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sábado, 27 de enero de 2018

Hace 50 años empezó el Mayo del 68. Los Acuerdos de Grenelle entre el Gobierno, patronales y sindicatos fueron muy importantes para la teoría de los pactos sociales.

Hace medio siglo, el 8 de enero, François Missoffe, ministro de Juventud y Deportes del Gobierno Pompidou, fue a inaugurar una piscina a la Universidad de Nanterre, un centro del extrarradio inhóspito de París, rodeado entonces de chabolas y bidonvilles. Missoffe, responsable de un libro blanco acerca de la situación material y sociológica de los estudiantes franceses, fue abucheado. Un joven tomó la palabra y reprochó al ministro que ese libro blanco no abordase las relaciones sexuales entre los estudiantes. Aquel joven se llamaba Daniel Cohn-Bendit. Había comenzado Mayo del 68.

Sin ser una revolución en sentido estricto, las cosas nunca volvieron a ser igual después de aquel movimiento que prendió, con distintas modalidades, en muchas partes del mundo. Se transformaron bastantes aspectos de la realidad, culturales, económicos y políticos. También cambió el sujeto redentor de la contestación: el movimiento obrero, que había tenido el monopolio de las luchas por el progreso desde el año 1848, tuvo que compartirlo a partir de entonces con los movimientos estudiantiles, mucho más transversales.

En Mayo 68 fueron los estudiantes los que prendieron la llama y pidieron a los partidos de la izquierda tradicional y a los sindicatos de clase que se unieran a ellos. Cuando la mayor huelga general conocida hasta el momento asoló Francia y las ocupaciones de centenares de fábricas se añadieron a los cierres de facultades, a las manifestaciones en la calle y a los enfrentamientos con la policía, el Gobierno Pompidou llamó a la negociación para romper el frente unido de estudiantes y obreros.

Se firmaron entonces, en pleno mes de mayo, los Acuerdos de Grenelle (muy importantes para la historia de los pactos sociales) entre el Gobierno, las patronales y los sindicatos: se incrementó el salario mínimo un 35%, los salarios medios en un 12%, se llegó a un consenso sobre la semana laboral de 40 horas, y se reconocieron las secciones sindicales en el seno de las empresas.

Fue bastante para alterar el ritmo de los acontecimientos. Aunque en un principio las bases sindicales dijeron “no” al acuerdo, poco a poco volvieron a la normalidad y los estudiantes vanguardistas se quedaron solos, como al principio. A partir de ese momento las movilizaciones perdieron fuelle y se acabaron tras la reacción del general De Gaulle y la llegada de las vacaciones de verano de los universitarios.

De entonces a hoy ha habido continuidades y contradicciones. Entre las primeras, la aparición de una nueva izquierda que ha ido cambiando de faz conforme pasaba el tiempo. Los indignados, herederos de los soixantehuitard, no han producido ideologías de nuevo cuño que sustituyesen al marxismo en sus distintas versiones (maoísmo, trotskismo, espartaquismo, guevarismo,…); tampoco han apoyado sin reservas a un régimen o a un país concreto (como, por ejemplo, ocurrió con Cuba) y no se identifican con una clase social concreta, entre otros aspectos porque hoy las fronteras de clase son mucho más difusas.

Entre las contradicciones están que muchos de los sesentayochistas de antaño se integraron después en el sistema (políticos, catedráticos, intelectuales, economistas, periodistas,…) y dedicaron sus fuerzas a apuntalarlo o a reformarlo en primera línea de fuego. No a subvertirlo.

https://elpais.com/economia/2018/01/07/actualidad/1515354129_989095.html