domingo, 11 de mayo de 2025

_- La mitad de los premios Nobel tienen padres entre el 5% más rico

_- Todos sabemos que nacer en una familia acomodada ofrece ventajas: es más fácil ir a la universidad, tienes más información, mejores redes de contactos… y puedes permitirte más riesgos, porque cuentas con un colchón. No es lo único que importa, porque la suerte y el esfuerzo también juegan su papel —seguro que conoces gente que subió el ascensor social—, pero el peso del dinero es innegable.

El último gráfico lo ilustra con un caso extremo: la mitad de los ganadores del premio Nobel son hijos de padres del 5% más rico de su país de nacimiento. Esa es la conclusión de una investigación que rastreó el origen social de cientos de premiados.
 
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La mitad de los Nobel tienen padres del 5% rico
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   ¿Las profesiones de los padres sobrerrepresentadas? Abundan científicos, funcionarios, ingenieros, maestros, médicos… y también empresarios. ¿Y qué país ofrece más oportunidades científicas a las familias modestas? Según el estudio, Estados Unidos.

Pero lo esencial del gráfico es lo que falta: los niños cuyo potencial se perdió. El talento está ampliamente repartido, pero las oportunidades no. Eso significa, como resumen los autores, que “hay una vasta reserva de talento científico sin destapar en los países con menos ingresos”. Muchos niños no reciben la educación, los estímulos ni el apoyo necesarios para llegar lejos. Y eso no solo es injusto: es una pérdida para todos. Nos estamos perdiendo innovación, crecimiento, descubrimiento y en esencia, un futuro mejor.

Fuente: newsletter de Kiko Llaneras

El violentómetro, el invento de una mexicana que ayuda a personas de todo el mundo a identificar los signos de violencia

Montaje de Martha Alicia Tronco Rosas con el violentómetro
Pie de foto,Martha Alicia Tronco Rosas quiso hacer una herramientas que fuera eficaz, didáctica y que a la vez fuera económica y útil para hablar de violencia.

Tan simple como una regla de 30 centímetros.

Ese es violentómetro, un invento que, hace 16 años se creó en México y que ayuda a personas de todo el mundo a identificar los signos de violencia.

Un material gráfico y didáctico en forma de regla que consiste en visualizar las diferentes manifestaciones de violencia que se encuentran ocultas en la vida cotidiana y que muchas veces se confunden o desconocen.

Lo que empezó como un sencillo proyecto dentro del Instituto Politécnico Nacional (IPN) de México, hoy se puede ver en múltiples países y se ha traducido a idiomas como el maya, el italiano, euskera o chino.

Su creadora es la mexicana Martha Alicia Tronco Rosas, doctora en FIlosofía y Ciencias de la Educación, Fundadora del Programa Institucional de Gestion con Perspectiva de Género del Instituto Politécnico Nacional e investigadora de este centro.

Una idea desde el mundo de la ciencia

En 2007, Martha Tronco propuso crear la unidad de género en el IPN porque, aunque había "algunas instancias que daban cierto apoyo en temas de violencia dentro de la institución, pero no desde una perspectiva que era la necesaria, desde mi punto de vista, una perspectiva de género", explica.

Porque empezó a observar, por un lado, que las mujeres científicas en el Instituto tenían un menor crecimiento que los hombres y, por otro, que estas apenas tenían responsabilidades como directoras en las unidades académicas.

Pero cuando creó la unidad de género, se encontró con un problema mayor que, sin hacer mucho ruido, recorría las aulas.

ViolentómetroFuente de la imagen,Daniel Pardo/BBC Pie de foto,

Una simple regla con distintos abusos ha servido para visualizar la violencia en infinidad de países. 

El silencio se rompió con cartas anónimas que dejaban a Tronco en su despacho, por debajo de la puerta.

"Llegaron muchas denuncias en torno a que las personas eran maltratadas, eran violentadas. Mujeres, directivos, relaciones de pareja entre estudiantes", relata.

Así, como investigadora, propuso hacer una encuesta a más de 14.000 estudiantes de nivel medio y superior para, dice, "saber todo": desde posibles problemas de salud, consumo de alcohol y sustancias a, por supuesto, hábitos violentos.

El único requisito era haber tenido al menos una relación de pareja en el año anterior.

"Me cela, pero solo un tantito"

"Los resultados fueron impresionantes, en el sentido de que detectamos mucha problemática: embarazos y paternidades no contemplados, por ejemplo, o adicciones", explica Tronco.

Cuenta que lo que más le llamó la atención, el "foco rojo", fue cómo la gente percibía la violencia.

Había respuestas como "a mí me celan, pero un poquito"; "yo sí he tenido algunos jaloneos (empujón violento) con mi pareja"; "me ha pellizcado un poquito"; "en ocasiones revisa mis documentos o mi celular".

"Pero no la expresaban y percibían como si fuera algo violento. Siempre observaba en esas respuestas una supuesta situación de amor, entre comillas, de protección. Pero eso tiene un nombre y se llama violencia".

Una propuesta económica y útil

Tras la encuesta, Marta Tronco pensó que era necesario hacer un material útil en todos los espacios posibles, que no se tirara y que fuera económico, pues el proyecto en inicio nació sin presupuesto.

"Así surgió la idea de una regla de escritorio de 30 centímetros. Y en cada centímetro una de las manifestaciones de violencia que nos dijeron en la encuesta. Así nació el violentómetro".

La regla se divide en tres colores diferentes y cada uno engloba una situación, "iniciando sobre lo más sutil, aquella violencia que se enmarca en acciones que no implican una acción física, los 10 centímetros siguientes con acciones que implica violencia sobre objetos o sobre la persona, pero en menor medida, y los últimos 10 centímetros, con acciones con violencia física extrema".

Material didáctico e informativo sobre violencia encima de una mesa. Fuente de la imagen,Daniel Pardo/BBC Pie de foto,

La idea, nacida en México, se expandió a otros países y se puede ver en distintas partes de América Latina, España o China. En el primer tramo están acciones como celar, mentir, hacer bromas hirientes, ridiculizar o controlar y prohibir cosas o ver a gente. En el segundo, destruir objetos personales, pellizcar o jalonear, en el tercero, amenazas con objetos, amenazas de muerte, forzamiento de relaciones sexuales y, en última instancia, el asesinato.

Una escala de violencia que, en la relaciones personales, no tiene por qué pasar por todos los puntos.

"Puede que solo haga bromas hirientes, que te ridiculice, te intimide y te cachetee. Pero igual es violencia y se debe estar atento y pedir ayudar", sostiene Martha.

En el caso más extremo de la violencia están los feminicidios, que en México son una auténtica lacra social. Según cifras oficiales ofrecidas por UNESCO, en 2024 un promedio de 10 mujeres murieron de modo violento cada día.

