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domingo, 26 de agosto de 2018

La criminalización de los niños migrantes, la violación de los derechos como estrategia de control migratorio


En el contexto de las políticas estadounidenses de “tolerancia cero” a la migración irregular, la separación de miles de familias y el confinamiento en centros de detención de cientos de niños migrantes forzados por parte del actual gobierno norteamericano y su presidente implica de facto la transgresión de diversos órdenes jurídicos (nacionales e internacionales). Por un lado, al estar encarcelados y aislados, se violan los siguientes derechos humanos de los niños migrantes: 1) a estar con sus familias y padres; 2) a estar en libertad y no ser tratados como criminales; 3) a tener una vida digna y segura, independientemente de sus orígenes étnico-nacionales, de su condición socioeconómica y de su situación migratoria; de hecho, este último punto supondría reconocer su derecho a pedir asilo. En lo que concierne al marco legal de EU, en las leyes migratorias estadounidenses no hay una indicación de separar a las familias ni negarles el derecho al asilo, como parte de la política migratoria. El actual gobierno y presidente, al dividir y encarcelar a las familias, pasan encima de la ley, y no sólo no la cumplen, sino que las transgreden. De facto, el gobierno de EU agrede y comete delitos contra los migrantes y sus hijos en su afán por “contener” la migración irregular.

La justificación de estas acciones se fundan en una xenofobia racista y en una visión sesgada, poco informada y prejuiciada de la migración forzada. Los migrantes, lejos de ser supuestos delincuentes que pretenden aprovecharse de la sociedad y el gobierno norteamericano, son personas moviéndose en condiciones de alto riesgo y que tuvieron que escapar de sus países por la pobreza extrema, por la falta de empleos, por la violencia y las agresiones de las pandillas y el crimen organizados y por desastres naturales (como los huracanes) que los dejaron sin hogar ni medios de subsistencia. No salieron por gusto, sino para sobrevivir y velar por condiciones de vida apenas básicas.

Además, EU ha jugado un rol importante en la construcción de esta masiva migración. Diversos gobiernos norteamericanos del pasado y presente siglo, mediante políticas intervencionistas y de control geopolítico, contribuyeron a la desestabilización, la precariedad y los bajísimos niveles de desarrollo en la región de Centroamérica: en El Salvador y Guatemala, con el apoyo a la contrainsurgencia en la guerras civiles de dichos países; con la deportación de las pandillas de las maras a El Salvador, grupos delincuenciales que se habían originado en lo Ángeles, California y que ahora son uno de los actores claves que generan los contextos generalizados de violencia en El Salvador, Guatemala, Honduras y la frontera sur de México; en el apoyo al ataque y al golpe de estado del gobierno progresista de Zelaya en honduras Honduras años atrás. Todo lo anterior fungió como un complejo grupo de detonantes para producir el éxodo de miles de centroamericanos que, saliendo forzadamente del hogar para poder subsistir, buscan un vida digna fuera de sus países de origen.

jueves, 8 de diciembre de 2016

El encuentro Solimed repasa en Valencia la situación de los refugiados y las fronteras durante la peor crisis de la Unión Europea desde su creación. Fogonazos de información sobre una guerra hecha de guerras en Solimed.

65 años antes, en Ginebra, se firmó la Convención sobre el Estatuto de los Refugiados. Se trataba de un acuerdo que obedecía al mandato de su tiempo: la lucha por la liberación de los pueblos colonizados, la intención de los países del bloque capitalista de socavar el comunismo y su necesidad de adoptar para ello principios antifascistas. A la propaganda la acompañaron derechos efectivos para las personas en tránsito. Pero el mundo cambió de base. En 2016 apenas se habla de valores antifascistas, de descolonización o de liberación.

25 de noviembre, Valencia.
Un centenar de personas participan en Solimed, un encuentro de solidaridad con las personas refugiadas. Las cifras del desastre humanitario son desperdigadas en las más de cien ponencias e intervenciones que dan cuerpo al encuentro. Más de 65 millones de personas –el equivalente de toda la población de Reino Unido– se encuentran en tránsito. Entre cuatro y cinco millones desplazadas en 2015.

