_- ¡Levántense muchachos! Los marinos se han tomado Valparaíso. Con esas palabras, como a las cinco de la mañana, nos despertó el padre del “Chico Toro”, en cuya casa del cerro Barón nos alojamos la noche del lunes 10 de septiembre de 1973.
Habíamos viajado a Valparaíso, tres compañeros de Santiago (El “Chico Toro”, el “Flaco Ruiz” y yo), para asistir a una reunión del Comité Regional del Partido Comunista Revolucionario (PCR), llevando también los últimos materiales y el periódico El Pueblo. La reunión se alargó y no alcanzamos a regresar a Santiago, como teníamos previsto, por lo que nos quedamos a dormir en Valparaíso.
Tras el aviso del golpe nos levantamos rápidamente y comenzamos a conversar sobre lo que teníamos que hacer ante una situación doblemente imprevista: un golpe de Estado y además nosotros en Valparaíso, lo que no estaba en absoluto contemplado.
Aunque todo el mundo hablaba de las posibilidades de un golpe de Estado (incluso la portada del periódico El Pueblo que andábamos trayendo alertaba sobre la asonada golpista que se preparaba) evidentemente enfrentar la realidad del golpe no era lo mismo.
Lo primero que hicimos fue “limpiar” los documentos en nuestras ropas y también en el auto, deshaciéndonos de cualquier elemento comprometedor. Llamamos a algunos contactos en Santiago y luego los tres camaradas nos trasladamos a la casa de la hermana del “Chico Toro” en el cerro Polanco. Allí discutimos si poníamos la bandera chilena en el frontis o no, decidimos hacerlo, para evitar problemas y disminuir la posibilidades de ser allanados.
En la casa nos dedicamos a escuchar las noticias en las radios chilenas y luego internacionales. Impresionante fue oír al presidente Salvador Allende señalar que había ordenado al Ejército dirigirse a Valparaíso para sofocar el intento golpista, lo que nos dio alguna esperanza. Más tarde escuchamos que el general Carlos Prats avanzaba con tropas leales desde el sur, pero pronto comprendimos que el golpe se había impuesto y que la resistencia fue menor de la esperada y era aplastada. Los últimos discursos de Allende nos impresionaron y con el tiempo tomaron aún mayor envergadura.
Conversamos intensamente toda la tarde y casi toda la noche ¿Qué sucedió? ¿Qué errores cometimos los sectores revolucionarios y qué errores cometió el gobierno? Pero siempre concluíamos que el golpe no se produjo por los errores sino por la determinación de las clases dominantes de defender sus privilegios a toda costa. El rechazo a las profundas reformas que promovió el gobierno de Salvador Allende hizo que los grandes empresarios y sus partidos políticos, junto a los Estados Unidos, impulsaron y apoyaron una conspiración de las Fuerzas Armadas, como ha quedado finalmente establecido por la historia, incluso reconocido por el Informe Church, del Senado estadounidense, sobre acción encubierta en Chile 1963-1973.
Esa noche del 11 de septiembre dormimos muy poco y el miércoles 12 nos despertamos temprano y seguimos reflexionando y viendo también qué hacer, tanto para conectarnos con los demás camaradas, especial preocupación teníamos por los compañeros campesinos y mapuches del Netuaiñ Mapu que, como confirmamos después, fueron ferozmente reprimidos. También debatimos qué debíamos hacer para enfrentar la nueva situación en que seguramente pasaríamos a la clandestinidad. Yo había terminado la carrera de periodismo en la Universidad de Chile, había hecho la práctica pero me faltaba el examen de grado, pero ya era evidente que no podría retornar a la universidad, pues era conocido como dirigente estudiantil, incluso había sido candidato a presidente de la Fech. Tomamos una serie de medidas entre ellas separarnos para evitar que nos detuvieran a los tres juntos y fijamos puntos para vernos en Santiago en fechas determinadas.
Yo me fui a casa de la “Tía Mimi” en Viña del Mar, en realidad amiga de mis padres, quien me acogió tres noches, y a quien aprovecho nuevamente de agradecer de todo corazón. Solo pasamos un susto el jueves, en que como a las dos de la madrugada me desperté por ruidos en la habitación. Los marinos estaban allanando la casa y alcancé a escuchar que preguntaban por la biblioteca -que mi tía no tenía- finalmente al no encontrar nada sospechoso se retiraron y yo me quedé con el tremendo susto.
Recién el sábado 15 se abrieron la carreteras y pude volver a Santiago en el auto, que fue manejado por un hijo de la “Tía Mimi”, siendo detenidos en tres controles militares, en uno de los cuales retaron a “mi primo” por llevar el pelo largo, pero no pasó más allá.
Al llegar a Santiago ese sábado, como a mediodía, nos separamos y yo me fui directo a la librería Huitrañe, ubicada en San Antonio 434, local 14, donde hoy está la librería de Le Monde Diplomatique y saqué todos los documentos comprometedores.
La historia de ese local merecería un texto aparte, pero solo diré que en tiempos de la UP la librería Huitrañe (que en mapudungún quiere decir álzate) era una librería del PCR y vendíamos los materiales del movimiento ESPARTACO y toda la literatura que enviaban de la República Popular China, incluyendo el famoso libro rojo. Días después del golpe la DINA se apropió del local, que pertenecía a mi padre, poniendo un letrero que decía “Cooperativa Austral”, ocupándolo por alrededor de tres años. Cuando mi hermano Rodrigo tomó una foto del local para agregarla al dossier con el que intentaba recuperarlo, fue detenido y llevado a Villa Grimaldi, posteriormente lo liberaron y unos meses después devolvieron el local.
