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domingo, 31 de julio de 2016

Entrevista a Boaventura de Sousa Santos sobre la embestida de la derecha en la región y su relación con el “fascismo financiero”. “Los más poderosos son quienes más salen del juego democrático para después imponerlo a los de abajo”.

Natalia Aruguete y Bárbara Schijman
Página 12

En medio del actual proceso de transición regresiva en varios países de la región, como Argentina y Brasil, el reconocido jurista y sociólogo propone continuar con la lucha por la igualdad para impulsar un nuevo ciclo constituyente que haga frente a los intentos destituyentes. Los logros alcanzados en los últimos años y sus límites. Los errores de los gobiernos progresistas. Los logros en el nivel de consumo alcanzados en los últimos años en la región no se han podido sostener en el tiempo. La embestida de los sectores de derecha en distintos países de América Latina, asume el investigador portugués Boaventura de Sousa Santos, pone de manifiesto la “fragilidad” de tales conquistas. Frente al actual proceso de transición regresiva en países como Argentina, Brasil, Ecuador y Venezuela, el reconocido jurista y sociólogo propone continuar con la lucha por la igualdad. No una igualdad clásica, sino una agiornada, que define como “igualdad con diferencias”.

–¿Qué nuevas formas cree que toman las luchas por la igualdad en América Latina?
–Las luchas por la igualdad han sido luchas tradicionales en este continente, ya que es un continente muy desigual. Las desigualdades se han profundizado a lo largo de las últimas décadas, excepto quizás en los últimos 12 o 15 años, dependiendo de los países. Algunos gobiernos, salidos muchas veces de movimientos populares, lograron realizar alguna redistribución social aprovechando el boom de los commodities y el alza de precio de los productos primarios; con eso integraron en el consumo –aunque no en términos de ciudadanía, por lo menos en el consumo–, a millones de personas en el continente. Claro. Se está demostrando que estos logros son frágiles y reversibles. De hecho están siendo ya puestos en cuestión en varios países: Argentina es uno de ellos, Brasil puede ser el próximo, Ecuador también, y Venezuela. Dado que no ha sido un proceso sostenible, la lucha por la igualdad debe continuar. No se trata de una lucha clásica por la igualdad entre clases, sino que se trata de una “igualdad con diferencias”.

–¿En qué sentido “igualdad con diferencias”?
–Desde los años 90, pero sobre todo después de 2000, hay una lucha muy fuerte por el reconocimiento a la diversidad protagonizada, sobre todo, por los movimientos indígenas y afrodescendientes. Ya había obviamente una lucha de las mujeres por la diferencia, por la diversidad, pero estos dos movimientos –el afrodescendiente y el indígena–, tuvieron un impacto enorme sobre todo en algunas de las constituciones, como las de Bolivia y de Ecuador, para mostrar que la igualdad para ser incluyente debe tomar en cuenta las diferentes maneras de pertenecer a una cierta comunidad política que es el Estado. Esos fueron logros. Ahora, en este momento, estamos en un proceso de reversión, de transición regresiva.

–¿A qué se refiere cuando habla de que “asistimos a un nuevo ciclo constituyente”?
–Cuando hablo de procesos constituyentes me refiero a procesos que buscan intentar ver de qué manera se puede abrir otro ciclo una vez que éste está agotado o que se presenta como un proceso destituyente, en la medida en que los derechos conquistados se están destituyendo, a veces a través de cambios constitucionales, otras veces sin cambios constitucionales. Por eso también es que las constituciones se están revelando como un papel mojado y con poca eficacia; ellas, que fueron creadas fundamentalmente para crear la idea de seguridad y que podrían aguantarse momentos cíclicos complicados. Pero no es así. Tenemos un tipo de estado de excepción en el que no hay suspensión de las constituciones, no hay dictadura, todo parece hecho dentro de una normalidad democrática pero el hecho es que la democracia se está espaciando. Por eso el apego a un proceso constituyente es a un nuevo proceso que pueda blindarse en relación a las debilidades del proceso anterior.

–¿A qué atribuye el cambio de signo político de algunos gobiernos de la región?
–Creo que es producto de muchos errores por parte de algunos gobiernos, que en su parte final y producto de la degradación del ánimo político, tenían casi actitudes suicidas. Todos sabemos que quizás la presidenta Dilma Rousseff no fue necesariamente la mejor opción para suceder a Lula.