Ocho millones de refugiados en Turquía desde el inicio de la guerra de Afganistán. Un millón en Líbano. 600.000 en Jordania. Millones de desplazados internos en Iraq y Siria. Dos campos de batalla, Mosul y Alepo, un millón en peregrinaje alrededor de las dos ciudades. 4.600 personas muertas en el Mediterráneo en 2016, el año con más muertes desde que se contabilizan. Violaciones y abusos a mujeres y niñas en todo el recorrido migratorio, también en Europa. Expansión de la trata. Menores obligadas a conseguir el permiso diciendo que tienen 20 años para poder ejercer la prostitución al llegar a Europa. Cifras de una guerra de guerras que está en curso.

Controversias
Desde la exposición de Sami Nair –exeurodiputado socialista y experto en movimientos migratorios– un debate recorre el encuentro: ¿hay que establecer diferencias entre refugiados y migrantes, a menudo calificados como migrantes económicos? Las dos posiciones aportan su lógica. Se discute si la distinción echa al pie de los caballos a las personas que no pueden acreditar su procedencia de países en conflicto. No son refugiados; por tanto, la maquinaria de control de fronteras cae sobre ellas. Frontex, redadas, CIE, exclusión. Negocios, como siempre.

Pero la equiparación, apunta Nair, es un “golpe de Estado” conceptual, al tratar el desplazamiento de miles de personas como un problema de fronteras y no de derechos humanos. Lo dice el periodista de M’Sur Ilya U. Topper: “No categorizar pone a ambos grupos [refugiados y migrantes] en el mismo nivel por abajo”. “Refugiada es la persona que huye, no sólo la que es perseguida. El hambre, la pobreza o el cambio climático matan tanto o más que bombas y balas”, dice la declaración final.

El mundo ha cambiado y Europa ha movido sus principios hasta consumar la muerte de la convención de 1951. En 1991 se firmaba el Tratado de Maastricht, un cambio sustancial en las relaciones dentro de la Unión Europea, que un año después se trasladaba a las fronteras. El acuerdo de Schengen, tres meses después de la caída del muro de Berlín, se adaptaba al bautizado como Nuevo Orden Mundial.

Con el Tratado de Lisboa de 2005 –que dice que la UE no tiene como objetivo la protección de refugiados–, con el Tratado de Gobernanza europea de 2012, se organizaba la expulsión de todos los contingentes de personas que el mercado no precise. Después, la crisis. Después, las guerras en Libia, Siria, Yemen, los millones de desplazados y la austeridad. Conflictos sin el marchamo de guerra como el de Nigeria, que han duplicado el número de nigerianos llegados a Italia en un año.

El magistrado territorial de Jueces por la Democracia, Joaquim Bosch, lo corrobora: “Tengo la impresión de que la UE de hoy no hubiera firmado las declaraciones de 1948 y 1951”. El sistema de asilo, explica Inés Díez, responsable del área jurídica de Red Acoge, no funciona “porque la UE no quiere”. Del horror de la guerra y la descolonización a la situación de guerra en las fronteras. La profesora de Relaciones Internacionales Itziar Ruiz-Giménez resume este “nuevo contrato social: no hay derechos, hay soldados”. En Europa se preparan nuevos acuerdos con Afganistán (inminente), Libia, Nigeria y Egipto. “Un sistema de coerción toma la fachada de un sistema de protección”, dice la especialista en Derecho Internacional Violeta Moreno-Lax.

La respuesta ha sido organizada en la insolidaridad y la asimetría.
Los Estados de la UE, que conservan su soberanía en cuestiones de acogida, culpan a Europa. La Unión Europea impone su perfil más duro. En 2015 se crea la nueva Guardia Europea de Fronteras y Costas, una “agencia de deportación”, dice la eurodiputada Marina Albiol. Una guardia, como el Frontex, sin mandato humanitario. En contra de las convenciones de Ginebra de 1948 y 1951. En marzo de este año, Donald Tusk, presidente del Consejo Europeo, lanzaba un mensaje duro: “Seas de donde seas, no vengas a Europa”. La austeridad crea una “subjetividad de la escasez”, una “lepenización de los espíritus”, dice en Solimed el eurodiputado Miguel Urbán. Ante esto, se necesita “antifascismo democrático”, exclama Urbán.

