domingo, 10 de septiembre de 2023

"Creen que los niños occidentales crecen consentidos y sobreprotegidos": lo que una antropóloga europea descubrió al vivir con su bebé en una comunidad del Amazonas ecuatoriano

Francesca Mezzenzana junto a su bebé en una canoa sobre un río

FUENTE DE LA IMAGEN,CORTESÍA: FRANCESCA MEZZENZANA

Pie de foto,
“Yo soy una gringa para ellos”, dice con una sonrisa la antropóloga italiana Francesca Mezzenzana. “Pero a mi hijo, todos lo perciben como un Runa”.

En 2015, cuando su hijo tenía cuatro meses, se fue al Amazonas ecuatoriano, a un poblado indígena de unos 500 habitantes.

Esa experiencia, que la marcó profundamente no solo como académica sino como madre, la plasmó en el ensayo “Amazonian childcare” (“Cuidado infantil en el Amazonas”), publicado en el sitio Aeon.

Mezzenzana tiene un doctorado en antropología de la London School of Economics y es la investigadora principal del proyecto Learning Natures del Centro Rachel Carson para el Medio Ambiente y la Sociedad, en Múnich, Alemania.

Desde esa ciudad nos contó cómo el pueblo Runa le ha demostrado “sutil, pero implacablemente que hay más de una forma de florecer como seres humanos”.

En el Día Internacional de los Pueblos Indígenas, compartimos la vivencia que nos contó en la siguiente entrevista:

¿Por qué se fue a vivir con su bebé a la comunidad de los Runa?

He trabajado en la provincia de Pastaza, la región amazónica de Ecuador, desde 2011.

Mi pareja es de allí y la primera vez que me fui a vivir allá lo hicimos por tres años. Desde entonces, vamos cada año por periodos de seis u ocho meses.

Cuando nació nuestro hijo, quisimos llevarlo para que la familia lo conociera. No lo pensé mucho, pero la gente de mi entorno se sorprendía: “¡Cómo te vas a ir a un lugar tan remoto!”

Sí, la Amazonía de Ecuador es remota, pero también es mi casa. Ahí viven mis familiares, tenemos una choza. Así que para mí fue una decisión instintiva.

En su artículo nos habla de Digna, “una mujer sabía que crió 12 hijos”.

Digna era la abuela de mi esposo. Falleció hace unos cuatro años.

Solo hablaba kichwa, tuvo una vida increíble. Su papá, que era un chamán muy conocido en el área, no la envió a la escuela.

Creció con una disciplina dura, pero muy bella también. Aprendió a curar con las plantas, a caminar, a conocer la selva.

"A mi hijo los otros niños se lo llevaban por acá, por allá, lo cargaban, lo abrazaban", cuenta Mezzenzana.

Fue una de las personas que más me enseñó en mi tiempo en Ecuador.

Era una de las mujeres que llaman sinchi warmi, que quiere decir: mujer fuerte, sabia. Aún hay, pero las mayores ya se están yendo y es muy triste porque con ellas se va una manera entera de ver el mundo y de vivir.

¿Recuerda cómo fue ese encuentro entre Digna y su bebé?

Ella estaba muy feliz de que hubiésemos ido y de ver a este niño que ella decía era “de dos mundos”.

Fue muy cariñosa y quería encargarse de él, pero tenía mucho cuidado conmigo porque intuía que la manera de criar los hijos en Europa es muy distinta a como se hace en la Amazonía.

Tenía sus ideas de lo que había que hacer con un bebé, pero siempre fue muy respetuosa.

Cuenta que cuando la vio metiendo a su hijo en el baby sling, el portabebés, le preguntó a su esposo: “¿Qué está haciendo?”. ¿Cómo recuerda ese momento?

Fue muy chistoso. Yo había comprado un portabebés último modelo, había pasado mucho tiempo escogiéndolo, y cuando Digna me ve meter a mi hijo, tras muchos intentos porque él no quería y lloraba, le pregunta a mi esposo: “¿Por qué está comprimiendo al niño dentro de eso? El niño no puede mover la cara, solo ve el pecho de su mamá”.

El bebé de la doctora Mezzenzana con miembros del pueblo Runa.

La forma en que lo planteó no era como si me estuviera juzgando, sino más bien que estaba sorprendida, quería entender por qué lo hacía.

Yo no supe qué contestar y me hizo reflexionar: si ella está sorprendida, quiere decir que lo que estoy haciendo no es obvio. Tiene que haber una narrativa cultural detrás de esto. Ahora la que tenía curiosidad era yo y, además, me surgieron dudas.

Con su portabebés, partió de la idea de que su hijo “necesitaba ser protegido del mundo”, pero para los Runa, los niños “necesitan ver el mundo al que pertenecen”. Ellos, escribió, son cargados en la espalda o en la cadera para que puedan ver “hacia afuera”. Ese acto encierra una filosofía de vida ¿no?

Sí, me acuerdo que cuando compré el portabebés, en los sitios web que visité lo vendían como ideal para desarrollar el vínculo de apego. También estaba la idea de que era importante proteger a los bebés para que no escucharan demasiados ruidos, ni miraran demasiadas cosas.

Cuando te vas a la Amazonía, pero no solo allá sino en cualquier lugar que no sea Europa o Estados Unidos, ves a niños que participan en la vida social todo el tiempo. No existe el concepto de que el niño tiene que ver poco, estar tranquilo, que el mundo es demasiado para él.

La imponente Amazonía de Ecuador.

Si uno lo piensa bien, esa idea de que el mundo es demasiado para un bebé es ridícula en el sentido de que los humanos son animales, vivimos adentro del mundo.

Aunque los niños estén recién nacidos, en las comunidades Runa, están con las mamás en las fiestas, visitando otras casas, están en la selva.

Señala que existe la idea en las sociedades postindustriales que las experiencias en la infancia temprana son clave en el éxito del desarrollo cognitivo y emocional. ¿Qué visión tienen los Runa?

Mi percepción es que los Runa tienen una idea mucho más flexible de lo que es el desarrollo humano y no tienen este paradigma de que todo lo que pasa en la primera edad es fundamental para lo que vendrá.

De hecho, muchos psicólogos del desarrollo coinciden en que se trata de una idea muy singular la que hemos desarrollado en los últimos 50, 60 años: que lo que pasa en los primeros tres años tiene consecuencias muy serias para el futuro de nuestros hijos.

Seguramente, hay cosas que pueden tener una influencia, pero no son irreversibles.

Estoy leyendo un libro, publicado hace unos 20 años, de un psicólogo que aborda esta idea, que es muy fuerte en nuestra sociedad, y dice que no hay y nunca podrá haber un estudio que demuestre la influencia de algo que pasó en los primeros años de vida, 40 años después.

Aun así, es una idea que nos obsesiona.

Una de mis preocupaciones es que todo ese énfasis en los primeros años tiene consecuencias muy duras, especialmente para las madres. Se genera una culpabilización en ellas.

Dice que su estadía con los Runa tuvo repercusiones en su vida como antropóloga y como madre. ¿Cómo?

En ese primer viaje con mi hijo, él estaba feliz.

Esa experiencia me ayudó a ver que hay otras maneras de criar a los hijos.

Me hizo reconsiderar muchas cosas que aquí, en Alemania, en Italia, en Inglaterra, donde he vivido muchos años, son consideradas como esenciales y si no las haces eres una mala mamá o tu hijo va a tener problemas en el futuro.

El conocimiento sobre las bondades de la selva forma parte de la crianza de los niños de la Amazonía. Esta foto fue tomada en Sarayaku, en la provincia de Pastaza, en 2021.

Por ejemplo, la idea de estar pendiente del niño todo el tiempo por el temor de que si no lo haces, puede tener algún trauma, la logré dejar a un lado.

Cada vez que estoy con los Runa y mis hijos, veo la importancia de estar con otras personas, sientes que no estás solo en este mundo, que tienes que vivir con gente muy diferente a ti, con otras ideas y necesidades. Y eso es más importante que llegar a ser excelente (en algo) o destacarte por encima de los demás. Mis familiares Runa me recordaron eso.

Relata que la forma de cuidar a su bebé, como interrumpir cualquier cosa que estuviese haciendo para atenderlo o incluso anticipar sus necesidades, empezó a llamar la atención y a generar reacciones en la comunidad, que pasaron “del humor a la preocupación”. ¿Cómo fue eso?

Por mucho tiempo, los familiares, los vecinos, me observaron. Se notaba que estaba muy cansada, muy concentrada en mi hijo y que no veía nada más, ni hacía nada más. Yo creo que era muy inútil como miembro de la familia.

Me empezaron a hacer bromas sobre este amor infinito que le tenía a mi hijo. Una de las cosas que me dijeron en tono de chanza fue: “Estas mamás gringas cómo quieren a sus hijos”.

Los niños Runa participan en las diferentes actividades de los adultos, como sucede en otros pueblos del Amazonas.

Le decían a mi hijo cosas como: “Pobre bebé ¿qué harás cuando tu mamá se muera? Te vas a quedar solo en este mundo”.

Se lo llevaban a otros lugares para que no estuviese solamente conmigo y lo hacían de una manera muy alegre.

Nadie me dijo: “Deja de hacer eso, es malo para tu hijo”, nunca me sentí juzgada. Me estaban haciendo sentir que mi hijo era un niño de todos, no solo mío.

Quiero enfatizar que los Runa, como muchos pueblos indígenas amazónicos, son muy humildes y muy independientes. Les parece totalmente inapropiado decirles a los demás lo que creen que deben hacer, su respeto por las decisiones individuales es muy fuerte.

Fue esa dinámica de ver cómo trataban a mi hijo que me hizo reflexionar sobre mis acciones, fue un proceso muy sutil e importante.

“Pobre bebé ¿qué harás cuando tu mamá se muera?” es una frase que, como señala en su artículo, puede resultar inapropiada para algunos en Occidente, pero a usted la hizo pensar, no solo sobre el día en que su hijo no la tenga, sino sobre exponer a los niños a emociones complejas como la tristeza. ¿Los Runa tienen otra manera de ver la muerte?

Sí, absolutamente.

Los niños Runa están involucrados en las vidas de los adultos, no hay nada que no se pueda decir delante de ellos.

Es muy fuerte, se habla de todo y los niños aprenden de todo a muy corta edad.

En muchos pueblos indígenas, los hermanos mayores desempeñan un rol clave en la crianza de los niños más pequeños.

Recuerdo que cuando regresamos, mi hijo tenía dos años y medio y participamos en una actividad colectiva para limpiar las hiervas en el cementerio.

Mi hijo me preguntó qué era ese lugar, le respondí: “un cementerio” y empezó a indagar más: “¿qué significa eso? ¿por qué están los muertos ahí? ¿qué quiere decir morir?”

