Mostrando las entradas para la consulta Lincoln ordenadas por fecha. Ordenar por relevancia Mostrar todas las entradas
Mostrando las entradas para la consulta Lincoln ordenadas por fecha. Ordenar por relevancia Mostrar todas las entradas

lunes, 30 de octubre de 2023

Perú. El legado de Lincoln

“Mi capitán no contesta, están sus labios pálidos e inertes; 
                         

 Mi padre no es consciente de mi brazo, no tiene pulso ya ni voluntad…”


Walt Whitman en su hermoso homenaje a Abraham Lincoln nos anuncia que el legado del valeroso leñador, se ha extinguido, o está punto de perecer. Recogiendo las expresiones de los actuales voceros del gobierno de los Estados Unidos, pareciera que esta dolorosa premonición, se cumple. En todo caso, hoy está más lejos que nunca

Podría suponerse que en la Fuerza Armada de los Estados Unidos se ha impuesto el feminismo, o que ha ganado puntos la lucha por la igualdad de género, tan cara en nuestro tiempo. Pero no es propiamente así. Una golondrina, no hace el verano. Y el hecho que la señora Laura Richardson sea la 32 Jefe del Comando Sur, no constituye sino la excepción a una regla debido a la cual los altos mandos en el ejército imperial, son ocupados sólo por hombres.

Pero la señora Richardson no es tampoco flor de cualquier jardín. Tiene, lo que bien podría denominarse una brillante foja de servicios en el Ejército norteamericano, donde detenta una especialidad: la Aviación Militar.

Como el símbolo del Comando Sur es el Cóndor, y ella es la golondrina quizá podría afirmarse irónicamente que la señora asoma como un ave de alto vuelo. Y es que su función, no tiene límite.

Cuando en ese país se habla del sur, no se alude a los Estados ubicados al sur de su espacio geográfico, como podrían ser Texas o Florida, sino a los países ubicados entre el río Bravo y la Patagonia, es decir a todo el continente.

La señora Richardson, la Generala, veterana de diversas guerras, y que sirviera en su momnnto en Corea del Sur, Irak -“Operación Libertad” 2003- y Afganistán; mira hoy con singular preocupación el extenso territorio que James Monroe considerara que les pertenece, ya en 1823.

Haciendo honor a tan ilustrados antecedente –el de Monroe, por cierto- la hoy Generala aseguró en su momento que esta región es muy rica en petróleo, oro, plata, cobre, litio y otros minerales, así como en agua, floresta y bio diversidad, Y sostuvo en esa línea, que esos recursos no podrían beneficiar a “potencias extra continentales”, si no sólo a ellos.

“Nos pertenecen”, aseguró, haciendo honor a parte de sus funciones que le permiten también cautelar los intereses de los Estados Unidos “ante el avance de China y Rusia”, que les escarapela el cuerpo.

Si una declaración así hubiese sido hecha por un funcionario de la Casa Blanca, podría considerarse expresión de la voracidad proverbial del Imperio; pero dicha por un alto jefe militar de las Fuerza Armada de los Estados Unidos –hombre o mujer- luce como una grosera agresión que atenta contra las riquezas básicas de países independientes y soberanos.

Esta declaración, ue hace poco acompañada por otra: la señora Richardson se tomó la libertad de atacar a Telesur, la agencia de noticias latinoamericana que le quita el sueño, y a RT y a otras agencias internacionales de noticias no vinculadas a los intereses de Washington.

Para ella, sus trasmisiones amenazan la seguridad de los Estados Unidos, que al decir de Foster Dulles, no tiene amigos, sino intereses, y soliviantan a los pueblos. En otras palabras, ponen en riesgo a las grandes corporaciones y la inversión norteamericana; en suma, desestabilizan al capitalismo en el plano mundial.

En ese marco confuso y convulso, Dina Boluarte ha operado un giro notorio en la política exterior peruana, Se ha sometido servilmente a los designios de USA. Y eso, que asomó desde las iniciativas de Lisa Lane –exagente de la CIA y embajadora norteamericana en el Perú- se vio sobre dimensionado a partir de la presencia de la señora Richardson aquí.

En los últimos meses, los ministros del Interior y de Defensa han viajado a los Estados Unidos para “intercambiar ideas” referido a la “lucha contra el narcotráféste registra muy altos imndices en USA donde ico y el terrorismo”. Obviamente, ese “intercambio” fue desigual. Ellos se fueron sin ideas, y volvieron con las de la Casa Blanca.

¿Qué puede aportar en materia de Narcotráfico el país que consume más droga en el mundo? ¿Y qué en lucha contra el Terrorismo, el país más terrorista del planeta?

Antes que la DEA operara en el Perú, el tráfico de drogas registraba niveles muy bajos. Hoy, es uno de los más altos de la región. Y en cuanto al terrorismo, se registran altos índices en USA donde cotidianamente personas desquiciadas matan a niños en escuelas y barrios .

Si a esta ya enfermiza relación entre Biden y el régimen de Boluarte y Otárola, le sumamos, la presencia de tropas norteamericanas que operan aquí en secreto, y que serán acompañadas por navíos de guerra y nuevo armamento; tendremos la imagen de un vínculo belicista que responde a una política completamente ajena a los intereses del país.

El negocio de la guerra, no está inscrito en el ADN del Perú. Por lo demás, el legado de Lincoln, entre nosotros, no ha muerto.

En América Latina entera, bien puede esperarse con Pablo Neruda “que despierte el leñador…”.

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.

Gustavo Espinoza M.

domingo, 24 de septiembre de 2023

_- HISTORIA. Ferrocarril subterráneo rumbo al Sur: la desconocida historia de los esclavos que huían a México.

_- La historiadora Alice Baumgartner vincula el estallido de la Guerra de Secesión estadounidense con la abolición de la esclavitud en el vecino del sur. “La alianza de Lincoln y Juárez contribuyó a estrangular a la Confederación”, dice en una entrevista.

Engraving by an unknown artist showing slaves picking sugar cane in Louisiana
Grabado de un artista desconocido que muestra a esclavos recogiendo caña de azúcar en Luisiana, 1833.PRINT COLLECTOR (GETTY IMAGES)
El patrón del Metacomet descubrió la deserción de los hermanos Frisby, George y James, cuando en el verano de 1857 el barco de vapor estaba listo para regresar de Veracruz a Nueva Orleans a por más algodón. El tipo dio aviso a la policía, pero se guardó un dato: los Frisby eran negros, propiedad de un plantador de Luisiana, y, según la Constitución recién aprobada, cualquier esclavo se convertía en un hombre libre con solo poner un pie en México, cuyo Congreso había abolido la servidumbre humana en 1837. A George lo apresaron rápido. James supo esconderse mejor, pero sobre todo acertó al contar su historia a las autoridades cuando al fin dieron con él. Por eso, no lo enviaron de vuelta al Metacomet, pese a la queja formal del embajador estadounidense.

Barry Jenkins: “La historia de EE UU se ha contado desde un único punto de vista demasiado tiempo” 

La de los Frisby es una de las muchas historias humanas que la joven historiadora estadounidense (nació en 1987) Alice L. Baumgartner, profesora de la Universidad del Sur de California, relata con pulso narrativo y empatía en South to Freedom (Sur hacia la libertad, cuyo subtítulo dice: “Esclavos fugitivos a México y el camino que llevó a la Guerra Civil”). El ensayo revela que también hubo un ferrocarril subterráneo (underground railroad) en el sur de Estados Unidos, una red de casas y personas que ayudaban a los fugitivos en su huida hacia México en busca de la libertad desde los estados esclavistas de Texas o Luisiana y, en menor medida, Carolina del Norte. Además, el libro analiza de una forma novedosa cómo la decisión de erradicar la esclavitud precipitó las discusiones en el vecino del norte que acabaron desembocando en la Guerra de Secesión.

La ruta del sur no gozó de tanta fama como la del norte y fue menos transitada: Baumgartner calcula que si la frontera con México la cruzaron de tres a cinco mil fugitivos esclavizados, entre 30.000 y 100.000 atravesaron la línea Mason-Dixon, división geográfica y mental que separa a la altura de Pensilvania las dos Américas que se enfrentarían entre 1861 y 1865.
 
La historiadora estadounidense Alice L. Baumgartner.
La historiadora estadounidense Alice L. Baumgartner.

La historiadora estadounidense Alice L. Baumgartner. “Era más fácil arriba. Quienes partían de los estados esclavistas más al norte, Maryland, Virginia o Delaware, contaron con mejor ayuda, pero también les aguardaba un peor porvenir”, explicó recientemente la historiadora en la elegante biblioteca del Instituto Cultural Mexicano en Washington, donde el día anterior habló sobre su libro como parte de los actos de conmemoración del bicentenario de las relaciones diplomáticas entre México y Estados Unidos. “En el colegio, todos conocíamos a [la líder antiesclavista] Harriet Tubman y el mito de una ruta de casas con velas encendidas en las que las personas esclavizadas podían refugiarse. Ese mito dice que era una red formada fundamentalmente por blancos, cuando también hubo negros libres que fueron esenciales. Esas ideas han sido revisadas en los últimos tiempos”.

Fueran en la dirección que fueran, les esperaban el racismo y el riesgo de ser secuestrados. En México, adonde llegaban con permisos falsificados de sus dueños, se hacían pasar por blancos con pelucas falsas o montaban caballos robados, tenían dos opciones: sumarse a las colonias militares que defendían la frontera del Nordeste de las incursiones de los indios o integrarse en lo más bajo de la fuerza laboral. “Hay pruebas en los archivos de que algunos fueron capaces de reclamar tierra y la ciudadanía. Eso no pasaba en el norte, donde disfrutaban de lo que [el escritor y político] Frederick Douglass definió como ‘una dudosa libertad’. En la lucha entre el derecho a la propiedad y el derecho a la libertad tendió a imponerse el primero incluso en las zonas antiesclavistas de Estados Unidos. Existía el debate sobre si los descendientes de africanos podían ser considerados ciudadanos en absoluto”, explica.