Xenofobia.
Los discursos del miedo y de la seguridad contra la libertad y los derechos humanos. El derrumbe de la socialdemocracia lastra la posibilidad de una salida basada en el respeto a los derechos. Los socialdemócratas con poder –Hollande, Martin Schulz, Mateo Renzi– participan de la demolición del concepto de refugiado. En Dinamarca, el partido socialdemócrata votó a favor de confiscar objetos de valor como pago por el reconocimiento del estatus de refugiados. La austeridad catapulta los movimientos de extrema derecha en gran parte del continente. La batalla del penúltimo contra el último, dice alguien.

Solidaridad en precario
Ante esto, la organización de la sociedad civil organizada ha tomado la delantera. Solidaridad, derechos, justicia. Palabras que no se desgastan en el encuentro Solimed. Cierto escepticismo de algunas redes ciudadanas de acogida ante la acción en determinados ‘ayuntamientos del cambio’, en especial Madrid. Se presentan datos, más de 133 ciudades se han integrado en la red de municipios acogedores. Los gobiernos locales –dice el teniente de alcalde de Barcelona Jaume Asens– tienen que ejercer de contrapoder. Barcelona, Ámsterdam y Atenas se han puesto de acuerdo para realizar su propio corredor seguro para la acogida de refugiados. Pero “el campo de batalla está en el Estado”, confirma Asens.

El Estado ha optado por ponerse de perfil.
Oficialmente no hay de qué preocuparse porque a España apenas le corresponden 4.900 refugiados en el reparto de la UE de los 160.000 para los próximos dos años en toda la Unión. Y, además, el compromiso no se está cumpliendo. El exministro José Manuel García Margallo afirmó que el acuerdo de la UE para la externalización era una “chapuza”. La Unión Europea reconoce que, en materia de externalización de fronteras, España ha sido pionera con sus acuerdos con Marruecos o Senegal. La España de Rajoy es una pieza útil en el complejo equilibrio que intentan sostener las élites europeas.

Es el mismo gobierno que negó a la Generalitat Valenciana la autorización para una Operación Esperanza que estableciera un corredor a disposición de 1.400 personas de campamentos de Grecia e Italia, recuerda la vicepresidenta valenciana Mónica Oltra. La periodista Helena Maleno aporta otro recuerdo: no ha habido condena alguna en los tribunales españoles por los abusos en las fronteras. Ni por el caso del Tarajal, archivado hace un año, ni por el pinchazo del salvavidas por parte de la Guardia Civil que condenó a Lauding Sonko a morir ahogado, pronto hará diez años.

Entre los medios de comunicación cunde la perplejidad.
“Nunca hubo tanta información, pero el resultado es la apatía”, comenta Nico Castellanos, periodista de la Cadena Ser especializado en movimientos migratorios. La excorresponsal de RTVE Rosa María Calaf pide contexto: si los espectadores “se quedan en la emoción, no se hacen preguntas. Si no se hacen preguntas, no se buscan responsabilidades”. Explicar las causas, buscar responsables entre quienes eluden la responsabilidad de la mayor catástrofe humanitaria de la Unión Europea en su historia.

“Se naturaliza la idea de que es de sentido común que hay personas sin derecho a tener derecho”, protesta Ruiz-Giménez. El fantasma de la intolerancia cabalga en Europa, comenta Asens. El periodista Javier de Lucas ahonda: “El discurso del ‘efecto llamada’ es una apología del delito”. La guerra en las fronteras y las recetas de austeridad están costando miles de vidas humanas cada año, se insiste en Solimed. 
Fuente:
http://www.diagonalperiodico.net/panorama/32477-fogonazos-informacion-sobre-guerra-hecha-guerras-solimed.html

lunes, 7 de noviembre de 2016

Xenofobia y Europa. Entrevista a Montserrat Galcerán, filósofa, catedrática y concejal en el Ayuntamiento de Madrid "Parece que desde Europa sólo viéramos una parte de la historia".