Una idea en más países

De esa primera idea salieron otras para ayudar no solo a ver si se está sufriendo violencia, sino también si se está ejerciendo sobre otras personas y qué se debe revisar en ese caso. Luego pasaron la idea del violentómetro a una app para que los más jóvenes tuvieran ese acceso.

Después, la idea, nacida en México, se expandió a otros países y se puede ver en distintas partes de América Latina, España o China.

En lo más cercano, Martha empezó a ver el impacto de esta herramienta cuando vio que se lo pedía "desde la abuelita para dárselo a los nietos o cuando en las escuelas lo querían dar de aguinaldo".

Martha Tronco explica que esta sencilla herramienta ha servido para visibilizar muchos tipos de violencia que no se percibían como tal y que la gente los reconozca.

"En México, como en muchos países latinoamericanos, tenemos mucha violencia. Por eso creo que ha tenido tanto impacto. Y en México en concreto ha servido para darnos cuenta de qué hacemos o qué sentimos en este tipo de relaciones", dice.

Violentómetro

Violentómetro

Fuente de la imagen,

Y, remarca, esto no es solo algo de relaciones de pareja.

"El violentómetro ha permitido darnos cuenta de que esto que vivimos de manera cotidiana no es protección, no es amor, no es cariño. Y que esta violencia que podemos sufrir muchas veces la replicamos en otros, porque son las formas que hemos aprendido, las que hemos visto en cómo se ha relacionado nuestro entorno".

Aquí, dice, toca hacer una revisión muy puntual y personal para no repetir esquemas violentos.

"Porque no te conviene"

Dentro de los posibles comportamientos violentos que aparecen en esta herramienta, algunos pueden ser sutiles y la línea entre lo que es acto violento o no puede ser poco clara.

Por ejemplo: ¿es violencia que lleve siempre el pelo largo y vestidos porque a mi pareja le gusta? ¿o que no vaya a ciertos lugares o con cierta gente?

¿Cuál es la línea entre complacer un deseo y algo violento?

"A veces no nos damos cuenta porque es muy sutil el controlar y el prohibir está en el número 11 del violentómetro, por ejemplo. Y no nos damos cuenta porque consideramos que es un acto de amor, que marca algo que no te conviene. Pero cuando la toma de decisiones no es personal y libre, cuando aquello me genera una serie de problemas, es violencia", apunta Tronco.

Y, dentro de la violencia, uno de los problemas que conversamos con Tronco fue no solo lo complicado de verla, sino de comunicarla.

"Es un tema que da vergüenza. No nos reconocemos cuando somos violentadas. Y es algo que nos puede pasar a todas".

También advierte Martha Tronco que las violencias que aparecen en el violentómetro se pueden dar todas o aparecer salpicadas y que tampoco son algo que ocurren de un día para otro, de golpe.

"Es como una humedad en la casa. Va despacito y, de repente, un día, ves una mancha enorme en la pared y no te habías dado cuenta. Incorporamos lo que la otra persona quiere, poco a poco, y llega un momento en que no nos reconocemos", señala.

Por eso, remarca, es importante hacer un ejercicio de autoconocimiento. "Hay que hacer una revisión de lo que somos y de lo queremos hacer y lo que no más allá de agradar a la otra persona".

Y aunque su invento es una ayuda, reconoce que la información, si bien válida y necesaria, no lo es todo.

Mujeres indígenas en una marcha en protesta.Fuente de la imagen,Getty Images "Ahora se tiene mucha más información que antes y es un elemento necesario, pero no transformador completamente. La parte social, la parte familiar, es la que puede hacer la diferencia, que tengamos comportamientos diferentes. Nos toca a todos hacer una revisión de los vínculos que tenemos, una revisión de la familia, nuestros espacios, nuestras amistades".

También habla de la interseccionalidad en la violencia. "No es lo mismo ser una mujer blanca, con un nivel educativo alto y heterosexual que ser indígena, lesbiana, analfabeta y pobre. Las mujeres somos diversas y tenemos muchas necesidades diferentes".

El último cálculo de ONU Mujeres sobre violencia indica que, en todo el mundo, 736 millones de mujeres –casi una de cada tres– han sido víctimas de violencia física o sexual por parte de su pareja; y de violencia sexual fuera de la pareja, o ambas, el 30% de las mujeres de 15 años o más al menos una vez en su vida. Esto sin incluir datos de acoso sexual.

Para 2023, unas 51.100 mujeres y niñas murieron a manos de sus parejas u otros familiares en todo el mundo. Esto significa que, en promedio, 140 mujeres o niñas fueron asesinadas cada día por alguien de su propia familia, según datos de ONU Mujeres.

En el caso de los hombres, solo el 12% de los homicidios que sufren se producen en la esfera privada. Cuando hablamos de mujeres y niñas esta cifra asciende al 60%.

¿Entonces, cómo hacemos para cómo se incluya a los hombres en la conversación?, le pregunto a Martha Tronco.

Y destaca una experiencia que tuvo durante un Curso de Paternidades.

"Les preguntábamos algo muy sencillo: '¿Qué tipo de padres quieres ser? ¿Quieres ser como el padre que tuviste?' Fue un punto medular. Muchos, llorando, decían que no querían eso para sus hijos", explica.

Y les toca, a juicio de Tronco, "hacer esta revisión profunda, que nos responsabilicemos todos".

sábado, 10 de mayo de 2025

Faustino Cordón, un genio olvidado de la ciencia: “Fui un bolchevique tuerto, manco y con pistola”

Faustino Cordón


Una biografía recupera la asombrosa vida del farmacéutico, que fue artista en París, jefe de armamento en la Guerra Civil, exiliado interior y uno de los mejores pensadores darwinistas de España.

Madrid, julio de 1936. Un joven llamado Faustino Cordón, recién llegado a la ciudad, asiste a una de las primeras reuniones organizativas del Quinto Regimiento. Vittorio Vidali, militante comunista apodado comandante Carlos, pregunta a la concurrencia:

-¿Quién de vosotros es experto en explosivos o químico?

Nadie responde, así que Cordón se lanza:

-No soy químico, pero sí farmacéutico.

Hay una oleada de carcajadas, pero Vidali insiste:

-¿Sabes envenenar aguas, hacer bombas, obuses, fabricar gases?

Cordón replica: “¿Aquí sabe alguien?" Y, como la respuesta fue negativa, continuó: “Pues yo sé hacer trinitrotolueno”. Y así fue nombrado jefe de armamento del incipiente Quinto Regimiento. Tenía veintisiete años.

