrenada en 1985
La biografía de Giorgi Dimitrov se emitió por la segunda cadena el 27/01/1985, hace ya 26 años.
Advertencia, una película hasta entonces inédita en España de Juan Antonio Bardem, Realizada en 1982 y ganadora del festival de Karlovy Vary, narra la historia de Giorgi Dimitrov, el fundador del Partido Comunista búlgaro, detenido en Alemania y acusado por los nazis de haber intervenido en el incendio del Reichstag. La película describe su largo exilio y el proceso en el que desarrolló su propia defensa, llamando incluso a declarar al todopoderoso ministro nazi Hermann Goering.
DIEGO GALÁN. Advertencia no había sido estrenada en España hasta ahora, aunque su director fuese Juan Antonio Bardem, uno de los más prestigiosos cineastas de nuestro país, especialmente contratado por la cinematografía búlgara, que, en unión de la soviética, quiso rendir homenaje a su líder en el primer centenario de su nacimiento. Película de gran presupuesto y de un admirable rigor documental, que insiste en cubrir el desconocimiento que pueda existir respecto a la personalidad de Dimitrov.
Con esa responsabilidad trabajó Bardem: "Hay que suministrar toda la información previa. No es una historia de chico y chica en la que se pueda heredar códigos anteriores. Se debe explicar la época, lo que está pasando, quién es Dimitrov, de dónde viene... Por eso dura más de dos horas. Quizá ello explique el nulo interés mostrado por los distribuidores españoles, aunque creo que políticamente Advertencia puede interesarnos hoy."
Otra película búlgara narró el proceso a Dimitrov: "Se titula Yunque o martillo, utilizando un verso de Goethe que Dimitrov pronunció en el juicio. Se es yunque o se es martillo: no hay otra alternativa".
La advertencia, pues, sería esta: "La necesidad de una unidad política de todas las fuerzas de izquierda, de un frente común de lucha contra el capital, la reacción, el fascismo creciente... Dimitrov se dio cuenta que se debía perseguir esa unidad. Años más tarde fue el gestor de los frentes populares".
Juan Antonio Bardem, que trabajó durante año y medio en la realización de la película, considera que ha contado con mayores medios técnicos que en cualquiera de sus anteriores: "No he trabajado en Hollywood, pero es idéntico. Una vez aceptado el guión, hay que hacerlo. Yo veía, con mi mentalidad de hombre del subdesarrollo, que podía costar mucho dinero lo que luego en la pantalla iba a durar escasos segundos, y hasta me sentía a veces inclinado a renunciar al rodaje de momentos tan costosos. Pero es absurdo. Esos breves momentos pueden ser los que acaben conformando el ambiente de la película."
"Me siento muy orgulloso de ella. Creo que está bien el ensamblaje de la parte dramática con la documental, con las canciones, que, lamentablemente, no han podido subtitularse. El encuentro mítico en el proceso entre Dimitrov y Goering, cara a cara, es uno de los momentos más importantes y que yo más aprecio en la película: Dimitrov cita, como testigo, a Goering, presidente del Reichstag y ministro del Interior. Lo acosa de tal manera, que Goering pierde los estribos. Pero de ello no había material documental y tuvimos que encontrar una solución que no partiera de la elección de un actor que interpretara al personaje, porque así como nadie conoce el rostro de Dimitrov, el de Goering tiene una imagen pública conocida."
"Itsvan Szabo, en Mephisto, hizo aparecer a un Goering sin citarlo, utilizándolo como personaje, pero sin decirlo, y salvó el conflicto. La solución que yo encontré fue la de trasponer esa parte del juicio a una especie de representación infantil, como si se tratara de un cartel de ciegos, mientras otros niños leen lo que realmente se dijo en el juicio. Creo que es un sistema que funciona estupendamente, aunque tampoco hayamos podido subtitular ahora la cancioncita que habla de eso".
