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miércoles, 23 de agosto de 2023

Bernardo Arévalo, activista anticorrupción, gana las elecciones en Guatemala

La aplastante victoria del candidato de un partido emergente marca el comienzo de un capítulo incierto en la actualidad del país más poblado de Centroamérica.

Este domingo, en la segunda vuelta de las elecciones presidenciales de Guatemala, se registró la victoria aplastante de un activista anticorrupción, lo que significa un impactante castigo al establishment político conservador de la nación más poblada de Centroamérica.

Bernardo Arévalo, un sociólogo políglota de un partido emergente compuesto en su mayoría de profesionales urbanos, obtuvo el 58 por ciento de los votos, con el 98 por ciento de los votos escrutados el domingo, según anunció la autoridad electoral. Su rival, Sandra Torres, una ex primera dama, obtuvo el 37 por ciento de los votos.

Alejandro Giammattei, el actual presidente, a quien la ley le prohíbe buscar la reelección, felicitó a Arévalo y lo invitó a organizar una transición ordenada del poder.

Los resultados oficiales completos se esperan en los próximos días.

La victoria de Arévalo marca un punto de inflexión en Guatemala, una de las principales fuentes de migración a Estados Unidos y una de las naciones aliadas de Washington en la región desde hace mucho tiempo. Hasta el momento en que Arévalo logró colarse a la segunda vuelta tras un sorprendente resultado en la primera vuelta realizada en junio, lo que había moldeado la convulsa campaña había sido la descalificación por parte de las autoridades judiciales de muchos otros candidatos percibidos como amenazas para las élites en el poder del país.

Defendiéndose contra esas tácticas, Arévalo hizo de la lucha contra la corrupción el enfoque central de su campaña. Se dedicó al escrutinio de cómo la frágil democracia de Guatemala, plagada en repetidas ocasiones de gobiernos envueltos en escándalos, ha pasado de implementar estrategias anticorrupción innovadoras a clausurar dichos esfuerzos y forzar a jueces y fiscales a huir del país.

La noche del domingo, Arévalo declaró que una prioridad de su gobierno sería poner fin a la “persecución política” contra distintos empleados gubernamentales y personas que trabajan en materia de corrupción, derechos humanos y medioambiente.

Un votante, Mauricio Armas, de 47 años, dijo que había votado por un candidato en el que creía por primera vez en décadas. Armas, actor y pintor de casas de la capital, Ciudad de Guatemala, afirmó que Arévalo y su partido, Movimiento Semilla, “me parece que es gente que no tiene nexos con el crimen”.

Arévalo, de 64 años, un moderado que ha criticado gobiernos de izquierda como el de Nicaragua, es percibido de todos modos en el entorno político conservador de Guatemala como el candidato más progresista en llegar hasta estas instancias desde que se restableció la democracia en 1985, tras más de tres décadas de gobiernos militares.

Obteniendo gran parte de su apoyo de votantes en las ciudades, la campaña de Arévalo contrastó con la de su rival, quien se enfocó en gran medida en la delincuencia y prometió emular en Guatemala las medidas severas contra las pandillas que ha aplicado Nayib Bukele, el presidente conservador de El Salvador. Torres también resaltó temas sociales —oponiéndose a la legalización del aborto, el matrimonio igualitario y la marihuana— y apoyó el incremento de la asistencia alimentaria y monetaria a las comunidades pobres.

“Ella prometió seguridad, hacer lo mismo que está haciendo el presidente Bukele en El Salvador”, afirmó una simpatizante, Aracely Gatica, de 40 años, una vendedora de hamacas en un mercado del centro de Ciudad de Guatemala.

Estas elecciones marcan el intento fallido más reciente de Torres, de 67 años, quien es exesposa de Álvaro Colom, quien fuera presidente de Guatemala de 2008 a 2012. En 2011 se divorció de Colom, buscando eludir una ley que prohíbe que los familiares del presidente se postulen al cargo. (Colom falleció en enero, a los 71 años).

Aunque se le prohibió postularse en esas elecciones, Torres quedó en segundo lugar en las dos elecciones presidenciales posteriores. Después de las elecciones de 2019, fue detenida bajo cargos de financiamiento ilícito de campaña y pasó un tiempo bajo arresto domiciliario. Sin embargo, un juez cerró el caso a finales del año pasado, lo que le permitió postularse a estas elecciones.

