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viernes, 19 de agosto de 2022

Qué es el Síndrome de Ulises y cómo afecta a los migrantes

Quien migra suele pasar por varios duelos, pero ciertas condiciones pueden dar lugar al síndrome de Ulises. 

 "No debiera arrancarse a la gente de su tierra o país, no a la fuerza", decía el poeta argentino Juan Gelman.

Sin embargo, en el mundo hay alrededor de 281 millones de migrantes internacionales (el 3,6 % de la población), según los datos de 2020 de la ONU.

Hay quienes emigran porque así lo desean, pero también quienes se ven obligados a ello. A finales de 2019, las personas desplazadas a la fuerza eran más de 79,5 millones según ACNUR.

Sea algo elegido o no, los migrantes, con las raíces a miles de kilómetros, puede que nos sintamos como decía Gelman: como una "planta monstruosa". Y habrá circunstancias en nuestra llegada a destino que suavizarán esa condición o la empeorarán.

Y esto, sin duda, puede repercutir en nuestra salud mental.

En la frontera entre la salud mental y el trastorno
El psiquiatra español Joseba Achotegui trabaja con temas relacionados con migración en la Asociación Mundial de Psiquiatría, de la que es secretario. A partir de 2002 empezó a ver que algo cambiaba. "Se cerraron las fronteras, empezaron políticas más duras contra la migración, la gente dejó de tener acceso a papeles, había una enorme lucha por la supervivencia", cuenta a BBC Mundo.

Y esto se reflejó en cómo acudían los pacientes a su consulta: "Estaban indefensos, asustados, sin poder salir adelante".

En concreto, vio que muchos migrantes que viven situaciones difíciles presentaban "un cuadro reactivo de estrés muy intenso, crónico y múltiple".

Achotegui le puso nombre: Síndrome de Ulises.

Aclara el psiquiatra que esto no es una patología, ya que "el estrés y el duelo son cosas normales en la vida", pero sí remarca la peculiaridad del síndrome que deja al migrante, de nuevo, en la frontera. Pero esta vez entre la salud mental y el trastorno.

Duelo migratorio vs. síndrome de Ulises
Normalmente asociamos la palabra "duelo" al sentimiento tras las muerte de un ser querido. Los psicólogos lo relacionan con cualquier pérdida que tenga el ser humano, como dejar un trabajo, la separación de una pareja o cambios en nuestro cuerpo.

"Cada vez que experimentamos un pérdida, tenemos que acostumbrarnos a vivir sin eso que teníamos y adaptarnos a la nueva situación. Es decir, hay que elaborar un duelo", explica la psicóloga experta en duelo migratorio Celia Arroyo.

Así, el duelo migratorio está asociado a este gran cambio en la vida de una persona. Pero tiene características que lo hacen especial, ya que es un duelo "parcial, recurrente y múltiple".

Se puede sufrir duelo por el habla, las costumbres... O por el paisaje.

Parcial porque no es una pérdida total como ocurre con la muerte de alguien; recurrente porque con cualquier viaje, comunicación con el país o echar un simple vistazo a una fotografía en instagram puede reabrirse; y múltiple porque no es solo una cosa la que se pierde, sino muchas.

Joseba Achotegui agrupó estas pérdidas en 7 categorías. La más evidente suele ser la pérdida de la familia y los seres queridos. También está la pérdida de estatus social, algo que, dice Arroyo, suele pasar por la condición de migrante pero si, además, "el país de origen es xenófobo, supone una gran adversidad".

Otro duelo que el migrante pasa es el de la pérdida de la tierra. Por ejemplo, extrañar un paisaje montañoso o los días llenos de sol.

Se suma el duelo del idioma, que será más fuerte en la medida en que se migre a un país con otra lengua. Puede ser una verdadera barrera para, por ejemplo, hacer un trámite burocrático y mandar un simple correo electrónico.

Por último, está la pérdida de los códigos culturales, que puede significar algo tan sencillo como no tener con quién "echar un pie" y bailar salsa o con quien compartir un mate.

Y, asociado a esto, y como último duelo, está la pérdida de contacto con el grupo de pertenencia, con aquellos con quien podemos hablar en los mismos códigos, que entenderán nuestros modismos y forma de ver la vida.

El síndrome de Ulises es cuando, además de tener que pasar estos siete duelos normales para un migrante, se hace en condiciones difíciles, explica Achotegui.

