domingo, 14 de febrero de 2010

El poeta y el magistrado. Garzón

Juan Gelman no entiende el acoso a que está siendo sometido Baltasar Garzón. 

El poeta argentino, premio Cervantes 2007, es uno de los grandes valedores de la justicia universal. No le faltan motivos. La dictadura militar argentina secuestró, torturó, asesinó e hizo desaparecer a su hijo en 1976. El joven tenía 20 años, uno más que su esposa, secuestrada también cuando estaba embarazada de ocho meses y desaparecida poco después de dar a luz en Montevideo. Gelman tardó más de 13 años en hallar los restos de su primogénito - había sido arrojado a un río en un bidón lleno de cemento-y 23 en localizar a su nieta. La nuera sigue en paradero desconocido. La historia del poeta ha sido la de miles de padres y madres argentinos, chilenos o uruguayos que, en última instancia, sólo querían justicia y un lugar para el recuerdo y el homenaje de sus hijos.

Gelman ha recordado estos días la atención humana que recibió por parte del magistrado de la Audiencia Nacional cuando era casi el único juez sobre la faz de la tierra que se había propuesto perseguir los desmanes de los tiranos del Cono Sur latinoamericano. Intelectual comprometido de izquierdas, gran periodista, hombre que padeció el exilio y al que la muerte ha perseguido en su formato más cruel, el poeta bonaerense no entiende a sus casi 80 años qué está haciendo España con Garzón. No nos extraña que ande desorientado. Cualquiera lo estaría. A fin de cuentas, Garzón, el valiente, el temerario - pónganle ustedes el adjetivo que deseen-,parece víctima de un proceso donde lo importante no es juzgar al reo, sino aniquilarle. Y en esa labor del Santo Oficio andan metidos desde magistrados paraprogresistas hasta otros que bien podrían lucir correajes bajo las togas, sin olvidar a Falange y cofradías varias del Valle de los Caídos.

Artículo de Alfredo Abián en La Vanguardia 14/02/2010

Ni Leyes ni Justicia
En Portugal, en la aldea medieval de Monsaraz, hay un fresco alegórico de finales del siglo XV que representa al Buen Juez y al Mal Juez, el primero con una expresión grave y digna en el rostro y sosteniendo en la mano la recta vara de la justicia, el segundo con dos caras y la vara de la justicia quebrada.

Por no se sabe qué razones, estas pinturas estuvieron escondidas tras un tabique de ladrillos durante siglos y sólo en 1958 pudieron ver la luz del día y ser apreciadas por los amantes del arte y de la justicia.
De la justicia, digo bien, porque la lección cívica que esas antiguas figuras nos transmiten es clara e ilustrativa.

Hay jueces buenos y justos a quienes se agradece que existan; hay otros que, proclamándose a sí mismos justos, de buenos tienen poco, y, finalmente, además de injustos, no son, dicho con otras palabras, a la luz de los más simples criterios éticos, buena gente. Nunca hubo una edad de oro para la justicia.

Hoy, ni oro, ni plata, vivimos en tiempos de plomo. Que lo diga el juez Baltasar Garzón que, víctima del despecho de algunos de sus pares demasiado complacientes con el fascismo que perdura tras el nombre de la Falange Española y de sus acólitos, vive bajo la amenaza de una inhabilitación de entre doce y dieciséis años que liquidaría definitivamente su carrera de magistrado. El mismo Garzón que, no siendo deportista de élite, no siendo ciclista ni futbolista o tenista, hizo universalmente conocido y respetado el nombre de España.

El mismo Garzón que hizo nacer en la conciencia de los españoles la necesidad de una Ley de la Memoria Histórica y que, a su abrigo, pretendió investigar no sólo los crímenes del franquismo sino los de las otras partes del conflicto.

El mismo corajoso y honesto Baltasar Garzón que se atrevió a procesar a Pinochet, dándole a la justicia de países como Argentina y Chile un ejemplo de dignidad que luego sería continuado. Se invoca en España la Ley de Amnistía para justificar la persecución a Garzón pero, según mi opinión de ciudadano común, la Ley de Amnistía fue una manera hipócrita de intentar pasar página, equiparando a las víctimas con sus verdugos, en nombre de un igualmente hipócrita perdón general. Pero la página, al contrario de lo que piensan los enemigos de Baltasar Garzón, no se dejará pasar.

Faltando Baltasar Garzón, suponiendo que se llegue a ese punto, será la conciencia de la parte más sana de la sociedad española la que exigirá la revocación de la Ley de Amnistía y que prosigan las investigaciones que permitirán poner la verdad en el lugar donde estaba faltando. No con leyes que son viciosamente despreciadas y mal interpretadas, no con una justicia que es ofendida todos los días.

El destino del juez Baltasar Garzón está en las manos del pueblo español, no de los malos jueces que un anónimo pintor portugués retrató en el siglo XV.

José Saramago en "El País"

No hay comentarios: