La presidenta del Banco Central Europeo, Christine Lagarde, acaba de afirmar esta semana que los trabajadores de la eurozona están logrando recuperar parte del poder adquisitivo perdido por la inflación, dice que hay que estar «extremadamente atentos» a su impacto sobre la evolución de los precios y ha pedido que se firmen acuerdos para evitar el aumento de los salarios.
Lo primero que hay que recordar es que Lagarde se ha equivocado en todas y cada una de las afirmaciones que ha hecho hasta ahora sobre la inflación actual.
Se equivocó a lo largo de todo el año 2021, cuando dijo que la subida de precios era «temporal debida a la pandemia». También erró a finales de ese año cuando aseguró que «la inflación caerá en 2022» y lo mismo le pasó en octubre del año pasado cuando decía que la inflación «había llegado a Europa prácticamente de la nada» y que se produjo por «una crisis energética causada por Putin».
Con esos antecedentes ¿hay razones para creer que ahora no se equivoca? ¿Se ha producido un milagro y Lagarde, en lugar de volver a equivocarse, acierta al señalar que es un posible aumento de los salarios lo que puede avivar la inflación?
Yo creo que no, y que los hechos lo demuestran.
Además de otras investigaciones independientes, han sido fuentes del propio Banco Central Europeo las que han confirmado que es el aumento en los márgenes de muchas empresas y no los salarios lo que viene impulsando los precios al alza. Por tanto, no se comprende bien que Lagarde pida estar «extremadamente atentos» ante la evolución de los salarios y que no lo haya estado ni lo esté ante unos márgenes empresariales que tan clara y reconocidamente están generando inflación. Si el compromiso de Lagarde y el Banco Central Europeo para luchar contra la subida de precios fuese efectivo, sincero y coherente ¿por qué no han creado en Europa observatorios que hagan el seguimiento de los márgenes empresariales, tal y como hay en Estados Unidos? ¿y por qué no han tomado medidas contra esa presión de los beneficios sobre los precios?
No lo hacen porque el Banco Central Europeo tiene una visión completamente equivocada del funcionamiento real de los mercados europeos. Equivocada o simplemente sesgada para no tener que hacer frente al poder de mercado de las grandes empresas que vienen subiendo sus márgenes. Así lo demostró Philip R. Lane, miembro del Comité Ejecutivo del BCE, en una entrevista de febrero pasado en la que dijo que «las empresas europeas saben que si suben demasiado los precios, sufrirán una pérdida de cuota de mercado». Algo completamente incierto porque hay oligopolios que se ponen de acuerdo, empresas que se enfrentan a lo que los economistas llamamos demanda inelástica (que no disminuye significativamente cuando suben los precios) y, en general, competencia entre empresas que no se desarrolla a través de los precios.
Por otro lado, ha sido la propia Lagarde quien ha reconocido que la inflación actual también está desencadenada por el cambio climático y, sin embargo, el Banco Central Europeo no parece tener tanta preocupación o contundencia para actuar en ese sentido como la que manifiesta Lagarde por el potencial efecto inflacionario de los salarios, tal y como señalé en un artículo en este diario el pasado mes de octubre.
Es evidente que si hay subida de salarios como consecuencia del intento de recuperar poder adquisitivo pueden producirse subidas de costes en las empresas, pero la cuestión es si serán más determinantes que las provocados por otros factores y, por tanto, sin son las que requieren atención extrema o prioritaria.
Para que la recuperación del poder adquisitivo se convirtiera en ese peligro tan contundente al que hace referencia Lagarde tendrían que darse circunstancias que hoy día sabemos que no se dan, como están poniendo de relieve organismos internacionales o centros de investigación bastante conservadores.
El Fondo Monetario Internacional decía en octubre de 2022 que, según un estudio de lo ocurrido en 22 economías en situación parecida a la de 2021 durante los últimos 50 años, «las posibilidades de que surjan espirales persistentes de precios y salarios parecen limitadas».
La Organización Internacional del Trabajo afirmaba el pasado mes de abril que «hay espacio para que aumenten los salarios reales, no solo para ponerse al día con la inflación, sino también para alinearse con el crecimiento de la productividad».
Un estudio del mes pasado de CaixaBank concluye que «cabe esperar que las actuales presiones inflacionistas sí tengan un impacto en los salarios, aunque no debería ser tan acentuado como el que se habría producido en el mercado laboral español de principios de siglo de haberse registrado una inflación similar».
La probabilidad de que el alza salarial desencadene en estos momentos una grave espiral inflacionista es, por tanto, muy reducida.
En consecuencia, no se debe temer a que la recuperación de todo o parte del poder adquisitivo perdido por los salarios produzca nuevas y más graves tensiones sobre los precios. Sobre todo, si esa recuperación se vincula a pactos de rentas y de impulso de la productividad y a medidas fiscales que promuevan la actividad de las empresas más competitivas y no de las que disponen de posiciones de privilegio en el mercado que se traducen en subidas injustificadas de sus márgenes.
Por el contrario, llevar a cabo nuevas políticas de contención salarial va a tener un efecto muy negativo para para los hogares y también para la inmensa mayoría de las empresas. Las familias tendrán mayores dificultades para salir adelante y empresas sin poder de mercado, las más numerosas y las que más empleo generan, verán reducirse sus ventas porque es a gasto en consumo a donde se dirige la inmensa mayor parte de la masa salarial que se recorta cuando se ponen en marcha las políticas que de nuevo defiende el Banco Central Europeo.
Cuando Lagarde pide que no suban los salarios vuelve a equivocarse, tal y como le ha sucedido hasta ahora cuando ha hecho predicciones sobre la marcha de la inflación. O, como dije antes, quizá no se equivoca, sino que simplemente defiende políticas que tienen como único efecto aumentar el beneficio de las grandes empresas, en perjuicio de la inmensa mayor parte del empresariado, de los hogares y de la economía en su conjunto.