Hay varios detonantes que pueden estresar a una persona en el país de acogida.

Cuáles son los detonantes
"Cuando hay dificultades o se rechaza a la persona en la sociedad de acogida puede darse este síndrome", explica Guillermo Fauce, profesor de Psicología en la Universidad Complutense de Madrid y presidente de Psicología sin Fronteras.

No es lo mismo llegar a un país nuevo con un trabajo ya estable que sin nada en firme; tener o no un techo y comida asegurados, entrar ya con visa o con un estatus legal por definir. Tener o no ciertas condiciones suma puntos y estrés.

"El rechazo que puede tener más impacto es no tener papeles o no poder acceder a determinados recursos", dice el psicólogo.

A su vez, Achotegui explica que esta situación hace que los migrantes no puedan salir adelante y genera tensión y problemas de supervivencia, otro detonante más.

Al coctel puede sumarse el no tener personas a nuestro alrededor que nos brinden apoyo, no solo material (donde vivir, comer, dormir), sino también emocional. "Muchos migrantes sufren situaciones de soledad, están aislados", remarca Achotegui.

Fauce señala que también hay un apoyo simbólico que, de no darse, es otro detonante más. Se trata de que el entorno del migrante entienda y reconozca su condición, "que está pasando por un situación complicada, transitando muchos duelos y que se le permita un periodo de transición en la sociedad de acogida".

Los expertos recomiendan hacer lazos con nuestra comunidad pero también con la sociedad de acogida.

A veces puede pensarse que "lo peor" ha pasado tras cruzar una frontera en malas condiciones, pero, en el país de acogida, la sensación de indefensión, de estar sin derechos y los posibles abusos laborales y sexuales pueden dar lugar a un cuarto detonante: el miedo.

Los expertos consultados añaden que esta situación de vulnerabilidad que puede dar lugar al síndrome de Ulises se hace mayor cuando se es mujer.

Qué nos puede pasar y cuándo estar alerta
Los síntomas pueden ser los mismos, dice Achotegui, que podemos tener cuando pasamos una mala época: dormimos mal, nos cuesta relajarnos, dolores musculares o de cabeza, enfado, nerviosismo, tristeza.

Fauce señala que, por un lado, se puede entrar en una suerte de estado depresivo y de tristeza, de encerrarnos en nosotros mismos y, por otro, estar hiperactivos y ansiosos, algo que al final nos va a quitar energía.

Esto puede hacer que el síndrome de Ulises se confunda con otras enfermedades mentales como depresión o estrés postraumático y que trate de medicalizarse.

Pero, en este caso, cuando se solucionan los obstáculos que dieron lugar al síndrome (hay trabajo, cierta estabilidad, menos estrés, etc,), desaparece.

"Si se sigue adelante, se consigue trabajo y hay una cierta estabilidad pero sigue habiendo síntomas, ahí hay algo más que evaluar y hay que intervenir de otra manera, porque puede que haya otra cosa ya del plano psiquiátrico, como un cuadro depresivo", sostiene Achotegui.

Hacer ejercicio y juntarse con la comunidad de origen pueden ayudar a bajar el estrés.

Así, cuando el malestar se convierte en permanente o impide que hagamos nuestra vida, hay que prender las alarmas. Otras muestras de alarma que señala Fauce son si aparecen ataques de ira, nuestras relaciones personales se ven afectadas o "se cogen atajos, como consumir drogas, alcohol, hay gastos desmesurados o se hacen deportes de riesgo".

Qué hacer y qué no hacer
"Es fundamental crear una red de apoyo social, estar en contacto con otros inmigrantes y compartir vivencias", señala Celia Arroyo. Para esto es bueno buscar migrantes de nuestra nacionalidad o grupos de apoyo específicos donde vivamos.

Al respecto, Achotegui dice que esto hace que haya "menos riesgo de trastorno mental", pero quedarse muy anclado con nuestra comunidad puede hacer que se prospere menos. "Si no te metes en la sociedad de acogida, costará progresar. Es un equilibrio".

Al final se trata de mantener "la raíz" con agua, pero no olvidarnos de nuestras hojas, del lugar donde reciben el sol.

También recomienda Achotegui hacer ejercicio y actividades que bajen el estrés.

Fauce remarca que "los cortes radicales no funcionan, ni las decisiones drásticas" ya sea respecto al país de origen o al de acogida y a las relaciones creadas en ambos.

