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domingo, 31 de enero de 2016

Sufragistas y "suffragettes"

Me cuenta una amiga que fue a una gran librería del centro de Madrid a buscar un libro: El sufragismo, de Trevord Lloyd. La persona que la atendió no sabía de qué estaba hablando, hasta que un compañero acertó a identificar el tema: “¡Ah, sí, lo de la película!” Y es que en las últimas semanas se ha estrenado en España la película Suffragettes, traducida como ‘Sufragistas’. En ella se cuenta una parte de la historia de la lucha por el derecho al voto para las mujeres. Lo hace a través de la vida de una obrera de lavandería que va adquiriendo una toma de conciencia gradual en favor de la igualdad, con un duro coste para ella.

Se las llamaba despectivamente ‘sufragistas’ y la consigna que englobaba todo el movimiento era votes for women. Pero no eran iguales las sufragists que las suffragettes. Eran dos posiciones dentro del movimiento que reivindicaba el voto femenino, pero discrepaban en los métodos. Las sufragists, más moderadas, se agrupaban en el National Union of Women’s Suffrage Societies de Millicent Garret Fawcet, y las suffragettes en el Women´s Social and Political Union (WSPU) creado por Emmeline Pankhurst en 1903.

La película de Sarah Gavron refleja este último periodo: la historia de las suffragettes inglesas antes de la Primera Guerra Mundial. El movimiento se había radicalizado ante la falta de respuesta política a sus demandas y atrajo a sectores de la clase obrera. Como decía su líder, Emmeline Pankhurst, eran necesarios “hechos, no palabras”. La furia de las mujeres en la lucha por sus derechos se expresa tomando las calles con desfiles, interrumpiendo mítines, enfrentándose a la policía, distribuyendo propaganda. Pero fueron más allá. Recurrieron a la acción directa: rotura de escaparates, voladura de buzones de correo, sabotajes en las residencias de políticos, huelgas de hambre en las cárceles donde eran alimentadas a la fuerza con sondas, y liberadas para que se recuperasen y volverlas a detener. Incluso llegaron a la autoinmolación bajo las patas del caballo de Jorge V, como el caso de Emily Davison, para llamar la atención de la opinión pública sobre la manifiesta injusticia que vivían.

Tras la Primera Guerra Mundial (1918) conseguirán el derecho al voto para las mujeres mayores de 30 años. Emmeline Pankhurst murió el 14 de junio de 1928. El 2 de julio de ese mismo año se extendió el voto a todas las mujeres mayores de 21 años. Por unos días no pudo ver la plena consecución del objetivo por el que tanto había peleado y que su coraje y obstinación deja como legado. Fue una importante victoria en la lucha por la igualdad de derechos y se simbolizó en el voto, que suponía el reconocimiento jurídico y político, y la posibilidad de cambiar las leyes.

La lucha venía de lejos y, sin embargo, es poco conocida. Puedo constatar que apenas se aborda en los institutos: unas líneas en los libros de texto de 4º de ESO y poco más en 1º de bachillerato de sociales y humanidades, y con suerte una foto de época. Sin embargo las mujeres estuvieron muchas veces en los movimientos revolucionarios y sus conquistas lograron importantes cambios en la sociedad.

En centros donde trabajamos la igualdad, nos empeñamos en explicarla. Por ejemplo, cómo las pescaderas del mercado de Les Halles en París con su marcha sobre Versalles de octubre de 1789, cambiaron el curso de la revolución francesa, pero no la notaron en sus vidas y derechos. Hablamos de Olimpia de Gouges y su ‘Declaración de Derechos de la Mujer y de la Ciudadana’ que fue rechazada y ella, finalmente, guillotinada. De Mary Wollstonecraft y sus ‘Reivindicaciones de los derechos de la mujer’, donde defendía que la mujer era un ser humano con raciocinio igual que el hombre y quería cambiar el sistema educativo, su papel en el matrimonio y defendía su autodeterminación.

Analizamos que la revolución industrial originó grandes cambios en la estructura familiar y en las costumbres. Mujeres y niños eran el nuevo proletariado con pésimas condiciones laborales, interminables horarios, hacinamiento en los barrios obreros. Y en la casa, las mujeres doblaban su jornada de trabajo. Las mujeres de la burguesía estaban consideradas un objeto decorativo, símbolo del status del marido. Las mujeres no tenían salida: las jóvenes proletarias engrosaban las filas de la explotación y de la prostitución; las burguesas no podían acceder a sus aspiraciones de formación y trabajo, ya que la ley les vetaba el acceso. El movimiento feminista en el siglo XIX surge por la unión de ambos colectivos y con dos focos principales: Gran Bretaña y Estados Unidos.

