_ - Hoy te escribo desde mi pueblo, Torresandino. Son las fiestas patronales y he venido con mi familia a pasar unos días aquí, huyendo también del calor de Madrid.
Ha sido una semana movida, con mucho que comentar. Probablemente lo más relevante para el futuro es la salida de Vox de los gobiernos autonómicos del PP. Sobre este asunto, te recomiendo este estupendo análisis de Iñigo Saéz de Ugarte. Pero he preferido centrar mi boletín en otros dos temas de la semana: dos cuestiones que no se pueden dejar pasar como si fueran otra noticia más.
La Stasi del PP
Nacho Cano: “Todo esto lo ha orquestado la Policía, es como la Stasi. Es una operación sucia y asquerosa”. “Esto es lo más parecido a la Stasi, a Venezuela.”
Isabel Díaz Ayuso: “La destrucción personal con fines políticos es estalinismo”. “Aquí, en España, se mandó un mensaje muy preocupante a cualquiera que se atreva a disentir”. “La libertad no puede verse amenazada por las decisiones de ningún gobierno”.
El músico y la presidenta de la Comunidad de Madrid tienen mucha razón, aunque por los motivos equivocados. Por supuesto, ellos se refieren a lo ocurrido con los becarios del musical Malinche a los que Nacho Cano tenía trabajando sin los permisos en regla. Aunque su encendida denuncia encaja mejor con los nuevos datos que hemos desvelado esta semana elDiario.es y El País sobre la persecución policial del Gobierno de Mariano Rajoy contra sus rivales políticos.
Eso sí fue estalinismo. Eso sí fue la Stasi. Eso sí fue una operación sucia y asquerosa, que buscaba la destrucción personal por motivos políticos.
Los hechos. La Policía espió a medio centenar de diputados de Podemos durante el Gobierno del PP. La casi totalidad de los cargos electos de Podemos en esos años fueron investigados sin orden judicial: Pablo Iglesias, Iñigo Errejón, Yolanda Díaz, Irene Montero, Carolina Bescansa, Pablo Bustinduy, Juan Pedro Yllanes, Alberto Rodríguez, Tania Sánchez…También fue espiada Victoria Rosell, incluso antes de que entrara en política: cuando aún era jueza en activo.
Entre 2015 y 2016, hubo casi 7.000 consultas a bases de datos restringidas por parte de distintos agentes de la policía –también algunos pocos guardias civiles–. Son ficheros informáticos donde se guardan los establecimientos hoteleros donde se aloja cada ciudadano, las matrículas de los coches, su residencia…
En esas bases de datos también figuran los antecedentes penales y policiales. Como los que el número dos del Ministerio del Interior del Gobierno de Rajoy, Francisco Martínez, pidió rastrear tras las elecciones de diciembre de 2015, cuando el PSOE negoció por primera vez con Podemos una coalición. “Aquellos de Podemos que tenían antecedentes, ¿pudiste confirmar algo?”, preguntó Martínez en un mensaje por whatsapp a uno de los más destacados comisarios de la brigada política, Enrique García Castaño.
El rastro de este espionaje está hoy en la Audiencia Nacional. El juez Santiago Pedraz está investigando la guerra sucia contra Podemos y ha encontrado ya algunas evidencias palmarias. Como lo que ocurrió con un ciudadano venezolano al que premiaron con el permiso de residencia a cambio de lanzar un bulo sobre Pablo Iglesias: una cuenta en un paraíso fiscal que nunca existió. O las anotaciones en las libretas del comisario Villarejo, que desde septiembre de 2014 empezó a investigar ilegalmente a este partido.
Con todo, esta investigación penal llega muy tarde. Ha pasado una década desde que se produjeron estos presuntos delitos y, durante años, la Justicia miró hacia otro lado. Buena parte de los abusos de aquella Stasi que operó durante el Gobierno de Rajoy van a quedar impunes.
La cúpula del Ministerio del Interior de aquel Gobierno se sentará en el banquillo: el secretario de Estado, Francisco Martínez, y el ministro Jorge Fernández Díaz, amigo personal de Rajoy. Pero solo por una de las muchas trapacerías de la policía patriótica: la Operación Kitchen, el uso del dinero público y de las fuerzas de seguridad para encontrar y destruir las pruebas de la corrupción del PP que escondía el tesorero Luis Bárcenas.
Esa investigación judicial la lideró en la Audiencia Nacional Manuel García Castellón. Contra el criterio de la Fiscalía, que quería ir más allá, este juez trazó una “línea roja” para no investigar la trama política. María Dolores de Cospedal se libró. Mientras que Mariano Rajoy, el principal beneficiado de aquel operativo policial y jefe directo de Jorge Fernández Díaz, ni siquiera fue llamado a declarar como testigo.
Manuel García Castellón redujo la Kitchen a su mínima expresión. Y se negó a investigar las otras dos principales ramas de la Stasi del Gobierno de Rajoy: la guerra sucia contra Podemos y la operación Catalunya.
Es el mismo juez que también se ha negado a investigar las operaciones de Villarejo contra Pedro Sánchez y su mujer.
García Castellón, conviene recordarlo, debe buena parte de su carrera a los gobiernos del PP: 17 años como magistrado de enlace en París y en Roma, dos de los puestos mejor pagados a los que puede aspirar un juez.
García Castellón no encontró nada raro en el espionaje a Podemos, a pesar de que las grabaciones de Villarejo –donde este tema es recurrente– se investigaban en su juzgado. Pero sí dedicó enormes esfuerzos infructuosos en abrir todo tipo de causas judiciales contra Podemos y sus principales dirigentes, que después tuvo que cerrar.
Con la Operación Catalunya, Manuel García Castellón operó igual. En noviembre de 2021, el hijo de Jordi Pujol presentó un recurso ante el juez solicitando una investigación por las maniobras de la policía patriótica. García Castellón se pasó dos años sin contestar. Solo cuando elDiario.es publicó la noticia del llamativo retraso, el juez respondió a ese recurso: por supuesto, para negarse a investigar.
https://www.eldiario.es/blog/el-boletin-del-director/operacion-sucia-asquerosa_132_11521609.html
lunes, 5 de agosto de 2024
domingo, 4 de agosto de 2024
¿Qué tan saludable es la sandía?
La sandía es la fruta del verano. Te mostramos un resumen de sus cualidades más saludables, además de algunas recetas frescas y deliciosas.
La sandía es la fruta del verano. En Estados Unidos es más popular que el melón cantalupo, el melón dulce y todos los demás melones juntos.
También es buena para el cuerpo, sobre todo en los días calurosos. A continuación, un resumen de las cualidades más saludables de la sandía, además de algunas recetas frescas y deliciosas del New York Times Cooking.
Hidrata
El nombre de la sandía en inglés, watermelon, es un nombre muy apropiado, porque contiene más del 91 por ciento de agua. Cuando te comes un trozo de tamaño medio (unos 280 gramos), te estás bebiendo un vaso lleno de agua.
La hidratación hace que el cuerpo funcione como debe, desde el riego sanguíneo hasta la regularidad intestinal. El agua de la sandía ayuda a mantenerse hidratado, lo que puede ser muy beneficioso cuando hace calor, ya que se pierden más líquidos a través del sudor.
“Nuestros cuerpos reconocen y utilizan las moléculas de agua independientemente de su procedencia”, afirmó Tamara Hew-Butler, especialista en medicina deportiva de la Universidad Estatal de Wayne. “Los alimentos altos en humedad como las frutas, las verduras y las sopas se consideran fuentes de agua”.
Las personas mayores, en particular, podrían encontrar más fácil y agradable obtener parte de sus líquidos a través de la fruta, dijo Amy Ellis, dietista y profesora asociada de nutrición en la Universidad de Alabama. Suelen sentir menos sed y, por tanto, beben menos, una de las razones por las que corren un mayor riesgo de deshidratación y enfermedades relacionadas con el calor durante una ola de calor.
No es tan azucarada como se piensa
Como la sandía es sobre todo agua, también tiene pocas calorías: una ración de una taza contiene solo 46 calorías.
“Algunas personas piensan que tiene un alto contenido de azúcar porque sabe muy dulce, pero en realidad es muy moderado”, dijo Ellis. Una taza de sandía en trozos contiene unos 9,5 gramos de azúcar, menos que los 13 gramos de una taza de manzanas troceadas o los casi 15 gramos de una taza de arándanos.
Es lo bastante poco como para que la fruta no provoque picos de azúcar en sangre, agregó Joanne Slavin, dietista y profesora de ciencias de la alimentación y nutrición de la Universidad de Minnesota.
Sin embargo, las calorías son energía, por lo que la sandía por sí sola no será suficiente combustible para tu cuerpo, explicó Samantha Dieras, dietista y directora de servicios de nutrición ambulatoria en el Hospital Mount Sinai. Pero cuando comes sandía como parte de una dieta equilibrada, su contenido en agua y su sabor dulce pueden ayudarte a sentirte saciado.
Hasta cierto punto, es saludable para el corazón
La sandía no contiene grasa ni sodio, lo que es bueno para el corazón. Pero aún no sabe con certeza si la sandía desempeña un papel activo en la reducción del riesgo de enfermedades del corazón, dijo Slavin.
Tanto Slavin como Ellis y Dieras sugirieron que el aminoácido L-citrulina y el micronutriente licopeno —ambos abundantes en la sandía— podrían mejorar la salud del corazón. Estas ideas tienen lógica, según Slavin.
Los científicos saben que los riñones convierten la L-citrulina en óxido nítrico, que puede relajar las paredes arteriales y reducir la presión arterial. Y el licopeno, una sustancia química presente en ciertas plantas, puede reducir la inflamación, que está relacionada con las enfermedades cardíacas. La gente tiende a asociar el licopeno con los tomates, pero la sandía tiene más.
Aun así, los estudios realizados en humanos con financiación independiente que analizan directamente el efecto de la sandía sobre la salud cardíaca no han mostrado mejoras apreciables. “La sandía no es una varita mágica”, afirmó Ellis, quien dirigió uno de los estudios. “No va a desplazar a la medicación para la tensión arterial ni nada por el estilo. Pero si se incorpora a una dieta con alimentos ricos en nutrientes, puede ser algo bueno para la salud vascular”.
He aquí cómo aprovecharla al máximo.
La sandía no se presta bien a los procesos de enlatado, deshidratación o congelación, dijo Slavin, lo que hace más difícil disfrutarla fuera de temporada. Cree que ésta es una de las razones por las que esta fruta es tan apreciada.