–¿Por qué lo cree?
–Fue una decisión personal suya postular a una persona que nunca se había presentado a elecciones en ninguna parte. Una buena técnica, pero quizás buena para gobernar en períodos de bonanza y no en períodos de turbulencia. Por eso digo que hubo un casi suicidio. Pienso que los gobiernos progresistas no prestaron la atención necesaria para ganar victorias contundentes. Para eso era necesario mantener una lealtad con los grupos sociales con los cuales trabajaron durante años; lealtad que no mantuvieron. Al final de sus mandatos implementaron políticas casi ofensivas.

–¿Por ejemplo? ¿A cuáles se refiere concretamente?
–Por ejemplo, en el caso de Dilma, el hecho de nombrar para ministra de agricultura a Kátia Abreu, la gran mujer representante de los agronegocios. Y así tantas otras cosas ocurrieron en otros países que hicieron parecer que se estaba traicionando todo lo que se había prometido en la campaña electoral. Fueron muchos errores. La gente no es estúpida. La gente quería esta redistribución, ¿quién no? Solamente la clase media puede ser muy crítica por temor a que se le recorte algún beneficio, pero sigue teniendo su salario, su coche... Pero la gente que estaba muy abajo y que finalmente pudo comer, ir al colegio, ir al supermercado… a esa gente le gustaría poder sostener esa política. El caso es que los gobiernos no fueron lo suficientemente elocuentes para que la gente pudiera advertir que lo que la derecha y los medios de comunicación decían era realmente falso.

–Usted atribuye estos cambios de signo político a la fragilidad de los logros alcanzados en los últimos 15 años. Sin embargo, en algunos países los cambios se dieron por la voluntad popular...
–Es una buena pregunta pero complicada de responder. Estos cambios de transformación y de políticas de redistribución social están siendo eliminados a través de procesos democráticos. Por eso puede decirse que es el pueblo el mayor beneficiario de estas políticas, el que se muestra ingrato y vota en contra. En ese sentido habría varias cosas que decir.

–¿Cómo cuáles?
–Primero, es claro que estos gobiernos progresistas cometieron muchos errores; hay quienes no consideran a estos gobiernos progresistas, yo los sigo denominando así en el sentido de que buscaron una redistribución social en un continente marcado por las desigualdades que venían desde la Colonia. Uno de esos errores fue no aprovechar la gran oportunidad que se les dio para transformar políticamente la sociedad: hacer reformas políticas, reformas del sistema fiscal, de los medios de comunicación, de la economía. Y al contrario, de una manera perezosa, aprovecharon el aumento de los commodities y el alza de precios de las materias primas para permitir, a partir de esto, una redistribución social que era dependiente de los precios. Al mismo tiempo, permitieron a las clases oligárquicas, a los sistemas financieros, a los ricos, enriquecerse como nunca. No aprovecharon la gran aceptación, casi hegemónica, que tuvieron en algún tiempo para transformar la política de manera de poder resistir a una situación más adversa. Por eso es que estas formas de inclusión no fueron realmente formas de inclusión democrática y ciudadana.

–¿Qué tipo de inclusión observa en estos procesos?
–Fueron formas de inclusión por el consumo. En ese sentido, estos nuevos sujetos políticos, que en muchos casos por primera vez podían comer tres veces al día, no fueron invitados a ejercer el control sobre las políticas públicas mediante mecanismos de democracia participativa, tampoco fueron invitados a debatir sobre el servicio que se daba en los hospitales y se quedaron, por así decirlo, como pasivos recipientes de un consumo que ahora les era permitido. Por eso esta inclusión es frágil, por eso permite que esta población que fue realmente beneficiada esté sujeta a influencias que pueden de alguna manera disfrazar y pervertir todo lo que se hizo.

–Puntualmente, ¿a qué influencias se refiere?
–Hay influencias sin las cuales no podemos entender qué está pasando. En primer lugar, la presencia de un fascismo mediático. En mi trabajo he distinguido diferentes formas de fascismo: el fascismo del apartheid social, el fascismo territorial, el fascismo paraestatal, el financiero y, obviamente, el fascismo mediático. El fascismo mediático es aquel que permite a los medios, a través de la concentración mediática, manipular de una manera grosera la realidad y las percepciones de la vida cotidiana, de la vida política, de manera que la gente se sienta traicionada por los que apoyó anteriormente y que piense que los que le dieron una nueva vida a través de la inserción en el consumo son los responsables de la crisis. Eso fue lo que ocurrió a través de una manipulación mediática muy inteligente y poderosa que se hizo en todo el continente.

–¿Qué otros elementos coadyuvaron a este tipo de influencias?
–El segundo factor es la presencia del imperialismo norteamericano. No se puede ocultar más que los errores internos que cometieron los gobiernos progresistas no serían tan graves si no hubiera una fuerza internacional muy fuerte proveniente del imperialismo norteamericano que opera por diferentes mecanismos, que por supuesto ahora no son las dictaduras militares pero que son las presiones del sistema financiero internacional y la financiación de organizaciones democráticas en varios países que son democráticos desde la fachada pero que aplican condiciones hostiles a los gobiernos progresistas. Sin ir más lejos, en Brasil está absolutamente documentada la presencia de los hermanos Koch, muy conocidos en Estados Unidos por ser de los más ricos y de los que más promueven políticas de derecha.

–¿En qué consistió el rol de los hermanos Koch en el impeachment llevado a cabo contra Dilma?
–Los Koch Brothers han financiado muchas organizaciones que están hoy en la calle pidiendo el impeachment de Dilma. El imperialismo norteamericano aprovechó los errores cometidos por los gobiernos progresistas para atacar con una violencia sin precedentes. Empezaron por los pequeños países: primero Honduras, luego Paraguay con el golpe parlamentario a Fernando Lugo. Y ahora están intentando con los grandes países: Venezuela, Brasil y Argentina, y debemos decir que lo están haciendo con bastante éxito y que por eso hay que empezar de nuevo.

–¿En qué consiste el “fascismo financiero”?
–Todas las formas de fascismo son formas infra-políticas, no son parte del sistema político, que es democrático, pero condicionan las formas de vida de los que están abajo a través de desigualdades de poder que no son democráticas, que son inmensas y permiten que los grupos que tienen poder casi obtengan un derecho de veto sobre las oportunidades de vida de quienes están más abajo. Si eliminan la escuela pública y la salud pública la gente con bajos recursos podrá enviar a sus hijos a la escuela si es que tiene un amigo o padrino. Ahora, si el padrino no quiere pagar entonces sus hijos ya no irán a la escuela. Es la filantropía: el veto sobre la oportunidad. Es la discrecionalidad, que ocurre de diferentes formas. Por ejemplo, la discrecionalidad de la policía ante los pibes que son negros o que usan gorra. Y que llaman “leyes de convivencia”, pero que no tienen nada de convivencia sino que cuestiona a cualquiera que tenga un comportamiento apenas distinto. Eso es fascismo. Es arbitrariedad. Lo mismo el fascismo del apartheid social. En todas partes hay zonas salvajes de la ciudad y zonas civilizadas, donde existen todos los requisitos de urbanidad, de seguridad y saneamiento básico, y otras zonas donde no hay electricidad, donde el agua está contaminada, etc. Todo esto en un marco de la legalidad. Una discrecionalidad por debajo de los procesos políticos, y por eso digo que vivimos en sociedades que son políticamente democráticas y socialmente fascistas.

–¿Qué rasgos distintivos encuentra en el fascismo financiero?
–El fascismo financiero tiene una característica especial: permite salir del juego democrático para tener más poder sobre el juego democrático. O sea, alguien con muchísimo dinero puede ponerlo en un paraíso fiscal. De este modo sale del juego democrático de los impuestos, pero al salir se queda con más dinero y más poder para poder influenciar el juego democrático y además darles consejos a los ciudadanos de que no deben gastar tanto, que están viviendo por encima de sus posibilidad, que el Estado está gastando más en salud, por supuesto, porque el Estado no está siendo financiado con los impuestos que podría recibir si esta plata estuviera en el país. Se crea una corrupción de la democracia a través de la cual hay dos reglas: los que huyen de las reglas democráticas son los que se quedan con más poder para imponer las reglas democráticas a los otros. Esa es la perversidad del fascismo financiero. Claro que también tiene otras formas como las “agencias de rating” y la especulación.

–¿Qué hay del fascismo político?
–Justamente, el problema radica en ver hasta cuándo se mantiene como fascismo social y cuándo se transforma en fascismo político. Porque hasta ahora, políticamente, las sociedades son democráticas. Hay libertad de expresión, relativa pero existe. Hay elecciones libres, por así decirlo, con toda la manipulación. Hay un mínimo de credibilidad democrática, pero los asuntos de los que depende la vida de la gente están cada vez más sustraídos al juego democrático y los más poderosos son quienes más salen de ese juego democrático para después imponerlo a los que están abajo. Esto a mi juicio es la situación en la que estamos y donde surge la necesidad de un otro proceso constituyente.

–El acceso al saber también es desigual. ¿Se puede hablar de un fascismo del conocimiento?
–Lo que diría es que estamos asistiendo a la mercantilización del conocimiento. Durante mucho tiempo el conocimiento científico valió por su rigor y por la curiosidad de los cientistas que se decidieron a investigar un tema y que llegaban a conclusiones útiles para los países. Hoy ya no es así. El valor del conocimiento es un valor de mercado: el conocimiento contribuye a la innovación, genera patentes. Las universidades están ante una presión enorme por generar recetas propias del conocimiento. Se mercantiliza el conocimiento y por eso las propias universidades están cada vez forzadas a funcionar como corporaciones mercantiles, como empresas, los profesores como proletarios que producen para revistas de impacto, y los estudiantes como consumidores. Hay una mercantilización general del conocimiento y es esto que ha dado impulso al trabajo que me domina hoy sobre las “epistemologías del sur”: intentar llevar a cabo una lucha radical en todo el conocimiento. Por eso trabajo tanto con los movimientos sociales, para mostrar que el conocimiento científico es importante y no se puede demonizar, que la ciencia demuestra que los transgénicos o los insecticidas contaminan el agua y destruyen la vida, que debemos usar esa ciencia, pero tener en cuenta que esa ciencia no es la única válida. En este sentido es necesario descolonizar el saber para poder democratizar la sociedad, despatriarcalizarla y desmercantilizarla.

–¿Es posible aplicar su concepto de “apartheid social” a las políticas segregacionistas hacia los refugiados que se despliegan en varios países europeos?
–Toda la razón en mencionar a Europa, que está bajo la misma presión. Los refugiados son un caso extremo de una política de exclusión, pero lo más significativo es todo el sistema de fascismo financiero, disciplinario, que se aplicó en Grecia, Portugal, España, y que se está aplicando en otros países para intentar exigir que todos los países sigan la misma línea conservadora, de privatización, de liberalización, de destrucción de servicios públicos como salud y educación, de privatización de los servicios que son rentables para el capital. Europa puede hoy con menos arrogancia reconocer y entender mejor lo que pasa en América Latina.

–¿Por qué?
–Porque durante mucho tiempo pensó que ciertas situaciones sólo sucedían en países menos desarrollados, pero hoy Europa está pasando por un proceso de subdesarrollo: algunos países que estaban más desarrollados ahora están siendo subdesarrollados (el caso de Grecia es muy dramático y, desde el año 2000, el caso de Portugal también). Portugal es el único país de la Unión Europea que tiene un gobierno de izquierda que puede ser destruido en cualquier momento por Bruselas porque no está muy interesada en gobiernos de izquierda. Pero es una lucha cada vez más común entre países latinoamericanos y europeos.

–¿Cuál es su mirada hacia los partidos de izquierda?
–Creo que es necesario que redefinamos qué son las izquierdas y cuál es su forma política. Primero, no se puede decir que las izquierdas no aprendan. Voy a dar el ejemplo de la izquierda portuguesa. Durante mucho tiempo los comunistas pensaron que jamás podrían aliarse a los socialistas porque los consideraban de derecha. Ante la posibilidad de que una derecha siguiera gobernando Portugal por cuatro años más decidieron unirse al partido socialista.

–¿Por qué las izquierdas tienden a la fragmentación?
–El problema es que la izquierda partidaria hizo lo que yo llamo “una sociología de ausencias”. Invisibilizó todo lo que no se designaba como izquierda y que no tenía la forma de partido. Por eso lo que falta, a mi juicio, es juntar estas diferentes dinámicas y, para eso, es necesario que las izquierdas abandonen la idea de que los partidos son la única forma de representación política. Los partidos tienen que pasar por una refundación donde la democracia participativa sea constitutiva de la formulación de las políticas, de los partidos, y de las elecciones de los candidatos.

Fuente original: http://www.pagina12.com.ar/diario/dialogos/21-303326-2016-07-04.html

domingo, 5 de junio de 2016

El FMI admite que el neoliberalismo es un fracaso. Después de haber dado poder al 1 por ciento y empobrecido a millones...