Luego de “limpiar” la librería, tras asegurarme que no había problemas, fui a mi casa en Los Dominicos y también saqué o eliminé todo lo comprometedor. (En un mes la allanaron tres veces, llevándose mis libros incluyendo los archivos periodísticos, con mueble y todo, inquietando a mi hermana Mónica que allí vivía). Saliendo me fui a una “casa de seguridad” que tenía prevista y luego donde mis abuelos maternos que me acogieron.
Después de varias reuniones con compañeros de la dirección del PCR me señalaron que habían decido que yo y Jorge Palacios nos asiláramos y desde el exterior apoyáramos las actividades en Chile.
De la casa de mis abuelos, a fines de septiembre, me fui a la residencia del Embajador de España en el barrio El Golf, ya que me habían informado no tenía protección policial. (Esto también merecería un capítulo completo, ya que estamos hablando del embajador de la España franquista). Después de esperar dos horas en el patio delantero de la residencia, finalmente el mismo embajador, Enrique Pérez Hernández, se acercó a través de la reja de salida de los autos y me preguntó qué quería, le dije que asilarme, que era estudiante, que habían allanado la casa y mis padres se encontraban en esos momentos en España, después de otras preguntas, abrió la reja y me hizo pasar.
Al ingresar a la residencia, toda la tranquilidad y entereza que había tenido desde el golpe en adelante se me vinieron abajo, las piernas y la voz me temblaban. El embajador se dio cuenta y me hizo sentar inmediatamente, me dio agua y me tranquilizó amablemente. Me llevaron a una suite y me dejaron descansar. En la residencia solo había un refugiado, los asilados españoles de los primeros días ya habían partido.
El mes que estuve en la residencia, a la espera del salvoconducto para poder abandonar el país, fue muy tranquilo y leí mucho. La habitación era confortable pero no podía salir de ella. Nos llevaba la comida un mozo, siempre de primera calidad, incluso recuerdo una vez que el mozo me dijo “estas codornices las cazó el señor embajador”.
El único sobresalto fue el 12 de octubre, ese día en la mañana el mozo me dijo, “hoy debe estar tranquilo, ya que vendrán a almorzar los miembros de la Junta militar”. Efectivamente, desde mi ventana observé como llegaba Pinochet y dos de los tres comandantes en jefe. Cerraron la Avenida Apoquindo, llegaron tanquetas y automóviles y vi entrar y -luego de un par de horas- salir al dictador.
Unos días después el embajador me comunicó que las autoridades chilenas me habían otorgado el salvoconducto y que viajaría en un vuelo Iberia hasta Madrid, que todo estaba bien y que me acompañarían al aeropuerto, hasta dejarme arriba del avión. Y así fue, recuerdo el trayecto en el auto de la embajada, escoltado por motos policiales, y haber pasado frente a la Moneda, una imagen que no olvidaré jamás.
El viaje tenía una primera escala en el aeropuerto de Ezeiza. Al descender tuve la inmensa sorpresa y alegría de encontrarme con mis padres, que llevaban días esperándome en el aeropuerto de Buenos Aires. Brotaron las lágrimas de ellos y mías, pero también de las azafatas que habían empatizado con mis padres y también solidarizaban con los chilenos víctimas de la dictadura.
Así comenzó mi vida de exiliado a raíz del golpe. En España me quedé tres semanas (alcancé a adquirir el libro Vía chilena al golpe de Estado de Manuel Vázquez Montalbán, quien después me contó que ese libro sólo había estado un día en las librerías ya que fue requisado a las 24 horas de su publicación) Tras interrogarme en el subterráneo de la Dirección General de Seguridad, en la Puerta del Sol, el gobierno español no me permitió quedarme, me dieron un “Título de Viaje” válido sólo para un país y me expulsaron.
Con pasaportes falsos recorrí Italia, Albania, China, Argentina y otros países, hasta que en 1975 me instalé en París. Realicé diversos trabajos, estudié comunicaciones, pero fundamentalmente me dediqué a labores de apoyo a la Resistencia, publicando el boletín de la Agencia Chilena Antifascista (ANCHA) y participé en numerosos mítines en decenas de países. En 1982 entré a trabajar a Radio Francia Internacional, fui también corresponsal de Radio Cooperativa en París. A fines de 1987 aparecí en las listas que permitían el regreso, y a comienzos de 1988 volví a Chile, incorporándome a la revista Análisis, cubriendo también el plebiscito del 5 de octubre para Radio Cooperativa. Luego de idas y venidas entre Francia y Chile, en septiembre del 2000 fundé la edición chilena de Le Monde Diplomatique y la editorial Aún Creemos en los Sueños, de ambos sigo siendo director y, como dice Edith Piaf, je ne regrette rien.
Víctor Hugo de la Fuente González. Director de la edición chilena de Le Monde Diplomatique.