Baumgartner empezó a escribir su ensayo en 2012, sin saber que contaría con la ayuda del autor  Colson Whitehead, que en 2017 sacó el ferrocarril subterráneo de los manuales de historia para instalarlo en la cultura popular con una novela homónima (publicada en español por Literatura Random House), que le valió su primer Pulitzer y que luego  adaptaría en una serie Barry Jenkins (Prime Video). La historiadora se había decidido por el tema a partir del caso de Haití; tras hacer la revolución contra los franceses, el país tumbó la esclavitud en 1804, y promulgó en 1819 una ley que daba la libertad a quien pusiera un pie en su territorio.  Eso provocó turbulencias en los países vecinos. Así que Baumgartner indagó en las consecuencias que tuvo en Estados Unidos la decisión de México de abolir la servidumbre, sobre todo tras la conquista de Texas en la guerra de 1848. “En 1837, el Congreso prohibió la esclavitud en todo el país. Esta política de abolición elevó la moral entre los mexicanos, galvanizó el apoyo internacional para el país”, escribe en el libro. “Sin esa decisión, que puso nerviosos a los propietarios de esclavos“, aclaró en la entrevista, “tal vez nunca se habría dado la Revolución de Texas, y quién sabe si ese territorio seguiría siendo hoy mexicano. Estoy de acuerdo con [el historiador] Enrique Krauze, cuando dice que a los pecados originales de mi país, la esclavitud y el genocidio del pueblo indígena, hay que sumar un tercero: la usurpación de esos territorios mexicanos”.

La unión de esos puntos es tal vez la gran aportación del libro, que toma un camino poco transitado: contar la historia de ambos países como un relato interconectado. “A muchos les sorprendió cuando lo publiqué; les costaba admitir que México hubiera tenido un papel en los debates estadounidenses de la época sobre la esclavitud”.

‘Bad hombres’
Fue, explica, otra expresión de la condescendencia con la que sus compatriotas acostumbran a mirar al sur. “Hubo muchos momentos al revisar las fuentes del siglo XIX en los que no podía evitar pensar en lo que cada día veía en las noticias. Por ejemplo, cuando [Donald] Trump empezó con la retórica de que los mexicanos eran bad hombres y violadores, o cuando decía que haría que pagaran por el muro. Me recordó a aquel político estadounidense [Jacob W. Miller, congresista de Nueva Jersey], que dijo que México pagaría por la guerra contra Estados Unidos con su propio territorio. Me interesé por la historia del siglo XIX porque me parecía un lugar muy distinto de la vida moderna. Pero a veces resultan inquietantemente similares”.

Baumgartner explica que el virreinato de Nueva España fue siempre un lugar mucho más diverso que Estados Unidos, y en cierto sentido, también más avanzado. “Las diferencias demográficas explican las distintas aproximaciones al tema racial en ambos lugares. En 1810, había 10.000 esclavos en Nueva España, frente al millón aproximadamente de Estados Unidos”, recuerda. En el libro, lamenta que esa disparidad llevara a los historiadores de su país a concluir erróneamente que México abolió en 1837 la servidumbre humana porque le era más fácil, dado que su población esclava estaba en declive. “Creo que se tomó esa decisión por motivos humanitarios y políticos, pero sobre todo se hizo con Texas en la cabeza, como una manera de parar los pies a los colonos”.

El libro, que llega hasta 1867, también se detiene en las peripecias de algunos protagonistas del siglo XIX norteamericano. Como Vicente Guerrero, líder rebelde en la guerra de la independencia con España y descendiente de esclavos africanos que, durante su breve presidencia, abolió la esclavitud por decreto en 1829. O Abraham Lincoln, que, siendo congresista, se opuso a la guerra de Texas, y Benito Juárez, cuyas efigies destacan en el mural del Instituto Cultural de Washington, encargado a Roberto Cueva del Río por recomendación de Diego Rivera.
Fragmento del mural del Instituto Cultural mexicano en Washington, obra de Roberto Cueva del Río. En la parte de la izquierda, de arriba abajo: Benito Juárez, Abraham Lincoln y José Martí. En la de la derecha, desde arriba: George Washington, Miguel Hidalgo y Simón Bolivar.
Fragmento del mural del Instituto Cultural mexicano en Washington, obra de Roberto Cueva del Río. En la parte de la izquierda, de arriba abajo: Benito Juárez, Abraham Lincoln y José Martí. En la de la derecha, desde arriba: George Washington, Miguel Hidalgo y Simón Bolivar.
Fragmento del mural del Instituto Cultural mexicano en Washington, obra de Roberto Cueva del Río. En la parte de la izquierda, de arriba abajo: Benito Juárez, Abraham Lincoln y José Martí. En la de la derecha, desde arriba: George Washington, Miguel Hidalgo y Simón Bolivar. Fragmento del mural del Instituto Cultural mexicano en Washington, obra de Roberto Cueva del Río. En la parte de la izquierda, de arriba abajo: Benito Juárez, Abraham Lincoln y José Martí. En la de la derecha, desde arriba: George Washington, Miguel Hidalgo y Simón Bolivar. 

“La alianza de Lincoln y Juárez contribuyó a estrangular a la Confederación”, considera Baumgartner. “Y ahí fue esencial la figura fascinante del diplomático Matías Romero, representante mexicano en Estados Unidos. Fue el primer enviado extranjero en felicitar a Lincoln tras lograr la presidencia. Así empezó una interesante relación entre ambos, recogida en sus cartas. Romero, desde el principio, vio algo que solo más adelante Lincoln llegaría a ver: que México y Estados Unidos tenían el compromiso compartido con la igualdad y la libertad, y que eso podría ser la base de la cooperación entre los gobiernos de Juárez y Lincoln”.

Aquel fue, considera la autora, uno de los momentos estelares de la relación entre dos países separados (y unidos) por 3,200 kilómetros de frontera y condenados a entenderse.  Una relación que aún define una socorrida frase atribuida inexactamente al presidente Porfirio Díaz: “Pobre México, tan lejos de Dios y tan cerca de Estados Unidos”.

jueves, 26 de agosto de 2021

La victoria histórica de Obama

Por Howard Zinn | 09/11/2008
Fuentes: La Jornada

Aquellos de nosotros que desde la izquierda hemos criticado a Obama, como yo lo he hecho, porque no ha podido asumir posturas fuertes en torno a la guerra y la economía, debemos unirnos a las expresiones de júbilo de aquellos estadunidenses, negros y blancos, que gritaron y lloraron el martes por la noche al darnos cuenta de que había ganado las elecciones presidenciales. Es en verdad un momento histórico, que un hombre negro vaya a conducir a nuestro país. El entusiasmo de los jóvenes, negros y blancos, la esperanza de los viejos, simplemente no pueden ser ignorados.

Hubo un momento similar hace un siglo y medio, en 1860, cuando Abraham Lincoln fue electo presidente. Lincoln había sido criticado duramente por los abolicionistas, por el movimiento contra la esclavitud, por no haber logrado asumir una posición clara y valiente contra el esclavismo, por actuar como astuto político y no como fuerza moral. Pero cuando lo eligieron, el líder abolicionista, Wendell Phillips, que había sido un furioso crítico de la cautela de Lincoln, reconoció la posibilidad que yacía en haber logrado la presidencia.

Phillips escribió que por vez primera en la historia de la nación «los esclavos han escogido a un presidente de Estados Unidos». Lincoln, dijo, no era un abolicionista, pero de algún modo «consiente representar la posición antiesclavista». Para Phillips, como peón en un tablero de ajedrez, Lincoln tenía el potencial, si el pueblo de Estados Unidos actuaba vigorosamente, para moverse por todo el tablero, convertirse en reina y, como Phillips lo dijo, «barrer con todo».

Obama, al igual que Lincoln, tiende a mirar primero sus fortunas políticas en vez de hacer decisiones basadas en principios morales. Pero, siendo el primer afroamericano en la Casa Blanca, elegido por una ciudadanía entusiasta que espera una jugada decisiva hacia la paz y la justicia social, él presenta la posibilidad de un cambio importante.

Obama se vuelve presidente en una situación que grita por un cambio de esa naturaleza. La nación se ha enfrascado en dos guerras fútiles e inmorales, en Irak y Afganistán, y el pueblo estadunidense se ha vuelto decididamente contrario a tales guerras. La economía está siendo sacudida por golpazos tremendos y corre el peligro de colapsarse, conforme las familias pierden sus hogares y la gente trabajadora, incluidos aquéllos de la clase media, pierden sus empleos. Así que la población está lista para un cambio. De hecho, está desesperada por un cambio, y «cambio» fue la palabra más utilizada por Obama en su campaña.

¿Qué tipo de cambio se necesita? Primero, anunciar la retirada de nuestras tropas de Irak y Afganistán, renunciar a la doctrina Bush de la guerra preventiva y a la doctrina Carter de la acción militar para controlar el petróleo de Medio Oriente. Obama necesita cambiar radicalmente la dirección de la política exterior estadunidense, declarar que Estados Unidos es una nación amante de la paz que no intervendrá militarmente en otras partes del mundo, y que comenzará a desmantelar las bases militares que mantenemos en más de cien países. Además, debe comenzar a reunirse con Medvediev, el líder ruso, para alcanzar acuerdos acerca del desmantelamiento de los arsenales nucleares, en cumplimiento del Tratado de No Proliferación de Armas Nucleares.

Esta retirada del militarismo liberará cientos de miles de millones de dólares. Un programa fiscal que incremente con decisión los impuestos para el uno por ciento más rico de la nación y que incida en su riqueza y no solamente en sus ingresos, arrojará más de cientos de miles de millones de dólares.

Con todo ese ahorro de dinero, el gobierno podrá otorgar una atención gratuita a la salud para todos, poner a millones de personas a trabajar (lo que el llamado libre comercio no ha conseguido). En suma, emular los programas del New Deal, en los que el gobierno otorgó empleo a millones. Esto es sólo un bosquejo de lo que podría transformar a Estados Unidos y hacerlo un buen vecino para el mundo.

Traducción: Ramón Vera Herrera.