Arroyo señala que, aunque es complicado dar un tiempo preciso, si tres meses después de haber conseguido una estabilidad el sufrimiento que sentimos no ha disminuido, es buen momento para pedir ayuda psicológica.

Qué pueden hacer los demás
La sociedad de acogida juega un papel importante, pero quien no ha vivido esta situación puede que no entienda qué implica el duelo migratorio ni el estrés sostenido que deriva en el síndrome de Ulises. Esto puede hacer que no sepamos cómo ayudar, qué decir o hacer.

Celia Arroyo recomienda que el entorno permita a quien esté esta situación que se exprese libremente y pueda hablar de qué le pasa y cómo se siente.

"Es importante no minimizar su sufrimiento ni generar falsas esperanzas" ante un futuro que es incierto cuando, por ejemplo, hay una visa o un trabajo que no llega.

Como en cualquier duelo, hay que evitar frases del estilo "ya se te pasará", "no es para tanto", "eso son miedos tuyos" o "todo saldrá bien".

Achotegui sugiere ni compadecer ni victimizar: "Hay que acercarse con respeto, incluso con cierta admiración. El migrante es una persona fuerte, alguien que está yendo hacia adelante".

A la vez, es importante respetar su cultura, mentalidad y cosmovisión.

Si nos cuesta conectar emocionalmente con alguien en esta situación, Fauce recuerda que todos hemos sufrido alguna pérdida y que es un buen ejercicio conectar con la emoción que tuvimos para empatizar con el migrante. Y pensar que, como escribió la uruguaya Cristina Peri Rossi, emigrar, partir al fin, es siempre partirse en dos.

martes, 24 de enero de 2017

La incómoda memoria de Atocha

Agustín Moreno
Cuarto Poder


Si el eco de su voz se debilita, pereceremos.



Aún era de noche a las 7 de la mañana del 25 de enero de 1977. Varios militantes de las aún ilegales comisiones obreras de la construcción habían quedado frente al hospital Gómez Ulla, cerca del metro de Carabanchel, para repartir panfletos en las obras de la zona. La noticia, que ya recogían las primeras ediciones de los periódicos, fue un mazazo: “Matanza en un despacho de abogados de la calle Atocha”. Los cuatro compañeros conocían bien aquel despacho. En él y en otros de laboralistas les llevaban pleitos por despidos o reclamaciones salariales y les defendían en procesos por actividades antifranquistas ante el Tribunal de Orden Público.

Tras el aturdimiento por la información, la decisión fue rápida, como una manera de conjurar la rabia. Se dirigieron a las obras que pensaban recorrer en el barrio a medio construir de Aluche. En vez de ir dando los boletines de CCOO de la construcción sobre el convenio y las próximas huelgas, fueron informando del crimen. Yo era uno de ellos y nunca olvidaré la respuesta de los trabajadores: se quedaban paralizados ante la información, iban dejando caer las herramientas al suelo y las obras, una tras otra, quedaban paradas. Estas huelgas espontáneas, a iniciativa de un grupo de militantes, ponían de manifiesto el prestigio social de los abogados laboralistas, el nivel de conciencia obrera existente al final del franquismo y las ansias de libertad.

Las consecuencias políticas de aquel atentado realizado por un grupo fascista de la ultraderecha que seguía empeñada en asegurar el franquismo fueron varias. La respuesta de masas que dieron el PCE y CCOO ayudó a dinamizar el proceso democratizador hasta el punto de que, si bien Franco murió en la cama, se podría afirmar que el franquismo murió en la calle en aquella impresionante manifestación de duelo, serenidad y determinación obrera y ciudadana [vídeo, abajo]. En Semana Santa se legalizó el PCE, los sindicatos obreros en vísperas del 1 de Mayo y, en junio, se celebraron elecciones democráticas.

Pero el atentado también cuestiona el modelo canónico de transición idealizada por el supuesto consenso, hasta el punto de poder pensar que fue una transición acordada con una pistola en la sien, en la que hubo casi 600 muertos por la violencia política e institucional. Lo cierto es que las fuerzas democráticas se vieron sometidas al chantaje de la violencia y a tener que decidir entre una democracia de baja intensidad o el alargamiento del proceso de conquista de las libertades.