Recorremos los diferentes países. En Gran Bretaña, a mediados del XIX las mujeres consiguen el acceso a la enseñanza secundaria y la ley del divorcio, pero sólo para el hombre en casos de adulterio de la mujer; al contrario solo se permitía a la mujer si había violación o bestialidad. Son apoyadas por algunos intelectuales como John Stuart Mill, pero la Cámara de los Comunes rechaza la petición del voto.

En EE.UU. la organización de mujeres surge por las favorables condiciones. Colaboran en la guerra de la Independencia, son pioneras en el avance hacia las tierras del oeste, son muy activas en campañas de regeneración moral y en el movimiento antiesclavista. La Declaración de Sentimientos de Seneca Falls (1848) critica la subordinación de la mujer y reivindica el voto. Se conquista por primera vez este derecho en el estado de Wyoming en 1869. Tardará en llegar la enmienda nº 19 (1918) que lo generaliza.

En Francia, el Código Civil napoleónico trataba a la mujer como menor de edad. Tendrán que pasar varias revoluciones para que cuaje un movimiento feminista con unas características singulares: preocupación por los temas sociales y anticlericalismo. Pero tendrá que llegar el final de la Segunda Guerra Mundial para conquistarse el voto de la mujer (1944). Tanto en Francia como en Alemania defenderán la unidad del socialismo y feminismo líderes como Flora Tristán, Clara Zetkin o August Bebel. En Rusia tuvo que llegar la revolución para conseguirlo. Y en España es la Segunda República quien lo aprueba en 1931, gracias al empuje de Clara Campoamor y otras mujeres y hombres que lo defendieron como una cuestión clave de justicia, igualdad y modernización.

Lo grave es que muchas veces no sabemos el origen de los derechos que disfrutamos. La película pone al alcance del gran público el conocimiento de una lucha por la emancipación de la mujer y ese es su gran valor, más allá de su calidad cinematográfica. También nos recuerda que muchas veces la ley y la justicia no van de la mano y que hace falta mucho coraje para enfrentarse a ello. Que nada nos ha sido dado de forma graciable, que los derechos fundamentales se conquistan y que el coste suele ser duro.

Las sociedades democráticas modernas tienen mucho que agradecer a aquellas mujeres. Y muchas cosas que aprender de ellas para no perdernos entre lo que esencial y lo secundario. Después de la conquista del sufragio femenino vinieron nuevas conquistas en el mundo desarrollado: el acceso a los estudios superiores y al trabajo, la liberación sexual y el control de la natalidad (anticonceptivos y el derecho al aborto), el divorcio, la emancipación de las cargas del hogar, las escuelas infantiles, la conciliación entre la vida laboral y familiar… Todos ellos son pasos orientados hacia la igualdad y la autodeterminación de la mujer.

Pero la lucha no ha acabado y no hay que bajar la guardia. Porque hay que universalizar los avances en un mundo donde existen grandes áreas que siguen esclavizando, maltratando y discriminando a las mujeres. Porque todavía queda mucho terreno por conquistar en materia de libertad, igualdad y respeto. Y porque la crisis económica y determinados modelos en relación con la crianza de los hijos −no necesariamente patriarcales−, vuelven a meter a la mujer en casa, lo que puede suponer un retroceso en su liberación, porque no es fácil de conjugar la emancipación y la condición de madre.

Sacudirse todos los yugos y en todo el mundo exige la continuidad de la lucha. Eliminar las inercias de una sociedad, patriarcal, machista y discriminatoria no pueden ser fruto de un día ni obra solamente de las mujeres. Merece la pena, y mucho, invertir nuestro esfuerzo en los valores de igualdad de derechos entre mujeres y hombres, y en la dignidad del ser humano. Bendito el día en el que todas las personas podamos proclamar sin ningún género de duda: “Yo también soy feminista”.
En mi opinión: Debería formar parte del curríulo
Fuente: http://www.cuartopoder.es/laespumaylamarea/2016/01/18/sufragistas-y-suffragettes/1268
Y esta es la rueda de prensa que tanta manipulación ha tenido. Es importante acudir a las fuentes.
Cuarto Poder

miércoles, 6 de enero de 2016

Sufragistas

Público.es

La película del mismo título que acaba de estrenarse en los cines españoles nos cuenta en imágenes, por bendita primera vez, la epopeya de las sufragistas inglesas que en reclamación de su derecho al voto lucharon durante 70 años para lograr convencer a los diferentes legisladores de su Majestad británica de que también eran seres humanos.

Lo hicieron en las peores condiciones que puede hacerlo una clase en lucha, es decir no solo se enfrentaron a los patronos, a los gobiernos y a las fuerzas de represión que cargaron con toda crueldad contra las rebeldes, sino, más penosamente, contra sus propios maridos, padres, hermanos, amigos y colegas. No solo la policía las hirió con porrazos y disparos en las manifestaciones callejeras, en los intentos de huelga y en el enfrentamiento con los empresarios, sino que fueron víctimas sistemáticamente de los abusos sexuales y violaciones de los patronos y de sus “compañeros” de trabajo, y de la tiranía de sus maridos, que la ley permitía.