Y me acuerdo que mi comadre simplemente le dijo que todos un día vamos a morir, incluido él. Fue muy impactante porque a su edad lo entendió. Se puso muy serio y respondió: “Pero ¿cómo?”

Mi comadre le dijo: “Todo lo que vive tiene un inicio y un fin, las plantas, nosotros”.

A los niños no se les protege del tema de la muerte.

Una de las diferencias más grandes que mi esposo encuentra entre los europeos y los Runa es que según él cuando a nosotros se nos muere alguien es como el fin del mundo, mientras que para él, para los Runa, es parte de lo que tiene que ser, aunque sea triste, tienen una actitud casi como la de los budistas.

Saben que la muerte y el dolor son parte de la vida y no me refiero a que lo comprendan conceptualmente, sino que lo viven.

Es algo que admiro mucho y que me da un poco de envidia. Y eso empieza en la niñez.

Cuenta que la gente empezó a “rebelarse” de buena manera y que cuando un vecino se llevó al bebé de paseo, su esposo al verla buscarlo frenéticamente, le dijo: “Deja de perseguir a la gente, el niño está bien”.

Eso pasó varias a veces. Cuando me iba a hacer algo rápido y dejaba al niño con su papá, alguien se lo llevaba a dar una vuelta.

Al no verlo, me daba ansiedad y me iba a buscarlo, pero era muy difícil encontrarlo por las distancias en la selva.

Le pedía a mi esposo que me ayudara, pero me decía que no, que el niño iba a estar bien cuidado, que tenía que confiar en la gente que había tenido muchos más hijos que yo.

Fue difícil de aceptar, seguí buscándolo, pero después me dije: hay que confiar en otras personas.

La primera vez me enoje mucho. Para mí era muy difícil entender cómo se podían llevar por horas a mi hijo de cuatro meses sin pedirme permiso.

Pero siempre regresaba sano, feliz, tranquilo.

Su esposo es un miembro de los Runa, creció allá, él vivió lo que su hijo experimentó.

Después de vivir muchos años en Europa, él entiende mi ansiedad, pero en ese entonces no. Él creció rodeado de muchas personas. No veía ese cuidado colectivo como algo raro o problemático.

La crianza en el pueblo Runa entonces es un acto colectivo.

Sí, porque al final esos niños se convertirán en las personas que cuidaran a su gente y a su selva.

En el caso de los Runa, el niño es un miembro de la comunidad y va a trabajar por ella, va a vivir en paz con sus vecinos.

Esas comunidades son muy pequeñas, hay mucha libertad, los niños se desplazan por todos lados, si llegan a cualquier casa, les dan de comer.

Todos se conocen, todos son ayllu, familia, comunidad.

De hecho, una amiga cercana le dijo: “Dame a tu hijo, me lo llevo a mi casa y así tú puedes descansar”. ¿Qué sintió cuando la vio con su bebé en una canoa?

Para mí fue muy fuerte porque ella se lo quería llevar al pueblo de Puyo, que está a unas ocho horas.

Ella seguramente lo hubiese cuidado muy bien, le hubiera dado leche de fórmula, pero creo que por el shock no pude darme cuenta de que era un gran acto de empatía, de cariño hacia mí, de que era un reconocimiento de una necesidad que yo tenía y que me era muy difícil de expresar con un bebé tan pequeño.

En esta foto de enero, se ve a un grupo de niños del pueblo Siekopai, que habita la Amazonía de Ecuador y Perú.

Esta obsesión de que yo tenía que encargarme de él, hacerlo sola y que mi presencia era fundamental, no me lo dejó ver en ese momento.

Con mi segunda hija, fui más relajada, más abierta a esos actos de ayuda.

Descubrió que su familia Runa parecía ajena a la idea de una relación “madre-hijo exclusiva y preponderante” y también a la idea de que las necesidades y deseos de los niños deben ser atendidos “siempre y con prontitud”. En su artículo nos habla del concepto del “individualismo suave”. ¿Por qué?

La idea fue desarrollada por una antropóloga (Adrie Kusserow) que hizo una investigación, en Nueva York, con niños de familias de la élite y niños de la clase trabajadora.

Encontró que los niños que pertenecían a la élite eran percibidos por sus padres como personas que necesitaban de un cuidado constante, de motivación permanente, como si fueran muy frágiles y sus egos tuvieran que ser cultivados con frecuencia y gentileza.

Esta forma de atención constante se ha naturalizado mucho, ni siquiera lo tomamos como problemático.

Otra foto de este año de niños Siekopai. Viviendo con los Runa, Mezzenzana se dio cuenta de que para los niños salir a pescar es como un juego, pero con una repercusión social.

Entre los Runa nadie les dice a los niños: “Bien hecho” o “Lo hiciste muy bien, estoy muy orgulloso de ti”.

Un entrevistador de un podcast me decía que eso le parecía muy duro, pero no lo es.

Esos niños pueden hacer tantas cosas, son tan independientes, tienen tanta libertad de movimiento que no necesitan que alguien les esté diciendo: “Muy bien”. Ellos saben que lo hacen muy bien.

Siempre pienso en niños que pueden prender un fuego en dos minutos y nadie los reconoce por eso, el fuego es la demostración de que pueden.

Y ese “individualismo suave” -escribió- promueve la autoexpresión y el individualismo psicológico y no es coincidencia que sean cualidades también promovidas en la sociedad neoliberal.

Los debates sobre cómo criar a los hijos están centrados en el desarrollo cognitivo de los niños con la idea de que puedan ser exitosos, pero todo ese éxito no es para que los niños sean miembros de una comunidad sino para su desarrollo individual y para que triunfen en el mercado (laboral).

Muchos de esos debates hablan del cerebro: “cómo mejorar el desarrollo cerebral del niño”, pero no se habla de las capacidades para estar con otros, de cooperar, que son habilidades que realmente les van a servir después.

La narrativa está enfocada en cómo mejorarte a ti mismo para prosperar en términos de carrera y económicos, para tu felicidad.

Habla de que fuera de las poblaciones WEIRD (siglas en inglés de: white, educated, industrialised, rich and democratic), blancas, educadas, industrializadas, ricas y democráticas, los niños son cuidados por diferentes personas y no solo se trata de adultos.

Sí, no son solo abuelas o tías las que ayudan a las madres a cuidar a los niños, también son otros niños que se encargan de los bebés.

Y eso es muy importante porque para nosotros la idea de que un niño de 7 años se pueda encargar por unas horas de un bebé de seis meses es tabú y creo que ilegal también.

En mi experiencia como investigadora, he visto que dejar a un niño que se responsabilice de un hermano, un primo, le da una serie de habilidades que son increíbles.

Tendríamos que repensar lo que creemos que ellos pueden hacer.

¿Puede un niño de 7 años ser tan responsable al cuidar a su hermano? Y la respuesta es que en la Amazonia puede, es algo cultural.

Tenemos la idea de los bebés como extremadamente frágiles y a mi hijo los otros niños se lo llevaban por acá, por allá, lo cargaban, lo abrazaban.

También plantea que afuera del mundo postindustrial rara vez los niños son el centro de la vida de los adultos. ¿Qué vivió con los Runa?

El niño participa en todas las actividades y, como otro miembro de la comunidad, no existe la idea de que el deseo de uno, aunque sea un niño, pueda influir sobre el deseo de los demás.

Obviamente si un niño está muy enfermo, el sentido común funciona, como en todas partes.

Recuerdo que, como yo tenía un bebé, yo quería que mi viaje en canoa fuese rápido, sin paradas y a una cierta hora para que no fuera tan caluroso.

Toda esta planificación alrededor de las necesidades, percibidas por mí, de mi hijo, era algo simplemente increíble.

Si mi niño estaba bien, él podía ir en el viaje como el resto, no había que cambiarlo todo por él.

La belleza de la Amazonía.

Es muy interesante porque aunque los niños son cuidados amorosamente, son centrales y siempre están presentes, la vida no funciona alrededor de ellos. Más bien ellos aprenden a seguir lo que hacen los demás.

Como ese proceso empieza a muy temprana edad, los llamados “terribles dos años” no existen ahí porque los niños ya están socializados con la idea de que tus deseos son importantes, pero si hay un contexto en el que no pueden ser satisfechos rápidamente porque no hay tiempo o porque otras personas tienen otras necesidades, tienes que esperar y entenderlo.

Los niños aprenden muy rápidamente a leer el contexto.

Escribió que “a los ojos del pueblo Runa, los niños occidentales crecen consentidos, sobreprotegidos e incapaces de enfrentar el mundo que los rodea”.

Una de las mayores preocupaciones de los Runa que viven en comunidades de la Amazonía es que cuando sus hijos se van a la ciudad, aprenden a vivir como la población mestiza.

Y cuando tienen sus hijos, los educan como si fueran mestizos y para ellos la educación de los blancos está muy enfocada en tus necesidades y no toma en cuenta tu rol social dentro de la comunidad.

La preocupación de los abuelos es que sus nietos se vuelvan muy consentidos.

En la ciudad, por ejemplo, se tiene la idea de que una manera justa de educar a los niños es dejándolos jugar mucho, es algo sagrado, mientras que para la comunidad Runa la distinción entre juego y trabajo es muy sutil.

Por ejemplo, los niños se van a pescar y para ellos es un juego, pero tiene una utilidad para sus familias. Igual sucede cuando se van a recolectar frutas, se montan en árboles, se divierten, pero al mismo tiempo le aportan a la comunidad con lo que traen.

Creo que la idea de niños como una categoría aparte, que son frágiles, que necesitan hacer sus cosas, desconectados de la vida de los adultos, es lo que le preocupa a la gente y la hace decir que se vuelven consentidos.

Y es que no se involucran en la vida social.

¿Cómo fue regresar con dos hijos?

Mi hijo tenía 7 años, se iba de mañana y regresaba en la tarde. Yo no sabía qué comía, lo que hacía, porque así es como los niños pasan los días allá, en grupo, correteando por la comunidad.

Para él fue muy lindo sentirse tan independiente y perteneciente a un grupo de niños.

A mi hija también le encantó, tenía dos años.

Para mi fue más fácil. Ha sido un proceso gradual y me he calmado cada vez más.

sábado, 9 de septiembre de 2023

Nueva edición de La otra historia de los Estados Unidos, de Howard Zinn (Pepitas de calabaza, 2021). El infame pasado que esconde el país más poderoso del mundo


La publicación por Howard Zinn de A People’s History of the United States (Harper & Row, 1980) supuso un hito importante, porque con esta obra el empeño de historiadores marxistas británicos como E. Hobsbawm o E. P. Thompson, de construir una “Historia desde abajo”, atenta a las voces de los excluidos y olvidados, se materializó por fin en un estudio, tan sugestivo como riguroso, del pasado del país más poderoso del planeta.