Este texto reproduce -en extenso- la versión del publicado en el libro “Mi 11 de septiembre”. Este libro, publicado en 2017, acaba de tener una tercera edición, que incluye un texto de Fernando Reyes Matta. Allí también dan sus testimonios Verónica Ahumada, Sergio Campos, Leonardo Cáceres, Jorge Andrés Richards, Miguel Ángel San Martín, Enrique Contreras, Angélica Beas, Gladys Díaz, Erasmo López, Antonio Márquez, Enrique Martini, Lidia Baltra, Jorge Piña, Marcel Garcés, Marcelo Castillo, Felipe de la Parra, Federico Gana, Héctor Alarcón Manzano, Joaquín Real, Miguel Davagnino, Cristian Ruiz, Enrique Fernández y Alejandro Arellano.
Fuente: https://www.lemondediplomatique.cl/2021/09/mis-recuerdos-del-golpe.html
Mostrando entradas con la etiqueta 11 de septiembre. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta 11 de septiembre. Mostrar todas las entradas
miércoles, 15 de septiembre de 2021
sábado, 8 de octubre de 2016
Los vecinos de Alemania que pagan una renta de un dólar al año desde hace cinco siglos
¿Te acaban de subir la renta y te cuesta llegar a fin de mes? Quizás tengas suerte y consigas un lugar en "Fuggerei", una comunidad en la ciudad alemana de Augsburgo donde los vecinos pagan un dólar al año de alquiler (88 centavos de euro).
Le llaman "el proyecto de vivienda social más antiguo del mundo" y a sus residentes no les han subido la renta desde el siglo XVI, cuando se pagaba en florines.
Hoy viven allí unas 150 personas, en pintorescas viviendas algunas de las cuales han permanecido casi inalteradas desde su construcción.
"Somos una pequeña comunidad y nos llevamos bien", le explica a BBC Mundo Ilona Barber, una vecina de 66 años.
El complejo contiene también un museo, una vivienda en exposición y un búnker construido durante la Segunda Guerra Mundial (En el bunker hay una pequeña exposición donde se pueden contemplar fotos del bombardeo que sufrió el barrio por parte de aviones ingleses, ya casi al final de la guerra) y es una de las atracciones turísticas de Augsburgo, una ciudad del estado de Baviera, en el sur del país.
"Suerte" "Fuggerei" fue fundado en 1521 por Jakob Fugger "el Rico", un comerciante y banquero de la época que volcó parte de su ímpetu filantrópico en un complejo residencial dedicado a los necesitados de la ciudad.
Pero la dádiva tenía unas condiciones que Fugger dejó escritas: para poder residir allí, además de necesitarlo por motivos económicos, había que ser católico y rezar tres veces al día.
Las mismas condiciones se aplican hoy en día, aunque Astrid Gabler, encargada de comunicación y programas de Fuggerei, dice que es una decisión personal de los vecinos si quieren cumplir con las exigencias de plegarias del fundador.
El recinto cuenta con una iglesia y un cura, que vive también allí.
Hay otros requisitos. Las puertas, por ejemplo, se cierran cada día a las 10 de la noche.
Si alguien llega tarde, tiene que pagar una multa de entre 50 centavos y un euro, dependiendo de la hora.
Ilona Barber se considera afortunada.
A sus 66 años, la pensión estatal que recibe es "muy limitada" y no le llegaría para pagar una renta en la ciudad.
Cada mañana saca a pasear a su vecino de abajo, Friedrich Fischer, de 95 años.
Fischer vive en Fuggerei desde antes de la Segunda Guerra Mundial.
"Los residentes hacemos trabajos para la comunidad. Yo ahora me encargo de la vigilancia durante la noche", le cuenta Barber a BBC Mundo.
Un importante banquero
Fugger fue un personaje tan importante en su época que Alberto Durero, el pintor más famoso del Renacimiento alemán, lo inmortalizó en un retrato.
"Fugger nunca ha sido celebrado como Cosimo de Medici y sus hijos y primos florentinos", escribió el semanario The Economist.
"Pero era el mejor banquero. Si hoy estuviera vivo, hubiera arrasado en Wall Street y en la City de Londres".
Procedente de una familia adinerada, logró aumentar la fortuna familiar con operaciones mineras y comerciales.
Pero su éxito le generó también críticas. Entre ellas las de Martín Lutero, impulsor de la Reforma protestante.
"Lutero preguntó si era un designio de Dios que tanta riqueza e influencia se concentraran en una sola persona", recuerda el diario Financial Times en un artículo sobre Fuggerei publicado en 2008.
Con parte de su riqueza, el banquero creó un fondo en nombre del santo local, San Ulrich, dotado de 10.000 florines.
Esto garantizaba un interés de 500 florines anuales para las fundaciones de caridad que creó.
Las inversiones que ha hecho la familia en el transcurso de los años y los intereses que aportan garantizan la financiación de Fuggerei todavía en la actualidad.
Otra fuente de financiación son las entradas que pagan los turistas.
El complejo recibe unos 180.000 visitantes al año.
http://www.bbc.com/mundo/noticias-37452828
domingo, 15 de septiembre de 2013
Recordar a Salvador Allende
Mario Amorós
La madrugada del 5 de septiembre de 1970 Salvador Allende salió al balcón del viejo caserón que la Federación de Estudiantes de la Universidad de Chile (FECh) tenía en la Alameda, frente a la Biblioteca Nacional. Con un modesto micrófono habló a las miles de personas que festejaban la victoria de la Unidad Popular en la principal arteria de Santiago, en una noche constelada que la izquierda había anhelado durante todo el siglo XX. Pronunció un discurso emocionante en el que rindió homenaje a la dura historia del movimiento popular, ensalzó el pluralismo de las fuerzas sociales y políticas que sustentaban su candidatura y prometió que sería leal a la confianza que el pueblo había depositado en él.