* Howard Zinn creció en Brooklyn, sirvió como bombardero en la Segunda Guerra Mundial y desde entonces está profundamente involucrado en los movimientos por los derechos civiles y contra la guerra. Es autor de muchos libros, incluido A Power Governments Cannot Suppress (Un poder que los gobiernos no pueden suprimir) publicado por City Lights Books, 2007.

miércoles, 21 de abril de 2021

Recuperar la historia de la II República española

La celebración del 90 aniversario de la llegada de la Segunda República no es una llamada a la melancolía del pasado que no volverá. Su recuerdo sigue presente, por ejemplo, en la campaña de las elecciones de la Comunidad de Madrid como referente a evitar. Al mismo tiempo, la nueva andanada de la autollamada nueva historia política intenta de forma burda situar la historia republicana entre paréntesis para enlazar directamente la segunda Restauración borbónica con la ‘añorada’ Constitución de 1876. Otras señas de identidad de este revisionismo, que comparten una parte influyente de la historiografía española, es la crítica cuando no el desprecio por el tema de la memoria histórica, asunto que junto con el de la Transición condicionan sin duda nuestra visión de la Segunda República. Estamos convencidos de que la marginación de la memoria histórica y la exaltación acrítica de la Transición, aunque se disfracen del ropaje científico, colaboran conscientemente o no en la descalificación de la única experiencia democrática –medida con los parámetros de la época– que hubo en la historia de España hasta 1977. La reprobación de sus logros -la enseñanza pública, el laicismo o una mejor distribución de la renta- forman la levadura del programa político de la derecha que ahora se llama “Libertad”. Hay una perspectiva internacional que conviene resaltar como acaba de recordar Eduardo González Calleja: entre 1934 y 1941 -y en ello hay un punto de honor que a menudo se olvida- ningún régimen político europeo ni democrático ni autoritario resistió de manera tan decidida y prolongada la agresión de las potencias fascistas y sus aliados domésticos como la segunda república española.

No se trata de colaborar hoy a ninguna idealización. Este artículo de Josep Fontana nos recuerda que uno de los aspectos más negativos de la Transición española fue la renuncia a investigar la historia del franquismo, a fin de ocultar sus responsabilidades.

Conferencia pronunciada en la Universitat Autònoma de Barcelona, octubre 2002

1. Se ha dicho en muchas ocasiones que uno de los aspectos más negativos de la Transición española fue la renuncia a investigar la historia del franquismo, a fin de ocultar sus responsabilidades. Basta con observar que hemos tenido que esperar 25 años para que los aspectos esenciales de la represión franquista fueran estudiados de manera adecuada (una tarea que todavía no ha terminado). Me complace ver que el señor Alfonso Guerra recupera ahora la memoria del exilio y reclama «el reconocimiento a los españoles que sufrieron el destierro por profesar ideas de libertad y modernidad«.

2. Podríamos reprocharle que quizá debió de haber sido mucho antes, cuando ejercía el poder, que tuvo que haber sido consciente de este deber. Y le objetaría también que la libertad y la modernidad no fueron las únicas cosas por las que luchamos los españoles, sino que había otras, como la igualdad y la justicia, no menos importantes. Esto me lleva a otra omisión muy grave de nuestra historiografía, como es la del estudio de la II República española. Y ahí me temo que la culpa no es sólo de la Transición, sino de la renuncia, por parte de los presuntos herederos de la izquierda española derrotada en 1939, al legado de sus antecesores.

3. Me di cuenta de ello hace unos años, cuando en un curso de verano en Santander, uno de los patriarcas del PSOE nos explicó sus antecedentes ideológicos para acabar afirmando que ellos eran los legítimos herederos de Joaquín Costa, sin llegar a mencionar ni una sola vez a Pablo Iglesias, que, por lo visto, le resultaba un referente incómodo. Lo cual me lleva a pensar que no ha sido tanto la derecha como la propia izquierda la que ha propiciado este olvido de lo que fue la República, reducida a una especie de antecedente de la guerra civil, que sirve para explicar el conflicto de 1936 como el resultado de los excesos de unos y otros, que hoy, felizmente, hemos superado, y que por eso mismo conviene que olvidemos. Como antídoto os invito a leer uno de los textos más nobles que se hayan escrito sobre la República.

4. Un texto, por otra parte, muy breve, de unas diez páginas: el artículo que Manuel Azaña publicó en 1939, ya en el exilio, con el título «Causas de la guerra de España». Azaña dice en él que sería un error ver «el movimiento de julio del 36 como una resolución desesperada que una parte del país adoptó ante un riesgo inminente«. Recuerda que las conspiraciones contra la República empezaron prácticamente desde su instauración, la cual se produjo sin violencia, en medio de una alegría general. La obra de gobierno de la República comenzó de acuerdo con los principios clásicos de la democracia liberal, excepto en las cuestiones económicas, en las que fue necesario intervenir para hacer frente a las consecuencias de la crisis mundial, en especial en la agricultura. «Con socialistas ni sin socialistas —escribe— ningún régimen que atienda al deber de procurar a sus súbditos unas condiciones de vida medianamente humanas podía dejar las cosas en la situación que las halló la República.»

Colegio electoral durante el referéndum autonómico del 5 de noviembre de 1933 en Éibar (foto: Indalecio Ojanguren)

5. El nuevo régimen llegaba con la herencia del desastre de la dictadura de Primo de Rivera, en plena crisis mundial y en un momento en que el mundo, atemorizado por el peligro soviético, giraba a la derecha, de manera que los diplomáticos de las grandes potencias transmitieron a sus gobiernos la idea de que el de España era un gobierno medio bolchevique, y contribuyeron a aislarlo desde su mismo nacimiento. Lo cierto es que la mayor parte de estos diplomáticos no entendían absolutamente nada de lo que sucedía: el embajador norteamericano en Madrid, por ejemplo, a quien el triunfo de la República tomó por sorpresa, estaba convencido de que Alfonso XIII era adorado por el pueblo español, y el 13 de abril envió un telegrama al Departamento de Estado diciendo que la derrota en las elecciones «no hay que tomarla de manera que implique necesariamente un cambio de una forma de gobierno monárquica a otra republicana; sin embargo, un cambio de ministerio podría producirse pronto«.

6. El día 16, indignado por el giro de los acontecimientos, decía: «el pueblo español, con su mentalidad del siglo XVII, cautivado por falsedades comunistoides, ve de pronto una tierra prometida que no existe. Cuando les llegue la desilusión, se volverán ciegamente hacia lo que esté a su alcance, y si la débil contención de este gobierno no cierra el paso, la muy extendida influencia bolchevique puede capturarles«. Y finalizaba: «No puedo aconsejar el reconocimiento inmediato de este régimen, por más que sea necesaria alguna manera de modus vivendi para tratar con él, pues de otra forma yo no estaría debidamente acreditado.» Esta opinión sobre el gobierno era tanto más injustificada cuanto la embajada norteamericana no sabía ni quiénes eran los políticos que llegaban al poder. En una semblanza de los nuevos ministros que envió a Washington el 15 de abril, se dice de Alcalá-Zamora: «Según la prensa nació en Andalucía y tiene 55 años de edad.» De Lerroux: «no hay informaciones recientes; según un despacho de la embajada de hace un año era entonces líder del grupo radical del Partido Republicano» (!). Y de Manuel Azaña: «no hallo ninguna referencia por parte de la embajada. El agregado militar se refiere a él como un asociado a Alejandro Lerroux. Aparentemente, un ‘republicano radical‘».

7. Al margen de esta hostilidad internacional, el nuevo gobierno había de enfrentarse a unos problemas internos que era urgente resolver, en primer lugar el de la propiedad de la tierra y la situación de los campesinos; pero también otros como el de las reivindicaciones catalanas, la limitación del poder de la Iglesia y una necesaria reforma militar para devolver a sus justas dimensiones un ejército hipertrófico de generales, cuyo número había aumentado alegremente como compensación por las supuestas heroicidades en el mando de la guerra de África. Conviene no olvidar que el Franco que el 3 de febrero de 1926 era nombrado general —a los 33 años, el más joven de Europa, como se nos dice siempre— logró los ascensos como premio a la frialdad con la que llevó a sus hombres a la muerte. Sin ello, este oficial que había salido de la Academia de Infantería con el número 251 dentro de una promoción de 312, habría hecho una carrera mediocre que le habría llevado en su vejez, como máximo, a gobernador militar de alguna provincia de segunda.

8. Que la política de las izquierdas al inicio de la República no era enteramente equivocada lo demostraría que lograra evitar la extensión a España de la crisis económica mundial. Los índices económicos españoles muestran descensos moderados, o estabilidad, e incluso cierto crecimiento en algunos sectores. En comparación con los datos de los años 1925-1929, las importaciones de algodón en rama en 1935 se situaron un 20 % por encima, y la lana empleada en Terrassa y Sabadell un 34 %.

Primero de mayo de 1931 en Sant Sadurní d’Anoia (foto: Ser Histórico)

9. La renta nacional había aumentado también un 10 %. La mejora en las condiciones de trabajo, consecuencia en gran medida del hecho de que se acabó la represión contra la actividad sindical, conllevó un alza de la masa salarial y el aumento de la capacidad de consumo de la población, generando un crecimiento interior desligado de la coyuntura de los mercados mundiales. Nada aquí que se parezca al desastre de la recesión en Estados Unidos o en Alemania, con la caída brutal de la producción y los millones de parados, que, en el caso alemán, serían el cultivo que favorecería el ascenso del nazismo. Hay que añadir, además, que todo ello fue el resultado de una política reformista elemental y limitada. De hecho, una medida importante como la de la reforma agraria fue emprendida con tal timidez y con tan pocos recursos (como dijo Camilo Berneri, «se aplicó con dosis homeopáticas«), que puede afirmarse que apenas había empezado en 1936.

10. Pero lo que combatían los terratenientes y los caciques, lo que les llevó realmente a la guerra, era mucho menos la amenaza, relativamente remota, de la reforma agraria, como la mucho más inmediata que surgía de la libertad dada a los campesinos para sindicarse y negociar sus condiciones de trabajo. Se estaba produciendo un cambio, no espectacular pero sí trascendente, que implicaba la ruptura en la relación tradicional de fuerzas que permitía a los propietarios rurales, con la colaboración de los funcionarios del Estado, los jueces y la guardia civil, mantener el control de la vida local, desvirtuando o neutralizando las leyes reformistas publicadas en tiempos de la monarquía.