El libro se convirtió en un best seller mundial, y cumplió ciertamente el objetivo que se autor le encomendó, según confesó en una entrevista en 1998, de promover una “revolución silenciosa” en las conciencias que propiciara actuaciones desde una nueva visión del mundo. En castellano la obra, presentada como La otra historia de los Estados Unidos, ha conocido varias ediciones, la última de las cuales es la de Pepitas de calabaza en 2021, con traducción de Enrique Alda.

Una vida de estudio y compromiso

Nacido en una humilde familia judía de Brooklyn en 1922, Howard Zinn se opuso en un principio a la entrada de su país en la II Guerra Mundial, pero convencido de la perversidad del fascismo, terminó enrolado como oficial de la fuerza aérea y participó en bombardeos sobre ciudades europeas que produjeron numerosas víctimas civiles, según él mismo investigó después y describe en The Politics of History (1970).

Tras la guerra, Zinn se especializó en historia y desarrolló una carrera académica que lo llevó a profesar en diversas universidades norteamericanas y europeas. Siempre reconoció influencias anarquistas y socialistas en su propio pensamiento, y participó como expuesto activista en los movimientos por los derechos civiles y contra la guerra de Vietnam, a los que contribuyó además con artículos y libros. Especial relevancia tuvo su edición en 1971, junto a Noam Chomsky, de The Pentagon Papers, los documentos filtrados por el analista militar Daniel Ellsberg que revelaron aspectos oscuros de la guerra. Posteriormente, Zinn destacó también por su oposición a la invasión de Irak.

Howard Zinn falleció en 2022 en Nueva York. En una de sus últimas entrevistas, el historiador que le dio la vuelta al relato sobre el pasado de su país, afirmó que le gustaría ser recordado «Por introducir una forma diferente de pensar sobre el mundo, sobre la guerra, sobre los derechos humanos, sobre la igualdad (…) y por tratar de lograr que cada vez más personas se den cuenta de que el poder que hasta ahora está en manos de unos pocos, en última instancia reside en ellas mismas, y pueden usarlo.”

La fase colonial

Ya desde el principio y desafiando la óptica tradicional, La otra historia de los Estados Unidos muestra un interés especial por las víctimas de los hechos que se estudian. Los indios de las Antillas, que conocían la agricultura y sabían tejer e hilar, vieron su forma de vida destruida y fueron esclavizados para el trabajo en plantaciones y minas. Siguiendo a historiadores como S. E. Morison en Cristóbal Colón, marinero, de 1955, Zinn considera que el colapso demográfico desencadenado pudo suponer un genocidio, y aunque ésta es una discusión abierta, es indudable que los europeos manifiestan por doquier a través del continente en esa ápoca una insana pasión por el oro, correspondiente a lo que Marx denominaría después “acumulación primitiva de capital”, que resultó fatal para los pobladores originarios

Los ejemplos que se describen en el este de Norteamérica evidencian el mismo impulso. En este caso, la resistencia de los indígenas condujo a una auténtica guerra de exterminio en la que su sociedad, más igualitaria que la europea, y su cultura, basada en un noble respeto a la naturaleza, desaparecieron de la faz de la tierra.

La sociedad que se establece en las colonias va a estar por mucho tiempo marcada por el esclavismo, pero para Zinn el racismo no es una premisa inicial que condicione el proceso, sino que surge como un instrumento para apuntalar la estratificación social. Una prueba de esto es que en ocasiones los desheredados, blancos y negros, unieron sus fuerzas contra unos opresores cada vez más tiránicos, como ocurrió en la rebelión liderada en Virginia por Nathaniel Bacon en 1676.

En 1700 la población de las colonias ascendía a 250 000 habitantes, y en 1760 a 1 600 000, con agricultura, comercio e industria en expansión, pero el 1 % de los terratenientes acumulaba el 44 % de la riqueza, mientras la miseria causaba estragos y no eran raras las revueltas. En esta sociedad atrozmente desigual, había sin embargo una clase media que los poderosos van a movilizar a su favor con el señuelo de la libertad y la igualdad. Para Zinn, éste es el origen de la revuelta por la independencia, con la que las élites locales van a conseguir el control total.

El panorama tras la guerra muestra que la explotación económica y la desigualdad no han remitido, y así surgen motines contra los impuestos que ahogan a los más humildes. La constitución que se aprueba tiene la virtud de servir a los intereses de los más ricos y dejar también satisfecha a la clase media, y será un instrumento contra negros, indios y blancos pobres.

La libertad de prensa consagrada en la Primera Enmienda es matizada después con la posibilidad que se legisla de perseguir a los autores de textos juzgados subversivos. El historiador Ch. Beard lo dejó bien claro al afirmar que: “Los gobiernos -incluido el de los Estados Unidos- no son neutrales, sino que representan los intereses económicos predominantes, y sus constituciones se hacen para servir a estos intereses.”

El siglo XIX: la forja de un imperio

Tras un capítulo destinado a repasar la resistencia de las mujeres ante las injusticias específicas que sufrían en los primeros años de los Estados Unidos, Zinn acomete el análisis de los procesos más relevantes que marcan la historia del siglo XIX en el país. Es el caso de las sucesivas guerras contra las naciones indias que aún subsistían, un rastro interminable de imposiciones, promesas incumplidas y brutalidad, adobadas siempre desde los centros de poder con cínica verborrea. Los datos aportados por Zinn en el libro resultan demoledores.

Se recuerda después la guerra contra México (1846-1848), que puso claramente de manifiesto el imperialismo que animaba a las élites políticas de Washington. Y no sólo a ellas; el poeta Walt Whitman escribió en el Eagle de Brooklyn al estallar el conflicto: “Sí, ¡a México hay que castigarlo severamente! Que ahora se lleven nuestras armas con un espíritu que enseñe al mundo que, mientras no nos perdemos en discusiones, América sí sabe aplastar, como también extender sus fronteras.” Sin embargo, por las mismas fechas, Henry David Thoreau se negó a pagar el impuesto ciudadano, denunciando así la guerra. Hubo oposición a ella también entre algunos políticos abolicionistas, que la veían como una forma de expandir el territorio negrero del Sur. Al fin de la campaña, México perdió aproximadamente un 55 % de su extensión.

A lo largo de las seis primeras décadas del siglo XIX, las revueltas de esclavos fueron frecuentes y nos dejaron muchos episodios heroicos, como el protagonizado por Jim Brown, ejecutado en 1859. Para Zinn, la Guerra Civil supuso una “demolición controlada” del sistema esclavista, planteada para desactivar una posible revolución de consecuencias imprevisibles. En los años que siguieron al conflicto, fructificaron algunos intentos de conceder derechos a la gente de color, pero fueron respondidos rápidamente por terrorismo blanco supremacista en los estados del Sur, y también por retrocesos legislativos en el Norte. Así, por ejemplo, en 1883 la Ley de Derechos Civiles de 1875, que ilegalizaba la discriminación contra los negros en el uso de los servicios públicos, fue anulada por el Tribunal Supremo.

El desarrollo del capitalismo durante el siglo XIX dio lugar a gran número de revueltas, como el motín de la Harina de 1837 o los promovidos por la sociedad secreta de los Molly Maguires, de origen irlandés, entre muchos otros que se estudian en detalle. Estos eventos reflejan la intensidad de la lucha de clases en el país, exacerbada por las crisis económicas que se sucedían. En las décadas finales de la centuria, las grandes industrias, los ferrocarriles y los bancos tomaron el control, imponiendo una dinámica de explotación que fue contestada por los Knights of Labor, asociación pionera fundada en 1869. Zinn repasa las vicisitudes de la lucha obrera en los años siguientes, tanto en el campo libertario, en el que destacan la tragedia del Haymarket y protagonistas como Emma Goldman o Alexander Berkman, como en el socialista, en el que fue muy activo Eugene V. Debs.

La lectura de estos capítulos iniciales resulta especialmente conmovedora. Las luchas sociales que vendrán después van a estar iluminadas por un acompañamiento de imágenes, pero en las que se nos describen hasta aquí la brutalidad contrasta con la lejanía de un sufrimiento apenas adivinado. Tras el prólogo colonial, la del siglo XIX estadounidense es una historia de expansión a través de la guerra y de entronización del poder corporativo en un sistema que tiene como fundamento la explotación salvaje de los seres humanos. El libro tiene el gran mérito de denunciar estos hechos y recordar a los que se esforzaron en combatirlos.

El siglo XX, culminación de la tarea imperial

Los conflictos bélicos, en Cuba y Filipinas, con que comienza el nuevo siglo inauguran la etapa global del imperio, mientras que a nivel doméstico sirven para poner firmes a las masas al pie de la bandera. No obstante, los anarquistas y algunos socialistas se oponían a la guerra, y concluida ésta, muy pronto las luchas obreras se recrudecieron, con incorporación de sindicatos como los Industrial Workers of the World (IWW), fundado en 1905, y la actividad de líderes emblemáticos como Mother Jones, Joe Hill o W. E. B. Du Bois. Al mismo tiempo, famosos escritores, como Upton Sinclair o Jack London, también tomaban partido por los oprimidos. Los IWW combinaban socialismo y anarquismo y con sus tácticas de “acción directa” consiguieron movilizar a la clase obrera en numerosos episodios que se recuerdan en detalle.

Zinn interpreta que los Estados Unidos entraron en la I Guerra Mundial en busca de expandir sus mercados y su influencia económica, aunque para ello hubo que revertir con propaganda el notable sentimiento antibélico existente en el país. La dominación colonial en disputa podía aportar exaltación patriótica y dividendos, todo útil para desactivar la lucha de clases. Y para que nadie cuestionara el montaje, se persiguió con dureza cualquier declaración pacifista, lo que llevó a la cárcel a Emma Goldman, Alexander Berkman o Eugene V. Debs, entre muchos otros.

En el período de entreguerras los IWW, tras la dura represión sufrida durante el conflicto, afrontaron un tiempo marcado por una importante escisión hacia el Partido Comunista. Zinn considera la Gran Depresión una consecuencia de la propia dinámica capitalista, que en este momento extendió al grueso de la población la pobreza de los sectores más desfavorecidos. Los testimonios que se recogen de la situación creada son terribles, con lo que el New Deal de F. D. Roosevelt, que consiguió estabilizar la economía, puede entenderse en parte como un intento de favorecer a las clases bajas en una tesitura en que las monstruosas desigualdades propiciaban un estallido revolucionario.