"El proceso", continúa el director, "fue filmado por los nazis, pero no se ha conservado ese material. Sólo el sonido, y en él nos hemos basado para recomponer el juicio. La reproducción no puede ser exacta: duró tres meses. Pero sí está condensado en las intervenciones claves".
"En este sentido", añade con humor, "mucha gente va a creer que los diálogos los he escrito yo. Pero cuanto se dice durante el juicio fue dicho allí realmente. Mi trabajo ha sido condensarlo. Los diálogos los escribió Dimitrov. Las críticas, a Dimitrov, por favor".
El director más comercial en Bulgaria
Aun siendo Advertencia una de las dos películas más comerciales en la historia del cine búlgaro, y de haber sido su director premiado con el Premio Dimitrov, Bardem decidió continuar su trabajo en España: "Uno es de aquí, de la calle de Valverde, y debe trabajar aquí. Una cosa es hacer una película de su mundo y para su mundo y otra tratar de conectar las distintas culturas". Cuenta Bardem con humor sus primeras sensaciones en Bulgaria, donde toda su obra es ampliamente conocida: "Cuando iba a visitar los estudios todo el mundo decía 'don Bardem', lo que hinchaba mi vanidad. Hasta que me enteré de que 'donbardem' significa 'buenos días".
"Estoy trabajando con entusiasmo en el proyecto sobre Lorca", película que inicialmente producía la cinematografía soviética y para la que no se encontró coproductor español. La posterior intervención del Estado mexicano quedó congelada, por sus graves problemas económicos. El guión, escrito en colaboración con Ian Gibson, ha sido finalmente aprobado por Televisión Española: "Antes se hablaba de censura política, y la había. Ahora, también como antes, existe la censura económica. De ahí que está claro que la intervención del Estado en la realización de películas sea fundamental. Sólo en manos de capitalistas ya sabemos el cine que se hace. El proteccionismo es la única fórmula de que no desaparezca el cine. En el sentido de que las multinacionales no engullan las cinematografías locales luchamos todos. Quedó claramente expuesto en las actas de Madeira y lo está igualmente en la actitud de todos los Gobiernos sensibilizados".
Más aquí.
Advertencia, una película hasta entonces inédita en España de Juan Antonio Bardem, Realizada en 1982 y ganadora del festival de Karlovy Vary, narra la historia de Giorgi Dimitrov, el fundador del Partido Comunista búlgaro, detenido en Alemania y acusado por los nazis de haber intervenido en el incendio del Reichstag. La película describe su largo exilio y el proceso en el que desarrolló su propia defensa, llamando incluso a declarar al todopoderoso ministro nazi Hermann Goering.
DIEGO GALÁN. Advertencia no había sido estrenada en España hasta ahora, aunque su director fuese Juan Antonio Bardem, uno de los más prestigiosos cineastas de nuestro país, especialmente contratado por la cinematografía búlgara, que, en unión de la soviética, quiso rendir homenaje a su líder en el primer centenario de su nacimiento. Película de gran presupuesto y de un admirable rigor documental, que insiste en cubrir el desconocimiento que pueda existir respecto a la personalidad de Dimitrov.
Con esa responsabilidad trabajó Bardem: "Hay que suministrar toda la información previa. No es una historia de chico y chica en la que se pueda heredar códigos anteriores. Se debe explicar la época, lo que está pasando, quién es Dimitrov, de dónde viene... Por eso dura más de dos horas. Quizá ello explique el nulo interés mostrado por los distribuidores españoles, aunque creo que políticamente Advertencia puede interesarnos hoy."
Otra película búlgara narró el proceso a Dimitrov: "Se titula Yunque o martillo, utilizando un verso de Goethe que Dimitrov pronunció en el juicio. Se es yunque o se es martillo: no hay otra alternativa".
La advertencia, pues, sería esta: "La necesidad de una unidad política de todas las fuerzas de izquierda, de un frente común de lucha contra el capital, la reacción, el fascismo creciente... Dimitrov se dio cuenta que se debía perseguir esa unidad. Años más tarde fue el gestor de los frentes populares".