11. Hace unos años, Angelina Puig realizó una tesis que utilizaba procedimientos de historia oral para investigar la historia de los emigrantes de un pueblo de Granada establecidos en Sabadell después de la guerra civil. Quiso también que hablaran de su situación antes de emigrar, y los más viejos, los que vivieron en tiempos de la República, nos descubrieron un panorama que, por lo menos para mí, que alimentado por los tópicos habituales esperaba que hablaran de las gracias y desgracias de la reforma agraria, me abrieron los ojos. Ni una sola palabra de la reforma agraria. Lo que aparecía era un cuadro de la vida local de aquellos años que mostraba a los propietarios acogiendo inicialmente al nuevo régimen con tranquilidad, ya que estaban acostumbrados a ver cómo cambiaban los gobiernos sin que su entorno social se modificara, de manera que pensaron que entonces sería lo mismo.

12. En cambio, se alarmaron al ver que los campesinos comenzaban a organizarse para negociar sus salarios y reivindicar sus derechos sin que la guardia civil los reprimiera de entrada, como había sucedido siempre. Por eso, cuando la derecha subió al poder en 1933, los terratenientes y los caciques reafirmaron de nuevo su autoridad: bajaron los salarios y los campesinos que se habían afiliado a un sindicato o se habían distinguido como partidarios de la izquierda sufrieron toda clase de persecuciones, fueron expulsados de los lugares donde trabajaban y se les negó la contratación como jornaleros. Esto ocurrió en Andalucía, como en Albacete, Cuenca (donde los trabajadores de Barajas de Melo dicen: «cuando pedimos trabajo, el alcalde nos dice que ‘comamos zarzas y república‘»), Ciudad Real (donde los de Solana del Pino aseguran que «para perseguirnos, prefieren dejar la tierra sin cultivar antes que dárnosla a nosotros«), Toledo, donde según explica Arturo Barea, a finales de 1933 los propietarios empezaron a echar a todos los que se habían afiliado a un sindicato «y a no dar trabajo más que a los que se sometían a lo de antes«.

Manifestación republicana en Pedro Martínez, mayo de 1932 (foto: memoriadimmingracio.com)

13. También fue el triunfo de la derecha la ocasión que los conservadores catalanes aprovecharon para denunciar la Ley de Contratos de Cultivo que había aprobado el Parlament de Catalunya. En cierta ocasión, en la época del franquismo, un antiguo dirigente de Unió Democràtica me confesó: «aunque, en realidad, tampoco era para tanto«. Podían haberse dado cuenta de ello antes. La naturaleza del conflicto entre grandes propietarios y trabajadores os permitirán entender reacciones como la que en julio de 1936 tuvo un terrateniente de la provincia de Salamanca, el conde de Alba de Yeltes, Gonzalo de Aguilera, que explicó personalmente a un periodista que el mismo día 18 de julio «hizo ponerse en fila india a los jornaleros de sus tierras, escogió a seis y los fusiló delante de los demás. Pour encourager les autres, ¿comprende?«.

14. O todavía hoy, en un libro publicado en 1998 —y destaco la fecha para que no se piense que se trata de un panfleto de la guerra civil—, cuando se enumeran los agravios que llevaron a Pedro Sainz Rodríguez a colaborar con la insurrección fascista, encontramos la siguiente descripción de los intolerables horrores de la República, que copio sin añadir ni quitar nada: «Se obligaba a los terratenientes a roturar y cultivar sus tierras baldías, se protegía al trabajador de la agricultura tanto como al de la industria, se creaban escuelas laicas, se introducía el divorcio, se secularizaban los cementerios, pasaban los hospitales a depender directamente del Estado…» He aquí el bolchevismo republicano denunciado con todo detalle. Os explico esto para subrayar que no es cierto que fuera el miedo a ser desposeídos de sus propiedades lo que puso a los terratenientes en pie de guerra.

15. Es sencillamente uno de los muchos tópicos que enturbian nuestra comprensión de la historia de la República y que debemos combatir. Como, por poner otro ejemplo, los tópicos que se refieren al papel de la Iglesia española en el fracaso republicano y en la organización de la revuelta, y que pretenden reducirlo todo a poco más que al contraste entre un personaje intransigente como el cardenal Segura y otro negociador como el arzobispo Vidal i Barraquer. El pobre Segura era un títere que no pintó gran cosa en el transcurso de su vida, ni cuando escribía pastorales contra la República, ni cuando en su vejez se negaba a ceder la cabecera de la mesa a la señora Franco y conseguía que el gobierno del Caudillo intentara que se marchase del país, lo mismo que había intentado la República.

16. Lo que deberíamos conocer mucho mejor, por el contrario, es la forma en que el tejido de las organizaciones patrocinadas por la Iglesia montó la contraofensiva para detener los intentos de laicismo de la República. Cuando la Ley de Confesiones y Congregaciones religiosas prohibió la enseñanza a las órdenes religiosas, las organizaciones católicas actuaron rápidamente, y entidades como la Sociedad Anónima de Enseñanza Libre, que aparecía como una asociación laica, o las organizaciones de padres de familia católicos, se hicieron cargo de los antiguos colegios de los religiosos, con el resultado que Herrera Oria podía decir en 1940 que «gracias a esta fortaleza en la lucha de las órdenes religiosas y de seglares, sobre todo de los padres de familia organizados, pudieron las órdenes religiosas educar a tantos o más jóvenes que antes«.

La maestra Veneranda García-Blanco Manzano (1893-1992) junto a sus alumnas de la escuela pública de Vidiago (Asturias) (foto coloreada por Tina Paterson)

17. Al mismo tiempo que organizaban campañas contra el cine y las lecturas inmorales. Es decir, contra lo que en los criterios eclesiásticos de la época se consideraba inmoral. Para hacerse una idea de qué va el asunto, baste decir que en la primera lista de libros prohibidos que se publicó en Valladolid en 1936, figuran entre los totalmente prohibidos las fábulas de La Fontaine, casi todo Pérez Galdós incluida la mayor parte de los Episodios nacionales, Baroja, Unamuno, Valera, algunos libros de Azorín, Goethe por entero, los artículos de costumbres de Larra, todo Gabriel Miró, La Celestina o el Libro de buen amor… Y que entre los «tolerados», sólo aptos para lectores maduros y autorizados, están los de Gustavo Adolfo Bécquer, las Novelas ejemplares de Cervantes, el Lazarillo de Tormes, el Ideario español de Ganivet, el Gil Blas de Santillana, los cuentos de Perrault, el Buscón de Quevedo o El diablo cojuelo de Vélez de Guevara.

18. Y lo que todavía es más importante que entendamos, y que sería necesario estudiar, en vez de perder el tiempo con los exabruptos del cardenal Segura o con las buenas intenciones de Vidal i Barraquer, es la forma en que esta red eclesiástico-civil funcionó en poblaciones como Valladolid —y aludo a Valladolid porque hay un estudio reciente que proporciona algunas informaciones sobre este tema—, en cuanto a elemento de preparación y apoyo de la insurrección de 1936 y, después de su triunfo, como base del control intelectual y social de los años de posguerra.

19. El asunto de la enseñanza religiosa —que, como sabéis, todavía colea— me lleva a destacar que uno de los aspectos «revolucionarios» de la República que las derechas no pudieron tolerar, fue precisamente su preocupación por la educación popular. Herederos de una antigua tradición ilustrada, los republicanos creyeron que educar a la población era el camino que había de llevarles a movilizarla para un programa de transformación social. Y se dedicó a ello con un entusiasmo que nunca se había conocido en España —y que no ha vuelto a conocerse después—. Suele olvidarse que entre los primeros decretos republicanos figura uno que creaba cerca de 7.000 plazas de maestro y aumentaba el sueldo de los enseñantes.

20. Se llevó a cabo una gran tarea de formación de maestros, se construyeron más de 16.000 escuelas, al tiempo que se desarrollaron programas de difusión cultural a fin de llevar a todos los rincones del país los libros o el teatro. No en vano los franceses decían que esta República española era «la República de los profesores«. Un escritor cubano pasó revista a la gran cantidad de nombres de intelectuales que ocupaban cargos políticos o diplomáticos, y dijo: «En todas las avanzadas del régimen figuran profesores y escritores, representantes de esa pequeña, casi exigua, burguesía intelectual que siempre estuvo residenciada bajo la monarquía.»

Misiones Pedagógicas en Mombeltrán (Ávila), 1932 (foto del archivo de la Residencia de Estudiantes, coloreada por Tina Paterson)

21. Es bien conocida la dureza, sangrienta, de la represión dirigida contra los maestros, o la supresión inicial por parte de las autoridades franquistas de muchos institutos de segunda enseñanza creados por la República, por considerarlos sobrantes. El asunto iba mucho más allá: la voluntad de liquidar hasta sus raíces intelectuales el proyecto reformista republicano, explica que se hicieran públicos planteamientos como los aparecidos en un periódico de Sevilla en los primeros días de la guerra, en un artículo significativamente titulado «A las cabezas», donde se decía: «No es justo que se degüelle al rebaño y se salven los pastores. Ni un minuto más pueden seguir impunes los masones, los políticos, los periodistas, los maestros, los catedráticos, los publicistas, la escuela, la cátedra, la prensa, la revista, el libro y la tribuna, que fueron la premisa y la causa de las convulsiones y efectos que lamentamos.»

22. El rector de la Universidad de Zaragoza, por su parte, propuso la quema de libros como medida higiénica conveniente y necesaria. ¿Para qué se necesitaban libros? En 1937 Pemán defendió en un discurso delante de Franco, que aprobó entusiasmado lo que dijo, una enseñanza simplista y que adoctrinara, de imposición de los valores «de arriba a abajo, misionalmente«, todo ello ejemplificado en esta afirmación: «El catecismo o el refranero, que hablan por afirmaciones, son más creídos que los profesores de Filosofía, que hablan por argumentos.» Era cosa sabida que eso de pensar es un vicio extranjerizante y malsano. Eso era, por lo menos, lo que decía un libro publicado en 1939 por un «asesor técnico del Ministerio de Educación Nacional«: «‘Europa es el mundo ideal del 2 y 2 son 4′, me dijo un día mi maestro. A lo que yo le respondí: ‘Y España es el mundo pasional del 2 y 2 son 5.‘» Esta apología del irracionalismo iba acompañada por una referencia a Ángel Ganivet, el cual habría dicho que a un pueblo que había conquistado el mundo no se le podía hacer perder el tiempo mirando por un microscopio (que era precisamente lo que hacía Ramón y Cajal en la época en que Ganivet decía esas tonterías).