La semana pasada un departamento de investigación del Fondo Monetario Internacional (FMI) hizo público un informe en el que admite que el neoliberalismo ha sido un fracaso. El informe, titulado Neoliberalism: Oversold? (¿se han exagerado los meritos del neoliberalismo?), es una esperanzadora señal de la muerte de esa ideología. El FMI está atrasado solo unos 40 años. En relación con el informe, Naomi Klein tuiteó: “Entonces, los multimillonarios creados [por la ideología] devolverán el dinero, ¿no es así?”. Muchos de los hallazgos del informe que sacude el centro mismo de la ideología neoliberal se hacen eco en lo que sus críticos y víctimas vienen diciendo desde hace varias décadas.
“En lugar de promover el crecimiento”, dice el informe, las políticas de austeridad propiciadas por el neoliberalismo han hecho que se reduzcan las regulaciones para limitar el movimiento de capitales y que, de hecho, “aumente la desigualdad”. Esta desigualdad “podría por sí misma debilitar el crecimiento...”. Por lo tanto, señala el informe, “los responsables políticos deberían estar mucho más abiertos a la redistribución [de la riqueza] de lo que lo están”.

Sin embargo, el informe omite mencionar algunos aspectos notables de la historia y el impacto del neoliberalismo.

El FMI sugiere que el neoliberalismo ha sido un fracaso, pero ha funcionado muy bien para el 1 por ciento de la población mundial, algo que ha sido siempre el propósito del FMI y el Banco Mundial. Tal como informó Oxfam a principios de este año, el 1 por ciento más rico del mundo posee tanta riqueza como el resto de la población del planeta (del mismo modo, la periodista de investigación Dawn Paley ha comprobado en su libro Drug War Capitalism (la guerra capitalista contra la droga) que la guerra contra la droga, lejos de ser un fracaso, ha sido un éxito enorme para Washington y las corporaciones multinacionales).

El informe del FMI ha elegido a Chile como caso de estudio del neoliberalismo, pero no menciona ni una sola vez que allí se aplicaron sus puntos de vista económicos durante la dictadura de Pinochet –respaldada por Estados Unidos–, una omisión muy importante de los investigadores, que no ha sido casual. Es un conocido tópico que en toda América latina, el neoliberalismo y el terrorismo de Estado han ido siempre de la mano.

En 1977, en su Carta abierta a la Junta Militar Argentina, el valiente periodista argentino Rodolfo Walsh denunció la represión de ese régimen, una dictadura que organizó el asesinato y la desaparición de más de 30.000 personas.

“No obstante, estos acontecimientos, que conmueven la conciencia del mundo civilizado, no constituyen el mayor sufrimiento infligido al pueblo argentino, tampoco la peor violación de los derechos humanos que ustedes han cometido”, escribió Walsh respecto de la tortura y los asesinatos. “Es en la política económica de este gobierno donde uno advierte no solo la explicación de los crímenes, sino una gigantesca atrocidad que castiga a millones de seres humanos: la miseria planificada... No tienen más que darse una vuelta de unas horas por el Gran Buenos Aires para comprobar la rapidez con que esa política ha convertido la ciudad en una ‘Villa Miseria’ de 10 millones de personas.”

Tal como lo demuestra vívidamente Noami Klein en su Shock Doctrine, esta “miseria planificada”, formaba parte de la agenda que el Fondo Monetario Internacional ha impulsado durante décadas.

Un día después de que Walsh enviara por correo la carta a la Junta, fue capturado por el régimen, asesinado, quemado y su cadáver arrojado a un río, es decir, una víctima más de los millones de ellas que el neoliberalismo se llevó por delante.

Benjamin Dangl ha trabajado como periodista en América latina, ocupándose durante más de una década de los movimientos sociales y la política en el continente. Es autor de Dancing with Dynamite: Social Movements and States in Latin America y de The Price of Fire: Resource Wars and Social Movements in Bolivia. Hoy día, Dangl está cursando un doctorado en Historia de América latina en la McGill University; es editor de UpsideDownWorld.org, un sitio web sobre activismo y política en América latina, y hace el mismo trabajo en TowardFreedom.com, una mirada progresista de los acontecimientos mundiales.