A pesar de algunas diferencias obvias, Arévalo y Torres coincidieron en algunos temas. Ambos candidatos, por ejemplo, llamaron la atención sobre la escasez de infraestructura decente en Guatemala. Fuera de Ciudad de Guatemala, la capital, el país carece de carreteras pavimentadas. Ambos candidatos propusieron construir miles de kilómetros de nuevas carreteras y mejorar las existentes. Ambos también se comprometieron a construir la primera línea de metro de Ciudad de Guatemala.

Aun así, Arévalo simboliza un quiebre con la manera tradicional de hacer política en Guatemala. La contienda se desarrolló en medio de una represión por parte del actual gobierno conservador contra fiscales, jueces, organizaciones sin fines de lucro y periodistas como José Rubén Zamora, el editor de un periódico importante, quien fue sentenciado en junio a hasta seis años de prisión.

Si bien el presidente Giammattei, ampliamente impopular, tiene prohibido por ley buscar la reelección, las preocupaciones sobre un descenso hacia el autoritarismo se han agravado a medida que ha expandido su poder sobre las instituciones del país.

Esta fragilidad institucional se manifestó el domingo. Blanca Alfaro, una magistrada del Tribunal Supremo Electoral, órgano que rige las elecciones de Guatemala, declaró que planea renunciar en los próximos días debido a lo que, afirmó, eran amenazas en su contra. Gabriel Aguilera, otro magistrado del poder electoral, afirmó que también había recibido amenazas.

En Ciudad de Guatemala, un cuerpo de bomberos informó que había respondido a un incendio causado por la explosión de una pequeña bomba casera en un centro de votación en una zona clase media. Si bien no hubo ningún fallecido y el fuego fue apagado rápidamente, los bomberos declararon que habían asistido a varias personas que mostraron señales de estrés emocional. No se supo de inmediato quién fue responsable de la bomba.

Antes de los resultados de Arévalo en la primera vuelta, la victoria de algún abanderado del establishment parecía casi segura. Pero las descalificaciones de varios contendientes, en lugar de beneficiar a los candidatos predilectos del poder establecido, abrieron un camino para Arévalo.

Tras lograr pasar a la segunda vuelta, los esfuerzos consiguientes para evitar que siguiera postulándose a la presidencia por parte de un fiscal —a quién Estados Unidos ha ingresado en una lista de funcionarios corruptos— también fracasaron, ya que motivaron llamados de figuras políticas guatemaltecas de todo el espectro ideológico para que Arévalo continuara en la contienda.

Arévalo es hijo de Juan José Arévalo, un expresidente que todavía es reconocido por haber creado el sistema de seguridad social de Guatemala y proteger la libertad de expresión. Luego de que su padre fuese obligado al exilio en la década de 1950, Arévalo nació en Uruguay y creció en Venezuela, Chile y México antes de regresar a Guatemala siendo un adolescente. Era miembro del Congreso cuando su partido lo eligió este año como su candidato.

En los últimos días, el fiscal que intentó evitar la candidatura de Arévalo, Rafael Curruchiche, revivió su intento de suspender el partido de Arévalo. Citando lo que el fiscal describió como irregularidades en el proceso de recolección de firmas para la creación del partido, Curruchiche afirmó que podría suspender al partido después de las elecciones del domingo y emitir órdenes de arresto para algunos de sus miembros.

Una medida de este estilo debilitaría rápidamente la capacidad de Arévalo para gobernar. Otra señal de inquietud fue el alto nivel de abstención en la segunda vuelta; el 45 por ciento del electorado votó.

Ricardo Barrientos, miembro de un grupo de observadores electorales, dijo que tanto el índice de abstención como el amplio margen de victoria de Arévalo eran esperados y coincidían con las encuestas. “Es una mayoría abrumadora” para Arévalo, dijo Barrientos.

Arévalo se ha comprometido a mitigar la pobreza en Guatemala, uno de los países más desiguales de América Latina, a través de un programa de creación masiva de empleos destinado a mejorar las carreteras y otras infraestructuras. También prometió aumentar la producción agrícola proporcionando préstamos a bajo interés a los agricultores.

Arévalo ha enmarcado estas propuestas como alternativas para evitar que los guatemaltecos emigren a Estados Unidos, donde figuran como uno de los grupos migrantes más grandes. Varios factores alimentan la emigración, incluidas las bajas oportunidades económicas, la extorsión, la corrupción de los funcionarios públicos y la delincuencia.