23. Lo esencial para lograr este retroceso de la racionalidad era combatir lo que Pemartín llamaba «el necio fetiche del siglo estúpido: la superioridad de la ciencia sobre la fe». El tipo de enseñanza que se propugnaba había de ser una mezcla de patrioterismo y religión. No tengo ninguna duda de que el señor Pemartín y la señora Pilar del Castillo se habrían entendido bastante bien.

24. No hay que caer en la trampa de admitir que lo que movió a la revuelta de 1936 fue el temor a una amenaza revolucionaria inmediata, porque esta amenaza no existió. Basta con leer un documento que no suele citarse, el pacto-programa del Frente Popular publicado en la prensa el 16 de enero de 1936, para comprobar que no iba más allá de la propuesta de «restablecer el imperio de la Constitución» y procurar que se desarrollaran las leyes orgánicas derivadas de ella dentro del respeto a los principios constitucionales. En el pacto-programa los republicanos se negaban explícitamente a aceptar ninguno de los puntos de transformación revolucionaria que proponían los socialistas, y realizaban una declaración tan inequívoca como esta: «La República que conciben los partidos republicanos no es una República dirigida por motivos sociales o económicos de clase, sino un régimen de libertad democrática, impulsado por razones de interés público y progreso social.«

Miembros del gobierno provisional de la Segunda República; de izquierda a derecha: Álvaro Albornoz, Niceto Alcalá-Zamora, Miguel Maura, Francisco Largo Caballero, Fernando de los Ríos y Alejandro Lerroux (foto: agencia Meurisse/BNF)

25. Y hemos de recordar también el peso insignificante de los comunistas entonces, que no tenían ninguna clase de representación en el gobierno y no estaban en aquellos momentos para revoluciones. Lo que ocurrió en 1936 fue la consecuencia del hecho de que la derecha española no estaba dispuesta a aceptar una nueva etapa reformista como la de 1931 a 1933, con el peligro añadido del desarrollo de las promesas implícitas en la Constitución, por moderadas que fuesen. Un estudio sobre Zaragoza sostiene que la burguesía local jugó por un tiempo la carta posibilista, hasta febrero de 1936, y que al ver los avances de la izquierda, optó por animar a los militares que se preparaban para rebelarse, y una vez obtenida la victoria pudieron realizar el viejo sueño de «eliminar violentamente de la escena todas aquellas fuerzas políticas y sociales […] que habían ofrecido […] un proyecto sociopolítico alternativo al de las élites españolas«. En algunos casos, el asunto estaba preparado desde antes.

26. En Andalucía, muchos de quienes no se habían decidido a tomar parte en el intento de Sanjurjo en 1932, cambiaron de idea después del movimiento revolucionario de las izquierdas en 1934, que, aunque fracasara, les asustó. Francisco Espinosa ha mostrado que las oligarquías andaluzas, aterrorizadas frente a la amenaza del peligro que creyeron haber corrido, prepararon un plan de eliminación sistemática de sus enemigos, reales o imaginarios, que se apresuraron a poner en práctica en verano de 1936, en una operación de exterminio que empezó a escala local, pero que se generalizó hacia el mes de agosto cuando, según dice Espinosa, «se decidió desde la más alta instancia golpista la eliminación masiva de toda persona marcadamente asociada a la experiencia republicana: políticos, intelectuales y dirigentes obreros«.

27. De hecho, sabemos que antes de las elecciones de febrero de 1936 los militares estaban decididos a acabar de una vez con el juego democrático, cuestión en la que coincidían con la actitud de la derecha tradicional, que manifestaba su voluntad de «votar para dejar de votar algún día«. En un documento secreto dirigido a la Unión Militar Española, Mola sostenía que era necesario dar el golpe antes de las elecciones: «Sería un error funesto plantear la batalla a la revolución en el terreno del sufragio y de la actuación legalista […]. Hay que evitar las elecciones, de las cuales sacarían algunos partidos de izquierda argumentos para intervenir en el gobierno […]. Nada de turnos ni transacciones; un corte definitivo, un ataque contrarrevolucionario a fondo es lo que se impone, […] la destrucción del régimen político actualmente imperante en España. […] En el porvenir, nunca debe volverse a fundamentar el Estado ni sobre las bases del sufragio inorgánico, ni sobre el sistema de partidos […], ni sobre el parlamentarismo infecundo.» No estaba en contra de la revolución, que, como puede verse, no figura entre sus temores, sino en contra de la democracia parlamentaria.

28. Uno de los decretos que había preparado para aplicar tras el triunfo del golpe militar, contiene toda su teoría política: «es lección histórica, concluyentemente demostrada, la de que los pueblos caen en la decadencia, en la abyección y en su ruina, cuando los sistemas de gobierno democrático-parlamentario, cuya levadura esencial son las doctrinas erróneas judeo-masónicas y anarco-marxistas, se han infiltrado en las cumbres del poder«. Pero, a pesar de la moderación de los propósitos del Frente Popular (o quizá por eso mismo, por la capacidad de convivencia entre unos partidos republicanos de centro que deseban mantener los principios democráticos y unos grupos de izquierda que aspiraban a la transformación social por una vía pacífica), aquello que representaba la República española en verano de 1936 resultó que tenía un significado y un valor universales.

Queipo de Llano y el cardenal Segura en 1937 (foto: archivo de la Universidad de Sevilla) 29. En unos momentos de renuncia de los gobiernos democráticos europeos, España se convirtió en una esperanza para todos aquellos que se daban cuenta de la amenaza que representaba el ascenso del fascismo, y el riesgo que implicaba la inconsciente tolerancia de unos políticos que preferían convivir con las dictaduras fascistas antes que con un régimen reformista tan poco revolucionario como el de España. Los testimonios de quienes vinieron entonces a jugarse la vida para defender nuestra libertad, muestran hasta qué punto estaban convencidos de que luchaban por una causa de alcance universal. Lo vemos cuando Koltsov le dice a Gustav Regler: «Si ganamos aquí, pronto podrás regresar a Alemania.» O en la carta que David Guest, un matemático que murió en 1938 a los 27 años de edad, luchando cerca de Móra d’Ebre, escribía a su madre: «esta es una de las batallas más decisivas que nunca se hayan librado para el futuro de la raza humana, y todas las consideraciones personales se desvanecen ante este hecho».

30. O en la conciencia de Cecil Day-Lewis, cuando escribe: «Es a nosotros a quienes defendían quienes defendían Madrid.» Los testimonios podrían multiplicarse casi indefinidamente. Hace unos meses, algunos supervivientes de la Brigada Abraham Lincoln norteamericana nos visitaron de nuevo, y nos recordaron que vinieron a este país para luchar por aquella República finalmente derrotada por el fascismo, porque con ella defendían los valores de una democracia avanzada por la cual pensaban que merecía la pena arriesgar la vida. Y vinieron para decirnos que siguen creyendo en aquellos valores y que están orgullosos de haber defendido la República. Quizá ahora, en unos momentos en que estos valores vuelven a ser negados, sea a nosotros a quienes corresponda reivindicar aquel intento de transformación de la sociedad y de recuperar aquellas esperanzas, quizá frustradas, pero no caducadas.

31. Y en esta tarea, a quienes nos dedicamos al estudio de la historia nos corresponde una parte bastante importante, como es acabar con el silencio, deshacer los tópicos malintencionados, analizar objetivamente los aciertos y los errores del régimen y, sobre todo, liquidar una historiografía construida a base de la rumia de antiguas afirmaciones repetidas de manual en manual, para reemplazarla con otra que saque a la luz las esperanzas de los hombres y mujeres de aquellos días, a fin de recuperar lo que aún pueda haber de válido en aquel proyecto colectivo que tenía como objetivos la libertad y la modernización, como ha dicho recientemente Alfonso Guerra, pero también otras cosas que no hay que olvidar, como la lucha por una mayor igualdad y una mayor dignidad. Me parece muy oportuno que el esfuerzo de los jóvenes historiadores esté sacando a la luz los crímenes del franquismo.

32. Ayer mismo, en La Vanguardia, y con referencia al congreso que tendrá lugar en esta misma universidad dentro de unos días, del cual os adelanto que espero unos espléndidos resultados, se decía que la lectura histórica de la guerra civil y del franquismo está iniciando una nueva etapa. Es cierto. Pero yo quisiera que no olvidarais, al estudiar los crímenes del franquismo, que el mayor de todos fue, precisamente, el haber destruido esta gran esperanza colectiva de la II República española. Es por ello que os invito a recuperar su historia.

Octubre de 2002

Fuente original: «Recuperar la història de la Segona República espanyola», Revista HMiC. Història moderna i contemporània (Universitat Autònoma de Barcelona), n.º I, 2003, pp. 147-154. (Traducción de Jordi Domènech).

Portada: proclamación de la Segunda República el 14 de abril de 1931: celebración en la Puerta del Sol (foto: Alfonso Sánchez Portela/MNCARS).
Para ver las fotos ir al documento original.
Ilustraciones: Conversación sobre la historia.

Fuente: 

viernes, 12 de febrero de 2021

Paul Robeson, la voz libre de América


Por Higinio Polo | 03/02/2021 | Cultura

La voz profunda de Paul Robeson surgió del aliento perseguido de los esclavos, de las cárceles y plantaciones donde la segregación racial había encerrado a los negros estadounidenses, y esa voz nos la trae ahora el magnífico libro de Paula Park, Paul Robeson, Artista y revolucionario, que pone su figura al alcance de todos por primera vez en castellano. Paula Park documenta la vida de Robeson, y habla también de la ferocidad del racismo en Estados Unidos, de la lacra de la persecución contra los negros, de los linchamientos, los crímenes impunes, acompañado todo ello de una extensa y útil bibliografía.

Robeson era hijo de un esclavo, uno de aquellos chicos negros que con apenas quince años había huido de las cadenas de los amos en el ferrocarril subterráneo, una red clandestina que en el siglo XIX ayudaba a los cautivos que perseguían la libertad. Durante la infancia de Robeson, su padre se enfrentó a los linchamientos, a las siniestras hordas de blancos que salían a la caza de negros para ahorcarlos y quemarlos ante la multitud satisfecha, actitud que le hizo perder su ocupación en una iglesia presbiteriana y dedicarse a trabajos ocasionales cuando tenía ya casi sesenta años. Estados Unidos era el país donde el celebrado Griffith de El nacimiento de una nación llamaba a los negros “animales viciosos”.