La tradición cultural xenófoba del continente europeo

Filósofa y catedrática de la Complutense, en la actualidad concejal del Ayuntamiento de Madrid, Montserrat Galcerán (Barcelona 1964) ha publicado recientemente La bárbara Europa, un libro que ayuda a pensar desde el sur –a través de las teorías postcoloniales y descoloniales– en el papel del continente europeo en la explotación y la violencia ejercida sobre las antiguas colonias.

¿Cómo conectas episodios como lo que ha ocurrido en torno al CIE a tu investigación?
Si no conoces esa historia, te puedes creer el discurso habitual eurocéntrico de Europa como país de los derechos humanos, país de la paz, que ha llevado su civilización al resto del mundo y ha protegido a la gente y les ha ayudado a desarrollarse. Pero claro, cuando empiezas a estudiar estas cuestiones, te das cuenta de que hay detrás una concepción no solamente eurocéntrica, sino despreciativa del otro. Porque el otro, en ese caso los migrantes o las personas que están ahí detenidas, no es tratado como un ser humano a tu mismo nivel y, por tanto, con los mismos derechos y dignidad que te corresponden a ti, sino como personas, muchas veces entre comillas, casi entre el salvajismo y la humanidad, que no se merecen un trato igualitario y con todos los derechos porque no saben responder a las normas de civilización, porque no tienen una historia tan ilustre, porque no sé qué. Entonces ya no solamente los poderes públicos sino una parte de la población se permite esos juicios xenófobos sin ninguna mala conciencia, porque forma parte del discurso tradicional sobre Europa: que Europa tiene una historia mucho mejor, que la civilización nació en Grecia y que, por tanto tiene, todo el derecho a extenderse por el mundo como si el mundo estuviera deshabitado.

Me llamó la atención en el texto de Hobsbawm sobre el imperialismo un momento en el que cita que los ingleses consideran –incluso parte de la Segunda Internacional– el derecho de los europeos a emigrar hacia otras tierras como si estuvieran deshabitadas, como si nadie viviera allí. Todas estas tierras son habitadas por personas, por culturas, por civilizaciones que tienen su propia historia y que nosotros desconocemos en su mayoría. Hay un desprecio hacia el otro, una ignorancia culta. No tenemos por qué saber nada de estas personas. Nos da igual. Es como si no fueran seres humanos con toda su dignidad, derechos y exigencias. Como si no sintieran, como si no sufrieran, como si no tuvieran una experiencia detrás. Muchas de estas personas, por el contrario, tienen una experiencia de vida mucho más rica que las nuestras. Tienen estudios, tienen títulos que, por supuesto, no se les reconoce, que no se les deja ejercer.

¿Se han cambiado los métodos de control que se ejercían antes, son formas más asépticas que funcionan en la misma línea ideológica de cómo funcionaban anteriormente?
No creo que sea más suave. Si comparamos un CIE con Soto del Real –prisión en esta localidad madrileña–, estoy segura que en Soto del Real las condiciones de los presos son mucho mejores que las condiciones de los retenidos en el CIE.

El otro día una persona comentó, a raíz de la protesta de Aluche, que como concepto el CIE se parece más a un campo de concentración que a una cárcel.

Claro. Estoy segura de que los derechos que pueden tener presos económicos como Francisco Correa o como Bárcenas son mejores que los de las personas que están en el CIE. A nivel de trato, los propios guardias dudo que puedan tener las mismas consideraciones que puedan tener con esos otros presos. Hay un racismo interiorizado, de que son personas que no se merecen un trato con respeto porque no pertenecen a lo que podríamos llamar la humanidad con mayúsculas. Tengo problemas con la definición porque entiendo que todas las personas, que todos los seres humanos, tienen esa capacidad para verse como personas capaces de resistencia y acción, y por tanto no podemos usar ese término sin más, pero estoy segura de que muchos policías tienen esa actitud.

¿No hemos rebajado el grado de violencia hacia lo que consideramos los otros, los subalternos?
Piensa que, además, son personas que no han cometido ningún delito. Son faltas administrativas, no tendrían que estar ahí. Simplemente les faltan una serie de papeles administrativos. No tiene sentido que tengas una institución carcelaria en la cual retengas a un montón de personas por una falta administrativa. Una falta administrativa se merece una multa, como mucho. Imagínate a a cualquier ciudadano español que fuera llevado a una cárcel por una falta administrativa. Es desproporcionado. Y sin embargo una gran parte de la población no lo ve como una desproporción. Creo que detrás está esta concepción colonial de que las personas de las antiguas colonias, de los países del tercer mundo, que además son en algunos casos más pobres, con ciertas dificultades, son personas necesitadas en cierta medida de este tipo de trato, que merecen un trato que para nosotros lo consideraríamos desproporcionado e intolerable.