“La sandía es verano y felicidad”, afirmó. “Cuando alguien abre una sandía fresca y te da un trozo, es cuando está en su mejor momento”.
También es deliciosa en una ensalada, sopa o bebida gaseosa.
La sandía es la fruta del verano. En Estados Unidos es más popular que el melón cantalupo, el melón dulce y todos los demás melones juntos.
También es buena para el cuerpo, sobre todo en los días calurosos. A continuación, un resumen de las cualidades más saludables de la sandía, además de algunas recetas frescas y deliciosas del New York Times Cooking.
Hidrata
El nombre de la sandía en inglés, watermelon, es un nombre muy apropiado, porque contiene más del 91 por ciento de agua. Cuando te comes un trozo de tamaño medio (unos 280 gramos), te estás bebiendo un vaso lleno de agua.
La hidratación hace que el cuerpo funcione como debe, desde el riego sanguíneo hasta la regularidad intestinal. El agua de la sandía ayuda a mantenerse hidratado, lo que puede ser muy beneficioso cuando hace calor, ya que se pierden más líquidos a través del sudor.
“Nuestros cuerpos reconocen y utilizan las moléculas de agua independientemente de su procedencia”, afirmó Tamara Hew-Butler, especialista en medicina deportiva de la Universidad Estatal de Wayne. “Los alimentos altos en humedad como las frutas, las verduras y las sopas se consideran fuentes de agua”.
Las personas mayores, en particular, podrían encontrar más fácil y agradable obtener parte de sus líquidos a través de la fruta, dijo Amy Ellis, dietista y profesora asociada de nutrición en la Universidad de Alabama. Suelen sentir menos sed y, por tanto, beben menos, una de las razones por las que corren un mayor riesgo de deshidratación y enfermedades relacionadas con el calor durante una ola de calor.
No es tan azucarada como se piensa
Como la sandía es sobre todo agua, también tiene pocas calorías: una ración de una taza contiene solo 46 calorías.
“Algunas personas piensan que tiene un alto contenido de azúcar porque sabe muy dulce, pero en realidad es muy moderado”, dijo Ellis. Una taza de sandía en trozos contiene unos 9,5 gramos de azúcar, menos que los 13 gramos de una taza de manzanas troceadas o los casi 15 gramos de una taza de arándanos.
Es lo bastante poco como para que la fruta no provoque picos de azúcar en sangre, agregó Joanne Slavin, dietista y profesora de ciencias de la alimentación y nutrición de la Universidad de Minnesota.
Sin embargo, las calorías son energía, por lo que la sandía por sí sola no será suficiente combustible para tu cuerpo, explicó Samantha Dieras, dietista y directora de servicios de nutrición ambulatoria en el Hospital Mount Sinai. Pero cuando comes sandía como parte de una dieta equilibrada, su contenido en agua y su sabor dulce pueden ayudarte a sentirte saciado.
Hasta cierto punto, es saludable para el corazón
La sandía no contiene grasa ni sodio, lo que es bueno para el corazón. Pero aún no sabe con certeza si la sandía desempeña un papel activo en la reducción del riesgo de enfermedades del corazón, dijo Slavin.
Tanto Slavin como Ellis y Dieras sugirieron que el aminoácido L-citrulina y el micronutriente licopeno —ambos abundantes en la sandía— podrían mejorar la salud del corazón. Estas ideas tienen lógica, según Slavin.
Los científicos saben que los riñones convierten la L-citrulina en óxido nítrico, que puede relajar las paredes arteriales y reducir la presión arterial. Y el licopeno, una sustancia química presente en ciertas plantas, puede reducir la inflamación, que está relacionada con las enfermedades cardíacas. La gente tiende a asociar el licopeno con los tomates, pero la sandía tiene más.
Aun así, los estudios realizados en humanos con financiación independiente que analizan directamente el efecto de la sandía sobre la salud cardíaca no han mostrado mejoras apreciables. “La sandía no es una varita mágica”, afirmó Ellis, quien dirigió uno de los estudios. “No va a desplazar a la medicación para la tensión arterial ni nada por el estilo. Pero si se incorpora a una dieta con alimentos ricos en nutrientes, puede ser algo bueno para la salud vascular”.
He aquí cómo aprovecharla al máximo.
La sandía no se presta bien a los procesos de enlatado, deshidratación o congelación, dijo Slavin, lo que hace más difícil disfrutarla fuera de temporada. Cree que ésta es una de las razones por las que esta fruta es tan apreciada.
“La sandía es verano y felicidad”, afirmó. “Cuando alguien abre una sandía fresca y te da un trozo, es cuando está en su mejor momento”.
También es deliciosa en una ensalada, sopa o bebida gaseosa.
A continuación, algunas recetas de NYT Cooking Cooking para empezar.
Credit...Sam Kaplan para The New York Times. Estilista de alimentos: Suzanne Lenzer. Estilista de utilería: Randi Brookman Harris
Receta: ensalada de farro y sandía
En este satisfactorio bol de cereales, la sandía se combina con farro, queso, hierbas y cebolla roja. Puedes sustituir el farro por arroz o quinoa, de cocción más rápida.
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A pale green plate is topped with large cubes of watermelon, farro, crumbled white cheese and torn bits of fresh mint.
Credit...
Receta: gazpacho de tomate y sandía con aguacate
Guarda una jarra de esta sopa fría en el frigorífico para disfrutar de una comida instantánea en los días más calurosos. La sandía suaviza la dulzura de los tomates de verano demasiado maduros en la mezcla.
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sábado, 3 de agosto de 2024
_- Un nuevo golpe a la Segunda República.
Una guía para orientarse en los debates sobre un régimen democrático en discusión: de una transición incompleta a la violencia política como argumento deslegitimador.
“Imaginemos que el 14 de abril, cuando los republicanos españoles entraron en Gobernación y unas docenas de ellos dijeron que se habían puesto a gobernar, se hubiesen planteado este problema que Hitler ha visto con tanta lucidez y, no contentos con que los guardias hubiesen hecho acto de acatamiento a la República, a cada guardia le hubiesen puesto un guardián: un joven republicano sin trabajo”. Quien lo escribió en mayo de 1933 no era ningún exaltado ni socialista radicalizado, sino Manuel Chaves Nogales, de gira en la Alemania que se encontraba Bajo el signo de la esvástica. Solía identificarse como “un intelectual liberal al servicio del pueblo”, una definición que prácticamente se superpone con el autorretrato de Manuel Azaña: “Un intelectual, un liberal y un burgués”. Chaves terminó convertido en subdirector del diario Ahora, muy cercano a la izquierda republicana. No es casualidad.
Junto al pueblo en armas es una colección de los editoriales que se publicaron en ese periódico durante los meses iniciales de la Guerra Civil, en edición de Espuela de Plata, y complementa el acercamiento a Chaves, frecuentemente invocado y bastante menos leído. El problema al que aludía el periodista sevillano tenía que ver con el dilema que debe afrontar toda transición a un nuevo régimen: ¿qué hacer con las estructuras y el personal del aparato del Estado anterior? En especial dado que, en esta época, los agentes públicos eran básicamente seleccionados en función de su afinidad y formados en la lealtad al sistema de turno.
“Imaginemos que el 14 de abril, cuando los republicanos españoles entraron en Gobernación y unas docenas de ellos dijeron que se habían puesto a gobernar, se hubiesen planteado este problema que Hitler ha visto con tanta lucidez y, no contentos con que los guardias hubiesen hecho acto de acatamiento a la República, a cada guardia le hubiesen puesto un guardián: un joven republicano sin trabajo”. Quien lo escribió en mayo de 1933 no era ningún exaltado ni socialista radicalizado, sino Manuel Chaves Nogales, de gira en la Alemania que se encontraba Bajo el signo de la esvástica. Solía identificarse como “un intelectual liberal al servicio del pueblo”, una definición que prácticamente se superpone con el autorretrato de Manuel Azaña: “Un intelectual, un liberal y un burgués”. Chaves terminó convertido en subdirector del diario Ahora, muy cercano a la izquierda republicana. No es casualidad.
Junto al pueblo en armas es una colección de los editoriales que se publicaron en ese periódico durante los meses iniciales de la Guerra Civil, en edición de Espuela de Plata, y complementa el acercamiento a Chaves, frecuentemente invocado y bastante menos leído. El problema al que aludía el periodista sevillano tenía que ver con el dilema que debe afrontar toda transición a un nuevo régimen: ¿qué hacer con las estructuras y el personal del aparato del Estado anterior? En especial dado que, en esta época, los agentes públicos eran básicamente seleccionados en función de su afinidad y formados en la lealtad al sistema de turno.
Retrato del periodista y novelista sevillano Manuel Chaves Nogales (1897-1944), en Madrid en 1928.
Retrato del periodista y novelista sevillano Manuel Chaves Nogales (1897-1944), en Madrid en 1928.
EFE / ALBUM
Chaves se lamentaba de que, al contrario que Hitler, la República hubiera apostado por la continuidad. Con la sola excepción de la reforma militar, se renunció a cualquier forma de reemplazo generalizado por “parados republicanos” del personal del periodo monárquico, que, en lugar de mantener el nuevo orden, “acaso sea de los que se dedican a perturbarlo”. “Si hubiéramos hecho lo que Hitler […] no existiría nunca el temor de que el guardia no fuese bastante republicano”, concluía Chaves poniendo el acento en las fuerzas y cuerpos de seguridad, cuya importancia política ha sido objeto de reciente atención en Una historia de la policía española de David Ballester Muñoz.
Sangrante fue el caso del general Sanjurjo. Inicialmente ratificado como director de la Guardia Civil, fue protagonista del intento de golpe de Estado de 1932. Su plantilla, como recogía Azaña en sus diarios, “no se aviene con las nuevas autoridades”, puesto que “son alcaldes y concejales muchos que solían ser las víctimas y los perseguidos habituales”. La creación de la Guardia de Asalto y el plan de jubilaciones de jueces y fiscales fueron insuficientes, como ha estudiado Miguel Pino y demostró la matanza de Casas Viejas. A esas alturas, el entonces presidente del gobierno ya había comprobado que el viejo mundo monárquico se resistía a ceder posiciones de poder, y así no podría nacer el nuevo mundo prometido por la legislación reformista del primer bienio, que penaba para imponerse sobre el terreno agrario y laboral, y no era respetada ni aplicada por los tribunales, como acaba de demostrar Rubén Pérez Trujillano.