Zinn reconoce que la II Guerra Mundial tuvo un enorme apoyo popular, pero señala también que éste fue promovido desde el poder, y se detiene en aspectos especialmente odiosos, como los bombardeos de ciudades alemanas. Respecto al holocausto atómico de Hiroshima y Nagasaki, se adhiere a la tesis de los que afirman que la rendición de Japón se hubiera conseguido igual sin recurrir a él. Analiza después el significado de la Guerra Fría, que a su juicio permitió aumentar el control social y establecer un estado de “guerra permanente” que justificara el desarrollo del Complejo Militar-Industrial.

Las revueltas raciales de los 50 y 60 son interpretadas como la deriva inevitable de una situación insostenible. Los intentos en los años anteriores de legislar contra la discriminación no fueron llevados a la práctica y al fin la olla simplemente explotó. Martin Luther King lideró un movimiento no violento que fue ferozmente reprimido, pero logró concienciar a toda la nación de la injusticia que sufrían los negros en los estados del Sur. Sin embargo, para Zinn, esta política no funcionó cuando se produjeron motines en los guetos negros por todo el país y entonces se impusieron tácticas de autodefensa, como la promovida por los Panteras Negras. El sistema reaccionó con una combinación de represión y guerra sucia que desmanteló el movimiento, y realizó después intentos de asimilación de la población negra.

El fracaso de la gran potencia nuclear en Vietnam fue fruto para Zinn del contraste entre la alta moral de los que defendían su país con un liderazgo sólido y los que carecían absolutamente de ella. Se llega a decir: “Fue una confrontación entre una poderosa tecnología y seres humanos organizados, y vencieron los seres humanos.” Se recuerdan las protestas y deserciones en las fuerzas armadas, que alcanzaron un nivel nunca visto, y la impresionante oposición al conflicto que se desarrolló en el país, y que contra lo que suele pensarse no fue un asunto de campus e intelectuales, sino que impregnó a toda la sociedad. En esta época también se presta atención a la segunda ola feminista y los movimientos por la reforma de las prisiones, de los nativos americanos o la contracultura, con un repaso detallado de los protagonistas de cada uno de ellos.

Un recorrido por los acontecimientos más destacados de las décadas siguientes sirve para demostrar que los relevos en el poder entre republicanos y demócratas no alteraban el eje esencial de una política orientada al control imperial global. Se describen también en estos años un gran número de movimientos de resistencia, como los anti-nucleares, los que trataban de defender los derechos de los trabajadores rurales o los que se oponían a las guerras de invasión promovidas por diferentes presidentes.

La adición de capítulos en ediciones sucesivas permitió considerar eventos posteriores a 1980, con lo que la versión definitiva de la obra se cierra con un análisis de los atentados del 11 de septiembre de 2001, resultado para Zinn del odio no a las libertades americanas, como afirmó Bush, sino a los desmanes de una potencia imperial que avasallaba por todo el planeta.

Historia para construir futuro

La otra historia de los Estados Unidos es resultado de decenas de años de minuciosa selección y análisis de datos por parte de su autor, pero lo más notable es que la abrumadora crónica elaborada deja al fin una enseñanza muy clara, que no es otra que contra la injusticia y la explotación seculares la resistencia no ha cesado nunca, aunque haya cambiado en forma e intensidad. La gran pregunta es entonces cuál podría ser el horizonte capaz de poner fin a este conflicto eterno.

En un capítulo final, Zinn reflexiona sobre esto y concluye que resulta imprescindible superar el abismo de desigualdad que impone el capitalismo, aunque ha de conseguirse sin caer en autoritarismos que degradan la dignidad humana. En esta tesitura, su propuesta es profundizar en lo que se encuentra comúnmente en los movimientos sociales más concienciados, esto es, en una democracia que podría asentarse en los barrios y los lugares de trabajo para construir una sociedad basada en una red de cooperativas autónomas y federadas. Las luchas del presente nos ciegan muchas veces, pero el ser humano no está condenado a ellas por su naturaleza o un destino ineluctable. En el mundo hay suficiente para las necesidades de todos, aunque no para la codicia de unos pocos.

En ocasiones el trabajo de Howard Zinn ha sido criticado por otros historiadores, achacándole un uso sesgado de fuentes o escasa atención a los puntos de vista opuestos al suyo. A este respecto, hay que decir que siempre son de agradecer las precisiones oportunas a afirmaciones que puedan ser discutibles, pero la incontestable realidad es que tras el secular empeño glorificador de la historiografía dominante, en La otra historia de los Estados Unidos encontramos al fin algo tan novedoso como ineludible desde una perspectiva humanista. Las páginas de esta extensa obra revelan a cada paso un oído cuidadosamente atento a las voces de los perdedores de la historia y construyen una denuncia bien fundada de los crímenes de la élite propietaria que rige la nación más poderosa del planeta.

Estamos tan acostumbrados al relato imperial que se desgrana cada día en todos los medios y con todas las artes, que somos incapaces de imaginar algo diferente. Con La otra historia de los Estados Unidos, Howard Zinn nos demuestra que la historia del país también puede contarse haciendo que los protagonistas sean los que se rebelaron y muchas veces perdieron todo al tratar de resistir los atropellos.

Blog del autor: http://www.jesusaller.com/. En él puede descargarse ya su último poemario: Los libros muertos.

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.

viernes, 8 de septiembre de 2023

Entre timo y timo se anda el camino

Vivimos unos tiempos en los que proliferan los timadores como los champiñones en la oscuridad y la humedad de esta cultura neoliberal que lo impregna todo. Lo que importa es mirar por uno mismo, conseguir dinero fácilmente por el método que sea, no obedecer a más principios que el propio interés y servirse del prójimo sin el menor escrúpulo. Vivimos en un sociedad de pícaros.

Un anciano acudió a las oficinas del censo en Santiago del Estero (Argentina). Le preguntaron la edad que tenia (75 años, contestó), su condición civil (casado, dijo), si tenía hijos (cinco, precisó). Le preguntaron a continuación:

– ¿Todos vivos?

Él contestó:

No, dos trabajan.

Muchísimos vivos.

Los ciudadanos y las ciudadanas de a pie somos frecuentemente víctimas de engaños, trampas y estafas de diverso tipo. Los que más saben utilizan su posición privilegiada para aprovecharse de los demás impunemente.

No comparto la actitud resignada de quienes se lamentan del engaño y despotrican sin hacer nada. Tenemos que defendernos cuando alguien nos atropella. Es una parte de nuestro compromiso con la democracia. Tenemos que tener los ojos abiertos, abandonar la ingenuidad que facilita el camino al pícaro y actuar de forma contundente. Hay que construir una sociedad en la que podamos vivir confiadamente.

Voy a compartir un intento de timo que he sufrido hace unos días. Entre muchos otros de diverso tipo y gravdad. Y otro consumado, cuya autoría es de Endesa, una importante compañía eléctrica. En el primer caso salí airoso al detectar durante el proceso el tufo del engaño. En el otro, he tenido que recurrir al comité de arbitraje de la Junta de Andalucía y estoy a la espera de una decisión.

Comenzaré por el primero. Recibo una llamada desde el número de mi banco, que sé de memoria. Ese reconocimiento me hizo aceptar la llamada, aunque sé que los cacos conocen los medios para que aparezca en pantalla el número que desean. Es un buen anzuelo para que piques. Después del preceptivo saludo me dice una tal Pilar que llama del Banco Santander y que quiere comunicarme que alguien está intentando hacer un cargo fraudulento en Amazon con mi tarjera y una retirada de 300 euros en un cajero de Alicante. Me dice, además, que la persona que ha realizado esos intentos se llama Julia Maqueda. Este dato avivó mis recelos y me puso en guardia. La finalidad de la llamada, me dice Pilar, es bloquear los cajeros para que esa persona que, probablemente lo intentará de nuevo, no pueda llevar a buen fin la estafa.

Para ello debía entrar en mi banca digital y seguir sus instrucciones. Aquí apareció el segundo signo de sospecha. Y el tercero fue determinante. Tenía que escribir la cantidad de 300 euros para evitar la retirada de esa cantidad por la timadora. ¿Por qué no querrá sacar 200 o 400 o 700 euros?

Con la excusa de que llamaban a la puerta, corté la llamada y le pedí que me volviese a llamar en 10 minutos. Pensó que el ratón había mordido el queso de la trampa y, como luego diré, volvió a llamar.

Llamé al teléfono de mi banco y cuando conté lo que me estaba pasando, no dudaron en decirme que se trataba de una estafa. Añadieron que había hecho lo correcto: no facilitar ningún dato y llamar al banco para comprobar la naturaleza de la llamada.

La chica, pasados esos minutos, me volvió a llamar. Tuve la tentación de soltarle un par de calificativos pero preferí seguir el consejo del asesor bancario: no respondas.

¿Hasta dónde llega el descaro de los timadores? Entran en tu casa a través del teléfono (yo no se lo he dado), se presentan como protectores de tus bienes (cómo no aceptar su ayuda) y te engañan con una habilidad extraordinaria. ¿Cuándo puedes fiarte, de quién puedes fiarte, cómo puedes fiarte…?

Este tipo de historias, de extraordinaria frecuencia, generan un clima de desconfianza, de inseguridad, de temor. Te sientes desprotegido ante tanto asedio.

El segundo tipo de timo es más sofisticado. Y el estafador no es un delincuente aislado sino una gran empresa de electricidad. Trataré de describirlo brevemente. Se ha consumado y estoy decidido a llegar hasta el final para denunciar a quien tan descaradamente se ha comportado suplantando mi personalidad.

Soy propietario de una casa en una ciudad de Córdoba. Comercializaba el servicio de luz la compañía Podo. siendo yo el titular del contrato. Y las facturas se enviaban a una cuenta de un banco de esa ciudad que abonaban los inquilinos.

El día 20 de enero de 2022 (o el 26 del mismo mes y año, ya que la documentación de Endesa maneja ambas), la compañía comunica a Podo de forma fraudulenta (digo de forma fraudulenta porque yo no lo solicité) que el titular del contrato de mi vivienda había solicitado el cambio de Podo a Endesa.

A partir de ese momento, las facturas del consumo de esa vivienda se cargan en mi cuenta en un banco de Málaga, en la que se estaban cobrando las facturas de mi propia vivienda. Endesa conocía el IBAN de mi cuenta, razón que explica que hayan podido efectuar el cambio de cuenta bancaria.

Cuando descubro el problema llamo a Podo, donde me dicen que ellos no pueden ofrecerme ninguna solución, ya que Endesa argumentó, como es habitual en estos casos, que el titular había solicitado el cambio.

Puesto en contacto con Endesa, me dicen que el cambio se efectuó desde una tienda llamada MARKETING MEJALCAN, pero que desconocían la ciudad y dirección donde esta tienda se encontraba y también desconocían la identidad del solicitante. Estas explicaciones, como es lógico, me dejan completamente atónito. Conocen la tienda pero no su ubicación. Se hace una solicitud desde ella, pero no saben quién la hace.