No solo sufrieron físicamente los golpes y las heridas y la alimentación forzada mediante sistemas medievales que les insertaban a la fuerza gomas en la nariz y en la boca por las que mediante un embudo les introducían alimentos líquidos, sino también fueron maltratadas psicológicamente mediante las humillaciones, los insultos y el menosprecio de sus familiares y de los otros obreros. No solo fueron heridas en su cuerpo sino también en su alma, en su dignidad, lo que no ha sufrido nunca el Movimiento Obrero, que a pesar de sus derrotas ha sido siempre respetado, hasta por sus enemigos. Durante 78 años los periódicos del muy poderoso Imperio británico no las mencionaron por otro nombre que el de “las locas”.

La película relata la decisión tomada por un pequeño grupo de obreras –y eso que siempre se ha intentado desprestigiar al Movimiento Feminista de aquella época acusándolo de elitista y formado por señoras burguesas- de lanzarse a realizar algunas acciones violentas, ante la imposibilidad de lograr por medios pacíficos que la Cámara de los Comunes aprobara una nueva Ley electoral que permitiera el sufragio a las mujeres. En el momento de la película las inglesas llevaban cincuenta años desarrollando una campaña legal, mediante manifestaciones, asambleas, reuniones, escritos, artículos de prensa, conferencias, debates en el Parlamento, sin que obtuvieran ningún avance en sus pretensiones.

Ni los testimonios que algunas obreras deponen en una Comisión del Parlamento sobre la explotación y el maltrato que sufren –comienzan a trabajar en la lavandería a los siete años– conmueve el pétreo corazón de los señores diputados ni del Presidente del Gobierno. Es esta nueva negativa y el fracaso que conlleva la que las induce a quemar buzones de correos y la casa de veraneo del Presidente.

Son tantas las vejaciones, la descarnada explotación que sufren, las enormes diferencias de salario con los obreros, los partos sobrellevados en la propia lavandería –la protagonista nace de tal guisa, y los bebés se escondían en el suelo entre las máquinas–, las enfermedades que padecen y la escasa expectativa de vida que tenían las lavanderas, que aquella breve explosión de violencia es minúscula en comparación con la que el poder ejerce impunemente contra ellas. Y Emily Davidson llega al propio sacrificio cuando se tira sobre uno de los caballos del Derby real en plena carrera, esgrimiendo la pancarta de “Votes for Women”, muriendo en el acto.

Gracias repetidas debemos darle a la directora y a todo el equipo que ha llevado al cine esta pequeña parte de la heroica epopeya que vivieron las sufragistas inglesas, ya que ningún otro director ni productor se ha sentido nunca emocionado por la gesta de las mujeres, tantos como invierten fortunas en relatarnos estupideces machistas y batallas masculinas que son las únicas que merecen su reconocimiento.

Así mismo las mujeres estadounidenses lucharon para conseguir el sufragio desde 1848, como se reclama en el Manifiesto de Séneca Falls de ese año, hasta 1920 en que finalmente se les “concede”. Setenta y dos años de reclamaciones, manifiestos, marchas imponentes, presentación de enmiendas en el Congreso, artículos, mítines, conferencias. Como las inglesas, tres cuartos de siglo en los que muchas fueron barridas por la caducidad de la vida, encarceladas, apartadas de la familia y de su inserción social, abandonadas por el marido o expulsadas del domicilio conyugal, a las que se les quitó la potestad sobre sus hijos, los padres las repudiaron y el patrono las despidió de su trabajo. Se vieron en la miseria, durmiendo en la calle, recogidas en alguna iglesia por curas más compasivos que los políticos, y viviendo de la ayuda que les prestaban las asociaciones que luchaban por obtener el estatus de ciudadanas.

Debemos a estas mujeres, y a nuestras precursoras españolas, que no por ser menos y menos arriesgadas, dejaron de sufrir marginación y exclusión social, insultos y desprecios por su defensa del feminismo, todo nuestro homenaje, nuestro agradecimiento, la imprescindible necesidad de que se investigue y se relate con veracidad la epopeya de nuestras antepasadas, que lograron cambiar la situación de servidumbre que padecían las mujeres de sus países, y cuyas ventajas hoy disfrutamos sus nietas y sus bisnietas. Lamentablemente la película olvida en sus letreros finales a España donde en 1931 la III República aprobó el derecho a votar y ser votadas para las mujeres.