La escena se relata en el reciente libro Faustino Cordón, el biólogo insumiso (Garaje), en el que una de sus hijas, Elena, y la periodista Elvira de Miguel recopilan el ingente material escrito y sonoro dejado por uno de los científicos más atípicos y desconocidos de la historia de España. Tuerto y casi manco por accidentes de guerra, Cordón quiso ser artista, se volcó en el dibujo, vivió en París como un bohemio y conoció a Picasso. Un buen día decidió irse a Madrid para estudiar Farmacia y servir a la causa comunista, que acababa de abrazar. Salvado casi milagrosamente de ser fusilado, sobrevivió haciendo ciencia como un exiliado interior durante la dictadura franquista, se aprendió de memoria la teoría de la evolución de Darwin y se lanzó a edificar su propio edificio teórico para explicar el origen de la vida en todos sus estratos, lo que compuso una obra monumental de filosofía evolutiva única en su especie en la España de aquella época.

Cordón, hijo de una familia liberal extremeña donde tenían una gran finca que su padre regaló a los campesinos en el 36, renegó pronto del comunismo estalinista, pero encabezó la primera visita científica española a la URSS tras la muerte de Franco. En la Transición, fue un referente de ideas muy claras sobre quiénes somos y de dónde venimos, que expuso en su libro de divulgación más famoso, Cocinar hizo al hombre, y en sus artículos periodísticos, muchos de ellos en EL PAÍS, donde dijo cosas como que los humanos de hoy somos iguales a los que pintaron los bisontes de Altamira hace miles de años, porque nos unen la tecnología y el lenguaje.

Poco después de aceptar su puesto de jefe de armamento, un antiguo compañero del colegio El Pilar le pidió a Faustino que salvase su casa —un chalé en pleno barrio de Salamanca— del “furor popular”. El farmacéutico le dijo que no se preocupase: la tomaría él mismo para instalar el laboratorio de fabricación de explosivos. Allí trabajó con sus colaboradores sin descanso, castigados por horribles dolores de cabeza producidos por la dinamita, que es un vasodilatador. Un día hubo un sabotaje y todo el arsenal saltó por los aires. La terrible explosión se llevó por delante a un hermano de Cordón y a dos de sus más estrechos colaboradores, León Meabe y Leo Fleischman, e hirió a dos de sus hermanas. Una esquirla de metralla atravesó el ojo de Cordón y se detuvo a pocos milímetros de su cerebro, dejándole tuerto de por vida, pero salvando milagrosamente su vida.
Faustino Cordón, en los laboratorios Zeltia de Porriño (Galicia), en 1944.
 

En los últimos días de la Guerra Civil, en el puerto de Alicante, Cordón tira al agua una maleta de cartón repleta de documentos sobre el Quinto Regimiento que iban dirigidos a Antonio Machado, quien debía escribir una loa sobre el cuerpo. El proyecto nunca pudo ser, pues Machado murió en febrero de 1939. A cambio, Cordón salvó la vida por segunda vez, pues los soldados nacionales nunca supieron que era el cerebro armamentístico de los militares comunistas. A pesar de ello, estuvo más de un año en campos de concentración y cárceles, donde a pesar del hambre se empeñó en seguir estudiando lo que fuese, empezando por una gramática inglesa que había encontrado tirada en el puerto de Alicante, del que ya no salían barcos y donde presenció tres suicidios el mismo día. Un año después, en septiembre de 1940, gracias a que su familia sobornó al juez, Cordón salió libre e inició su atípica carrera científica.

El farmacéutico consiguió un trabajo en los laboratorios Zeltia, en Porriño, Galicia. Al llegar se da cuenta de que esta empresa está llena de científicos republicanos represaliados que sobreviven en el exilio interior y constituyen una útil mano de obra barata a las órdenes del catedrático Fernando Calvet. Zeltia se especializa en la producción de compuestos sacados de las glándulas de animales. En plena posguerra, el primer trabajo científico de Cordón consiste en entender por qué las partidas de insulina llegadas de Suiza se echan a perder a los pocos días. Tiempo después, consiguió aislar la molécula responsable, que llamó insulinasa. Gracias a su trabajo y el de sus compañeros, Zeltia patenta varias especialidades farmacéuticas como la efedrina, la digitalina, los extractos hepáticos, la foliculina, el purpuripán, y varias vitaminas. La empresa fue luego absorbida por su filial, la actual PharmaMar.
Faustino Cordón el día de su boda con María Vergara, en 1948.
 

Faustino Cordón el día de su boda con María Vergara, en 1948. Archivo familiar

En esos años, Cordón sufre un revés que determinará su carrera como científico al margen del sistema académico. A pesar de haber conseguido una prestigiosa beca Fulbright para irse a formar a Estados Unidos, sin saber por qué se le niega la posibilidad de viajar. Cordón protesta y llega hasta el despacho de José María Albareda, farmacéutico vinculado al Opus Dei, y secretario general del Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC), fundado por Franco en 1939 para “la restauración de la clásica y cristiana unidad de las ciencias”. “Se trataba de una suerte de fraile vestido de paisano que era quien decidía las purgas. Me recibió glacial en su despacho tras una mesa monacal, con un cristo encima de una calavera. Escuchó con atención mis razones, sin decir una palabra, pero todo resultó inútil; fui el único al que no le dieron el pasaporte”, explicó Cordón a su hija Inés en 1994.

El científico pasó a trabajar en Madrid en el Instituto de Biología y Sueroterapia, una de las principales fábricas de vacunas y moléculas biológicas médicas de la época. Aparte de seguir trabajando como científico experimental, Cordón emplea en las instalaciones a presos políticos una vez cumplida su condena.

“Era una persona alegre, cargada de energía física que volcaba en su trabajo, y con una pasmosa confianza en su teoría biológica, curiosamente unida a mucha humildad”, resume su hija Elena. La palabra que mejor describe su actividad científica es “frenética”, según la periodista Elvira de Miguel.
Burro y Campesino, dibujo de Faustino Cordón de 1955.

Burro y Campesino, dibujo de Faustino Cordón de 1955. Colección familiar

Cordón tradujo en aquellos años importantes obras científicas del alemán al español, pero su gran objetivo fue elaborar su propio tratado sobre el origen de la vida. Según su biografía, en los años 50 Cordón descubrió la capacidad de determinadas proteínas de multiplicarse por sí mismas, lo que le llevaría a considerarlas las unidades fundamentales básicas de la vida, bautizándolas basibiones. La idea, aún hoy heterodoxa, fue ignorada hasta que en 1995 el neurólogo Stanley Prusiner descubrió los priones, proteínas capaces de multiplicarse y evolucionar por sí solas, y que causan enfermedades cerebrales como el mal de las vacas locas, un hallazgo que le valió el Nobel Medicina dos años después.

A pesar de su aislamiento, Cordón recibió apoyos inesperados, como el de Juan Huarte Beaumont, dueño de una importante constructora que acabó siendo la H de OHL, quien le contrató para que se dedicase a redactar su gran obra: Tratado evolucionista de biología. En los años 60 se acaba esta colaboración, pero a Cordón acude entonces Ernestina González, bibliotecaria burgalesa y pareja de Leo Fleischman, considerado el primer voluntario estadounidense caído en la Guerra Civil, que venía de una familia adinerada de Nueva York y murió precisamente en la explosión de la fábrica de bombas que dirigía Cordón durante la Guerra.
Faustino Cordón en una imagen de archivo de 1941.