No había un lugar más simbólico para dirigir sus primeras palabras al país como futuro Presidente de Chile, porque su bautismo de fuego se produjo precisamente en la Universidad de Chile en la segunda mitad de los años 20, cuando llegó a Santiago para estudiar Medicina, tras cumplir el servicio militar de manera voluntaria. Elegido presidente del Centro de Alumnos de su Facultad, en 1931 participó activamente, como miembro del Grupo Avance (su primera experiencia militante), en las épicas luchas que condujeron a la caída de la dictadura del coronel Carlos Ibáñez y durante un breve periodo fue vicepresidente de la FECh. Un año después, tomó parte en la efímera República Socialista de junio de 1932, lo que le costó varias semanas de cárcel y ser procesado por una corte marcial. En el funeral de su padre, en septiembre de aquel año, prometió dedicar su vida a “la lucha social”.
Descendiente, por vía paterna, de una familia que tuvo un papel destacado en la lucha por la independencia nacional en los albores del siglo XIX y después en la pugna por la democratización del país desde las filas del Partido Radical y la masonería (con el ejemplo luminoso de su abuelo Ramón Allende Padín), hijo de un abogado que terminó sus días como notario de Valparaíso, Salvador Allende Gossens (Santiago de Chile, 26 de junio de 1908) asumió desde muy joven un compromiso social y político inusual en un muchacho de su clase social. Frente a la caricatura del pije Allende, siempre vestido de manera elegante, que tantas veces dibujaron sus adversarios (y algunos de sus compañeros), resplandece su temprana participación en talleres de alfabetización de las clases populares tanto en el Liceo Eduardo de la Barra del puerto como en la FECh y también su colaboración solidaria en consultorios médicos vinculados a los sindicatos anarquistas en Santiago (por la huella labrada en su conciencia por el carpintero libertario Juan Demarchi en 1922) y al Partido Socialista en Valparaíso.
1933 marcó el rubicón en su trayectoria al tomar parte en la fundación del Partido Socialista en Valparaíso. Su ascenso fue verdaderamente meteórico: secretario regional del PS desde 1935, vicepresidente del Frente Popular en Valparaíso desde 1936, elegido diputado en marzo de 1937, responsable local de la campaña presidencial de Pedro Aguirre Cerda que llevó al histórico triunfo del 25 de octubre de 1938 y subsecretario general del PS desde diciembre de este año. Y el 28 de septiembre de 1939 Aguirre Cerda le designó ministro de Salubridad cuando tan solo contaba con 31 años. Su trabajo durante dos años y medio al frente de esta importante responsabilidad muestra muy bien su personalidad política: su capacidad para diagnosticar los grandes problemas nacionales, explicarlos de manera pedagógica (como aquella exposición sobre la vivienda frente al aristocrático Club de la Unión, en la Alameda, en 1940) y señalar las soluciones legislativas y ejecutivas para corregirlos (como la emblemática reforma de la Ley 4.054 que suscribió el 11 de junio de 1941 y que terminaría alumbrando el Servicio Nacional de Salud en 1952).
También en los años 40 su trayectoria fue especialmente meritoria. Entre enero de 1943 y agosto de 1944, le correspondió ocupar (por única vez en su vida) la secretaría general del Partido Socialista, en un contexto muy influido por la II Guerra Mundial. En 1945, fue elegido senador por primera vez. En 1947 y 1948, se distanció del sector anticomunista del socialismo y criticó firmemente la persecución del Partido Comunista por el Gobierno de Gabriel González Videla, estigmatizado para siempre como traidor por Pablo Neruda en Canto general. Y cuando la mayor parte de sus compañeros apostó por la opción populista de Ibáñez para la contienda presidencial de 1952, supo reagrupar junto a los comunistas en el Frente del Pueblo a las fuerzas de izquierda que apostaron por un camino singular en el contexto de la guerra fría. Elegido candidato presidencial, Allende recorrió por primera vez todo el país, “de Arica a Magallanes” como acostumbraba a decir, con la dedicación y la fe de un misionero. Volodia Teitelboim, Jaime Suárez Bastidas o Carmen Lazo le acompañaron en la campaña de 1952 y dejaron sus testimonios de su tenacidad y su confianza en la posibilidad de transformar Chile a partir de la formación de un potente movimiento político y social.
En 1958, ya con el socialismo reunificado y la izquierda fortalecida en el Frente de Acción Popular (FRAP), quedó a 33.000 votos de La Moneda y fue el candidato más votado por el electorado masculino. Algunas irregularidades en el escrutinio y la inopinada aparición de un curioso personaje, el “cura de Catapilco”, le privaron de la victoria, que correspondió al derechista Jorge Alessandri.
En febrero de 1959, mientras se encontraba con su esposa, Hortensia Bussi, en Caracas para asistir a la toma de posesión de su amigo Rómulo Betancourt, decidió viajar a Cuba y allí conoció a los principales dirigentes de la Revolución que cambió la historia continental y endureció el clima de la guerra fría en América Latina por la respuesta de Washington. Amigo y compañero de Fidel Castro y de Ernesto Che Guevara, fue un firme defensor de la Cuba socialista.
