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domingo, 17 de marzo de 2024

Ikiru o Vivir (1952), de Akira Kurosawa. Los caños de la burocracia siguen desbordándose

Creemos nuestro deber realizar diversas cosas: educar a los hijos, acumular un patrimonio, escribir un libro, descubrir una ley científica, pero sólo hay una cosa que hacer: modelar nuestra vida, hacer de ella algo íntegro, racional, bueno.
Liev Tólstoi

Existen dos maneras de ser engañados. Una es creer lo que no es verdad. La otra es negarse a aceptar lo que sí es verdad.
Søren Kierkegaard

Lo peor de la peste no es que mata a los cuerpos, sino que desnuda las almas y este espectáculo suele ser horroroso.
Albert Camus

Desde la bóveda interdisciplinaria de La Fábrica de Sueños, del Cine-Club Al Filo del Tiempo, el primer ciclo, de dos, en tributo a Akira Kurosawa, continúa con Ikiru (1952) o Vivir, retitulado Condenado a vivir pues el protagonista se halla en una encrucijada entre la vida y la muerte. Filme que hace una honda crítica desde el Humanismo y el Existencialismo, sin caer en la trampa del ‘Humanismo misántropo de Alexander Payne’ (Nebraska,2013) (1). Igual, una reflexión sobre el tiempo, la burocracia, la morbilidad en general y el cáncer en particular, la lucha por las herencias, los límites entre vida y muerte. En fin, Vivir, suerte de opción ética, o Condenado a vivir, suerte de imperativo existencial, es la historia de un hombre en peligro, que es en lo que consiste el cine para Hitchcock, y uno de esos no tan frecuentes filmes que muestran un tejido tan sólido entre ética y estética, no el simple vivir sino el para qué vivir y cómo se siguen desbordando por doquier los caños de la burocracia…

Dicho esto, por la corrupción en las ciudades: en una de ellas, Tokio, vive un burócrata, igual que el juez que es referente literario, o el veterano funcionario en el Londres de los 50 del remake Living (2022), con guion de K. Ishiguro y A. K. y dirigido por Oliver Hermanus. Ese burócrata, Watanabe Kanji (W. K.), enfrenta el mismo lío que sus homólogos: se consume entre lo mecánico, la rutina y el vacío existencial. Además, siente que lleva 30 años en su trabajo y de pronto se queda sin piso: en tres palabras, no tiene vida. En el caso de Iván Ilich, personaje de la novela base del filme, se trata de un juez que va a morir, y muere a los 45, y de cara a esa experiencia final choca con la luz de la conciencia y, aunque tarde, descubre que todo lo sufrido no es nada al lado del simple hecho de vivir. En el caso de Williams, se habla del funcionario inglés que vive enterrado entre papeles mientras Londres se reconstruye al cabo de la II GM y gracias a una colega decide emular su vitalidad y cambiar a su entorno.

En la posguerra, W. K. oficia como jefe de la Sección de Ciudadanos del Ayuntamiento de Tokio, un cargo más propio de la ineptitud que, igual, de la burocracia, y cada día no hace otra cosa que naturalizar la desidia, validar el no hacer, legitimar lo innombrable, como si fuera el hecho más normal. Con cualquier disculpa, y entre más nimia mejor, despacha a los ciudadanos que pasan por su oficina. Oficina que, dicho sea de entrada, se halla inundada de papeles, una metáfora visual de algo muy concreto: los males de la burocracia. Lo que desde la etimología es el conjunto de los servidores públicos: que no son; o el ente cuyas normas fijan un orden racional para distribuir y gestionar los asuntos inherentes a su misión, y que tampoco se cumple porque por el camino, como se ve al final, se pervierten sus fines. Junto al cáncer, lo primero que asoma como problema es la lucha del hijo, Mitsuo, y su esposa, por quedarse con los bienes del padre y suegro: ellos no lo quieren, apenas lo instrumentalizan…

Y, cosa curiosa, la enfermedad y el desprecio, se convierten en los primeros detonantes del filme que incidirán en la vuelta de tuerca que, con respecto a su vida, desde la cercanía de la muerte, dará W. K. Así que, con todos los deberes implícitos, a él ya no le incumbe educar hijos o acumular dinero; mucho menos, escribir un libro o inventar algo científico. Ahora, sólo queda una cosa: vivir la vida, porque es muy corta y ya mañana será tarde para rehacerla. Eso implica la ardua tarea de hacer de la vida una obra de arte: íntegra, racional, buena, como pedía Tólstoi, inspirador de Ikiru, segundo filme de A. K. con repercusión internacional pues Rashomon (1950)fue el pionero. Ello trae consigo el asunto del tiempo: saber aprovecharlo. Lo que en griego es el Carpe Diem, factor común a otros y tantos escritores cuya influencia en A. K. es innegable: Dostoievski, Balzac, Gógol, Shakespeare, Tólstoi. Éste, en la época de El poder de las tinieblas (1886), escribió algo clave respecto a La muerte de Iván Ilich (2).

Allí, dice: “¿Y si en realidad toda mi vida, mi vida consciente, no ha sido como habría debido ser?” He ahí el punto de quiebre para el cambio de actitud, incluso radical, que asume W. K., quien al inicio se mueve como un vegetal, sin objetivos, cansado de una vida insulsa, pero en teoría ‘trabajando’ y con cáncer, aunque él aún no lo sepa. Otro hecho que marca su dolor e incertidumbre es el hecho de que Mitsuo sea operado del apéndice, no obstante que para él es ‘como quitar una muela’. Aquí ocurre uno de los primeros flashbacks del filme, cuando recuerda a su hijo jugando béisbol y el espectador de al lado le discute. La voz en off juega un papel crucial dentro del filme, también, primero con la presencia del propio W. K. y luego, ya en su ausencia, con los funcionarios del Ayuntamiento durante el velorio del hacedor del parque Kuroe-cho, un auténtico filántropo. Aquí surge el incidente con Mitsuo y la nuera; para W. K. morir no es tan fácil, aunque piensa en una muerte rápida, como le dice a Mefisto.

Sí, Mefistófeles, como el personaje del Fausto, de Goethe, o del Doktor Faustus, de Mann, obra ésta en la que se dice que: “Sin lo enfermizo la vida no sería completa” (3), a lo que podría añadirse que la inteligencia de alguien se pone a prueba cuando de lo adverso forja un derrotero. Así como Murakami, en El perro callejero (y no rabioso) o W. K. en Vivir hacen del miedo y de la presión burocrática, en su orden, un motivo de lucha, ética y dignidad por preservar los valores humanos y no los de la Bolsa ni los de su bolsillo. Prueba de ello, lo que en el epílogo se sabe que le deja a su hijo Mitsuo. Se reitera, como le dice al escritor de Pulp Fiction o novelas baratas que lo guiará cual Mefisto por el caos terrenal, para ir a beber, jugar con máquinas, ir tras las chicas: “Sólo estoy furioso conmigo mismo”. Es decir, W. K. no se oculta detrás de nadie para enfrentar su crisis, sino que al igual que Murakami y A. K. decide enfrentar a sus propios miedos, sin dañar a nadie, como no daña a la mujer auxiliar…

Es decir, Toyo Odagiri, la chica que piensa renunciar a ese trabajo monótono de la Sección Ciudadana, pero a la misma que W. K. le pide que lo haga al otro día para que en el actual lo acompañe en sus cuitas existenciales, en su angustia metafísica. A. K., entonces, atravesaba una crisis personal: su amigo y compositor musical Fumio Hayasaka murió por tuberculosis. Esto recuerda: “A veces pienso en mi muerte… y pienso cómo podré aguantar respirar hasta el último aliento. Viviendo una vida así, ¿cómo podré abandonarla? Siento que me queda mucho por hacer… ¡Siento que he vivido tan poco! Así, me quedo pensativo, pero no triste. De este sentimiento nació Vivir” (4). Por eso W. K. no logra, más que no quiera, despegarse de Toyo, quien por lo demás le ayuda con su vitalidad, juventud, humor y la gracia que tiene para apodar a sus colegas, entre ellos ‘La Momia’, como lo llama a aquél. Alias nada gratuito toda vez que él es, en realidad, un muerto viviente, pero, por contraste y fortuna, no un zombi.