Estudiadas de manera pionera por Shlomo Ben-Amin en Los orígenes de la Segunda República: anatomía de una transición, las lógicas y desafíos de esta transición, muy celebrada en su día por su carácter conciliador, han quedado bastante olvidadas por la historiografía. Y eso que podría considerarse un antecedente y una piedra de toque a la hora de analizar la siguiente transición hacia un régimen democrático, la que dio lugar a nuestro sistema político. Probablemente porque resulta un ejercicio que incomoda tanto a quienes han criticado la excesiva continuidad en la transición hacia la monarquía parlamentaria como, especialmente, a quienes siguen dedicándose a cuestionar la naturaleza democrática de la Segunda República.
Una escultura en el suelo de la iglesia de Santa Teresa y San José de Madrid, tras un incendio intencionado en 1931. ARCHIVO DÍAZ CASARIEGO / EFE
En los últimos años, por el contrario, han proliferado los libros negando cualquier legitimidad y aspecto positivo en la experiencia republicana, desde su propia proclamación hasta las elecciones de febrero de 1936, pasando por el voto femenino. Estos libros los han escrito Manuel Álvarez Tardío y Roberto Villa, José Ignacio Nicolás-Correa o Inger Enkvist. Algunos de ellos están empeñados en convencernos de que la Restauración, con todas y cada una de sus elecciones amañadas, era en realidad más democrática y que Alfonso XIII iba camino de convertirse en un modélico monarca constitucional, algo que impidieron, oh sorpresa, la izquierda socialcomunista y el nacionalismo catalán. Además en sus entrevistas de promoción claman ser víctimas de la cultura de la cancelación y del malvado proceso de la memoria democrática.
Algunos historiadores están empeñados en convencernos de que la Restauración, con todas y cada una de sus elecciones amañadas, era en realidad más democrática y que Alfonso XIII iba camino de convertirse en un modélico monarca
Resulta bastante incierto. Hace ya muchos años que las visiones de postal sobre la República dieron paso a los análisis que, desde interpretaciones contrapuestas, han abordado el periodo en su complejidad. Pero, el objetivo de estas obras es evidente: establecer en el imaginario colectivo que el antecedente válido de la democracia actual es el sistema monárquico de la Restauración, mientras que la República se reduce a una época oscura marcada por el sectarismo, el desorden y la conflictividad.
Queda en manos de los lectores formarse su opinión y decidir si debe despreciarse completamente a un régimen constitucional sin duda imperfecto, como todas las jóvenes democracias de entreguerras. Imperfecto pero nacido de un proceso electoral y con alternancia en el poder, portador de un modelo territorial descentralizado, que representó uno de los momentos culminantes de la ciencia española, y que hizo posible que Clara Campoamor aprobara el sufragio femenino, con la vergonzante ausencia en la votación de Azaña y de Indalecio Prieto, pero gracias a los votos favorables del PSOE y de la Acción Popular de Gil Robles. Pueden comprobarlo ustedes mismos acudiendo al Diario de Sesiones de las Cortes. Al contrario de lo que circula por las redes, podrán verificarlo: Largo Caballero voto sí.
Una mujer vota en las elecciones españolas, en Madrid el 16 de febrero de 1936, que otorgaron la victoria al Frente Popular. KEYSTONE / GAMMA / GETTY IMAGES
La violencia política es el penúltimo recurso de los que afirman que criticar cualquier aspecto de la República es hacer historia objetiva y reivindicar alguna de sus medidas y reformas hacer historia ideológica.
La nueva entrega de esta saga es Fuego cruzado. La primavera de 1936. Sus autores son Manuel Álvarez Tardío, catedrático de la Universidad Rey Juan Carlos (y al que no acompaña en esta ocasión Roberto Villa, centrado en instituciones tan escasamente politizadas como la FAES), y el catedrático de la Universidad Complutense Fernando del Rey, autor de Retaguardia roja, que mereció el Premio Nacional de Historia por su notable aportación al conocimiento de la violencia en el campo republicano durante la guerra civil.
Continuación de la labor que iniciaron como directores del volumen Vidas truncadas. Historias de violencia en la España de 1936, Álvarez Tardío y Del Rey presentan un ambicioso trabajo, de casi setecientas páginas, muy bien estructurado y repleto de información sobre las instituciones, las situaciones y los protagonistas de “cinco meses de la vida política española”, reflejo de una voluntad de exhaustividad que hace la lectura algo repetitiva aunque apasionante y con unas conclusiones claras: las “fuerzas de izquierda” fueron responsables “de forma abrumadora” del inicio de “las acciones y movilizaciones con derivaciones violentas” y los gobiernos de Azaña y de Casares Quiroga no supieron gestionar con garantías y equidad el orden público.
Existen tres grandes problemas que ponen en cuestión el conjunto del estudio y que lastran sus conclusiones. En primer lugar, los sesgos. Queda reflejado en el lenguaje para referirse tanto a los compañeros como a los propios protagonistas. Así, aquellos investigadores que ofrecen interpretaciones discrepantes son tachados de “historiadores obsesionados con rebajar los números de la conflictividad” o de “historiadores propagandistas ejercientes de tales”, mientras los coincidentes se agrupan bajo la etiqueta de “pluma cualificada”. Y qué decir de esos pobres pequeños y medianos campesinos que se “vieron empujados a una mayor intransigencia” o de aquel ambiente peligroso por “el solo hecho de ser fascista, o parecerlo”. Es lógico, porque enfrente se encontraban los “comunistas y socialistas exaltados” con sus dirigentes, que además se procuraban entre sí un “odio africano”, sin que figure definición alguna de tan geográfico sentimiento.
Sangrante fue el caso del general Sanjurjo. Inicialmente ratificado como director de la Guardia Civil, fue protagonista del intento de golpe de Estado de 1932. Su plantilla, como recogía Azaña en sus diarios, “no se aviene con las nuevas autoridades”, puesto que “son alcaldes y concejales muchos que solían ser las víctimas y los perseguidos habituales”. La creación de la Guardia de Asalto y el plan de jubilaciones de jueces y fiscales fueron insuficientes, como ha estudiado Miguel Pino y demostró la matanza de Casas Viejas. A esas alturas, el entonces presidente del gobierno ya había comprobado que el viejo mundo monárquico se resistía a ceder posiciones de poder, y así no podría nacer el nuevo mundo prometido por la legislación reformista del primer bienio, que penaba para imponerse sobre el terreno agrario y laboral, y no era respetada ni aplicada por los tribunales, como acaba de demostrar Rubén Pérez Trujillano.
Estudiadas de manera pionera por Shlomo Ben-Amin en Los orígenes de la Segunda República: anatomía de una transición, las lógicas y desafíos de esta transición, muy celebrada en su día por su carácter conciliador, han quedado bastante olvidadas por la historiografía. Y eso que podría considerarse un antecedente y una piedra de toque a la hora de analizar la siguiente transición hacia un régimen democrático, la que dio lugar a nuestro sistema político. Probablemente porque resulta un ejercicio que incomoda tanto a quienes han criticado la excesiva continuidad en la transición hacia la monarquía parlamentaria como, especialmente, a quienes siguen dedicándose a cuestionar la naturaleza democrática de la Segunda República.
Una escultura en el suelo de la iglesia de Santa Teresa y San José de Madrid, tras un incendio intencionado en 1931. ARCHIVO DÍAZ CASARIEGO / EFE
En los últimos años, por el contrario, han proliferado los libros negando cualquier legitimidad y aspecto positivo en la experiencia republicana, desde su propia proclamación hasta las elecciones de febrero de 1936, pasando por el voto femenino. Estos libros los han escrito Manuel Álvarez Tardío y Roberto Villa, José Ignacio Nicolás-Correa o Inger Enkvist. Algunos de ellos están empeñados en convencernos de que la Restauración, con todas y cada una de sus elecciones amañadas, era en realidad más democrática y que Alfonso XIII iba camino de convertirse en un modélico monarca constitucional, algo que impidieron, oh sorpresa, la izquierda socialcomunista y el nacionalismo catalán. Además en sus entrevistas de promoción claman ser víctimas de la cultura de la cancelación y del malvado proceso de la memoria democrática.
Algunos historiadores están empeñados en convencernos de que la Restauración, con todas y cada una de sus elecciones amañadas, era en realidad más democrática y que Alfonso XIII iba camino de convertirse en un modélico monarca
Resulta bastante incierto. Hace ya muchos años que las visiones de postal sobre la República dieron paso a los análisis que, desde interpretaciones contrapuestas, han abordado el periodo en su complejidad. Pero, el objetivo de estas obras es evidente: establecer en el imaginario colectivo que el antecedente válido de la democracia actual es el sistema monárquico de la Restauración, mientras que la República se reduce a una época oscura marcada por el sectarismo, el desorden y la conflictividad.
Queda en manos de los lectores formarse su opinión y decidir si debe despreciarse completamente a un régimen constitucional sin duda imperfecto, como todas las jóvenes democracias de entreguerras. Imperfecto pero nacido de un proceso electoral y con alternancia en el poder, portador de un modelo territorial descentralizado, que representó uno de los momentos culminantes de la ciencia española, y que hizo posible que Clara Campoamor aprobara el sufragio femenino, con la vergonzante ausencia en la votación de Azaña y de Indalecio Prieto, pero gracias a los votos favorables del PSOE y de la Acción Popular de Gil Robles. Pueden comprobarlo ustedes mismos acudiendo al Diario de Sesiones de las Cortes. Al contrario de lo que circula por las redes, podrán verificarlo: Largo Caballero voto sí.
Una mujer vota en las elecciones españolas, en Madrid el 16 de febrero de 1936, que otorgaron la victoria al Frente Popular. KEYSTONE / GAMMA / GETTY IMAGES
La violencia política es el penúltimo recurso de los que afirman que criticar cualquier aspecto de la República es hacer historia objetiva y reivindicar alguna de sus medidas y reformas hacer historia ideológica.
La nueva entrega de esta saga es Fuego cruzado. La primavera de 1936. Sus autores son Manuel Álvarez Tardío, catedrático de la Universidad Rey Juan Carlos (y al que no acompaña en esta ocasión Roberto Villa, centrado en instituciones tan escasamente politizadas como la FAES), y el catedrático de la Universidad Complutense Fernando del Rey, autor de Retaguardia roja, que mereció el Premio Nacional de Historia por su notable aportación al conocimiento de la violencia en el campo republicano durante la guerra civil.