Fuente: http://www.counterpunch.org/2016/06/01/after-empowering-the-1-and-impoverishing-millions-imf-admits-neoliberalism-a-failure/
Benjamin Dangl Counterpounch Traducción del inglés para Rebelión de Carlos Riba García.

jueves, 26 de noviembre de 2015

Entrevista a Pedro Páez. “Discutamos si se puede forzar a un país a priorizar el pago de deuda"

Pedro Páez Pérez es Superintendente de Control del Poder de Mercado en Ecuador. En 2007 fue nombrado ministro de Política Económica de Ecuador en el Gobierno de Rafael Correa y ha sido presidente de la Comisión Técnica Presidencial Ecuatoriana para el diseño de la Nueva Arquitectura Financiera Regional-Banco del Sur. Páez fue uno de los impulsores de la reforma de la Ley de Hidrocarburos de la República de Ecuador, que aumentó la participación del Estado en la renta petrolera de las compañías internacionales


Eres uno de los impulsores de la arquitectura financiera en latinoamérica, ¿en qué consiste?
La propuesta de la nueva arquitectura regional es parte de un esfuerzo que se hace desde América Latina desde condiciones precarias, pero que ha resultado muy exitoso a nivel mundial. Replanteamos la relación entre finanzas y producción. Partimos de la idea de que hay que someter la finanza a los intereses de la sociedad y es en ese sentido por donde ha tomado cuerpo, de forma desigual y a pesar del poco acompañamiento de la academia.

Se plantean tres pilares fundamentales que han sido firmados ya por siete presidentes, los de Argentina, Brasil, Ecuador, Venezuela, Uruguay, Paraguay y Bolivia. Esta arquitectura se basa en la creación del Banco del Sur, en la construcción de una red de seguridad financiera alternativa al FMI (el Fondo del Sur) y una moneda común. No única como la locura del euro, pero sí unitaria, que permita uniformizar el proceso de integración social. Es necesario movilizar monedas nacionales y generar monedas regionales, como el SUCRE y hay que establecer redes de seguridad financiera que rompan con la trampa de la necesidad de acumular reservas financieras internacionales.

¿Qué diferencia hay entre esta nueva arquitectura financiera y la vieja?
La vieja arquitectura financiera provoca políticas de austeridad y niega recursos a la gente que quiere trabajar, que quiere cultura o desarrollo, porque se lo da a bancos que, a su vez, encuentran contraproducente hacer inversiones productivas porque asistimos a una crisis de sobreproducción.

A estas alturas de desarrollo, en las que incluso se paga a agricultores para que no siembren, hay más de mil millones de personas, concentradas sobre todo en África, muriendo de hambre. Esta situación es solucionable a corto plazo si se destinase a su resolución una mínima parte de lo que se ha pagado a los bancos más importantes del mundo.

Los dirigentes económicos suelen recurrir a eso de que "no hay dinero para todo"...

Es un cuento ese asunto de que no hay plata, aunque no se sabe a ciencia cierta cuánto se ha entregado a los bancos. ¿En qué se ha mejorado? Esa entrega de dinero ha servido para empeorar la situación de especulación y para distorsionar precios fundamentales (por ejemplo, el del petróleo). Todo está basado en las manipulaciones de los grandes bolsillos, que son los mismos círculos que desde la incompetencia, la inoperancia y la corrupción han llevado al mundo a esta crisis y que, aun así, siguen recibiendo cantidades ilimitadas de recursos

¿Cómo se plantean estas medidas alternativas al FMI?
El Banco del Sur nace como alternativa al Banco Mundial, tratando de hacer una crítica constructiva que nos permita trabajar conjuntamente. Es necesaria una nueva banca de desarrollo, pero que sea también una banca para nuevo tipo de desarrollo.

El despliegue y la recuperación de la banca de desarrollo local, provincial, regional y nacional tiene que ser replanteada en términos de grandes proyectos que sometan la lógica del capital especulativo a las necesidades de la sociedad y no sacrifique las soberanías nacionales, sino que las fortalezca.

Planteamos la soberanía continental en alimentación, salud, energía, conocimiento, recursos naturales e infraestructura para la construcción de mercados domésticos y la implantación de otras lógicas productivas al margen del capital. Por ejemplo, con la economía popular y solidaria, el autoempleo, las empresas recuperadas... que no respondan a la eficiencia, pero sí a las necesidades y al trabajo digno.