Pero sobre todo les debemos proseguir la tarea iniciada por ellas, en muy peores condiciones que las que sufrimos nosotras. Porque cierto es que hoy podemos votar –si el marido nos lo permite, y solo lo que este dice, como vi que sucedía en las primarias de Sevilla y en las elecciones en Madrid-, que existen leyes laborales y derechos civiles que explicitan la igualdad de derechos entre el hombre y la mujer, pero no se quien puede estar tan engañado que piense que no se producen explotaciones, abusos y desprecios contra las mujeres por serlo y contra las obreras por su condición. Sin tener en cuenta –que es mucho no tenerla- la montaña de asesinadas que se ha formado en estos últimos años, y de apaleadas, violadas y abusadas.

En otro artículo, El mapa de la explotación femenina daba unos retazos de la situación laboral de las olivareras de Andalucía, de las plataneras de Canarias, de las camareras de hotel en toda España, de las limpiadoras industriales y domésticas, de las obreras en las fábricas textiles, en las industrias conserveras, en las del tabaco, en las de explosivos, pero a ellas hay que agregar decenas de otros sectores productivos que padecen iguales sufrimientos e injusticias.

Porque ya es hora de visibilizar las explotaciones de las amas de casa, y para ello nada mejor que comenzar con la sentencia recientemente dictada por el Tribunal Supremo contra la empresa Uralita por la contaminación de asbesto sufrida por las esposas de los obreros, al lavarles la ropa de trabajo.

He aquí una escandalosa –si este país fuese capaz de escandalizarse por algo– prueba de la explotación que padece la mujer que sólo realiza el trabajo de su casa.

Esposas y madres que invierten de 50 a 90 horas semanales en las tareas de fregado, lavado, compra, cocinado, limpieza, alimentación y cuidado de hijos y mayores, sin disponer ni de salario ni de días de descanso ni de vacaciones ni de seguridad social ni indemnizaciones por accidentes o enfermedad común ni jubilación. Solamente la esclavitud tenía las mismas condiciones de trabajo. Y además comparten, como las esposas de los trabajadores de Uralita, muchos de los riesgos laborales de sus maridos, sin que hasta esta histórica sentencia se les haya reconocido, ni en la legislación ni en las declaraciones políticas ni en las tareas sindicales.

Obreras, campesinas, empleadas de servicios, mineras, secretarias, esposas y madres, la mayoría de las mujeres en España siguen padeciendo similares explotaciones a las que denuncia la película Sufragistas.

Y nosotras, sus nietas y bisnietas, ¿estamos a la altura de aquellas heroicas pioneras? Nosotras, las dirigentes de grupos feministas, las políticas de diversos partidos, las profesoras universitarias, las técnicas de igualdad (ahora hasta les pagan), las asistentes sociales, las participantes en tertulias, las escritoras y las politólogas, ¿nos ocupamos realmente de las miserias que padecen nuestras hermanas? La opresión social, el acoso sexual, las diferencias salariales, ¿son motivo principal de nuestras denuncias, escritos, tertulias, asambleas, conferencias y cursos? En las Universidades, ¿no se dan más cursos acerca del amor cortés y el simbólico de la madre que sobre la explotación laboral femenina? ¿No están más interesadas las más mediáticas de las feministas en legalizar la prostitución y divagar sobre la teoría queer?

Y en cuanto a las estrategias actuales para remover las conciencias de los políticos y lograr que aprueben las imprescindibles leyes contra el terrorismo machista, sobre la igualdad salarial y la protección en el trabajo, ¿qué pensamos hacer desde el Movimiento Feminista, aparte de reunirnos las siempre convencidas y cabildear con los partidos, algunas con el único propósito de conseguir un hueco en los sabrosos despachos del Parlamento, del Senado y de los Ayuntamientos?

¿Cuántas serían hoy las decididas a quemar los buzones de correos y la residencia de veraneo de Mariano Rajoy en protesta y denuncia de las injusticias y explotaciones que están sufriendo las trabajadoras?

Y que las feministas no arguyan que hoy las mujeres no viven como hace dos siglos, porque muchas, varios millones, lo siguen haciendo, y quienes se escandalicen con mis declaraciones son las señoritas que comen cada día, disfrutan de piso, coche, vacaciones y empleo remunerado, e investigan y escriben estúpidas tesis doctorales sobre el pornoterrorismo –que les publican los señores, encantados con esta deriva del feminismo.

Porque aquellas, las que no saben si comerán cada día, apaleadas primero por el padre y más tarde por el marido, las despedidas del empleo y desahuciadas de su casa, después de ser abusadas sexualmente por el empleador, que arrastran consigo varios hijos mocosos y descalzos, de refugio en refugio, no han notado mucha diferencia de su situación con la de sus abuelas. Y aún más triste, quizá las de hoy estén viviendo peor que sus madres.

Fuente: http://blogs.publico.es/lidia-falcon/2015/12/30/sufragistas/