Arévalo ha hecho de la lucha contra la corrupción y la impunidad el enfoque central de su campaña. Se ha distanciado de sus rivales que buscan emular el tipo de medidas duras contra las pandillas que ha implementado el presidente conservador del vecino El Salvador, alegando que los desafíos de seguridad de Guatemala son diferentes en tamaño y alcance, donde la actividad de las pandillas está concentrada en ciertas partes del país. Arévalo propone contratar miles de nuevos policías y mejorar la seguridad en las prisiones.

William López, un profesor de 34 años de Ciudad de Guatemala que trabaja en un centro de llamadas, dijo que veía a Arévalo y a su partido, Movimiento Semilla, como “la oportunidad de un cambio mejor, ha demostrado que no tiene cola que le machuquen”.

Simon Romero es corresponsal en la Ciudad de México, y cubre México, Centroamérica y el Caribe. Se ha desempeñado como jefe del buró de The Times en Brasil, jefe del buró andino y corresponsal internacional de energía. Más sobre Simon Romero

jueves, 18 de noviembre de 2021

_- "No sabemos muy bien cómo la desigualdad se nos mete en los huesos y hace nuestra vida en común peor, pero tenemos la certeza de que es así"

 

  César Rendueles es un filósofo y sociólogo español. Es profesor en la Universidad Complutense de Madrid, España. 

 El filósofo y sociólogo español César Rendueles ha decidido arremeter contra un concepto que suele despertar simpatía: la igualdad de oportunidades.

Tan es así que Rendueles le ha dedicado un libro a criticar esa idea, que a su juicio tiende a preservar o incluso aumentar la desigualdad social.

"El problema de la igualdad de oportunidades es que es una reformulación de la meritocracia, que es siempre una forma de justificar los privilegios de las élites", explica Rendueles, que se define de izquierda, en una entrevista con BBC Mundo.

Lo que sigue es una síntesis del diálogo con este profesor de la Universidad Complutense de Madrid, cuyo más reciente libro es "Contra la igualdad de oportunidades: Un panfleto igualitarista" y que participa del Hay Festival Arequipa 2021. _______________________________________________________________________________

En su libro subraya que la igualdad es "una de las bases de nuestra vida en común". ¿Cómo es eso?

Sabemos que la falta de igualdad es la causa de una enorme cantidad de problemas sociales. Es algo que intuíamos pero que en las dos últimas décadas las investigaciones científicas han demostrado con muchísima precisión.

Las sociedades más desiguales —no aquellas en las que hay más pobreza en general— tienen menos esperanza de vida, más enfermedades mentales, delincuencia, problemas de abusos de estupefacientes, violencia escolar…

No sabemos muy bien cómo pasa, cómo la desigualdad se nos mete debajo de la piel en los huesos y hace nuestra vida en común peor, pero tenemos la certeza de que es así.

¿Cuán antiguo es el concepto de igualdad social?

La igualdad social ha sido la pauta generalizada de las sociedades humanas durante la mayor parte del tiempo que el Homo sapiens lleva sobre la Tierra.

La igualdad social en distintos grados, pero a unos niveles que hoy nos parecerían prácticamente revolucionarios, ha dominado las sociedades de cazadores y recolectores hasta la revolución neolítica.

Es en ese momento, hace unos 10.000 años, cuando empieza a aumentar paulatinamente la desigualdad. Y no ha dejado de crecer.

Los niveles estratosféricos de desigualdad económica que conocemos hoy no tienen parangón a lo largo de la historia. 

Según Rendueles, la desigualdad comenzó a aumentar paulatinamente a partir de la revolución neolítica.

;¿Y de dónde viene la idea de competencia, de ganadores y perdedores entre nosotros?

La meritocracia, la idea de que quienes tienen privilegios los tienen porque lo merecen y que eso es el fruto de una sana competición que ha colocado a cada cual en su lugar, es el ideal que han difundido las clases altas desde hace cientos, tal vez miles de años.

Lo novedoso de nuestro tiempo es que esa ideología meritocrática ya no es exclusiva de pequeños grupos sociales de élite, sino que se ha difundido al conjunto de la población.

En aquellas sociedades en que se ha dado un mayor crecimiento del mercado y de la desigualdad, más cree la gente en la meritocracia. Es curioso: un mecanismo de compensación ideológica, si se quiere decir así.

Desde una lógica de capitalismo liberal dirán que es a través del mayor esfuerzo o capacidad individual que se logra el progreso colectivo, y por lo tanto no está mal que alguien quiera ser exitoso y como consecuencia de eso gane más que otros. ¿Qué responde?