Continuación de la labor que iniciaron como directores del volumen Vidas truncadas. Historias de violencia en la España de 1936, Álvarez Tardío y Del Rey presentan un ambicioso trabajo, de casi setecientas páginas, muy bien estructurado y repleto de información sobre las instituciones, las situaciones y los protagonistas de “cinco meses de la vida política española”, reflejo de una voluntad de exhaustividad que hace la lectura algo repetitiva aunque apasionante y con unas conclusiones claras: las “fuerzas de izquierda” fueron responsables “de forma abrumadora” del inicio de “las acciones y movilizaciones con derivaciones violentas” y los gobiernos de Azaña y de Casares Quiroga no supieron gestionar con garantías y equidad el orden público.
Existen tres grandes problemas que ponen en cuestión el conjunto del estudio y que lastran sus conclusiones. En primer lugar, los sesgos. Queda reflejado en el lenguaje para referirse tanto a los compañeros como a los propios protagonistas. Así, aquellos investigadores que ofrecen interpretaciones discrepantes son tachados de “historiadores obsesionados con rebajar los números de la conflictividad” o de “historiadores propagandistas ejercientes de tales”, mientras los coincidentes se agrupan bajo la etiqueta de “pluma cualificada”. Y qué decir de esos pobres pequeños y medianos campesinos que se “vieron empujados a una mayor intransigencia” o de aquel ambiente peligroso por “el solo hecho de ser fascista, o parecerlo”. Es lógico, porque enfrente se encontraban los “comunistas y socialistas exaltados” con sus dirigentes, que además se procuraban entre sí un “odio africano”, sin que figure definición alguna de tan geográfico sentimiento.
La policía a caballo persigue a unas personas en una calle de Madrid después de que comunistas y fascistas se enfrentaran durante un desfile militar el 4 de mayo de 1936
La policía a caballo persigue a unas personas en una calle de Madrid después de que comunistas y fascistas se enfrentaran durante un desfile militar el 4 de mayo de 1936.
KEYSTONE / GETTY IMAGES
En segundo lugar, lo errático de su metodología. Afirman haber aplicado un método que les garantiza la máxima objetividad. Esto es, el análisis de la primavera de 1936 como “una entidad diferenciada”, sin justificar lo sucedido en los años anteriores y “como si la Guerra Civil nunca se hubiera producido”, “sin etiquetar a los personajes en función de sus comportamientos después del 17 de julio” y atendiendo, por lo tanto, “a las fuentes emitidas en el momento”, entre las que destacan “un centenar de órganos de prensa”.
Deben identificarse al menos dos importantes objeciones. Por una parte, los autores se reservan la potestad de determinar cuáles son “los periódicos más moderados y profesionales del momento” y cuáles no, lo que añade una dificultad más a la ya discutible utilidad de la prensa como fuente totalmente fiable. De la misma manera, cuando se trabaja la correspondencia y las memorias de personalidades conservadoras se habla de “percepciones construidas a partir de experiencias sufridas en carne propia”, sin importar las menciones a los “instintos de hiena” y al “crecimiento animal” que se aplican a los adversarios, o que el hijo de Sanjurjo pinte un panorama desolador del país para luego reconocer que Barcelona, su lugar de residencia, “está tranquilísimo”. Por el contrario, en fuentes similares, ante percepciones de normalidad tras la victoria electoral de la izquierda, se puntualiza inmediatamente que “la realidad era bien distinta”.
Segunda objeción. Si resulta acertado eliminar de la ecuación analítica la guerra civil —aunque el lector sabe bien que tuvo lugar—, dicha premisa no se aplica cuando los autores utilizan las memorias de posguerra de los dirigentes republicanos y socialistas, en las que se despedazan alegre y africanamente entre sí. En el mismo sentido, difuminar en el análisis la frustración acumulada ante el bloqueo de sus reformas iniciales y la desproporcionada represión por la insurrección en Cataluña y en Asturias —merecedora en cualquier caso de condena, al no haber respetado el resultado electoral y la alternancia de poder— es lo que permite explicar el proceso de sustitución de las corporaciones municipales de 1936 casi exclusivamente en términos de revanchismo. Algo que resulta además insatisfactorio para explicar la nula conflictividad en Cataluña —lo que permitió al nacionalismo catalán acuñar la teoría del oasis por contraposición a una España conflictiva por naturaleza—, a la que apenas se dedica atención.
Manuel Azaña, en un acto en Madrid de su partido, la Izquierda Republicana, el 20 de octubre de 1935. KEYSTONE / GAMMA / GETTY IMAGES
A modo de ejercicio, sería interesante que los autores aplicaran su metodología a los años de la transición a la monarquía parlamentaria. En vista del notable grado de violencia política —atribuible en exclusiva a izquierda o derecha si nos permitimos seleccionar la prensa a la que otorgamos crédito—, y en vista de que no debemos guiarnos por el resultado posterior, la conclusión sería que el Gobierno Arias, pero también los de Adolfo Suárez, no supieron gestionar correctamente el orden público y que sus fuerzas y cuerpos de seguridad actuaron conforme a criterios ideológicos y no profesionales.
En tercer lugar, la mayor laguna del libro: la casi completa ausencia de cualquier perspectiva comparada. En este sentido, y en relación con el esfuerzo dedicado a integrar la trayectoria histórica española en un marco continental, el libro supone un cierto regreso al discurso de la excepcionalidad. Así, “todo tipo de paralelismos […] entre la situación española y lo que acababa de suceder en Alemania con la subida de Hitler” y “en Austria, en plena deriva autoritaria” se rechazan como “forzados a conveniencia”. Y también se descarta “una supuesta fascistización de la CEDA” sin más apoyatura que las propias declaraciones de Gil Robles, y aunque su propaganda electoral de febrero de 1936 hablara ya de una dialéctica de “España o anti-España” que remitía peligrosamente a conocidos teóricos del nazismo. La Francia del Frente Popular (1936-1938), que presenta unas cifras de violencia política durante este periodo bastante equiparables, es la otra gran ausencia comparativa.
Todo este debate se observa con atención desde el país vecino. Hasta el punto de que la Segunda República constituye el tema de historia de este año para las prestigiosas pruebas de la Agrégation de español: el examen que da acceso a la enseñanza en el ámbito superior y cuyo enunciado y bibliografía suelen marcar tendencia, como sucedió con Robert. O. Paxton y el régimen de Vichy. Tampoco es una casualidad.
Los historiadores galos se han dado cuenta de que la imagen de España y de su historia, y no es la primera vez, están siendo utilizadas por el revisionismo francés como globo sonda de cara a sus propias posibilidades. Si la crítica a la República española y la consiguiente justificación del golpe y la dictadura franquista calan en la opinión, la onda expansiva podría llegar hasta el Frente Popular francés. Así se lo podrá culpar —como ya intentó el mariscal Pétain con el Proceso de Riom (1942-1943)— de la derrota de junio de 1940, la que contó Chaves Nogales en La agonía de Francia. Así se explica la extraña atención que el diario Le Figaro, el mismo que en mayo de 1937 negaba el bombardeo de Guernica, prestaba hace un par de años a la traducción de la obra de un conocido revisionista. Como para fiarse ciegamente de la prensa moderada y responsable.
Lista de lecturas
Junto al pueblo en armas. Los editoriales del diario 'Ahora' bajo la dirección de Manuel Chaves Nogales Edición de Juan Carlos Mateos Fernández Espuela de Plata, 2024 304 páginas . 21,76 euros
Fuego cruzado. La primavera de 1936 Fernando del Rey y Manuel Álvarez Tardío Galaxia Gutenberg, 2024 696 páginas. 28 euros
Una historia de la policía española. De los grises y Conesa a los azules y Villarejo David Ballester Muñoz Pasado y Presente, 2024 752 páginas. 30,16 euros
El naufragio de la Segunda República. Una democracia sin demócratas Inger Enkvist La Esfera de los Libros, 2024 224 páginas. 19,90 euros
Ruido de togas. Justicia política y polarización social durante la República (1931-1936) Ruben Pérez Trujillano Tirant lo Blanch, 2024 722 páginas. 56,91 euros
Jueces contra la República. El poder judicial frente a las reformas republicanas Ruben Pérez Trujillano Dykinson, 2024 331 páginas. 9,91 euros (ebook)
La depuración de funcionarios de la Administración de Justicia durante la Segunda República Miguel Pino Abad Dykinson, 2024 236 páginas. 21,85 euros
La Segunda República, origen de la Guerra Civil José Ignacio Nicolás-Correa Almuzara, 2024 472 páginas. 24,95 euros
1923. El golpe de Estado que cambió la Historia de España Roberto Villa García Espasa, 2023 768 páginas. 23,90 euros
Grandes esperanzas. Los logros de la II República española Ana María Cervera Tébar, 2023 202 páginas. 9,27 euros
Las elecciones que acabaron con la monarquía. El 12 de abril de 1931 Carmelo Romero Salvador Los Libros de la Catarata, 2023 208 páginas. 17,50 euros
El Germinal español. Las elecciones que trajeron la Segunda República Francisco Sánchez Akal, 2023 504 páginas. 29 euros
El cénit de la ciencia republicana Leoncio López-Ocón Cabrera Sílex, 2023 622 páginas. 27 euros
Clara Victoria. La crónica del debate que cambió la historia de las mujeres Isaías Lafuente Booket, 2023 288 páginas. 18,90 euros
El PSOE y el sufragio femenino Jagoba Álvarez Ereño Libros.com, 2023 200 páginas. 22 euros
La tierra es vuestra. La reforma agraria. Un problema no resuelto. España, 1900-1950 Ricardo Robledo Pasado y Presente, 2022 616 páginas. 35 euros
Vidas truncadas. Historias de violencia en la España de 1936 Fernando del Rey y Manuel Álvarez Tardío Galaxia Gutenberg, 2021 592 páginas. 24,50 euros
La Segunda República española Eduardo González Calleja, Francisco Cobo Romero, Ana Martínez Rus y Francisco Sánchez Pérez Pasado y Presente, 2021 1.375 páginas. 39 euros
El gran error de la República. Entre el ruido de sables y la ineficiencia del Gobierno Ángel Viñas Crítica, 2021 576 páginas. 21,90 euros
Una mujer, un voto Alicia Palmer y Montse Mazorriaga Garbuix, 2021 168 páginas. 18 euros
Deben identificarse al menos dos importantes objeciones. Por una parte, los autores se reservan la potestad de determinar cuáles son “los periódicos más moderados y profesionales del momento” y cuáles no, lo que añade una dificultad más a la ya discutible utilidad de la prensa como fuente totalmente fiable. De la misma manera, cuando se trabaja la correspondencia y las memorias de personalidades conservadoras se habla de “percepciones construidas a partir de experiencias sufridas en carne propia”, sin importar las menciones a los “instintos de hiena” y al “crecimiento animal” que se aplican a los adversarios, o que el hijo de Sanjurjo pinte un panorama desolador del país para luego reconocer que Barcelona, su lugar de residencia, “está tranquilísimo”. Por el contrario, en fuentes similares, ante percepciones de normalidad tras la victoria electoral de la izquierda, se puntualiza inmediatamente que “la realidad era bien distinta”.