Faustino Cordón en una imagen de archivo de 1941. Picasa

“Con Faustino siempre parecía que estabas hablando con alguien de tu edad, aunque nos llevábamos 60 años”, recuerda el neuropatólogo Alberto Rábano, de la fundación CIEN, quien fue discípulo de Cordón en la década de los años 80. “Estaba muy al margen de la ciencia oficial, y bastante despreciado por la universidad franquista y posfranquista”, recuerda.

Rábano recopiló la bibliografía para el segundo tomo de la obra evolucionista de Cordón, relacionada con los animales. “Tenía su vida medida y mucha prisa por acabar su obra. Nosotros, que éramos jóvenes, le proponíamos hacer experimentos, pero él, aunque había sido un gran científico experimental, ya no quería salir del plano teórico”, recuerda.

Cordón logró acabar la segunda parte de su obra, que presentó en 1990 en el edificio de la Antigua Dirección General de Seguridad de la Puerta del Sol de Madrid, donde había estado alguna vez detenido, y que albergaba ya el Gobierno de la Comunidad de Madrid. Murió en diciembre de 1999 a punto de cumplir los 91 sin terminar la tercera parte, dedicada a los humanos. “No hay ningún otro autor a la altura de Cordón en este campo en España. Merece la pena recuperarlo”, opina Rábano, quien también recuerda a su maestro por su sentido del humor. Uno de sus golpes favoritos era decir: “Ahora me ves muy civilizado, pero yo fui un bolchevique tuerto, manco y con pistola”.
Faustino Cordón junto al periodista de 'EL PAÍS' Vicente Verdú, en 1978.
Faustino Cordón junto al periodista de 'EL PAÍS' Vicente Verdú, en 1978. Colección familiar

El biólogo Arcadi Navarro, investigador ICREA y director de la Fundación Pasqual Maragall, leyó la obra de Cordón cuando estaba estudiando la carrera, y nunca la olvidó. “Manejaba conceptos rompedores que no eran apreciados porque los lectores no estaban preparados”, explica. Una vez fallecido, todos los fondos de la fundación que había creado Cordón gracias a Ernestina González fueron a parar a la Fundación Pasqual Maragall, quien había sido amigo de Cordón y su mujer, María Vergara. “Son tres generaciones de ciudadanos concienciados —Fleischman, Cordón, Maragall— que donaron todo al proyecto colectivo de la ciencia”, destaca Navarro.

El archivo personal de Cordón, con cientos de cartas, fotografías y miles de sus notas, se conserva en la Biblioteca Nacional desde 2018. Buena parte de su obra científica, periodística y autobiográfica puede consultarse gratis en la web faustinocordon.org creada por sus hijas.

viernes, 9 de mayo de 2025

Trump, guerras, ultras: el fin de II Guerra Mundial en Europa adquiere otro significado 80 años después

Aniversario del fin de la II Guerra Mundial
Los conflictos actuales atraviesan el aniversario de la capitulación de Alemania, que lo conmemora en pleno debate sobre los límites de su modelo de memoria histórica

Del búnker donde el 30 de abril de 1945 Adolf Hitler se suicidó, no queda nada. Un aparcamiento, edificios feos germanorientales de los años ochenta, un restaurante asiático, una tetería, un panel informativo donde se detienen grupos de turistas. El búnker, como Hitler, está y no está. Físicamente, enterrado entre ruinas, inaccesible; simbólicamente, una presencia constante, obsesiva. “Nunca hubo tanto Hitler”, escribía hace unos años el historiador Norbert Frei, en alusión a la presencia mediática del hombre que llevó su país y Europa a la destrucción y al Holocausto de los judíos. Ocho días después de la muerte de Hitler, la Alemania nazi capitulaba incondicionalmente ante los aliados soviéticos y occidentales. Era el fin de la II Guerra Mundial en Europa. Para la URSS de Stalin, el triunfo en la “Gran Guerra Patriótica”. Para EE UU, realmente la última victoria bélica (después vendrían Corea y Vietnam, y más adelante, Irak y Afganistán), la de la heroica greatest generation, la generación de los mejores. Para Alemania fue la derrota, el hundimiento, la hora cero que acabaría percibiéndose no solo como una derrota, sino una liberación.

Ochenta años después, quedan cada vez menos testimonios y supervivientes. La memoria viva deja paso a los memoriales, los libros, los museos, las conmemoraciones: la historia. Y la (geo)política.

La Europa que este jueves conmemora el 80º aniversario —fue el 8 de mayo de 1945— es una Europa fracturada por nuevas guerras. Una Europa que teme a Rusia que, a su vez, ha esgrimido una imaginaria amenaza “nazi” para invadir Ucrania. En Alemania, al mismo tiempo, algunos son reacios a armar a Ucrania debido a la mala conciencia por la devastación que la Alemania nazi dejó en la URSS (aunque Ucrania pertenecía a la URSS y fue uno de los escenarios de los crímenes nazis). Este es un mundo en el que las democracias están al borde del divorcio. El hombre a quien se conocía como “líder del mundo libre” es Donald Trump, un presidente estadounidense que amaga con abandonar a los europeos y acercarse al ruso Vladímir Putin. La fecha de 1945 siempre fue objeto de disputa, pero también de unidad; hoy adquiere significados inesperados.

“La perspectiva de los acontecimientos históricos cambia con el tiempo”, explica el historiador Frei, en su libro 1945 und wir (1945 y nosotros). “Hace 20 años”, recuerda, “las potencias vencedoras en la II Guerra Mundial celebraron este día junto a los alemanes. Hoy esto sería impensable, por las razones políticas conocidas”. Alemania ha negado la invitación de los embajadores de Rusia y Bielorrusia a la ceremonia en el Bundestag, y al desfile del 9 de mayo en Moscú —la fecha en que Rusia celebra la capitulación— prevén asistir los líderes europeos prorrusos de Eslovaquia y Serbia, Robert Fico y Aleksandar Vucic. “Desde hace tiempo, el recuerdo de los horrores de la historia forma parte de los conflictos del presente, cargados de historia”, observa el Süddeutsche Zeitung.

Alemania se ha visto desde fuera a menudo como un modelo a la ahora afrontar el pasado criminal, pero es un modelo que suscita dudas y debates intensos. Este no es el mismo país de hace justo 40 años, cuando el presidente federal, Richard von Weizsäcker, proclamó: “El 8 de mayo fue un día de liberación”. Este es hoy el país que cinco años después, en 1990, integró a la Alemania Oriental, que se definía como “estado antifascista”: otra cultura de la memoria. Un país diverso, con hijos de la inmigración que no pueden rendir cuentas por lo que hicieron o dejaron de hacer los abuelos alemanes de sus compatriotas.