Paul Robeson pudo estudiar gracias a una beca, pero sufrió la hostilidad durante sus años de estudiante universitario. Jugó al fútbol padeciendo muchas veces que otros equipos se negasen a jugar con el suyo porque tenía un jugador negro: eran los Estados Unidos de la matanza de Tulsa en 1921, donde hordas de blancos armados, en colaboración con la policía, incendiaron las casas y asesinaron a centenares de negros. Esforzado, Robeson consiguió hablar chino, alemán, ruso y árabe, entre otras lenguas. Fue un abogado que apenas ejerció, que cantó después en el Cotton Club de Nueva York, fue actor con Eugene O’Neill, y con menos de treinta años realizó giras por Europa, y trabajó en Londres en musicales. Canta, rueda películas como The Proud Valley, el valle orgulloso de los mineros galeses. En los años treinta vive en Londres, y es ya una figura mundial, conoce a Kenyatta y a Nehru, colabora con los sindicatos y se acerca al Partido Comunista Británico; trabaja en el teatro independiente de izquierdas, participa en todo tipo de iniciativas solidarias con las organizaciones obreras,

Es un hombre comprometido con el socialismo, solidario con la Unión Soviética, adonde viajó en 1934 para comprobar la ausencia de racismo en la revolución bolchevique, y que le llevó a escribir: “aquí me siento como un ser humano por primera vez. Aquí no soy un Negro, sino un ser humano. Aquí, por primera vez en mi vida, ca­mino en plena dignidad humana”. Constata entonces que las mujeres se han incorporado a todas las actividades, que la cultura pertenece al pueblo, que los trabajadores llenan teatros, cines, auditorios, museos, y que la Unión Soviética representa un aliado fundamental para luchar contra el racismo y el colonialismo. Allí conoció a Eisenstein.

Robeson vino a España durante la guerra civil: el 24 de enero de 1938 llega a Barcelona, donde conoce a Nicolás Guillén; después, a Valencia, Benicassim, Albacete, al Cuartel General de las Brigadas Internacionales; y a Madrid, donde conoce a Dolores Ibárruri y canta en las trincheras de la Ciudad Universitaria. Antes, había cantado en Londres para recaudar fondos para la República y para los niños, y había celebrado la victoria republicana en Teruel. El 28 de enero de 1938, María Teresa León lo presenta en Madrid, en el teatro de la Zarzuela, donde el Teatro del Arte que dirigían ella y Rafael Alberti le había organizado un homenaje. Robeson cantó una canción de los negros norteamericanos y otra de la guerra civil española, haciendo votos por la victoria de la República. Siempre consideró su visita a la España de la guerra civil como una de las impresiones más grandes de su vida, e impulsó después la solidaridad con el pueblo español en su resistencia ante el franquismo. Durante su estancia, se rodó un documental de diez minutos, Canciones de Madrid, interpretadas por Robeson, que el ministro de Estado Álvarez del Vayo utilizaría después para contar al mundo el esfuerzo de guerra republicano. Cuando Robeson vuelve a Estados Unidos, en 1939, el poder y la prensa conservadora no le perdonan sus elogios a la Unión Soviética, su simpatía por el comunismo, le apodan el “Stalin negro”: va a iniciarse la caza de brujas mccarthysta que intentará ahogar su voz.

Paul Robeson siempre luchó contra el racismo, como en la iniciativa para salvar a los seis negros de Trenton, acusados de un asesinato que no cometieron, campaña que impulsaron el Partido Comunista y organizaciones negras de derechos civiles, apoyados por Robeson, Einstein, Pete Seeger y muchos otros. Estados Unidos era el país que, mientras hablaba de libertad al mundo, contemplaba como los negros podían ser asesinados impunemente. Robeson, de hecho, fue el precursor e inspirador del movimiento por los derechos de los negros que después encabezarían Martin Luther King y Malcom X.

Siempre cercano, solidario, fraternal, Robeson ayudó a los trabajadores de la Ford, con quienes arrancó a la empresa el primer convenio colectivo; colaboró intensamente con la campaña para conseguir la libertad de Earl Browder, el presidente del Partido Comunista estadounidense que estaba encarcelado. Era incansable, y aunque no podía cantar en salas de conciertos[UdW1] por la persecución anticomunista, durante años lo hizo ante las puertas de las fábricas, en las bocas de las minas, en los campos de algodón, en los piquetes de los obreros del acero, marchando siempre con los trabajadores.

Después, tuvo que soportar la persecución del FBI, la retirada del pasaporte, la prohibición de sus conciertos, los interrogatorios policiales del HUAC, el siniestro comité del mccarthysmo. Se quedó sin medios de vida y vio truncada su carrera artística. Los periódicos dejaron de citarlo, los auditorios y salas de conciertos se negaron a programarlo, las tiendas retiraron sus discos, la radio y la televisión dejaron de emitir sus canciones: lo enterraron en vida. Junto a Robeson, permanecieron los comunistas estadounidenses y científicos como Albert Einstein, y los veteranos de la Brigada Lincoln, que le nombraron miembro honorario de las Brigadas Internacionales, distinción que llevó siempre con orgullo.

El acoso a Robeson fue feroz. La policía hizo centenares de informes sobre sus actividades, siguiéndolo a todas partes. Los miembros del Ku Klux Klan colaboraban con la policía en la persecución de los asistentes a actos del cantante, apedreándolos, agrediéndolos con bates de béisbol. Incluso congresistas del Partido Demócrata le acusaron de ser un “agente provocador comunista”. La ley McCarran añadió más sufrimiento: los comunistas no podían viajar con libertad, ni podían optar a trabajos en la administración del país. Pero Robeson no se rindió. Defendió a los dirigentes comunistas estadounidenses encarcelados, militó en la causa de la paz, apoyó a la Unión Soviética, denunció el peligro del armamento atómico y el horror de Hiroshima y Nagasaki. Amigo de Benjamin J. Davis, dirigente comunista y editor del diario The Daily Worker, Robeson se mantuvo siempre junto al CPUSA, el Partido Comunista estadounidense.

En 1951, Robeson presentó ante la ONU (junto a William L. Patterson, también hijo de esclavos y dirigente del CPUSA) un documento (We Charge Genocide) auspiciado por el Civil Rights Congressdonde acusaban al gobierno de Estados Unidos de genocidio contra los negros. El exhaustivo informe documentaba que a causa de la marginación, la pobreza y la falta de atención médica, más de treinta mil negros morían cada año en los Estados Unidos. Nunca se lo perdonaron, pero hasta su muerte, en 1976, se mantuvo fiel al socialismo; no en vano, Pablo Neruda escribió que Robeson cantaba como la tierra. En 1937, en un discurso en el Royal Albert Hall de Londres en solidaridad con España, Robeson había proclamado: “El artista debe tomar partido. Debe elegir luchar por la libertad o por la esclavitud”. Porque él fue siempre una voz libre, y sabía que América solo ofrecía a los negros una patria de escombros.

Fuente: Mundo Obrero, febrero de 2021.

miércoles, 16 de diciembre de 2020

_- Los dos frentes de las brigadistas internacionales

_- Unas 700 mujeres extranjeras se sumaron al bando republicano para luchar contra Franco en la Guerra Civil. Comprometidas con el reto de frenar al fascismo en el frente español, muchas fueron relegadas a servicios de oficina o de cuidados y sufrieron la misoginia donde se suponía sagrada la igualdad. Algunas murieron en combate. Todas quedarían marcadas por aquella guerra.

1. BARCELONA

El 19 de julio del año 1936, la periodista holandesa Fanny Schoonheyt se puso una blusa amarilla de manga corta antes de salir a las calles de Barcelona en busca de un arma. Desde primeras horas de la mañana se había desatado una lucha feroz por el control de la ciudad, después de que las fuerzas militares de varios cuarteles se unieran al alzamiento que había comenzado dos días antes en los territorios españoles del norte de África. Por la calle pululaban grupos de milicianos armados que les hacían frente junto a policías y guardias civiles leales, pero pocos sabían manejar un fusil como Fanny, que había ganado premios en su ciudad natal de Róterdam como tiradora deportista.

No era la única mujer extranjera que andaba por las calles tumultuosas de Barcelona. Felicia Browne, una pintora inglesa, se acercó al epicentro de la batalla, la plaza de Cataluña, pero un policía escondido en un portal sacó su pito y la avisó de que aquello era todavía territorio comanche. A Felicia le llamaban la atención los contrastes de la ciudad en guerra. Cuando nadie pegaba tiros, la bulliciosa Barcelona quedaba casi en silencio. “Entre tiro y tiro se oía el viento pasar entre los árboles”, escribió en una carta.

Algún tiempo después Fanny se unió a un grupo que trepaba por los tejados del paseo de Colón hacia el edificio de la Capitanía, donde los rebeldes se habían hecho fuertes. Con su blusa amarilla, se dio cuenta de que era un blanco fácil. “Es un milagro que no me hayan pegado un tiro. Puede que se quedaran tan sorprendidos que no supieran reaccionar”, escribió emocionada a una amiga de Róterdam. “Tuve que robar mi primera arma”.

La joven periodista llevaba dos años en la Ciudad Condal y trabajaba en la organización de la Olimpiada Popular —una alternativa a los Juegos oficiales de agosto en el Berlín nazi—. Se había hecho amiga de Marina Ginestà, una joven catalana de 17 años criada en Francia, que pronto sería la intérprete del periodista estrella del diario ruso Pravda, Mijaíl Koltsov.

En España arrancaba la primera gran guerra fotográfica y Ginestà se convertiría en símbolo de la miliciana española, posando en los tejados del hotel Colón con un fusil al hombro. Como otras tantas fotografías de milicianas que dieron la vuelta al mundo, algunas tomadas por Gerda Taro, socia de Robert Capa, lanzaba a las mujeres extranjeras el mensaje de que serían bienvenidas en la lucha contra Franco. La verdad, como Ginestà reconoció años después, es que ese fue el único día en que llevó arma y nunca pegó un tiro.

