La gran banca internacional -la banca, a secas- es la principal causante de la crisis, de la locura colectiva de los mercados en los últimos años. Eso es algo que ya casi nadie discute. Ni siquiera los propios banqueros, que llevan unos años surrealistas: en Francia, durante los ochenta, los socialistas tomaron los bancos; en España, izquierdas y derechas hicieron poco más o menos lo mismo con las cajas.
En la última década, en Estados Unidos, los bancos tomaron el Gobierno, y una vez llegada la crisis el sector consiguió cerrar una macabra cuadratura del círculo y "combinar lo peor del capitalismo y lo peor del socialismo: socializar las pérdidas y privatizar los beneficios", según la definición acuñada por el sociólogo Nicholas Taleb. En realidad, los chanchullos del sistema financiero están detrás de casi cualquier crisis de calado en los últimos 200 años. Aunque esa, probablemente, sea otra historia.
O tal vez no tanto: "No es que el sentido de responsabilidad de la comunidad financiera respecto a la sociedad sea pequeño: es que es prácticamente nulo", escribía tras el crack de 1929 y la Gran Depresión el maestro John K. Galbraith, uno de los grandes economistas del siglo XX. Desde su despacho en la Universidad de Texas, su hijo James K. Galbraith -también brillante economista- se ríe con sorna al otro lado del teléfono cuando se le pregunta por la refundación del capitalismo que prometieron los líderes mundiales hace ya más de dos años, tras el inicio de la Gran Recesión. "Es un espejismo pensar que el sistema puede funcionar tras la reforma financiera. El debate está planteado entre aquellos que son favorables a instaurar esa ilusión (los demócratas en Estados Unidos) y los que prefieren un sistema de rapiña. La tercera fuerza, en realidad la única fuerza efectiva, es el sistema judicial, que apenas ha comenzado a actuar. Que sea de veras efectiva (a través de investigaciones, de demandas y sobre todo de condenas) está por ver".
Así funciona Estados Unidos: al final, los grandes y los pequeños problemas empiezan a resolverse por la vía de los tribunales. Y puede que esa también sea la única forma de que funcione el resto del mundo: a golpe de látigo de los juzgados, empezando por la acusación de fraude de Estados Unidos a Goldman Sachs, cuyo presunto fraude (vendían productos montados sobre las nefastas hipotecas basura sin informar a sus clientes de los riesgos) representa el rostro inaceptable del capitalismo.
Porque tras montones de cumbres internacionales y centenares de reuniones entre reguladores, banqueros y políticos, la vida sigue igual. A pesar de haber hinchado las expectativas de una reforma profunda del sistema financiero con las habituales declaraciones grandilocuentes -"si quieren guerra, la tendrán" (Barack Obama); "el mundo seguirá siendo un lugar peligroso mientras no llegue la hora de la reforma" (Dominique Strauss-Kahn); "hay que refundar el capitalismo" (Angela Merkel y Nicolas Sarkozy), y así ad infinitum-, no hay apenas nada de aquella tierra prometida. La reforma financiera, la piedra angular del nuevo sistema que debe salir de las cenizas del viejo, no avanza. Y si lo hace es a un ritmo imperceptible para la ciudadanía -una palabra que debería escribirse siempre en cursiva-, incluso para buena parte de los expertos. "La política fracasó al aceptar que los bancos se autorregularan, y la política (y los políticos) vuelve a fracasar con estrépito porque lo único que ve la gente, y es poco probable que la gente se equivoque, es que los Gobiernos han rescatado a las entidades financieras con un cheque en blanco: miles de millones gastados después han vuelto a los beneficios, han vuelto a los bonus y sobre todo empiezan a volver a algunas de las prácticas que nos llevaron a esto: nada o apenas nada ha cambiado", resumía hace unos días el Nobel de Economía Joseph Stiglitz en Barcelona.
La ira ciudadana aumenta a la velocidad que sube el paro, a medida que la crisis se prolonga y va dejando cicatrices aquí y allá, al conocerse una pensión multimillonaria de un banquero o cuánto se van a repartir los ejecutivos de otra entidad que en su día fue rescatada por el Estado. Los reguladores piden tranquilidad, aseguran que trabajan a la velocidad adecuada, no quieren prisas, argumentan que es un asunto demasiado delicado para precipitarse. Sólo los tejemanejes de Goldman Sachs que ha denunciado EE UU han podido sacar la reforma de su letargo al otro lado del Atlántico. Obama puede provocar así una respuesta en Europa, que de momento está enfangada en otros problemas... Seguir leyendo en "El País"
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