La misma respuesta me dieron en la oficina de Endesa de la ciudad de Rincón de la Victoria, sita en Plaza del Señorío 2, local 8, a donde me aconsejaron que acudiera. El asombro fue aun mayor, si cabe, al confirmarme que ,la solicitud se había hecho desde esa tienda, pero que no tenían más datos.

Solicito por escrito una explicación y, para mí sorpresa e indignación se me contesta que “según la documentación obrante en nuestros archivos, la contratación realizada es correcta y que la contratación se ha hecho por vía telefónica”.

Es decir que ya ha desaparecido la primera explicación y se me dice a mí, que soy el titular, que la contratación se ha hecho de forma correcta. Sin ninguna prueba. Es un insulto en toda regla porque yo tengo la plena seguridad de no haber ni solicitado ni aceptado el cambio del contrato. ¿Cómo es posible que no me ofrezcan la grabación de la llamada?

Acudo a la Oficina del Consumidor del Ayuntamiento de Rincón de la Victoria exponiendo mi queja y se me contesta desde Endesa Energía, de una forma incomprensible y ofensiva diciendo que existe una solicitud de contratación número O1-0064258820 a fecha 26/01/2022 en la que el señor Santos solicita un cambio de comercializadora a Endesa Energía. Se añade que firmé digitalmente mediante un SMS enviado a mi teléfono móvil. Esto es completamente falso. Y si se me enviase una grabación estoy seguro de que estaría manipulada.

Decido recurrir a la Junta de Arbitraje y niego tajantemente por escrito que ambas actuaciones sean ciertas. Estoy plenamente seguro de no haber realizado solicitud alguna solicitando el cambio ni enviado un SMS desde mi teléfono móvil. Considero que esta respuesta es una tomadura de pelo inadmisible ya que están dirigiéndose al titular del contrato.

Me ha sorprendido que la Oficina del Consumidor no haya exigido a Endesa las pruebas fehacientes de la solicitud y que se hayan conformado con la sencilla explicación de decir que la solicitud es correcta.

Todo el proceso de varios meses ha estado entreverado de llamadas telefónicas desesperantes: cada día me atendía una persona diferente, me ofrecían versiones contradictorias, era imposible hablar con un supervisor… En definitiva, pérdida de tiempo e irritación persistente.

¿Cuántas horas he perdido en denunciar este atropello? ¿Cuánta indignación he tenido que tragarme para no conseguir todavía ni una mínima prueba? Estoy esperando una respuesta. Y exijo que sea razonada y justa. No me voy a callar. Siento que estoy defendiendo a muchos que no disponen de tiempo ni de cauces para exigir sus derechos.

Una democracia no es una selva. Tenemos que luchar por una convivencia respetuosa y amable, por una convivencia en la que los más débiles se sientan protegidos, seguros y libres.

Lo que ‘Oppenheimer’ no cuenta sobre la prueba de la bomba nuclear


A flower-decorated skull and the words “I got cancer living downwind of Trinity” on a rectangle of white paper.

El mes de julio suele ser difícil para muchos de nosotros en Nuevo México, donde la vida de miles de personas se alteró debido a la prueba de la primera bomba nuclear del mundo. Los acontecimientos del 16 de julio de 1945 todavía tienen un gran peso sobre nosotros. ¿Y cómo no iba a ser así? Lo cambiaron todo. Los residentes de Nuevo México fueron los primeros sujetos humanos de prueba del arma más poderosa del planeta.

Este julio se sintió más tenso que de costumbre, ya que nuestra comunidad esperaba el estreno de la película Oppenheimer y, con él, algún reconocimiento de lo que ha sufrido en los últimos 78 años. Cuando vi la película en una proyección abarrotada en Santa Fe, me di cuenta de que eso no iba a suceder. El filme, que dura tres horas, cuenta solo una parte de la historia del Proyecto Manhattan, cuyo objetivo fue desarrollar la bomba y realizar la prueba que recibió el nombre clave de Trinity ese día de julio. La película no explora en ningún nivel las consecuencias de la decisión de poner a prueba la bomba en un lugar donde mi familia y muchas otras habían vivido por generaciones.

Una película no puede hacerlo todo, pero no puedo evitar sentir que la nueva interpretación de esta historia, tal y como es, es una oportunidad desperdiciada. Una nueva generación de estadounidenses se está enterando de quién fue J. Robert Oppenheimer y qué fue el Proyecto Manhattan y, al igual que sus padres, no sabrá mucho sobre cómo las autoridades estadounidenses, con pleno conocimiento, arriesgaron y dañaron la salud de sus conciudadanos en nombre de la guerra. Una vez más, mi comunidad y yo quedamos excluidas de la narrativa.

Contrario al relato popular, el área del sur de Nuevo México donde ocurrió la prueba Trinity no era una extensión de tierra deshabitada y desolada. Más de 13.000 neomexicanos habitaban en un radio de 80 kilómetros. Muchos de esos niños, mujeres y hombres no recibieron ninguna advertencia, ni antes ni después de la prueba. Testigos oculares me han contado que creyeron que estaban viviendo el fin del mundo. No reflexionaron sobre la Bhagavad Gita, como Oppenheimer dijo haber hecho. Muchos solo se pusieron de rodillas y rezaron la avemaría en español.

En los días que siguieron, relataron, cayó ceniza del cielo, contaminada con 4,5 kilogramos de plutonio. Un estudio de 2010 de los Centros para el Control y la Prevención de Enfermedades reveló que, tras la prueba, los niveles de radiación cerca de algunas residencias en la región alcanzaban grados “casi 10.000 veces superiores a lo actualmente permitido en áreas públicas”.

Esos efectos colaterales han tenido consecuencias devastadoras para la salud. Si bien no sé de nadie que haya muerto durante la prueba, la organización que cofundé ha documentado muchos casos de familias en Nuevo México que han tenido cuatro y cinco generaciones de distintos tipos de cáncer desde que se detonó la bomba. Mi familia es un caso típico: soy la cuarta generación afectada por el cáncer desde 1945. A mi sobrina de 23 años le acaban de diagnosticar cáncer de tiroides. Está en la universidad estudiando arte. Ahora, su vida también ha dado un vuelco.

Pese a todo esto, los neomexicanos que quizá estuvieron expuestos a los efectos radiactivos de la prueba Trinity nunca han sido considerados para recibir indemnizaciones bajo la Ley de compensación por exposición a la radiación de Estados Unidos, una ley federal de 1990 que ha otorgado miles de millones de dólares a personas expuestas durante pruebas posteriores en suelo estadounidense o durante la extracción de uranio.

Oppenheimer también omite otras historias. El Proyecto Manhattan y la industria de las armas nucleares se valieron de la promesa de una vida mejor para convencer a miles de personas en el suroeste del país de trabajar en las minas de uranio que facilitaron el Proyecto Manhattan. Los mineros descendían todos los días sin equipo de protección adecuado, mientras que los supervisores estaban cubiertos de pies a cabeza. Los mineros rara vez salían de las minas durante sus jornadas, ni siquiera para comer. Bebían agua contaminada dentro de las minas cuando se les permitía tomar algún descanso.

Muchos de los agricultores de la meseta del Pajarito en el norte de Nuevo México, tras quedar desplazados por la expropiación por la construcción del laboratorio de Los Álamos, subían la montaña en autobuses hasta la zona del laboratorio para encargarse del trabajo sucio, como la construcción de calles, puentes e instalaciones. Cuando completaron esas tareas, a muchos se les asignaron otros trabajos en el laboratorio, entre ellos, servicios de limpieza. Sus esposas y otras mujeres hispanas e indígenas estadounidenses fueron reclutadas como trabajadoras domésticas que limpiaban las casas, cocinaban las comidas, llenaban los biberones y cambiaban los pañales en el complejo remoto mientras se desarrollaba la bomba.

Hasta el día de hoy, sus sacrificios son parte de nuestras vidas. Lloré en las escenas de la película previas a la detonación y durante la misma. Apenas podía respirar, mi corazón latía a toda velocidad. Pensé en mi papá, que ese día tenía cuatro años. Su pueblo, Tularosa, era idílico en aquel entonces. Después de la prueba, luego de que las cenizas radiactivas cubrieran su hogar, siguió su vida como si nada, bebiendo leche fresca y comiendo las frutas y verduras frescas que crecían del suelo contaminado. Para cuando cumplió 64 años, ya había desarrollado tres tipos de cáncer para los que no había presentado factores de riesgo, dos de ellos eran principalmente bucales. Murió a los 71 años.

Oppenheimer retrata al científico como el hombre con defectos que era. Pero la película refuerza el silencio con el que hemos estado viviendo durante ocho décadas sobre las vidas y la salud que se perdieron a consecuencia del desarrollo y las pruebas de la bomba atómica. Mientras las familias de mi comunidad siguen esperando a que se reconozca de manera más generalizada lo que sufrieron —incluida la cobertura de la Ley de compensación por exposición a la radiación— lo que nos queda es una película que se rehúsa a dar fe de nuestra verdad.

Este también es el legado de J. Robert Oppenheimer y el gobierno para el que trabajó. Jamás podré perdonarlos por haber destruido nuestras vidas y marcharse sin más.

Tina Cordova es neomexicana de séptima generación; nació y creció en Tularosa, en la zona centro-sur de Nuevo México. En 2005, cofundó el Tularosa Basin Downwinders Consortium, que trabaja para concienciar sobre los efectos de salud negativos que ocasionó la prueba Trinity.

jueves, 7 de septiembre de 2023

Sí, necesitan el desempleo y lo provocan deliberadamente

Han causado sorpresa unas recientes declaraciones de un promotor inmobiliario australiano Tim Gurner sobre el desempleo y se están comentando como si fuesen la simple salida de tono de un millonario excéntrico.

Ha dicho  en un congreso de su sector: «Necesitamos que aumente el desempleo (…) Tiene que aumentar un 40-50%. Necesitamos ver dolor en la economía. Necesitamos recordar a la gente que son ellos los que trabajan para el empresario y no al revés».

Las falsedades que los economistas convencionales y políticos conservadores vienen diciendo durante décadas sobre las causas del paro permiten que la opinión de Gurner pueda parecer, como he dicho, una excentricidad. La realidad es, sin embargo, que el desempleo es un problema económico provocado a propósito por quienes toman las decisiones económicas.

Los economistas ortodoxos y los bancos centrales dicen que hay que combatir en primer lugar la inflación y afirman haber descubierto una «tasa natural» de paro por encima de la cual sube los precios, de modo que no se puede reducir. Una teoría falsa que sólo sirve, precisamente, para mantener deliberadamente elevados los niveles de desempleo. El ex gobernador del Banco de España Mariano Rubio la defendía sin disimulo cuando dijo en 1992 que no sería bueno para la economía española que el paro bajase del 14% (nuestra supuesta «tasa natural» de entonces).