Segunda objeción. Si resulta acertado eliminar de la ecuación analítica la guerra civil —aunque el lector sabe bien que tuvo lugar—, dicha premisa no se aplica cuando los autores utilizan las memorias de posguerra de los dirigentes republicanos y socialistas, en las que se despedazan alegre y africanamente entre sí. En el mismo sentido, difuminar en el análisis la frustración acumulada ante el bloqueo de sus reformas iniciales y la desproporcionada represión por la insurrección en Cataluña y en Asturias —merecedora en cualquier caso de condena, al no haber respetado el resultado electoral y la alternancia de poder— es lo que permite explicar el proceso de sustitución de las corporaciones municipales de 1936 casi exclusivamente en términos de revanchismo. Algo que resulta además insatisfactorio para explicar la nula conflictividad en Cataluña —lo que permitió al nacionalismo catalán acuñar la teoría del oasis por contraposición a una España conflictiva por naturaleza—, a la que apenas se dedica atención.
Manuel Azaña, en un acto en Madrid de su partido, la Izquierda Republicana, el 20 de octubre de 1935. KEYSTONE / GAMMA / GETTY IMAGES
A modo de ejercicio, sería interesante que los autores aplicaran su metodología a los años de la transición a la monarquía parlamentaria. En vista del notable grado de violencia política —atribuible en exclusiva a izquierda o derecha si nos permitimos seleccionar la prensa a la que otorgamos crédito—, y en vista de que no debemos guiarnos por el resultado posterior, la conclusión sería que el Gobierno Arias, pero también los de Adolfo Suárez, no supieron gestionar correctamente el orden público y que sus fuerzas y cuerpos de seguridad actuaron conforme a criterios ideológicos y no profesionales.
En tercer lugar, la mayor laguna del libro: la casi completa ausencia de cualquier perspectiva comparada. En este sentido, y en relación con el esfuerzo dedicado a integrar la trayectoria histórica española en un marco continental, el libro supone un cierto regreso al discurso de la excepcionalidad. Así, “todo tipo de paralelismos […] entre la situación española y lo que acababa de suceder en Alemania con la subida de Hitler” y “en Austria, en plena deriva autoritaria” se rechazan como “forzados a conveniencia”. Y también se descarta “una supuesta fascistización de la CEDA” sin más apoyatura que las propias declaraciones de Gil Robles, y aunque su propaganda electoral de febrero de 1936 hablara ya de una dialéctica de “España o anti-España” que remitía peligrosamente a conocidos teóricos del nazismo. La Francia del Frente Popular (1936-1938), que presenta unas cifras de violencia política durante este periodo bastante equiparables, es la otra gran ausencia comparativa.
Todo este debate se observa con atención desde el país vecino. Hasta el punto de que la Segunda República constituye el tema de historia de este año para las prestigiosas pruebas de la Agrégation de español: el examen que da acceso a la enseñanza en el ámbito superior y cuyo enunciado y bibliografía suelen marcar tendencia, como sucedió con Robert. O. Paxton y el régimen de Vichy. Tampoco es una casualidad.
Los historiadores galos se han dado cuenta de que la imagen de España y de su historia, y no es la primera vez, están siendo utilizadas por el revisionismo francés como globo sonda de cara a sus propias posibilidades. Si la crítica a la República española y la consiguiente justificación del golpe y la dictadura franquista calan en la opinión, la onda expansiva podría llegar hasta el Frente Popular francés. Así se lo podrá culpar —como ya intentó el mariscal Pétain con el Proceso de Riom (1942-1943)— de la derrota de junio de 1940, la que contó Chaves Nogales en La agonía de Francia. Así se explica la extraña atención que el diario Le Figaro, el mismo que en mayo de 1937 negaba el bombardeo de Guernica, prestaba hace un par de años a la traducción de la obra de un conocido revisionista. Como para fiarse ciegamente de la prensa moderada y responsable.
Lista de lecturas
Junto al pueblo en armas. Los editoriales del diario 'Ahora' bajo la dirección de Manuel Chaves Nogales Edición de Juan Carlos Mateos Fernández Espuela de Plata, 2024 304 páginas . 21,76 euros
Fuego cruzado. La primavera de 1936 Fernando del Rey y Manuel Álvarez Tardío Galaxia Gutenberg, 2024 696 páginas. 28 euros
Una historia de la policía española. De los grises y Conesa a los azules y Villarejo David Ballester Muñoz Pasado y Presente, 2024 752 páginas. 30,16 euros
El naufragio de la Segunda República. Una democracia sin demócratas Inger Enkvist La Esfera de los Libros, 2024 224 páginas. 19,90 euros
Ruido de togas. Justicia política y polarización social durante la República (1931-1936) Ruben Pérez Trujillano Tirant lo Blanch, 2024 722 páginas. 56,91 euros
Jueces contra la República. El poder judicial frente a las reformas republicanas Ruben Pérez Trujillano Dykinson, 2024 331 páginas. 9,91 euros (ebook)
La depuración de funcionarios de la Administración de Justicia durante la Segunda República Miguel Pino Abad Dykinson, 2024 236 páginas. 21,85 euros
La Segunda República, origen de la Guerra Civil José Ignacio Nicolás-Correa Almuzara, 2024 472 páginas. 24,95 euros
1923. El golpe de Estado que cambió la Historia de España Roberto Villa García Espasa, 2023 768 páginas. 23,90 euros
Grandes esperanzas. Los logros de la II República española Ana María Cervera Tébar, 2023 202 páginas. 9,27 euros
Las elecciones que acabaron con la monarquía. El 12 de abril de 1931 Carmelo Romero Salvador Los Libros de la Catarata, 2023 208 páginas. 17,50 euros
El Germinal español. Las elecciones que trajeron la Segunda República Francisco Sánchez Akal, 2023 504 páginas. 29 euros
El cénit de la ciencia republicana Leoncio López-Ocón Cabrera Sílex, 2023 622 páginas. 27 euros
Clara Victoria. La crónica del debate que cambió la historia de las mujeres Isaías Lafuente Booket, 2023 288 páginas. 18,90 euros
El PSOE y el sufragio femenino Jagoba Álvarez Ereño Libros.com, 2023 200 páginas. 22 euros
La tierra es vuestra. La reforma agraria. Un problema no resuelto. España, 1900-1950 Ricardo Robledo Pasado y Presente, 2022 616 páginas. 35 euros
Vidas truncadas. Historias de violencia en la España de 1936 Fernando del Rey y Manuel Álvarez Tardío Galaxia Gutenberg, 2021 592 páginas. 24,50 euros
La Segunda República española Eduardo González Calleja, Francisco Cobo Romero, Ana Martínez Rus y Francisco Sánchez Pérez Pasado y Presente, 2021 1.375 páginas. 39 euros
El gran error de la República. Entre el ruido de sables y la ineficiencia del Gobierno Ángel Viñas Crítica, 2021 576 páginas. 21,90 euros
Una mujer, un voto Alicia Palmer y Montse Mazorriaga Garbuix, 2021 168 páginas. 18 euros
viernes, 2 de agosto de 2024
Boeing, la empresa "demasiado grande para caer" que se declaró culpable por cargos relacionados con la seguridad de sus aviones
FUENTE DE LA IMAGEN,REUTERS
El Departamento de Justicia de EE.UU. informó que el fabricante de aviones también acordó pagar una multa de US$243,6 millones.
Sin embargo, las familias de las personas que murieron en los vuelos hace cinco años criticaron el acuerdo por considerarlo un "trato ventajoso" que le permitirá a Boeing eludir toda responsabilidad por las muertes. Uno de los familiares lo calificó como una "abominación atroz".
El acuerdo debe ser aprobado ahora por un juez de EE.UU.
Al declararse culpable, Boeing evitará el espectáculo que implica un juicio penal, algo que las familias de las víctimas han estado pidiendo insistentemente.
Sin embargo, las familias de las personas que murieron en los vuelos hace cinco años criticaron el acuerdo por considerarlo un "trato ventajoso" que le permitirá a Boeing eludir toda responsabilidad por las muertes. Uno de los familiares lo calificó como una "abominación atroz".
El acuerdo debe ser aprobado ahora por un juez de EE.UU.
Al declararse culpable, Boeing evitará el espectáculo que implica un juicio penal, algo que las familias de las víctimas han estado pidiendo insistentemente.
Dos trágicos accidentes
La compañía está en crisis por su historial de seguridad desde los dos accidentes casi idénticos que sufrieron aviones 737 Max en 2018 y 2019, que llevaron a la inmovilización global de ese modelo de aviones durante más de un año.
En 2021, los fiscales acusaron a Boeing de conspiración para defraudar a los organismos reguladores, alegando que había engañado a la Administración Federal de Aviación (FAA, por sus siglas en inglés) sobre su sistema de control de vuelo MCAS, implicado en ambos accidentes.
La FAA acordó no procesar a Boeing si la empresa pagaba una multa y completaba con éxito un periodo de tres años de mayor supervisión y presentación de informes.
Pero en enero, poco antes de que finalizara ese periodo, la puerta de un Boeing de Alaska Airlines explotó poco después del despegue, lo que obligó al avión a aterrizar de emergencia.
Nadie resultó herido durante el incidente, pero sí se intensificó el escrutinio sobre hasta qué punto Boeing había avanzado en mejorar su historial de seguridad y calidad.
En mayo, el Departamento de Justicia afirmó que Boeing había incumplido las condiciones del acuerdo de 2021, lo cual abría la posibilidad de un proceso judicial.
La decisión de Boeing de declararse culpable es una mancha negra en el historial de la empresa, que es un importante contratista militar del gobierno estadounidense, ya que ahora tiene antecedentes penales.
No está claro cómo afectarán esos antecedentes penales a las actividades de contratación de la empresa. El gobierno suele prohibir la participación en licitaciones de las empresas con antecedentes, pero puede conceder exenciones.