¿Hay una falta de conocimiento de lo que es África en este caso que se une a esa xenofobia?
Al principio del libro, cuando hablo de la ignorancia, voy en esa línea. En un curso hice una prueba que consistió en preguntar a diferentes estudiantes sobre intelectuales, artistas y personas de prestigio de tradiciones no europeas. Todo el mundo menciona los clásicos: Buda, Confucio, y poco más. Hay una ignorancia que en nuestra propia tradición no admitiríamos porque nos parecería inconcebible que alguien no sepa quién es Da Vinci, por poner un caso. Respecto a otras tradiciones parece de lo más normal que no sepamos nada de todo eso. Es muy difícil a la hora de conectar con personas que vienen de tradiciones muy distintas a la nuestra y de las que no sabemos nada, y, por definición pensamos, que son de menor enjundia, de menor importancia. Es fácil tratarlos como personas inferiores o subalternas que no tienen las mismas capacidades que las que pueda tener cualquier europeo. Ése era uno de los objetivos, poner en cuestión este tipo de concepto.

Otro era poner de manifiesto la falsedad de que esas ideas eurocéntricas pertenecen únicamente a la derecha. Otra cuestión que resaltas es la lección que los movimientos de liberación toman de los años 20, 30 y 40 en Europa.

Hay historias bonitas. La historia, por ejemplo, de Frantz Fanon cuando se suma como voluntario para ir a la guerra, para liberar el continente, defender la libertad, y por ser negro le meten en la cocina y no le dejan hablar con los otros. Esa contradicción entre el discurso oficial de los derechos humanos, de la paz, de la libertad, que forma parte del discurso europeo y, por otra parte, la realidad que siente una persona, una persona negra, japonesa o china. Ho Chi Minh cuenta la misma historia. Él venía de Vietnam, de la colonia francesa, llega a París y entonces todo ese discurso tropieza con una realidad en la cual a él no se le reconocen esos principios, sino que se da por hecho que ni tiene por qué ser libre, ni es igual, ni es fraterno ni es nada. Esa experiencia de la diferencia entre lo que es el discurso oficial europeo y lo que es la práctica de ese discurso, no sólo en las colonias sino cuando se les llama, además, a defender esa patria con esos valores y que, sin embargo, les niega como sujetos de esa práctica.

En el capítulo sobre el movimiento afroamericano cuento sobre la vuelta de un batallón de afroamericanos del ejército norteamericano y da comienzo lo que se llama el renacimiento de Harlem. Es todo un batallón que viene de luchar en la primera guerra mundial, que han tenido muchos problemas para incorporarse a la guerra porque los líderes negros de la época decían que no se debía ir. Se llegó a un acuerdo pero, claro, no hay oficiales –son blancos, no negros–. Hay una pelea fuerte durante toda la guerra y, cuando vuelven, vuelven con el orgullo de haber defendido la patria, haber participado en la guerra, pero llegan y no se les reconocen los derechos civiles. Ese contraste, esa discrepancia entre el discurso oficial y la realidad en la metrópoli forma parte de todos estos movimientos de derechos civiles, de los movimientos de liberación nacional. Es un discurso que, en cierta medida, podríamos decir que contrasta la propia tradición europea con lo que es la realidad de su práctica. No solamente en los países coloniales sino también en las propias metrópolis frente a las personas que provienen de esas zonas. Eso nos enfrenta a los europeos con esa tradición. Una primera reacción de los europeos cuando nos enfrentamos a ese tipo de cosas es pensar que eso no tiene nada que ver con nosotros, porque el colonialismo ya ha pasado, ya ha terminado. Pero luego te lo encuentras en el CIE, te lo encuentras en el Mediterráneo, con toda la gente que está muriendo. Te lo encuentras con el Frontex, te lo encuentras con la guerra en Siria y te lo vas encontrando continuamente. Es un discurso que sigue manteniendo vigencia.