En 1964, la batalla presidencial le enfrentó con un viejo amigo, el democratacristiano Eduardo Frei Montalva, pero también con la CIA y el Gobierno de Lyndon Johnson, que financió una increíble campaña de propaganda anticomunista que ya había dado resultado en Italia en 1948. Su tercera derrota no le indujo ni a moderar sus posiciones políticas, ni tampoco a aceptar el estruendoso proceso de radicalización (retórica) de su partido, con el Congreso de Chillán de 1967 como punto de partida.
Muy pronto advirtió de las limitaciones del programa reformista de la Democracia Cristiana y de la hipocresía de la “Revolución en Libertad”. La creación del MAPU por los dirigentes más consecuentes de la DC y la masacre de la Pampa Irigoin en 1969 le dieron la razón. La fundación de la Unidad Popular en octubre de aquel año reafirmó su correcto análisis político: por primera vez, junto con la izquierda marxista confluían fuerzas tradicionalmente centristas (Partido Radical), de inspiración cristiana (el MAPU) y otros sectores (API y PSD). La campaña para la batalla presidencial de 1970, con la explosión del movimiento muralista y de la Nueva Canción Chilena, la movilización de los trabajadores y de nuevos actores, como los pobladores, alumbró un inmenso movimiento popular que abrió las puertas de la Historia aquel inolvidable 4 de septiembre de 1970.
Después vinieron sesenta días de una tensión política extrema, en los que la derecha, el freísmo, el poder económico (con el emblemático viaje de Agustín Edwards, propietario de El Mercurio, a Washington el 14 de septiembre) y el Gobierno de Nixon, la ITT y la CIA conspiraron para impedir la investidura de Allende por el Congreso Pleno. Fracasaron porque la Democracia Cristiana estaba dirigida por su tendencia progresista y las Fuerzas Armadas encabezadas por un general ejemplar, René Schneider, asesinado por la ultraderecha y la CIA.
El 3 de noviembre, Salvador Allende se terció la banda presidencial y se inició uno de los procesos políticos que mayor esperanza despertaron en el siglo XX. Un periodo lleno de dificultades, también –obviamente- de errores de la Unidad Popular, pero en el que sobre todo brillan los inmensos logros del Gobierno presidido por Allende y del pueblo chileno: la nacionalización del cobre, la reforma agraria y la erradicación del latifundio, la creación del Área de Propiedad Social y la participación de los trabajadores, una política internacional no alineada y verdaderamente ejemplar, un proyecto cultural inigualado en la historia nacional (Quimantú, el Tren de la Cultura, el crecimiento y apertura a los obreros de la Universidad Técnica del Estado) y un programa de medidas sociales muy completo (con el medio litro de leche como expresión cotidiana de eso bello cartel creado por los artistas plásticos de la UP: “La felicidad de Chile empieza por sus niños”). Y sobre todo el desarrollo verdaderamente conmovedor de la conciencia revolucionaria del pueblo, su alegría y su permanente movilización en defensa del camino al socialismo “en democracia, pluralismo y libertad”.
Salvador Allende representa ante la humanidad aquel proyecto político, aquellos años inolvidables… incluso para quienes no los vivimos. Aquel tiempo de las cerezas, similar al cantado en la bella canción de la Comuna de París, un siglo antes.
Han transcurrido ya 40 años y Chile enfrenta grandes desafíos para conquistar una verdadera democracia. La huella dolorosa del cruento golpe de estado del 11 de septiembre de 1973 no desaparece de esta angosta y extensa franja encajada entre la cordillera andina y el imponente océano Pacífico. El reto es construir una nueva mayoría política nacional que aglutine a todas las fuerzas democráticas para superar el modelo neoliberal impuesto a sangre y fuego por la dictadura militar y avanzar hacia un país con más igualdad y justicia social. Una nueva Constitución, la renacionalización del cobre, la derogación de la legislación laboral pinochetista, el respeto al medio ambiente, el reconocimiento de los pueblos indígenas, el fin del lucro en la educación y la salud, una ley electoral justa… El horizonte democrático se ensancha hacia las Grandes Alamedas.
Y en este camino vivirá siempre la memoria de Salvador Allende. De aquel muchacho que conversaba y jugaba al ajedrez con el viejo Demarchi en su modesto taller de carpintería, del militante del Grupo Avance, del fundador del Partido Socialista, del médico con profunda vocación social, del masón orgulloso de sus antepasados, del diputado, ministro y senador, del candidato presidencial que unió a la izquierda y de aquel inmenso y hermoso movimiento popular que abrió con él las puertas de la Historia una noche constelada de septiembre de 1970.
Recordar a Allende exige ir más allá de la inmensa tragedia del 11 de septiembre de 1973 (y después), de su heroica muerte en La Moneda. Recordar a Allende es recorrer su apasionante trayectoria política y la historia de la izquierda chilena en el siglo XX. Recordar a Allende invita a pensar y recrear el socialismo en el siglo XXI.