Susan Neiman, filósofa estadounidense y judía afincada en Berlín, comenta: “Los alemanes están petrificados en su propia culpa”. Y añade: “Están a la merced del Gobierno de Israel”. Neiman formulaba este diagnóstico en abril, después de que su colega israelí Omri Boehm suspendiese, por presiones de la embajada de Israel, un discurso en la ceremonia oficial en el campo de concentración de Buchenwald. Ambos critican que las autoridades alemanas —lógicamente atentas a las señales de aumento del antisemitismo en Europa y obligadas por la responsabilidad histórica hacia Israel— apoyen, con las mínimas objeciones, las políticas de los Gobiernos israelíes. La guerra en Gaza ha exacerbado las discusiones sobre un principio de la política alemana: Israel como “razón de Estado”

El historiador y novelista Per Leo, autor del ensayo Tränen ohne Trauer (Lágrimas sin dolor), distingue, de un lado, entre el trabajo histórico y la obligación de recordar, que se ejemplifica en la labor de los memoriales y museos en campos de concentración y en el trabajo de los historiadores. Y, del otro, lo que se ha llamado la cultura del recuerdo, o de la memoria, que es otra cosa, “una narrativa nacional promovida por los poderes públicos”. “Para que sea eficaz, tiene que ser sencilla”, explica. Leo y otros autores señalan la paradoja de que se haya acabado engendrado una forma de narcisismo: el sentimiento de que nadie lo hace mejor en esta materia y Alemania es el “campeón mundial de la memoria”. Como ha escrito otro historiador, Frank Trentmann, “el largo y amargo conflicto en entorno a la culpa y la memoria dieron a los alemanes una nueva identidad y una seguridad en sí mismos, y les proporcionaron una sensación de orgullo de no estar orgullosos”. El Memorial del Holocausto en Berlín, inaugurado en 2005, podría ejemplificar esta tendencia: ninguna nación ha erigido un monumento a las víctimas de este país en el centro de su capital.

Cuando vuelve la mirada a los últimos años, Norbert Frei concluye que la gran novedad es el ascenso de Alternativa para Alemania (AfD), partido de extrema derecha cuyos líderes critican “el culto a la culpa”, o sostienen que “Hitler y los nazis no son más que un parpadeo [literalmente, en alemán una cagada de pájaro] en más de mil años de exitosa historia alemana”. Algo ha cambiado cuando una formación que cuestiona la identidad forjada tras la guerra saca 10 millones de votos. ¿Un fracaso de la memoria histórica, la evidencia de que el modelo alemán ha fracasado, de que este ya un país como cualquier otro? ¿O sacar esta conclusión sería precipitado porque, como afirma Per Leo, supone “depositar determinadas expectativas en la cultura de la memoria, es decir, creer que esta nos inmunizará contra el autoritarismo, el racismo, el antisemitismo”?

Cada conmemoración se refiere al pasado, pero habla del presente y de un mundo que ha cambiado. En Moscú, el 9 de mayo, estarán el chino Xi Jinping y el brasileño Lula da Silva; en 2005 asistieron, entre otros, George W. Bush y Gerhard Schröder, Jacques Chirac... En Berlín, el día antes, el Bundestag ofrecerá otra foto de 2025. Una AfD con 152 escaños. Un nuevo canciller, el muy atlantista y proisraelí Friedrich Merz, incómodo ante una Administración de EE UU que califica a su país de “tiranía”. Una tribuna de autoridades sin Rusia. Una geografía urbana que lo dice todo este momento. A ocho kilómetros del Bundestag y del cercano búnker de Hitler, se eleva el imponente Memorial Soviético del parque de Treptow. Una Omaha Beach roja. A sus pies reposan los restos de unos 7.000 soldados que liberaron la ciudad; ahí pueden leerse, en varios paneles, frases del otro gran tirano europeo del siglo XX: Josef Stalin. Este es un monumento a las paradojas de la historia y la memoria, y a sus límites. A una fecha, 1945, que está lejos de haber agotado todos sus significados. 

La hazaña soviética y la ignorancia de Trump

Fuentes: Rebelión [Imagen: soldados rusos durante la batalla de Stalingrado en febrero de 1943. Wikimedia Commons / RIA Novosti archive, CC BY-SA]



La ignorancia histórico-cultural del mandatario Donald Trump es tan enorme que no conoce las opiniones del expresidente Franklin D. Roosevelt referentes a la heroicidad del ejército y pueblo de la antigua Unión Soviética para derrotar a las fuerzas del nazismo durante la Segunda Guerra Mundial (SGM).

Con su acostumbrada grandilocuencia Trump escribió en su cuenta Truth Social, «muchos de nuestros aliados y amigos celebran el 8 de mayo como el Día de la Victoria, pero nosotros hicimos más que cualquier otro país, con diferencia, para producir un resultado victorioso en la Segunda Guerra Mundial. Por ello, renombro el 8 de mayo como Día de la Victoria de la Segunda Guerra Mundial y el 11 de noviembre como Día de la Victoria de la Primera Guerra Mundial”.

Y agregó, “ganamos ambas guerras; nadie se nos acercaba en fuerza, valentía o brillantez militar, pero nunca celebramos nada. ¡Eso es porque ya no tenemos líderes que sepan cómo hacerlo!”

María Zajárova, portavoz del Ministerio de Asuntos Exteriores de Rusia citó nada menos que al 32 presidente de Estados Unidos (de 1933 a 1945), Franklin Roosevelt para desmentirlo. La primera fue una declaración del 28 de abril de 1942 cuando dijo: “En el frente europeo, el acontecimiento más importante fue el aplastante contraataque del gran Ejército ruso contra el poderoso grupo alemán. Las tropas rusas han destruido, y siguen destruyendo, más efectivos, aviones, tanques y cañones de nuestro enemigo común que todas las demás Naciones Aliadas juntas”.

El 4 de febrero de 1943, en carta a I.V. Stalin, afirmó: “Como Comandante en Jefe de las Fuerzas Armadas de Estados Unidos, le felicito por la brillante victoria de sus tropas en Stalingrado, lograda bajo su alto mando. Los 162 días de lucha épica por la ciudad, una lucha que ha inmortalizado su nombre, así como el resultado decisivo que todos los estadounidenses celebran hoy, constituirán uno de los capítulos más gloriosos de esta guerra de los pueblos unidos contra el nazismo y sus imitadores”.

En otra carta a Stalin, del 22 de febrero de 1943, Roosevelt enfatizó: «Estos logros solo pueden ser alcanzados por un ejército con un liderazgo competente, una organización sólida, entrenamiento adecuado y, sobre todo, la determinación de derrotar al enemigo sin importar los sacrificios…El ejército rojo y el pueblo ruso sin duda han puesto a las fuerzas de Hitler en el camino de la derrota final y han ganado la admiración duradera del pueblo de Estados Unidos”.