Por la furia que lo habita, dice que bebe ese sake tan caro, como protesta contra la vida que ha llevado: “Es como beber veneno”. Y decide tirarse 50.000 yenes en una juerga pues ‘no sabe cómo [más] gastarlos’. Dinero que tardó años en ahorrar y con el que ahora se quieren quedar su hijo y su nuera. Al joven, Mefistófeles, como se presenta, W. K. lo ha hecho reflexionar, como luego hará el propio burócrata en su trance de la vida a la muerte. ‘La desgracia tiene su lado bueno’, dice el escritor joven, o ‘no hay mal que por bien no venga’ o ‘toda crisis implica un crecimiento’, podría inferirse. Así, el epitafio de Molière, en el que podría cambiarse su apellido por Kanji y actores por funcionarios, podría transferirse a W.K.: “Aquí yace Molière, el rey de los actores. En estos momentos hace de muerto y la verdad que lo hace bien”. La cosa (nada) graciosa es que W. K. en ese instante aún hace de vivo, así cargue con dos muertes: una, extraña y suerte de acertijo y, otra, el cáncer que le anuncian…

Mefisto, agrega: “El hombre descubre la verdad en su desgracia”, una postura filosófica de corte heideggeriano. Y cree que, en el caso de W. K., el cáncer le ha abierto los ojos a la vida. Piensa, además, que los hombres son tontos, porque sólo se dan cuenta de lo maravillosa que es la vida, cuando ya hay que enfrentarse a la muerte. Como los médicos ya no son sinceros, porque la mayoría depende de la Big Pharma (5), o le ha vendido su alma al diablo Sistema, W. K. logra descubrir, por su propia cuenta, que tiene cáncer terminal de estómago y que, máximo vivirá seis meses o un año más. Al enterarse de ello, entra en un mutismo angustiante y no revela a nadie su mal, apenas mucho más tarde lo hace con Toyo, la auxiliar que marca una serie de planos secuencia con W. K. para, de paso, ayudarlo en su goce pagano/pagando. Entonces, van a un salón de fiestas, se encierran en restaurantes sin notificarle a nadie e intentan compartir con jóvenes partidarios del placer sin freno, la alegría total y la vida plena.

Algunos seres humanos mueren sin saber qué es la vida, le recuerda a W. K. y anota que él es un buen hombre que se rebela contra esa inercia tanática: lo impresiona su espíritu de rebeldía. También, que ha llevado un camino de esclavo y ahora quiere gobernar su propia vida. E insiste en que el deber de todo hombre es disfrutar de ella, no padecerla a causa de factores burocráticos e insanos. ¿La fórmula para remediar el asunto?: “Los hombres debemos sentir lujuria por la vida. La lujuria se considera inmoral, pero esa es una filosofía anticuada”. Será un placer hacer hoy de Mefistófeles. Un Mefistófeles virtuoso que no exige recompensa, dice el escritor de ficción pulpa. Un perro negro, como el gato de Poe, les indica el camino a seguir. De nuevo, como en El perro callejero, los espacios claustrofóbicos, donde tan pronto entran salen disparados, de paso, por el consumismo y/o capitalismo. Como se percibe, ante todo, en la secuencia en que una prostituta despoja del sombrero al viejo W. K.

Es Cristo con una cruz a sus espaldas llamada cáncer, le dice Mefisto a la copera que los atiende en el bar. Allí, W. K. va a cantar La vida es corta, quizás porque ahora es consciente de llevar la muerte encima y porque ya sabe que ‘no habrá un mañana’. Y el PPP, con W. K. que llora es prueba palpable de ello, para luego derivar en un plano secuencia que desgarra tanto al protagonista como al espectador a fuerza de dicho Close Up pues se trata de un plano subjetivo de tinte psicológico que busca desentrañar los recovecos mentales del protagonista. ‘¡Qué corta es la vida! Sí, enamórate, antes de que se apague el fuego de tu corazón, ya que este tiempo no volverá jamás’. Así, por vía de la música, arte del tiempo, esa afirmación de suprema energía, energía pura, en la claridad del éter, de que habla Mann en el citado Doktor Faustus (6), o, si se prefiere, del melodrama, A. K. penetra en la mente de W. K. para que haga conciencia de que el tiempo que pierde como burócrata supera a la queja por corrupción.

Razón por la que, antes de morir, se fija con decisión dejarle un legado a la comunidad y, para ello, asume una postura radical: se rebela contra la inercia de esa burocracia que no dice lo que hay que decir, ni hace lo que hay que hacer. Tras una faena de Quijote, en la que enfrenta a todo tipo de sujetos, incluido un clan mafioso, obtiene la aprobación del proyecto que transforma una zona inhóspita/insalubre de aguas residuales (7) en el parque Kuroe-cho, donde los niños puedan jugar, y lo hacen, sin peligros de ningún tipo. Tras la inauguración del espacio vital/lúdico, W. K. va allí, se sienta en un columpio, canta su canción de tributo a la vejez y, por último, da una lección involuntaria a quienes lo desprecian o pudieran hacerlo: entonces, queda cerca de los únicos seres humanos que lo aprecian sin hipocresía, lo quieren de verdad, y no viven del chisme ni de la calumnia: esos locos bajitos, los niños, los únicos bichos que no siempre dicen la verdad, pero sí más frecuentemente que los adultos.

Viene el encuentro con la chica que renuncia a esa oficina donde no hay nada nuevo y W. K. lleva tres décadas de burócrata, sin apenas notarlo. El Sr. Sakai aclara todo lo que pasó con W. K.: ‘El Sr. Sakai habla mucho, pero está vacío por dentro’, anota Toyo mientras lleva a casa al amigo que se fija en sus medias y decide comprarle unas en ‘una mercería de artículos’ de Occidente. Lo que, en otras palabras, habla del gusto de A. K. por el mundo occidental. Así, enseguida van a las máquinas, a patinaje, al parque mecánico, en fin, al cine. Hay que aclarar que el motivo por el que W. K. se convirtió en una momia, el apodo que le puso Toyo, fue todo por el bien de su hijo. La secuencia en la que W. K., Mitsuo y su nuera, los tres, se aburren tanto, parece decir: lo único que falta es el celular… para que se aburran más. Quizá por eso, Mitsuo comenta que ‘este es el invierno más cálido desde hace 30 años’, oxímoron que al paso parece hablar del invierno del descontento más infernal vivido por el gran W. K.

‘Me queda poco tiempo de vida. Tengo cáncer de estómago’. Ese es el motivo por el cual a W. K. le gusta estar con Toyo, aunque no se haya atrevido antes a decírselo. Me queda menos de un año de vida, le dice a la chica. Y ella le pregunta, ‘¿en qué le ayudo yo?’ ‘Se me alegra el corazón de sólo mirarla. Este corazón de momia’, le dice, con humor fantasma, W. K. Y le dice que es muy buena con él, y no porque sea joven ni sana. No, tampoco es por eso. ‘¿Cómo tiene tanta vitalidad?’ Su vitalidad lo asombra. Lo llena de envidia. ‘Me gustaría vivir como Ud., durante un día antes de morirme’. En otras palabras, quiere hacer algo, pero no sabe qué. ‘Sólo Ud. puede enseñarme. No, quizá no sepa, pero…’ ‘Es que no sé’, responde Toyo con angustia. W. K. le pide que le ayude a vivir como ella lo hace. Pero, Toyo no sabe, de verdad. ‘Yo sólo como y trabajo, sólo eso, de veras’. Sólo hace juguetes, como el conejo que saca de la bolsa. Pero se divierte, es como si todos los niños de Japón fueran sus amigos.

Y le dice a W. K. que por qué no hace algo parecido. ‘¿Qué puedo hacer en la oficina?’ Ella asiente que allí es imposible. Toyo insiste en que deje el empleo y busque otro. Pero, W. K. observa que ya es demasiado tarde. De pronto, la vuelta de tuerca definitiva, basada en la voluntad de poder y en el poder de la voluntad: “No, no es tarde. No es imposible. Podré hacer algo allí si estoy realmente decidido a hacerlo”. Y reitera: “Podré hacer algo”. Su jubilación es cuestión de tiempo, comenta uno de los empleados a otro. W. K. regresa a su oficina, coge un cartapacio de pliegos y escoge uno de ellos. El volumen de documentos en el espacio es abrumador: una radiografía de la burocracia. O esa clase de parásitos que retarda el progreso de un país, por no identificar los males ni dar soluciones al estar presionada por los intereses de la clase política y no, como debiera ser, porque ella desista de su fin perverso. W. K. le pide al Sr. Ohno encargarse de hacer la petición para reclamar un área de drenaje…

Gestión a cargo de la Asociación Femenina de Kuroe-cho, lo cual evidencia de paso el papel de la mujer en la gestión, organización e impulso vital para producir cambios en la sociedad, que por lo general se ignora, si no se silencia por completo. Por último, aclara que esa petición se trasladará, como es usual a la Sección de Obras Públicas, así no sea lo más sensato porque es la entidad que más ralentiza las obras públicas. El narrador recuerda que han pasado cinco meses y que el protagonista de esta historia, W. K., murió. Cada burócrata sienta su opinión: ‘El mérito de hacer el parque recae sobre la Sección de Parques y el concejal de zona, junto con sus propios esfuerzos, pero ¿no fue un trabajo del Sr. W. K., en realidad?’ ‘El Sr. W. K. era el Jefe de la Sección de Ciudadanos, pero esto era competencia de la Sección de Parques’, lo cual ya entraña ninguneo de quien por su propio esfuerzo debe llevarse los méritos. Otros consideran que su muerte silenciosa fue una protesta contra el gobierno de la capital nipona.