- Mario Amorós, historiador y periodista, acaba de publicar, en Chile y España, Allende. La biografía (Ediciones B). http://www.edicionesb.com/catalogo/libro/allende-biografia_2844.HTML
- Entrevista en el diario Información de Alicante: http://www.diarioinformacion.com/cultura/2013/09/11/chile-da-lecciones-espana-saldar/1413853.html
La madrugada del 5 de septiembre de 1970 Salvador Allende salió al balcón del viejo caserón que la Federación de Estudiantes de la Universidad de Chile (FECh) tenía en la Alameda, frente a la Biblioteca Nacional. Con un modesto micrófono habló a las miles de personas que festejaban la victoria de la Unidad Popular en la principal arteria de Santiago, en una noche constelada que la izquierda había anhelado durante todo el siglo XX. Pronunció un discurso emocionante en el que rindió homenaje a la dura historia del movimiento popular, ensalzó el pluralismo de las fuerzas sociales y políticas que sustentaban su candidatura y prometió que sería leal a la confianza que el pueblo había depositado en él.
No había un lugar más simbólico para dirigir sus primeras palabras al país como futuro Presidente de Chile, porque su bautismo de fuego se produjo precisamente en la Universidad de Chile en la segunda mitad de los años 20, cuando llegó a Santiago para estudiar Medicina, tras cumplir el servicio militar de manera voluntaria. Elegido presidente del Centro de Alumnos de su Facultad, en 1931 participó activamente, como miembro del Grupo Avance (su primera experiencia militante), en las épicas luchas que condujeron a la caída de la dictadura del coronel Carlos Ibáñez y durante un breve periodo fue vicepresidente de la FECh. Un año después, tomó parte en la efímera República Socialista de junio de 1932, lo que le costó varias semanas de cárcel y ser procesado por una corte marcial. En el funeral de su padre, en septiembre de aquel año, prometió dedicar su vida a “la lucha social”.
Descendiente, por vía paterna, de una familia que tuvo un papel destacado en la lucha por la independencia nacional en los albores del siglo XIX y después en la pugna por la democratización del país desde las filas del Partido Radical y la masonería (con el ejemplo luminoso de su abuelo Ramón Allende Padín), hijo de un abogado que terminó sus días como notario de Valparaíso, Salvador Allende Gossens (Santiago de Chile, 26 de junio de 1908) asumió desde muy joven un compromiso social y político inusual en un muchacho de su clase social. Frente a la caricatura del pije Allende, siempre vestido de manera elegante, que tantas veces dibujaron sus adversarios (y algunos de sus compañeros), resplandece su temprana participación en talleres de alfabetización de las clases populares tanto en el Liceo Eduardo de la Barra del puerto como en la FECh y también su colaboración solidaria en consultorios médicos vinculados a los sindicatos anarquistas en Santiago (por la huella labrada en su conciencia por el carpintero libertario Juan Demarchi en 1922) y al Partido Socialista en Valparaíso.
1933 marcó el rubicón en su trayectoria al tomar parte en la fundación del Partido Socialista en Valparaíso. Su ascenso fue verdaderamente meteórico: secretario regional del PS desde 1935, vicepresidente del Frente Popular en Valparaíso desde 1936, elegido diputado en marzo de 1937, responsable local de la campaña presidencial de Pedro Aguirre Cerda que llevó al histórico triunfo del 25 de octubre de 1938 y subsecretario general del PS desde diciembre de este año. Y el 28 de septiembre de 1939 Aguirre Cerda le designó ministro de Salubridad cuando tan solo contaba con 31 años. Su trabajo durante dos años y medio al frente de esta importante responsabilidad muestra muy bien su personalidad política: su capacidad para diagnosticar los grandes problemas nacionales, explicarlos de manera pedagógica (como aquella exposición sobre la vivienda frente al aristocrático Club de la Unión, en la Alameda, en 1940) y señalar las soluciones legislativas y ejecutivas para corregirlos (como la emblemática reforma de la Ley 4.054 que suscribió el 11 de junio de 1941 y que terminaría alumbrando el Servicio Nacional de Salud en 1952).
También en los años 40 su trayectoria fue especialmente meritoria. Entre enero de 1943 y agosto de 1944, le correspondió ocupar (por única vez en su vida) la secretaría general del Partido Socialista, en un contexto muy influido por la II Guerra Mundial. En 1945, fue elegido senador por primera vez. En 1947 y 1948, se distanció del sector anticomunista del socialismo y criticó firmemente la persecución del Partido Comunista por el Gobierno de Gabriel González Videla, estigmatizado para siempre como traidor por Pablo Neruda en Canto general. Y cuando la mayor parte de sus compañeros apostó por la opción populista de Ibáñez para la contienda presidencial de 1952, supo reagrupar junto a los comunistas en el Frente del Pueblo a las fuerzas de izquierda que apostaron por un camino singular en el contexto de la guerra fría. Elegido candidato presidencial, Allende recorrió por primera vez todo el país, “de Arica a Magallanes” como acostumbraba a decir, con la dedicación y la fe de un misionero. Volodia Teitelboim, Jaime Suárez Bastidas o Carmen Lazo le acompañaron en la campaña de 1952 y dejaron sus testimonios de su tenacidad y su confianza en la posibilidad de transformar Chile a partir de la formación de un potente movimiento político y social.
En 1958, ya con el socialismo reunificado y la izquierda fortalecida en el Frente de Acción Popular (FRAP), quedó a 33.000 votos de La Moneda y fue el candidato más votado por el electorado masculino. Algunas irregularidades en el escrutinio y la inopinada aparición de un curioso personaje, el “cura de Catapilco”, le privaron de la victoria, que correspondió al derechista Jorge Alessandri.