En una ocasión anterior, el actual presidente de la Casa Blanca declaró que Rusia “ayudó” a Washington a ganar la guerra.

Preguntémonos entonces: ¿Habrá leído Trump o le habrán hablado sus asesores sobre las memorias de Roosevelt? ¿Habrá estudiado algún documento o libro sobre esos conflictos bélicos? La respuesta como es lógico es No.

Datos oficiales indican que las pérdidas de la URSS en la SGM fueron de 27 millones de personas y los daños materiales incalculables, lo cual refleja la enorme contribución soviética a la victoria sobre la Alemania nazi. Estados Unidos perdió a 418.000 personas durante el conflicto y no sufrió daños materiales en su territorio.

Fueron muchas las batallas decisivas en la derrota de las fuerzas alemanas dentro del territorio soviético como la resistencia al asedio de Leningrado (hoy San Petersburgo) que duró del 8 de septiembre de 1941 hasta el 27 de enero de 1944, o sea, 872 días donde familias enteras fallecieron de hambre y frío, pero los nazis no pudieron tomarla.

Se destacan en esas heroicidades y amor por la Patria, las Batallas de Moscú (1941-1942), la de Stalingrado, hoy Volvogrado (1942-1943) y la del Arco de Kursk (1943), solo por citar algunas.

Recordemos que en junio de 1944, después que los soviéticos le habían propinado los mayores golpes a las hordas hitlerianas, y les quitaron la iniciativa estratégica a los invasores, los aliados decidieron abrir un segundo frente con el desembarco en Normandía.

Esto permitió al Ejército soviético comenzar la operación Bagration, dirigirse a Berlín y pasar la frontera alemana en enero de 1945. En tres semanas, recorrieron el extenso territorio entre los ríos Vístula y Óder, y llegaron a unos 65 kilómetros de la capital alemana. No obstante, detuvieron su avance ante la operación Solsticio de los nazis en febrero, también conocida como la batalla de tanques de Stargardt, que aplazó la batalla de Berlín.

Hitler convirtió a Berlín en una enorme fortaleza. Alrededor de la capital se levantaron tres líneas defensivas con todos los accesos minados. La protegían tres torres antiaéreas gigantescas, fortalezas, barricadas, túneles y búnkeres. Disponía para la defensa de 460.000 hombres; 1.500 tanques y 3.300 aviones.

Tras una ofensiva aérea y de artillería de largo alcance, el Ejército Rojo atacó por primera vez el Reichstag. En la tarde del 30 de abril, Hitler se suicidó y a las 9,30 de la noche las tropas soviéticas tomaron el Reichstag e izaron en su cúpula la bandera de la Victoria.

En esa sola batalla que culminó con la derrota del fascismo alemán, los soviéticos tuvieron 45.000 muertos y 172.000 heridos.

La hazaña del pueblo soviético no se puede equiparar con ningún otro país. Después de este breve resumen, solo se puede esperar que algún día Trump aprenda un poco de historia universal. Tarea que al parecer será difícil.

Hedelberto López Blanch, periodista, escritor e investigador cubano, especialista en política internacional. 

Memoria selectiva: el papel olvidado de la Unión Soviética en la liberación de Europa

Fuentes: Rebelión [Foto: 2 de mayo de 1945: La bandera roja ondea sobre el Reichstag. Una semana después, la Segunda Guerra Mundial llegó a su fin. En algunos países, esta foto está prohibida (TASS / Yevgeny Khaldei)]



Los días 8 y 9 de mayo se cumplen 80 años del final de la Segunda Guerra Mundial en Europa. Sin embargo, el papel principal de la Unión Soviética en esa victoria —y el terrible precio que pagó por ella— está siendo cada vez más olvidado o minimizado en Occidente debido a una memoria selectiva y al oportunismo geopolítico.

El Ejército Rojo: motor de la liberación de Europa
En mayo de 1945 el Ejército Rojo marchó hacia la capital alemana. El 2 de mayo Berlín fue tomada. Sobre el edificio del Reichstag se izó la bandera roja, un símbolo de la destrucción del Tercer Reich de Hitler.

La lucha que precedió fue de una magnitud y una brutalidad sin precedentes. Desde 1941 la Unión Soviética libró una guerra de aniquilación contra la Alemania nazi. Más de 26 millones de ciudadanas y ciudadanos soviéticos perdieron la vida, tanto soldados como civiles. Ningún otro país pagó un precio tan alto.

Las batallas decisivas de la guerra se libraron en el Frente Oriental: Moscú, Leningrado, Stalingrado, Kursk, campos de muerte que cambiaron el rumbo del conflicto. Los historiadores coinciden en que, sin los esfuerzos y sacrificios del Ejército Rojo y la heroica resistencia de la población de la Unión Soviética, la maquinaria de guerra nazi nunca habría sido detenida.

El papel de EE. UU.
Sin embargo, este papel crucial a menudo se subestima en los países occidentales. ¿La razón? La historia de la guerra no encaja en la imagen simplista de «la buena guerra» en la que EE. UU. fue la luz moral y venció al fascismo por altruismo.

El papel de EE. UU. fue muy ambiguo. Como describe el historiador Jacques Pauwels, las empresas estadounidenses continuaron comerciando con el régimen nazi hasta bien entrada la década de 1930. Grandes corporaciones como IBM, Standard Oil y Ford obtuvieron enormes ganancias del rearme y la producción alemanes. Hasta diciembre de 1941 las empresas estadounidenses suministraron productos petroleros a la Alemania nazi.

Dentro del establishment había una simpatía abierta por la Alemania nazi y otros regímenes fascistas. Henry Ford, por ejemplo, fue un gran admirador de Adolf Hitler. Un amplio movimiento dentro de EE. UU., llamado «America First», se oponía firmemente a la intervención estadounidense en los conflictos europeos.

Ni siquiera después de que Alemania invadiera Polonia en septiembre de 1939 hubo apoyo financiero inmediato de EE. UU. ni se suministraron armas. Todo eso cambió después del ataque a Pearl Harbor el 7 de diciembre de 1941. En otras palabras, EE. UU. esperó dos años antes de unirse a los aliados.

Nacido del gran capital
A menudo se olvida o se oculta, pero el fascismo, tanto en Italia como en Alemania, nació del capitalismo. Fue una herramienta para reprimir el movimiento obrero y las fuerzas de izquierda. Sin el apoyo del gran capital, Hitler nunca habría podido desarrollar su partido fascista ni habría sido elegido. Lo mismo ocurre con Mussolini.

Foto: fotomontaje de John Heartfield para la revista AIZ Berlín, 16 de octubre de 1932, «El significado del saludo hitleriano. Hay millones detrás de mí».