Las conjeturas y la mala ironía, o leche, de los colegas en el Ayuntamiento no dan espera: ‘¿Quiere decir que el Sr. W. K. se suicidó en el Parque? ¿O que se dejó morir de frío?’ ‘Así es, más o menos’, responde un empleado. ‘Bueno, anoche nevaba’, señala el alcalde. ‘Esas cosas suelen ocurrir en las obras de teatro’, dice alguien y todos ríen. Olvidan, claro, que la farsa burocrática que ellos mismos encarnan, sólo provoca tristeza y por eso nadie puede reír. Por fin, un aporte sensato: ‘No obstante, la causa de su muerte ha quedado clara tras conocer el resultado de la autopsia [se decía antes: hoy es necropsia]. No se suicidó, naturalmente. Tampoco se murió de frío. Padecía cáncer de estómago’. ‘¿Un cáncer?’ ‘Sí, y una hemorragia interna le causó la muerte’. La obviedad, tampoco falta: ‘Falleció de repente, cuando menos se lo esperaba’. Un tergiversador como el alcalde, señala una verdad relativa a los medios prepagos: ‘¡Cómo tergiversan los hechos los periodistas!’ Y cree que ya es algo muy habitual.

Alguien cita la incomprensión respecto a los problemas municipales como impasse, que no se conoce la organización de secciones y pone un ejemplo: la gente cree que el Parque lo construyó el Sr. W. K., pero ‘no es así’. Y añade que puede parecer grosero decir esto ante sus hijos y familia, pero ‘me atrevo a decir que tampoco era el propósito del Sr. W. K.’. Aun así, resalta su esfuerzo y perseverancia para terminar el Parque: ‘No obstante, [siempre un pero] el trabajo era competencia del Jefe de la Sección de Ciudadanos’. En suma, decir que W. K. construyó el Parque ‘sería una tontería’ porque [y concluye] ‘se estaría extralimitando en sus funciones. Estoy seguro de que el difunto estará riéndose amargamente’. Los únicos que se permiten extralimitar en sus funciones son aquellos a los que se les da un gramo de poder y en poco tiempo se revelan como los miserables que siempre fueron: porque el que es honesto, decente e íntegro, lo es; en cambio, el impostor a los 15 min. ya ha pelado el cobre.

En ese largo plano secuencia, el mal cinismo (no el de los cínicos griegos, que era bioético y por eso los políticos de la época lo desvirtuaron hasta convertirlo en el mal ejemplo de hoy) no tiene límites; tampoco el fracaso no confeso de la burocracia: ‘Sin embargo, la idea de extralimitarse en sus funciones tampoco estaría tan mal. Fueron obras realizadas con rapidez y sin precedentes que asombraron a la sociedad, así que tal vez esos servicios los dirigiría mejor otra persona’: el jefe de la Sección de Parques o bien su superior el jefe de la Sección de Obras Públicas. Otro sujeto, pasa a besarle de paso el culo al alcalde: “Tiene razón, pero mi opinión es ésta: el Jefe de Parques y yo avanzamos el trabajo en el plano administrativo, lo cual es nuestra competencia, pero cuando pensamos en el esfuerzo que Ud. [el alcalde] realizó para controlar al Consejo en el momento más delicado, para llevar a buen fin la construcción del parque, creemos que los méritos deberían recaer en Ud.”, cierra el lambón.

El alcalde, en su falsa modestia, replica: ‘Eso no puede ser’. Las mujeres de Kuroe-cho entran a la sala de velación y en el acto se percibe el choque de posturas, la honestidad y el dolor por la partida de W. K. Ellas, compungidas, le traen incienso y lo celebran en su ausencia: ‘Era un buen hombre’, dice una de las lideresas. Noguchi, un empleado, llora y dice que fue W. K. quien hizo el parque, cosa que el 1er Tte. de alcalde lo sabe. Otro dice que fue la Sección de Parques la que planeó/ejecutó todo. En todo caso, agrega uno más, ningún funcionario del Ayuntamiento debe pensar que el jefe de la Sección de Ciudadanos puede construir un parque. ‘Ni el accidente [por caída], ni el cáncer de estómago pudieron frenar su peregrinaje por todas las secciones. Él fue el verdadero creador del parque’, reitera Noguchi, el llorón. El futuro jefe, en reemplazo de W. K., Sr. Ohno, expele su veneno: ‘Bueno, lo que también es cierto es que W. K. fue un estorbo para la gente que quiso poner allí una taberna’.

En el puente, junto a otro funcionario, W. K. dice que lleva 30 años sin admirar una puesta de sol, pero ya no le queda tiempo para eso. Otro, cree que la enfermedad lo trastornó; sabía que no le quedaba mucho tiempo de vida y eso lo explica todo. ‘Sí, ese es el caso, puedo entender su extraña conducta’. Ya con tragos en la cabeza, y dado que los borrachos y los niños (a veces, no siempre) dicen la verdad, uno del Ayuntamiento dice una verdad de a puño: ‘Comparados con el Sr. W. K. ¡somos basura humana! ¡Y ustedes, igual! ‘Sí, ¡sólo somos basura!, reitera Ohno, el ya montado en el Poder por (des)manes de la burocracia, ignorancia del pueblo sobre su labor e indigno fingir. ‘En la administración no puedes hacer nada. Si se te ocurre alguna cosa, te tildan de radical. Lo único que puedes hacer es fingir que haces algo’. ‘Es cierto, en Asuntos Generales ocurre lo mismo’. En algunos distritos, sólo para vaciar un contenedor hace falta tal cantidad de papeles, que volvería a llenarse con ellos.

Una imagen que retrotrae al inicio del filme: ‘Sí, y también muchos sellos’. La burocracia es una actividad muy parecida a la de los ‘gestores’ que dicen ‘hacer cultura’ por un país y se llevan en sus cachos a los autores, de los cuales viven de por vida. Y W. K. muere de por vida en su cargo, para todos es una carga, pero muy pocos son capaces de reconocer su valía: la del ser humano, al servi(l)cio del Estado, que de pronto despierta para ponerse al servicio de la gente. En tal sentido, escasos burócratas del planeta terminan por rendir cuentas al ciudadano, optan por la farsa, el teatro del engaño, el facilismo, y prefieren fingir. La mayoría huye al cabo, como el criminal, sin que nadie lo persiga. Como en Colombia el flamante MinHacienda, que se fue del país luego de quitarle a la gente la mesada 14, robarse los bonos de agua, dejar a 117 municipios (8) en una ilegal/ley seca. Mientras, en el Tokio de posguerra, los caños de la burocracia siguen desbordándose, en frente de todos, sin que nadie lo advierta.

Ikiru o Vivir o, peor, Condenado a vivir, por quien sin entrar en la muerte ya está en ella, pero, de pronto, da un giro radical y vive su último año de vida mucho mejor que los 30 en que mató el tiempo con la complicidad tácita del statu quo, obliga a detenerse en esa rama tan compleja como enrarecida de la burocracia y de la corrupción. Así, no debe sorprender a nadie cuando un funcionario del Ayuntamiento reconoce sin rodeos: “La gente se queja de la corrupción [qué no dice la de Colombia, al lado de la de Japón] en la ciudad [y en ambos países], pero no es nada si se compara con nuestra terrible pérdida de tiempo”. Cabe citar tres novelas criollas que dicen de esos burócratas lo que hay que decir, y hacen con la narrativa lo que hay que hacer: la primera, muy elocuente desde el título, Hombres sin presente: novela de empleados públicos (1938), de José A. Osorio L. (9); la segunda, la obra mayor de la literatura nacional, Celia se pudre (1986) (10), de Rojas Herazo y que disculpen los gabófilos.