Podría traer el testimonio de muchos economistas de todas las corrientes ideológicas como demostración de la falsedad de esa teoría. Sin embargo, me parece que mi afirmación será mucho más creíble si la demuestro con declaraciones de los propios políticos que han tomado esas decisiones. Valgan estas dos.

Alan Budd, asesor económico jefe del Tesoro de Su Majestad, jefe del Servicio Económico del Gobierno, miembro del Comité de Política Monetaria del Banco de Inglaterra y presidente fundador de la Oficina de Responsabilidad Presupuestaria afirmó en un documental de la BBC que puede verse fácilmente en las redes sociales: «Estas políticas se aplicaron por gente que nunca creyó ni por un momento que esa fuera la forma correcta de bajar la inflación. Sin embargo, vieron que sería una forma muy, muy buena de aumentar el desempleo».

Carlos Solchaga, ministro de Industria y Energía y de Economía y Hacienda en gobiernos de Felipe González, escribió en la página 183 de su libro El final de la edad dorada: «La reducción del desempleo, lejos de ser una estrategia de la que todos saldrían beneficiados, es una decisión que si se llevara a efecto podría acarrear perjuicios a muchos grupos de intereses y a algunos grupos de opinión pública».

¿Por qué puede haber «grupos de interés» interesados en que el desempleo no baje?

Si doy la respuesta que dio Marx (el paro permite que los trabajadores acepten salarios más bajos y peores condiciones de trabajo), o la de un economista marxista como Kalecky (los empresarios ganarían más con pleno empleo pero tendrían que enfrentarse a clases trabajadoras con mayor poder político y de negociación), quizá me digan que son respuestas ideológicas. Recurriré, entonces, de nuevo a alguien tan poco sospechoso como el mencionado Budd: «Aumentar el desempleo era una forma extremadamente deseable de reducir la fuerza de las clases trabajadoras. Lo que se diseñó allí (se refiere al inicio de la políticas neoliberales de Thatcher) era una crisis del capitalismo que (…) ha permitido a los capitalistas obtener grandes ganancias desde entonces».

Crear desempleo y escasez deliberadamente es lo que vienen haciendo los gobiernos desde hace décadas para dar más poder a los ya más poderosos y más beneficios a los ya de por sí más ricos. Lo están haciendo ahora mismo, delante de sus narices,  cuando los bancos centrales suben los tipos de interés sabiendo que esa es una respuesta inadecuada para la inflación actual.

Ahora, el video de sus comentarios se volvió viral y atrajo más de 23 millones de visitas y fuertes críticas en línea.

Han causado sorpresa unas recientes declaraciones de un promotor inmobiliario australiano Tim Gurner sobre el desempleo y se están comentando como si fuesen la simple salida de tono de un millonario excéntrico.

Ha dicho Gurner en un congreso de su sector: «Necesitamos que aumente el desempleo (…) Tiene que aumentar un 40-50%. Necesitamos ver dolor en la economía. Necesitamos recordar a la gente que son ellos los que trabajan para el empresario y no al revés».

Las falsedades que los economistas convencionales y políticos conservadores vienen diciendo durante décadas sobre las causas del paro permiten que la opinión de Gurner pueda parecer, como he dicho, una excentricidad. La realidad es, sin embargo, que el desempleo es un problema económico provocado a propósito por quienes toman las decisiones económicas.

Los economistas ortodoxos y los bancos centrales dicen que hay que combatir en primer lugar la inflación y afirman haber descubierto una «tasa natural» de paro por encima de la cual sube los precios, de modo que no se puede reducir. Una teoría falsa que sólo sirve, precisamente, para mantener deliberadamente elevados los niveles de desempleo. El ex gobernador del Banco de España Mariano Rubio la defendía sin disimulo cuando dijo en 1992 que no sería bueno para la economía española que el paro bajase del 14% (nuestra supuesta «tasa natural» de entonces).

Podría traer el testimonio de muchos economistas de todas las corrientes ideológicas como demostración de la falsedad de esa teoría. Sin embargo, me parece que mi afirmación será mucho más creíble si la demuestro con declaraciones de los propios políticos que han tomado esas decisiones. Valgan estas dos.

Alan Budd, asesor económico jefe del Tesoro de Su Majestad, jefe del Servicio Económico del Gobierno, miembro del Comité de Política Monetaria del Banco de Inglaterra y presidente fundador de la Oficina de Responsabilidad Presupuestaria afirmó en un documental de la BBC que puede verse fácilmente en las redes sociales: «Estas políticas se aplicaron por gente que nunca creyó ni por un momento que esa fuera la forma correcta de bajar la inflación. Sin embargo, vieron que sería una forma muy, muy buena de aumentar el desempleo».

Carlos Solchaga, ministro de Industria y Energía y de Economía y Hacienda en gobiernos de Felipe González, escribió en la página 183 de su libro El final de la edad dorada: «La reducción del desempleo, lejos de ser una estrategia de la que todos saldrían beneficiados, es una decisión que si se llevara a efecto podría acarrear perjuicios a muchos grupos de intereses y a algunos grupos de opinión pública».

¿Por qué puede haber «grupos de interés» interesados en que el desempleo no baje?

Si doy la respuesta que dio Marx (el paro permite que los trabajadores acepten salarios más bajos y peores condiciones de trabajo), o la de un economista marxista como Kalecky (los empresarios ganarían más con pleno empleo pero tendrían que enfrentarse a clases trabajadoras con mayor poder político y de negociación), quizá me digan que son respuestas ideológicas. Recurriré, entonces, de nuevo a alguien tan poco sospechoso como el mencionado Budd: «Aumentar el desempleo era una forma extremadamente deseable de reducir la fuerza de las clases trabajadoras. Lo que se diseñó allí (se refiere al inicio de la políticas neoliberales de Thatcher) era una crisis del capitalismo que (…) ha permitido a los capitalistas obtener grandes ganancias desde entonces».

Crear desempleo y escasez deliberadamente es lo que vienen haciendo los gobiernos desde hace décadas para dar más poder a los ya más poderosos y más beneficios a los ya de por sí más ricos. Lo están haciendo ahora mismo, delante de sus narices, cuando los bancos centrales suben los tipos de interés sabiendo que esa es una respuesta inadecuada para la inflación actual.

Cuando los bancos centrales suben los tipos de interés sabiendo que esa es una respuesta inadecuada para la inflación actual.

Las “chicas del calutrón”, las miles de mujeres que sin saberlo prepararon el uranio que se usó en la bomba atómica de Hiroshima


Las “chicas del calutrón” trabajando en 1944

FUENTE DE LA IMAGEN,GETTY IMAGES

Pie de foto,

Las “chicas del calutrón” se enteraron después del ataque contra Hiroshima que habían fabricado el combustible que alimentó esa bomba. 

Era 1943 -en plena Segunda Guerra Mundial- y Ruth Huddleston acababa de terminar la secundaria en su pequeño pueblo de Tennessee, en Estados Unidos.

Había conseguido un empleo en una fábrica de calcetines local, pero notó que la mayoría de sus compañeros estaban aplicando para trabajar en una gran instalación que estaba siendo construida en una ciudad cercana llamada Oak Ridge.

Varias de sus amigas la animaron para que también se presentara.

Como no tenía forma de llegar hasta allí le preguntó a su padre si la podía llevar y este decidió que también iba a aprovechar la oportunidad para ver si podía conseguir uno de los codiciados empleos que ofrecía este gran nuevo proyecto del Departamento de Energía de EE.UU.

“Los dos conseguimos trabajo”, recordaría Ruth muchas décadas más tarde, ya con 93 años, durante una entrevista que dio como parte de una serie especial llamada “Las voces del Manhattan Project” realizado por la Atomic Heritage Foundation.

Aunque Ruth y su padre no lo sabían, estaban trabajando para el Oak Ridge National Laboratory, una parte clave del plan secreto de EE.UU. para construir una bomba atómica en el famoso Proyecto Manhattan, en el que se centra la popular película recientemente estrenada, Oppenheimer dedicada al físico que logró crear la primera arma nuclear.

Siendo apenas una adolescente, Ruth empezó a trabajar en una de las plantas de Oak Bridge llamada Y-12 como “operadora de cubículo”.

“Nosotros le decíamos así, pero hoy en día nos llaman las chicas del calutrón”, contó la veterana en aquella entrevista de 2018, año en el que el Oak Ridge National Laboratory celebró sus tres cuartos de siglo.

¿Qué hacían las chicas del calutrón?
Ruth era parte de un grupo de unas 10.000 jóvenes que -sin saberlo- se dedicaban a realizar una tarea que resultaría clave para el desarrollo de Little Boy, como se llamó a la bomba atómica que sería lanzada dos años más tarde sobre la ciudad japonesa de Hiroshima.

Miles de adolescentes de 18 y 19 años fueron reclutadas en una zona rural de Tennessee para trabajar en la planta secreta Y-12 entre 1943 y 1945.

Estas mujeres operaban los paneles de control de los calutrones, unas máquinas que se usaban para separar los isótopos del uranio y así poder enriquecerlo y usarlo como combustible nuclear.

Y es que, aunque ellas no lo sabían, la Y-12 era en realidad una planta creada para separar isótopos electromagnéticos a escala industrial, separando el uranio 235 más liviano del uranio 238 más pesado y común para enriquecerlo.

Aunque los más de 1.500 calutrones -unos espectómetros de masa adaptados por el químico nuclear estadounidense Ernest Lawrence para enriquecer uranio, como parte del Proyecto Manhattan- realizaban una tarea extremadamente sofisticada, operarlos no era tan complejo: debías monitorear los medidores y saber cuándo ajustar las perillas.

Dada la escasez de mano de obra calificada debido a la guerra, los promotores del proyecto decidieron reclutar a mujeres jóvenes de la zona.

A través de una serie de pruebas descubrieron que estas muchachas hacían incluso un mejor trabajo que muchos científicos monitoreando los calutrones, ya que los expertos tendían a distraerse con las máquinas o buscaban experimentar con ellas.

Con muchos de los hombres luchando en el frente, las mujeres tuvieron un rol crucial en el plan secreto para fabricar la primera bomba atómica.

Ruth recuerda la primera vez que se encontró con estos raros equipos gigantes.

“Después de darnos el visto bueno para empezar a trabajar nos llevaron a una habitación que estaba repleta de los que nosotros llamábamos cubículos, que eran aparatos grandes de metal que tenían todo tipo de calibradores, que nos enseñaron a operar”, recordó Ruth sobre su primer día en la Y-12.

“Nos explicaron que, si el calibre si iba mucho hacia la derecha teníamos que ajustarlo con el dial para volver a centrarlo, y si se iba mucho para la izquierda lo mismo. A veces no lo podías estabilizar y en ese caso llamabas al supervisor”.