¿Es posible adaptar este modelo al funcionamiento de la Unión Europea?
No estamos inventando el agua tibia. Hay elementos nuevos, pero se recuperan algunos que forman parte de la experiencia europea anterior a la locura del Tratado de Maastrich. La Revolución científico-tecnológica en la que estamos inmersos se puede adaptar peligrosamente fácil a este nuevo sistema, pero las innovaciones son suprimidas por el interés de una oligarquía especulativa. Es un modelo perfectamente adaptable en cualquier sitio o lugar, no hablamos de nada de otro mundo. Gurús de la economía y facultades no discuten estos temas, que ya se han planteado en los más altos foros internacionales -Asamblea de las Naciones Unidas-. Se suprime el debate. Nadie tiene el monopolio de la verdad ni de las soluciones, pero tiene que existir un debate que plantee opciones a problemáticas ya definidas.

En esta soberanía de la que hablo, la posibilidad de alianzas entre Europa y América Latina -que replantee las relaciones norte-sur- se puede hacer desde una perspectiva pragmática que favorezca a las dos partes, el ganar-ganar.

Es posible evitar la desestabilización social abriendo puertas que faciliten un despliegue productivo en tecnología e innovación que ahora está bajo siete candados por la mezquindad de una oligarquía cada vez más minúscula y la miopía de unas élites políticas cada vez más inservibles. Vivimos una situación anómala con respecto a la propia historia del capitalismo: es el esfuerzo en frenar la difusión de nuevas tecnologías a través de leyes de propiedad intelectual o de patentes de copyright en perjuicio de la sociedad.

En América Latina hay vientos frescos, lo digo sin ningún tipo de dogmatismo, no venimos a dar lecciones a nadie. Pero es en este momento de crisis de sobreproducción cuando se hace necesario que los pueblos empiecen a dialogar. Hay que poner el debate encima de la mesa y superar ciertos callos mentales que podrían evitar que Europa caiga en una depresión como la de Japón.

Este modelo económico, sin embargo, es criticado por algunos sectores de la sociedad europea y medios de comunicación, que tratan de descalificarlo...

Estas descalificaciones evidencian la decadencia política en buena parte del mundo occidental, que les está llevando a un suicidio histórico, porque todo lo que Europa ha logrado desde que venció al fascismo ha sido gracias a la lucha de los pueblos. Y es ahora la ciudadanía quien tiene que ver que lo conquistado no es gratis.

Estamos a las puertas de una degradación civilizatoria de larga duración si la agenda sigue basada en la especulación y en el expediente fácil, pero muy rentable, de provocar conflictos o guerras y jugar en el casino con los dados cargados, endeudando a los puntos en conflicto para luego obligarles a vender armas y adjudicarse después los contratos de reconstrucción. La gente tiene que reaccionar ante esto y ver que la solución la tenemos aquí y ahora y que existe un horizonte de posibilidades más allá de las ideologías.

¿Qué crees que podemos aprender de esta crisis?
La crisis aún no ha terminado. Es ineludible el compromiso y la movilización de los pueblos del mundo para ejercer un control ciudadano sobre el poder que las grandes empresas tienen sobre los mercados. Hay que sacudirse imposibilidades que nos hemos autoimpuesto y definir las prioridades de la sociedad.

En Ecuador se auditó la deuda externa y en España se empieza a plantear esta opción desde movimientos ciudadanos y algunos partidos políticos, ¿es necesaria?

¿Quién puede oponerse a esto?, más allá de cualquier ideología, esto no es un tema de izquierda o derecha...¿quién está opuesto a que se transparenten los contratos públicos que generan deudas públicas?, ¿quién se opone a que se sepa dónde va el dinero que han recibido los bancos centrales? Que los políticos pongan la cara y digan por qué están a favor de ocultar. Que algunos economistas digan por qué están en contra de la auditoría.

Primero estudiemos los términos de esa auditoría, transparentemos ante quién responden los bancos centrales...en Europa hay muchos bancos centrales que son privados, ¿cómo es esto posible? Discutamos si esto debería seguir así y el rol que FMI, Banco Mundial, Banco Central Europeo, transnacionales y gobiernos deben adoptar y discutamos si se puede forzar a un país a priorizar el pago de deuda por encima, por ejemplo, de la defensa de la salud nacional

¿Qué ocurre si no se paga esta deuda?
En la historia han sido frecuentes los episodios de no pago. Una de las necesidades de la modernidad capitalista ha sido la de eliminar la prisión por deudas, porque es necesario el reciclaje del cliente y constituye parte de la vitalidad del sistema.