En febrero de 1959, mientras se encontraba con su esposa, Hortensia Bussi, en Caracas para asistir a la toma de posesión de su amigo Rómulo Betancourt, decidió viajar a Cuba y allí conoció a los principales dirigentes de la Revolución que cambió la historia continental y endureció el clima de la guerra fría en América Latina por la respuesta de Washington. Amigo y compañero de Fidel Castro y de Ernesto Che Guevara, fue un firme defensor de la Cuba socialista.
En 1964, la batalla presidencial le enfrentó con un viejo amigo, el democratacristiano Eduardo Frei Montalva, pero también con la CIA y el Gobierno de Lyndon Johnson, que financió una increíble campaña de propaganda anticomunista que ya había dado resultado en Italia en 1948. Su tercera derrota no le indujo ni a moderar sus posiciones políticas, ni tampoco a aceptar el estruendoso proceso de radicalización (retórica) de su partido, con el Congreso de Chillán de 1967 como punto de partida.
Muy pronto advirtió de las limitaciones del programa reformista de la Democracia Cristiana y de la hipocresía de la “Revolución en Libertad”. La creación del MAPU por los dirigentes más consecuentes de la DC y la masacre de la Pampa Irigoin en 1969 le dieron la razón. La fundación de la Unidad Popular en octubre de aquel año reafirmó su correcto análisis político: por primera vez, junto con la izquierda marxista confluían fuerzas tradicionalmente centristas (Partido Radical), de inspiración cristiana (el MAPU) y otros sectores (API y PSD). La campaña para la batalla presidencial de 1970, con la explosión del movimiento muralista y de la Nueva Canción Chilena, la movilización de los trabajadores y de nuevos actores, como los pobladores, alumbró un inmenso movimiento popular que abrió las puertas de la Historia aquel inolvidable 4 de septiembre de 1970.
Después vinieron sesenta días de una tensión política extrema, en los que la derecha, el freísmo, el poder económico (con el emblemático viaje de Agustín Edwards, propietario de El Mercurio, a Washington el 14 de septiembre) y el Gobierno de Nixon, la ITT y la CIA conspiraron para impedir la investidura de Allende por el Congreso Pleno. Fracasaron porque la Democracia Cristiana estaba dirigida por su tendencia progresista y las Fuerzas Armadas encabezadas por un general ejemplar, René Schneider, asesinado por la ultraderecha y la CIA.
El 3 de noviembre, Salvador Allende se terció la banda presidencial y se inició uno de los procesos políticos que mayor esperanza despertaron en el siglo XX. Un periodo lleno de dificultades, también –obviamente- de errores de la Unidad Popular, pero en el que sobre todo brillan los inmensos logros del Gobierno presidido por Allende y del pueblo chileno: la nacionalización del cobre, la reforma agraria y la erradicación del latifundio, la creación del Área de Propiedad Social y la participación de los trabajadores, una política internacional no alineada y verdaderamente ejemplar, un proyecto cultural inigualado en la historia nacional (Quimantú, el Tren de la Cultura, el crecimiento y apertura a los obreros de la Universidad Técnica del Estado) y un programa de medidas sociales muy completo (con el medio litro de leche como expresión cotidiana de eso bello cartel creado por los artistas plásticos de la UP: “La felicidad de Chile empieza por sus niños”). Y sobre todo el desarrollo verdaderamente conmovedor de la conciencia revolucionaria del pueblo, su alegría y su permanente movilización en defensa del camino al socialismo “en democracia, pluralismo y libertad”.
Salvador Allende representa ante la humanidad aquel proyecto político, aquellos años inolvidables… incluso para quienes no los vivimos. Aquel tiempo de las cerezas, similar al cantado en la bella canción de la Comuna de París, un siglo antes.
Han transcurrido ya 40 años y Chile enfrenta grandes desafíos para conquistar una verdadera democracia. La huella dolorosa del cruento golpe de estado del 11 de septiembre de 1973 no desaparece de esta angosta y extensa franja encajada entre la cordillera andina y el imponente océano Pacífico. El reto es construir una nueva mayoría política nacional que aglutine a todas las fuerzas democráticas para superar el modelo neoliberal impuesto a sangre y fuego por la dictadura militar y avanzar hacia un país con más igualdad y justicia social. Una nueva Constitución, la renacionalización del cobre, la derogación de la legislación laboral pinochetista, el respeto al medio ambiente, el reconocimiento de los pueblos indígenas, el fin del lucro en la educación y la salud, una ley electoral justa… El horizonte democrático se ensancha hacia las Grandes Alamedas.
Y en este camino vivirá siempre la memoria de Salvador Allende. De aquel muchacho que conversaba y jugaba al ajedrez con el viejo Demarchi en su modesto taller de carpintería, del militante del Grupo Avance, del fundador del Partido Socialista, del médico con profunda vocación social, del masón orgulloso de sus antepasados, del diputado, ministro y senador, del candidato presidencial que unió a la izquierda y de aquel inmenso y hermoso movimiento popular que abrió con él las puertas de la Historia una noche constelada de septiembre de 1970.