La tarea central de las muchachas eran mantener la temperatura en el tanque estable. Por si se calentaba mucho, les enseñaron a aplicar frío (en la forma de nitrógeno líquido).

“Pasábamos el día sentadas sobre banquetas frente a los cubículos, apenas levantándonos para ir al baño”, recordó Ruth sobre aquella tarea.

“Temías irte porque la máquina podía ‘salirse de orden’, como decíamos”, señaló.

Ruth Huddleston fue una de las miles de mujeres que -sin saberlo- fabricaron el combustible de la primera bomba nuclear.

Secreto de Estado
Lo que Ruth más recordaba de esa época era el secretismo que pesaba sobre todas las operaciones.

“Antes de empezar a trabajar nos entrenaron durante varias semanas y lo primero que nos dijeron era que no podíamos hablar sobre nada de lo que ocurría o lo que hacíamos allí”, contó.

“Lo decían muy en serio. Nos dijeron que habría consecuencias, incluyendo multas, si nos pescaban haciendo algo, y seríamos automáticamente despedidas”, recordó.

Ruth reconoció que, en rigor, si alguien le preguntaba de qué trabaja, ella “no le decía lo que hacía porque la verdad es que yo no lo sabía realmente”.

Y es que, al igual que Ruth, la mayoría de las mujeres que se dedicaron a enriquecer el uranio nunca supieron lo que hacían.

“Me he preguntado a mí misma por qué nunca nos preguntábamos entre nosotras sobre lo que estábamos haciendo”, admitió ya de anciana.

“¿Por qué no hablábamos sobre el tema? Pero la verdad es que no recuerdo nunca habérmelo planteado en ese momento”.

Un cartel en Oak Ridge que recordaba a los trabajadores que debían mantener en secreto lo que hacían allí.

Según el Manhattan Project National Historical Park algunas de las “chicas del calutrón” sí tuvieron más curiosidad.

“Varias de estas mujeres recordaban casos de compañeras de trabajo que desaparecían de sus puestos inesperadamente, a menudo porque habían sido demasiado curiosas sobre su trabajo”, señaló el organismo.

Ruth solo recuerda que “lo único que nos dijeron es que estábamos ayudando a ganar la guerra, pero no teníamos ni idea de en qué estábamos ayudando”.

Hiroshima
Fue el 6 de agosto de 1945, cuando su país lanzó una bomba atómica sobre Japón, que les informaron en lo que habían estado trabajando durante dos años. Ruth recordó lo que sintió ese día.

“Estaba en el trabajo cuando lo anunciaron. Al principio estabas contenta de pensar que la guerra había terminado. Lo primero que pensé fue: ´Mi novio podrá volver a casa’”, dijo sobre su pareja, que -como tantos otros jóvenes estadounidenses-, había sido enviado a luchar para los Aliados.

“Pero luego empezaron a hablar sobre toda esa gente que había muerto allí. Y empecé a pensar en otra cosa, que yo tuve una parte en eso”, dijo.

“No me gustó la idea de haber sido parte de eso”, reconoció.

“Pero sabes, la guerra es la guerra y no hay nada que puedas hacer excepto tratar de pararla”, concluyó sobre el conflicto, que continuaba a pesar de que los nazis ya se habían rendido en mayo de ese año.

“Todavía no me gusta la idea. Pero tienes que hacerlo. Alguien tiene que hacerlo”, afirmó.  “Little Boy”, que llevaba el uranio enriquecido en la planta Y-12, mató a decenas de miles de personas en Hiroshima el 6 de agosto de 1945.

Se cree que entre 50.000 y 100.000 personas murieron el día que explotó Little Boy, que llevaba una carga de 64 kilos de uranio 235 producido en la planta Y-12.

La explosión generó una ola de calor de más 4.000ºC en un radio de aproximadamente 4,5km.

Hiroshima y Nagasaki: cómo fue el "infierno" en el que murieron decenas de miles por las bombas atómicas Cerca del 50% de quienes sobrevivieron la explosión luego murieron a causa de la radiación.

A pesar de haber trabajado cerca de un material altamente radiactivo, las “chicas del calutrón” no sufrieron consecuencias (sus niveles de radiación eran medidos todos los días).

Tres días después del lanzamiento de Little Boy, el gobierno estadounidense lanzó una segunda bomba atómica, Fat Man, que -a diferencia de la primera- estaba hecha de plutonio.

Japón finalmente se rindió y el 2 de septiembre de 1945 llegó a su fin la Segunda Guerra Mundial.

https://www.bbc.com/mundo/articles/c4nvj0njy07o

miércoles, 6 de septiembre de 2023

_- "Hay una epidemia de soledad porque no tenemos tiempo para quedar con gente y no hacer nada"

_- Hace dos meses, en mayo de 2023, el cirujano general de EE.UU. publicó un informe que detalla cómo una epidemia creció silenciosamente en el país durante décadas.

Los estadounidenses, afirmó Vivek Murthy, se sienten solos, mucho más de lo normal, y esto supone una amenaza para su bienestar físico y emocional, y también es un enorme problema de salud pública.

“El impacto en la mortalidad de estar socialmente desconectados es similar a fumar 15 cigarrillos al día”, comenta el doctor, cuyo rol es ser el principal vocero de los problemas de salud de la nación y además dirige un cuerpo de médicos del ejército norteamericano.

Múltiples estudios, aunque varían de acuerdo a las variables que midan, respaldan sus expresiones.

El mismo documento compartido por el médico señala, por ejemplo, que desde 2003 a 2020 el promedio de aislamiento social entre los ciudadanos creció de 142 horas al mes a 166, lo que representa un aumento de 24 horas.

Los más afectados por esta tendencia son los jóvenes, cuyo tiempo con amigos se redujo en un 70% durante las pasadas dos décadas.

Y la aseguradora Cigna, en una encuesta independiente publicada en 2020 citada por la Biblioteca Nacional de Medicina, indica que tres de cada cinco estadounidenses “están solos”.

El problema no solo concierne a EE.UU., otras regiones del mundo, como América Latina, también están afectadas por la soledad. Por ejemplo, una encuesta de Ipsos realizada en 2020, en la que la empresa eligió al azar a cinco países latinoamericanos en los que entrevistó a más de 15.000 personas, reveló que en Brasil un 36% de los encuestados decía sentirse solo de cara al 2021, en Perú un 32%, en Chile esta cifra supuso un 30%, mientras que en México y Argentina un 25%.

La situación, que podría ser “devastadora”, está asociada con un “mayor riesgo de enfermedad cardiovascular, demencia, accidentes cerebrovasculares, depresión, ansiedad y muerte prematura”, señaló Murthy.

Aunque expertos afirman que la pandemia de la covid-19 pudo haber tenido un enorme impacto en el sentido de soledad, por el aislamiento que requirió la enfermedad, es algo que comenzó mucho antes, que se relaciona con el desarrollo de la tecnología, dice, por su parte Sheila Liming, profesora de escritura en el Champlain College de Vermont.

Imagen de la profesora Sheila Liming
Pie de foto,

Sheila Liming, profesora de escritura en el Champlain College de Vermont.


Experta en estudios culturales, Liming, basándose en sus propias experiencias con la soledad, escribió el libro Hanging Out: the radical power of killing time (Penguin Random House, 2023), un ensayo en el que teoriza que una de las causas que provoca esta crisis en EE.UU. es la “incapacidad de quedar” o en inglés hanging out.

Sus investigaciones sobre el tema, sus vivencias como profesora por más de 10 años, una carrera que en su país le ha requerido viajar, y su contacto constante con decenas de jóvenes le permiten afirmar que su premisa es mucho más compleja de lo que se cree.

Detrás de no poder “quedar” hay todo un entramado que se arriesga a desenredar para darle una respuesta a quienes sienten el abismo de la soledad.

De eso conversamos en esta entrevista.

¿Qué hay detrás de la crisis de soledad en EE.UU.?
Es causada por múltiples factores y sucede desde distintos frentes. Uno de los problemas de los que se deriva esta crisis tiene que ver con el tiempo.

Las personas no tienen suficiente tiempo para dedicarse a la interacción social. Y, por otro lado, también sienten que la interacción social en sí misma es una pérdida de tiempo, así que no la priorizan. Muchos se sienten culpables por no hacer nada, por pasar tiempo con alguien o simplemente estar en presencia de otras personas.

Creo que otro factor importante es la falta de espacios y el acceso a espacios donde las personas pueden reunirse, pasar el rato y existir en presencia de los demás.

Lugares en los que puedan estar sin sentir que necesitan una razón particular para visitarlos o que necesitan gastar dinero para ir.

Todo esto se volvió muy obvio durante la pandemia de la covid, pero no creo que haya desaparecido.

La soledad está asociada con un mayor riesgo de enfermedad cardiovascular, demencia, accidentes cerebrovasculares, depresión, ansiedad y muerte prematura.

¿Cómo define “quedar”?
Defino quedar como atreverse a hacer muy poco en compañía de otros.

En lo “atrevido” es que radica el poder radical de matar el tiempo. Ahí entra en juego el subtítulo de mi libro, porque creo que se requiere un poco de valentía y audacia para poder decir: ‘No, voy a priorizar este uso de mi tiempo, a diferencia de, digamos, trabajar más’.

Creo que hay una especie de actitud social que desprecia ese tipo de comportamiento.

Le he escuchado hablar sobre cómo hemos construido nuestras vidas para estar aislados. Lo dice desde una perspectiva amplia, como la forma en que están diseñados los sistemas de transporte o por la arquitectura.

La vida en EE.UU. está diseñada para privilegiar las condiciones de soledad y aislamiento.

Pero cuando digo que ha sido diseñado de esa manera, no quiero decir que lo hayamos hecho a propósito. Creo que sucedió de forma accidental como resultado de otros sistemas de valores que están en juego. En EE.UU., por ejemplo, la privacidad se ve como un privilegio, y también es algo que trae honor y orgullo.

Así que cultivamos estas condiciones de privacidad para mostrarle al mundo que tenemos éxito, que lo hemos logrado. Para que todos sepan que somos dueños de nuestra propia casa, de nuestro propio auto.

Estar lejos de nuestros vecinos nos permite elegir cuándo tenemos interacciones, ponerle límites cuando no queremos hacerlo.

Liming afirma que EE.UU. ha sido diseñado para priorizar el aislamiento.

Todo eso se ve como parte del ethos estadounidense del éxito. Pero ese ethos del éxito termina dejándonos más solos cuando tenemos una crisis y necesitamos ayuda de otras personas, incluso si solo queremos saber de nuestros vecinos en vez de evitarlos y excluirlos.