Avión de Alaska Airlines sin puerta
En 2021, los fiscales acusaron a Boeing de conspiración para defraudar a los organismos reguladores, alegando que había engañado a la Administración Federal de Aviación (FAA, por sus siglas en inglés) sobre su sistema de control de vuelo MCAS, implicado en ambos accidentes.
La FAA acordó no procesar a Boeing si la empresa pagaba una multa y completaba con éxito un periodo de tres años de mayor supervisión y presentación de informes.
Pero en enero, poco antes de que finalizara ese periodo, la puerta de un Boeing de Alaska Airlines explotó poco después del despegue, lo que obligó al avión a aterrizar de emergencia.
Nadie resultó herido durante el incidente, pero sí se intensificó el escrutinio sobre hasta qué punto Boeing había avanzado en mejorar su historial de seguridad y calidad.
En mayo, el Departamento de Justicia afirmó que Boeing había incumplido las condiciones del acuerdo de 2021, lo cual abría la posibilidad de un proceso judicial.
La decisión de Boeing de declararse culpable es una mancha negra en el historial de la empresa, que es un importante contratista militar del gobierno estadounidense, ya que ahora tiene antecedentes penales.
No está claro cómo afectarán esos antecedentes penales a las actividades de contratación de la empresa. El gobierno suele prohibir la participación en licitaciones de las empresas con antecedentes, pero puede conceder exenciones.
Avión de Alaska Airlines sin puerta
FUENTE DE LA IMAGEN,REUTERS
Una puerta de un avión Boeing se desprendió en pleno vuelo en enero de 2024.
Insuficiente para las familias
Paul Cassell, abogado que representa a algunas de las familias de las personas fallecidas en los vuelos de 2018 y 2019, dijo: "Este acuerdo ventajoso no reconoce que, debido a la conspiración de Boeing, murieron 346 personas".
"A través de la astuta actuación legal de Boeing y del Departamento de Justicia, se están ocultando las consecuencias mortales del delito de Boeing".
Cassell pidió al juez que evalúa el acuerdo que "rechace esta declaración de culpabilidad inapropiada y simplemente convoque un juicio público, para que todos los hechos que rodean el caso se expongan en un foro justo y abierto ante un jurado".
En una carta dirigida al gobierno en junio, Cassell pidió al Departamento de Justicia que impusiera a Boeing una multa de más de US$24.000 millones en reconocimiento de lo que describió como "el delito empresarial más mortífero de la historia de Estados Unidos".
También pidió que se enjuiciara a algunas personas, entre ellas al exdirector ejecutivo de Boeing, Dennis Muilenberg.
Zipporah Kuria, quien perdió a su padre Joseph en uno de los accidentes mortales, expresó: "Espero que, Dios no lo quiera, si esto vuelve a ocurrir se le recuerde al Departamento de Justicia que tuvo la oportunidad de hacer algo significativo y en lugar de ello eligió no hacerlo".
Cassell pidió al juez que evalúa el acuerdo que "rechace esta declaración de culpabilidad inapropiada y simplemente convoque un juicio público, para que todos los hechos que rodean el caso se expongan en un foro justo y abierto ante un jurado".
En una carta dirigida al gobierno en junio, Cassell pidió al Departamento de Justicia que impusiera a Boeing una multa de más de US$24.000 millones en reconocimiento de lo que describió como "el delito empresarial más mortífero de la historia de Estados Unidos".
También pidió que se enjuiciara a algunas personas, entre ellas al exdirector ejecutivo de Boeing, Dennis Muilenberg.
Zipporah Kuria, quien perdió a su padre Joseph en uno de los accidentes mortales, expresó: "Espero que, Dios no lo quiera, si esto vuelve a ocurrir se le recuerde al Departamento de Justicia que tuvo la oportunidad de hacer algo significativo y en lugar de ello eligió no hacerlo".
Las familias de los fallecidos en los aviones Boeing en 2018 y 2019 han presionado para que la empresa vaya a juicio.
En el acuerdo de 2021, Boeing acordó pagar US$2.500 millones para resolver el asunto, incluidos US$500 millones para un fondo de las víctimas.
El acuerdo indignó a los familiares, que no fueron consultados sobre las condiciones y piden que se juzgue a la empresa.
A finales de junio, CBS News, socio de la BBC en EE.UU., informó que personal directivo del Departamento de Justicia había recomendado que se iniciara un proceso judicial.
En una audiencia realizada en junio, el senador Richard Blumenthal dijo que creía que existía una "evidencia casi abrumadora" de que debía iniciarse un proceso judicial.
Los abogados de los familiares dijeron que al Departamento de Justicia le preocupaba no tener un caso sólido contra la empresa.
Mark Forkner, un antiguo piloto técnico de Boeing que fue la única persona que se enfrentó a cargos penales por el incidente, fue absuelto por un jurado en 2022. Sus abogados argumentaron que se le había utilizado como chivo expiatorio.
El acuerdo indignó a los familiares, que no fueron consultados sobre las condiciones y piden que se juzgue a la empresa.
A finales de junio, CBS News, socio de la BBC en EE.UU., informó que personal directivo del Departamento de Justicia había recomendado que se iniciara un proceso judicial.
En una audiencia realizada en junio, el senador Richard Blumenthal dijo que creía que existía una "evidencia casi abrumadora" de que debía iniciarse un proceso judicial.
Los abogados de los familiares dijeron que al Departamento de Justicia le preocupaba no tener un caso sólido contra la empresa.
Mark Forkner, un antiguo piloto técnico de Boeing que fue la única persona que se enfrentó a cargos penales por el incidente, fue absuelto por un jurado en 2022. Sus abogados argumentaron que se le había utilizado como chivo expiatorio.
Los antecedentes
Mark Cohen, profesor emérito de la Universidad de Vanderbilt, que ha estudiado las condenas contra empresas, dijo que los fiscales suelen preferir acuerdos en los que la empresa se declara culpable, que les permiten evitar el riesgo de un juicio y le dan al gobierno más poder sobre la empresa que una sentencia típica.
"Tienen que pensar en las consecuencias colaterales", dijo. "No se toman este tipo de casos a la ligera".
Los problemas por el incumplimiento del acuerdo de 2021 no son el primer roce de Boeing con la ley.
En 2015, la empresa pagó millones en multas a la Administración Federal de Aviación para resolver una serie de reclamaciones por fabricación inadecuada y otros problemas.
La empresa también sigue enfrentándose a investigaciones y demandas por el incidente del vuelo de Alaska Airlines de enero.
"Tienen que pensar en las consecuencias colaterales", dijo. "No se toman este tipo de casos a la ligera".
Los problemas por el incumplimiento del acuerdo de 2021 no son el primer roce de Boeing con la ley.
En 2015, la empresa pagó millones en multas a la Administración Federal de Aviación para resolver una serie de reclamaciones por fabricación inadecuada y otros problemas.
La empresa también sigue enfrentándose a investigaciones y demandas por el incidente del vuelo de Alaska Airlines de enero.
¿Demasiado grande para ser juzgada?
Edificio de Boeing
FUENTE DE LA IMAGEN,GETTY IMAGES
Boeing emplea unas 150.000 personas solo en Estados Unidos.
Boeing es una de las empresas más grandes e importantes de Estados Unidos.
La empresa es uno de los dos principales fabricantes mundiales de aviones comerciales. Y es uno de los cinco mayores contratistas de defensa de Estados Unidos.
Emplea a más de 170.000 personas en todo el mundo, 150.000 de ellas en Estados Unidos, y generó unos ingresos por casi US$78.000 millones el año pasado. Su contribución a la economía estadounidense es vital.
Pero su compromiso con la seguridad se ha puesto en tela de juicio en repetidas ocasiones.
Varios informantes han denunciado presuntas prácticas inseguras en las fábricas de Boeing, así como en las de su principal proveedor, Spirit Aerosystems.
Los críticos exigen un cambio fundamental en la cultura corporativa de Boeing. Los fallos de seguridad de la empresa distan mucho de ser nuevos, y los intentos de resolverlos parecen haber sido infructuosos.
Tras los dos accidentes casi idénticos que ocurrieron en sus flamantes 737 Max en los que murieron 346 personas, se descubrió que se habían hecho recortes en el diseño del avión y que se había engañado a los reguladores.
Tras el primer accidente, se permitió que el avión siguiera volando a pesar de que se conocía el problema, por lo que se acusó a Boeing de anteponer sus ganancias a la seguridad de los pasajeros.
El Departamento de Justicia concluyó ahora que Boeing incumplió las condiciones del acuerdo de 2021 al no implantar ni aplicar un programa adecuado de cumplimiento y ética, lo que permite que la empresa sea procesada ahora por la acusación penal original.
La empresa es uno de los dos principales fabricantes mundiales de aviones comerciales. Y es uno de los cinco mayores contratistas de defensa de Estados Unidos.
Emplea a más de 170.000 personas en todo el mundo, 150.000 de ellas en Estados Unidos, y generó unos ingresos por casi US$78.000 millones el año pasado. Su contribución a la economía estadounidense es vital.
Pero su compromiso con la seguridad se ha puesto en tela de juicio en repetidas ocasiones.
Varios informantes han denunciado presuntas prácticas inseguras en las fábricas de Boeing, así como en las de su principal proveedor, Spirit Aerosystems.
Los críticos exigen un cambio fundamental en la cultura corporativa de Boeing. Los fallos de seguridad de la empresa distan mucho de ser nuevos, y los intentos de resolverlos parecen haber sido infructuosos.
Tras los dos accidentes casi idénticos que ocurrieron en sus flamantes 737 Max en los que murieron 346 personas, se descubrió que se habían hecho recortes en el diseño del avión y que se había engañado a los reguladores.
Tras el primer accidente, se permitió que el avión siguiera volando a pesar de que se conocía el problema, por lo que se acusó a Boeing de anteponer sus ganancias a la seguridad de los pasajeros.
El Departamento de Justicia concluyó ahora que Boeing incumplió las condiciones del acuerdo de 2021 al no implantar ni aplicar un programa adecuado de cumplimiento y ética, lo que permite que la empresa sea procesada ahora por la acusación penal original.
Un gigante aéreo
Algunos legisladores de Washington, sin embargo, han expresado su preocupación por las consecuencias de imponer altos castigos a Boeing.
En una audiencia celebrada en abril, el senador republicano Ron Johnson dijo que temía que los organismos reguladores fueran perjudicar a una empresa tan crítica para la economía estadounidense.
"Vuelvo a la realidad del hecho de que todos queremos que Boeing tenga éxito", dijo.