Después de la guerra se encubrieron cuidadosamente estas relaciones. Los industriales con vínculos nazis a menudo recibieron penas leves o fueron completamente absueltos en los juicios de Núremberg. La élite alemana de banqueros y propietarios de fábricas que habían ayudado a Hitler a llegar al poder quedó en gran parte impune gracias a la protección de la fuerza de ocupación estadounidense.

Las heroínas y héroes silenciados
No solo el ejército soviético, sino también millones de personas civiles, partisanas y partisanos contribuyeron a la derrota del fascismo. La resistencia tuvo mucha fuerza en Yugoslavia, Francia, Italia, Grecia y otros países europeos.

Comunistas, sindicalistas, obreros y estudiantes arriesgaron sus vidas en actos de sabotaje, huelgas, redes clandestinas y resistencia armada. Las y los combatientes de la resistencia hacían contrabando de alimentos, escondían fugitivos y ofrecían resistencia en un momento en que resistir significaba tortura o muerte.

Esa resistencia contó con un amplio apoyo popular. La famosa huelga de mayo de 1941 en Bélgica (del 10 al 18 de mayo), en la que cientos de miles de personas trabajadoras dejaron de trabajar en protesta contra los nazis, fue uno de los mayores actos de resistencia en la Europa ocupada.

Sin embargo, estos actos a menudo han desaparecido de la historiografía oficial, al igual que se silencia sistemáticamente o se niega el papel de las personas comunistas en la resistencia.

Para honrar a esos héroes y heroínas de la resistencia y mantener viva su memoria, en Bélgica existe la iniciativa Héroes de la Resistencia, fundada por el historiador Dany Neudt y el escritor Tim Van Steendam. Desde agosto de 2022 la organización publica diariamente breves biografías de combatientes de la resistencia en su sitio web y redes sociales para dar a conocer así sus historias.

La importancia de la memoria
Las lecciones de entonces son más actuales que nunca hoy en día. El avance de la extrema derecha en Europa, la normalización del discurso del odio y de los líderes autoritarios constituyen una amenaza para las libertades conquistadas por las que tantos y tantas dieron la vida.

Además, la guerra en Ucrania ha llevado a una peligrosa forma de reescritura histórica. En nombre de la lucha contra Putin, cualquier referencia al pasado soviético se vuelve sospechosa, de modo que conmemorar la victoria soviética sobre la Alemania nazi de pronto se considera una «glorificación de Rusia».

De este modo, el homenaje a los libertadores de Europa corre el riesgo de ser reemplazado por una amnesia selectiva y una distorsión que alimenta el extremismo en lugar de combatirlo. La verdad histórica no debe ser víctima de enemistades geopolíticas.

La Segunda Guerra Mundial no fue un choque de naciones, sino un enfrentamiento frontal entre ideologías. De un lado: fascismo, racismo, colonialismo y genocidio. Del otro: resistencia antifascista, solidaridad internacional y justicia social.

Por eso, conmemorar no es un ritual opcional, sino un acto político. Si olvidamos quién venció realmente al fascismo, también olvidamos quiénes están amenazados hoy. Y quiénes vuelven a beneficiarse del odio, la opresión y la división.

Por eso, en varios países europeos se escucha un clamor cada vez mayor para declarar nuevamente el 8 de mayo (Día de la Victoria) como día festivo legal y remunerado; no como un día de folclore, sino como un día de memoria, reflexión y vigilancia.

No solo se conmemora la caída de Hitler, sino también la fuerza de la resistencia popular, de la solidaridad entre los pueblos y las lecciones del experimento socialista que logró derrotar al fascismo.

Lo que nos enseña el 8 de mayo es que la libertad no es algo obvio, sino el resultado de la lucha. Fue la Unión Soviética la que hizo los mayores sacrificios. Fueron los comunistas y los trabajadores quienes encabezaron la resistencia. Fue la solidaridad internacional la que derrotó al fascismo.

Esa historia no debemos olvidarla. No por nostalgia, sino por necesidad.

Marc Vandepitte es miembro de La Red de Intelectuales, Artistas y Movimientos Sociales En Defensa de la Humanidad (REDH). 

Segunda Guerra Mundial Opinión. Ochenta aniversario del final de la II Guerra Mundial: ¿por qué un país cae en el abismo del odio?

Aniversario del final de la II Guerra Mundial
Todavía quedan demasiadas preguntas sin respuestas, muchos aspectos por estudiar, profundos tabúes que rodean al conflicto

El final de la Segunda Guerra Mundial en Europa el 8 de mayo de 1945 con la rendición incondicional de la Alemania nazi —aunque en Rusia se conmemora el 9—, del que se cumplen este jueves 80 años, dejó un continente devastado en el que, como explica el historiador Keith Lowe en Continente Salvaje (Galaxia Gutenberg), “no había moralidad, solo supervivencia”. En las ruinas todavía humeantes de Europa, mientras se iba a descubriendo la dimensión de los campos de exterminio y concentración nazis, con millones de refugiados y de personas sin techo y tras millones de muertos, un interrogante se imponía sobre todos los demás: ¿cómo pudo ocurrir? ¿Cómo se pudo llegar a esto?

Los primeros libros de investigación sobre el conflicto tardaron muy poco en aparecer. Hugh Trevor-Roper, un agente de inteligencia británico enviado a Berlín para reconstruir cómo fue el final del dictador nazi, publicó en 1947 Los últimos días de Hitler, que se convirtió en un éxito de ventas. Mucho de lo que damos por sabido sobre aquellos momentos finales en el búnker —y que reconstruye con brillantez la película El hundimiento (Filmin)— fue revelado entonces por primera vez. Aunque Hugh Trevor-Roper sufrió un tremendo revés en su prestigio cuando se equivocó al autentificar unos falsos diarios de Hitler —Robert Harris, el autor de Cónclave, cuenta aquel episodio magistralmente en Vender a Hitler (Pop Ediciones)—.

Desde entonces no es una exageración decir que se han publicado cientos de miles de libros en todos los idiomas que cubren todos los aspectos del conflicto. Dos de los grandes historiadores militares contemporáneos, Antony Beevor con La Segunda Guerra Mundial (Pasado y Presente) y Max Hastings con Se desataron todos los demonios (Crítica), se encuentran entre los investigadores que se han atrevido a redactar historias globales, a los que ahora se suma Olivier Wieviorka con Historia total de la Segunda Guerra Mundial (Crítica). La lista de libros recomendables es, sencillamente, interminable.

Sin embargo, quedan demasiadas preguntas sin respuestas, muchos aspectos por estudiar, profundos tabúes no del todo explorados. Muchos países que fueron víctimas del nazismo o del estalinismo o de los dos, como Polonia, Francia, Ucrania o los Bálticos, tuvieron a la vez una enorme responsabilidad en la Shoah. El antisemitismo no fue un invento de Hitler y muchos ciudadanos de los países ocupados se sumaron con entusiasmo al exterminio. Wieviorka dedica un capítulo a este asunto titulado ‘¿Una guerra racial?’.