Asistimos al abandono de la primacía del capital productivo en favor del capital especulativo y de la usura. Es el retorno a prácticas rentistas y tributarias y ese predominio de una lógica parasitaria implica el fomento de la guerra de clases y la asfixia del capital productivo. La Europa continental tendría que reflexionar en torno a esto, más allá de cualquier ideología. Europa tiene un sitio en el mundo en base a la producción de tecnología punta, pero es irrelevante en un escenario definido desde la especulación y la deuda externa, el ajuste, la deslocalización, la reducción de salarios y el desmantelamiento del Estado del Bienestar. En el marco de esta crisis de sobreproducción, asfixiar los mercados no será nunca una solución

¿Cuál es el peso de la Economía Social y Solidaria en Ecuador y cómo se fomenta desde el Gobierno?
Es un tema muy complejo. La economía popular, a través un gigantesco trabajo no reconocido en el mercado, está alcanzado altas cotas de resiliencia como forma de supervivencia. Se trata de una fuerza de trabajo que ha sido expulsada de la lógica del mercado -basada en la eficiencia- y que busca la forma de ganarse la vida porque no tiene forma de entrar en el llamado “capital formal”. Ir contra la dinámica del gran capital y la globalización es ser un salmón contracorriente y desde el Gobierno se hacen grandes esfuerzos, pero no deja de ser ir contracorriente.

En Ecuador funciona la Agencia de Regulación Antimonopólica, que acaba de emitir un manual de uso obligatorio para los supermercados que los obliga, entre otras cosas, a destinar el 15% de sus estanterías a productos procedentes de la economía popular y solidaria, para que también tengan presencia los pequeños y medianos productores del país y no sólo las grandes marcas.

Es, sin embargo, un reto enorme que tiene una doble vertiente. Por un lado, hay que huir del paternalismo y trabajar colectivamente para que esos productores afronten los retos de calidad y cantidad para facilitar la entrada de los productores en el mercado. Por otro, es necesario que la población adopte la conciencia de consumidor responsable. Que entendamos que comprar por moda lo que viene importado genera un problema de puestos de trabajo. Que entendamos que consumir comida chatarra no sólo nos cuesta un problema de salud a nivel individual, sino un problema de salud pública, igual que sucede con el consumo de determinados alimentos prefabricados.

A la hora de consumir, hay que saber que una decisión tomada con conciencia y responsabilidad social puede definir un nuevo horizonte de posibilidades. Que no nos dejemos manipular, no somos autómatas al servicio de las grandes multinacionales. Seamos soberanos de nuestra decisiones, más allá de cualquier ideología o de cálculos electorales.

¿Qué más puedes contarnos acerca de ese Manual de Buenas Prácticas?
Es parte de un proceso que nos involucra a todos. Además, estamos muy optimistas con la posibilidad de ir más allá y firmar con grandes cadenas y proveedores un código de ética.

Rompiendo con determinados esquemas establecidos se pueden conseguir cosas, defendiendo y exigiendo al consumidor. Defendiendo a los proveedores, que se quejaban de que se les pagaba tarde, mal y nunca y de que eran víctimas de prácticas casi mafiosas por parte de cadenas de supermercados. La situación se ha ido transformando, hemos encontrado una excelente apertura por parte de las cadenas, que parecen haberse dado cuenta de que hay que establecer ciertas líneas rojas.

Tratamos de proteger a los proveedores, crear conciencia en el consumidor y abrir las puertas a productores que nunca tuvieron oportunidad de colocar sus productos en grandes superficies. Hablamos de cómo ser mejores seres humanos y decidir el tipo de sociedad que queremos.

Para finalizar, recomiéndanos un libro
Estoy leyendo ahora mismo el último de Jean Luc Mélenchon, “L’Ere du peuple”. Habla del principio de incertidumbre y trata temas filosóficos muy importantes... Es formidable, hay que leerlo despacio porque está lleno de reflexiones. Es muy refrescante el hecho de que el debate en sectores progresistas tenga ese nivel. Plantea ejercicio de la política con sólidos fundamentos y un proceso de cambio con rigor y responsabilidad. Lo que se esta viviendo en Europa, aunque aquí tengan una visión pesimista, está lleno de posibilidades y arma una cuestión muy esperanzadora. Demuestra que vivimos un tiempo que no admite pretextos.
Ana Encinas
Fuente: http://www.elsalmoncontracorriente.es/?Discutamos-si-se-puede-forzar-a-un