Encuentro el concepto de la privacidad muy relacionado a la concepción de ser o no una persona madura. Si tienes 30, como yo, tu familia no verá igual que vivas solo o que vivas con alguien más…

Se nos enseña que la única forma de dar el siguiente paso en la vida, sea lo que sea, como convertirte en alguien independiente, formar una familia, o encontrar una pareja romántica, es tener tu propio espacio. Hasta que no tienes eso no puedes lograr nada en la vida.

¿Vivir en espacios compartidos nos haría más felices?
Tiene el potencial. El problema es que estamos tan acostumbrados a este sistema de valores del que estoy hablando que es un ajuste muy difícil para las personas aceptar la idea de compartir un espacio.

La otra persona estaría justo frente a ti, y se requeriría menos resistencia y músculo para quedar.

¿Cómo piensa que ha cambiado la sociedad desde que tiene menos tiempo para quedar?
Existe una idea errónea muy común de que, a medida que la sociedad crece y progresa, tenemos más tiempo libre que en el pasado. Pero en realidad hay muchos investigadores que luego de analizar esta ecuación descubrieron que no.

La realidad puede ser probablemente lo contrario. Antes teníamos más tiempo libre del que tenemos ahora.

Pero no siempre reconocemos la diferencia entre tiempo libre y tiempo de trabajo.

Ahora uno se interpone con el otro mucho más que antes. Terminabas tu trabajo y te ibas a casa. No tenías un correo electrónico que verificar, ni mensajes de texto del jefe o de un compañero de trabajo. Era un corte más limpio entre la jornada laboral y el tiempo libre.

La profesora afirma que todos los demográficos de EE.UU. están impactados por la soledad.

Ahora ese corte no es limpio. En la superficie, parece que tenemos tiempo de ocio, pero en realidad pasamos mucho tiempo trabajando o haciendo tareas en preparación para el trabajo.

¿Hay un perfil de quienes experimentan soledad en EE.UU.?
No creo que el problema sea específico de un grupo demográfico. Creo que está en todos los ámbitos.

Se habla mucho de que el grupo demográfico de personas mayores en EE.UU. está muy afectado por la soledad. Se dice que una vez dejan de tener el núcleo familiar con el que vivían terminan en centros de cuidado en donde experimentan mucha soledad. Y ese es un gran problema para esa población.

Pero creo que la soledad es igualmente un problema para las poblaciones más jóvenes.

Soy profesora universitaria y trabajo con estudiantes que tienen entre 18 y 24 años y también es un gran problema para ellos. Lo irónico es que se supone que la etapa universitaria es uno de los momentos más sociales de la vida de una persona.

Liming afirma que la falta de tiempo es la mayor razón por la que hay una “epidemia de soledad” en EE.UU. Pero igual habla sobre la influencia de las plataformas digitales.

Una vez leí algo sobre el hecho de que la felicidad humana se manifiesta a los 26 años, y se supone que la actividad social que conduce a eso es más vibrante durante esos años.

Pero la población en edad universitaria con la que trabajo es tan propensa a la soledad y el aislamiento y los problemas de salud mental asociados con ello como la población mayor de 65 años o cualquier otra persona.

¿Y qué les pasa?
Creo que hay dos factores: la pandemia de covid y también el auge de la tecnología digital personalizada.

Ambas cosas hicieron pensar a dicha generación que está bien o que es suficiente quedar con otras personas a través de internet. Y esto no es algo negativo, pero ciertamente no es suficiente.

Esta es una generación cuyos últimos años de escuela superior los vivieron durante la pandemia de la covid-19. Sus vidas fueron interrumpidas y no experimentaron importantes hitos relacionados con su edad o los experimentaron online.

Cuando los veo en el salón de clase, me doy cuenta que tienen hábitos que no necesariamente los ayudan de la mejor manera.

Uno de esos hábitos es, por ejemplo, que cuando necesitan ayuda o compañía van a internet a buscar una respuesta, no a la persona que está a su lado en el salón de clase, sus compañeros de cuarto, sus amigos o sus padres, sino a donde un extraño online.

Hay quien podría sentirse más seguro interactuando a través de la tecnología. En las redes sociales tienes un amplio control. Las fotos que envías las puedes tomar cuantas veces quieras, si te sientes incómodo puedes desaparecer al instante...

Así es, se trata de un asunto de control. Cuando estás en un ambiente mediado por una red social, conoces las reglas y las maneras de entrar y salir. Si algo se vuelve incómodo o raro, sabes que puedes encontrar una manera de salir de ahí sin mucho problema.

En las interacciones en persona, si intentas comportarte de la misma forma, alguien podría pensar que eres demasiado rudo y te juzgaría.

Además del control, tenemos miedo al juicio. Las interacciones sociales en persona están sujetas a reglas diferentes a las que tenemos en redes sociales y eso puede hacer que tengamos miedo.

Otros países, como Italia y la región Nórdica, también presentan un problema de soledad.

¿Cómo las redes sociales e internet podrían ayudarnos a interactuar en persona? Mucho más allá del hecho de que nos pueden ofrecer recomendaciones de cosas que hacer o lugares para ir. Una gran cantidad de gente dice sentirse abrumada por las redes sociales, me preguntaba si ese sentimiento les podría empujar a querer compartir en persona.

En mi libro yo me aseguro de no tratar las tecnologías digitales como una fuerza maligna, porque no lo son. Creo que han hecho muchas cosas por nosotros o al menos tienen el potencial de hacer muchas cosas por nosotros.

Hace 10 años, cuando tenía 30 años igual que tú, comencé mi primer trabajo como profesora y me mudé a Dakota del Norte, un estado muy rural. Nunca antes había estado allí y mis contactos estaban limitados a mi vida laboral.
Portada del libro Hanging Out: the radical power of killing time

FUENTE DE LA IMAGEN,SHEILA LIMING

Pie de foto,

Portada del libro Hanging Out: the radical power of killing time (Penguin Random House, 2023).


Fue entonces cuando comencé a involucrarme con las redes sociales, porque pasaba mucho tiempo sola. Descubrí a colegas que trabajaban temas muy parecidos a los míos, incluso de otros departamentos a los que no pertenecía.

Las redes sociales son buenas para deshelar las aguas en la oficina. Cuando llegaba al espacio de trabajo, me era sumamente beneficioso, porque podía hablar sobre lo que veía online con las personas que lo estaban llevando a cabo. Fue muy útil.

Eso no quiere decir que puedas darte el lujo de darle la espalda a la comunidad física del lugar en el que vives.

¿Qué ha leído en sus estudios sobre el problema de la soledad en otros países? ¿Es un asunto de las sociedades occidentales?
Mi perspectiva está más o menos limitada a EE.UU., simplemente porque es el lugar que mejor conozco.

Pero cuando viajo, sí he visto lo que ocurre en otros países y he tenido la perspectiva de otras culturas. También cuando hago entrevistas con los medios y hablo con periodistas que no son de EE.UU.

Reporteros de Alemania, Noruega e Italia me han dicho que es un asunto que también afecta a sus países. Por eso creo que es algo relacionado a la estructura cultural de EE.UU. y al mundo occidental.

Por ejemplo, una vez un periodista me mencionó que en Noruega un 50% de los hogares están compuestos de una sola persona, así que están tratando de abordarlo desde el gobierno.

Puede ser que algo que es la norma en EE.UU. se impone en otros países como lo deseable: el aislamiento como una especie de meta final.

En Puerto Rico tengo familia extendida cuya tendencia es vivir siempre cerca. Tengo primos que son vecinos entre sí, y vecinos de sus padres. Es algo normal en las áreas rurales de la isla. Esto les reduce su habilidad de quedar con amigos, sobre todo por nuestra tendencia a priorizar los lazos familiares sobre las amistades. ¿Deconstruir nuestra idea de la familia nos ayudaría a tener una mejor vida social?

Las familias pueden ser aislantes, tanto para bien como para mal. Nos pueden aislar del resto del mundo y proporcionar estructuras de apoyo, protección. Cuando funcionan de esa manera, se les considera algo bueno.

Pero también son aislantes en la forma en que pueden crear una especie de recinto del que es difícil salir. Como en las situaciones que decías, que estás rodeado de tantos familiares que se vuelve menos imperativo hacer amigos o conocer a otras personas.

Luego también entra en juego, al menos aquí en EE.UU., la expectativa de que siempre tienes que hacer sentir orgullosa a tu familia. Aunque para eso, la tendencia es que se necesita salir de la estructura familiar, cuando te mueves y descubres tu propio camino.

Es irónico, porque para enorgullecer a tu familia en realidad tienes que alejarte más de ellos, dejar la estructura.

Soy académica, en este país la tendencia es que esta profesión se muda constantemente. Y algo que escuchas de la gente cuando te mudas es el problema que enfrentan por mudarse tan lejos de su familia.

Al seguir esta profesión, con la intención de hacer sentir orgullosa a su familia y convertirse en personas exitosas, terminan en una situación que les hace complicado interactuar con su familia.

Ese es el final desafortunado de las expectativas que tenemos.

Cuando visito Puerto Rico, aunque es cerca de Miami, en donde vivo, voy con muy poco tiempo. Y me siento muy mal si no comparto con mi madre, aunque debo aceptar que con amigos a veces la paso mejor. De hecho, es muy complicado para mí aceptar un pensamiento como ese...

Las familias pueden ser redes de apoyo, pero también recintos clausurados que impiden la interacción, dice la escritora.

De una forma distinta, pero esa también es mi experiencia. Vivo en Vermont, la costa opuesta a Seattle, allá está mi familia, es donde crecí. Voy dos veces al año. Pero cuando voy, lo que siento que debo hacer es compartir con mi familia porque no los puedo ver constantemente, lo que supone que dejo de priorizar a todas las amistades que fueron muy importantes para mí desde que soy una niña.

Ha sido así a tal punto que no he logrado mantener muchas de esas amistades, no he logrado hacer que se queden en mi vida.

¿Cuánto tiempo debe invertir la gente en quedar con otras personas?
No voy a ponerle un número. No haré reglas sobre cómo salir con el propósito de que alguien mida si es bueno o no haciéndolo.

No es algo en lo que eres bueno o malo, es algo que haces o no. Haces tiempo para que suceda o no lo priorizas.

Pero sí creo que es algo que debe pasar regularmente en la vida de las personas. Hay quien debe hacerlo todos los días, otras personas una o dos veces a la semana. Quizás lo que sea mejor de acuerdo a tus horarios, porque debemos ser realistas con esto también.

Si pasa regularmente, no se siente extraño cuando lo haces. Así no lo enfrentas con estas enormes expectativas sobre cómo debe suceder y cuán perfecto debe ser. Esa es la única manera en la que se sentirá como algo habitual, lo convertirá en una actividad más fácil de lograr.