Que en esa afirmación, que parece de sentido común, en realidad hay dos afirmaciones mezcladas que no tienen nada que ver entre sí.

La primera es que el esfuerzo es importante. Estoy completamente de acuerdo y además hay que promocionar el esfuerzo de aquellos que tienen ciertos talentos escasos. Pero eso si se quiere es una defensa de la movilidad social horizontal.

Otra cosa completamente diferente es que haga falta premiar con ciertos beneficios económicos y mayor prestigio a ciertas ocupaciones frente a otras. Eso implica una visión caricaturesca de la gente con más talento.

Es como si pensáramos que los médicos o ingenieros fueran una especie de niños malcriados a los cuales hay que estar sobornando permanentemente para que cumplan con su obligación.

La realidad es que la gente tiende a cumplir con sus obligaciones cuando siente que su trabajo está bien valorado, es importante y tiene sentido. Y eso ocurre con todas las ocupaciones, no sólo con las más prestigiosas.

Durante la pandemia hemos visto que la valoración social de qué se considera importante muchas veces está equivocada. 

Damos prestigio o dinero a ocupaciones que socialmente son muy poco importantes o incluso negativas, como la especulación financiera. En cambio, ocupaciones vitales para el funcionamiento de la sociedad las infravaloramos o pagamos mal.

Era más importante la limpieza de los hospitales que la publicidad, por ejemplo.

Vimos también que gente con ocupaciones poco prestigiosas y mal pagadas se toman muy en serio esas labores, incluso arriesgando su vida.

Los transportistas, cajeros de supermercados o limpiadores de hospitales arriesgan su vida.

Distintos liberales también argumentan que el igualitarismo tiende a igualar hacia abajo, que nivelar las diferencias económicas quita estímulo a la búsqueda de superación individual. ¿No es así?

A veces sí es así, por supuesto. Esa es una de las prevenciones que tenía el propio Marx contra ciertas formas de socialismo. Hay un párrafo muy bonito de Marx en el que alerta de esta igualación hacia abajo de los talentos.

Pero lo cierto es que la competencia también hace eso muy a menudo: desperdicia una enorme cantidad de talento.

A veces pienso que lo peor de la desigualdad no es tanto los lujos repugnantes que proporcionamos a una pequeña élite, sino la cantidad de esfuerzo que se desperdicia por abajo.

Es algo que vemos muy bien en el ámbito del deporte: queremos que haya competencia, pero sabemos lo enormemente nociva que es la competencia extrema, cuando todos los esfuerzos deportivos están diseñados como si fueran un embudo para generar una pequeña élite de superatletas. Ese proceso impide que el deporte sea disfrutado por millones de personas. 

El filósofo Rendueles compara el reparto de oportunidades con el síndrome embudo que se genera en el deporte, con una competencia extrema que puede resultar nociva. 

¿Por qué ha decidido poner el punto central de su crítica en el concepto de igualdad de oportunidades?

Porque la igualdad de oportunidades es un lema que suena bien. ¿Quién va a estar en contra? De hecho, es un modelo irrenunciable en muchos procesos competitivos, como por ejemplo cuando tenemos que seleccionar para una beca o un puesto en la administración.

Pero cuando se difunde como único modelo de igualdad social esconde una trampa: supone renunciar a la igualdad real.

Porque lo que nos ofrece la igualdad de oportunidades es la promesa de que cada cual recibirá lo que se merece en función de sus méritos. Eso en primer lugar sabemos que es falso, que tanto el sistema educativo como el mercado de trabajo actual reproducen y amplían las desigualdades.

En segundo lugar, el igualitarismo profundo asociado a las tradiciones democráticas no es dar a cada cual lo que se merece, sino dar a cada uno lo que necesita para desarrollarse como persona.

El igualitarismo profundo democrático no es una especie de control antidoping antes de la competición social. Al revés, consiste en limitar los efectos más nocivos de esa competición.

El problema de la igualdad de oportunidades es que es una reformulación de la meritocracia, que es siempre una forma de justificar los privilegios de las élites.

Usted habla de una "igualdad real". Pero el concepto de igualdad de oportunidades surge de la premisa de que los humanos somos naturalmente desiguales y por lo tanto es necesario ajustar el punto de partida para que haya una competencia justa. ¿Qué hay de malo en eso?

No hay nada de malo allí donde creamos que deba haber competencia para regular nuestra vida común.