Por parte de las personas que vienen de las antiguas colonias es muy fácil de detectar: siguen haciendo lo mismo que llevan haciendo desde hace 500 años. Han variado un poco las formas, pero sigue siendo lo mismo. Para nosotras sí que es un reto. No podemos pasar página tan rápidamente diciendo que es algo de hace 500 o 200 años, porque lo seguimos teniendo ahí delante. Y a veces cuesta visibilizarlo. Porque se enmascara con otras cosas.

¿Podría acabarse con el fin del capitalismo?
Para mí, una parte de la finalidad de los estudios descoloniales y postcoloniales es hacer visible esa perspectiva, porque desde Europa tendemos a pensar que el capitalismo empieza con la industrialización y con la explotación obrera, por tanto, en el siglo XIX, y la tradición obrera privilegia esa línea. Es el movimiento obrero el que resiste frente al capitalismo y el que de, alguna forma, parte de nuestra tradición de izquierda, pero creo que es importante ver cómo antes de ese capitalismo industrial hay una especie de precapitalismo mercantil en el cual se genera esa acumulación originaria que es la que permite luego el auge industrial, y que además es coetánea con él. No es que la anterior desaparezca. El mundo industrial de la metrópoli y el mundo colonial van en pack, forman las dos caras de un mismo sistema.

Desde Europa solemos ver la cara industrial obrera, pero desde la colonia se ve más todo lo que es la extracción de materias primas, el tema de las tierras, el tema de la violencia sobre las mujeres, el tema del trabajo infantil, la esclavitud. Para mí eso fue también muy importante. Entender la esclavitud como la entienden ellos, no como un fenómeno extraño en un sistema basado en el trabajo libre y en el salario. Porque sin la esclavitud, las plantaciones de las colonias no se habrían podido mantener. Pero pensemos que las plantaciones de las colonias eran justamente las que producían todo el algodón que se llevaba a las grandes fábricas textiles que dieron nacimiento al movimiento obrero del siglo XIX. Me parece como si desde Europa sólo viéramos una parte de la historia. Olvidar la otra parte también puede explicar determinados fracasos de esa misma tradición.

Es un poco análogo de lo que pasa con la crítica feminista. La crítica feminista dice que como sólo se focaliza la producción y no todos los procesos de reproducción que hacen posible que la producción funcione, te olvidas de toda esta parte que está en la base. Entonces, cualquier transformación a nivel productivo o a nivel de la producción siempre va a chocar con toda esta imposibilidad porque no la has visto. En este caso pasa lo mismo, como no ves todos los procesos que no son muchas veces ni siquiera capitalistas, aunque estén rentabilizados de manera capitalista, que lo permiten –extracción de materias primas, tráfico de personas, toma de tierras, etcétera– , parece que el objetivo de la revolución obrera puede resolver un problema que es solamente la mitad del problema. Evidentemente, la otra mitad es conflictiva, porque a nivel político las relaciones entre los movimientos de liberación y el movimiento obrero clásico son complejas. Todo eso tenemos que verlo, es como si planteásemos un objetivo que se queda a mitad de camino.

Hay una analogía entre los tiempos que nos están tocando vivir con los años 20 del siglo pasado. ¿Por qué da la sensación de que no hemos aprendido nada?
Creo que el mecanismo educativo juega un papel muy importante. Es decir, toda la tradición europea es tan consistente y tan fuerte en el sentido de privilegiar la superioridad europea que hace muy difícil desmontar ese discurso y, por otra parte, hace muy fácil a partir de ese prejuicio considerar a los otros como migrantes que vienen a quitarte el dinero, que vienen a quitarte la riqueza, que vienen a quitarte el bienestar. Porque está tan imbuido el imaginario europeo de ese derecho a conquistar la tierra que es incluso defendido por nuestros grandes teóricos y nuestros grandes filósofos. Por eso me parece importante entrar en la cuestión teórica. Un gran filósofo como Kant da por hecho el derecho de ocupar la tierra del primero que llega y que la tierra no está ocupada por alguien antes, algo que es un error garrafal. A lo mejor la tierra no es de nadie en el sentido de propiedad privada capitalista, pero sí es un territorio de uso para un montón de poblaciones que viven de ese territorio. Sin embargo, esa idea en el imaginario europeo es predominante. La de que los migrantes van a una tierra que no es de nadie, la toman y la ponen en uso, y además la civilizan, enseñan a las poblaciones que no sabían. Ese imaginario es una especie de coraza para poder entender que lo que has hecho es expropiar a unas personas de unos bienes de uso que usaban, mejor o peor, pero usaban y que, de alguna manera, es un boomerang que vuelve. Porque estas personas a las que has quitado las tierras, los sistemas de vida que tenían, vuelven a la metrópoli. Se les pide que se queden en su tierra, pero en su tierra ¿qué es lo que hay ahora? grandes compañías internacionales que les están quitando aquello de lo cual vivían. Independientemente de que haya habido un aumento demográfico, etc. Creo que eso, las poblaciones europeas, por lo general, no lo saben.

