Buckminster Fuller (1895-1983) ha sido calificado como el “Leonardo da Vinci de la modernidad” y el “primer poeta de la tecnología”. Su visión es hoy en día una rareza, porque creía genuinamente en el futuro. Revolucionó el mundo del diseño abogando por la eficiencia de recursos, la sostenibilidad, la vivienda universal y la reducción de costes. Publicó 30 libros, sostiene 28 patentes, fue premiado con 47 doctorados honoris causa y acuñó términos ahora tan populares como “sinergia”. Para Fuller la sociedad tiene la oportunidad de instaurar una forma de vida sostenible aplicando su principio de la efemeralización; hacer más con menos. Creía que “la tecnología podría hacer que el mundo funcione para todos, sacando a naciones enteras de la pobreza”, escribe Alec Nevala-Lee, autor de una nueva biografía sobre su vida, Inventor of the Future (Harper Collins), que acaba de publicarse en inglés. Pero como Fuller expresó, “la humanidad se ha puesto contra sí misma al pensar que está en contra de la tecnología”.
Buckminster Fuller nació a finales del siglo XIX, casi ciego, en el seno de una familia acomodada de Nueva Inglaterra. Hasta los cuatro años no le pusieron gafas, lo que hizo que confiara más en sus otros sentidos. Preocupados por su desarrollo, sus padres lo inscribieron en una guardería que seguía la metodología de Friedrich Froebel, en la que se jugaba con esferas, cilindros y cubos y se construían pequeños objetos, lo que lo marcó profundamente. Su vida fue un reto continuo. Se enfrentó a la peor tragedia en 1922, cuando su hija de cuatro años murió de neumonía. El episodio lo sumió en una honda depresión; cayó en el alcoholismo, abandonó por largos periodos a su esposa, a la que estaba muy unido (morirían con solo 36 horas de diferencia) y se refugió en prostitutas y amantes. Tras cinco tumultuosos años, tuvo un momento de revelación y recuperó la motivación para vivir dedicando toda su energía a construir un mundo mejor.
“En lugar de suicidarse, se produjo un egocidio […] Decidió vivir para beneficio de la humanidad”, explica Nevala-Lee en el libro. Eso lo diferenció de otras mentes privilegiadas: su principal motor fue buscar soluciones a problemas sociales acuciantes. Su dirección era clara: “La naturaleza es un sistema totalmente eficiente y autorregenerador. Si descubrimos las leyes que la gobiernan y vivimos sinérgicamente dentro de ellas, habrá sostenibilidad y la humanidad será un éxito”.
Aunque eventualmente pudo demostrar la eficiencia de sus propuestas, durante la mayor parte de su vida fue considerado un mero charlatán, como destacó la revista Time en 1964, en el número que también le dedicó la portada. Su principal prodigio radicó en su persistencia. Desde 1927 había trabajado en Dymaxion, un concepto que combina las palabras dinámico, máximo y tensión. Invirtió 20 años en desarrollar sin éxito el proyecto, lo que le hizo pasar por numerosos calvarios económicos.
La casa Dymaxion aspiraba a solventar la crisis urbanística de la posguerra y fue el primer ejemplo de vivienda sostenible. Eran casas baratas prefabricadas, de aluminio y muy resistentes. Pero no llegaron a comercializarse; la sociedad no estaba preparada aún para la compra de casas construidas en masa. Una suerte similar corrió el coche Dymaxion, que Fuller diseñó junto al escultor japonés Noguchi en 1933. Un automóvil de tres ruedas que solo consumía 7,8 litros por 100 km y podía transportar hasta 11 pasajeros, con el que aspiraba a revolucionar la industria con vehículos que consumieran menos y transportaran a un mayor número de personas. Un aparatoso accidente hizo que los inversores descartaran la posibilidad de comercializarlo. Aun así, Fuller estaba convencido de que la implantación de sus teorías era cuestión de tiempo. “Invento y espero a que el hombre llegue a necesitar lo que he inventado”, escribió.
Utopía y realidad
Fuller tenía 45 años cuando consiguió construir su primera cúpula geodésica, con la que alcanzó la fama mundial. Registró la patente en 1954, convirtiéndose en el inventor oficial de esta estructura de semiesfera que produce un gran ahorro energético al aprovechar la luz solar, además de requerir un mínimo uso de materiales de construcción, que reduce tiempo y costes. Más de medio siglo después, en una sociedad más consciente de las consecuencias del cambio climático, los domos geodésicos adquieren de nuevo protagonismo. Existen en torno a 300.000 en todo el mundo, siendo el más emblemático la biosfera de Montreal, que Fuller creó para la Expo de 1967. Ahora, convertida en sede del único museo del medio ambiente de América del Norte, sigue siendo un icono del modernismo. En 2021, The New York Times la incluyó en la lista de los 25 trabajos arquitectónicos más significativos de la posguerra.
“La mayor prueba de la filosofía de Fuller ha sido la pandemia del coronavirus”, resalta Nevala-Lee, que ha realizado la biografía más completa sobre la vida personal, la carrera y el mito que se creó en torno a Fuller, una obra con 128 páginas de notas. Nevala-Lee recuerda que Fuller achacaba la muerte de su hija a las consecuencias de la gripe de 1918. Aunque el inventor murió en los ochenta, ya abogaba por medidas para evitar futuras pandemias. “Su visión sobre la descentralización, la fabricación eficiente, la educación online y el trabajo remoto son más relevantes ahora que nunca”. Por este carácter visionario Steve Jobs lo convirtió en icono para la campaña Piensa diferente de Apple en 1997, que aludía a esos genios calificados de locos que, sin embargo, son los que pueden cambiar el statu quo y, en consecuencia, el mundo.
“No hay otro pensador cuya reimaginación del mundo a través de sus construcciones combine conectividades de escala, poder, medio ambiente, clima, cultura y sociedad”, subraya Sean S. Anderson, que dirige la licenciatura de Arquitectura de la Universidad de Cornell, una de las escuelas de arquitectura más prestigiosas. “Es un exponente fascinante de un personaje híbrido tan necesario en nuestros tiempos: el arquitecto/ingeniero; el técnico/artista que está a la vez en la utopía y en la realidad”, remarca Carlos Naya Villaverde, director de la Escuela Técnica Superior de Arquitectura de la Universidad de Navarra. Naya destaca que sigue siendo un referente para los estudiantes españoles. “Su obra resulta aplicable al espíritu de la Nueva Bauhaus Europea. También está en la línea de la industrialización de la edificación de la que tanto estamos hablando en los últimos meses”.
Elena Ochoa promovió en España la importancia del legado de Fuller, comisionando en su galería de Madrid una exposición en 2010 sobre su obra. Hace dos años, también en la capital, el Espacio Fundación Telefónica programó una exposición en torno a su obra. Y Norman Foster, que fue su discípulo, sigue recordándolo. En Motion. Autos, Art, Architecture, que comisarió para el Guggenheim de Bilbao este año, Foster incluyó el Dymaxion #4, una recreación hecha por él mismo del que considera su coche favorito, ideado por Fuller. “Le preocupaba el medio ambiente antes de que el tema estuviera de moda”, declaraba Foster a The Observer hablando de su mentor. “Era la esencia misma de una conciencia moral, advirtiendo siempre sobre la fragilidad del planeta y la responsabilidad del hombre de protegerlo”.
Como ya dijo Buckminster Fuller en los setenta: “Estamos en un momento muy crítico. La naturaleza se está esforzando por que tengamos éxito, pero la naturaleza no depende de nosotros. No somos el único experimento.
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