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martes, 16 de junio de 2020

_- El “ente misterioso” que preocupa al ministro Castells. Los universitarios pagan las matrículas sin saber con exactitud cuánto cuesta su año de carrera. Los rectores ultiman un plan para saberlo

_- Las universidades españolas son sometidas a tal grado de fiscalización que el papeleo las asfixia en su día a día. Sin embargo, pocas saben cuánto cuesta la carrera de cada estudiante porque los cálculos no están bien hechos. Se estipulan los precios de matrícula a ojo de buen cubero por su grado de experimentalidad. Al ministro Manuel Castells, reputado sociólogo que asegura venir “de otra galaxia” [California], este hecho le asombra. En una intervención reciente en el Congreso, tras hablar de tasas y becas afirmó: “Todo esto se basa en un ente misterioso: el costo por estudiante. Soy científico, soy universitario, soy investigador y conozco estos temas. ¿De dónde sale el costo? ¿Quién lo define? ¿En función de qué? Hay un método complicadísimo pero serio: la contabilidad analítica”.

“¿Y qué pasa? Que pocas universidades tienen esta contabilidad analítica porque se necesitan unos criterios relativamente homogéneos. Lo he hablado con la CRUE [la conferencia de rectores], tiene que haber una común y coordinada para que se sepa más objetivamente qué pasa en cada universidad”, prosiguió Castells. “En este momento se están definiendo los criterios para efectuar esta contabilidad. Hay pocas universidades que la tengan implantada de forma rutinaria”, responde a estas palabras José Carlos Gómez-Villamandos, presidente de la CRUE y rector de Córdoba. Y lo argumenta: “Es difícil imputar los costes en cada actividad [docencia, investigación y transferencia de conocimiento] para conocer el coste de la educación”.

Hasta 1983, que se aprueba la Ley Orgánica de Universidades (LOU), el Ministerio de Educación atendía las obligaciones financieras de las universidades. Pero con la cesión de las competencias a las comunidades autónomas (1984-1996), que coincidió con un aluvión de estudiantes y un aumento de la oferta académica, el escenario cambió y los campus tuvieron que preocuparse de los números. En 2012 el ministro José Ignacio Wert (PP), para compensar la bajada en financiación a las universidades, obligó a que los estudiantes asumiesen entre un 15% y un 25% del coste de su matrícula y que el resto (hasta llegar a unos 6.000 euros) corriese a cuenta del Estado. ¿Un 15% de qué cuantía total? El “ente misterioso” al que alude Castells.

El pasado 7 de mayo, el ministro anuló esta horquilla de entre el 15% y el 25% de la matrícula —con la intención de que las comunidades que más cobran bajen los precios—, pero el porcentaje que sale del bolsillo del alumno sigue ligado a un total opaco. Para saber cuánto cuesta realmente la carrera de un alumno, las universidades tienen que analizar el coste en profesorado, en personal de administración y servicios (PAS) y los gastos de mantenimiento de los edificios. Porque no cuesta lo mismo que el estudiante acuda a una facultad antigua sin eficiencia energética que a una nueva, aunque en ambos casos el inscrito abone lo mismo.

Las medidas urgentes de racionalización del gasto impuestas por Cristóbal Montoro en 2018 ya obligaban a implantar esta contabilidad, pero los años ha ido pasando con pírricas mejoras. “Solo tenemos publicada la contabilidad analítica la Universidad de Santiago de Compostela y nosotros, pero sé que otras tienen el informe muy adelantado”, explica Margarita Labrador, vicerrectora de Economía en la Universidad de Zaragoza. Su institución empezó a recopilar datos con su propio modelo en 2008 y los difundió en 2012. “Es un trabajo arduo, porque los sistemas informáticos dentro de las universidades en muchos casos no están bien conectados entre sí y es difícil juntar los resultados. Para paliar esto, hemos diseñado entre todas las universidades un modelo consensuado que afina el reparto de costes a través de CRUE”, prosigue Labrador, profesora de contabilidad. El compromiso de los campus es publicar los datos “en uno o dos años, cuando esté terminado”.

“Las universidades llevan en ello muchos años. Es una reivindicación histórica de sus consejos sociales. Es obligatorio por un real decreto de 2012. Esta contabilidad permite conocer el coste de los servicios, el grado de cobertura de la financiación -sobre todo la estructural, los gastos básicos- y facilita muchísimo la rendición de cuentas”, alaba Antonio Abril presidente de la Conferencia de Consejos Sociales de las Universidades -el órgano que controla las cuentas de los campus- y secretario general del gigante Inditex. “Si es muy conveniente, ¿por qué no se ha hecho? Hay una dificultad de falta de medios, personal especializado...Además, se quejan las universidades de que el sistema de contratación pública no se adecúa a ellas. Y hay una tercera razón: obliga a hacer muy transparentes los gastos y la rentabilidad de las universidades. Se retratan”.

El pasado febrero el Consejo de Cuentas de Castilla y León reprochó, como lleva haciendo desde 2016, a las cuatro universidades públicas de la región que no hagan una contabilidad analítica. El órgano recuerda a estas instituciones que con estos números se podría comprobar si la financiación de la Junta y el Estado es acorde a las necesidades y examinar si el sistema de becas complementarias de la región se ajusta a la realidad. “Es una herramienta muy útil a nivel interno -como para cualquier empresa- conocer el coste de las actividades que realizamos”, añade a la lista de beneficios la vicerrectora Margarita Labrador. El ente de Castells parece tener los días contados.

https://elpais.com/educacion/2020-06-04/el-ente-misterioso-que-preocupa-al-ministro-castells.html

martes, 7 de enero de 2020

_- Manuel Castells, un académico comprometido. Su trabajo sobre la sociedad de la información es un referente mundial.