Ni siquiera en la época de bienestar se explicó cuál era el motivo de que hubiese personas dispuestas a migrar para ser mano de obra aquí. El sistema educativo tiene una gran responsabilidad en ese tipo de cosas. Traduce o imbuye una concepción que es demasiado parcial y, en el fondo, xenófoba. En los colegios e institutos, como la población está más mezclada, a lo mejor tienen que tener más cuidado, pero aún así creo que sigue habiendo muchos sesgos de este tipo. No es comprensible que en una universidad, por ejemplo como la mía, en la Facultad de Filosofía, no demos nada de filosofías que no sean europeas. Nada de nada. La filosofía nació en Grecia y adelante. Esa hegemonía cultural es traducida muchas veces como que somos hegemónicos culturalmente porque somos mejores que las otras tradiciones, en vez de entender que la propia hegemonía cultural es resultado de una hegemonía geopolítica. Porque tienes esa hegemonía geopolítica y militar en último término tienes una hegemonía cultural, pero no porque tu cultura sea mejor que cualquier otra cultura en el mundo. Esa hegemonía no es discutida a nivel de todas las universidades del mundo, a nivel del sistema educativo, y eso genera una manera de ver el mundo que se basa en esa supuesta superioridad e inferioridad.

¿Cómo podemos desmontar ese modelo?
Son pequeños pasos, pero tener una actitud crítica frente a ese modelo dominante es básico. Como mínimo, empezar a ponerlo en cuestión, no darlo por asumido. Incidir en la educación me parece básico. También incidir en la cultura, romper esa ignorancia preventiva. Es un caldo de cultivo para posiciones de política del miedo, que en cierta medida traduce una especie de mala conciencia soterrada: nos odian en el resto del mundo porque somos tan guays que nos envidian. En vez de eso hay que entender que sí hay odio hacía los europeos en muchas partes del mundo, es verdad: animadversión, resentimiento, desconfianza... Qué duda cabe. Porque la tradición europea es brutal, ha sido brutal con todo el colonialismo.

Como mínimo hay que conocerlo, y en vez de tener una actitud de rechazo frente a ello, hay que tener una actitud de crítica y de apertura hacia tradiciones de gente que son nuestros vecinos. Porque actualmente en las metrópolis europeas convive gente de todo el mundo. Hay cierto debate entre las posiciones multiculturales de los anglosajones, de que cada quien en su gueto haga lo que quiera y posiciones que a mí me parecen más interesantes que son transversales, de intentar crear lazos de comunicación entre sectores sociales, grupos colectivos que comparten determinadas cosas, que no comparten otras pero que de alguna manera pueden ser capaces de entenderse. Eso es más rico, más interesante. Coincidimos en determinados espacios que pueden ser parques, que pueden ser escuelas, que pueden ser administraciones, pero creemos prácticas transversales de entendimiento mutuo.

Una sociedad capitalista como la nuestra recrea constantemente esa colonialidad interior, esa colonialidad de las concepciones, imaginaria. Ve en el vecino que tienes que proviene de Ecuador, Bolivia o República Dominica un heredero de los indígenas de las colonias.

Fuente:
http://www.diagonalperiodico.net/global/32168-montserrat-galceran-parece-desde-europa-solo-vieramos-parte-la-historia.html