La historia de la abuela del propio autor sobre la morbidez, la ruina, la vejez, en fin, la fuerza telúrica que encarna el aliento de la palabra frente al desamparo y al patetismo humanos, apelando de paso a la inocencia para que el hombre sea defendido por ella y así pueda postergar su inexorable destrucción. La tercera, muestra la débil voz de esa ‘máquina no pensante’, el ejército, siempre listo a hincarse mientras le laman la bota y le llenen el bolsillo. Se habla de Esteban Gamborena (1997), de Arturo Echeverri Mejía (11).Entonces, Londrano señala: “Su débil voz si acaso preguntará: ¿El gobierno es legítimo? Sí, por haber sido elegido por el pueblo (sean cuales fueren los métodos empleados en las elecciones). Él se traga todo. Le conviene por autodefensa burocrática. Luego vienen los cambios…” Que hoy hacen Petro y el PH, mientras llega la noticia de la muerte de Piedad Córdoba, La Negra, (12) a quien hoy los carroñeros/hachepés, o jotapés uribestias, persiguen como a aquél, sin lástima ni tregua.

Como se persigue, aunque sin tanta saña, a W. K. por privar a la mafia de convertir un lugar malsano en otro peor, taberna o burdel, para dejar atrás el estigma de la morbilidad y de la muerte, en ese Tokio de posguerra, y rescatarlo para la vida y por el bienestar de los niños, sobre todo. Y como la vida está llena de ironía, en un mundo donde la autoridad ha sido creada no para salvaguardar al pueblo, sino para defender al poderoso, un policía, léase bien, sale en defensa del fallecido W. K.: “A decir verdad, me lo encontré anoche en el nuevo parque mientras hacía la ronda. Serían las diez. No, casi las once [aquí me acordé de Sabina]. Se columpiaba bajo la nieve. Pensé que era un borracho. Una negligencia de mi parte. Si lo hubiese tratado según mi primera impresión, nada de esto habría pasado. ¡Cuánto lo siento! Pero, parecía tan feliz… ¿Cómo podría describirlo? Cantaba con melancolía. En un tono de voz que, extrañamente, me llegaba al fondo del corazón”. Todo, con un singular tono poético.

Como en Una lección de inocencia, de HRH., una mirada holística sobre lo elemental a partir de una silla, en el cuarto de Van Gogh en Arlés (13), para hacer una honda síntesis sobre el despojado hombre feliz, en reposo absoluto, no triste por ostentoso, carente quizás de cosas, pero preñado de emociones, alegría, goce, que puede comprender, al final de su vida, que quien no se conforma con poco, no se conforma con nada: como W. K. Allí, en tal sentido, estaba todo, RH dixit: la esperanza, en las flores que se abren; la desesperanza, en las puertas que se cierran; el dolor y la derrota, en los días de llanto; el triunfo y el éxito, en los de oro; la evolución eterna y la paz/reposo, en los ramajes y las palomas; el amor y la promesa y la promesa del amor, en el niño que mira a los amantes [o juega en el parque]; el fin inexorable, en la muerte de cada hombre que a la vez es la inefable metáfora de que junto al ritmo de muerte marcha el ritmo de vida. W. K. es eso y más así no lo sepa o se haga el tonto por listo.

Ahora, el poema 
Una lección de inocencia: 

“Van Gogh pintó una vez / 
el retrato del mundo. / 
Allí estaba todo: las flores que se abren / 
y las puertas que se cierran, / 
los días del llanto / 
y los días de oro / 
los senderos y los sueños, / 
los ramajes y las palomas. / 
También un niño / 
mirando dos amantes / 
y también la hora del nacimiento / 
y la muerte de cada hombre. / 
Para pintar ese retrato, Van Gogh/ 
no tuvo sino que pintar una silla” (14). 

El título proviene del libro homónimo que, a la vez, usa como epígrafe al citar el fragmento final: “Entonces conoció la alegría de no ser inocente. / 
Y se apiadó de Dios y lo hospedó en sus úlceras sin cielo”. 

W. K. es alegre, a su manera, pero no inocente e hizo que los mafiosos se apiadaran de él. Para ello fue blando contra los duros de la mafia, la burocracia, el statu quo. ‘Todo lo que representa un triunfo de los sentidos sobre la muerte es poético’, HRH dixit (15). Esa es la vida/obra de W. K.: poética y él mismo es poético. Aunque tarde, recuerda algo crucial…

En efecto, recuerda que quien no vive para servir, no sirve para vivir. Eso también es poético, pero, por encima de todo, práctico. Lo que nos lleva a pasar, por la dialéctica, de lo práctico a lo inviable e improcedente. Como es el actuar, si no es apenas un decir que nunca pasa al hacer, de los funcionarios del Ayuntamiento. Pero, antes se recuerda a W. K. cuando canta en el parque su tonada sobre la vejez: ‘¡Qué corta es la vida! ¡Enamórate, querida doncella! Mientras tus labios sean rojos y antes de que tu pasión se enfríe. Porque no habrá un mañana’. Mitsuo sale de la relación con el sombrero, sucio, del padre y, aparte, le cuenta a la esposa: ‘Anoche encontré una bolsa con mi nombre en las escaleras, en ella estaban la libreta del banco, su sello y su cartilla de jubilación’. Y su esposa le dice: ‘Entonces, tu padre, antes de ir al parque… ‘Mi padre fue cruel. Si tenía cáncer, ¿por qué no nos lo dijo? Y el tío siembra la cizaña por vía de la confusión: ‘Oye, la amante de W. K. no ha venido. Quizás no lo era…’

En conclusión, Ikiru es una mixtura casi perfecta, entre forma y contenido, teoría y práctica, vida y muerte, por citar sólo unos tópicos. Desde la forma, está la voz en off, retomada del cine negro gringo: su inventor es John Huston (16) con El halcón maltés, antes de que surjan en Francia J. Vigo, J. Renoir, M. Carné (Realismo poético) y J. Duvivier, J. Tourneur, J.-P. Melville (Film noir); el uso reiterado del plano secuencia y la cámara estática, baja a veces, como en Y. Ozu; b/n, con PPP que destacan la psicología de los personajes; los espacios claustrofóbicos; en fin, todo tipo de cortinas, fundidos encadenados. Desde el contenido, una obra que reflexiona sobre humanismo y existencialismo, con un tratamiento impecable del ser que aún en vida parece hablar desde la muerte, peor dicho, que ya es un muerto, el mismo que recuerda, sin querer, a HRH: “Somos esto, sepamos, somos esto, / esto terrible y encendido y cierto:/ algo que tiene que vivir y vive/ por siempre sollozando, pero vivo”. (17)

Desde la teoría, Vivir es un filme habitado por angustia, incertidumbre, extravío: la vida de un hombre próximo a la muerte, que lleva atado a su empleo 30 años por lo líquido/mecánico de su oficio. Desde la práctica, W. K. es un ser que cree aún posible hacer algo para mejorar su entorno, de modo radical, aunque sepa que carga dos muertes dentro de una vida mediocre, sujeta a los demás, dependiente del Ayuntamiento y no de su voluntad ni vitalidad, la que le trasvasa Toyo. Por último, W. K. es un inmortal, responsable de sí mismo y frente a los Otros; sujeto histórico facilitador de su propio destino; artista por hombre/sujeto integrales que sintetizan una visión poética de la vida entre luz y tinieblas, noche y día, cielo e infierno; así como una mirada caótica del mundo con abismos y demonios y, por contraste, lucidez y razones existenciales que hacen posible/probable el encuentro consigo mismo y con el Otro por vía de esa suerte de cuarta dimensión y de único tribunal incorruptible que es la memoria.

Memoria de la que el ser humano no es su más virtuoso/lúcido dueño, sino su más involuntario e inconsciente esclavo. Como esclavos son, aunque a conciencia y voluntad, los otros funcionarios del Ayuntamiento. Ellos, en coro, deciden que en adelante van a trabajar duro, con el mismo espíritu que tenía W. K. No permitirán que su muerte haya sido en vano; trabajarán por el bien de los ciudadanos, sin olvidar la emoción del momento. Bueno, no se olvide que todos hablan desde el alcohol. Habrá que esperar a ver si sus nobles intenciones se transforman en hechos concretos. Alguien le dice al jefe Ohno que se han desbordado las alcantarillas de Kizaki, igual que los caños de la burocracia lo siguen haciendo. Ellos, en el fondo, están engañados: creen lo que no es verdad y se niegan a aceptar lo que sí. A la vez, saben que la peor de las pestes no es la corrupción sino el tiempo que c/u ha matado y así el espectáculo de sus almas desnudas por el alcohol no sólo es horroroso, sino francamente letal.