Juan Antonio Bardem, que trabajó durante año y medio en la realización de la película, considera que ha contado con mayores medios técnicos que en cualquiera de sus anteriores: "No he trabajado en Hollywood, pero es idéntico. Una vez aceptado el guión, hay que hacerlo. Yo veía, con mi mentalidad de hombre del subdesarrollo, que podía costar mucho dinero lo que luego en la pantalla iba a durar escasos segundos, y hasta me sentía a veces inclinado a renunciar al rodaje de momentos tan costosos. Pero es absurdo. Esos breves momentos pueden ser los que acaben conformando el ambiente de la película."
"Me siento muy orgulloso de ella. Creo que está bien el ensamblaje de la parte dramática con la documental, con las canciones, que, lamentablemente, no han podido subtitularse. El encuentro mítico en el proceso entre Dimitrov y Goering, cara a cara, es uno de los momentos más importantes y que yo más aprecio en la película: Dimitrov cita, como testigo, a Goering, presidente del Reichstag y ministro del Interior. Lo acosa de tal manera, que Goering pierde los estribos. Pero de ello no había material documental y tuvimos que encontrar una solución que no partiera de la elección de un actor que interpretara al personaje, porque así como nadie conoce el rostro de Dimitrov, el de Goering tiene una imagen pública conocida."
"Itsvan Szabo, en Mephisto, hizo aparecer a un Goering sin citarlo, utilizándolo como personaje, pero sin decirlo, y salvó el conflicto. La solución que yo encontré fue la de trasponer esa parte del juicio a una especie de representación infantil, como si se tratara de un cartel de ciegos, mientras otros niños leen lo que realmente se dijo en el juicio. Creo que es un sistema que funciona estupendamente, aunque tampoco hayamos podido subtitular ahora la cancioncita que habla de eso".
"El proceso", continúa el director, "fue filmado por los nazis, pero no se ha conservado ese material. Sólo el sonido, y en él nos hemos basado para recomponer el juicio. La reproducción no puede ser exacta: duró tres meses. Pero sí está condensado en las intervenciones claves".
"En este sentido", añade con humor, "mucha gente va a creer que los diálogos los he escrito yo. Pero cuanto se dice durante el juicio fue dicho allí realmente. Mi trabajo ha sido condensarlo. Los diálogos los escribió Dimitrov. Las críticas, a Dimitrov, por favor".
El director más comercial en Bulgaria
Aun siendo Advertencia una de las dos películas más comerciales en la historia del cine búlgaro, y de haber sido su director premiado con el Premio Dimitrov, Bardem decidió continuar su trabajo en España: "Uno es de aquí, de la calle de Valverde, y debe trabajar aquí. Una cosa es hacer una película de su mundo y para su mundo y otra tratar de conectar las distintas culturas". Cuenta Bardem con humor sus primeras sensaciones en Bulgaria, donde toda su obra es ampliamente conocida: "Cuando iba a visitar los estudios todo el mundo decía 'don Bardem', lo que hinchaba mi vanidad. Hasta que me enteré de que 'donbardem' significa 'buenos días".
"Estoy trabajando con entusiasmo en el proyecto sobre Lorca", película que inicialmente producía la cinematografía soviética y para la que no se encontró coproductor español. La posterior intervención del Estado mexicano quedó congelada, por sus graves problemas económicos. El guión, escrito en colaboración con Ian Gibson, ha sido finalmente aprobado por Televisión Española: "Antes se hablaba de censura política, y la había. Ahora, también como antes, existe la censura económica. De ahí que está claro que la intervención del Estado en la realización de películas sea fundamental. Sólo en manos de capitalistas ya sabemos el cine que se hace. El proteccionismo es la única fórmula de que no desaparezca el cine. En el sentido de que las multinacionales no engullan las cinematografías locales luchamos todos. Quedó claramente expuesto en las actas de Madeira y lo está igualmente en la actitud de todos los Gobiernos sensibilizados".
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