domingo, 28 de octubre de 2018

El coraje de Paul Tillich. Reeditado un libro clave del teólogo protestante alemán Paul Tillich que apuesta ética y ontológica por el valor del ser humano.

En su primera edición inglesa en 1952 y traducido a nuestra lengua en 1968, más o menos cuando yo lo leí por primera vez, acaba de ser reeditado, con prólogo de Diego Sánchez Meca, El coraje de ser (Avarigani), del teólogo protestante alemán Paul Tillich (Starzeddel, 1886-Chicago, 1965). Es raro, y más hoy, que un libro de filosofía sobreviva más de medio siglo y, sobre todo, como es el caso, si está escrito con claridad, pero en la antípoda de ese género de la menesterosa autoayuda, que lo banaliza todo.

Escrito poco después de terminada la Segunda Guerra Mundial, cuyos horrores deprimieron cualquier atisbo de esperanza, el núcleo de la reflexión de Tillich es una apuesta ética y ontológica sobre el valor del ser humano como tal, o si se quiere, sobre su validez.

El término castellano “coraje” etimológicamente derivó, al parecer, del francés, pero ambos del latino cos-cordis, que significa “corazón”.
Coraje, sin embargo, tiene un matiz particular que, según y cómo, en nuestra lengua puede también significar “fuerza física bruta” o un “carácter belicoso”, pero también, dándole una vuelta a la gramática, como lo hace Tillich, traducirse libremente como “ánimo”, en cuyo caso el “coraje de ser” sería cómo mantener vivo el ánimo ante el hecho de ser, vivir y responder éticamente a lo que se nos presenta en estos avatares, signados por las contingencias de nuestra naturaleza mortal.

Desde los antiguos griegos hasta el siglo XX, lo formidable de Tillich es la apretada síntesis que nos hace del tema, no solo desde el punto de vista filosófico y teológico, sino a través de las ciencias que despuntan en nuestra época, como la psicología, la sociología y la antropología. La verdad es que en ese cuadro sinóptico de Tillich parece caber todo, al margen de las creencias e ideologías muy variadas que se han profesado al respecto históricamente.

Hay una distinción que nos concierne quizás más a nosotros: la de emplazar ese coraje responsable en ser “parte” de la comunidad o ser “individual”, con las correspondientes amenazas de lo “gregario” o lo “cosificado”. En este sentido de la virtual alienación que puede prosperar en todo proyecto ideal, recuerdo el impacto que ya me produjo, en mi primera lectura de su obra, la definición de “neurosis”, como quien “trata de evitar el no-ser, la nada, evitando ser”.

Entonces y ahora me impresionó esta interpretación de Paul Tillich, no solo por su precisión clínica, sino porque subrepticiamente ese comportamiento irresponsable concierne —¡y de qué manera!— al individuo y la sociedad actuales. Tenemos demasiados ejemplos cerca para afrontar aquí su prolija sintomatología, pero la transferencia progresiva de nuestras facultades a las máquinas, o a la irresponsable evasión acerca de la naturaleza reversible de la vida, no solo nos puede hacer perder de vista que esta es un don, sino del papel que cada uno de nosotros debe desempeñar en su breve transcurso, pase lo que pase. Porque pasa siempre, en el fondo, lo mismo, pero nunca de la misma manera.

Aunque no comparta con Paul Tillich la fe religiosa, sí hay para mí algo emocionante en uno de los epígrafes finales de su ensayo, titulado El sino y el coraje de aceptar la aceptación. Es, según lo veo, la mejor definición de la virtud de la humildad (término que procede del latino humus, que significa tierra, o sea, que el humilde es quien aceptar volver a la tierra), porque sin este despojamiento final del ser humano, no habría coraje que valga.

Amor se llama el juego.

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