_- Cuando la mayoría de la gente apenas intuía el impacto que podía tener Internet, Manuel Castells (Hellín, Albacete, 77 años) ya había escrito su gran obra sobre la sociedad de la información y había vaticinado que el avance disruptivo de las nuevas tecnologías de la comunicación no solo cambiaría nuestra manera de comunicarnos y acceder a la información y la cultura, sino que configuraría un nuevo modelo de producción, una nueva economía.

ministros podemos

Con la trilogía La era de la información: economía, sociedad y cultura (1996-2003), Castells se convirtió en el referente internacional de la nueva sociedad de la información. Investigador incansable, no ha dejado de publicar libros y trabajos científicos mientras ejercía como asesor de todo tipo de organismos internacionales, desde la Unesco a la Comisión Europea, y numerosos Gobiernos. Como resultado de este ingente trabajo, Castells ocupa la sexta posición de la lista de investigadores más citados entre 2000 y 2017 en el Social Science Citation Index.

Pero su interés como sociólogo ha sido siempre global, holístico y no se ha limitado a analizar los efectos de la revolución tecnológica, sino a explorar las mutaciones de un mundo en rápida transformación inmerso en un proceso de globalización que trae consigo nuevas formas de exclusión. Su preocupación por los efectos sociales de la evolución económica y política ha estado presente en toda su obra, con títulos recientes tan explícitos como La crisis de Europa o Ruptura, la crisis de la democracia liberal, en los que aborda las causas de la pérdida de legitimidad de las instituciones.

Castells siguió muy de cerca las discusiones del Foro Social de Porto Alegre, el movimiento del 15-M en España y todas las revueltas de los indignados que recorrieron el mundo por esos años, desde las primaveras árabes a las protestas de Occupy Wall Street. Analizó sus motivaciones y el cambio que implicaban en obras como Redes de indignación y esperanza, un título de referencia sobre las nuevas formas de expresión política. Con Pekka Himanen publicó Sociedad de la información y Estado de bienestar, en el que sostienen que, como demuestra el caso de Finlandia, es posible estar en la vanguardia de las transformaciones tecnológicas y de la globalización sin pagar por ello un alto precio en términos de desigualdad y exclusión social.

Hombre discreto, de profundas convicciones progresistas, que rehuye la notoriedad y los focos de las televisiones como si quemaran, ha cimentado una ingente obra académica sobre la formación de equipos multidisciplinarios a los que ha exhortado a explorar nuevos ángulos de la realidad. Sus colaboradores saben desde el primer contacto que todo esfuerzo será poco para estar a la altura de la exigencia que Manuel Castells se aplica a sí mismo y a sus equipos. Esa es la clave de su exitoso paso por las universidades más prestigiosas. Expulsado de España por el franquismo, se licenció en Sociología por la Universidad de París, en la que tuvo como mentor a Alain Touraine, y con apenas 24 años se convirtió en el profesor más joven de esa universidad. De París saltó a la Universidad de California en Berkeley, donde fue catedrático de Sociología y Planeamiento Urbano y en la que a lo largo de 24 años desarrolló la parte central de su carrera. Sin dejar esta institución, de la que sigue siendo catedrático emérito, Castells regresó a España para dirigir el Internet Interdisciplinary Institute de la Universitat Oberta de Catalunya.

Autor de 26 libros y coautor o editor de otros 22, es doctor honoris causa por 18 universidades europeas y ha sido profesor invitado en 17 de las más prestigiosas del mundo, entre ellas las de Oxford y Cambridge y el Instituto Tecnológico de Massachusetts (MIT). El número de premios y distinciones que figuran en su currículo apabulla, entre ellos el Premio Nacional de Sociología y Ciencia Política en 2008 o el premio Holberg de 2012 creado por el Parlamento de Noruega para suplir las carencias del Nobel en ciencias sociales. Tener ese nivel de reconocimiento internacional es una excelente credencial para ocupar la cartera de Universidades.

En los últimos años se ha implicado en el devenir político español e internacional desde tribunas periodísticas y foros de debate. Ha expresado sin tapujos críticas aceradas a la forma en que se abordaba desde las instituciones del Estado el conflicto político catalán y también a la forma en que se ha gestionado la crisis económica en España y en Europa. Comprensivo con las causas que han llevado al auge del soberanismo en Cataluña, ha abordado también el papel que desempeñan las nuevas identidades religiosas, culturales y nacionales en el mundo global. La línea de pensamiento que ha expresado en sus artículos periodísticos ha estado en sintonía con las nuevas corrientes políticas de la llamada izquierda transformadora. En las elecciones brasileñas hizo un llamamiento a los intelectuales para impedir la elección de Jair Bolsonaro y en las últimas municipales apoyó la candidatura de Ada Colau como alcaldesa de Barcelona. Ahora responde a su llamada para una tarea tan comprometida como formar parte del Gobierno en estos tiempos de polarización extrema.

https://elpais.com/politica/2020/01/05/actualidad/1578248195_961148.html?rel=lom