La cuestión es si queremos que la competencia domine nuestra vida social, convertir nuestras sociedades en una especie de partido de fútbol en el que sólo pueda haber ganadores y perdedores, desde la educación o cultura, al campo laboral. 

"Claro que no somos iguales al nacer. Precisamente por eso necesitamos una intervención política constante para generar igualdad, no como punto de partida sino de llegada". 

Yo tenía una profesora de griego en educación secundaria que no dejaba que nadie suspendiera. No porque regalara el aprobado sino porque repetía los exámenes tantas veces como hiciera falta hasta que conseguías aprobar. Nadie se quedaba atrás, con lagunas educativas. No todos sacaban la misma nota, pero todos acababan sabiendo lo que tenían que saber.

¿Qué pasa si decidimos que sólo en algunos ámbitos de nuestra vida social debería haber ganadores y perdedores? Que, por ejemplo, en el ámbito de la vivienda no debería haberlos y todos deberíamos tener una vivienda digna. O que en el ámbito de la alimentación no debería haber gente que come con lujos obscenos y gente que no tiene para comer.

Claro que no somos iguales al nacer. Precisamente por eso necesitamos una intervención política constante para generar igualdad, no como punto de partida sino de llegada.

América Latina es considerada la región más desigual del mundo, donde el 10% más rico concentra una porción de ingresos mayor que en otras regiones. ¿Qué ejemplo debería seguir para paliar estas diferencias?

Sabemos razonablemente bien cómo reducir esas diferencias extremas, porque es algo que ya ha ocurrido.

Después de la Segunda Guerra Mundial, en muchos países se produjeron unas reducciones brutales de las desigualdades sociales en un plazo muy breve y además sin generar grandes fracturas sociales.

Uno de los elementos básicos de esos procesos es una transformación profunda de los impuestos: básicamente obligar a las grandes empresas a que empiecen a pagar impuestos. Lo mismo con las grandes fortunas. 

América Latina es considerada la región más desigual del mundo. 

Durante los años '50 se generalizaron en muchos países de Occidente —no en la Unión Soviética, ni sólo en países gobernados por la izquierda— tasas fiscales superiores al 90% para las rentas más elevadas.

Eso significa que a partir de cierto nivel de renta, que hoy vendría a ser aproximadamente de US$300.000, de cada dólar adicional el Estado se quedaba con 90 centavos.

Sin esa transformación fiscal no se pueden financiar los programas educativos, la sanidad pública ni los programas de viviendas.

Y para que eso ocurra también necesitamos recuperar la soberanía económica: no se pueden poner esas tasas fiscales si las empresas y las grandes fortunas pueden traicionar el país donde estaban asentadas y huir a paraísos fiscales.

Podría decirse que a menudo la derecha ha sacrificado la igualdad en nombre de la libertad económica, pero también la izquierda suele descuidar la libertad en busca de la igualdad. ¿Es posible lograr un equilibrio perfecto entre ambas?

Claro que no es posible encontrar un equilibrio perfecto entre igualdad y libertad. Son conceptos en tensión. Pero también es cierto que mantienen una relación tan compleja que tienden a confundirse.

La libertad, si no se dan ciertos niveles mínimos de igualdad, es pura ficción. Pero al mismo tiempo la igualdad sin libertad es el imperio de la mediocridad, de la homogeneidad. ¿Quién querría vivir en una sociedad así?

Tiendo a pensar que la igualdad es un valor mucho más transversal políticamente de lo que a veces creemos.

Ha habido momentos en los que tanto la izquierda como la derecha compartían ciertos valores de igualdad que hoy parecen casi revolucionarios. Nadie decía estar en contra de la igualdad. Y en parte creo que eso sigue vigente.

martes, 7 de enero de 2020

_- Manuel Castells, un académico comprometido. Su trabajo sobre la sociedad de la información es un referente mundial.

_- Cuando la mayoría de la gente apenas intuía el impacto que podía tener Internet, Manuel Castells (Hellín, Albacete, 77 años) ya había escrito su gran obra sobre la sociedad de la información y había vaticinado que el avance disruptivo de las nuevas tecnologías de la comunicación no solo cambiaría nuestra manera de comunicarnos y acceder a la información y la cultura, sino que configuraría un nuevo modelo de producción, una nueva economía.

ministros podemos

Con la trilogía La era de la información: economía, sociedad y cultura (1996-2003), Castells se convirtió en el referente internacional de la nueva sociedad de la información. Investigador incansable, no ha dejado de publicar libros y trabajos científicos mientras ejercía como asesor de todo tipo de organismos internacionales, desde la Unesco a la Comisión Europea, y numerosos Gobiernos. Como resultado de este ingente trabajo, Castells ocupa la sexta posición de la lista de investigadores más citados entre 2000 y 2017 en el Social Science Citation Index.