"No queremos pensar que hay condiciones en estos aviones que realmente deberían obligar a los entes reguladores a dejarlos en tierra, con lo que eso haría a nuestra economía, lo que eso haría a la vida de las personas".
Según los analistas, no cabe duda de que la condición de Boeing como uno de los contratistas principales del ejército estadounidense habría sido un factor clave a la hora de decidir qué medidas tomar contra la empresa.
Sólo en 2022, Boeing acumuló contratos con el Departamento de Defensa por valor de más de US$14.000 millones.
También hay que tener en cuenta la posición de Boeing en el mercado de la aviación comercial. El gigante aéreo tiene actualmente pedidos de más de 6.000 aviones, lo que representa años de producción.
Su gran rival Airbus tiene una cartera de pedidos aún mayor, y ha estado luchando para producir suficientes aviones para satisfacer la demanda.
En una audiencia celebrada en abril, el senador republicano Ron Johnson dijo que temía que los organismos reguladores fueran perjudicar a una empresa tan crítica para la economía estadounidense.
"Vuelvo a la realidad del hecho de que todos queremos que Boeing tenga éxito", dijo.
"No queremos pensar que hay condiciones en estos aviones que realmente deberían obligar a los entes reguladores a dejarlos en tierra, con lo que eso haría a nuestra economía, lo que eso haría a la vida de las personas".
Según los analistas, no cabe duda de que la condición de Boeing como uno de los contratistas principales del ejército estadounidense habría sido un factor clave a la hora de decidir qué medidas tomar contra la empresa.
Sólo en 2022, Boeing acumuló contratos con el Departamento de Defensa por valor de más de US$14.000 millones.
También hay que tener en cuenta la posición de Boeing en el mercado de la aviación comercial. El gigante aéreo tiene actualmente pedidos de más de 6.000 aviones, lo que representa años de producción.
Su gran rival Airbus tiene una cartera de pedidos aún mayor, y ha estado luchando para producir suficientes aviones para satisfacer la demanda.
Dave Calhoun interrogado por un subcomité del Senado
FUENTE DE LA IMAGEN,GETTY IMAGES
Dave Calhoun, CEO de Boeing, fue interrogado por un subcomité del Senado el mes pasado.
Rivales emergentes
En pocas palabras, el mercado necesita actualmente a Boeing para que las compañías aéreas obtengan los aviones que necesitan. Pero en el futuro la empresa también tendrá que estar en buena forma si quiere hacer frente a la amenaza de un rival emergente.
El fabricante chino Comac, respaldado por el Estado, produce actualmente el avión de pasajeros C919, un rival potencial del 737 Max y el Airbus A320 neo. Comenzó sus vuelos comerciales en mayo.
Aunque su cartera de pedidos es minúscula en comparación con la de los dos gigantes establecidos, a largo plazo podría beneficiarse de cualquier debilidad del gigante estadounidense.
También existe la posibilidad de que la brasileña Embraer, un fabricante de éxito para aerolíneas regionales más pequeñas, llene parte del espacio que actualmente ocupan Boeing y Airbus en el mercado.
La seguridad de los aviones Boeing ha seguido estando en tela de juicio desde los accidentes de 2018 y 2019. "Boeing es demasiado grande para caer, pero no es demasiado grande para ser mediocre", dice Ronald Epstein, analista de Bank of America que sigue a la empresa.
"Todos queremos una Boeing sana", añade. "Tener una Boeing que va por mal camino es malo para todos".
Las crisis ya han pasado una elevada factura a la compañía, que ha perdido dinero todos los años desde 2019, una suma que asciende a más de US$30.000 millones.
Todo esto puede explicar por qué el Departamento de Justicia no ha impuesto sanciones más severas a Boeing. No obstante, la empresa ha admitido un delito grave.
Eso en sí mismo es un gran avance. La cuestión ahora es si el Departamento de Justicia ha hecho lo suficiente para disuadir a la empresa de cometer delitos en el futuro.
El fabricante chino Comac, respaldado por el Estado, produce actualmente el avión de pasajeros C919, un rival potencial del 737 Max y el Airbus A320 neo. Comenzó sus vuelos comerciales en mayo.
Aunque su cartera de pedidos es minúscula en comparación con la de los dos gigantes establecidos, a largo plazo podría beneficiarse de cualquier debilidad del gigante estadounidense.
También existe la posibilidad de que la brasileña Embraer, un fabricante de éxito para aerolíneas regionales más pequeñas, llene parte del espacio que actualmente ocupan Boeing y Airbus en el mercado.
La seguridad de los aviones Boeing ha seguido estando en tela de juicio desde los accidentes de 2018 y 2019. "Boeing es demasiado grande para caer, pero no es demasiado grande para ser mediocre", dice Ronald Epstein, analista de Bank of America que sigue a la empresa.
"Todos queremos una Boeing sana", añade. "Tener una Boeing que va por mal camino es malo para todos".
Las crisis ya han pasado una elevada factura a la compañía, que ha perdido dinero todos los años desde 2019, una suma que asciende a más de US$30.000 millones.
Todo esto puede explicar por qué el Departamento de Justicia no ha impuesto sanciones más severas a Boeing. No obstante, la empresa ha admitido un delito grave.
Eso en sí mismo es un gran avance. La cuestión ahora es si el Departamento de Justicia ha hecho lo suficiente para disuadir a la empresa de cometer delitos en el futuro.
jueves, 1 de agosto de 2024
¿Inventaron los nazis el ‘management’ moderno?
El historiador Johann Chapoutot describe en el ensayo ‘Libres para obedecer’ los paralelismos entre la gestión de una empresa actual y los métodos del régimen hitleriano.
¿Existe una relación entre la gestión de cualquier empresa actual y la organización del trabajo en la Alemania nazi? Es la rompedora tesis del historiador Johann Chapoutot, profesor de Historia Contemporánea en la Sorbonne, que describe en su ensayo Libres para obedecer (Alianza) cómo el régimen hitleriano puso en marcha un modelo de organización jerárquica basado en la delegación de responsabilidades y la iniciativa individual. Según Chapoutot, los nazis defendieron una concepción no autoritaria del trabajo, donde el obrero ya no era un subordinado sino un “colaborador”, noción que puede parecer contradictoria respecto al carácter iliberal del Tercer Reich. Esa estrategia de asignación de tareas y definición de competencias, opuesta a la verticalidad del capitalismo británico o francés de finales del siglo XIX y relativamente similar a la cultura neoliberal de nuestro tiempo, estuvo al servicio de la economía de guerra alemana y del exterminio de millones de personas, pero terminó sobreviviendo al final del conflicto en 1945 y fue entregada como herencia a la Europa de la posguerra.
El ensayo causó estupor y cierta polémica cuando fue publicado en Francia en 2020, donde se convirtió en un pequeño fenómeno editorial. “Descubrí las similitudes entre los modelos nazi y neoliberal al estudiar el trabajo de juristas alemanes que teorizaron sobre un nuevo marco normativo para el régimen: les hacía falta una nueva ley moral, un nuevo derecho que les autorizara a exterminar a parte de la población”, explica Chapoutot en un restaurante pegado a la Sorbonne. Entre esos teóricos figuraba Reinhard Höhn, que tras la guerra se convirtió en el padre del management moderno en Alemania, donde fue celebrado como un pionero y llegó a ser objeto de un homenaje de la patronal poco antes de morir en el año 2000.
Para Höhn, el Estado debía desaparecer y ceder lugar a nuevas agencias gubernamentales, menos burocráticas y más dinámicas, en las que trabajarían trabajadores autónomos y felices. Para Chapoutot, estudiar la organización laboral del régimen permite adentrarse en otra cuestión aún más espinosa: la del estatus histórico del nazismo en Europa. ¿Fue una excepción, una anomalía, un paréntesis cerrado? “Al revés, los nazis están plenamente integrados en la historia occidental. Su legado se inscribe en nuestra modernidad. En realidad, los nazis no inventaron nada. Llevaron al extremo lógicas que existían antes de su aparición y que permanecieron tras la desaparición del régimen”, responde el historiador.
“En realidad, los nazis no inventaron nada. Llevaron al extremo lógicas que existían antes de su aparición y que permanecieron tras la desaparición del régimen”, dice el autor
El libro desmonta muchas tesis infundadas sobre el nazismo. Recuerda, por ejemplo, que Hitler se oponía a la idea de un Estado fuerte, venerado en los tiempos de Prusia, pero que el führer consideraba una catástrofe para la raza alemana. “No es el Estado el que nos da órdenes, sino nosotros quienes damos órdenes al Estado”, declaró en 1934. “Solemos asimilar el nazismo con el fascismo y el estalinismo, donde sí había un Estado fuerte y centralizado. En realidad, los nazis se creían liberales, pese a oponerse a todos los principios del liberalismo filosófico. Apoyaban las tesis del nacionalismo alemán sobre la libertad, y vinculaban la aparición del Estado a los últimos días de Roma, cuando la mezcla de razas exigió un exoesqueleto normativo y un derecho escrito y no oral”, apunta Chapoutot. “Los germanos de buena raza y sanos de espíritu, en cambio, lograban gobernarse a sí mismos sin tener que recurrir a él”.
Contra la reificación diagnosticada por el marxismo, los nazis promovieron una especie de alienación voluntaria del trabajador. “Impulsaron una concepción nueva de la subordinación para que fuera aceptada por el propio subordinado. Los proyectos del nazismo eran gigantescos: había que producir, expandirse, reproducirse y preparar la guerra en tiempo récord. La represión no funcionaba. Había que obtener el consentimiento, o incluso la adhesión y el entusiasmo de los sometidos”, apunta el autor. Esa ambición originó una organización del trabajo que resaltaba su carácter agradable, las medidas de aeración y de higiene, la ergonomía y las actividades de ocio, que perfeccionó los preceptos del dopolavoro mussoliniano.
historiador Johann Chapoutot, autor de 'Libres para obedecer'
El historiador Johann Chapoutot, autor de 'Libres para obedecer', retratado en París a mediados de septiembre. BRUNO ARBESÚ
En Alemania, el sindicato único creó una división llamada Kraft durch Freude (algo así como “fuerza por medio de la alegría”), convencido de que la producción solo podría sostenerse a través de una ilusoria sensación de júbilo y bienestar. Se organizaron vacaciones al infausto resort de la isla de Rügen, conciertos en las fábricas, actividades deportivas, módulos de dietética y cursillos para gestionar la carga de trabajo, antepasado del estrés. Cualquier parecido con los happiness managers que surgieron en Silicon Valley y luego invadieron el mundo, encargados de proponer cursos de yoga e instalar futbolines para los asalariados, es pura coincidencia.