Lo dicho: A la Sección de Obras Públicas, responde el nuevo jefe de la Sección de Ciudadanos. Frente al dejar pasar o dejar hacer a otros, como piensa la burocracia, difícil, muy difícil, será que los funcionarios lleven a cabo todo lo que, en medio del alcohol, tanto han prometido. ‘A la sección de Obras Públicas, ventanilla 8’, manda uno de los funcionarios que tanto prometió el cambio en sus actitudes, las de c/u de los borrachos que dijeron adiós, con todo el sake posible, a W. K. El llorón, se para indignado, pero frente al volumen de expedientes y a su metafórico sentido, de a poco vuelve a sentarse y así los trámites seguirán su curso normal, o, el de siempre: el de la tardanza, la irrealización, la frustración ciudadana. Los millones de folios inundan la pantalla, en un PG que se traduce en resignación de cara a la desidia del statu quo y a sus eternas promesas de cambio. Sin embargo, y por contraste con tanta anomalía de la burocracia, los niños juegan con placer en el parque gracias al Sr. W. K.

A Santiago, quien sabe de dolores y por eso está vivo y de dolores ajenos y por eso es un ser humano.

Notas, enlaces y bibliografía:

(1) https://letraslibres.com/cine-tv/ernesto-diezmartinez-los-que-se-quedan-holdovers-alexander-payne/?fbclid=IwAR2iwlBUYlqyaknWRONicxyBfWNXJd6dd93mDSnl5sD3BJQJYVVr29LP-ps

(2) TÓLSTOI, Leon. La muerte de Iván Ilich. Bruguera, Barcelona, 1983, 187 pp.

(3) MANN, Thomas. Doktor Faustus. Obras maestras del siglo XX, Seix Barral / Oveja Negra, Edit. Bedout, 1985, dos tomos, I Tomo, 270 pp.: 245.

(4) http://www.sumandohistorias.com/a-fondo/vivir-kurosawa/?print=true

https://www.nippon.com/es/japan-topics/b07225/

(5) https://rebelion.org/tres-breves-textos-para-combatir-al-imperialismo-hegemonico/

(6) Íbidem, Nota 3, 1985, 270 pp.: 85.

(7) Lo mismo que ocurre por vía de la historia de Matsunaga en El ángel ebrio.

(8) https://www.elcolombiano.com/colombia/bonos-de-agua-del-ministro-carrasquilla-municipios-y-departamentos-KY9302738

(9) https://rebelion.org/la-sociedad-de-control-en-los-dias-del-odio/

(10) ROJAS HERAZO, Héctor. Celia se pudre. Ministerio de Cultura – 1998, Bogotá, 1002 pp.

(11) ECHEVERRI MEJÍA, Arturo. Esteban Gamborena. U. de Antioquia, Medellín, 1997, 367 pp.: 168. Obra publicada de forma póstuma e inicialmente escrita en los años 50 del siglo XX.

(12) https://www.youtube.com/watch?v=F9aI7_u9Fz0

(13) https://es.wikipedia.org/wiki/El_dormitorio_en_Arl%C3%A9s

(14) ROJAS HERAZO, Héctor. Las úlceras de Adán, Norma, Bogotá, 1995, 80 pp.: 70.

(15) https://www.elespectador.com/el-magazin-cultural/hector-rojas-herazo-centenario-de-un-autor-mayorun-creador-singular/

(16) https://elcomercio.pe/luces/cine/ocho-decadas-de-cine-negro-un-repaso-a-su-historia-y-la-vigencia-de-este-estilo-el-halcon-maltes-john-huston-noticia/

(17) Íbidem. Poema titulado Creatura encendida, en Desde la luz preguntan por nosotros (1956), de HRH.

FICHA TÉCNICA: Título original: Ikiru. En español: Vivir o Condenado a vivir. País: Japón. Año: 1952. Dir.: Akira Kurosawa. Prod.: Sojiro Motoki. Guion: A. K. / Shinobu Hashimoto / Hideo Oguni. Filme basado en La muerte de Iván Ilich (1886), de Liev Tólstoi. Gén.: Drama / Histórico. For.: 35 mm; b/n; 143 min. Mús.: Fumio Hayasaka. Fot.: Asakazu Nakai. Mon.: Kōichi Iwashita. Int.: Watanabe Kanji (Takashi Kimura); Kimura (Shinichi Himori); Sakai (Haruo Tanaka); Noguchi (Minoru Chiaki); Ohara (Bokuzen Hidari); Toyo Odagiri, empleada (Miki Odagiri); Ōno, Jefe de Subsección (Kamatari Fujiwara); Tte. de alcalde (Nobuo Nakamura); Subordinado Saito (Minosuke Yamada); Kiichi Watanabe, hermano de Kanji (Makoto Kobori); Mitsuo Watanabe, hijo de Kanji (Nobuo Kaneko). Prod.: Tōhō. Dist.: Tōhō. Estreno: 9 octubre 1952.

domingo, 5 de marzo de 2023

Un vínculo de gratitud y ternura

Acabo de leer un pequeño libro titulado “Cartas a mi maestro”. Se editó en España el último mes del año 2022. El libro recoge toda la correspondencia conocida entre Albert Camus y su maestro el señor Louis Germain. Incluye también el capítulo “La escuela” perteneciente a su novela inconclusa “El primer hombre”.

Camus, nacido en la Argelia francesa en 1913, murió trágicamente en Francia a causa de un accidente automovilístico. Tenía 46 años. Portador de un humanismo sin trampa ni cartón, creyó en el poder de la verdad. Razonó con el corazón pero no por ello dejo de cultivar una conciencia exigente. Rechazando todos los dogmas defendió la inocencia del hombre, la dignidad humana y un mundo solidario.

El día 16 de octubre de 1957, la Academia sueca anuncia la concesión del Premio Nobel de Literatura a Albert Camus por su obra “que ilumina con una seriedad penetrante los problemas planteados en nuestro tiempo a las conciencias humanas”. Es conocida la carta que le envía el escritor a su maestro después de recibir el importante galardón. El libro recoge esta maravillosa carta. Por si alguien no la conoce, la voy a reproducir íntegramente.

“Querido señor Germain: Esperé que se apagara un poco el ruido que ha rodeado todos estos días antes de hablarle de todo corazón. He recibido un honor demasiado grande, que no he buscado ni pedido. Pero, cuando supe la noticia, pensé primero en mi madre y después en usted. Sin usted, sin la mano afectuosa que tendió al niño pobre que yo era, sin su esperanza y ejemplo, no hubiese sucedido nada de todo esto.

No es que conceda demasiada importancia a un honor de este tipo. Pero ofrece por lo menos la oportunidad de decirle lo que usted ha sido y sigue siendo para mí, y de corroborarle que sus esfuerzos, su trabajo y el corazón generosos que usted puso en ello continúan siempre vivos en uno de sus pequeños escolares que, pese a los años, no ha dejado de ser su alumno agradecido. Le abrazo con todas mis fuerzas”. La carta está fechada el 19 de noviembre de 1957.

Unos días después, desde Argel, Louis Germain contesta a su antiguo alumno en una larga carta de cinco folios. Reproduzco algunos párrafos:

“Mi querido pequeño (es la expresión que utiliza en todas sus misivas): He recibido tu carta esta mañana y te aseguro que no la esperaba. Me consta que estás tan ocupado que no pensaba que pudieras sacar tiempo, sobre todo en los días que acabas de vivir, para escribirme, abrirme tan plenamente tu corazón y expresarme sentimientos de los que jamás he dudado.

Hemos vivido algunas angustias acerca de ti cuando la prensa anunció, en primer lugar, que se hablaba de concederte el Premio Nobel, pero que la presencia de otros candidatos hacía prever una lucha cuyo resultado era incierto. Que, por otra parte, uno de los candidatos (se refiere a Andre Malraux), que en una entrevista decías admirar, había buscado apoyos en América donde había escrito (yo digo, intrigado) para granjearse el apoyo a su candidatura… Finalmente quedamos aliviados: tú habías ganado limpiamente.

Tu carta nos ha conmovido profundamente, mi querido pequeño. Revela sentimientos que honran un alma humana. Mi emoción ha sido tanto mayor porque mis propios hijos jamás me han manifestado tanto cariño…

Más suerte he tenido en general con mis alumnos. Son numerosos los que me encuentro por la vida y me dicen haber conservado un buen recuerdo de mí, a pesar de mi severidad cuando era menester. La razón es muy sencilla: yo amaba a mis alumnos y, entre ellos, un poco más a los más desfavorecidos por la vida…”.

Louis Germain lo explica con meridiana claridad. La causa de esa respuesta agradecida de los alumnos es el amor que su maestro les profesa. Nunca falla. Especialmente con los más desfavorecidos.