Pero su interés como sociólogo ha sido siempre global, holístico y no se ha limitado a analizar los efectos de la revolución tecnológica, sino a explorar las mutaciones de un mundo en rápida transformación inmerso en un proceso de globalización que trae consigo nuevas formas de exclusión. Su preocupación por los efectos sociales de la evolución económica y política ha estado presente en toda su obra, con títulos recientes tan explícitos como La crisis de Europa o Ruptura, la crisis de la democracia liberal, en los que aborda las causas de la pérdida de legitimidad de las instituciones.

Castells siguió muy de cerca las discusiones del Foro Social de Porto Alegre, el movimiento del 15-M en España y todas las revueltas de los indignados que recorrieron el mundo por esos años, desde las primaveras árabes a las protestas de Occupy Wall Street. Analizó sus motivaciones y el cambio que implicaban en obras como Redes de indignación y esperanza, un título de referencia sobre las nuevas formas de expresión política. Con Pekka Himanen publicó Sociedad de la información y Estado de bienestar, en el que sostienen que, como demuestra el caso de Finlandia, es posible estar en la vanguardia de las transformaciones tecnológicas y de la globalización sin pagar por ello un alto precio en términos de desigualdad y exclusión social.

Hombre discreto, de profundas convicciones progresistas, que rehuye la notoriedad y los focos de las televisiones como si quemaran, ha cimentado una ingente obra académica sobre la formación de equipos multidisciplinarios a los que ha exhortado a explorar nuevos ángulos de la realidad. Sus colaboradores saben desde el primer contacto que todo esfuerzo será poco para estar a la altura de la exigencia que Manuel Castells se aplica a sí mismo y a sus equipos. Esa es la clave de su exitoso paso por las universidades más prestigiosas. Expulsado de España por el franquismo, se licenció en Sociología por la Universidad de París, en la que tuvo como mentor a Alain Touraine, y con apenas 24 años se convirtió en el profesor más joven de esa universidad. De París saltó a la Universidad de California en Berkeley, donde fue catedrático de Sociología y Planeamiento Urbano y en la que a lo largo de 24 años desarrolló la parte central de su carrera. Sin dejar esta institución, de la que sigue siendo catedrático emérito, Castells regresó a España para dirigir el Internet Interdisciplinary Institute de la Universitat Oberta de Catalunya.

Autor de 26 libros y coautor o editor de otros 22, es doctor honoris causa por 18 universidades europeas y ha sido profesor invitado en 17 de las más prestigiosas del mundo, entre ellas las de Oxford y Cambridge y el Instituto Tecnológico de Massachusetts (MIT). El número de premios y distinciones que figuran en su currículo apabulla, entre ellos el Premio Nacional de Sociología y Ciencia Política en 2008 o el premio Holberg de 2012 creado por el Parlamento de Noruega para suplir las carencias del Nobel en ciencias sociales. Tener ese nivel de reconocimiento internacional es una excelente credencial para ocupar la cartera de Universidades.

En los últimos años se ha implicado en el devenir político español e internacional desde tribunas periodísticas y foros de debate. Ha expresado sin tapujos críticas aceradas a la forma en que se abordaba desde las instituciones del Estado el conflicto político catalán y también a la forma en que se ha gestionado la crisis económica en España y en Europa. Comprensivo con las causas que han llevado al auge del soberanismo en Cataluña, ha abordado también el papel que desempeñan las nuevas identidades religiosas, culturales y nacionales en el mundo global. La línea de pensamiento que ha expresado en sus artículos periodísticos ha estado en sintonía con las nuevas corrientes políticas de la llamada izquierda transformadora. En las elecciones brasileñas hizo un llamamiento a los intelectuales para impedir la elección de Jair Bolsonaro y en las últimas municipales apoyó la candidatura de Ada Colau como alcaldesa de Barcelona. Ahora responde a su llamada para una tarea tan comprometida como formar parte del Gobierno en estos tiempos de polarización extrema.

https://elpais.com/politica/2020/01/05/actualidad/1578248195_961148.html?rel=lom