El objetivo de Hitler y Goebbels, como dejaron claro en sendos discursos pronunciados durante la fiesta del 1 de mayo de 1933, consistía en terminar con la lucha de clases y eliminar el conflicto en el lugar de trabajo para no perjudicar la productividad. “Contra el marxismo judío, que oponía trabajo y capital, la propaganda nazi lanzó otra imagen: el ingeniero y el obrero estrechándose la mano. En la Primera Guerra Mundial habían luchado juntos en las trincheras, porque formaban parte de la misma nación y la misma raza. El marxismo amenazaba con destruir esa unidad”, relata Chapoutot, que recuerda la “trampa” ideada en los años diez para disuadir a las masas tentadas por el comunismo: asegurar que el nazismo también era un socialismo. “Hitler dice a los obreros que es uno más entre ellos. Esa identificación engañosa es una idea que persiste en muchos líderes populistas, con un millonario como Trump como mejor ejemplo”.
El ensayo pasa de puntillas sobre la idea más incómoda de cuantas enuncia: el paralelismo entre la destrucción de empleos y la supresión de vidas
Por encima de todo, los nazis fueron partidarios de un darwinismo social, de una sociedad de ganadores y perdedores donde los segundos solo podían culparse a sí mismos de su fracaso. Para ser un ciudadano aceptable, no solo había que pertenecer a la raza adecuada, sino también producir por encima de sus posibilidades. “Cuando no era el caso, el individuo se convertía en un peso muerto para la sociedad, lo que abría la puerta a su exterminación. Los nazis son el emblema de una deshumanización que sigue vigente hoy. Ya no somos personas, sino material humano, expresión omnipresente en el lenguaje del régimen que después fue rebautizada como recursos humanos”, apunta Chapoutot.
En el libro, el historiador pasa de puntillas sobre la idea más incómoda de cuantas contiene su apasionante ensayo: el paralelismo entre la destrucción de empleos y la supresión de vidas. En la entrevista, admite que los despidos masivos de los grandes grupos en la era de la reconversión industrial tienen algo de muerte simbólica. Y, en algunos casos, literal. Chapoutot recuerda el plan de transformación de la antigua France Télécom en Orange, que se saldó con 35 suicidios de trabajadores en 2009. “Dos años antes, su director general había afirmado que los 22.000 despedidos, inservibles para una empresa pública en vías de privatización, deberían marcharse ‘por la puerta o por la ventana’. Y eso fue lo que sucedió”, lamenta. El autor acabará admitiendo que su libro tiene una dimensión política: “He querido crear una disonancia respecto al clima actual, recordar de dónde procede ese vocabulario y alertar ante una concepción de la vida que, aunque no siempre nos demos cuenta, sigue siendo terrible y criminal”.
¿Existe una relación entre la gestión de cualquier empresa actual y la organización del trabajo en la Alemania nazi? Es la rompedora tesis del historiador Johann Chapoutot, profesor de Historia Contemporánea en la Sorbonne, que describe en su ensayo Libres para obedecer (Alianza) cómo el régimen hitleriano puso en marcha un modelo de organización jerárquica basado en la delegación de responsabilidades y la iniciativa individual. Según Chapoutot, los nazis defendieron una concepción no autoritaria del trabajo, donde el obrero ya no era un subordinado sino un “colaborador”, noción que puede parecer contradictoria respecto al carácter iliberal del Tercer Reich. Esa estrategia de asignación de tareas y definición de competencias, opuesta a la verticalidad del capitalismo británico o francés de finales del siglo XIX y relativamente similar a la cultura neoliberal de nuestro tiempo, estuvo al servicio de la economía de guerra alemana y del exterminio de millones de personas, pero terminó sobreviviendo al final del conflicto en 1945 y fue entregada como herencia a la Europa de la posguerra.
El ensayo causó estupor y cierta polémica cuando fue publicado en Francia en 2020, donde se convirtió en un pequeño fenómeno editorial. “Descubrí las similitudes entre los modelos nazi y neoliberal al estudiar el trabajo de juristas alemanes que teorizaron sobre un nuevo marco normativo para el régimen: les hacía falta una nueva ley moral, un nuevo derecho que les autorizara a exterminar a parte de la población”, explica Chapoutot en un restaurante pegado a la Sorbonne. Entre esos teóricos figuraba Reinhard Höhn, que tras la guerra se convirtió en el padre del management moderno en Alemania, donde fue celebrado como un pionero y llegó a ser objeto de un homenaje de la patronal poco antes de morir en el año 2000.
Para Höhn, el Estado debía desaparecer y ceder lugar a nuevas agencias gubernamentales, menos burocráticas y más dinámicas, en las que trabajarían trabajadores autónomos y felices. Para Chapoutot, estudiar la organización laboral del régimen permite adentrarse en otra cuestión aún más espinosa: la del estatus histórico del nazismo en Europa. ¿Fue una excepción, una anomalía, un paréntesis cerrado? “Al revés, los nazis están plenamente integrados en la historia occidental. Su legado se inscribe en nuestra modernidad. En realidad, los nazis no inventaron nada. Llevaron al extremo lógicas que existían antes de su aparición y que permanecieron tras la desaparición del régimen”, responde el historiador.
“En realidad, los nazis no inventaron nada. Llevaron al extremo lógicas que existían antes de su aparición y que permanecieron tras la desaparición del régimen”, dice el autor
El libro desmonta muchas tesis infundadas sobre el nazismo. Recuerda, por ejemplo, que Hitler se oponía a la idea de un Estado fuerte, venerado en los tiempos de Prusia, pero que el führer consideraba una catástrofe para la raza alemana. “No es el Estado el que nos da órdenes, sino nosotros quienes damos órdenes al Estado”, declaró en 1934. “Solemos asimilar el nazismo con el fascismo y el estalinismo, donde sí había un Estado fuerte y centralizado. En realidad, los nazis se creían liberales, pese a oponerse a todos los principios del liberalismo filosófico. Apoyaban las tesis del nacionalismo alemán sobre la libertad, y vinculaban la aparición del Estado a los últimos días de Roma, cuando la mezcla de razas exigió un exoesqueleto normativo y un derecho escrito y no oral”, apunta Chapoutot. “Los germanos de buena raza y sanos de espíritu, en cambio, lograban gobernarse a sí mismos sin tener que recurrir a él”.
Contra la reificación diagnosticada por el marxismo, los nazis promovieron una especie de alienación voluntaria del trabajador. “Impulsaron una concepción nueva de la subordinación para que fuera aceptada por el propio subordinado. Los proyectos del nazismo eran gigantescos: había que producir, expandirse, reproducirse y preparar la guerra en tiempo récord. La represión no funcionaba. Había que obtener el consentimiento, o incluso la adhesión y el entusiasmo de los sometidos”, apunta el autor. Esa ambición originó una organización del trabajo que resaltaba su carácter agradable, las medidas de aeración y de higiene, la ergonomía y las actividades de ocio, que perfeccionó los preceptos del dopolavoro mussoliniano.
historiador Johann Chapoutot, autor de 'Libres para obedecer'
El historiador Johann Chapoutot, autor de 'Libres para obedecer', retratado en París a mediados de septiembre. BRUNO ARBESÚ
En Alemania, el sindicato único creó una división llamada Kraft durch Freude (algo así como “fuerza por medio de la alegría”), convencido de que la producción solo podría sostenerse a través de una ilusoria sensación de júbilo y bienestar. Se organizaron vacaciones al infausto resort de la isla de Rügen, conciertos en las fábricas, actividades deportivas, módulos de dietética y cursillos para gestionar la carga de trabajo, antepasado del estrés. Cualquier parecido con los happiness managers que surgieron en Silicon Valley y luego invadieron el mundo, encargados de proponer cursos de yoga e instalar futbolines para los asalariados, es pura coincidencia.
El objetivo de Hitler y Goebbels, como dejaron claro en sendos discursos pronunciados durante la fiesta del 1 de mayo de 1933, consistía en terminar con la lucha de clases y eliminar el conflicto en el lugar de trabajo para no perjudicar la productividad. “Contra el marxismo judío, que oponía trabajo y capital, la propaganda nazi lanzó otra imagen: el ingeniero y el obrero estrechándose la mano. En la Primera Guerra Mundial habían luchado juntos en las trincheras, porque formaban parte de la misma nación y la misma raza. El marxismo amenazaba con destruir esa unidad”, relata Chapoutot, que recuerda la “trampa” ideada en los años diez para disuadir a las masas tentadas por el comunismo: asegurar que el nazismo también era un socialismo. “Hitler dice a los obreros que es uno más entre ellos. Esa identificación engañosa es una idea que persiste en muchos líderes populistas, con un millonario como Trump como mejor ejemplo”.
El ensayo pasa de puntillas sobre la idea más incómoda de cuantas enuncia: el paralelismo entre la destrucción de empleos y la supresión de vidas
Por encima de todo, los nazis fueron partidarios de un darwinismo social, de una sociedad de ganadores y perdedores donde los segundos solo podían culparse a sí mismos de su fracaso. Para ser un ciudadano aceptable, no solo había que pertenecer a la raza adecuada, sino también producir por encima de sus posibilidades. “Cuando no era el caso, el individuo se convertía en un peso muerto para la sociedad, lo que abría la puerta a su exterminación. Los nazis son el emblema de una deshumanización que sigue vigente hoy. Ya no somos personas, sino material humano, expresión omnipresente en el lenguaje del régimen que después fue rebautizada como recursos humanos”, apunta Chapoutot.
En el libro, el historiador pasa de puntillas sobre la idea más incómoda de cuantas contiene su apasionante ensayo: el paralelismo entre la destrucción de empleos y la supresión de vidas. En la entrevista, admite que los despidos masivos de los grandes grupos en la era de la reconversión industrial tienen algo de muerte simbólica. Y, en algunos casos, literal. Chapoutot recuerda el plan de transformación de la antigua France Télécom en Orange, que se saldó con 35 suicidios de trabajadores en 2009. “Dos años antes, su director general había afirmado que los 22.000 despedidos, inservibles para una empresa pública en vías de privatización, deberían marcharse ‘por la puerta o por la ventana’. Y eso fue lo que sucedió”, lamenta. El autor acabará admitiendo que su libro tiene una dimensión política: “He querido crear una disonancia respecto al clima actual, recordar de dónde procede ese vocabulario y alertar ante una concepción de la vida que, aunque no siempre nos demos cuenta, sigue siendo terrible y criminal”.
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