La primera carta es de Louis Gemain y está fechada en París el 15 de octubre de 1945. “Mi querido pequeño: Me resulta fácil imaginar que mi carta te sorprenderá. Debes de preguntarte quién puede escribirte de esta forma y permitirse estas confianzas. Se trata de alguien que te quiere mucho y por quien estoy convencido de que tú también tienes afecto. ¿A que nunca adivinarías que soy el señor Germain, de Argel, tu antiguo maestro?…”.

En algunas cartas se hace referencia a otras que no se han encontrado. Existieron, puesto que se hace explícita referencia a ellas. El editor confiesa que algunas cartas no se han podido localizar.

En una carta escrita por Camus en 1947 le dice a su maestro: “Mi madre, que no sabe escribir, me encarga que le presente sus disculpas por no haberle dado las gracias al recibir sus hermosas flores. En el torbellino de sus preparativos (era un gran día para ella) creyó que esas flores se las había enviado yo”.

Increíble realidad: la madre de un premio Nobel de Literatura era analfabeta. Y Albert se lo cuenta con toda sinceridad y claridad a su maestro. La relación epistolar, como puede verse, va más allá de lo relacionado con la dimensión académica.

La correspondencia, inédita en su mayor parte, abarca un período de catorce años: de 1945 a 1959. Siete del maestro a su discípulo y trece del discípulo al profesor. La extensión de la mayoría de las cartas es corta. No todas las cartas abordan temas sublimes. Hay muchas cuestiones entrañablemente pedestres. En una carta le habla Louis a Albert de un curioso objeto: “tengo aquí un baúl sólido, de madera, cuyas dimensiones aproximadas son 0,37 x 0,40 x 0,80, herrajes hechos a mano, simples pero sólidos, Lo había pedido para la guerra. Y no lo necesito y no quiero volver a llevármelo a Argel. ¿Venderlo? No me interesa. Tal vez te resulte útil para guardar las ropitas de tus pequeños. Si te viene bien, te lo regalo”. Los pequeños son Catherine y Jean, los dos niños gemelos de Camus que en ese momento tenían menos de dos meses de edad.

En una carta enviada por Camus el 12 de febrero de 1950 le dice a su maestro con fina ironía: “A este respecto el alumno se permitirá reprocharle una frase a su buen maestro. Aquella en la que me dice que tengo otras cosas mejores que hacer que leer sus cartas. No tengo ni tendré jamás cosas mejores que hacer que leer lar cartas de aquel a quien le debo ser lo que soy, y a quien amo y respeto como al padre que no he conocido…”.

La relación de maestro y discípulo se amplía a las familias de ambos. Se cuentan las novedades (Camus padeció durante un tiempo la enfermedad de la tuberculosis y de su evolución va dando cuenta en las cartas), se intercambian saludos y se envían emotivos recuerdos.

En la última carta escrita por Camus, fechada el 20 de octubre de 1959, le dice a su maestro: “Debe de haber recibido ya el paquete de libros que me había pedido. Le devuelvo al mismo tiempo su giro. Para mí es un placer que me encargue libros y no quiero que los pague. Sabe muy bien que jamás podré reconocer lo que yo le debo. Vivo con esa deuda, contento de saberla inagotable, y más contento todavía cuando puedo tener algún detalle con usted”.

El género epistolar era muy socorrido en las relaciones de alumnos y profesores. Conservo con afecto la carta que dirigí a mis alumnos universitarios el primer año de docencia en la Complutense. Y conservo también las contestaciones de quienes decidieron responderme. Una de ellas. la carta del padre de una de mis alumnas, un eminente pedagogo llamado, ya fallecido. Carta que le he podido entregar a su hija, actualmente profesora de la Facultad de Educación de Alcalá de Henares. Quizá me ocupe algún día de esa carta y de las respuestas que suscitó.

Hoy ha desaparecido prácticamente el género epistolar como tradicionalmente era concebido. No se envían largas cartas por correo, escritas casi siempre a mano. Hoy existen formas de comunicación más rápidas y, habitualmente, mucho más cortas. Lo importante es crear y fortalecer esa relación de gratitud y afecto que nace de un compromiso intenso con el quehacer educativo y de una generosa y emocionada respuesta de quien ha recibido, a la vez, conocimientos y afecto. Porque en eso consiste la educación.

Miguel Ángel Santos Guerra,

viernes, 6 de julio de 2018

Crear dos, tres, muchos Brexit! Cuando una cumbre fracasa y se alejan los resultados, aumentan los ciudadanos desafectos con la UE

Primero se dice que la cumbre de la Unión Europea (UE) es histórica, por los asuntos que tiene que resolver y por el tiempo en que llega; cuando esa reunión fracasa no ocurre nada, siguen los mismos mandatarios comunitarios, su único aspecto retórico positivo suele ser que no se ha roto nada, sino que ha aparecido otro alambicado consenso para dar otra patada hacia adelante. Todo sigue igual excepto que un número indeterminado de ciudadanos europeos, cada vez mayor, se separa de esa lógica y deja de votar o vota a fuerzas eurofóbicas. Después de la que se ha celebrado la pasada semana en Bruselas, en la casi absoluta inanidad por la total división entre los países (migraciones, reforma del euro, Brexit, proteccionismo económico) ahora se ponen los ojos en la de septiembre, que ya se celebrará bajo la presidencia de turno de Austria (después va Rumanía).

Austria ha anunciado que centrará su semestre en la seguridad europea, esto es, en el fortalecimiento de las fronteras. La fortaleza europea. Es coherente con el tipo de Gobierno de coalición de que dispone: democristianos y extrema derecha (el FPÖ, Partido de la Libertad). En el momento en que se formó ese Gobierno no se produjo la escandalera de 18 años antes, cuando ese mismo partido extremista irrumpió en el Ejecutivo austriaco. En 2000, el Europarlamento clamó contra esa presencia, contraria a los valores europeos, y se impusieron por primera vez sanciones diplomáticas contra un Estado miembro de la Unión. Ahora no ha sucedido nada parecido.

Siendo importante el crecimiento de partidos de extrema derecha en muchos países europeos (el último ejemplo es Italia), más significativo es el contagio que sus ideas están teniendo en las formaciones del centro del sistema. Esto se ve con mucha claridad en el tratamiento de la inmigración. El intelectual holandés Rob Riemen, en su libro Para combatir esta era (editorial Taurus) sostiene que el concepto de “fascismo” es tabú en Europa a la hora de analizar la política contemporánea. Se habla de extrema derecha, populismo de derechas, conservadurismo radical,… pero nada de fascismo. Poco después de acabar la Segunda Guerra Mundial, en 1947, Albert Camus y Thomas Mann comprendieron algo que aún nos cuesta admitir: la guerra había terminado, pero el fascismo no había sido vencido y aunque tardaría algunas décadas en recomponerse, volvería.

Este es el momento. No se reconoce al fascismo por sus ideas sino por sus acciones, por su política de resentimiento, el miedo y la ira. Por su incitación a la violencia, egoísmo, nacionalismo asfixiante, necesidad de señalar chivos expiatorios, feroz resistencia al cosmopolitismo, etcétera. Fue Mann precisamente el que hizo una definición de democracia que conviene recordar en estos tiempos de efectos migratorios: “aquella forma de Gobierno y de sociedad que se inspira, por encima de cualquier otra consideración, en la conciencia y el sentimiento de la dignidad del hombre”.

La evolución de la UE hacia la ineficacia crea una casta de ciudadanos desafectos hacia Europa. Sabemos que algunos de los fascistas de hoy son antiguos izquierdistas conversos. Ellos están dispuestos a transformar el eslogan que envió Che Guevara a la Tricontinental (conferencia de solidaridad de los pueblos de América Latina, Asia y África), reunida en La Habana en 1967 (“¡Crear dos, tres, muchos Vietnam!”) por el de “¡Crear dos, tres, muchos Brexit!”.

https://elpais.com/economia/2018/07/01/actualidad/1530458963_361775.html?rel=lom


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miércoles, 8 de noviembre de 2017

_- Por la abolición de las armas nucleares



_- El Premio Nobel de la Paz, otorgado a la Campaña Internacional para la Abolición de las Armas Nucleares (ICAN), una coalición de cientos de ONG de decenas de países, pone de manifiesto la irresponsabilidad de los Estados al tratar de disuadir mediante el terror. Lejos de garantizar la paz, se extiende el riesgo de una catástrofe monstruosa, como lo ejemplifica la crisis coreana.