En una de las últimas entrevistas que concedió, en el verano de 2017 en su casa de Budapest, la filósofa húngara Agnes Heller, superviviente del Holocausto, luego perseguida por el régimen comunista húngaro, respondía así a la pregunta de si cree que algún día podrá entender cómo fue posible la Shoah: “Se me escapa completamente. Quería entender ante todo dos cosas: ¿cómo es posible que las personas se sintiesen moralmente capaces de hacer eso? y ¿cómo las instituciones sociales y políticas se pueden deteriorar de tal forma que dejen que ocurra algo así? Nunca he logrado una respuesta”. Preguntada sobre la colaboración húngara en el exterminio —del millón de judíos exterminados en Auschwitz, 400.000 era húngaros—, respondía: “Adolf Eichmann vino aquí con 300 personas. Los nazis no pudieron matar a cientos de miles de ciudadanos sin la ayuda de los húngaros. Hubo una complicidad enorme”. Y eso es aplicable a demasiados países.

¿Cómo fue posible ese odio? ¿Cómo fue posible que se normalizase la idea de que unos ciudadanos eran inferiores a otros? ¿Cómo fue tolerado e implantado el racismo institucional? ¿Cómo una parte muy significativa de la sociedad —y es algo que Raul Hilberg ha demostrado en el clásico de los clásicos sobre la Shoah, La destrucción de los judíos europeos (Akal)— pudo participar en el exterminio, desde aquellos que elaboraban los horarios de trenes dando prioridad a los convoyes que viajaban hacia el Este llenos y volvían siempre vacíos hasta los funcionarios que identificaban por su origen a cada ciudadano?

En estos tiempos en los que la ultraderecha vuelve a campar a sus anchas por Europa y se trata de blanquear a regímenes fascistas como el franquismo o directamente al nazismo, la pregunta es más relevante que nunca. También lo es otra cuestión tremendamente incómoda: ¿qué hizo el mundo, aparte de cerrar las fronteras a los judíos que trataban de huir? Cuando se celebraron los Juegos Olímpicos en Berlín en 1936, con una nutrida presencia internacional, era imposible ignorar lo que pretendía el nazismo, porque ya había aprobado las leyes racistas de Núremberg. La persecución de los judíos era ya entonces una política de Estado.

Un artículo de Amanda Taub la semana pasada en The New York Times titulado ‘El terrorífico precedente del abismo legal de Trump’ recordaba un libro que está siendo muy citado últimamente en EE UU: El Estado dual. Contribución a la teoría de la dictadura (Trota), de Ernst Fraenkel. Su autor fue un judío alemán que logró ejercer el derecho hasta 1938, cuando huyó de su país porque tenía la certeza de que iba a ser detenido. Su libro, un clásico del derecho, plantea que en las dictaduras muchas personas viven como si nada pasase a su alrededor, mientras que otras se precipitan en un mundo de terror y muerte. “La observación crucial de Fraenkel”, escribe Taub, “fue que, en un Estado dual, el autoritarismo llega mucho antes para unas personas que para otras. Los que tuvieran la mala suerte de caer en el abismo legal se encontrarían sometidos a una violencia estatal incontrolada, mientras que la vida continuaría en gran medida con normalidad para los demás”.

Y prosigue en su análisis: “Episodios pasados de la historia estadounidense sugieren que Estados Unidos —a pesar de sus tradiciones democráticas— es vulnerable a la creación de zonas de autoritarismo. Pero la historia también demuestra que la zona de legalidad puede contraatacar. Cuando se fundó el país, el orden jurídico liberal se aplicaba a los colonos europeos, mientras que los nativos americanos y los esclavizados estaban sometidos a un sistema más autoritario y violento. Durante la época de Jim Crow, los estados del Sur funcionaban como regímenes autoritarios de partido único, que permitían o incluso fomentaban la violencia extralegal, como los linchamientos, mientras participaban en la democracia a nivel federal”.

En el fondo es una reinterpretación del famoso poema del pastor luterano Martin Niemöller —falsamente atribuido a Bertolt Brecht—: “Primero vinieron por los socialistas, y guardé silencio porque no era socialista / Luego vinieron por los sindicalistas, y no hablé porque no era sindicalista / Luego vinieron por los judíos, y no dije nada porque no era judío / Luego vinieron por mí, y para entonces ya no quedaba nadie que hablara en mi nombre”. En la película Vencedores o vencidos (Filmin), el clásico de Stanley Kramer sobre el juicio de Nuremberg, existe una reflexión similar. Burt Lancaster interpreta a Ernst Janing, un jurista ficticio de enorme prestigio que, sin embargo, se dejó seducir por el nazismo—algunos piensan que estaba inspirado por el filósofo Martin Heidegger—. Se muestra totalmente arrepentido y cuando es condenado le dice al juez, Spencer Tracy: “Aquella pobre gente, aquellos millones de personas. Jamás supuse que llegaríamos a eso”. A lo que el juez replica: “Señor Janing. Se llegó a eso la primera vez que usted condenó a un hombre sabiendo que era inocente”.

¿Puede Estados Unidos, como algunos países europeos, estar en el principio de un proceso que desemboque en algo peor? ¿Vivimos en Estados duales? El Gobierno de Trump está saltándose cada día el habeas corpus, el derecho básico de todo detenido de comparecer hasta un juez, y personas están siendo arrestadas en la calle para luego desaparecer, pero, como en el poema, por ahora ninguno tiene pasaporte estadounidense. ¿Vivimos en Europa en Estados duales por la forma en que tratamos a los migrantes que carecen de papeles? La película, recién estrenada, La historia de Souleymane, que relata 48 horas en la vida de un migrante irregular en París, muestra muy bien lo que es vivir sin derechos en el corazón de los derechos y garantías que es la UE.

Tal vez la primera lección de la Segunda Guerra Mundial es que ninguna forma de racismo es aceptable y que, cuando nos damos cuenta de que hemos perdido la libertad, ya es demasiado tarde. Cuando los servicios secretos de Alemania sostuvieron la semana pasada que el partido ultra AFD era incompatible con la democracia trazaron una línea roja sobre la que muchos otros países europeos deberían reflexionar este 8 de mayo: “Para nuestra valoración es decisiva la idea del pueblo de la AfD, basada en los orígenes étnicos, que devalúa grupos de población enteros en Alemania y viola su dignidad humana”, sostenía un comunicado de los servicios secretos recogido en la crónica de Marc Bassets. “Su objetivo”, precisa, “es excluir a determinados grupos de población de una participación social igual a los demás, someterlos a un trato no igualitario que no es conforme con la Constitución y asignarles un estatus legal devaluado”. Los ultras de la Afd no están, ni mucho menos, solos en eso. Pero todavía no han venido por nosotros.