Atocha ha sido un espejo que quemaba a muchos políticos. Alejandro Ruiz-Huerta, sobreviviente de los atentados de Atocha, tituló su libro, escrito 25 años después de los hechos,  La memoria incómodaSeñalaba que era “un título acaso inquietante, pero que es referencia de todo lo que significaron aquellos hechos en el umbral de la transición”. En el epílogo señalaba: “25 años después podemos decir que hemos pasado de la memoria silenciada a la memoria germinada”. Parece que así ha sido, pero hay que seguir regando estos brotes que van germinando para que no vuelvan a quedar relegados al silencio y al olvido.

La memoria es un compromiso ético.
Hay que reivindicar el uso público de la historia, que diría Jürgen Habermas, para devolver la memoria histórica a los escenarios de la vida social, y uno de ellos es la escuela. Por ello nos metimos con el tema de Atocha en las aulas. Junto con mi amigo Javier Soria, realizamos una experiencia con motivo del 30 aniversario con el alumnado de 4º de ESO del instituto Salvador Allende de Fuenlabrada. Investigamos lo sucedido, proyectamos “Siete días de enero”, de Juan Antonio Bardem, recorrimos los lugares de los hechos (Atocha 55, El abrazo de Juan Genovés en Antón Martín, Sindicato vertical, Salesas, Fundación Abogados de Atocha). El colofón fue un encuentro con Alejandro Ruiz-Huerta y la elaboración un vídeo de 50 minutos, que aún sigo usando para tratar nuestra Historia reciente. Abordamos la transición acercándonos a los hechos con objetividad, que no con neutralidad, para formar ciudadanos conscientes, críticos y comprometidos con la mejora de su sociedad, no mera mano de obra para el mercado. También organizamos un curso de formación sobre memoria histórica con otros institutos de Fuenlabrada en el que íbamos a presentar la experiencia. Pero fue prohibido por el gobierno de Esperanza Aguirre.

Esta prohibición fue una auténtica vergüenza que nos obligó a realizar el curso al margen de la administración educativa. Y un ejemplo más de las resistencias de la derecha a esta cuestión. Son numerosos los incumplimientos de la Ley de Memoria Histórica e incluso la burla a los familiares de las víctimas, como hizo el desvergonzado Rafael Hernando. Lo más reciente es  la negativa del alcalde del PP de Casasimarro (Cuenca) a colocar una placa en un parque con el nombre de una de las víctimas de Atocha, Ángel Rodríguez Leal, natural del pueblo. Su argumento no puede ser más peregrino: “No herir sensibilidades”. Es lo que he dado en llamar el negacionismo del Partido Popular.

Estas resistencias reflejan la textura moral de la derecha.
Lo que dijo Juan Gelman al recibir el premio Cervantes sintetiza lo que significa su actitud:

“Dicen que no hay que remover el pasado, que no hay que tener ojos en la nuca, que hay que mirar adelante y no encarnizarse en reabrir viejas heridas. Están perfectamente equivocados. Las heridas aún no están cerradas. Laten en el subsuelo de la sociedad como un cáncer sin sosiego. Su único tratamiento es la verdad. Y luego, la justicia. Sólo así es posible el olvido ciudadano (…) Y sospecho que no pocos de quienes preconizan la destitución del pasado en general, en realidad quieren la destitución de su pasado en particular”.

Gelman sabía bien de lo que hablaba, pues su hija, su hijo y su nuera fueron secuestrados y asesinados por la dictadura argentina, y tuvo la suerte de recuperar una nieta robada. De ahí su empeño, como el de muchos, en defender que la memoria es una forma inevitable de justicia.

Fuente:
http://www.cuartopoder.es/laespumaylamarea/2017/01/18/1796/1796

Más: Salce Elvira ¡Hace ya 40 años del asesinato de los abogados de Atocha!
http://www.nuevatribuna.es/articulo/sociedad/hace-40-anos-asesinato-abogados-atocha/20170119152619135792.html

domingo, 14 de febrero de 2010

El poeta y el magistrado. Garzón

Juan Gelman no entiende el acoso a que está siendo sometido Baltasar Garzón. 