«El mundo es lo que es, es decir, poca cosa. Es lo que todos sabemos desde ayer». Así comienza el editorial del diario Combat (leer aquí el texto íntegro en francés), del 8 de agosto de 1945, escrito por su redactor jefe, Albert Camus. Dos días antes, el 6 de agosto, una bomba atómica lanzada desde un avión de la US Air Force había destruido la ciudad japonesa de Hiroshima y segado la vida de al menos 70.000 personas, antes de que una segunda, lanzada el 9 de agosto, en la ciudad de Nagasaki, provocase, según las cifras más optimistas, 40.000 muertes; el historiador norteamericano Howard Zinn cree que el número total de víctimas ascendió a 250.000.

En la soledad más absoluta, Camus fue uno de los pocos que no aplaudió a pesar de dirigir un diario salido de la Resistencia; quería desde luego la capitulación de Japón, aliado de la Alemania nazi, pero veía más allá del hecho inmediato y de la complacencia ciega por un progreso destructor que, en los medios de comunicación de la época, se imponía sobre cualquier otra consideración. «Nosotros lo resumiremos en una frase: la civilización mecánica acaba de alcanzar su último grado de salvajismo. Será preciso elegir, en un futuro más o menos próximo, entre el suicidio colectivo o la utilización inteligente de las conquistas científicas», escribirá.

En claro contraste, para ser conscientes de la audacia de Camus frente al espíritu de la época, baste con recordar la edición de Le Monde, de ese mismo 8 de agosto de 1945, fríamente aséptica en su primera, pero adornada con un antetítulo que resume la inconsciencia colectiva frente a las técnicas mortíferas: «Una revolución científica».

Nos separan 72 años de este editorial de Combat y, sin embargo, su conclusión parece una profecía más de actualidad que nunca: «Nosotros nos rehusamos a sacar de una noticia tan grave otra conclusión que no sea la decisión de abogar más enérgicamente aún a favor de una verdadera sociedad internacional, en la que las grandes potencias no tengan derechos superiores a los de las pequeñas y medianas naciones, en la que la guerra, azote hecho definitivo por el solo efecto de la inteligencia humana, no depende más de los apetitos o de las doctrinas de tal o cual Estado. Ante las perspectivas aterradoras que se abren a la humanidad, percibimos aún mejor que la paz es la única lucha que vale la pena entablar. No es ya un ruego, sino una orden que debe subir de los pueblos hacia los gobierno, la orden de elegir definitivamente entre el infierno y la razón».

Esta orden acaba de renovarla el Comité Nobel al distinguir, con el Premio de la Paz 2017, a la ICAN (International Campaign to Abolish Nuclear Weapons). «Vivimos en un mundo en el que el riesgo de que se empleen armas nucleares es más elevado de lo que lo ha sido en mucho tiempo», señaló la presidenta del comité noruego, Berit Reiss-Andersen. «Algunos países modernizan sus arsenales nucleares y el peligro de que más países se doten de armas nucleares es real, como ha demostrado Corea del Norte». Acto seguido, instó a las potencias nucleares a entablar «negociaciones serias» para acabar con sus arsenales.

Al destacar una campaña internacional que surge de la sociedad civil, el Nobel interpela a la ceguera colectiva de un mundo en el que la potencia establecida tiene como sinónimo la destrucción potencial. Esta ceguera también es el de cada uno de nosotros, incapaces de imaginar que lo peor pueda surgir de la modernidad científica más completa y, al mismo tiempo, la más perversa, la inteligencia humana que ha conseguido inventar el arma capaz de exterminar a nuestra propia especie mediante la destrucción de todos los seres vivos del planeta.

El mantenimiento de la bomba nuclear, su producción y su proliferación, pone de evidencia, hasta lo absurdo, el estado un mundo cuyo orden aparente no es sino un desorden persistente. Del mismo modo que son los cinco primeros compradores de armas del mundo –que alimentan con su comercio guerras que la ONU, en teoría, ha de hacer frente–, los cinco Estados miembros permanentes del Consejo de Seguridad de Naciones Unidas, que disponen de un derecho de veto, fueron las primeras naciones en dotarse de esta arma definitiva de destrucción masiva: Estados Unidos, Rusia (después de la URSS), Reino Unido, Francia y China.

Después se sumarían otras cuatro potencias nucleares: India, Pakistán, Israel, Corea del Norte, que se inscriben en zonas geopolíticas de conflictos de larga duración, donde su desarrollo es tan incierto como incontrolables pueden pasar a ser sus actores algún día. Y vendrán otros inevitablemente mañana en un mundo definitivamente transnacional, de conexión y de redes, como ha demostrado el papel activo de un científico pakistaní, Abdul Qadeer Khan, héroe nacional de su país donde es considerado el padre de la bomba atómica, en la proliferación internacional sobre todo hacia Corea del Norte.

Ayer consistía en un presunto argumento de equilibrio durante una guerra fría de dos ejes, americano y soviético –«La disuasión contiene la extrema violencia», resumía Raymon Aron–, las armas nucleares ahora se sueltan en un mundo multipolar, cuyos interventores tienen sus propias lógicas de supervivencia y protección, fuera del juego de las antiguas grandes potencias. Su posesión se ha convertido en el comodín de las dictaduras de naciones pobres, pequeñas o frágiles, frente a la arrogancia dominadora y predadora de las democracias de los países ricos.

Por peligrosa que sea para la paz del mundo, sobre todo frente a Estados Unidos país dirigido por el imprevisible Donald Trump, la actitud de la Corea del Norte de Kim Jong-un es racional, desde el punto de vista de su propio poder totalitario y de su propia supervivencia. Las caídas violentas de Sadam Hussein en Irak y después de Gadafi en Libia, provocadas por intervenciones militares extranjeras que han sumido a sus respectivos países en el caos, lo han convencido evidentemente, lo mismo que ellas convencerán mañana a otros tiranos opresores de sus pueblos, de que la posesión de armas nucleares es el único seguro de vida de su reino y de su persona.

De modo que la imprevisión y la irresponsabilidad están del lado de las viejas potencias que se apoyan en una estrategia de disuasión que ya no controlan en la medida en que su corolario, la no proliferación de armas nucleares, cada vez es más aleatorio. Por el contrario, el realismo y la lucidez están del lado de la ICAN, coalición formada por casi 500 ONG que actúan en más de cien países. Nacida en 2007, en diez años ha sabido llevar hasta la ONU un tratado de prohibición de las armas nucleares, aprobado en julio pasado por 122 países y sometido a ratificacióndesde el 20 de septiembre (el texto está disponible aquí y la presentación del ICAN aquí). Como las otras grandes potencias del Viejo Mundo, Francia se opone, por voz de sus gobernantes sin imaginación ni visión, definitivamente sordos a la llamada de Camus a elegir entre el infierno y la razón.

El Tratado de prohibición o la victoria de Günther Anders

Como sucede a menudo, las sociedades son más inteligentes que los Estados que fingen regentarlos. Lo mismo que con las minas antipersonas o las bombas de racimo –gracias a las campañas de opinión, hay convenciones internacionales que las prohíben desde 1997 y 2008–, la movilización ciudadana ha permitido paliar la incapacidad de las potencias a la hora de poner en marcha sus propios compromisos. El Tratado de No Proliferación Nuclear, de 1968, dice, en su artículo 6, que los Estados firmantes se comprometían «de buena fe a iniciar negociaciones sobre medidas eficaces relativas al cese de la carrera de armamentos nucleares en fecha cercana y al desarme nuclear y sobre un tratado de desarme general y completo bajo estricto y eficaz control internacional».

Ha ocurrido exactamente lo contrario. El número de potencias nucleares casi se ha duplicado, el privilegio del terror que se cernía sobre las primeras de entre ellas ha sido cuestionado cada vez más. Según un informe reciente del Senado francés, nueve Estados poseían, a principios de 2016, alrededor de 15.395 armas nucleares. La proliferación de estas armas de destrucción masiva es una realidad tangible, cinco naciones europeas, además de Francia, tienen, según la ICAN, bombas atómicas en el marco de los acuerdos de la OTAN. Y, siempre según la coalición internacional, los países que tienen armas nucleares gastan cada año al menos 105.000 millones de dólares para el mantenimiento y la modernización de sus arsenales, una suma increíble que podría ser destinada de forma útil al servicio del bien común de los respectivos pueblos, en sanidad, educación, equipamiento, etc. Y, por último, el audaz discurso de Barack Obama en 2009 en Praga instando a «un mundo sin armas nucleares» quedó en papel mojado.