La alta y rubia Fanny le pareció a Ginestà, a primera vista, como una sirena nórdica del cine. “Como Greta Garbo. Nos daba envidia, por su elegancia y por su manera de fumar. Ninguna mujer se atrevía a fumar en la calle en Barcelona, menos ella. Así impresionaba a los hombres, que le tenían mucho respeto”.

Más respeto le tendrían aún cuando se dieron cuenta de sus habilidades con el fusil. En los primeros días se dedicó a cazar pacos —los francotiradores facciosos, reales o imaginados, que se apostaban en ventanas o iglesias—. Luego se apuntó al Grupo Thälmann, un pelotón de 20 extranjeros de la columna Carlos Marx, cuando este se marchó para Aragón. Sus miembros eran exiliados alemanes y algunos atletas que habían venido por las Olimpiadas. Entre ellos había tres parejas de alemanes y suizos además de la alemana-británica Liesel Carritt.

A Fanny le dieron una metralleta que pronto aprendió a manejar con soltura. El periódico Última Hora dedicó un reportaje a “la valiente guerrillera Fanny…, una muchacha rubia, de facciones bonitas, de unos ojos de vedette, con la piel bruñida, unos brazos torneados y unas espaldas robustas, de línea deportiva”. El periodista Luis de Oney la visitó cuando ingresó en un hospital de Barcelona con problemas de hígado. “A Fanny la quieren todos, desde el coronel Villalba hasta el miliciano desconocido, por su arrojo en la línea de fuego, por su simpatía personal, por su firme valentía… Mientras las balas silban, los obuses aúllan y las granadas atruenan, Fanny hace crepitar su ametralladora”, escribió en el diario La Noche. Fanny hablaba de lo fácil que era matar a soldados enemigos cuando avanzaban “como idiotas” en fila india. Esperaba que su ejemplo sirviera “de estímu­lo a todas las mujeres del mundo” para que mirasen con simpatía “la defensa del pueblo español”.

Felicia Browne también quiso apuntarse a las milicias. “No quiero irme de este país”, escribió en una carta a los suyos. En las milicias le dijeron que no. Felicia no hablaba castellano ni catalán. Nunca había manejado un arma. Pero la artista, formada en la prestigiosa escuela londinense The Slade, insistió, diciendo que podía “luchar tan bien como cualquier hombre” y la aceptaron en otro grupo de extranjeros, aunque solo como enfermera. Para demostrar su valentía, se ofreció voluntaria a un grupo guerrillero que se infiltró detrás de las líneas enemigas para sabotear un tren de municiones. Una patrulla enemiga les disparó y Felicia corrió en auxilio de un combatiente italiano herido, al que arrastró detrás de una roca mientras atraía el fuego enemigo hasta que, según uno de los integrantes del comando, “con varias heridas en el pecho y una en la espalda, Felicia (…) cayó muerta al suelo”. No fue la única voluntaria extranjera en morir en las primeras semanas de la guerra. Las alemanas Margarita Zimbal, Augusta Marx y Georgette Kokoeznynsgy también fueron víctimas, según La Vanguardia, de la “barbarie fascista”.

02. MADRID

La guerra no llegó a Madrid con fuerza hasta el 20 de julio. La acción culminante fue el asalto al cuartel de la Montaña, colindante con la plaza de España. La argentina Mika Etchebéhère había llegado tan solo una semana antes para reunirse con Hipólito, su marido francoargentino, y se dio cuenta enseguida de la tensión latente en una sociedad que caminaba sobre el precipicio de la guerra. “Nos mantiene a todos despiertos, como velando a un agonizante”, dijo.

Mientras el alzamiento progresaba o fracasaba en otras ciudades, Mika e Hipo seguían a la muchedumbre que recorría Madrid en busca de armas. En un local sucio y lleno de humo del que se había apoderado el POUM (Partido Obrero de Unificación Marxista), Mika observó que había mujeres, algunas de ellas “de aspecto raro”. “Me entero de que entre ellas hay varias de un burdel vecino que vienen a enrolarse en las milicias”. Vistas con sus ojos de clase media, hija de padres judíos que huyeron a Argentina para escapar de Rusia, le inspiraban más miedo que los generales. Nadie le preguntó, sin embargo, si pertenecía al partido ni qué hacía allí una mujer con acento extranjero. “Por derecho revolucionario, todo aquel que quiere combatir merece empuñar un arma”, observó.

Cuando por fin les llegaron algunas armas incautadas, los milicianos no sabían qué hacer con ellas, así que Hipo se ofreció a instruirlos. Eso les bastó para nombrarlo su jefe, y formaron un grupo de 100 hombres y mujeres con dos camiones, tres coches, una ametralladora y 30 fusiles y se marcharon al frente cerca de Sigüenza. Cuando su marido murió a mediados de agosto, Mika tomó el mando. A sus 34 años, se veía más como “capitana-madre que cuida de sus hijos soldados” que como oficial de tropa tradicional. De hecho, afirmó que no mandaba: “No necesito imponerme. Cuando llega una orden, la comunico a la compañía y la cumplimos entre todos”. En su columna se observaba una igualdad rigurosa. Etchebéhère incluso reclutó a dos mujeres de una columna comunista, donde habían acabado limpiando platos y ropa. “No vine al frente a morir con un paño de cocina en la mano”, se quejaba una.

Etchebéhère terminó discutiendo con su comandante anarquista, Cipriano Mera, después de que este le dijera, al verla llorar ante un chico joven herido de muerte: “Vamos, moza, deja de llorar. Llorando con lo valiente que eres. Claro, mujer al fin”, a lo que ella replicó: “Y tú, con todo tu anarquismo, hombre al fin, podrido de prejuicios como un varón cualquiera”.

Entre los anarquistas, como había observado Mika, no todo fue igualdad y solidaridad. La filósofa francesa de 26 años Simone Weil se incorporó a la columna Durruti, dejando atrás el pacifismo que la había guiado hasta entonces. “No me gusta la guerra”, se justificó, “pero (…) cuando me di cuenta de que, a pesar de todos mis esfuerzos, no podía evitar participar moralmente en esta guerra, es decir, que no podía evitar desear cada día, a todas horas, la victoria de un bando y la derrota del otro, me dije que, para mí, París era la retaguardia y tomé un tren a Barcelona”. Con su mono azul y gruesas gafas redondas, parecía todo menos una guerrera de primera línea. Ella quiso luchar, pero la metieron en la cocina —donde la filósofa se manejaba mal y no tardó en escaldarse el pie con aceite de oliva hirviendo—. Se marchó disgustada por la despreocupación con que los anarquistas fusilaban a sacerdotes y supuestos simpatizantes fascistas. La muerte de un falangista de 15 años capturado por sus compañeros, y que prefirió que lo fusilasen antes que arrepentirse, pesó sobre su conciencia.

03. BRIGADISTAS

Una tarde-noche de octubre de 1936, Lise London subió al Expreso rojo, como se había bautizado al tren que llevaba voluntarios a la frontera con España desde la estación de Austerlitz en París. Era una de tres mujeres voluntarias entre mil hombres. “Nunca podré olvidar este viaje. Nos paramos en todas las estaciones, donde nos esperaban decenas, cientos, miles de hombres, mujeres y niños, con los brazos cargados de flores, frutas, comida, jarras de agua fresca, botellas y porrones de piel de cabra llenos del vino de las laderas pirenaicas, que marea la cabeza y regocija el corazón”.

Un par de semanas antes, en respuesta al entusiasmo popular por ir a luchar del lado republicano y al deseo de la Unión Soviética de implicarse, se habían creado las Brigadas Internacionales, que iban a poner seis brigadas —de hasta 3.000 voluntarios extranjeros cada una— al servicio de la República. La organización la puso el Komintern, la Internacional Comunista con sede en Moscú, pero el espíritu de las brigadas reflejó la misma transversalidad de la izquierda que se había manifestado en los triunfos electorales del Frente Popular en Francia y España. Lise, francesa de padres españoles, convivía con el intelectual checo Artur London y trabajaba en un sindicato comunista en París. Estaba embarazada, pero André Marty —el gruñón y paranoico responsable de las Brigadas, y uno de los siete poderosos secretarios de la Komintern— le había pedido que viajara hasta la sede de la organización de voluntarios extranjeros en Albacete para trabajar como su secretaria.

El entusiasmo oficial por las milicianas empezaba a disminuir y, para mediados del año 1937, casi todas habían sido retiradas del frente. En la esfera comunista, a la que pertenecieron las Brigadas Internacionales, ya se estaba sacando a mujeres de la primera línea de fuego en octubre de 1936. Así que a las 700 que llegaron como parte de los 35.000 voluntarios foráneos se les puso a hacer trabajos de oficina o, en su gran mayoría, a trabajar como médicos y enfermeras de los 23 hospitales creados por las Brigadas Internacionales en Murcia, Albacete, Benicàssim y otras ciudades.

La enfermera negra estadounidense Salaria Kea había protagonizado su primera revolución en la cafetería del Harlem Hospital de Nueva York en 1933. Cuando un grupo de médicos blancos les dijeron a ella y a sus compañeras —otras enfermeras negras— que tenían que cambiar de mesa porque estaban comiendo en la zona reservada para blancos, se levantaron y tiraron del mantel, mandando la comida al suelo. El hospital tuvo que cambiar sus normas. Su segundo gran arrebato de rabia vino tras la invasión de Etiopía por el Ejército fascista de Mussolini en 1935. La comunidad negra de Harlem quedó indignada, y los médicos y enfermeras costearon un hospital de campaña. Para ellos, la guerra civil española fue otra fase más de la expansión fascista por el mundo.

El 27 de marzo de 1937, Salaria salió de Nueva York rumbo a España junto a 12 enfermeras del American Medical Unit de las Brigadas. Entre los voluntarios había ya un centenar de hombres negros, con el capitán Oliver Law ejerciendo, por primera vez en la historia de Estados Unidos, como oficial negro al mando de soldados blancos. “Hombres negros han sacrificado sus vidas aquí”, dijo Salaria, quien entendió su tarea como la de “aminorar el sufrimiento de un pueblo atacado por el enemigo principal de toda minoría racial, el fascismo”. El enemigo a batir no era solo Franco, sino también “Italia y Alemania”, cuyas tropas luchaban en el otro bando.