El poeta argentino, premio Cervantes 2007, es uno de los grandes valedores de la justicia universal. No le faltan motivos. La dictadura militar argentina secuestró, torturó, asesinó e hizo desaparecer a su hijo en 1976. El joven tenía 20 años, uno más que su esposa, secuestrada también cuando estaba embarazada de ocho meses y desaparecida poco después de dar a luz en Montevideo. Gelman tardó más de 13 años en hallar los restos de su primogénito - había sido arrojado a un río en un bidón lleno de cemento-y 23 en localizar a su nieta. La nuera sigue en paradero desconocido. La historia del poeta ha sido la de miles de padres y madres argentinos, chilenos o uruguayos que, en última instancia, sólo querían justicia y un lugar para el recuerdo y el homenaje de sus hijos.

Gelman ha recordado estos días la atención humana que recibió por parte del magistrado de la Audiencia Nacional cuando era casi el único juez sobre la faz de la tierra que se había propuesto perseguir los desmanes de los tiranos del Cono Sur latinoamericano. Intelectual comprometido de izquierdas, gran periodista, hombre que padeció el exilio y al que la muerte ha perseguido en su formato más cruel, el poeta bonaerense no entiende a sus casi 80 años qué está haciendo España con Garzón. No nos extraña que ande desorientado. Cualquiera lo estaría. A fin de cuentas, Garzón, el valiente, el temerario - pónganle ustedes el adjetivo que deseen-,parece víctima de un proceso donde lo importante no es juzgar al reo, sino aniquilarle. Y en esa labor del Santo Oficio andan metidos desde magistrados paraprogresistas hasta otros que bien podrían lucir correajes bajo las togas, sin olvidar a Falange y cofradías varias del Valle de los Caídos.

Artículo de Alfredo Abián en La Vanguardia 14/02/2010

Ni Leyes ni Justicia
En Portugal, en la aldea medieval de Monsaraz, hay un fresco alegórico de finales del siglo XV que representa al Buen Juez y al Mal Juez, el primero con una expresión grave y digna en el rostro y sosteniendo en la mano la recta vara de la justicia, el segundo con dos caras y la vara de la justicia quebrada.

Por no se sabe qué razones, estas pinturas estuvieron escondidas tras un tabique de ladrillos durante siglos y sólo en 1958 pudieron ver la luz del día y ser apreciadas por los amantes del arte y de la justicia.
De la justicia, digo bien, porque la lección cívica que esas antiguas figuras nos transmiten es clara e ilustrativa.

Hay jueces buenos y justos a quienes se agradece que existan; hay otros que, proclamándose a sí mismos justos, de buenos tienen poco, y, finalmente, además de injustos, no son, dicho con otras palabras, a la luz de los más simples criterios éticos, buena gente. Nunca hubo una edad de oro para la justicia.

Hoy, ni oro, ni plata, vivimos en tiempos de plomo. Que lo diga el juez Baltasar Garzón que, víctima del despecho de algunos de sus pares demasiado complacientes con el fascismo que perdura tras el nombre de la Falange Española y de sus acólitos, vive bajo la amenaza de una inhabilitación de entre doce y dieciséis años que liquidaría definitivamente su carrera de magistrado. El mismo Garzón que, no siendo deportista de élite, no siendo ciclista ni futbolista o tenista, hizo universalmente conocido y respetado el nombre de España.

El mismo Garzón que hizo nacer en la conciencia de los españoles la necesidad de una Ley de la Memoria Histórica y que, a su abrigo, pretendió investigar no sólo los crímenes del franquismo sino los de las otras partes del conflicto.

El mismo corajoso y honesto Baltasar Garzón que se atrevió a procesar a Pinochet, dándole a la justicia de países como Argentina y Chile un ejemplo de dignidad que luego sería continuado. Se invoca en España la Ley de Amnistía para justificar la persecución a Garzón pero, según mi opinión de ciudadano común, la Ley de Amnistía fue una manera hipócrita de intentar pasar página, equiparando a las víctimas con sus verdugos, en nombre de un igualmente hipócrita perdón general. Pero la página, al contrario de lo que piensan los enemigos de Baltasar Garzón, no se dejará pasar.

Faltando Baltasar Garzón, suponiendo que se llegue a ese punto, será la conciencia de la parte más sana de la sociedad española la que exigirá la revocación de la Ley de Amnistía y que prosigan las investigaciones que permitirán poner la verdad en el lugar donde estaba faltando. No con leyes que son viciosamente despreciadas y mal interpretadas, no con una justicia que es ofendida todos los días.

El destino del juez Baltasar Garzón está en las manos del pueblo español, no de los malos jueces que un anónimo pintor portugués retrató en el siglo XV.

José Saramago en "El País"