Con este argumentario, tan concreto como pertinente, la ICAN consiguió imponer un tratado de prohibición de las armas nucleares, igual que existe con las armas biológicas y químicas. Dicho de otro modo, prohibir las armas de destrucción masiva cuyo uso amenaza el género humano y supone un crimen contra la humanidad. El artículo 1 de tratado dice que estará prohibido «en cualquier circunstancia desarrollar, probar, producir, fabricar, comprar, poseer o almacenar armas nucleares u otros dispositivos nucleares explosivos». Además, prohíbe también las políticas de disuasión y recuerda que es una pedagogía desastrosa del miedo: «Tal y como recoge la Carta de Naciones Unidas, los Estados deben abstenerse, en sus relaciones internacionales, de recurrir a la amenaza o al empleo de la fuerza», los firmantes del tratado deberán comprometerse a «no emplear nunca, ni amenazar con emplear, nunca, en ninguna circunstancia, armas nucleares».

Günther Anders ya no está en este mundo para ver el punto en que se encuentra el que fue su compromiso vital. Llamado en realidad Günther Stern (1902-1992), primer marido de otra gran figura de la intelectualidad del siglo pasado, Hannah Arendt, fue el primer filósofo de la era atómica y más esencialmente un pensador de la catástrofe. Conocido por el gran público, a comienzo de los 60, por su diálogo con Claude Eatherly, presentado como «el piloto de Hiroshima», es en realidad el hombre que transmitió a la tripulación del bombardeo la luz verde ("Go ahead") del presidente norteamericano y que vivió desde entonces lleno de remordimientos. Esta correspondencia, recientemente recuperada en la obra Hiroshima est partout, es una ilustración pedagógica –como lo será en 1988 su formidable Nous, fils Eichmann, interpelación del hijo arrepentido del artífice del exterminio de los judíos de Europa– de su reflexión decisiva sobre el significado de la bomba atómica, más allá mismo de su monstruosidad.

Para Anders, abruma un mundo prisionero de la técnica, de su eficacia a corta vista y de su irresponsabilidad más esencial, un mundo deshumanizado que ya no sabe imaginar, y sobre todo la posibilidad de la catástrofe, ni sentir, y especialmente el aumento de los peligros. Nuestra alienación, no dejó de repetir, es no llegar a pensar en la repetición, no conseguir entrever «que lo que se había producido una vez podía producirse una segunda vez e incluso con menos inhibición». Lo que llamaba «el síndrome Nagasaki», esta repetición a menudo eclipsada, «desenvuelta, irreflexiva, desmotivada», insistía, de la destrucción de Hiroshima. Basta con leer las reacciones oficiales francesas a la campaña de la ICAN –«El contexto internacional no permite ninguna debilidad», se deleitó el Ministerio de Asuntos Exteriores –para comprender cómo el pensamiento de Anders resuena aún como una saludable provocación.

En su obra principal, iniciada en los años 50, L’Obsolescence de l’homme, no duda en afirmar que «los señores de la bomba son nihilistas activos». Porque el que admite que el efecto de su acto pueda ser el aniquilamiento de la humanidad deberá ser considerado como culpable de nihilismo destructor a escala planetaria. «Cualquier hombre tiene los principios de la cosa que posee», enuncia Anders: por tanto, poseer la bomba atómica, es aceptar la posibilidad de la destrucción de la humanidad y de los seres vivos por parte de los hombres. En la era atómica, concluye, «existimos cual muertos vivientes. Y es verdaderamente la primera vez».

Mientras Donald Trump amenazaba, en la última asamblea general de Naciones Unidas, con «destruir totalmente» Corea del Norte, antes de evocar recientemente su enigmático «calma antes de la tempestad», seguido de un misterioso «una sola cosa funcionará». Francia socio de Estados Unidos y de Reino Unido, ha acabado con el tratado de prohibición de la bomba atómica al afirmar que «desprecia claramente las realidades del entorno de seguridad mundial». ¡Como si las armas nucleares nos fuesen de alguna ayuda frente a las inestabilidades del mundo que nutren injusticias económicas, negaciones democráticas, desordenes guerreros y cambios climáticos!

Como si, sobre todo Francia, no tuviese que meditar esta obstinación nuclear que, con la presidencia de François Mitterrand, promotor del mayor número de ensayos nucleares en el Pacífico, la cegó al nuevo mundo multipolar que venía. No es casualidad si Paul Quilès, ministro de Defensa socialista en 1985 fue testigo del desastre del caso Greenpeace, ese atentado ocurrido en Nueva Zelanda fruto de la arrogancia nuclear francesa, es hoy el político más comprometido con el desarme nuclear (ver aquí su blog). Como el piloto de Hiroshima, meditó la ceguera humana de una potencia basada en el dominio de los asesinatos masivos. Es hora de elegir entre el infierno y la razón.
Versión española : Mariola Moreno, infoLibre, socio editorial de Mediapart.
Edición Irene Casado Sánchez.
Edwy Plenel Periodista francés, antiguo militante de la LCR, director de la redacción de Le Monde de 1996 a 2004, fue despedido por divergencias en la dirección del periódico. Actualmente es director de Mediapart, el principal órgano informativo de la izquierda francesa en internet.

Fuente:
https://www.mediapart.fr/es/journal/international/171017/por-la-abolicion-de-las-armas-nucleares?onglet=full

Organizaciones por la paz y contra las armas nucleares:
http://www.icanw.org/campaign/partner-organizations/

domingo, 22 de octubre de 2017

_- "Cuando supe la noticia, pensé primero en mi madre y después en usted": la hermosa carta de gratitud de Albert Camus a su maestro.

_- "Estoy en deuda con mi padre por vivir, pero con mi maestro, por vivir bien", 
Alejandro Magno.

Citas como ésta, respecto a maestros y a la educación, abundan. Y no sorprende.

Los profesores tienen un papel protagónico en nuestras vidas y los que tocan nuestras mentes y almas dejan una huella indeleble, además de un legado que no deja de crecer con el tiempo.

Octubre es el mes de los maestros, aunque esta aseveración le resulte extraña a muchos hispanoamericanos.

A pesar de que la UNESCO sugiere que se celebre el 5 de octubre y de que el día es de carácter internacional, en cada país la fecha varía según las personas o eventos relevantes para sus historias que quieran honrar.

No obstante, más de 100 países recuerdan a sus profesores este mes, entre ellos Chile, que lo hizo el lunes 17. En BBC Mundo, la ocasión nos recordó otra fecha, el 19 de noviembre de 1957.

Ese día, en París, el escritor Albert Camus (1913-1960), quien dedicó su vida a discernir el significado de la felicidad y el amor, compuso uno de los más hermosos ejemplos de gratitud a un maestro.

Cuando Camus tenía menos de un año de vida su padre cayó en un campo de batalla  (batalla del Marne) de la Primera Guerra Mundial.

Él y su hermano mayor quedaron bajo el cuidado de su analfabeta y casi sorda madre junto con su despótica abuela. El futuro no prometía mucho. Sin embargo, un profesor llamado Louis Germaine vio algo especial en el joven Albert y se dedicó a él.

Camus escribió novelas como "El extranjero  1942",  "La peste 1947" y "La caída 1956"  "La muerte feliz 1937 y publicada en 1971" y textos como "El hombre rebelde 1951", "El revés y el derecho  1937" , "Reflexiones sobre la guillotina 1957" y  "El primer hombre 1995 póstuma"..
Cuentos como "El exilio y el reino" o teatro como, "Calígula  1944", "El malentendido  1944", "El estado de sitio 1948", "Los justos 1950".
Ensayos, como, Rebelión en Asturias 1936 colectivo, "Los cuatro mandamientos de un periodista libre"  1939, censurado y publicado en 2012 por Le Monde. " Cartas a un amigo alemán" 1943-44 . "¿Por qué España? 1948". "¡España Libre!. 2014"

Tres décadas más tarde, en 1957. Camus se convirtió en la segunda persona más joven en recibir el Premio Nobel de Literatura, por la "honestidad perspicaz" de su trabajo, que "ilumina los problemas de la conciencia humana".

Unos días después escribió esta carta.

Querido señor Germain:

Esperé a que se apagara un poco el ruido de todos estos días antes de hablarle de todo corazón.

He recibido un honor demasiado grande, que no he buscado ni pedido. Pero cuando supe la noticia, pensé primero en mi madre y después en usted. 

Sin usted, sin la mano afectuosa que tendió al niño pobre que era yo, sin su enseñanza no hubiese sucedido nada de esto.

No es que le dé demasiada importancia a un honor de este tipo. Pero ofrece por lo menos la oportunidad de decirle lo que usted ha sido y sigue siendo para mí, y de corroborarle que sus esfuerzos, su trabajo y el corazón generoso que usted puso en ello continúan siempre vivos en uno de sus pequeños escolares, que, pese a los años, no ha dejado de ser un alumno agradecido.

Un abrazo con todas mis fuerzas,

Firma de Albert Camus

 http://www.bbc.com/mundo/noticias-41687902