Recordar a Allende exige ir más allá de la inmensa tragedia del 11 de septiembre de 1973 (y después), de su heroica muerte en La Moneda. Recordar a Allende es recorrer su apasionante trayectoria política y la historia de la izquierda chilena en el siglo XX. Recordar a Allende invita a pensar y recrear el socialismo en el siglo XXI.
- Mario Amorós, historiador y periodista, acaba de publicar, en Chile y España, Allende. La biografía (Ediciones B). http://www.edicionesb.com/catalogo/libro/allende-biografia_2844.HTML
- Entrevista en el diario Información de Alicante: http://www.diarioinformacion.com/cultura/2013/09/11/chile-da-lecciones-espana-saldar/1413853.html
sábado, 14 de septiembre de 2013
La Columna de Amy Goodman. Kerry, Kissinger y el otro 11 de septiembre
Amy Goodman y Denis Moynihan
Mientras la intervención militar del Presidente Barack Obama en Siria parece haberse postergado por el momento, llama la atención que el Secretario de Estado de Estados Unidos, John Kerry, se haya reunido el 11 de septiembre con uno de sus predecesores, Henry Kissinger, supuestamente para hablar de la estrategia de las próximas negociaciones sobre Siria con funcionarios rusos. La reunión entre Kerry y Kissinger y la oposición pública al ataque a Siria, que ambos apoyan, deberían mirarse a través del espejo de lo sucedido el 11 de septiembre, pero de 1973.
Aquel día, hace 40 años, el presidente democráticamente electo de Chile, Salvador Allende, fue derrocado violentamente mediante un golpe de Estado que contó con el apoyo de Estados Unidos. El General Augusto Pinochet asumió el control del país y dio inicio a diecisiete años de un régimen militar de terror, en el que más de 3.000 chilenos fueron asesinados y desaparecidos, alrededor del mismo número de personas que murieron el 11 de septiembre de 2001. Allende, que era socialista, contaba con mucho apoyo popular en su país, pero sus políticas eran el anatema de las élites de Chile y Estados Unidos, por lo que el entonces Presidente estadounidense, Richard Nixon, y su Secretario de Estado y asesor de seguridad nacional, Henry Kissinger, apoyaron el intento de derrocarlo.
El papel que desempeñó Kissinger en la planificación del golpe de Estado en Chile en 1973 queda más claro a medida que pasan los años y surgen nuevos documentos, que el propio Kissinger intentó mantener en secreto. Peter Kornbluh, de la organización sin fines de lucro National Security Archive (Archivo de Seguridad Nacional), ha revelado las pruebas durante años, y recientemente actualizó su libro “Pinochet: los archivos secretos”. Kornbluh me dijo que Kissinger “fue el principal responsable de idear la política para derrocar a Allende e incluso de apoyar a Pinochet y las violaciones de los derechos humanos que ocurrieron durante su régimen”. Afirmó que Kissinger “presionó a Nixon para que asumiera una política agresiva, pero encubierta, para lograr derrocar a Allende, desestabilizar su capacidad de gobernar y generar lo que Kissinger denominó 'un clima golpista'”. Más...
Mientras la intervención militar del Presidente Barack Obama en Siria parece haberse postergado por el momento, llama la atención que el Secretario de Estado de Estados Unidos, John Kerry, se haya reunido el 11 de septiembre con uno de sus predecesores, Henry Kissinger, supuestamente para hablar de la estrategia de las próximas negociaciones sobre Siria con funcionarios rusos. La reunión entre Kerry y Kissinger y la oposición pública al ataque a Siria, que ambos apoyan, deberían mirarse a través del espejo de lo sucedido el 11 de septiembre, pero de 1973.
Aquel día, hace 40 años, el presidente democráticamente electo de Chile, Salvador Allende, fue derrocado violentamente mediante un golpe de Estado que contó con el apoyo de Estados Unidos. El General Augusto Pinochet asumió el control del país y dio inicio a diecisiete años de un régimen militar de terror, en el que más de 3.000 chilenos fueron asesinados y desaparecidos, alrededor del mismo número de personas que murieron el 11 de septiembre de 2001. Allende, que era socialista, contaba con mucho apoyo popular en su país, pero sus políticas eran el anatema de las élites de Chile y Estados Unidos, por lo que el entonces Presidente estadounidense, Richard Nixon, y su Secretario de Estado y asesor de seguridad nacional, Henry Kissinger, apoyaron el intento de derrocarlo.
El papel que desempeñó Kissinger en la planificación del golpe de Estado en Chile en 1973 queda más claro a medida que pasan los años y surgen nuevos documentos, que el propio Kissinger intentó mantener en secreto. Peter Kornbluh, de la organización sin fines de lucro National Security Archive (Archivo de Seguridad Nacional), ha revelado las pruebas durante años, y recientemente actualizó su libro “Pinochet: los archivos secretos”. Kornbluh me dijo que Kissinger “fue el principal responsable de idear la política para derrocar a Allende e incluso de apoyar a Pinochet y las violaciones de los derechos humanos que ocurrieron durante su régimen”. Afirmó que Kissinger “presionó a Nixon para que asumiera una política agresiva, pero encubierta, para lograr derrocar a Allende, desestabilizar su capacidad de gobernar y generar lo que Kissinger denominó 'un clima golpista'”. Más...
miércoles, 11 de septiembre de 2013
Suscribirse a:
Entradas (Atom)