No era la única mujer negra entre las voluntarias, ya que Flora la Cubana —conocida como La Mulata— era de las pocas mujeres que trabajaban en el servicio de ambulancias. Otra conductora de ambulancias era Evelyn Hutchins, una menuda exbailarina de cabaré de Nueva York y activista que ya había organizado el alistamiento de su marido y de un hermano a las Brigadas Internacionales. Hubo alguna queja, pero los hombres “serios” no se sorprendieron por su presencia. “Soy bajita, pero jamás me dio por pavonearme o comportarme como un hombre. Actué como siempre”, explicó más tarde.

Otras mujeres tenían puestos más tenebrosos. De Tina Modotti, actriz italiana de cine mudo y luego afamada fotógrafa, se decía que trabajaba como agente de la inteligencia militar soviética. Su novio, el italiano Vittorio Vidali, es considerado el organizador del secuestro y asesinato de Andreu Nin, el líder del POUM. Otra mujer, una misteriosa neozelandesa conocida como Amy, también operaba en Barcelona al servicio de Moscú.

El discurso de igualdad dentro de las Brigadas Internacionales —que tan bien funcionaba con relación al racismo— topaba con la misoginia rancia de André Marty y con la violencia. “Has venido a este país a trabajar, a obedecer órdenes y no a prostituirte”, le advirtió a la enfermera francoespañola de 22 años Rosa Cremón, después de pedirle que se sentara en su regazo. Peor lo tuvo la periodista Martha Gellhorn (esposa de Ernest Hemingway), que sufrió “terror y asco” mientras aguantaba el acoso del comandante del batallón Garibaldi, Randolfo Pacciardi, durante un viaje en su coche. “Es difícil mantener a raya a un italiano salido en tierra de nadie y en plena noche”, dijo. Pero todavía peor fue la violación de Marion Merriman, esposa del comandante Robert Merriman del batallón Lincoln, por un oficial eslavo que ella no denunció para no desatar una guerra civil dentro de las Brigadas. “Esta debe ser mi cruz secreta”, se dijo.

La única mujer en la que confiaba Marty era su propia esposa, Pauline Taurinyà, quien ejerció como jefa de finanzas e inspectora de hospitales. Morena, alta, esbelta y de ojos verdes, la fría Taurinyà tenía 12 años menos que su marido y lo abandonaría por el comunista español Vicente Talens. Lise London dijo que, a partir de este momento, Marty maltrató sistemáticamente a todas las mujeres que encontró, menos, claro, a la poderosa Dolores Ibárruri, La Pasionaria. Por suerte, la mayoría de las mujeres en las Brigadas Internacionales trabajaban en hospitales lejos del feudo de Marty en Albacete.

04. LA DERROTA

La inglesa Nan Green llegó a España en el verano de 1937, siguiendo los pasos de su marido, George, que se había alistado en las Brigadas cuatro meses antes. La compenetración política de la pareja fue tal que, cuando un cuñado regañó a su marido por marcharse, fue Nan quien le respondió: “Oye, George y yo pensamos en algo más que en nuestros propios hijos: pensamos en los niños de Europa que corren el peligro de morir en la próxima guerra si no detenemos a los fascistas en España”.

Nan era una mujer de 33 años, “enérgica, eficiente, entregada y seria, dotada de belleza e inteligencia”, según un amigo. Cuando el artista aristócrata Wogan Philipps se ofreció a pagarles un internado a sus hijos de seis y ocho años si Nan se iba a España como administradora de un hospital, ella pasó la noche en vela preguntándose “si la separación (aunque fuera temporal) de ambos padres haría desgraciados a los niños”. Al final, decidió que no, dejó a sus hijos y la mandaron al Hospital Inglés en el monasterio de Santa María de la Merced, en Huete, Cuenca, donde a mayor sorpresa suya se topó con su marido como paciente (George se había quemado un brazo en un accidente). La convivencia fue corta, ya que a él volvieron a mandarlo al frente, y durante los siguientes 14 meses se vieron tan solo cuatro veces.

Fueron meses intensos, cargados de emociones y en los que el peligro, la ideología y la cercanía de la muerte creaban lo que ella llamó un “ambiente sobrecargado” que tenía a todo el mundo en “un estado permanente de moderada excitación”. Cuando se le presentó un joven voluntario inglés guapo y simpático, estalló “como un cohete”, atribuyendo su aventura amorosa —de la que se arrepintió— a una especie de “vértigo”.

Al empezar la batalla del Ebro, en julio de 1938, tanto Nan como George fueron destinados a la zona, George en primera línea y ella montando un hospital en una cueva grande cerca de La Bisbal de Falset. “¡Voy tan sucia!”, le escribió a su hermana Mem, “el vendaje que me cubre los pies infectados está negro; la única sandalia que llevo se agita al caminar”. Nan ayudó a inventar un sistema de gráficos para clasificar las lesiones que fue tan del agrado del cirujano jefe de la división, el neozelandés Douglas Jolly, que este lo copió para las fuerzas aliadas en Italia durante la Segunda Guerra Mundial. Nan se encargaba también de preparar tazas de té, la panacea universal de los británicos, y ofrecía transfusiones directas de su sangre: “Hay mucha gente que no se da cuenta de lo bonito que es estar echada junto a un hombre cuyo rostro está pálido como la cera, que le entre tu sangre y que veas que le vuelve el color a la cara y que empieza a respirar”, recordaría más tarde.

Cuando el batallón británico pasó unos días de descanso, pudo estar “dos tardes y una noche entera en un sofá infestado de piojos” con su marido. Ya por entonces se rumoreaba que Manuel Azaña quería sacar a las Brigadas Internacionales de España. El presidente de la República esperaba, en vano, que esto obligaría a la retirada de las bastante más numerosas fuerzas italianas y alemanas de Franco. Ante los rumores, Nan y George se pusieron de acuerdo en que esperarían a que los dos estuvieran de vuelta al Reino Unido antes de ir a buscar a los niños, para que la primera reunión fuese de toda la familia.

La confirmación de la retirada llegó el día 23 de septiembre de 1938, justo después de que el batallón británico fuera devuelto a la primera línea. Aquel día hubo un enfrentamiento con el enemigo y George Green fue visto por última vez luchando cuerpo a cuerpo en su trinchera. Aquella noche dos amigos de George despertaron a Nan para darle la mala noticia. “Lo mataron casi en la última hora del último día. Pero nunca he podido sentir lástima por él porque estaba haciendo lo que es debido”, escribió en sus memorias. Había sido un privilegio avanzar “directamente por el buen camino de la historia, por una buena causa, y desde entonces no ha habido nada igual, tan limpio y tan claro y tan bueno y tan sano, y él estaba haciendo eso y estaba seguro de que ganaríamos… Así es como murió, volando por así decirlo, ya sabes, como los pájaros”. Con la pérdida de Cataluña en febrero de 1939, las mujeres brigadistas cruzaron la frontera francesa con el resto del Ejército derrotado y fueron internadas en los campos de concentración franceses de Argelès-sur-Mer y Gurs.

La Segunda Guerra Mundial estalló cinco meses después de que Franco declarase su victoria el 1 de abril de 1939 y las mujeres brigadistas siguieron su lucha. Muchas de ellas se convirtieron en partisanas. Pauline Tourinyà entró en la Resistencia francesa, alcanzando el grado de teniente (mientras Franco fusiló a su amante Talens). La enfermera voluntaria Vera Luftig, que había traído a España a un grupo de enfermeras judías conocidas en el hospital de Ontinyent como las “mamás belgas”, se convertiría luego en una pieza clave de la red de sabotaje soviética conocida como la Orquesta Roja.

Asimismo, algunas veteranas jugaron un papel destacado en la resistencia interna en los campos nazis a donde por rojas, judías o ambas cosas se mandó a muchas milicianas. Exbrigadistas formaron el núcleo de las células que lucharían contra los guardias en las horas antes de su liberación, tanto en Buchenwald como en Auschwitz. Entre ellas estuvo la doctora polaca Dorota Lorska, superviviente de Auschwitz y enlace de la resistencia en el tristemente famoso Bloque 10, donde vivían judías jóvenes destinadas a ser usadas como conejillos de Indias en experimentos médicos.

05. EL CIELO

La intensidad de la experiencia española marcó las vidas de muchos veteranos brigadistas. Casi todo, desde la política hasta el amor, se había vivido de una manera tan extrema que la vida civil nunca pudo orillar sus recuerdos. Nan Green volvió a casarse, pero su nieta Emma me dijo, después de leer mi libro Las Brigadas Internacionales: fascismo, libertad y la guerra civil española, que George fue “su verdadero amor”.

La enfermera inglesa Patience Darton se casó con el brigadista alemán Robert Aaquist en febrero de 1938. “¿Qué harás con un marido alemán que no tiene pasaporte?”, le preguntaron. “Siempre habrá trabajo para las enfermeras y los ametralladores”, respondió ella. El idilio duró solo dos meses, ya que Aaquist murió en la primera semana de la batalla del Ebro. A pesar de ello, Patience mantuvo siempre que su experiencia española había sido “como estar en el cielo”. Darton no volvió a España hasta noviembre de 1996, cuando unos 700 brigadistas de 28 países se congregaron en Madrid en su última gran reunión, y recibieron la noticia de que el Gobierno les ofrecía la nacionalidad española. La acompañaron su hijo Robert (cuyo padre era otro exbrigadista) y la historiadora británica Angela Jackson. Hasta entonces, no había vuelto para no tener que revivir la ruptura de ese amor corto y perfecto ni las pasiones de aquella guerra que le había marcado la vida.

Su médico la avisó de que, a sus 85 años, su salud era demasiado frágil como para viajar, pero ella insistió. Asistió a un concierto nocturno en homenaje a los brigadistas en Madrid, pero después se encontró mal y la llevaron al hospital. Murió al día siguiente, el 6 de noviembre, con Robert a su lado. “Patience había escuchado los vítores de la multitud y las canciones que recordaba de la Guerra Civil”, escribió Jackson. “Sin duda, le habría parecido que su obituario, publicado en España con el título Morir en Madrid, era una forma perfecta de poner el broche final a su vida”.

Giles Tremlett es historiador y periodista, autor de Las Brigadas Internacionales: fascismo, libertad y la guerra civil española (Debate), que acaba de publicarse.